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Por: . | Fuente: Vatican.va / Zenit.org

Sacerdote y Martir

Martirologio Romano: En la ciudad de Teocaltitlán, México, san Pedro Esqueda Ramírez, presbítero y mártir, que, por ser sacerdote, durante la Revolución mexicana fue encarcelado y fusilado. ( 1927)

Fecha de canonización: 21 de mayo de 2000 por S.S. Juan Pablo II

Nació en San Juan de los Lagos, Jal. (Diócesis de San Juan de los Lagos), el 29 de abril de 1887.

Vicario de San Juan de los Lagos. El ministerio al que se dedicó con verdadera pasión fue la catequesis de los niños.

Fundó varios centros de estudio y una escuela para la formación de catequistas. Siempre fue muy devoto del Santísimo. En plena persecución organizaba a las familias para que no faltaran a la guardia perpetua a Jesús Sacramentado en casas particulares.

Desde el momento de ser apresado fue tan duramente golpeado, que se le abrió una herida en la cara. Un militar, después de golpearlo, le dijo: «Ahora ya has de estar arrepentido de ser cura»; a lo que contestó dulcemente el padre Pedro: «No, ni un momento, y poco me falta para ver el cielo».

El 22 de noviembre de 1927 fue sacado de su prisión para ser ejecutado; los niños le rodearon y el Padre Esqueda insistentemente le repitió a un pequeño que caminaba junto a él: «No dejes de estudiar el catecismo, ni dejes la doctrina cristiana para nada».

Y en un pedazo de papel escribió sus últimas recomendaciones para las catequistas. Al llegar a las afueras del poblado de Teocaltitlán, Jalisco, le dispararon tres balas que cambiaron su vida terrena por la eterna.

Publicado con autorizacíon de Vatican.va

Autor: Isabel Orellana Vilches
Fuente: Zenit.org


Nació en San Juan de los Lagos (Jalisco, México), el 29 de abril de 1887. Sus padres Margarito Esqueda y Nicanora Ramírez ignoraban que habían traído al mundo a una persona auténtica, valiente, que sería testigo de Cristo ante el mundo. Con escasos recursos económicos, la familia vivía alumbrada por la fe que recibió el muchacho y que se ocupó de acrecentar con la gracia divina. Por eso, la conocida expresión «estamos en manos de Dios» que frecuentemente se formula cuando la incertidumbre ante un futuro incierto hace acto de presencia, sean cuales sean las razones, no fue para él un comentario lacónico, una especie de comodín verbal sin más pretensiones, como tantas veces ocurre. Este joven intrépido y valeroso sostuvo rigurosamente esta convicción, con la hondura que encierra de absoluta confianza en la voluntad divina, en el instante más álgido de su corta existencia.

Su temprana vinculación a la parroquia como niño de coro y monaguillo despertó su vocación al sacerdocio. Su expediente académico era impecable. Responsable y aplicado en sus estudios, siempre cosechando buenas notas, hicieron de él un alumno modélico para Piedad y Pedro, dos de sus profesores y directores de los centros en los que se educó. En esa infancia enriquecida por la piedad, y saludablemente gozosa, se habituó a rezar el rosario; erigía altares en los que simulaba estar oficiando misa, el sueño que alimentaba en su espíritu.

Tenía 15 años cuando ingresó en el seminario auxiliar de San Julián, dejando el incipiente trabajo en una zapatería, porque su padre juzgó conveniente que iniciase la carrera eclesiástica. Allí siguió mostrando sus cualidades para el estudio que eran tan solo un matiz de las muchas que le adornaban. En el seminario permaneció recibiendo formación hasta que las autoridades federales determinaron cerrarlo en 1914. No había podido ser ordenado, pero era ya diácono, y al regresar a su ciudad natal actuó como tal en la parroquia hasta que en 1916, después de haber completado estudios en el seminario de Guadalajara, se convirtió en sacerdote. Recibió el sacramento a finales de ese año en la capilla del hospital de la Santísima Trinidad. A continuación fue designado vicario de la parroquia en la que trabajaba. En ella permaneció hasta su muerte; once años de intensa actividad pastoral, dando lo mejor de sí. Dinamizó la vida apostólica con una excelente labor catequética que tenía como objetivo a los niños, a la par que impulsaba la asociación Cruzada Eucarística llevado por su amor a la Eucaristía, devoción que, junto a la que profesaba a la Virgen, extendió entre los fieles. De la Eucaristía extraía su fortaleza y aliento. Fue también un ángel de bondad para los pobres.

Las fuerzas gubernamentales en una feroz campaña anticlerical habían dictado orden de persecución y las buenas gentes del pueblo intentaron convencer a Pedro para que huyese a otro lugar. Sólo aceptó refugiarse de manera provisional en algunos lugares siempre cercanos a los fieles, a quienes de ese modo seguía atendiendo pastoralmente. Los sacerdotes y religiosos que han derramado su sangre por Cristo y su Iglesia en medio de conflictos políticos fueron caritativos y se caracterizaron por la libertad evangélica. No tuvieron acepción de personas ni militaron en bandos determinados. Arraigados en Cristo se desvivían por las necesidades de sus fieles, con independencia de sus ideologías. Así era Pedro.

Al inicio de noviembre de 1927 buscó refugio en Jalostotitlán, Jalisco. Pero regresó a San Juan llevado por su amor a los feligreses que en ningún caso deseaba dejar desasistidos. Se alojó en el hospital del Sagrado Corazón. El pueblo quería a ese sacerdote que habían visto crecer entre ellos, pero temían a las represalias de las autoridades si le daban cobijo; por eso, a veces algunas personas no le franquearon la puerta de sus moradas. Sin embargo, la gran mayoría no ocultaba su preocupación por su destino. Y las anfitrionas de una casa en la que fue acogido, le rogaron seriamente que escapara. Pero Pedro no estaba dispuesto a ello, y dando testimonio de su gran fe, decía: «Dios me trajo, en Dios confío». Este sentimiento, que reiteró ante otros vecinos, en ningún modo puede ser espontáneo cuando la vida está en peligro; estaba asentado en un corazón orante firmemente clavado en el corazón del Padre, abierto a su gracia.

Fue detenido el 18 de noviembre de ese año 1927. En un mísero y oscuro cuartucho sufrió pacientemente la fiereza de los azotes y otras crueldades que le ocasionaron la fractura de uno de sus brazos; por ello los federales no pudieron verle expirar en la hoguera, como habían fraguado. Pero sin duda, el tormento más doloroso fue ver profanados ante sí los objetos sagrados, destruidos los ornamentos y saqueado el archivo parroquial. Una cruel e infame tortura para un hombre de Dios, una persona inocente que lo único que perseguía era amar a Cristo y a los demás. Las incesantes vejaciones martiriales duraron hasta el 22 de noviembre. Maniatado y lleno de heridas le obligaron a subir por sí mismo a un árbol. Allí fue tiroteado sin piedad por un alto oficial que vertió en él su torrente de ira al ver que no podía sostenerse en la pira que habían dispuesto para ajusticiarlo prendiendo fuego al árbol en cuestión. Camino de su particular calvario, envuelto en un heroico silencio, dejó en unos niños que se acercaron a él su testamento de fidelidad a la catequesis y al evangelio.

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Mártires de Armenia

Martirologio Romano: Junto al río Zihun, cerca de la ciudad de Maras, en Cilicia, beatos Salvador Lillo, presbítero de la Orden de Hermanos Menores, Juan, hijo de Balzi, y otros seis compañeros de familia armenia, mártires, que ante la imposición de los soldados otomanos de renegar de Cristo, por no acceder a traicionar su fe, emigraron al reino eterno atravesados por lanzas. He aquí sus nombres: beatos K`adir, hijo de Xodianin; Cerun, hijo de K`urazi; Vardavar, hijo de Dimbalac; Pablo, hijo de Jeremías; David y Teodoro, hermanos, hijos de David ( 1895).

Breve Biografía


Salvatore Lilli nació en Capadocia, provincia italiana de Aquila, el 19 de junio de 1853. En 1870 entró en la Orden franciscana. En 1873 tuvo que proseguir los estudios en Tierra Santa, pues el Gobierno italiano había suprimido las Órdenes religiosas. Recibió la ordenación sacerdotal en Jerusalén, el 16 de abril de 1878.

En 1880 fue enviado a Marasc, misión de Armenia Menor (Turquía), comprendida en la Custodia franciscana de Tierra Santa que abarca Egipto, Israel, Jordania, Siria, Líbano, Chipre y Rodas.

Tras un breve viaje a Italia en 1886, prosiguió la actividad apostólica en Marasc, y en 1890 fue nombrado párroco de esta localidad. En la epidemia de cólera del mismo año, el P. Lilli se prodigó tan extraordinariamente en la atención a los apestados, que sus colaboradores lo jugaron exagerado.

