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Presbítero y Mártir

Martirologio Romano: En Krasica, Croacia, beato Francisco Giovanni Bonifacio, presbítero y mártir. ( 1946)

Fecha de beatificación: 4 de octubre de 2008, durante el pontificado de S.S. Benedicto XVI

El 4 de octubre de 2008 fue inscrito en el libro de los beatos este sacerdote asesinado en 1946 a los 34 años, cuya causa de beatificación fue iniciada en 1957 por el entonces arzobispo de Trieste, monseñor Antonio Santin.

De 1943 a 1945, las tropas yugoslavas de Tito, en colaboración con los comunistas italianos, realizaron una obra de verdadera limpieza étnica con acciones de inaudita ferocidad. Miles de personas fueron ajusticiadas y arrojadas a las llamadas "foibas", las cavidades cársticas con una profundidad de hasta 200 metros. Los historiadores hablan de cuatro mil personas, pero los supervivientes indican un número muy superior, hasta veinte mil.

En aquella época, 350.000 italianos abandonaron Istria, Fiume y Dalmacia. Familias enteras italianas fueron masacradas. Muchos eran atados con alambres de espino a los cadáveres y arrojados vivos a los precipicios. Fueron al menos 50 los sacerdotes asesinados por las tropas comunistas de Tito.

Sólo en la "foiba" de Basovizza, a pocos kilómetros de Trieste, una de las pocas que quedaron en territorio italiano, se han encontrado cuatrocientos metros cúbicos de cadáveres.

Durante decenios, esta barbarie se mantuvo cubierta por el silencio, mientras que en los años noventa aumentó la atención sobre el tema hasta que el Parlamento italiano, con una ley de 2004, instituyó el "Día del Recuerdo", para conservar la memoria de la tragedia de las "foibe".

En ese clima de terror civil llevado adelante a menudo con el instrumento de la persecución religiosa, el padre Bonifacio llevaba consuelo a la gente de las colinas entre Buie y Grisignana, en Croacia, y reunía a los jóvenes, dando vida a una Acción Católica local.

Nacido en Pirano, Istria, en 1912, de una familia humilde y profundamente cristiana, y segundo de siete hijos, Francesco recibió la ordenación sacerdotal el 27 de diciembre de 1936, en la catedral de San Justo en Trieste.

Tras un primer encargo en Cittanova, asumió la responsabilidad de la parroquia de Villa Gardosi, que atendía a diversas aldeas esparcidas por la zona de Buie, sin electricidad. Don Francesco se hizo amar enseguida, promoviendo numerosas actividades, visitando a las familias, a los enfermos, y donando lo poco que tenía a los pobres.

Su empeño lo convirtió en un sacerdote demasiado incómodo para la propaganda antirreligiosa de la Yugoslavia de entonces, pero a pesar de las intimidaciones prosiguió hasta el final por su camino.

La tarde del 11 de septiembre de 1946 don Francesco estaba regresando a su casa desde Grisignana. Fue detenido por dos hombres de la guardia popular. Quien los vio, contó que desaparecieron en el bosque.

Su hermano, que lo buscó inmediatamente, fue encarcelado con la acusación de contar falsedades. El asunto no se conoció durante años, hasta que un director teatral logró contactar a uno de los guardias populares que habían detenido a don Bonifacio.

Éste contó que el sacerdote fue metido en un coche, desnudado, golpeado con una piedra en la cara y rematado con dos cuchilladas antes de ser arrojado en una "foiba". Desde entonces sus restos no han sido encontrados.

El hermano del beato, Giovanni Bonifacio, afirmó en una entrevista a Radio Vaticano que el presbítero “era un sacerdote que vivía el Evangelio con la gente”, “siempre en movimiento: entre los enfermos, enseñando catecismo, siempre dando vueltas por los pueblos”.

“Cuando se lo llevaron, la gente lo supo en seguida, porque tocaron las campanas”, recordó. “Por desgracia, nunca le soltaron. Después supe algo, también cómo le mataron. Pero nunca sentí odio alguno hacia los que le hicieron daño a mi hermano... ¡Aún ahora les perdonamos!”.

“Mi hermano -añadió- fue el primero en perdonar, precisamente cuando lo mataban. Él ya estaba preparado para el martirio”.

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Por: . | Fuente: Franciscanos.org

Religioso Franciscano

Martirologio Romano: En Roma, beato Buenaventura de Barcelona (Miguel) Gran, religioso de la Orden de Hermanos Menores, que, amante de la observancia regular, instituyó conventos para retiros espirituales en muchos lugares del territorio romano, mostrando siempre máxima austeridad de vida y caridad para con los pobres (1648).

Fecha de beatificación: El Sumo Pontífice Pío X beatificó a fray Buenaventura Gran de Barcelona el 10 de junio del año 1906.

El Beato Buenaventura Gran vino al mundo en Riudoms, pueblecito de Cataluña cercano a Tarragona, el 24 de noviembre de 1620. Sus padres eran labradores pobres, pero muy temerosos de Dios. Lo llamaron Miguel Bautista, nombre que mudó más adelante en el convento por el de Buenaventura. Al paso que crecía en edad, sus padres le enseñaban las grandes verdades de nuestra fe, y excitaban en su corazón vivos sentimientos de amor a Dios, al par que una tierna y filial devoción a la Virgen María.

