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Santos del Nuevo Testamento
Los cuatro evangelistas le mencionan, aunque muy brevemente, y todos coinciden en señalar su intervención en el mismo episodio, el único por el cual este notable de Jerusalén, miembro del Sanedrín, «hombre rico» según Mateo, «ilustre» según Marcos, aparece de un modo fugaz en la historia de Cristo.
José pide permiso a Pilatos para sepultar a Jesús, y una vez concedido, con la ayuda de Nicodemo desclava el cuerpo de la cruz y lo lleva a un nuevo sepulcro excavado en la roca (por eso la tradición cristiana le hace patrón de embalsamadores y sepultureros). Es cuanto se nos dice de él.
¿Quién fue este piadoso personaje? «Persona buena y honrada», le describe san Lucas, «que aguardaba el reino de Dios», o sea «que era también discípulo de Jesús» (Mateo), «pero clandestino, por miedo a las autoridades judías» (Juan). Un discípulo vergonzante que ahora, «armándose de valor», precisa Marcos, reclama el cuerpo del Maestro.
Jesús acababa de morir ignominiosamente, Pedro ha renegado de Él por tres veces en público, los apóstoles, acobardados y vencidos por el desaliento, se esconden o se dispersan, y en la prueba el único que da la cara, el único que se arma de valor, es un discípulo secreto que hasta ahora no se atrevía a declarar su condición.
José de Arimatea inspira un gran respeto, y la leyenda (que le hace recoger en el Gólgota, con el santo Graal, la sangre de Cristo) subraya esa dignidad del que sale de la sombra en el peor momento con una valentía que no tuvieron los más fieles. Él, quizá mal visto por los apóstoles, que podían reprocharle que no se comprometiera, tiene el incontenible arrojo de los tímidos, la impensada serenidad de los nerviosos, la brusca decisión de los titubeantes, y por eso se le venera, por haber hecho valientemente misericordia con el Señor.
Nicodemo
Autor: Pbro. Dr. Enrique Cases
No todos los fariseos fueron una raza de víboras, el mismo San Pablo recuerda con gozo sus orígenes. Nicodemo es un claro ejemplo de un fariseo de buena fe, maestro de Israel, sincero, tímido y desasosegado, sin saber a que carta quedarse. No está dispuesto echar por la borda todo lo que ha aprendido, la Ley y su cumplimiento, su posición, lo que es, pero la presencia de Jesús le desconcierta, por ello acude a Él, aunque con reservas[288].
Juan habla tres veces de Nicodemo, señalándole como el que vino de noche a Jesús[289]. La hora de la visita impresionó al Apóstol. ¿Fue temor o prudencia la visita a escondidas?. El temor de acudir de día para hablar sinceramente con Jesús no era infundado, los hechos confirmarán los temores, y sus compañeros no pararán hasta matar a Cristo. Por otra parte, conviene no precipitarse en una decisión tan importante como aceptar que Jesús es verdaderamente el Mesías esperado, ¿y si era un farsante?. Y al temor se une la prudencia. Los diálogos de Nicodemo con Cristo revelan las dudas de este buen hombre, y la luz que comenzaba a alumbrar en su corazón, pero que encontraba dificultades para establecerse. Pudo más el amor a la verdad que el temor y acudió a ver al Señor, pero de noche.
Así cuenta Juan el primer encuentro: había entre los fariseos un hombre, llamado Nicodemo, judío influyente. Este vino a él de noche y le dijo: Rabbí, sabemos que has venido de parte de Dios como Maestro, pues nadie hace los prodigios que tú haces si Dios no está con él[290].
El clima de la conversación es afable y respetuoso, pero al mismo tiempo exigente. Sus compañeros fariseos se declararon pronto contrarios a Jesús, a pesar de hechos patentes como los milagros y la autoridad con que hablaba Jesús. Se imponía la necesidad de una conversación totalmente sincera, sin discusiones apasionadas, con buena voluntad, y llegando al fondo, para aclarar la cuestión.
El dilema era clave y no admitía dilación ¿era Jesús realmente el Mesías, o no? Admite que es Maestro, pues lo ha oído; tambien acepta que ha venido de parte de Dios, pues ha visto los milagros; pero, ¿es posible llegar más lejos? Ahí radica su duda y su búsqueda cautelosa.