En 1894 pasó a la misión de Mujuk–Deresi, a siete horas de viaje a caballo de Marasc. Al año siguiente estalló una fuerte persecución contra los cristianos armenios, que siempre habían sido marginados y despreciados a causa de su fidelidad a la religión cristiana. La matanza de hombres, mujeres, niños y ancianos causó miles de víctimas en la región. El P. Lilli recibió un mensaje urgente de sus superiores que le sugerían que abandonase el puesto; al segundo mensaje en el mismo sentido, el misionero respondió que «el Pastor no puede abandonar a las ovejas en peligro», y decidió quedarse junto a los armenios perseguidos. Un mes después, los soldados entraron a bayoneta calada y el heroico franciscano fue herido en una pierna cuando intentaba ayudar a las víctimas. Invadido su convento por la tropa, fue hecho prisionero y encerrado en una celda de la casa franciscana. Alternando halagos y amenazas, promesas y malos tratos, el jefe de los soldados trató de conseguir que renegase de Cristo y se pasase a Mahoma. Una semana después le obligaron a partir con varios campesinos del lugar, también prisioneros, hacia Marasc. Se reunieron todos en la iglesia, y el P. Lilli les confesó y animó al martirio. Después de dos horas de duro caminar (en el grupo había una niña de 11 años que luego será testigo del martirio), llegaron al borde de un torrente, y el jefe de nuevo les conminó a renegar de Cristo. Ante su unánime respuesta negativa, el comandante ordenó matarlos a bayoneta calada. El martirio se consumó el 22 de noviembre de 1895, cuando el P. Salvador Lilli tenía 42 años. Sus siete compañeros de martirio eran: Baldji Oghlou Ohannes (Juan), Khodianin Oghlou Kadir, Kouradji Oghlou Tzeroum, Dimbalac Oghlou Wartavar, Geremia Oghlou Boghos, David Oghlou David y Toros Oghlou David, todos ellos armenios.

El proceso ordinario para la beatificación de estos mártires se instruyó en 1930-32, y la causa se incoó en la Sagrada Congregación de Ritos el año 1959, siendo Papa Juan XXIII, conocedor y amante de las Iglesias orientales de Europa. En 1962-64 se instruyeron procesos apostólicos en Alepo (Siria) y Beirut. El 3 de octubre de 1982, Juan Pablo II los proclamó Beatos, precisamente al clausurarse el VIII centenario del nacimiento de San Francisco de Asís.
 

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Nació en Génova (Italia) el 9 de Enero de 1818 de una familia noble. Aunque si podría prever para él una carrera brillante, a los 20 años decidió ser sacerdote dejando todo para atrás.

"Quiero hacerme santo, cueste lo que cueste", dirá Tomás en el momento en que su opción si llegó a ser definitiva.

Recibió la Ordenación Sacerdotal el 18 de Septiembre de 1841 y, con apenas veinticinco años, fue nombrado vice-rector del Seminario de Génova y sucesivamente rector del Seminario de Chiávari. En este servicio se dedicó con valor a la formación de los futuros sacerdotes para que estuviesen dispuestos a comprometer la propia vida, sin recelos, por Dios y por la iglesia.

Precisamente en cuanto dirigía el Seminario, desenvolvió una intensa actividad como jornalista y fue uno de los cofundadores del primer jornal italiano católico, preocupándose con defender la fe y los principios auténticos del cristianismo.

En 1865, durante la campaña electoral, el "Estandarte católico" – así se llamaba el jornal - condujo la lucha para promover listas de candidatos católicos y pensó en crear un partido católico.

La idea era demasiado audaz, y cuando en 1874 el "non expedit" sonaba claramente y los católicos fueron invitados a no votar, el Padre Tomás "intuyó" que su jornal no podría continuar. Acató las ordenes de los superiores y prefirió estar en sintonía con el Papa y la Iglesia; apenas expuso su pensamiento cuando fue consultado por la Santa Sede.

En 1877 fue consagrado Obispo de Ventimiglia, diócesis muy pobre: lo cubrió varias veces, fue pastor clarividente y verdadero guía espiritual de su rebaño, convoco tres sínodos en quince años, creo nuevas parroquias, renovó la liturgia y se esforzó por mantener el patrimonio artístico de las Iglesias.

En 1878 fundo la Congregación de las Religiosas de Santa Marta, que tenían por finalidad “responder a las necesidades de todos los tiempos. Pidió a las hermanas de acogiesen a los más pobres entre los pobres “como Marta, que tuvo la ventura de servir a Jesús con el humilde trabajo de sus manos”. Estas religiosas aprendieron de ella a adorar en silencio, a alimentarse de la oración, a encontrar de rodillas las razones de una fe, que hay que descubrir a Cristo en los pequeñitos con los cuales él se identificó.

Cuando, en 1887, un terremoto devasto la Región, D. Reggio, a pesar de su avanzada edad, se presentó inmediatamente junto a los afligidos por la catástrofe llevándoles ayuda, y después convoco a los párrocos pidiéndoles que lo informasen sobre el Estado de sus parroquias, a fin de providenciar las ayudas que recibía de muchas personas, entre la cuales lectores de varios periódico.

Fue pródigo, reservando para si apenas su batina y su antiguo reloj, testimonio así que se hizo pobre por su gente. Cuido de modo especial de los muchos huérfanos victimas del terremoto, inicialmente asistió en algunos centros ya existentes en la ciudad que el creó, más tarde, un orfanato en Ventimiglia entrego al cuidado de las Religiosas de Santa Marta.

En 1892 escribió al Papa: "Pido a Su Santidad que me exonere del cargo episcopal, a fin de poder ser un simple sacerdote para que la diócesis no vaya a sufrir a causa de mi edad y se confié a otro una tarea tan pesada".

La respuesta del Santo Padre fue sorprendente: en Mayo de ese mismo años, D. Tomás fue nombrado Arzobispo de Génova. A pesar de sus 74 años de edad y de las dificultades, acepto humildemente el cargo para cumplir la voluntad de Dios.

Cuando en 1900 la Italia católica decidió consagrar a Dios y a la Virgen el nuevo siglo, D. Tomás Regio invito a todos los Obispos de la Región a una gran peregrinación al Monte Saccarello, donde se coloco la estatua del redentor. También él partió de Génova en un carruaje de tercera clase, con otros sacerdotes y muchos peregrinos, hasta Triora, pequeña localidad a los pies del Monte. El deseo de proseguir a pie el itinerario de la peregrinación era muy fuerte, más no le fue posible hacerlo, pues un malestar sé lo impidió. Fue el inicio de la enfermedad que lo llevaría la termino de su vida.

Falleció en la tarde del 22 de Noviembre de 1903, respondiendo a aquellos que se preguntaban si desearía alguna cosa: “Dios, Dios, solo Dios me basta!”. La respuesta fue la expresión de eso que lo movió siempre.

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No se sabe si nació en África o era romano de origen, pero sí consta que fue elegido pontífice en el 492 y que reinó cuatro años y medio, distinguiéndose por su energía.

Parece que no es obra suya el Decreto Gelasiano que contiene una lista de los libros del canon bíblico, pero sí hay que atribuirle reformas litúrgicas y sin ninguna duda una actitud muy firme respecto a los herejes: combatió implacablemente a pelagianos, nestorianos y monofisitas, e hizo quemar los libros de los maniqueos.

También hombre de una pieza en el conflicto que le enfrentó a un obispo cismático de Constantinopla, afirmando en todo momento la primacía de la sede romana, sin olvidar que formuló con claridad, quizá por primera vez, la supeditación que en último término debe el poder temporal al espiritual.

Este esquemático repaso a sus actividades le señala como un papa que no perdía el tiempo y que en menos de un lustro dejó huella en todas las cuestiones relativas a la fe y a la disciplina. Su figura se ve así envuelta en un aura de inflexibilidad.

Aunque la idea más común acerca de ser santo se relaciona con blandas efusiones teñidas de sentimentalismo, la santidad estriba muchas veces en ser duro. San Gelasio, defendiendo el depósito de la fe y la Iglesia de Roma es inflexible, no retrocede ni una pulgada; y también ha pasado a la historia como «padre de los pobres», porque para él caridad significaba las dos cosas, ser de hierro custodiando la herencia de Dios y de cera y miel para las necesidades de sus hermanos.

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Patrona de Ecuador
La imagen de Nuestra Señora de la Presentación del Quinche es una hermosa escultura en madera, tallada en el siglo XVI por Don Diego de Robles, extraordinario artista al que se deben otras imágenes de María de gran popularidad y veneración.

Según algunos testimonios, la Virgen se apareció a los indios en una cueva prometiéndoles librarlos de los peligrosos osos que devoraban a los niños. Por otra parte, los que habían encargado la confección de la imagen a Don Diego, no le pagaron por ella, por lo que decidió entonces dársela en vez a los indios oyacachis a cambio de unos tablones de fino cedro que este necesitaba para sus trabajos. Los caciques quedaron admirados cuando vieron llegar a Diego Robles con la imagen de la Virgen a cuestas y reconocieron en ella los mismos rasgos de la Señora que se les había aparecido y les había hablado en la cueva. Sin duda, la Virgen quiso visitar primero a sus hijos mas pobres para atraerlos al Señor de los Señores quien ella lleva en sus brazos.

Quince años permaneció la imagen al cuidado de los indios hasta que en 1604, el obispo del lugar ordenó su traslado al poblado del Quinche, de donde finalmente tomó su nombre. La imagen, que es una fina talla en madera de cedro de unos 62 cm. de alto, está revestida por un amplio y hermoso ropaje de brocado cubierto de gemas, y bordado con hilos de oro y plata que sólo dejan ver su rostro moreno y apacible. La Virgen lleva un cetro en la mano derecha y con la izquierda sostiene el Niño en actitud de bendecir, mientras sostiene una esfera de oro coronada por una cruz.

A los pies de la imagen, la peana y la gran media luna, ambas de plata pura, y las pesadas coronas imperiales de oro y piedras preciosas, manifiestan la generosidad del pueblo ecuatoriano que gusta ver a su patrona resplandeciente, vestida siempre con las mejores galas. El rostro de Jesús evoca las facciones de los niños mestizos de aquellas sierras. Mestizo es el color de la Madre, síntesis del alma del inca y del español. Su fina nariz está enmarcada por un delicado rostro ovalado de labios delgados y boca pequeña; sus ojos achinados y su mirada triste con los párpados entrecerrados o caídos le confieren una dulzura única. Por eso esta advocación es tan popular en Ecuador, especialmente entre los indios que llaman con afecto "la Pequeñita" a su protectora del cielo.