Frecuentó algunos años la escuela del pueblo; después, lo emplearon sus padres en las labores del campo. No obstante sus muchas ocupaciones, el piadoso joven hallaba tiempo para cumplir fielmente los ejercicios devotos que se había impuesto para cada día. Antes y después de la tarea cotidiana, solía entrar en la iglesia a visitar al Señor sacramentado, y muchas veces, sobre todo en la víspera de las fiestas principales, permanecía en oración ante el Santísimo toda la noche.

Ya en su juventud hubiera deseado Miguel entregarse de todo en todo al Señor en la vida religiosa; pero tales razones alegó su padre para disuadirle, que Miguel se convenció de que Dios le quería todavía en el siglo. Contrajo matrimonio con una doncella muy virtuosa; pero el día de la boda, después de la ceremonia religiosa, se quedó en la iglesia por espacio de largas horas; cuando fueron a buscarle, lo hallaron totalmente absorto en altísima contemplación, y fue menester hacerle volver en sí.

Ambos esposos determinaron vivir como hermanos guardando virginidad perfecta, y así lo hicieron con la gracia de Dios. A los dieciséis meses de matrimonio, murió la virtuosa compañera de Miguel; antes de morir declaró formalmente a su madre que el Señor le había otorgado la insigne merced de guardar intacta su virginidad.

Lego franciscano

Rotos ya los lazos que le tenían atado al siglo, partió Miguel de casa con licencia de sus padres, y fue a llamar a las puertas del convento franciscano de San Miguel de Escornalbou. Se echó a los pies del Padre Provincial y le suplicó que lo admitiese como fraile converso. El buen Padre se negó a ello, alegando falta de salud y estudios en el pretendiente. Entonces le dijo Miguel: «Razón tenéis de despedirme; pero al fin y al cabo menester será cumplir lo que el Señor ha determinado». Viendo el Superior su constancia, lo admitió en el convento, donde tomó el hábito el día 14 de julio, entonces fiesta de San Buenaventura, cuyo nombre quiso llevar para merecer la protección del seráfico Doctor franciscano.

Recién entrado en la religión, dio muestras del celo con que se proponía observar la pobreza de la Orden. Al hallar en el bolsillo cierta moneda que guardaba sin advertirlo, la tiró por la ventana tan lejos como pudo, exclamando: «Maldígame Dios si en los días que me quedan de vida llego a apropiarme semejante moneda».

El fervor de los principios no se desmintió en todo el tiempo de su noviciado. Tanto sus compañeros como los religiosos antiguos le miraban como a modelo. Al año de probación, profesó con los votos religiosos.

Celo apostólico. Persecuciones del diablo

Los superiores eligieron a fray Buenaventura para que, en compañía de otros religiosos, fuese a fundar en Mora un convento de la Reforma franciscana. En esta nueva residencia llevó el Beato vida todavía más devota y mortificada, a pesar del mucho trabajo que suele acarrear una nueva fundación. Por sus cargos de limosnero y cocinero, tenía trato continuo con el mundo, pero sabía enderezarlo todo a la mayor gloria de Dios.

Lo que más le afligía era ver que el libertinaje se cebaba en poblaciones fieles hasta entonces a su fe y de sanas costumbres. Les llegaba el contagio de los ejércitos franceses que ocuparon Cataluña en el último período de la guerra de los Treinta Años.

Aunque mero fraile converso, llevado de celo ardiente, se presentaba sin temor en medio de los concursos y saraos del mundo, y con sus palabras traía al sendero del bien a los extraviados y trocaba en "Magdalenas" a las mayores pecadoras.

Casi todos los soldados franceses eran calvinistas. Fray Buenaventura intentó convertirlos, y tuvo la dicha de traer a muchos de ellos al seno de la Iglesia Católica. Notable fue la conversión de uno de los principales jefes de aquel ejército. Cierto día se llegó a él fray Buenaventura en ademán de pedirle limosna. El oficial mandó a su ordenanza que le diese algo.

-- No es esa limosna la que te pido -exclamó el siervo de Dios.

-- ¿Pues qué quieres? -preguntó el hereje.

-- La limosna que deseo no es para el convento -repuso el fraile-, sino para la salvación de tu alma.

No se enojó el oficial con las palabras del fraile; al contrario, habiéndose mostrado hasta entonces rebelde a todas las exhortaciones, ahora oyó los consejos de fray Buenaventura con docilidad y mansedumbre y, movido de la gracia, abjuró de la herejía al poco tiempo.

Con malos ojos veía el demonio escapársele tantas almas que creía poseer para siempre. Para vengarse del santo fraile, empezó a aparecérsele de noche en figuras espantosas, amenazándole, persiguiéndole y dándole recios golpes y toda suerte de malos tratos. Pero Buenaventura, confiando en el Señor y escudándose en su fe, menospreciaba la violencia del infierno embravecido. «Nada podrás contra mí, espíritu maligno, porque Dios me ampara y defiende», solía decirle al demonio. Con hacer entonces la señal de la santa Cruz e invocar los sagrados nombres de Jesús y María, ahuyentaba a los espíritus infernales.