Entre los discípulos debió darse una cierta agitación cuando ven llegar a Nicodemo. Jesús era aceptado por la gente sencilla, también por algunos importantes como Jairo, que era arquisinagogo en Cafarnaúm; pero la mayoría de la gente importante y las autoridades, sobre todo de Jerusalén, no se pronunciaban en público sobre la mesianidad de Jesús, y en privado muchos le contradecían más o menos declaradamente. Los discípulos pensarían que por fin se abría paso entre los importantes el mensaje y la persona de Jesús. Un rayo de luz y alegría iluminaría sus corazones. Conocían ya algo lo difícil que sería la aceptación de Jesús por parte del alto estamento de la sociedad judía, pero no lo conocían todo, Jesús se lo desvelará.
Pertenecía Nicodemo al Sanedrín y a la secta de los fariseos. En tiempos del Señor el Sanedrín tenía una gran importancia, era como el Tribunal Supremo. Es cierto que la autoridad suprema pertenecía a los romanos, y que el rey Herodes tenía unos determinados poderes, pero la autoridad religiosa, que también era jurídica en muchas cuestiones pertenecía al Sanedrín. Nicodemo tendría una información de primera mano en las más importantes cuestiones y habría decidido cosas de transcendencia en muchas ocasiones. Por otra parte era fariseo, es decir, pertenecía al grupo de personas más estrictamente cumplidores de la ley y más espirituales; no como los saduceos que eran más materialistas y oportunistas en cuestiones políticas, o como los herodianos que defendían el poder del rey vasallo de Roma que era Herodes; pero tampoco eran extremistas políticos como los celotes, o extremistas religiosos como los esenios. Sabía bien lo que preguntaba, y sabía bien lo que se jugaba acercándose a Jesús.
Los fariseos en su conjunto se oponían a Jesús porque les enfrentaba con su conciencia ante Dios. Eso les molestaba de una manera especial, porque se atribuían la exclusividad en interpretación de la ley y querían ser considerados como el prototipo de la fidelidad a la ley de Dios, y, por otra parte los defectos de muchos de ellos eran manifiestos. Nicodemo, sin embargo, conocería bien sus pecados ocultos y quizá se daba cuenta de lo falso de muchas de sus actitudes. Si era sincero, como así parece por su conducta posterior, aprobaría las críticas del Señor al fariseísmo.
Estas críticas se pueden resumir en la hipocresía , pero se pueden concretar más. Jesús dice a los que le escuchan que si vuestra justicia no supera a la de los escribas y fariseos no entraréis en el reino de los cielos [291], eso equivale a acusar a los fariseos de incumplimiento de la ley de Dios, lo cual es muy fuerte para los que alardeaban de ser los más fieles cumplidores de ella. La avaricia parece ser otro de los defectos comunes entre ellos, ya que cuando Jesús enseñaba que no podéis servir a Dios y a las riquezas, oían estas cosas los fariseos, que son avaros y se mofaban de él[292]. Su hipocresía queda gráficamente descrita por Jesús cuando les dice vosotros los fariseos limpiáis la copa y el plato por fuera, pero vuestro interior está lleno de rapiña y maldad[293], palabras que se completan con el llamarles sepulcros blanqueados. Jesús podría sacar a la luz pública en cualquier momento sus defectos. La raíz mala corruptora de la doctrina de los fariseos era que su corazón está lejos de Dios ( ) enseñando preceptos humanos[294] y que son guías ciegos[295], por ello oran de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas para ser vistos de los hombres[296], y cosas semejantes. Un ejemplo claro se advierte cuando con cinismo le presentaron a la mujer adúltera para que la condenase o quedase mal ante el pueblo, Jesús contesta diciendo que el que no tenga pecado tire la primera piedra, y se fueron todos temiendo la mirada y la palabra del Señor que podía descubrir en público sus pecados.
Con este contexto, se entiende mejor la conversación de Nicodemo con Jesús. La introducción está llena de respeto y delicadeza, pero Jesús supera de inmediato las amabilidades corteses y va a lo hondo; necesita golpear con fortaleza para ver si sus palabras son sinceras, o son suaves por fuera, pero falsas por dentro. De hecho en otras ocasiones le preguntaron con suavidad similar escondiendo malicia, como cuando le hacen la capciosa pregunta sobre el tributo al Cesar pregunta que parecía imposible resolver sin caer en alguna contradicción. Jesús contestará a Nicodemo en dos niveles: primero hablando de una vida nueva, luego, cuando ve que no entiende, eleva su mirada haciéndole ver que su ciencia era muy poca y que necesita humildad para entender las verdades divinas.