Es de admirar la variedad de cantos que se entonan en honor de la Virgen del Quinche, con textos en quechua, en jíbaro y en otros diversos dialectos de la región y también en castellano; muchos de ellos se cantan desde hace cuatro siglos. La imagen fue coronada en 1943 y su fiesta se celebra el 21 de noviembre. El templo actual fue declarado Santuario Nacional en 1985.

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Por: P. Felipe Santos | Fuente: Catholic.net

Esta fiesta arranca desde el lejano año 543. Fue el tiempo en que se dedicó una basílica a “La Virgen María la Nueva”.

Se levantó en el mismo monte Sión en la explanada del Templo.

Las Iglesias orientales, muy sensibles ante las fiestas marianas, conmemoran este día la Entrada de María en el Templo para indicar que, aunque era purísima, no obstante, cumplía con los ritos antiguos de los judíos para no llamar la atención.

La liturgia bizantina la trata como "la fuente perpetuamente manante del amor, el templo espiritual de la santa gloria de Cristo Nuestro Señor".

En Occidente, se la presenta como el símbolo de la consagración que la Virgen Inmaculada hizo de sí misma al Señor en los albores de su vida consciente.

Este episodio de la Virgen María no se encuentra en los cuatro evangelios. Sí que aparece, por el contrario, en un libro apócrifo, el “protoevangelio de Santiago”.

Pero, como siempre, quien manda es el pueblo cristiano. Desde siempre la espiritualidad y la piedad popular han estado marcadas y han subrayado la disponibilidad de María la Virgen ante los mandatos e insinuaciones mínimas del Señor Dios.

Por eso, tanto en Occidente como en Oriente esta fiesta tuvo en seguida un éxito resonante entre todos los cristianos.

María estaba destinada a ser un templo vivo de la divinidad. Según este evangelio apócrifo, la escena no puede ser más sencilla:" Ana y Joaquín, en un acto de fe y de cortesía, quisieron darle gracias a Dios por el nacimiento de esta niña".

No pensaron una cosa mejor que consagrársela de por vida. Cuando tenía tres años, la llevaron al Templo, la cogió un sacerdote mediante unas palabras que recuerdan el Magnificat, el himno del Virgen María en acción de gracias por lo que el Señor había hecho con ella.

Esta fiesta data desde el siglo VI.

¡Felicidades a quienes lleven este nombre y las Hermanas de la Presentación de Granada y del mundo!

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Por: P. Felipe Santos | Fuente: Catholic.net

Este joven, juntamente con Solutor y Octavio (Octaviano), se celebran hoy en la iglesia de Turín, Italia.

Eran soldados de la Legión Tebea. Combatían valientemente durante el imperio que mandaba por aquel tiempo Maximiano.

Eran valientes en la lucha y valientes en confesar su fe en Cristo el Señor.

El clima y el ambiente no les eran propicios. Ya habían visto con sus propios ojos morir a muchos cristianos.

No hay datos exactos de cómo murieron. Sin embargo, a personas de tanto brillo militar y de tanta fama entre los creyentes, fue fácil componerles un teatro o “Pasión” entre los años 432-450.

Ellos murieron como mártires en el siglo III, es decir cuando las persecuciones arreciaron como nunca.

La “Pasión” narraba que lograron escapar de la masacre de Agaunum.

Su fuga no pasó desapercibida. La policía militar los cogió en seguida. Los llevaron presos a Turín.
También se escaparon de la prisión. Empezaron a caminar por lugares inhóspitos. Y ya esta vez, fueron enviados a la muerte por su fe en Dios único y verdadero.

Los turineses le levantaron pronto un templo en su honor. Este templo se convertiría más tarde, por mandato del obispo Gezone, en un monasterio benedictino.

Cuando los franceses ordenaron la demolición del monasterio en 1536, los tres cuerpos fueron llevados a la Consolata y finalmente a la iglesia de los mártires, en la que están hoy en día.

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Miembro de una noble familia sajona, nieto de Athelberto, conde de Sajonia.

Huérfano a temprana edad fue a vivir con su tío, el obispo de Utrecht. Siguió sus estudios en la escuela de la catedral de Hildesheim y luego en Mainz.

Luego de ser ordenado en Mainz fue designado como capellán imperial y tutor de quien llegaría a ser el emperador Otto III.

Obispo de Hildesheim desde el 993 hasta el 1020, alentó las artes, encargando pinturas y esculturas religiosas, reconstruyendo los edificios existentes y construyendo otros nuevos.

Mandó hacer ornamentos para los altares realizados a mano en oro y plata. Por todo esto es el patrono de las artes de la cosntrucción: arquitectura, orfebrería, pintura y escultura.

Su período se caracterizó por la paz, y alrededor del año 1020 se retiró a un convento Benedictino para pasar sus últimos días en oración.

En la iconografía se lo representa con su vestimenta de obispo haciendo un caliz o una cruz con un martillo de orfebre, y rodeado de herramientas.

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Nació en el año 762 en Irenopoli, murió en Constantinopla en 862.

Abrazó la vida monástica y después la de anacoreta.

Más tarde, peregrinando, se detuvo bastante tiempo en Tesalónica, y finalmente se afincó en Constantinopla, donde, luchando fuertemente en defensa de las imágenes sagradas, entregó su alma al Señor (s. IX).

Sus reliquias son beneradas hoy en tierra romana.

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José Kalinowski


Se llamó José y nació en Vuna (Polonia) el 1.9.1835 de noble familia.

Pasó su juventud entregado a la piedad y al estudio, aunque después enfrió un poco en su vida de piedad.

En 1853 ingresó en la carrera militar y muy pronto escaló altos cargos en la misma, que desempeñó con gran competencia.

Se entregó a las obras de piedad y de caridad. Alejandro II de Rusia lo elogió grandemente. Se levantó para defender a su patria y, apresado, llevó una vida de mucha oración y penitencia.

Fue deportado a los campos de Siberia, donde pasó en trabajos forzados cuatro años. Iba madurando en la fe. Después fue confinado a otros campos más benignos.

Sus compañeros quedaban admirados de su virtud, caridad y paz. Le consultaban y acudían a él como a un santo. Fue el preceptor del duque Augusto y le acompañó a varias naciones de Europa.

A los 42 años dijo adiós al mundo y pidió al provincial de Austria ser carmelita teresiano (1877), cambiando su nombre por el de Rafael de San José. En Polonia se ordenó sacerdote el 15.1.1882.

Trabajó con todas las fuerzas de su alma para extender su Orcien en Polonia. Fue vice-maestro de novicios, prior y vicario provincial y fundó el convento de Wadowice en 1892, donde desarrolló un fecundo apostolado.

En esta ciudad nació en 1920 el papa Juan Pablo II y por el afecto que sentía a los carmelitas y la veneración de los restos de este venerable carmelita, intentó Karol Woyti la, por dos veces, ser religioso carmelita.

Murió santamente el 15.11.1907.

El papa Juan Pablo II lo beatificó en su misma patria el 22 de Junio de 1983. Fue canonizado por el mismo Papa el 17 de noviembre de 1991 en la Basílica Vaticana.

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Matilde nació en Turingia. Ella provenía de la estirpe de los barones de Hackeborn, quienes poseían tierras en el norte de Turingia y en la zona de Harz y estaban emparentados con los Hohenstaufern.

A los siete años fue Matilde a la escuela del convento, entró más tarde en la Orden y se convirtió en directora de la escuela del convento.

Son conocidas sus grandes dotes musicales. Se convirtió en primera cantante en el coro litúrgico, sacristana, bibliotecaria, a ella le fueron confiados los valiosos escritos, copias y pinturas de libros.

Su principal obra se llama "Libro de la corriente de alabanza", en el cual Matilde de Hackeborn escribe: "Yo soy más fácil de alcanzar que cualquier otra cosa ni un hilo ni una astilla, nada es tan pequeño y tan inferior que uno pudiera atraerlo a sí con un simple acto de la voluntad. A Mí en cambio, puede el ser humano llevarme a sí con su simple voluntad".

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Etimológicamente significa “usurpador”. Viene de la lengua hebrea.

Nació a finales del siglo XIII en Mantua, Italia.

Fraile dominico en Mantua, Doctor en Teología título que obtuvo en la universidad de París, sacerdote y amigo personal y hermano de la Orden de los Predicadores de Nicolás Boccasino, quien más tarde se convirtió en el Papa Benedicto XI y para quien Santiago realizó varias misiones.

Fue nombrado Obispo de Mantua en 1303, y ganó fama por su contino servico para con los más pobres, la reconstrucción de su catedral y de muchas iglesias.

Fue en estos tiempos en los que Dante escribió su más famosa novela. Había unas terribles luchas entre los Güelfos, que eran acérrimos enemigos del gran escritor.

Los de su ciudad lo llamaban “su padre”.
Estuvo en la coronación de Enrique VII en Milán y participó en el concilio de Vienne (Francia).

Sus 28 años de obispo se pueden definir como el obispo de la caridad.

¡Felicidades a quien lleve este nombre!

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Virgenes y Mártires

Martirologio Romano: En Madrid, en España, beatas María del Refugio (María Gabriela) Hinojosa y Naveros y cinco compañeras, vírgenes de la Orden de la Visitación de Santa María y mártires, que en la encarnizada persecución permanecieron encerradas en el monasterio, pero, apresadas traidoramente por los milicianos, fueron fusiladas, saliendo así al encuentro del Señor ( 1936).