Éxtasis y milagros

Frente a las violentas persecuciones del infierno, el Señor solía consolar a Buenaventura con mercedes y dones realmente admirables.

Yendo un día de camino, se paró a hablar con algunos amigos y, en la conversación, vinieron a tratar de las glorias de la Virgen María. De repente, apareció el Beato cercado de extraordinario resplandor; se alzó en el aire y recorrió unos cien pasos gritando con toda su fuerza:

-- ¡Virgen Santísima! ¡Virgen Santísima! ¡Viva la Virgen Santísima!

Un hecho más maravilloso todavía ocurrió un día de fiesta en la iglesia del convento, donde por mandato del superior explicaba la doctrina a los niños. Mientras hablaba con fervor de los misterios de nuestra fe, miró un instante a un cuadro de la Inmaculada colocado en el altar mayor. Lo mismo fue verlo que lanzarse disparado como una flecha por el aire hasta besar con sus labios el purísimo rostro de la Virgen. Los niños empezaron a gritar asustados; acudieron los frailes y muchísimas personas vecinas de la iglesia, y todos contemplaron admirados aquel éxtasis maravilloso, hasta que el padre superior, para acabar con aquel alboroto de la gente, mandó al Beato que bajase. Al punto obedeció fray Buenaventura; pero extrañado y corrido a vista de la muchedumbre, se retiró a su celda para no oír las voces del pueblo, que le aclamaba ya como a santo.

El Señor le favoreció asimismo con el don de milagros. Siendo cocinero, dejó un día la comida en el fogón y se fue a la iglesia a hacer una visita corta. Pero, estando allí, quedó arrobado en éxtasis, y se olvidó totalmente de las ollas y del fogón. Entretanto la comida de la comunidad quedó del todo quemada y echada a perder.

-- ¿Qué hacéis, fray Buenaventura? -le dijo el hermano campanero, antes de tocar a comer-; la comida está totalmente quemada, y así tendrán que contentarse hoy los frailes con pan y agua.

-- No tema, hermano -repuso humildemente el siervo de Dios-, todo se arreglará. Toque a comer como de costumbre, y el Señor proveerá al sustento de sus siervos.

Fue a tocar el campanero, riéndose para sus adentros de la ingenuidad de fray Buenaventura. Pero, ¡cosa maravillosa!, llevaron al comedor aquellos alimentos carbonizados, y los frailes los hallaron tan exquisitos y en su punto, que declararon no haberlos comido nunca tan sabrosos.

Otro día recibió el Beato dos hermosos peces para la comida de los frailes. Se ausentó unos instantes y al volver no halló sino las espinas. Los culpables habían sido los gatitos del convento. Buenaventura los llamó a todos sin enfadarse y, tomando mansamente en sus rodillas al más viejo, le echó un sermoncillo de encantadora sencillez: «¡Ah goloso! -le dijo-; tú, que eres el más viejo y deberías dar buen ejemplo a los gatitos tus compañeros, les enseñas a robar y comerse el pescado de los pobres franciscanos. Mira, no tengo más remedio que castigarte delante de todos tus compañeros para que escarmienten». Diciendo esto, le dio unos golpecitos con la mano, pero con tanta suavidad, que más parecían caricias. Hallábase entonces en la cocina un tal Salmerón; al ver aquella escena, no pudo menos de reírse a carcajada limpia. Pero aquella risa se trocó en admiración cuando al mirar al plato vio, en lugar de las raspas, otros dos peces tan grandes y hermosos como los de antes.

Una señora llamada Isabel Vila criaba gusanos de seda; pero llegó a faltarle hoja de morera, con lo que temió perder el fruto de su labor. Acudió a fray Buenaventura, y éste fue con ella a ver de qué se trataba. Ante aquellos gusanillos muertos de hambre que levantaban sus cabecitas como pidiendo el sustento de que habían menester, dijo a la señora:

-- No os aflijáis, doña Isabel; estos minúsculos hermanitos nuestros están ahora alabando al Señor.

Y mirando a los gusanitos les dijo:

-- Vaya, hermanos gusanos; puesto que ya no hay hojas que comer, haced vuestros capullos.

No en balde les dijo el Beato estas palabras, porque la misma noche hicieron capullos tan grandes y de tan excelente calidad, que la señora logró beneficio mayor que si la hoja no hubiera faltado.

Salió cierto día a pedir limosna, y advirtió de pronto que el Ebro arrastraba a una mujer con su borriquillo. Ya estaban a punto de perecer ahogados, cuando Buenaventura se fue a ellos andando sobre las aguas, y los trajo a la orilla.

-- ¡Prodigio, prodigio! -empezaron a gritar los transeúntes.

-- ¿A esto llamáis prodigio? -les dijo el Beato; y cándidamente añadió-: La prueba de que no es un milagro, es que todos podéis hacer lo mismo si tenéis fe.

