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Mártir
Habitaba por entonces en Córdoba San Eulogio, varón famoso por su sabiduría, sus dotes de prudencia, y cuando era preciso su arrojo y valentía. A Lucrecia le fascinaba la idea de un Dios entregado enteramente a los hombres por amor, con un amor de benevolencia, es decir, amor de gratuidad absoluta. Queriendo instruirse en el cristianismo, acudió al santo.
San Eulogio se encargó con todo cariño de su educación cristiana. Sabía a lo que se exponía con esta labor de catequista. Pero nunca tuvo miedo en su corazón. Era consciente de que los padres de Lucrecia se oponían a que dejara la religión musulmana.
Cuando Lucrecia vio que no podía vivir con sus padres porque éstos le hacían la vida imposible, se fue a casa de san Eulogio, quien la recibió con gran caridad, y como tenía muchas ocupaciones pastorales, se la entregó a su hermana Amilona.
Los padres de Lucrecia empezaron a buscar a su hija, cuya desaparición ya habían denunciado a los jueces. Al encontrarla, como ella se negara a abjurar del cristianismo, le dieron muerte decapitándola y la arrojaron al río Guadalquivir. Los cristianos, enterados de su ejecución, recogieron sus restos y los enviaron a Oviedo.
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