Fecha de beatificación: 10 de mayo de 1998 por S.S. Juian Pablo II

Sus nombres son:
Teresa María (Laura) Cavestany y Anduaga,
Josefa María (María del Carmen) Barrera e Izaguirre,
María Inés (Agnes) Zudaire y Galdeano,
María Angela (Martina) Olaizola y Garagarza y
María Gracia (Josefa Joaquina) Lecuona y Aramburu, y

Breves Biografías


María del Refugio nació en Alhama de Granada en 1872. Huérfana desde niña, a los 19 años ingresó en la Visitación. En 1894 hizo su profesión y tomó el nombre de María Gabriela. Muy amante de la Orden, fue un modelo de monja salesa. Pasó por todos los empleos y en 1929 fue elegida superiora del convento de la Visitación de Madrid hasta 1936. Era de carácter jovial, y se esmeró en dar gusto a todas. Supo mantener unida a todas sus hermanas que permanecieron en Madrid, siempre con una infinita fe en la Providencia. Manifestó en repetidas ocasiones que perdonaba a los enemigos.

En 1936 al estallar la revolución, la Comunidad parte para Oronoz (Navarra), y Hermana Gabriela queda en Madrid, como superiora del grupo, para cuidar del Monasterio junto con otras Hnas. Las últimas palabras suyas que se conservan son: «Estamos rezando, dando gracias a Dios porque nos ha llegado la hora». Toda su vida fue de alabanza a Dios por todo lo que le había concedido.

Laura nació en Puerto Real, Cádiz en 1988. Intentó ser carmelita, pero al final se decidió por la Visitación de Madrid, donde ingresó en 1914. Hizo su profesión religiosa en 1916. Al tomar el hábito recibe el nombre de Teresa María, y feliz escribe: «No tengo más que un solo deseo, insaciable, inmenso. ¡el deseo, la sed de Dios! ¡Sólo Dios!». Tenía un fuerte carácter con el que tuvo que luchar toda su vida. Tenía una gran facilidad de palabra y alma de poeta. Era bondadosa, cariñosa con todos. En el convento fue la ecónoma y siempre estuvo al servicio de la comunidad.

María del Carmen nació en El Ferrol, La Coruña en 1881. Tenía una piedad profunda, en la que desataca su amor a la Eucaristía, devoción que desarrolló junto al beato D. Manuel González, como María de los Sagrarios. Ingresó en el monasterio de la Visitación de Madrid en 1918, y pronunció sus votos en 1919recibiendo el nombre de Josefa María. Era muy humilde y decía que no “tenía madera de mártir”. Se ofreció para fundar en un país de misión, pero esta fundación no se llevó a cabo. Era abnegada, cariñosa, pero firme. Durante muchos años fue la enfermera de la comunidad.

Le costó permanecer en Madrid, cuando la comunidad marchó a Navarra, aceptó la voluntad de Dios. En 1936 fue escogida por la superiora para permanecer en Madrid, entre el grupo de las siete Hermanas. Su familia deseaba llevarla a casa, pero ella rehúsa porque ha dicho con sus compañeras: «Hemos prometido a Jesús las siete unidas no separarnos. Si por derramar nuestra sangre se ha de salvar España, pedimos al Señor que sea cuanto antes». Al principio de su vida había dicho: «Yo no tengo madera de mártir».

Agnes nació en Echávarri, valle de Allín (Navarra) en 1900. A los 19 años ingresó en el monasterio de la Visitación de Madrid tomando el nombre de María Inés. Allí se mostró siempre activa, respetuosa y servicial. Acostumbraba a ir a Dios en todo y a sobreponerse cuando algo la contrariaba. Era muy cumplidora de su deber, era tímida, incluso miedosa.

La situación se complica en 1936 y la Comunidad vuelve a Oronoz, Hna. Maria Inés a pesar de su cobardía, pues tiene miedo, acepta quedarse entre el grupo y les dice a sus Hermanas que parten: «Pidan mucho por nosotras, puede ser que nos maten». Fue levantada violentamente de la cama donde estaba a causa de una fiebre muy alta y salió con valentía camino del martirio, junto a sus hermanas. 

Martina nació en Azpeitia, Guipuzcoa en 1893. En 1918 ingresó en el monasterio de la Visitación de Madrid, como hermana externa y tomó el nombre de María Ángela. Hizo su profesión perpetua en 1934. Era una mujer prudente, paciente, abnegada, caritativa, humilde, trabajadora, y siempre al servicio de sus hermanas. Se hizo querer por todas, y se reía ante sus equivocaciones al hablar el castellano, lengua que desconocía al ingresar en el convento. Tenía una gran devoción al Corazón de Jesús.

Como es una Hna. inteligente y humilde sus superioras la designan para permanecer en Madrid durante el exilio de la Comunidad, en este tiempo tiene el consuelo de ver a su sobrino Justo, que extrañado de ver la paz de su tía se empeña en llevarla a casa, lejos del peligro, pero ella le dice «Mi puesto esta aquí, después, que se cumpla la voluntad de Dios».

Josefa Joaquina nació en Oyarzun, Guipúzcoa, en 1897. Dicen de ella que era muy inteligente, con mucho sentido de la responsabilidad y un gran sentido del humor. Tenía mucha paciencia y se mortificaba para imitar a Jesús. Ingresó como hermana externa en el monasterio de la Visitación de Madrid en 1924, realizó su profesión perpetua en 1934 y tomó el nombre de María Engracia. Se multiplicaba para atender a todas las necesidades y para hacer felices a todas. Destacó por su amor a su vocación religiosa y su gran deseo de adelantamiento espiritual.

Animó con alegría servicial al pequeño grupo de su comunidad, anhelando con verdadera ilusión el martirio. Fueron beatificadas por SS. Juan Pablo II en Roma el 10 de mayo de 1998.

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Por: . | Fuente: Passiochristi.org

EL CONFECCIONADOR DE SOGAS FALLIDO

Martirologio Romano: En Ceccano, junto a Frosinone, en Italia, beato Grimoaldo de la Purificación (Fernando) Santamaría, religioso de la Congregación de Pasionistas, que cuando se preparaba con fervor y alegría al sacerdocio, consumido por la enfermedad murió santamente ( 1902).

Fecha de beatificación: 29 de enero de 1995 por S.S. Juan Pablo II

Breve Biografía


No es posible no querer a Grimoaldo. Es imposible no ser capturados de su poderosa fascinación, de su transparencia angelical y de su juvenil franqueza. Al encontrarlo rápidamente se le tiene devoción.

La vida fluye como el agua. ¿Y después…?

Entre los pasionistas escoge el nombre de Grimoaldo (y con éste parará a la historia); pero en el bautismo, recibido el día después del nacimiento, lo llamaron Fernando. El papá Pedro Pablo Santamaría y la mamá Cecilia Ruscio, los dos cristianos fervientes, trabajan haciendo sogas en Pontecorvo (Frosinone).

A ellos llega cáñamo tosco que con manos expertas transforman en sogas de varias dimensiones para revenderlas después en mercados de los pueblos vecinos. En Pontecorvo Fernando, primogénito de 5 hijos, nace el 4 de mayo de 1883.

En 1890 inicia la escuela primaria, recibe la primera comunión a los 8 años. Es tan bueno, piensa el párroco, ¿por qué hacerlo esperar como a sus compañeros que solo se admiten sobre los 10/12 años? La Iglesia es su lugar preferido, frecuentado con asiduidad. Sirve al altar como monaguillo con diligencia y concentración. Si no puede ir, porque debe trabajar, no logra contener el llanto.

Pero cuando está en la Iglesia no es posible que se distraiga. De rodillas delante de la estatua de la Inmaculada parece también él una pequeña estatua: inmóvil con las manos juntas pase lo que pase. El viejo sacristán tiene lágrimas en los ojos y le encanta mirarlo.

Al párroco se le ensancha el corazón cuando piensa en el futuro de aquel joven. Es verdad que el papá Pedro Pablo lo quiere como hacedor de sogas, pero el párroco don Vicente Romano intuye que no podrá ser así: Fernando que está siempre en la Iglesia como si fuese atraído por un imán, que tiene una gran pasión por ayudar en la misa, que está siempre presente en el coro parroquial para cantar con su bella voz, no será nunca un hacedor de sogas; aquel niño tiene otra vocación.

Y don Vicente ve bien las cosas. Desde hace tiempo se ha dado cuenta que el muchacho se queda mucho tiempo en una silenciosa y absorta contemplación.

Por eso no se maravilla tanto cuando un día corren jadeantes a decirle que han visto a Fernando, hijo del hacedor de sogas arrebatado en éxtasis delante de la Virgen.

Es un muchacho reservado sí, pero no aislado. Dócil pero no sin iniciativa.

Bueno, pero quiere que también lo sean los demás. A la mamá le confía que reza por los muchachos malos “para que se hagan buenos”. Con frecuencia enseña catecismo a los compañeros.

Con la familia Santamaría vive también la anciana tía Checca, ciertamente devota de la Iglesia pero poco. El sobrino de vez en cuando le recuerda que “está bien trabajar y orar en casa, pero se necesita ir a la Iglesia y escuchar misa”. Y después la penitencia. Fernando tiene un deseo sorprendente: ora con semillas de maíz o con pequeñas piedras bajo las rodillas, escoge la comida menos sabrosa, con frecuencia ayuna del todo, busca mortificaciones dignas de un ermitaño.