En el convento de Tarrasa

Al humilde fray Buenaventura le pareció que no era nada cuanto hasta entonces había hecho en la religión. Pensó reformar su vida, y para ello no vio mejor camino que fundar un convento donde se observase rigurosamente la primitiva Regla de San Francisco. Un día estaba el Beato suplicando a la Virgen María que le diese a conocer cuál era la voluntad divina. La Reina del cielo se le apareció entonces y le dijo:

-- Buscas, hijo, cómo fundar un convento de la perfecta observancia. Yo te lo diré. Parte para Roma. Allí quiere Dios fundar por tu medio un Instituto más austero.

Aquel mismo día se le apareció Nuestro Señor, y le volvió a decir que partiese para Roma, donde podría llevar a efecto la reforma.

Manifestó Buenaventura a sus superiores la orden celestial y, como era modelo de obediencia, aguardó con sosiego que le llegase la licencia de embarcarse para Italia. Mucho le costó al padre Provincial dar el permiso, porque no quería perder un fraile tan virtuoso; y así, en vez de dejarle ir a Roma, lo envió como limosnero al convento de Tarrasa.

Aquí tuvo ocasión de desplegar todo su celo. Cierto día se llegó hasta el puerto de la cercana ciudad de Barcelona. Entró en una galera y, al ver a los cautivos moros que hacían de remeros, movióse a compasión. Empezó a hablarles, y lo hizo con tanta mansedumbre y caridad, que todos ellos, movidos y persuadidos con las palabras de Buenaventura, acabaron pidiendo el bautismo.

Finalmente, le dieron licencia para embarcarse. Pronto cundió la noticia por Tarrasa y sus alrededores, y se afligieron sobremanera todas aquellas gentes. Llegó el día del embarco, y entonces se vio cuánto apreciaban todos al humilde fraile limosnero; porque al llegar al puerto, fue tal la aglomeración de gente que cercó a fray Buenaventura, que no podía dar un paso. Esta demostración popular le conmovió vivamente. «Hermanos míos -les dijo-, si no fuera porque así lo quiere el Señor, nunca me separaría de vosotros. Ofrezcámosle todos el sacrificio de nuestra propia voluntad». Diciendo esto, se levantó en el aire, donde permaneció suspendido una hora a vista de la gente.

Entendieron con este prodigio que no debían oponerse más tiempo a que se embarcase el siervo de Dios y, en cuanto hubo bajado al suelo, se apartaron y le dejaron libre el paso. En medio de las lágrimas y gemidos de los presentes, entró Buenaventura en un navío que se hacía a la vela con rumbo a Italia.

Reformador y apóstol. Su muerte

A punto estuvo el navío de caer en manos de los holandeses, enemigos entonces de España. El Beato lo salvó milagrosamente, porque con el Santo Cristo en la mano gritó a los perseguidores que se acercaban:

-- Deteneos, enemigos de nuestra fe, y no os acerquéis más.

Al punto se levantó un viento huracanado que barrió lejos los cuatro grandes veleros holandeses, y empujó al navío español hacia las costas italianas. También sosegó una furiosa tempestad con sólo una palabra.

Desembarcó en Génova, y prosiguió a pie hasta Roma, pasando por Loreto y Asís. Primero se hospedó en el convento de Ara Coeli. De allí pasó al de San Mauricio, con el cargo de limosnero. Pero, a poco de llegar, se ganó de tal manera el aprecio de las gentes, que en tropel acudían a verle, lo que determinó a los superiores a enviarle a Capránica (Viterbo). Aquí premió el Señor la obediencia de su siervo, permitiendo que la sagrada Hostia volase de los dedos del sacerdote a los labios del Beato después del Dómine non sum dignus.

La noticia de este milagro llegó hasta Roma. Los cardenales Facchinetti y Barberini -este último protector de la Orden-, con intento de asegurarse del hecho y estudiar de cerca el espíritu del Beato, le hicieron ir al convento de San Isidoro, en Roma, del que fue cocinero. Los dos príncipes de la Iglesia acudieron a verle, hablaron con él largo rato y quedaron convencidos de la eminente santidad del humilde lego franciscano. A menudo iban a verle o le llamaban a palacio. Estas amistades fueron de gran provecho a Buenaventura para llevar a efecto la anhelada Reforma.

Merced a la intervención de tan poderosos protectores, tuvo el humilde fraile una larga entrevista con el Sumo Pontífice Alejandro VII, el cual, maravillado de que un hermano lego le hablase con elocuencia tan extraordinaria, encargó al cardenal Barberini que apresurase la ejecución de aquella empresa.

El cardenal llamó a Buenaventura. Le dijo que redactase una súplica a la Congregación de Obispos y Regulares, y el mismo prelado la presentó a los Padres, que la aprobaron. Alejandro VII sancionó, el 8 de marzo de 1662, la fundación de la Reforma, y el Capítulo provincial franciscano celebrado en Roma aquel mismo año cedió al Beato y a sus compañeros el convento de Santa María de las Gracias, sito en Ponticelli (Rieti).