Así fue la respuesta del Señor: En verdad, en verdad te digo que si uno no nace de nuevo, no puede ver el Reino de Dios[297]. Jesús centra su respuesta en la salvación que ha venido a traer. La nueva vida es una victoria sobre el pecado. San Juan de la Cruz comentando esa superación de las apetencias egoístas y las inclinaciones de la soberbia para poder ir entendiendo a Dios dice por eso se ha de desnudar el alma ( ) de su entender, gustar y sentir, para que echando todo lo que es disímil y disconforme con Dios, venga a recibir semejanza de Dios ( ); y así se tranforma en Dios [298].
Nicodemo no entiende la respuesta del Señor pues responde ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Acaso puede entrar otra vez en el seno de su madre y nacer?[299]. Es patente en esta respuesta la dificultad de Nicodemo para entender las palabras espirituales de Jesús. Su interpretación es humana. Quizá pensaba en las objeciones a la reencarnación defendida por los hindúes en el lejano Oriente y por los órficos y los pitagóricos y casi todos los grandes filosófos griegos en Occidente. La respuesta parece la típica de un intelectual acostumbrado a la discusión defensor de la unidad del ser humano. Lo seguro es que no entiende que se pueda dar un nuevo nacimiento eterno y espiritual.
Jesús se lo aclara más a través de ejemplos. En verdad, en verdad te digo que si uno no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo nacido de la carne, carne es; y lo nacido del Espíritu, espíritu es. No te sorprendas de que te he dicho que os he dicho que es preciso nacer de nuevo. El viento sopla donde quiere y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va, así es todo nacido del Espíritu[300]. Jesús habla de algo conocido por Nicodemo: el bautismo con agua de Juan. Este bautismo era un símbolo a través del cual movía a penitencia a los que se acercaban a él; les movía a arrepentirse de sus pecados. Pero al añadir que el nacimiento es del agua y del espíritu le dice que se va añadir algo nuevo: la acción de Espíritu. Dios concederá con el nuevo bautismo el perdón pedido, y lo hace al modo divino, ya que no sólo perdona el pecado, sino que además eleva al hombre a la vida divina. La respuesta va precisando lo que quiere decir Jesús con la imagen del nuevo nacimiento.
Nicodemo manifiesta a Jesús que no le entiende ¿Cómo puede ser esto?. San Agustín explica esta incomprensión diciendo Nicodemo no saboreaba todavía ni este espíritu ni esta vida ( ). No conoce otro nacimiento que el de Adán y Eva, e ignora el que se origina de Cristo y de la Iglesia. Sólo entiende la paternidad que engendra para la vida. Existen dos nacimientos; más él sólo tiene noticia de uno. Uno es de la tierra y otro es del Cielo; uno de la carne y otro del Cielo; uno de la carne y otro del Espíritu; uno de la mortalidad, otro de la eternidad; uno de hombre y mujer, y otro de Cristo y la Iglesia. Los dos son únicos. Ni uno ni otro se pueden repetir [301].
Los judíos no tenían el concepto de gracia, ya que se elaboró después en la Iglesia para poder entender mejor lo que Jesús anunciaba; pero sí empleaban la noción de soplo o de viento para explicar la acción de Dios que es Espíritu. Esa acción espiritual produciría un cambio interior en el hombre. Pero Nicodemo no entendió las palabras de Jesús ni cuando utiliza términos que están a su alcance.
Existía un muro en Nicodemo para que entendiera las palabras del Señor y las aceptase. Era el muro de los prejuicios farisaicos, llenos de autosuficiencia. Era el muro de la visión humana poco abierta a lo sobrenatural. No en vano se dice que la soberbia intelectual es la más difícil de vencer. Era preciso destruir ese muro. Entonces Jesús emplea unas palabras aparentemente duras. Le dice ¿Tú eres maestro de Israel y lo ignoras?. Es como decirle: no basta toda tu ciencia de maestro de Israel, ni siquiera tu buena voluntad, es necesario superar una barrera nueva. Jesús está llamando ignorante a uno de los más sabios del momento. Estas palabras podían ser recibidas mal por Nicodemo y decirle con arrogancia que él era sabio oficial, mientras que Jesús era un artesano sin estudios pues no ha frecuentado ninguna de las grandes escuelas de Israel: sería la reacción del orgullo. Pero no incurre en ella Nicodemo, porque busca sinceramente la verdad, le pesa demasiado el fardo de las interpretaciones sin vida, muy eruditas quizás, pero muertas o poco espirituales, sabe que ese modo de pensar le frena para poder entender.