Repite continuamente que él ha nacido para hacer penitencia. En la familia saben que a veces pasa parte de la noche en vela haciendo oración. Dirá un testigo: “Deseaba seguir a Jesús en sus sufrimientos”. La vida austera de los Pasionistas del cercano santuario de la Virgen de las Gracias, que frecuenta siempre, parece hecha propiamente para él. Y lo dice abiertamente. Pero el papá lo empuja hacia el oficio de las sogas.

Fernando es el primogénito y debe continuar el trabajo que hoy es de su padre y que ayer ha sido de su abuelo. Trata de quitarlo, con severos castigos, de aquello que, según él, es un capricho de adolescente.

¿Los castigos rigurosos no sirven? Probemos con otros sistemas, se dice su papá Pedro Pablo: le compraré un caballo y una carreta, lo mandaré por ferias y mercados a vender sogas, hará dinero y la idea del convento se le quitará de la cabeza. La propuesta es atrayente, pero cuando Fernando la oye, mira el río que está a dos pasos y lo señala al papá diciendo: “la vida fluye como el agua… y nuestros días se van veloces… ¿y después?.

Cierto. ¿y después? Reflexiona Pedro Pablo. Mirándose dentro, se da cuenta que alguna convicción acerca del futuro del hijo se le está tambaleando. Pero no es capaz de rendirse definitivamente. ¿Qué no ha hecho y que debe hacer todavía para llevar adelante su proyecto? Aquel bendito hijo apura y termina bien el trabajo de ayudante de hacedor de sogas para dedicar más tiempo a la oración. Las mañana para no despertar a los familiares desciende descalzo hasta la salida de la casa y después corre velozmente para escuchar misa. Ni siquiera en las frías y perezosas mañanas de invierno cuando el frío encadena a todos en la casa, Fernando falta a la cita con el Señor.

Una noche el muchacho regresando a casa de la Iglesia, encuentra la puerta de casa ya cerrada, y es obligado a dormir en una casa vecina. Reflexionando en tanta severidad Pedro Pablo siente un nudo en la garganta y tiene ganas de llorar. También él comienza a entender aquello que la mamá Cecilia ha intuido desde hace tiempo. Ella se sorprende siempre más seguido considerando a su Fernando ya sacerdote y misionero. Le parece soñar y por la emoción tiembla de estupor.

El muchacho tiene 16 años: sabe lo que quiere. Ha incluso anticipado el estudio del latín, gramática y retórica porque está decidido más que nunca a seguir su camino. Ha sido su maestro don Antonio Roscia que de joven había intentado la vida conventual; por enfermedad fue obligado a regresar a su familia, pero conservó la admiración y la simpatía por los Pasionistas. Fernando también ha estudiado de noche a la luz de las velas; y con un curso rápido de pocos meses ha recuperado casi tres años de estudio. Supera las infaltables ironías de sus compañeros que no pueden entender su extraña decisión.

El papá termina por ceder pues en el fondo es bueno como un pedazo de pan aunque haya sido más severo de lo permitido. El mismo lo acompañará hasta la estación de Aquino para darle su ultima bendición y su ultimo beso.

Fernando se vuelve más alegre y expresivo, la alegría ya incontenible se le ve en el rostro. Dirá uno de sus mejores amigos: “Encontrándolo y viéndolo todo transformado, le pregunté que tenía y me dijo que quería hacerse pasionista”. Parte “con rostro alegre”, advierten los escépticos en turno: “me voy y no regresaré más”. Deja detrás de si el ejemplo de un muchacho silencioso, modesto e irreprensible.

Como San Gabriel

El 15 de febrero de 1899 Gernando llega a Paliano (Frosinone) para iniciar el año de noviciado, el 5 de marzo de 1899 viste el hábito y toma un nuevo nombre: Grimoaldo por la devoción hacia el santo protector de Pontecorvo. La vida de novicio que es toda soledad, oración y mortificación le parece cortada a su medida: una alegría tan cierta e intensa no la había experimentado nunca antes. Los co hermanos más ancianos como los compañeros notan en él un empeño constante por la perfección. Un compañero suyo dice que “nunca noté en él defecto alguno” y que “hacía todo en grado heroico porque deseaba ser santo”.

Emitida la profesión religiosa es trasferido a Ceccano, siempre en la provincia de Frosinone. Aquí retoma los estudios de las materias clásicas; seguirá después el estudio de la filosofía y de la teología para prepararse al sacerdocio. Con tenacidad se inclina sobre los libros deseoso de aprender siempre más para ser un digno sacerdote. En el estudio sus compañeros están más adelantados y tienen una preparación de base más completa y esmerada. Mientras la suya en Pontecorvo ha sido, desafortunadamente rápida y llena de lagunas. Pero Grimoaldo no pierde el ánimo. Acepta con gratitud la ayuda que le ofrece algún compañero en el campo escolástico. Es loable su empeño tanto que “los profesores lo ponen como ejemplo”. Él vive “siempre jovial aún en las humillaciones, en la contrariedad y en las dificultades del estudio”. Los estudiantes tienen poquísimo contacto con el mundo exterior y viven en prácticas desconocidas a la gente. Sin embargo la fama de Grimoaldo sobrepasa el recinto de la casa religiosa: las personas que viven en torno al convento han notado su bondad y se encomiendan confiados a su oración. Y, dicen, lo hace con resultados positivos. Las oraciones de Grimoaldo obtienen las gracias solicitadas.

El joven es un “coloso de salud”, robusto, bien proporcionado, alto 1.75 m. Ninguno puede sospechar lo que está por suceder. El 31 de octubre de 1902 durante un paseo de la tarde en los contornos del convento, Grimoaldo advierte improvisos y lacerantes dolores en la cabeza con vértigos y molestias visuales. Regresa al convento y se mete en la cama. El día siguiente, fiesta de todos los santos, participa en la celebración de la misa y recibe devotamente la eucaristía. Pero continuando el mal regresa a la cama y es llamado el médico. El diagnóstico es cruel y sin esperanza: meningitis aguda a la que se sumarán otras complicaciones. En los días de la enfermedad deja ver más todavía su deseo de santidad y su amor a Dios. Y la habitación del enfermo se vuelve una escuela de virtudes.

Grimoaldo en efecto “brilla en aquella paciencia de la cual ha dado siempre pruebas admirables y continuamente repite que acepta la enfermedad como voluntad de Dios, recomienda a los compañeros que lo ayuden con la oración para no perder la paciencia y el ánimo para abrazar la cruz. Con una alegría que le brilla en el rostro” se declara “contentísimo de hacer la voluntad de Dios”. “En los últimos instantes de su vida su rostro se vuelve espléndido como el sol y sus ojos están fijos en un punto de la habitación. Se apaga al caer el sol “calmado, sereno y tranquilo, como niño que dulcemente reposa entre los brazos de su madre”

Es el 19 de noviembre de 1902. Grimoaldo tiene solo 18 años, 6 meses y 14 días. Los religiosos se animan “en la persuasión de que se pierde un co-hermano y se adquiere un santo”.

Los padres no están presentes en su muerte: Grimoaldo se les aparecerá confortándoles. Vivirán serenos; contentos de haber tenido un hijo así. A él se dirigirán con la oración en sus necesidades.

El joven estudiante “aquel que era tan bueno”, es sepultado en el cementerio local. Pero no se quedará allí siempre. En octubre de 1962 es exhumado y los restos mortales son colocados en la Iglesia del convento de Ceccano. Después de 60 años en la bolsa de su hábito, reducido a jirones, encuentran un pedacito de tela junto con una nota escrita: “hábito del venerable Gabriel de la Dolorosa”; una reliquia que el joven había portado devotamente consigo. Grimoaldo durante su vida miró con particular afecto a Gabriel, se nutrió con su ejemplo.

Para quien pretende medir todo con el metro del perfeccionismo, de la apariencia o de lo ruidoso, Grimoaldo no ha hecho nada particularmente digno de admiración. Pero para quien mira las cosas con la óptica de la fe Grimoaldo ha cultivado lo esencial: vehemente anhelo de santidad, sed ardiente de Dios. Empeñado con todo su ser en las cosas de cada día celebra el don de la vida y la gracia de la vocación sobre el altar de la laboriosidad. Suave y sereno, admira por el amor al recogimiento, el gusto por la oración y también por la contemplación además de la penitencia, el amor a Jesús crucificado, la filial devoción a María inmaculada. Maravilla todo esto por la simplicidad de los pequeños y la constancia de los fuertes. Parece poco. Por el contrario es todo. Muchas y crecientes las gracias atribuidas a su intercesión. Los enfermos de tumores parecen ser sus predilectos. En Estados Unidos, donde viven algunos de sus parientes, Grimoaldo es amado y venerado y hace sentir siempre su celeste protección. Fue declarado venerable el 14 de mayo de 1991 y beato el 29 de enero de 1995.

Grimoaldo: el nombre no es de los más comunes. Y quizá ni siquiera de los más bellos. Pero ahora es familiar y querido. Es el nombre de un joven fuerte y generoso propuesto como modelo. Es el hacedor de sogas fallido que quería ser santo y que ya ha ligado a sí innumerables corazones.

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Obispo

Martirologio Romano: En Tours de Neustria, actualmente en Francia, san Gregorio, obispo, sucesor de san Eufronio, que escribió en lenguaje claro y sencillo la historia de los francos. ( 594)
El más conocido de los obispos de la antigua diócesis de Tours, después de san Martín, fue Jorge Florencio, quien más tarde tomó el nombre de Gregorio.

Nació el año 538, en Clermont-Ferrand. Pertenecía a una distinguida familia de Auvernia, pues era biznieto de san Gregorio de Langres y sobrino de san Galo de Clermont, a cuyo cuidado se le confió cuando quedó huérfano de padre.