Quince religiosos, entre padres y hermanos legos, acudieron al llamamiento de fray Buenaventura. Su vida fue copia de la del santo Fundador; ni almacenaban provisiones, ni aceptaban estipendios por la predicación, misas u otros ejercicios del santo ministerio, y se contentaban con lo que la Providencia les enviaba por mano de los bienhechores.

Buenaventura no aceptó el cargo de superior sino por imposición del cardenal Barberini; y por cierto que lo ejerció con vigilancia, prudencia y caridad tales, que todos se hacían lenguas ensalzando las virtudes de su amado Guardián.

-- ¿Dónde habéis estudiado, fray Buenaventura? -le preguntó cierto día un hermano.

-- En las llagas de Jesucristo -le contestó el Beato.

Tanto prosperó la Reforma, que fue menester fundar otros conventos para recibir a los muchos que deseaban entrar en ella. El más famoso fue el de Roma, en el Palatino, llamado convento de San Buenaventura, fundado el 8 de diciembre de 1677 con veinticinco frailes.

Durante su estancia en Roma, fue este santo y humilde religioso otro San Felipe Neri. Solía enviar a los padres a dar misiones en todas las iglesias de la ciudad y parroquias vecinas. Enseñaba la doctrina a los niños en el portal del convento; visitaba a los enfermos en los hospitales, y a muchos los curaba milagrosamente con sólo rezar por ellos. Por eso, cuando alguien caía enfermo, solían decir: «Llamemos a fray Buenaventura»; y también: «Llevémosle a fray Buenaventura».

Le agradaba sobremanera dar limosna a los pobres. Quería que cada mañana se les repartiese abundante sopa; cuando los mendigos eran más numerosos, las provisiones se multiplicaban milagrosamente en las manos del Beato. Cierto día que volvía al convento llevando a cuestas el pan de la comunidad, se vio cercado de tantos pobres, que se le llevaron todo el pan.

--Señor -dijo entonces fray Buenaventura-, así como yo atiendo a las necesidades de vuestros pobres, Vos proveeréis a las de mis frailes.

Y así fue, porque, al llegar al convento, el cesto se halló lleno de tanto y mejor pan que antes.

Al conde Tomás Barberini le predijo que tendría pronto un heredero, como así sucedió el mismo año; y al cardenal Francisco Barberini le libró de gravísimo peligro, porque, a pesar de cierta prohibición, entró el Beato en el aposento del prelado y, para despedirse, le acompañó el cardenal hasta la puerta de palacio; y no bien habían salido del aposento, se derrumbó el techo del mismo estrepitosamente.

Llegó el Beato a la edad de sesenta y cuatro años. Previendo ya su próximo fin, solía repetir amorosamente: «¡Paraíso, paraíso! ». El 15 de agosto de 1684, le sobrevino una recia calentura. Los médicos esperaban vencerla, pero Buenaventura aseguraba que no sanaría. El 11 de septiembre recibió los santos Sacramentos con admirable devoción, bendijo a los frailes, y fue arrebatado al éxtasis eterno de la vida perdurable.

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Presbítero y Mártir

Martirologio Romano: En la ciudad de Wuchang, de la provincia Hubei, en China, san Juan Gabriel Perboyre, presbítero de la Congregación de la Misión y mártir, que, dedicado a la predicación del Evangelio según costumbre del lugar, durante una persecución sufrió prolongada cárcel, siendo atormentado y, al fin, colgado en una cruz y estrangulado (1840).

Fecha de canonización: Beatificado el 10 de noviembre 1889 por el Papa León XIII, y canonizado por S.S. Juan Pablo II el 2 de junio de 1996.

La misión divina de la Iglesia se hace extensiva a toda la tierra y en todos los tiempos, según la frase de Jesús: Id, pues, y enseñad a todas las naciones. «Nuestra religión debe enseñarse en todas las naciones y propagarse incluso entre los chinos, a fin de que conozcan al verdadero Dios y posean la felicidad en el cielo», afirmaba con valentía San Juan Gabriel Perboyre, misionero en la China, ante un mandarín encargado de interrogarlo. Y este último agregó: «¿Qué puedes ganar adorando a tu Dios? - La salvación de mi alma, el cielo al que espero subir después de haber muerto».

El 2 de junio de 1996, con motivo de la canonización de San Juan Gabriel Perboyre, el Papa Juan Pablo II decía de él: «Tenía una única pasión: Cristo y el anuncio de su Evangelio. Y por su fidelidad a esa pasión, también él se halló entre los humillados y los condenados; por eso la Iglesia puede proclamar hoy solemnemente su gloria en el coro de los santos del cielo».

En 1817, a los 15 años de edad, Juan Gabriel ingresa, junto con su hermano mayor Luis, en el seminario menor de Montauban (Francia), dirigido por los Padres Lazaristas, hijos espirituales de San Vicente de Paúl. Allí siente el deseo de consagrarse a las misiones en países paganos. Después de terminar el noviciado en Montauban, lo mandan a París para realizar estudios de teología, y luego es ordenado sacerdote. En 1832, su hermano Luis, que se había embarcado como sacerdote lazarista hacia la misión de la China, muere de unas fiebres durante la travesía. Juan Gabriel anuncia inmediatamente a la familia su deseo de ocupar el sitio que la muerte de su hermano ha dejado vacante.