Para recibir la palabra de Dios es necesaria la humildad de los sencillos. Eso es lo que pretende Jesús:la busqueda con humildad de la luz de Dios. Todo el que es de la verdad oye mi voz, dirá en sus discusiones en el Templo. No basta la inteligencia para creer y comprender el mensaje divino, es necesaria la humildad de la voluntad y el deseo de la verdad completa. Convenía superar el muro de la hipocresía, del legalismo, de la utilización de lo religioso con fines temporales, de la avaricia, de la impureza, es decir, es necesario convertirse y estar dispuesto a amar a Dios sobre todas las cosas de verdad. Quizá estos defectos influían sólo indirectamente en Nicodemo, pero estaban ahí, e impedían el paso a la luz sobrenatural y verdaderamente espiritual.
Jesús le aclarará que ahí está la raíz del rechazo de sus amigos fariseos y del conjunto del Sanedrín. Necesitan convertirse con humildad y rechazar el pecado: En verdad, en verdad te digo que hablamos de lo que sabemos, y damos testimonio de lo que hemos visto, pero no recibís nuesto testimonio. Si os he hablado de cosas terrenas y no creéis, ¿cómo ibais a creer si os hablara de cosas celestiales? Pues nadie ha subido al Cielo, sino el que bajó del Cielo, el Hijo del Hombre. Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es preciso que sea levantado el Hijo del Hombre, para que todo el que crea tenga vida eterna en él [302] .
Creer no es una consecuencia de la lógica o un fruto exclusivo del entendimiento humano. Creer es un acto del hombre entero que asiente a la palabra y a la luz de Dios, de ahí lo difícil que resulta a los soberbios y lo sencillo que es para los humildes. San Agustín decía que creer es pensar con asentimiento, con esta expresión resumía que en el acto de fe actúa tanto la inteligencia como la voluntad, es más, el último momento psicológico de la fe está en la voluntad pues decide el asentimiento del entendimiento en un juicio. Santo Tomas de Aquino dice que la fe es un acto del entendimiento, que asiente a una verdad divina por el imperio de la voluntad movida por la gracia divina [303], y añade la acción de la gracia como necesario para creer.
El concilio Vaticano II recoge esta doctrina diciendo que para profesar la fe es necesaria la gracia de Dios que previene y ayuda, y los auxilios internos del Espíritu Santo, que mueve el corazón y le convierte a Dios, abre los ojos de la mente y da a todos la suavidad en el aceptar y creer la verdad [304]. La gracia no le faltó a Nicodemo, pero era necesaria su respuesta, y para ello necesitaba un asentimiento que reuniese humildad y mente abierta.
¿Creyó entonces Nicodemo? Parece que sí, pues su conducta posterior en el Sanedrín y en la crucifixión lo revelan como discípulo de Cristo. Jesús utilizó argumentos que le eran muy familiares. Le dice que el Hijo del Hombre será elevado como la serpiente en el desierto (cfr. Num 21,8-9). ¿Qué ocurrió en el desierto? que el pueblo elegido se rebeló murmurando contra Dios porque desconfiaba de su poder, y fue castigado con las picaduras de serpientes, pero la misericordia divina concedió a Moisés que al colocar una serpiente de metal en el campamento el que la mirase quedase curado. Con estas palabras le hablaba de un signo similar que sería la Cruz. Antes le habla de la humildad de Dios que baja del Cielo para que el hombre pueda superar el estado de pecado y de postración. Ahora le habla de un nuevo acto de humillación semejante al de la serpiente, ya que tendrá frutos de curación y de misericordia, pero sólo para los que quieran mirar, y eso sólo es posible por la humildad.
Es admirable contemplar la actitud del Señor en esta conversación. Jesús dialoga con todos, se pone a su nivel. Habla al pueblo sencillo con parábolas pues los ejemplos son más comprensibles; el uso de la imaginación les era más accesible que la utilización de la mente abstracta. Con los discípulos profundiza más según van progresando en su entendimiento de las realidades sobrenaturales. Con los intelectuales como Nicodemo utiliza un lenguaje más elaborado. Cuando le ponen cuestiones difíciles las resuelve con una lucidez que a todos sorprende. Jesús está abierto siempre al diálogo, pero con autoridad, no buscando un punto medio donde confluyan opiniones diversas, sino dando la Verdad.