Galo murió cuando Gregorio tenía diecisiete años. El joven salió con bien de una peligrosa enfermedad y decidió consagrarse al servicio de Dios. Desde entonces, empezó a estudiar la Sagrada Escritura bajo la dirección de san Avito I, en Clermont, donde recibió la ordenación sacerdotal.

El año 573, por deseo del rey Sigeberto I y de todo el pueblo de Tours, fue elegido para suceder en el gobierno de la sede a san Eufronio.

Era aquella una época muy turbulenta en toda la Galia y particularmente en Tours. Al cabo de tres años de guerra, a partir de la elección de san Gregorio, la ciudad cayó en manos del rey Chilperico, quien no tenía ninguna simpatía por el obispo, de manera que éste debió enfrentarse a un enemigo poderoso.

En abierta oposición al mandato de la madrastra de Meroveo -hijo de Chilperico- san Gregorio le dio asilo en el santuario y, además, tuvo el valor de apoyar a san Pretextato de Rouen, a quien Chilperico convocó a juicio por haber bendecido el matrimonio de Meroveo con Brunilda, su tía política. Poco después, Gregorio intervino en la confiscación de las tierras del condado de Tours, que estaban en posesión de un hombre indigno llamado Leudastio. Éste le acusó de deslealtad política ante el rey, y de haber calumniado a la reina Fredegunda. San Gregorio compareció ante un concilio, pero la sinceridad con que juró que era inocente y la dignidad de su conducta, movieron a los obispos a ponerle en libertad y a castigar a Leudastio por su falso testimonio.

Chilperico, como tantos otros monarcas de su tiempo, se creía teólogo. En este punto, san Gregorio tuvo también conflictos con él, porque no podía disimular que Chilperico era un mal teólogo y que la forma como expresaba sus ideas era aún peor. Chilperico murió el año 584. Tours cayó primero en manos de Guntramo de Borgoña y después en las de Childeberto II; ambos soberanos trataron amistosamente a Gregorio, quien pudo dedicarse tranquilamente a escribir y a administrar su diócesis.

Bajo el gobierno de san Gregorio, la fe y las buenas obras aumentaron en Tours. El santo reconstruyó su catedral, así como otras iglesias, y supo atraer a la fe y a la unidad a muchos herejes, a pesar de que no era un gran teólogo. San Odón de Cluny alaba su humildad, su celo por la religión y su caridad para con todos, especialmente para con sus enemigos. Se le atribuyeron en vida varios milagros, que él atribuía a su vez a la intercesión de san Martín y otros santos, cuyas reliquias llevaba siempre consigo.

Aunque san Gregorio fue uno de los obispos merovingios más activos, actualmente se le recuerda sobre todo como historiador y hagiógrafo. Su «Historia de los francos» es una de las fuentes principales de la historia primitiva de la monarquía francesa, que nos proporciona muchos datos sobre su autor. Menos valiosas desde el punto de vista histórico son otras obras suyas, como los tratados «Sobre la gloria de los mártires» y sobre otros santos, «Sobre la gloria de los confesores» y «Sobre las vidas de las Padres». Según la costumbre de su tiempo, el santo narra en extenso los milagros y otros hechos maravillosos y, sólo de vez en cuando, deja ver su espíritu crítico. En este sentido, el juicio de Alban Butler es muy moderado: «En sus nutridas colecciones de milagros, dice Butler, parece dar crédito a las leyendas populares con demasiada frecuencia».

VIDAS DE LOS SANTOS Edición 1965
Autor: Alban Butler (†)
Traductor: Wilfredo Guinea, S.J.
Editorial: COLLIER´S INTERNATIONAL - JOHN W. CLUTE, S. A.

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Por: P. Felipe Santos |

Iconógrafo

Martirologio Romano: En Constantinopla, san Lázaro, monje, nacido en Armenia, que insigne en la pintura artística de imágenes sagradas, al negarse a destruir sus obras por orden del emperador iconoclasta Teófilo, fue atormentado con crueles suplicios, pero después, apaciguadas las controversias sobre el debido culto a las imágenes, el emperador Miguel III le envió a Roma para afianzar la concordia y unidad de toda la Iglesia (c. 867).
Etimológicamente significa “ ayuda de Dios”. Viene de la lengua hebrea.

Nació en el seno de una familia pagana en Georgia, al lado del monte Cáucaso.
Apenas cumplió la edad necesaria, salió de casa para irse a Constantinopla, centro cultural y religioso de aquellos tiempos.

Fue en esta gran ciudad en donde abrazó la fe cristiana. Y lo hizo en uno de los monasterios más fervorosos de cuantos visitó por aquellos sitios.

Eran los años en los que se había desencadenado una guerra terrible contra las imágenes. Provenía esta contienda de los iconoclastas, es decir, de gente que no podía ver las imágenes.

De ordinario, uno de los trabajos a los que acostumbraban a dedicarse los monjes, era la pintura de imágenes. No daban abasto para restituir las imágenes que destrozaban en los templos.

Los mismos emperadores publicaban edictos en los que condenaban la pintura de imágenes del Señor y de la Virgen o de los santos.

Los monjes seguían pintando sin hacer caso a los edictos. Lázaro era un buen monje y un mejor pintor.
De hecho, Teófilo, sucedió en el trono a su padre Miguel, año 829. Volvió a promulgar un edicto condenando a pena de muerte a quien pintara imágenes.

Se enteró de que Lázaro pintaba muchas y bien. Entonces lo mandó prender. Le dieron tal paliza que lo dieron por muerto.

La emperatriz Teodora, que era cristiana, fue a ver a Lázaro con la intención de esconderlo en la iglesia de san Juan.

Aquí se restableció de la paliza y comenzó a pintar de nuevo, empezando por la figura del Precursor de Jesús.

Cuando Teófilo murió, la emperatriz y su hijo Miguel III restablecieron el culto a las imágenes. Dados los méritos de Lázaro, lo enviaron a Roma como embajador. Murió en esta ciudad en el año 855.

¡Felicidades a quien lleve este nombre!

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Nace en el castillo de Avalon, entre 1135 y 1140, noble descendiente de la casa de Borgoña.

Acompaña a su padre, viudo, al convento de Canónigos Regulares de Villard-Benoit, donde a los 15 años también él hace los votos religiosos.

Con ansias de vida más perfecta, pasa a la Cartuja.

A la edad de 30 años es ordenado sacerdote, y en 1173 nombrado procurador.

El rey Enrique II de Inglaterra, enterado de la santidad de su vida, le reclama para regir la cartuja de Witham, que él mismo había erigido. Asombra que un extranjero, a los seis años de residencia, sea consagrado obispo de Lincoln el 21 sept. 1163.

Defendió con valentía los derechos de la Iglesia, frente a las intromisiones de tres reyes, que él conoció, siendo llamado Martillo de reyes.

Alternaba sus quehaceres pastorales con la vida retirada de la cartuja de Witham.

Murió en Londres, camino de Lincoln, el 16 nov. 1200. Ante la fama de santidad y de sus milagros el papa Honorio III le canonizó el 17 feb. 1220.

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Por: P. Felipe Santos |

Noviembre 16


Etimológicamente significa “ fiel defensora”. Viene de la lengua alemana.

Esta joven, modelo y patrona de las místicas, nació en Eisleben, Alemania, en 1256. Cuando contaba solamente 5 años se le confió su educación al monasterio benedictino de Helfta. La superiora del convento era su tía santa Matilde.

Encontró un clima espiritual tan bueno que se sintió plenamente feliz.

Mientras hacía sus estudios, demostró en todas las materias una inteligencia fuera de lo común.

Su salud no era lo buena que debiera haber sido. Le apenaba no poder asistir a las oraciones de comunidad. Sin embargo, ante su mala salud física mantuvo siempre y en todo instante un enorme equilibrio espiritual e intelectual.

Al llegar los años que van del 1291 hasta su muerte, comenzó para ella una época dorada a causa de las muchas revelaciones o visiones del cielo.

Menos mal que tuvo la suerte de escribirlas todas en cinco volúmenes, en los que cuenta su experiencia mística, es decir, su continua unión con Dios.

Su mística, por otra parte, no se basa en cosas raras sino simplemente en los misterios que cada día celebra la liturgia en honor del Señor y de la Virgen.

Se abrió plenamente a los deseos de Dios y rechazó toda clase de egoísmo estéril. Fue ella la que comenzó la devoción al Sagrado Corazón de Jesús.

Su tía Matilde le preguntó a Jesús:" Señor, fuera de la Santa Hostia, ¿dónde te puedo encontrar?" Y Jesús le respondió:"Búscame en el corazón de Gertrudis".

A la santa se le atribuyen cinco libros que componen el "Heraldo de la amorosa bondad de Dios" (Comúnmente llamados "Revelaciones de Santa Gertrudis"). El primero fue escrito por amigos íntimos de la santa después de su muerte, el segundo fue escrito por la santa y los restantes fueron compuestos bajo su dirección.

Sus escritos relatan visiones, comunicaciones y experiencias místicas. Habla de un rayo de luz, como una flecha, que procedía de la herida del costado de un crucifijo. Cuenta también que su alma, derretida como la cera, se aplicó al pecho del Señor como para recibir la impresión de un sello y alude a un matrimonio espiritual en el que su alma fue como absorbida por el corazón de Jesús. Enseña al mismo tiempo que "la adversidad es le anillo espiritual que sella los esponsales con Dios".

Murió en noviembre del año 1302.