Pero sus superiores no lo consideran conveniente a causa de su frágil salud, y es nombrado vicedirector del seminario parisino de los Lazaristas. Como activo ayudante de un director de seminario ya mayor, sigue el principio de enseñar más con el ejemplo que con la palabra. Comunica de ese modo a los novicios su amor por Jesús: «Cristo es el gran Maestro de la ciencia. Es el único que da la verdadera luz... Solamente existe una cosa importante: conocer y amar a Jesucristo, pues no sólo es la luz, sino el modelo, el ideal... Así que no basta con conocerle, sino que hay que amarle... Solamente podemos conseguir la salvación mediante la conformidad con Jesucristo». Escribe lo siguiente a uno de sus hermanos: «No olvides que, ante todo, hay que ocuparse de la salvación, siempre y por encima de todo».

Sin embargo, en su corazón guarda el ardiente deseo de partir hacia las misiones; al mostrar a los seminaristas los recuerdos traídos hasta París del martirio de François-Régis Clet, les dice: «He aquí el hábito de un mártir... ¡cuánta felicidad si un día tuviéramos la misma suerte». Y les pide lo siguiente: «Rezad para que mi salud se fortifique y que pueda ir a la China, a fin de predicar a Jesucristo y de morir por Él».

Obtiene finalmente de sus superiores el favor de salir hacia la China, donde llega el 10 de marzo de 1836. Su celo por la salvación de las almas le ayuda a soportar el hambre y la sed para la mayor gloria de Dios. Sea de día o de noche, siempre está dispuesto a acudir donde se solicite su ministerio, de tal forma que las fatigas y las vigilias no cuentan en absoluto. Además, es asaltado por violentas tentaciones de desesperanza, pero Nuestro Señor se le aparece y lo consuela, y el gozo vuelve al alma del apóstol.

Víctima de los sufrimientos

En 1839 se desencadena una persecución contra los cristianos. El 15 de septiembre, el padre Perboyre y su hermano el padre Baldus se hallan en su residencia de Tcha-Yuen-Keou. De repente les avisan de que llega un grupo armado. Los misioneros huyen cada uno por su lado para no caer los dos en manos de los enemigos. Juan Gabriel se esconde en un espeso bosque, pero al día siguiente un desdichado catecúmeno lo traiciona por una recompensa de treinta taeles (moneda china). Los soldados le desgarran las vestiduras, lo visten con harapos, lo amordazan y se van a la posada a celebrar su arresto.

Interrogado por el mandarín de la subprefectura, Juan Gabriel responde con firmeza que es europeo y predicador de la religión de Jesús. Empiezan entonces a torturarlo, pero por temor a que sucumba lo sientan en una banqueta y le atan fuertemente las piernas. Así pasa la noche el piadoso padre, bendiciendo a Jesús por concederle el honor de padecer sus mismos sufrimientos. Trasladado a la prefectura, al cabo de un penosísimo viaje a pie, con grilletes en el cuello, en las manos y en los pies, sufre cuatro interrogatorios. Para obligarlo a hablar, lo ponen de rodillas durante muchas horas sobre cadenas de hierro. A continuación, lo cuelgan de los pulgares y le golpean en la cara cuarenta veces con suelas de cuero para obligarle a renegar de su fe. Pero, reconfortado por la gracia de Dios, lo sufre todo sin quejarse.

Después es trasladado a Ou-Tchang-Fou, ante el virrey, donde debe responder en una veintena de interrogatorios. El virrey quiere obligarlo en vano a caminar sobre un crucifijo. Lo golpean con correas de cuero y con palos de bambú hasta el agotamiento, o bien lo levantan a gran altura con la ayuda de poleas y lo dejan desplomarse hasta el suelo. Pero el alma del piadoso padre permanece unida a Dios. «¿Así que sigues siendo cristiano? - ¡Oh, sí¡ ¡Y me siento feliz por ello!». Finalmente, el virrey lo condena al estrangulamiento; pero como quiera que la sentencia no puede ejecutarse hasta que sea ratificada por el emperador, Juan Gabriel Perboyre sigue en prisión durante algunos meses.

« ¡ Irreconocible ! »

Ningún cristiano había podido llegar junto a él mientras los mandarines lo torturaban; sin duda se vanagloriaban con la esperanza de que, al privarlo de cualquier ayuda, conseguirían vencer su constancia con mayor facilidad. Pero esa severa consigna es suavizada después del último interrogatorio. Uno de los primeros en poder penetrar en la cárcel es un religioso lazarista chino llamado Yang. ¡Qué desgarrador espectáculo aparece ante su mirada! Enmudece, derrama abundantes lágrimas y apenas consigue dirigir unas palabras al mártir. El padre Juan Gabriel desea confesarse, pero dos oficiales del mandarín que se hallan constantemente a su lado se lo impiden. Ante la petición de un cristiano que acompaña al padre Yang, consienten en apartarse un poco, y el misionero puede entonces confesarse.

