Por: . | Fuente: Vatican.va
Fundadora del Instituto de las
Hermanas de los Sagrados Corazones de Jesús y María
Martirologio Romano: En Génova, de la Liguria, en Italia, beata Eugenia Ravasco, virgen, que fundó el Instituto de las Hermanas Hijas de los Sagrados Corazones de Jesús y María, a las que encomendó la educación de niñas y el cuidado de enfermos y de la infancia menesterosa (1900)
Etimología: Eugenia = Aquella de noble cuna, es de origen griego.
Nació en Milán el 4 de Enero de 1845, la tercera, entre seis hijos del banquero genovés Francisco Mateo y de la noble Carolina Mozzoni Frosconi.
Fue bautizada en la Basílica de Santa María de la Pasión, con los nombres de Eugenia, María. La familia, acomodada y religiosa, le ofreció un ambiente rico de afecto, de fe y educación refinada.
Luego de la muerte prematura de dos hijos pequeños y de su joven esposa, el padre regresó a la Ciudad de Génova, llevando consigo al primogénito, Ambrosio y a la menor, Elisa, quien contaba apenas año y medio de edad.
Eugenia permaneció en Milán con la hermanita Constancia, confiada a los cuidados de la tía Marieta Anselmi, quien, como verdadera madre, la acompañó en su crecimiento, educándola con amor pero también con firmeza. Eugenia, vivaz y expansiva, en su infancia la consideró su verdadera madre y demostró hacia ella un afecto muy tierno.
En 1852 decidieron fuera a vivir a Génova con su familia. La separación de su tía le causó un dolor muy hondo, a tal punto que enfermó. En Génova, desde entonces su ciudad adoptiva, encontró nuevamente a su padre y a los dos hermanos; conoció al tío Luis Ravasco, quien tanto aportó a su formación; a la tía Elisa Parodi y a sus diez hijos con quienes convivió durante algún tiempo. De manera especial se encariñó a su hermana menor, Elisa, reservada y sensible, estableciendo con ella una profunda sintonía espiritual.
Al cabo de tres años, en marzo de 1855, falleció también su padre. Luis Ravasco, banquero y cristiano convencido, se responsabilizó de los tres sobrinos huérfanos cuidando de su formación: confió a una Institutriz cualificada las dos niñas. Eugenia de carácter vivaz y exuberante sufrió bastante bajo el régimen severo adoptado por la señora Serra, pero supo aceptarlo con docilidad.
El 21 de junio de 1855, en la Iglesia de San Ambrosio (hoy Iglesia de Jesús) en Génova, a los 10 años, recibió la primera Comunión y la Confirmación luego de una atenta preparación realizada por el Canónigo Salvador Magnasco. Desde ese día se sintió atraída por el misterio de la presencia Eucarística, de tal manera que no pasaba delante de ninguna Iglesia sin entrar para adorar el SSmo. Sacramento. El culto a la Eucaristía es en efecto uno de los goznes de su espiritualidad, junto al culto de los Corazones de Jesús y de María Inmaculada. Movida por una compasión connatural hacia los que sufren, desde su adolescencia donó abundantemente y de todo corazón a los necesitados, muy contenta de hacer sacrificios personales para lograrlo. En diciembre de 1862, la joven Eugenia perdió también el apoyo del tío Luis, quien había sido para ella más que padre. Recibió de Él no solamente la herencia moral de grande rectitud, coherencia cristiana y gran liberalidad hacia los pobres, sino también la responsabilidad de la familia, ahora en las manos de administradores no siempre fieles. No se acobardó. Confiando en Dios y aconsejada por el canónigo Magnasco, futuro Arzobispo de Génova, y por sabios abogados, tomó las riendas de los negocios de familia. Lamentablemente no logró salvar al hermano del camino extraviado por el que estaba marchando y que lo llevó a un extremo degrado moral y físico. Fue éste uno de los mayores sufrimientos para la Madre y una grande prueba para su Fe. En este mismo período la tía Marieta inició los preparativos para conseguir para la sobrina un brillante porvenir de esposa. Pero Eugenia oraba ardientemente en su corazón, para que Dios le mostrara el verdadero camino por donde deseaba llevarla. Tenía aspiraciones más elevadas. El 31 de mayo de 1863, en la Iglesia de Sta. Sabina en Génova, en donde entrara para saludar a Jesús Eucarístico, mediante las palabras del Misionero P. Jacinto Bianchi, quien estaba en ese momento dirigindose a los fieles, Eugenia Ravasco recibió la invitación divina a consagrarse para hacer el bien por amor al Corazón de Jesús. Fue el acontecimiento que iluminó su futuro y cambió su vida. Bajo la guía del Director espiritual, ella se puso sin reservas a disposición de Dios, consagrándole a Él, a su gloria y al bien de las almas, sus energías de inteligencia y de corazón y el patrimonio heredado de los suyos: Este dinero acostumbraba repetir no es mío, sino del Señor, yo soy solamente la depositaria (cfr. Positio C.I., 70)
Soportó con fortaleza las protestas de los parientes, las críticas y el desprecio de las damas de su misma clase social e inició con valor a hacer el bien a su alrededor. Dio clases de catecismo en su Parroquia, N.S. del Carmen; colaboró con las Hijas de la Inmaculada en la Obra de S. Dorotea, como asistenta de las niñas del barrio, enseñó costura y bordado. Como Dama de Caridad de S. Catalina en Portoría, asistió a los enfermos en el Hospital de Pammatone y de los Crónicos; visitó a los pobres en sus casas, llevando el consuelo de su caridad. Sentía una grande pena viendo a tantos niños y jovencitas abandonados a sí mismos, en medio de toda clase de peligros y totalmente ignorantes de las cosas de Dios.