¡Felicidades a las Gertrudis!
Comentarios al P. Felipe Santos: fsantossdb@hotmail.com

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Por: Clara Augusta Lainati, o.s.c. | Fuente: franciscanos.org

Inés de Favarone, hermana de Clara «según la carne y según la pureza» (Leyenda de Sta. Clara 24), no es una figura que fácilmente pueda esbozarse, a no ser que se ceda al fácil impulso de revestir los escasos datos históricos que se poseen –oscuros y limitados en información– con reflexiones verosímiles, pero no comprobadas, sugeridas más bien por su situación a la sombra de santa Clara. Inés de Asís es una figura de contornos difuminados, que se la intuye más y mejor precisamente cuanto menos se trata de fijarla dentro de una línea marcada y precisa.

Hija segunda de Favarone y Ortolana, Inés nace en esta noble familia asisiense alrededor de 1197. Su Vita, incluida en la Crónica de los XXIV Generales de la Orden de los Hermanos Menores, de finales del siglo XIV, afirma estrictamente que en la fecha de su muerte, acaecida poco después de la muerte de Clara en 1253, tenía unos 56 años.

El nombre de Inés no le fue impuesto en el Bautismo sino más tarde, después de la conversión; y se lo impuso san Francisco, después que «por el Cordero inocente, es decir, por Jesucristo, inmolado por nuestra salvación, resistió con fortaleza y combatió virilmente» (Crónica) haciendo frente a los ataques de sus familiares, dedicados a arrancarla del claustro del Santo Ángel de Panzo, donde se había refugiado con Clara.

Probablemente, su nombre de pila fue el de Catalina. Según refiere la Vida de santa Clara escrita a finales del siglo XV por el humanista Hugolino Verino, y, como por primera vez señaló Fausta Casolini, el tío Monaldo, volviéndose a Inés en la tentativa de conducirla de nuevo a casa de sus padres, la apostrofa con el nombre de «Catalina... que así se llamaba Inés en el siglo...» (cf. AFH 13, 1920, 175). Catalina es el nombre de la intrépida virgen de Alejandría, cuyas reliquias, conservadas en una iglesia erigida en el Sinaí, eran objeto de devotas peregrinaciones para todos los que, dirigiéndose a Tierra Santa, desembarcaban en el puerto egipcio de Damieta, de donde emprendían el viaje a Jerusalén pasando precisamente por el Sinaí y Gaza. También Ortolana, la madre de Clara e Inés, había realizado una peregrinación a los lugares santificados con la presencia del Mesías: quizá la devoción hacia la mártir de Alejandría, reforzada durante la peregrinación, le sugirió más tarde el nombre para su segunda hija. Y esta misma devoción, seguramente viva en las hijas por influencia de Ortolana, inspiró el nombre titular de Santa Catalina del Monte Sinaí para muchos de los pequeños monasterios de Hermanas Pobres.

La infancia y la juventud de Inés corren parejas con las de su hermana Clara, tres o cuatro años mayor que ella. Es intenso el afecto que las une recíprocamente e iguales sus sentimientos. Sin embargo, la orientación inicial es distinta. En efecto, si Clara, siguiendo la voz interior que la llama a una vida completamente dedicada al Señor, no quiere ni oír hablar de boda, tal vez la serena vida familiar que observa entre sus padres y con sus dos hermanas, despierta en Inés el deseo de una vida análoga iluminada por el gozo íntimo de un matrimonio y de una maternidad bendecidos por Dios.

El autor de la «Leyenda», al presentar el llamamiento de Inés a la vida religiosa como uno de los primeros efectos de la poderosa oración de Clara en el silencio del claustro, escribe: «Entre las principales plegarias que ofrecía a Dios con plenitud de afecto, pedía esto con mayor insistencia: que, así como en el siglo había tenido con la hermana conformidad de sentimientos, así ahora se unieran ambas para el servicio de Dios en una sola voluntad. Ora, por lo tanto, con insistencia al Padre de las misericordias para que a su hermana Inés, a la que había dejado en su casa, el mundo se le convierta en amargura y Dios en dulzura; y que así, transformada, de la perspectiva de unas nupcias carnales se eleve al deseo del divino amor, de modo que a una con ella se despose en virginidad perpetua con el Esposo de la gloria. Existía realmente entre ambas un extraordinario cariño mutuo, el cual, aunque por diferentes motivos, había hecho para la una y la otra más dolorosa la reciente separación» (Leyenda 24).

Es fácil adivinar lo interminables que fueron para Inés los días que siguieron a la fuga de Clara. Inés tiene sólo catorce o quince años, y en la hermana menor, Beatriz, no encuentra de ninguna manera el apoyo afectuoso que le proporcionaba la presencia de Clara. Transcurre la semana de Pasión, a la que sigue la Pascua, una Pascua más que nunca velada por la nostalgia y el recuerdo de la hermana ausente, a la que no han conseguido hacer regresar a la casa paterna ni la afectuosa presión de la familia ni la violencia. También pasa la semana de Pascua; y cada día que transcurre, mientras la memoria repasa los dulces recuerdos que le evocan a Clara, la mente y el corazón se detienen cada vez con mayor frecuencia a pensar en el camino escogido por Clara, y descubren la profunda y escondida riqueza que encierra. Y la exuberancia juvenil de Catalina empieza a arder con el mismo fuego que Clara, encendido por el Espíritu, y suspira por poder entregarse completamente, como ella, al Señor Jesús y a su Reino.

Dieciséis días después de la fuga de Clara de la casa paterna, el 14 de mayo de 1211, o quizá al día siguiente, Inés se llega por fin a su hermana en el monasterio benedictino del Santo Ángel de Panzo, donde Clara se había refugiado provisionalmente, y le manifiesta con firmeza el propósito de consagrarse totalmente, como ella, al servicio de Dios.

El abrazo gozoso de Clara, que ha visto escuchada su oración, representa al mismo tiempo la aceptación de la primera novicia en la nueva Orden fundada por san Francisco.

La desaparición de Inés, refugiada junto a su hermana, provocó una nueva y aún más violenta reacción por parte de los familiares, que no estaban dispuestos a tolerar por segunda vez una iniciativa que era para ellos una afrenta a la riqueza y al poder de la noble familia. Y he aquí que un grupo de doce caballeros se abalanza sobre las dos hermanas en la serena quietud monástica del Santo Ángel de Panzo, donde Clara, «la que más sabía del Señor, instruía a su hermana y novicia» (Leyenda 25). No repitamos aquí el desarrollo del episodio ya referido; añadamos solamente que, al final, Inés puede responder a Clara que le pregunta –angustiada por tantos golpes recibidos mientras los hombres armados la arrastraban a la fuerza por la ladera del monte– que por la gracia de Dios y por sus oraciones, poco o nada ha sufrido.

Después de este episodio de violencia, «el bienaventurado Francisco con sus propias manos le cortó los cabellos y le impuso el nombre de Inés, ya que por el Cordero inocente... resistió con fortaleza y combatió varonilmente» (Crónica).

A continuación, dirigida por el Santo, juntamente con Clara, en el camino de la perfección emprendida (Leyenda 26), Inés progresó tan rápidamente en el camino de la santidad, que su vida aparecía ante sus compañeras extraordinaria y sobrehumana. Su penitencia y mortificación, como la de la misma Clara, despertaban admiración teniendo en cuenta su corta edad. Sin que nadie lo sospechase, ciñó su cintura con un áspero cilicio de crin de caballo, y esto desde el comienzo de su vida religiosa hasta su muerte; su ayuno era tan riguroso que casi siempre se alimentaba solamente de pan y agua.

Caritativa y dulcísima de carácter, se inclinaba maternalmente sobre quien sufría por el motivo que fuere, y se mostraba llena de piadosa solicitud hacia todos.

Santa Clara, escribiendo de ella a santa Inés de Praga, llamará a su hermana «virgen prudentísima»; es la opinión de una santa, es decir, de quien sabe medir personas y cosas con la misma medida de Dios.

Hay un episodio que, ciertamente, sirve para corroborar en Clara la convicción de la santidad de su joven hermana; episodio que no sabemos con seguridad cuando aconteció, si en los años precedentes o subsiguientes a la partida de Inés a Monticelli. Lo extraemos de la Vita inserta en la Crónica.

«En cierta ocasión, mientras, apartada de las demás, perseveraba devotamente en oración en el silencio de la noche, la bienaventurada Clara, que también se había quedado a orar no muy lejos de ella, la contempló en oración, elevada del suelo, y suspendida en el aire, coronada con tres coronas que de tanto en tanto le colocaba un ángel. Cuando al día siguiente le preguntó la bienaventurada Clara qué pedía en la oración y qué visión había tenido aquella noche, Inés trató de eludir la respuesta. Pero al fin, obligada por la bienaventurada Clara a responder por obediencia, refirió lo siguiente: –En primer lugar, al pensar una y otra vez en la bondad y paciencia de Dios, cuánto y de cuántas maneras se deja ofender por los pecadores, medité mucho, doliéndome y compadeciéndome; en segundo lugar, medité sobre el inefable amor que muestra a los pecadores y cómo padeció acerbísima pasión y muerte por su salvación; en tercer lugar, medité por las almas del purgatorio y sus penas, y cómo no pueden por sí mismas procurarse ningún alivio» (Crónica). En la meditación de Inés, de acuerdo con toda la espiritualidad seráfica, el Dios- Hombre crucificado proyecta su vasta sombra de eficacia salvadora sobre el drama de los pecadores y de los redimidos que anhelan su última purificación.

Una despedida nostálgica

«Después, el bienaventurado Francisco la envió como Abadesa a Florencia, donde condujo a Dios muchas almas, tanto con el ejemplo de su santidad de vida, como con su palabra dulce y persuasiva, llena de amor de Dios. Ferviente en el desprecio del mundo, implantó en aquel monasterio –como ardientemente lo deseaba Clara– la observancia de la pobreza evangélica» (Crónica).