Los demás prisioneros, encarcelados a causa de delitos comunes, testigos de la piadosa vida del padre Juan Gabriel, no tardan en apreciarlo; ideas hasta entonces desconocidas se abren paso en sus endurecidas almas. Admiradores de tantas virtudes, proclaman que tiene derecho a todo tipo de respeto. Él, por su parte, se halla completamente feliz en medio de los sufrimientos, porque lo vuelven más conforme con su divino modelo.

« Es todo lo que deseaba »

Por fin, el 11 de septiembre de 1840, después de un año entre grilletes y torturas, es conducido hasta el lugar de la ejecución. Le atan brazos y manos a la barra transversal de una horca en forma de cruz, y le sujetan ambos pies a la parte baja del poste, sin que toquen el suelo. El verdugo le pone en el cuello una especie de collar de cuerda en el que introduce un trozo de bambú. Con calculada lentitud, el verdugo aprieta dos veces la cuerda alrededor del cuello de la víctima. Una tercera torsión más prolongada interrumpe la plegaria continua del mártir, haciéndolo entrar en el inmenso y eterno gozo de la corte celestial. Tiene 38 años. Una cruz luminosa aparece en el cielo, visible hasta Pekín. Ante el asombro de todos, contrariamente a lo que sucede con los rostros de los ajusticiados por estrangulamiento, el de Juan Gabriel está sereno y conserva su color natural.

«El mártir da testimonio de Cristo, muerto y resucitado, al cual está unido por la caridad. Da testimonio de la verdad de la fe y de la doctrina cristiana» (CIC, 2473). El sacrificio de San Juan Gabriel Perboyre produjo muchos frutos espirituales, muchos de los cuales son visibles: al igual que él, muchos cristianos chinos dieron su vida por Cristo, y la religión cristiana se desarrolló en China hasta requerir la construcción de catorce vicarías apostólicas. Más recientemente, las persecuciones del régimen comunista no han conseguido extinguir la fe.

San Juan Gabriel nos recuerda a nosotros mismos que «Todos los fieles cristianos, dondequiera que vivan, están obligados a manifestar con el ejemplo de su vida y el testimonio de su palabra al hombre nuevo de que se revistieron por el bautismo y la fuerza del Espíritu Santo que les ha fortalecido con la confirmación» (CIC, 2472). Ese testimonio no siempre conduce al martirio de la sangre, pero supone la aceptación de la cruz de cada día. Empeñémonos en llevarla con amor, con la ayuda de la Santísima Virgen, y alcanzaremos el cielo, arrastrando con nosotros multitud de almas: «Más allá de la cruz, no hay otra escala por la que podamos subir al cielo» (Santa Rosa de Lima). Es la gracia que, en este comienzo de año, pedimos a San José, para Usted y para todos sus seres queridos, vivos y difuntos.

Reproducido con autorización expresa de Abadía San José de Clairval

¡Felicidades a quien lleve este nombre!
 

 

 

 

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Obispo de Tebaida

Martirologio Romano: Conmemoración de san Pafnucio, obispo en Egipto, que fue uno de aquellos confesores que, en tiempo del emperador Galerio Maximino, habiéndoles sacado el ojo derecho y desjarretado la pantorrilla izquierda, fueron condenados a las minas, y después, asistiendo al Concilio de Nicea, luchó denodadamente por la fe católica contra el arrianismo (s. IV).

Fecha de canonización: Información no disponible, la antigüedad de los documentos y de las técnicas usadas para archivarlos, la acción del clima, y en muchas ocasiones del mismo ser humano, han impedido que tengamos esta concreta información el día de hoy. Si sabemos que fue canonizado antes de la creación de la Congregación para la causa de los Santos, y que su culto fue aprobado por el Obispo de Roma, el Papa.


Fue uno de los anacoretas de su época. Vivía de las verduras que daba la tierra, agua, un poco de sal y poco más. Compartía consigo mismo la soledad del desierto. La oración y la penitencia eran su principal modo de emplear el tiempo. A su cueva acudían las gentes a recibir consejo, escuchar lo que aprendía del Espíritu con sus rezos y a contrastar la vida con el estilo del Evangelio.

Se vió obligado a dejar la soledad contra su gusto porque fue nombrado obispo de Tebaida. Por defender a Cristo sufrió persecución, le amputaron una pierna y le vaciaron un ojo cuya órbita desocupada, según cuenta la historia, gustaba besar con respeto y veneración el convertido emperador Constantino.

Estuvo presente en el Concilio de Nicea, donde se defendió la divinidad de Cristo y se condenó el arrianismo.

En esa ocasión, al tratarse otros temas de Iglesia, tuvo el obispo Pafnucio la ocasión de dar muestras de profunda humanidad. El hombre que venia del más duro rigor del desierto y podía exhibir en su cuerpo la marca de la persecución se mostró con un talante más amplio, abierto, moderado y transigente que los padres que no conocían la dureza de la Tebaida ni los horrores de la amenaza, ni la vejación.

