Hay nombres que no son propios de nuestra cultura y, sin embargo, en otras abundan mucho.
El joven Hildemar había seguido a Guillermo el Conquistador en todas sus aventuras guerreras por varios lugares de Europa.
En recompensa por su fidelidad y amistad, una vez que conquistó Inglaterra, le dio el cargo de capellán de la corte. Le duró nada más que el tiempo en que estuvo Guillermo en el poder, pues apenas murió, lo perdió.
Entonces, tras llorar la muerte de su amigo, volvió a Tournai (Bélgica), de donde era originario.
Fue en este tiempo cuando se replanteó de nuevo su vida para darle un nuevo giro. En efecto, con dos buenos amigos muy devotos, emprendió una nueva aventura distinta a las otras que había llevado con Guillermo.
Ellos tres se fueron a un bosque en Arrouaise (Somme) con la sana intención de vivir entregados a la oración y a la penitencia como ermitaños.
Ninguno de los tres sabía que este bosque era propiedad de Berenger, un jefe de bandidos y ladrones que asaltaban y robaban cuanto podían.
Durante el tiempo que creyó conveniente, hizo la vista gorda ante los nuevos visitantes, pero las sospechas le venían a la mente con no muy buenos fines.
Por curiosidad envió un día a uno de sus ladrones con toda la mayor educación que se puede uno imaginar.
Les rogó que le dejasen entrar en su grupo para hacer oración y penitencia. Era pura falsedad.
Efectivamente, lo admitieron como novicio entre ellos para que aprendiera las reglas de comportarse y saber el arte de hacer oración y llevar una vida según manda el Evangelio.
Hildemar lo recibió con los brazos abiertos. Al cabo de 24 horas, el susodicho y falso novicio los apuñaló mientras que oraban humildemente al Señor.
Esto ocurrió el 13 de enero del 1087.
¡Felicidades a quienes lleven este nombre!
“La mayor victoria: el vencerse a sí mismo” (Calderón de la barca).
Comentarios al P. Felipe Santos: fsantossdb@hotmail.com
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