El 6 de diciembre de 1868, a los 23 años, fundó la Congregación religiosa de las Hijas de los Sagrados Corazones de Jesús y de María, con la misión de hacer el bien especialmente a la juventud. Se iniciaron así las escuelas, la enseñanza del catecismo, las asociaciones, los oratorios; el proyecto educativo de la Madre Ravasco consistía en educar a los jóvenes y formarlos a una vida cristiana activa y abierta, para que fueran honestos ciudadanos en medio de la sociedad y santos en el cielo; educarlos a los valores trascendentes y al mismo tiempo a la lectura de los acontecimientos en perspectiva histórico-salvífica. Les propuso la santidad como meta de la vida.
En 1878, en un período de abierta hostilidad a la Iglesia y de laicización de la vida social, Eugenia Ravasco, atenta a las necesidades de su tiempo, dio inicio a una Escuela Normal femenina, con la finalidad de darle a las jóvenes una instrucción orientada cristianamente y de preparar maestras cristianas para la sociedad. Para llevar a cabo esta obra, pupila de sus ojos, se enfrentó con fortaleza y confiando en Dios sólo, a los ataques venenosos de la prensa de opinión laicista.
Encendida de caridad ardiente a imitación del Corazón de Jesús y animada por la voluntad de ayudar a su prójimo, de acuerdo con los Párrocos, organizó Ejercicios Espirituale, Retiros, Ceremonias religiosas y Sagradas Misiones Populares, hallando un grande consuelo viendo a muchos corazones que retornaban a Dios para encontrar su misericordia mediante la oración, el canto litúrgico y los Sacramentos. Oraba: Corazón de Jesús, concededme porder hacer este bien y niguno otro, en todas partes.
Soñaba con poder ir a Misiones, pero ello no se concretizó sino después de su fallecimiento. Promovió el culto del Corazón de Jesús, de la Eucaristía, del Corazón Inmaculado de María; organizó Asociaciones para las Madres de Familia, tanto pobres como acomodadas; a estas últimas propuso ayudar a las jóvenes necesitadas y proveer a las Iglesias pobres. Alcanzó con su caridad a los moribundos, encarcelados, los lejanos de la Iglesia. Vivió de fe, de oración, de sufrimiento, de abandono en la Voluntad de Dios.
En 1884, junto con otras cohermanas, Eugenia Ravasco hizo su Profesión Perpetua. Siguió entregada al desarrollo y fortalecimiento del Instituto, el cual, aprobado por la Iglesia Diocesana en 1882, obtendrá la aprobación pontificia en 1909. Fundó algunas Casas Filiales que visitó no obstante su poca salud. Guió la Comunidad con amor, prudencia y la mirada hacia el futuro, considerándose la última de las hermanas. Trabajó para mantener encendida en sus hijas la llama de la caridad y grande celo para la salvación del mundo, proponiéndoles como modelos los Corazones SS.mos de Jesús y de María. Arder en el deseo del bien ajeno, especialmente de la juventud fue su ideal apostólico; Vivir abandonada en Dios y en las manos de María Inmaculada fue su programa de vida.
Purificada por la prueba de la enfermedad, de la incomprensión y del aislamiento dentro de la misma Comunidad, Eugenia Ravasco nunca desistió de actuar con pasión evangélica para la salvación de las almas, especialmente de la juventud de toda edad y condición social. En 1892, un año después de la Encíclica Rerum Novarum de S.S. el Papa León XIII, quiso construir un edificio en la plaza de Carignano, en Génova, para hacer de él la Casa de las Obreras: las jóvenes, quienes trabajaban en las fábricas y en los talleres de artesanía, hallarían en el un hogar seguro y la posibilidad de una formación cristiana. En 1898, para las jóvenes que trabajaban a servicio de las familias, fundó la Asociación de Sta. Zita; al mismo tiempo construyó el pequeño teatro para los momentos recreativos de las jóvenes del Oratorio y de las numerosas Asociaciones que estaban organizadas en el Instituto, convencida de que la alegría es la atmósfera educativa más eficaz: Estad alegres acostumbraba repetir divertios, pero santamente... y a las religiosas: Vuestro gozo atraiga otros corazones para alabar a Dios (de sus escritos).
Consumida por la enfermedad Eugenia Ravasco falleció en Génova en vísperas de cumplir sus 56 años de vida, en la Casa Madre del Instituto, en la madrugada del 30 de diciembre de 1900.
Os dejo a todas en el Corazón de Jesús fueron sus palabras de despedida de las hijas y de sus queridas jóvenes.
En 1948 S. E. Mons. José Siri, Arzobispo de Génova, da inicio al Proceso Diocesano. El 1 de julio del 2000, año Jubilar, el S. Padre Juan Pablo II reconoce la heroicidad de sus virtudes. El 5 de julio del 2002 el mismo S. Padre Juan Pablo II firma el Decreto de aprobación del milagro la curación de la niña Eilen Jiménez Cardozo de Cochabamba (Bolivia) obtenido por intercesión de Madre Eugenia Ravasco.
Fue beatificada el 27 de abril de 2003 por S.S. Juan Pablo II.
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