Laureano, Santo

11:58 p.m.
Etimológicamente significa “ laureado, coronado”. Viene de la lengua griega.

El portentoso san Laureano, arzobispo de Sevilla y glorioso mártir de Cristo, nació de padres nobles en la provincia de Pannonia que ahora llamamos Hungría.


Dejó su patria siendo de poca edad, y fue a Milán donde por misericordia del Señor se hizo cristiano, recibiendo el bautismo de manos del obispo Eustorgio II, y ordenándose de diácono a la edad de treinta y cinco años.


Pasó después a España, guiado por la Providencia, para resistir con su predicación y doctrina a los herejes arrianos que eran muy poderosos y señores de la nación, y perseguían a los católicos.


Muriendo en esta sazón Máximo, arzobispo de Sevilla, por la malicia de los herejes, estuvo vacante aquella cátedra por espacio de dos años, hasta que por común voto de los prelados sufragáneos fue elegido para aquella dignidad el varón de Dios san Laureano, el cual gobernó diez y siete años aquella Iglesia. Mas como los herejes levantasen en Sevilla una grande persecución contra el santo arzobispo, y el mismo rey Theudes que injustamente ocupaba el trono, enviase gente que le matasen, el santo, avisado de todo por un ángel, dijo misa, convocó al pueblo, hizo un largo sermón, y tomando después su báculo rodeó parte de la ciudad, llorando y dando voces diciendo: «Haced penitencia, y mirad que está Dios enojado y tiene levantado el brazo para heriros»- y en efecto, poco después fue reciamente castigada de Dios aquélla ciudad con sequedad, hambre y pestilencia.


Saliendo desterrado de ella el santo obispo, en el camino sanó a un ciego; entró en un navío llegando a Marsella, donde resucitó a un hijo de un hombre principal. De allí pasó a Italia y llegó a Roma, sanando muchos enfermos. En Roma visitó al Sumo Pontífice y consolóse con él; dijo Misa Pontifical delante del Papa el día de la Cátedra de san Pedro, y allí sanó a un viejo que desde niño estaba tullido de pies y manos.


Partió después para visitar el cuerpo de san Martín, en Francia, y tuvo la revelación de que venían por parte del rey Totila algunos soldados con el fin de quitarle la vida. No se turbó el santo, ni se congojó, antes encendido de amor del Señor y deseoso del martirio, salió a buscarles, y encontrándose con ellos en un campo raso, siendo conocido por ellos, dieron en él y le cortaron la cabeza.


Tomáronla y la llevaron al tirano, el cual cuando la vio y supo lo que había pasado, la envió a Sevilla, y con su entrada respiró aquélla ciudad y cesó la sequedad, hambre y pestilencia con que había sido azotada y afligida por el Señor a causa de sus pecados. El cuerpo del santo lo sepultó Eusebio, obispo de Arlés, en la iglesia de la ciudad de Bourges: y el Señor glorificó su sepulcro con innumerables prodigios.



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