La mayoría de los discípulos no seguían a Jesús físicamente -como es natural-, le seguían en el corazón por la fe. Este debió ser el caso de Nicodemo, que entraría pronto en contacto con José de Arimatea miembro también del Sanedrín. No sabemos si existían más seguidores silenciosos de Jesús en el Sanedrín, quizá sí los hubo, pero los evangelios sólo nos hablan de estos dos.
A veces se ha interpretado la visita de Nicodemo a Jesús de noche como si fuese un acto de miedo a sus compañeros fariseos; pero no me parece que sea así. Aunque el interior de las personas suele ser muy complejo,y no es improbable un cierto temor, es más probable que predominase la prudencia. Nicodemo pensaría que si llegaba a la conclusión de que no debía creer en Jesús ¿para qué exponerse a críticas innecesarias?. Y si creía en Jesús le podía ayudar más permaneciendo dentro del Sanedrín, que marchando y manifestando su disconformidad con la mayoría desde fuera.
Así sucedió en la fiesta de los Tabernáculos después de haber pasado un buen tiempo del encuentro con Jesús aquella bendita noche. La multitud estaba fuertemente dividida ante Jesús unos decían: Este es verdaderamente el Profeta. Otros: Este es el Cristo. En cambio otros replicaban: ¿Acaso el Cristo viene de Galilea? ¿No dice la Escritura que el Cristo viene de la descendencia de David y de la ciudad de Belén de donde viene David?[305]. No costaba mucho hacer una averiguación sobre María y José, e incluso investigar lo sucedido en Belén, pero el apasionamiento no admite estudios serios de la verdad.
En el Sanedrín se reprodujo la discusión que se desarrollaba entre la multitud.La mayoría decía ¿Acaso alguien de las autoridades o de los fariseos ha creído en él? Pero esta gente que desconoce la ley, son unos malditos[306]. No se molestan en mirar si algún fariseo cree en él sin presiones ni coacciones, y como Jesús demuestra una y otra vez, tampoco conocen la ley. Pero en este caso es Nicodemo el que sale en defensa del Señor pues les dijo ¿Es que nuestra ley juzga a un hombre sin haber oído antes y conocer lo que ha hecho? Le respondieron: ¿También tú eres de Galilea? investiga y te dará cuenta que ningún profeta surge de Galilea[307].
Y se volvió cada uno a su casa. Es fácil imaginar el estado de ánimo de los que se separaban para acudir a sus casas. Nicodemo iría apesadumbrado de la dureza de corazón de sus compañeros. Los demás murmurarían de él, aunque el argumento que les da no cayó en saco roto, ya que el jueves Santo hicieron un simulacro de juicio para poder decir que se cumplía la ley, aunque estuviesen ofendiendo a Dios claramente y actuando contra la misma letra de la ley.
En aquellos momentos tan agitados de la Semana Santa hay un aspecto que permite vislumbrar el alma de Nicodemo: sus argumentos son serenos y muy pensados. No ofende a nadie con insultos o con recriminaciones más o menos verdaderas. Se da en él la fortaleza de la verdad, pero no hay fanatismo, y mucho menos odio. Jesús insistía que toda la ley de Dios se reduce en amarle con todo el corazón, y que este amor debía extenderse a los demás, también a los que se manifestaban como enemigos. ¿Se había dado ya este paso en Nicodemo? Así lo parece, pues se ve en sus palabras más un ánimo de convencer que de vencer o destruir. Nicodemo, posiblemente respaldado por José de Arimatea, da la cara en público según su condición de conocedor de la ley y con la responsabilidad de pertenecer a las autoridades del pueblo elegido. No sería fácil esta defensa porque le comprometía. Muchos pensarían que se habría dejado convencer por el galileo, y el fantasma de la duda rondaría alrededor suyo a partir de entonces. ¿Será Nicodemo discípulo del galileo se dirían muchos? ¿Cree un fariseo del Sanedrín en Jesús? Es lógico pensar que algunos se sentirían animados a enterarse mejor sobre la persona de Jesús y quizá creer en El; pero otros tratarían a Nicodemo con el odio que ya tenían a Jesús, y que cada vez se manifestaba más violento.
