No le quedó más remedio que vivir el instante. No pensaba en el pasado nunca.
En el año 419, el emperador Teodosio II le envió como embajador al rey de los Persas. Misión nada fácil. El asunto era el siguiente: ver la manera de convocar un concilio de las iglesia persas. Lo promovía un nestoriano.
A los dos años estalló una guerra entre los dos imperios. Los Bizantinos hicieron 7000 prisioneros.
Tan malos eran que querían dejarlos morir en las cárceles de hambre porque – según comentaban los altos jefes – eran muchos para darles cada día de comer.
Ante esta realidad concreta, el obispo Acacio actuó al instante. Vendió los vasos sagrados de su iglesia para pagar sus rescate y liberarlos. Muchos, en agradecimiento al obispo, se hicieron cristianos.
Al enterarse el rey Persa Bahram V de lo que había hecho Acacio, dejó de perseguir a los cristianos nestorianos de su imperio. Le dieron una nueva misión diplomática para que negociase la paz en el año 422.
¡Felicidades a quien lleve este nombre!
Comentarios al P. Felipe Santos: fsantossdb@hotmail.com
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