No es fácil desentrañar los acontecimientos que están bajo una fuente tan avara de información. Solamente está clara la línea general de los hechos. Es ésta:

El paso de san Francisco por Florencia no suscitó entusiasmo solamente entre los florentinos, algunos de los cuales abrazaron enseguida su misma vida evangélica, sino que también enfervorizó a algunas jóvenes y señoras de nobles familias que, a imitación del gesto realizado hacía poco por Clara, deseaban dejarlo todo para dedicarse exclusivamente al servicio de Dios. De hecho, no tardaron mucho en dar cumplimiento a sus deseos; y, no teniendo aún monasterio, se retiraron en casa de algunas de ellas en espera de que la Providencia les proporcionase un lugar más conveniente. Se desconoce la fecha en la que surgieron tales comunidades de señoras florentinas, que tomaban por modelo la de San Damián; quizá resulte más fácil identificar el lugar donde se iniciaron estas comunidades. En efecto, sabemos que la señora Avegnente de Albizzo, que figura como Abadesa del Monasterio en 1219, poseía un lugar en la comarca de Santa María del Sepulcro en Monticelli; hizo donación del mismo a la iglesia romana, para que en él fuese erigido un monasterio, y la propiedad fue aceptada por el Cardenal Hugolino, en nombre de la Iglesia, en el 1218. Con este acto, las nobles señoras florentinas reunidas en torno a Avegnente, se ponían bajo la dependencia de la Santa Sede.

Como hemos dicho, la señora Avegnente figura en 1219 como Abadesa de la comunidad erigida, que desde los primeros años se relaciona con San Damián y observa, junto con la Regla del Cardenal Hugolino de 1218-1219, las mismas Observantiae regulares, es decir, esa especie de «constituciones» que por entonces estaban en vigor en San Damián, basadas en los escritos y palabras de san Francisco.

La cesión gratuita de un terreno contiguo por parte de Forese Bellicuzi, permitió la erección de un monasterio: la casa anterior, quizá demasiado pequeña, no podía albergar el número creciente de monjas.

La joven Inés fue enviada a esta comunidad con el encargo de transferir a Florencia el genuino espíritu de Clara. A ella se confiará el gobierno de esta nueva falange de Hermanas Pobres.

Existe un documento precioso, esto es, una carta, remitida por Inés a su hermana después de su llegada al nuevo destino, que nos da luz acerca del profundo dolor que le produjo la separación de San Damián, así como acerca de la nueva comunidad, floreciente en una atmósfera de paz y de unión. La misma carta, sin fecha, nos proporciona también indicaciones que pueden ser válidas como referencias cronológicas:

« ... Has de saber, madre –escribe entre otras cosas Inés–, que mi carne y mi espíritu sufren grandísima tribulación e inmensa tristeza; que me siento sobremanera agobiada y afligida, hasta tal punto que casi no soy capaz ni de hablar, porque estoy corporalmente separada de vos y de las otras hermanas mías con las que esperaba vivir siempre en este mundo y morir... ¡Oh dulcísima madre y señora!, ¿qué diré, si no tengo la esperanza de volveros a ver con los ojos corporales a vos ni a mis hermanas?... Por otra parte, encuentro un gran consuelo y también vos podéis alegraros conmigo por lo mismo, pues he hallado mucha unión, nada de disensiones, muy por encima de cuanto hubiera podido creerse. Todas me han recibido con gran cordialidad y gozo, y me han prometido obediencia con devotísima reverencia... Os ruego que tengáis solícito cuidado de mí y de ellas como de hermanas e hijas vuestras. Quiero que sepáis que tanto yo como ellas queremos observar inviolablemente vuestros consejos y preceptos durante toda nuestra vida. Además de todo esto, os hago saber que el señor papa ha accedido en todo y por todo a lo que yo había expuesto y querido, según la intención vuestra y mía, en el asunto que ya sabéis, es decir, en la cuestión de las propiedades. Os ruego que pidáis al hermano Elías que se sienta obligado a visitarme muy a menudo, para consolarme en el Señor».

El Privilegio de la Pobreza, que señala la carta, fue concedido a las monjas de Monticelli por el Papa Gregorio IX el 15 de mayo de 1230. Además, el hermano Elías no es designado en la carta ni como «vicario» ni como «ministro general»; la alusión al hermano Elías hace excluir –queriendo asignar una fecha a la carta– la serie de los años 1217 a 1221, en los que se encontraba como Ministro provincial en el Oriente; y parece excluir también los años 1221 al 1227, en los que fue Vicario, y los años después de 1232, ya que en el Capítulo de aquel año fue elegido Ministro General.

Por tanto, es probable que la salida de Inés de Asís a Monticelli, salida querida por san Francisco y causa de profundo dolor para la obediente hermana de santa Clara, no fuese en el 1221, como se repetía tradicionalmente, sino más tarde, alrededor de los años 1228-1230: a menos que se quiera admitir que la carta, aunque refleja la herida de una separación reciente, haya sido escrita muchos años después de la partida de San Damián.

A la cabecera de Clara moribunda

Queda en la sombra lo que se refiere a la permanencia de Inés en Florencia, así como queda encubierto con el misterio el itinerario de su regreso a Asís; muchos monasterios se glorían de haberla tenido como fundadora en su camino de retorno, y es muy posible que el dato tradicional, no recogido en documentos, responda en alguna medida a la realidad. En cualquier caso, tras un lapso de diez años, la historia vuelve a presentar a Inés en la clausura de San Damián, cuando asiste a Clara en su prolongada agonía.

Según Mariano de Firenze, que escribe en el siglo XVI, la partida de Inés de Monticelli estuvo precisamente en relación con el empeoramiento de la enfermedad de la Santa: al tener noticia de ello, Inés se habría puesto de viaje apresuradamente con algunas de las hermanas externas de Monticelli, destinadas a recoger y a conservar las últimas palabras de la Madre de la Orden, para llevar su recuerdo a la fundación florentina. Siguiendo la misma narración, Clara habría entregado a estas hermanas que acompañaban a Inés su velo; sería el que se conserva como reliquia en el monasterio de clarisas de Firenze- Castello.

Cualquiera que sea la fecha en que haya de fijarse el regreso de Inés a San Damián, es indudable su presencia a la cabecera de Clara moribunda. Para Inés que, oprimida por el dolor, no halla manera de contener las lágrimas abundantes y amargas, y suplica a su hermana que no se marche ni la abandone, Clara tiene palabras de ternura infinita, que hacen florecer una esperanza maravillosa en el corazón de Inés: «Hermana carísima, es del agrado de Dios que yo me vaya; mas tú cesa de llorar, porque llegarás pronto ante el Señor, enseguida después de mí, y Él te concederá un gran consuelo antes que me aparte de ti» (Leyenda 43).

La tarde del 11 de agosto de 1253, en el desgarramiento de la separación, Inés habrá recordado a la hermana, bienaventurada por siempre en el abrazo del Esposo, la promesa que le hiciera pocos días antes. Y cuando al día siguiente, entre alabanzas y gozo universal, el cuerpo de Clara, ya invocada como santa, bendecido por el Papa, subió por la pendiente de Asís para ser depositado en el mismo sepulcro que un día recibió los despojos mortales de Francisco, seguramente reconocería Inés, en este preludio tan solemne de la canonización, el gran consuelo profetizado por Clara.

También tuvo bien pronto realización la promesa que le había hecho, pues «al cabo de pocos días, Inés, llamada a las bodas del Cordero, siguió a su hermana Clara a las eternas delicias; allí entrambas hijas de Sión, hermanas por naturaleza, por gracia y por reinado, exultan en Dios con júbilo sin fin. Y por cierto que antes de morir recibió Inés aquella consolación que Clara le había prometido. En efecto, como había pasado del mundo a la cruz precedida por su hermana, así mismo, ahora que Clara comenzaba ya a brillar con prodigios y milagros, Inés pasó ya madura, en pos de ella, de esta luz languideciente, a resplandecer por siempre ante Dios» (Leyenda 48).

La noticia de la muerte de Inés, difundida por Asís, atrajo –como la de Clara– multitud de gentes, que le profesaban gran devoción y esperaban poder contemplar sus despojos mortales y ser así consoladas espiritualmente. Todo este gentío subió la escalera de madera que daba acceso al monasterio de San Damián. Pero de pronto, las cadenas de hierro que sostenían esta escalera, cedieron bajo peso tan desacostumbrado, y se derrumbó con gran estrépito sobre la multitud que estaba debajo, arrastrando en su derrumbamiento a cuantos allí se agolpaban.

De la imprevista catástrofe se podían esperar consecuencias desastrosas, puesto que el gentío quedó como aplastado bajo el enorme peso de la escalera sobrecargada de gente. Pero en los corazones se abrió paso la esperanza en el nombre de Inés. Invocando inmediatamente su nombre y sus méritos, heridos y magullados se levantaron riendo, como si nada hubieran sufrido.

Esta fue la primera de las numerosísimas intervenciones milagrosas de Inés, que, ya reunida con Clara en la gloria, será para siempre, como su hermana, muy pródiga en su intercesión a favor de cuantos, en su nombre, supliquen para verse librados de enfermedades incurables, de la ceguera, o de posesión diabólica. La serie de estas intervenciones continúa ampliamente durante todo el siglo XIV, hasta establecerse su culto, ratificado por la Iglesia. Su nombre aparece en el Martirologio Romano entre los santos del día 16 de noviembre, y sus restos reposan en la Basílica de Asís, que también encierra el cuerpo de su «madre y señora» Clara.

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