Etimológicamente: Eugenio = Aquel que es bien nacido, es de origen griego.
Aunque cristianos, los vándalos eran arrianos, que desdecían de su fe cometiendo, por donde pasaban o se asentaban, una larga serie de atropellos y de crímenes, destruyendo y quemando iglesias y monasterios y torturando a los habitantes.
A Genserico sucedió en el reino Hunerico, quien al principio se mostró moderado con los católicos y, por un pedido del emperador de Constantinopla, permitió que los fieles eligieran libremente sus autoridades eclesiásticas. Para ejercer la dignidad episcopal de Cartago resultó electo Eugenio, cuyo nombre significa "bien nacido". Era un sacerdote estimado por su saber, su piedad y su caritativo celo hacia los pobres.
Eugenio predicó con ardor, defendiendo la fe católica con agudeza y audacia. Realizó numerosas conversiones y se hizo muy popular y Hunerico, que le tenía, le prohibió predicar al público, ordenándole no admitir en su iglesia a ningún súbdito vándalo.
Eugenio replicó que las puertas de la casa de Dios estaban abiertas para todo el que se acercara. Entonces el déspota puso guardias a la entrada de los templos, con orden de torturar a aquellos que no acatasen la prohibición. A los torturados los hacía pasear luego por las calles, como en procesión, a fin de que sirviesen de escarmiento a los otros.
Así llegaron la violencia, los asesinatos y deportaciones. Hunerico mandó organizar una asamblea de obispos católicos y arrianos, para examinar los argumentos de ambas partes. Hablando con Eugenio, le decía: "Así sabremos quién está en la verdad".
Se refiere que en este tiempo Eugenio realizó un milagro, en el cual por su intercesión un ciego, al recibir sobre los ojos agua bendita, recobró públicamente la vista. Los arrianos achacaron el suceso a artes mágicas y lo acusaron de hechicero.
La asamblea reunida resultó una farsa. Obispos católicos desaparecían; otros eran torturados. El pueblo fue espectador de una afligente caravana caminando en el desierto: era Eugenio, seguido por sacerdotes y fieles. En Tripoli, a donde se trasladó, fue puesto bajo la autoridad de un obispo arriano, quién lo trató duramente.
Miles de católico fueron llevados al interior del país, donde cayeron en manos de los moros, que los torturaron y esclavizaron. Murió así todo el clero de Cartago y muchos hombres, mujeres, ancianos y niños.
La muerte sorprendió al rey de los vándalos en el año 484 y Eugenio pudo regresar a su diócesis cuatro años más tarde, para ser desterrado nuevamente tiempo después por Trasimundo. Esta vez se dirigió a las Galias.
Se cree que cerca de Albi, donde reinaba el visigodo Alarico, otro arriano, realizó vida solitaria y se dedicó a escribir contra los errores de los herejes. Allí murió en julio del año 505.
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