Teobaldo Roggeri, Beato

1:00 a.m.
Martirologio Romano: En la ciudad de Alba, en el Piamonte, beato Teobaldo, que por amor a la pobreza dio todo su dinero para socorrer a una viuda y, trabajando como mozo de cuerda, por humildad llevó las cargas de los demás. ( 1150)

Fecha de beatificación: Culto Confirmado por el Papa Gregorio XVI en el año 1841.



A Teobaldo Roggeri se le honra en todo el Piamonte como patrón de los zapateros remendones y los cargadores, pero con particular devoción en Vico, el lugar donde nació, y en Alba, la población donde pasó la mayor parte de su vida. Sus padres eran personas acomodadas que le dieron una buena educación; pero el respeto que se dispensaba a la buena posición de su familia, le parecía a Teobaldo incompatible con las condiciones de humildad que debe observar todo buen cristiano. Por ese motivo abandonó el hogar y fue a vivir en la ciudad de Alba, donde fue admitido en el taller de un zapatero para aprender el oficio. Se desempeñó con tanta honradez y destreza, que su amo, en el lecho de muerte, le pidió que se casara con su hija única y siguiera al frente del negocio como dueño. Como Teobaldo no quería apenar a un anciano con sus horas contadas, le dio una respuesta rápida y evasiva que él pudiera tomar como afirmativa; pero no eran esos los planes del piadoso joven que había hecho votos de guardar la castidad y, tan pronto como su amo fue sepultado, se despidió de la viuda, entregándole todas sus ganancias para que las distribuyera entre los pobres, y partió.

Sin ningún bien en este mundo, atenido a las limosnas que recibía, emprendió una peregrinación a Santiago de Compostela. De regreso en Alba, no trató de reanudar su oficio de zapatero, sino que buscó la labor más penosa y dura que pudiera realizar y se ofreció a cargar las bolsas de cereales y otras mercancías. Desde entonces vivió en las calles y las plazas, junto a los mendigos y los menesterosos de toda especie, para quienes era como un ángel de consuelo. Invariablemente, las dos terceras partes de todo lo que ganaba, eran para sus pobres. A pesar de la naturaleza agobiante de su trabajo, practicaba con frecuencia ayunos y otras austeridades; hasta el día de su muerte, durmió siempre sobre el duro suelo. A fin de expiar la culpa de haber proferido una maldición cuando otro hombre lo provocó, se propuso barrer todos los días las naves de la iglesia de San Lorenzo y mantener ardiendo sus lámparas. Se afirma que en su tumba se obraron muchos milagros, lo que dio enorme incremento a su culto.



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