Si observamos la conspiración para detener a Jesús, -juzgarle de un modo sumario y conseguir del Procurador romano su muerte-, vemos como Nicodemo tiene algo que ver en el modo de la intriga.
La conjura consistía en enterarse a través de un traidor pagado de un lugar donde se le pudiese detener sin que el pueblo pudiese salir en su defensa. Tras reunirse de madrugada unos cuantos del Sanedrín en casa de uno de ellos, no en el lugar legal, buscan testigos falsos y amañados para condenarle. Después, antes de que el pueblo se entere, lo llevan al Procurador romano con argumentos capciosos para engañarle y conseguir que firmase su pena de muerte. En pocas horas estaba arreglado el enojoso asunto del galileo. No les convenía que Nicodemo estuviese presente en cada uno de los pasos de la conspiración, o al menos en los más importantes. Ni les interesaba que supiese quien era el traidor, pudiendo así avisar a Jesús sobre el momento de la detención, tampoco convenía que estuviese en la parodia de juicio, aunque esto era menos importante, pues con una mayoría bien preparada se conseguía igual el efecto de condenar al inocente.
Los hechos sucedieron como había sido premeditados, quizá con la sorpresa de que Jesús no hiciese un milagro, ni que los suyos no defendiesen casi a su Maestro. Entre la detención y la condena transcurrieron menos de doce horas. Se consumó la sentencia hacia las doce del mediodía, cuando se realizaba en el Templo en sacrificio oficial del Cordero Pascual. Hacia las tres de la tarde muere Jesús en la Cruz. Aquí aparece de nuevo Nicodemo junto a José de Arimatea, éste rogó a Pilato que le dejara retirar el cuerpo de Jesús. Y Pilato se lo permitió. Vino, pues, y retiró su cuerpo. Nicodemo, el que había ido antes a Jesús de noche, vino trayendo una mezcla de mirra y áloe, como de cien libras. tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en lienzos, con los aromas, como es costumbre dar sepultura entre los judíos. En el lugar donde le crucificaron había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo en el que no había sido sepultado nadie, como era la Parasceve de los judíos y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús [308].
La actuación de Nicodemo y de José de Arimatea es valiente. El estado de tensión y de enfrentamiento era total- lleno de mentiras y de violencia, hasta la muerte del Jefe- hace comprensible que si los subordinados dan la cara se les haga seguir la misma suerte que Jesús, o peor. Nicodemo y José se estaban jugando la vida con el acto piadoso de enterrar el cuerpo muerto del Señor con el fin de evitar que se corrompa en la cruz, o lo tiren a la fosa común. Lucas aclara que José de Arimatea no ha consentido en la condena, ni en lo que os otros han ejecutado[309], es decir ha sido también valiente durante el simulacro de juicio.
Hubiera sido muy fácil lamentarse y quedarse en casa para evitarse complicaciones. Nicodemo y José de Arimatea -discípulos ocultos de Cristo- interceden por El desde los altos cargos que ocupan. En la hora de la soledad, del abandono total y del desprecio , entonces dan la cara audacter (Mc 15,43) , ¡valentía heroica! [310] .
La valentía heroica de Nicodemo y José contrasta con la actitud temerosa del primer encuentro con Jesús, cuando el primero acude de noche a hablar con el Señor. La fe ha crecido en ese tiempo, y con ella desaparecen los temores; ¿qué puede temer el que sabe en el bando del Salvador del mundo?. Pero los temores no eran infundados. Era fácil que los matasen, más aún por los cargos que detentaban pues les convertían a los ojos de los conspiradores en presuntos cabecillas de una revuelta en favor del nazareno. Su fe fue más audaz que la de los mismos Apóstoles.
Los hechos debieron suceder del siguiente modo: Jesús muere hacia las tres de la tarde. Un poco antes, o un poco después, Nicodemo y José acuden a Pilato. Es entonces cuando se hace aquella extraña noche sin sol al mediodía, tembló la tierra y se abrieron los sepulcros. Muchos de los que se burlaban y escarnecían a Jesús huyen despavoridos. Permanecerían allí María, Juan, las santas mujeres rezando, y los soldados muy a pesar suyo. Entonces irían Nicodemo y José de Arimatea a realizar aquel acto de caridad con el difunto.
La fe de Nicodemo y de José de Arimatea es audaz, pero con una audacia que ya ha sido formada por Cristo. Su audacia es superación del temor a la muerte, pero también del deseo de venganza. No les hubiera sido difícil organizar un grupo de hombres armados y tomarse la justicia por su mano. Esto se ha dado muchas veces en la historia. Nicodemo y José actúan de otro modo, no se erigen en jueces de los asesinos. Saben que Jesús ha dejado que se consumara su muerte convirtiendo el asesinato en un sacrificio redentor. Jesús podía haberse defendido o permitir que los ángeles le defendiesen, pero no lo hizo. ¿Debían ellos seguir otro camino que el escogido por el Maestro? Ellos se unen a ese sacrificio protegiendo el cuerpo de Jesús que es la Víctima del Sacrificio. Desclavan el cuerpo de la cruz, lo limpian, lo ungen con mirra y áloes, aunque no llegan a embalsamarlo por la premura del tiempo, lo envuelven en una sábana, rodean la cabeza con un sudario y lo llevan a un sepulcro nuevo abierto en la roca.
Es significativa la cantidad de perfumes para ungir el Cuerpo del Señor, unas cien libras, es decir, varios kilogramos. ¿Por qué tanto?, porque le quieren y la pobreza debe ser magnánima, no miseria. El pobre de espíritu debe ser sobrio en sus cosas personales y desprendido de las que usa; pero conviene que sea magnánimo cuando lo manda el amor, y, sobre todo el amor a Dios. En este caso se trata de un amor que, además, es desagravio por la crueldad y el odio con que había sido tratado el divino Cuerpo de Nuestro Señor. Nicodemo y José de Arimatea demuestran una vez más que han entendido a Jesús.
Es bueno para el cristiano subir a la cruz con Nicodemo, José de Arimatea y Juan, para ayudar a desclavar el cuerpo de Jesús y descenderlo. Yo subiré con ellos al pie de la Cruz, me apretaré al Cuerpo frío, cadáver de Cristo, con el fuego de mi amor , lo desclavaré con mis desagravios y mortificaciones , lo envolveré con el lienzo de mi vida limpia, y lo enterraré en mi pecho de roca viva, de donde nadie me lo podrá arrancar, ¡y ahí, Señor, descansad! [311]. Estas palabras del Beato Josemaría marcan un buen sendero para imitar audazmente los pasos de aquellos discípulos del Señor en cualquier momento de la vida. Vale la pena hacer actos de desagravio y de penitencia para limpiar el cuerpo de Cristo manchado por los pecados de los hombres, los nuestros también.
Antes del entierro, y quizá antes de la limpieza, entregan el Cuerpo de Jesús a su Madre. Ella le ha visto morir, estuvo mirando el Cuerpo exangüe de su Hijo, contemplaría con dolor como le quitan los clavos, aunque lo hiciesen con toda la delicadeza posible. Después se abraza al Cuerpo de su divino Hijo. La lágrimas de la Madre se derraman sobre la sangre del Hijo. Sangre y lágrimas unidas como lo estaban sus corazones. ¿Quién no se conmoverá al ver su dolor?. María besaría sus llagas, heridas hondas y mortales, le arreglaría los cabellos, le limpiaría quizá como cuando era un Niño en sus brazos. Es fácil imaginar la fuerza de sus palabras cuando dijese: ¡Jesús! ¡Hijo mío!, aunque no se quejase diciendo ¿por qué?, pues bien sabía Ella el por qué.
Con esfuerzo separarían a María del Cuerpo de Jesús, eran las seis o las siete de la tarde, anochecía. Debían cumplir el descánso de sábado. Lo llevan al sepulcro y lo cierran con aquella gran piedra. Sólo los que han visto tapar la sepultura de un ser querido pueden comprender el sentimiento de todos, especialmente el de María. Tienen fe, pero duele la separación. Tienen caridad, pero el pecado que ha causado tanto mal hiere; tienen esperanza, pero la voluntad debe levantar el ánimo que llora.
Y se van. Nada más sabemos de Nicodemo y de José de Arimatea. Pero hemos contemplado el cambio interior de dos buscadores de la Verdad, que se han encontrado con Jesús.
Han renacido a una vida nueva y han mirado al que sido levantado a lo alto y han recibido la salvación de Jesús. Sólo nos cabe imaginar el gozo con que vivirían la Resurrección de Jesús y la venida del Espíritu Santo, pero para ellos lo difícil estaba hecho.
Imagen: Cofradía del Santo Entierro de Escacena del Campo, Huelva, España
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