Numerosos padres conciliares pretendieron imponer que los obispos, presbíteros y diáconos casados dejaran a sus esposas para ejercer el ministerio. El obispo curtido en la dura ascesis anacoreta se opuso a tal determinación haciendo que se fuera respetuoso con la disciplina de la época: autorizar el ejercicio del Orden Sacerdotal a los ya casados y no permitir casarse después de la Ordenación.

 

 

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Mártires

Martirologio Romano: En Nagasaki, de Japón, beatos Sebastián Kimura, de la Compañía de Jesús, Francisco Morales, de la Orden de Predicadores, presbíteros, y cincuenta compañeros mártires, entre sacerdotes, religiosos, matrimonios, jóvenes, catequistas, viudas y niños, todos los cuales murieron por Cristo, martirizados con crueles tormentos en una colina ante ingente multitud (1622).

Fecha de beatificación: El 7 de julio del año 1867, el papa Pío IX beatificó a 205 mártires en Japón, hoy recordamos al grupo que recibió la palma del martirio el 10 de septiembre de 1622.

Los cincuenta compañeros son:
Beato Angel Orsucci, presbítero dominico,
Beato Alfonso de Mena, presbítero dominico,
Beato José de San Jacinto de Salvanés, presbítero dominico,
Beato Jacinto Orfanel, presbítero dominico,
Beatos Domingo del Rosario y Alejo, religiosos dominico;
Beato Ricardo de Santa Ana, presbítero de la Orden de Hermanos Menores,
Beato Pedro de Avila, presbítero de la Orden de Hermanos Menores,
y Beato Vicente de San José, religioso de la Orden de Hermanos Menores;
Beato Carlos Espínola, presbítero jesuita,
y Beato Gonzalo Fusai, religioso jesuita,
Antonio Kiuni, religioso jesuita,
Beato Tomás del Rosario, religioso jesuita,
Beato Tomás Akahoshi, religioso jesuita,
Beato Pedro Sampo, religioso jesuita,
Beato Miguel Shumpo, religioso jesuita,
Beato Luis Kawara, religioso jesuita,
Beato Juan Chugoku, religioso jesuita;
Beato León de Satsuma,
Beato Lucía de Freitas;
Beatos Antonio Sanga, catequista, y Magdalena, cónyuges;
Beatos Antonio Coreano, catequista, y María, cónyuges, con sus hijos Juan y Pedro;
Beatos Pablo Nagaishi y Tecla, cónyuges, con su hijo Pedro;
Beatos Pablo Tanaka y María, cónyuges;
Beatos Domingo Yamada y Clara, cónyuges;
Beatos Isabel Fernández, viuda del beato Domingo Jorge, con su hijo Ignacio;
Beata María, viuda del beato Andrés Tokuan;
Beata Inés, viuda del beato Cosme Takeya;
Beat María, viuda del beato Juan Shoun;
Beata Dominica Ogata,
Beata María Tanaura,
Beatas Apolonia y Catalina, viudas;
Beato Domingo Nakano, hijo del beato Matías Nakano;
Beato Bartolomé Kawano Shichiemon;
Beatos Damián Yamichi Tanda y su hijo Miguel;
Beato Tomás Shichiro,
Beato Rufo Ishimoto;
Beatos Clemente (Bosio) Vom y su hijo Antonio.

PADRE SEBASTIÁN KIMURA

El beato Sebastián Kimura era descendiente de uno de los primeros convertidos y bautizados en Hirado por san Francesco Javier y pariente de otros dos mártires japoneses, Leonardo y Antonio, quienes también llegarían a ser beatificados.

Kimura nació en Firando en el 1565 en una familia convertida al catolicismo, al ser bautizado recibió el nombre de Sebastián. A partir de los 11 años, se dedicó al servicio de la iglesia de los Jesuitas en la ciudad de Firando, luego fue enviado a Bungo al Seminario Jesuita; cuando contaba ya con 19 años solicitó y consiguió ser admitido en la orden de San Ignacio. Siendo seminarista fue catequista en Meaco y en el distrito del Scimo, luego se trasladó al colegio de Macao en China para estudiar teología.

En el septiembre de 1601, volvió a Japón, y fue ordenado sacerdote en Nagasaki, el primero en ser ordenado en Japón, y pronto se conoció que estaba dotado de una sobresaliente elocuencia.

Cuando arreció la segunda feroz persecución contra los cristianos, el Padre Kimura demostró ser muy hábil para el camuflaje y el disfraz y así evitar ser detectado por los espías, entre sus variados personajes constan los de: soldado, comerciante, campesino, verdulero y médico. De este modo logró penetrar hasta en los lugares más peligrosos de las cárceles para confortar a los futuros mártires.

Al conocerse que estaba siendo investigado, el Padre Provincial de los jesuitas, le exhorta a alejarse lo más pronto posible de Nagasaki, pero fue demasiado tarde, el 30 de junio de 1621, traicionado por una esclava coreana, el padre Kimura fue detenido mientras era huésped en casa del católico Antonio de Corea, con él también fueron aprendidos sus catequistas y encerrados en la prisión de Suzuta, dónde ya estaba como prisionero por cuatro años, padre Carlo Spinola (1564 -1622) y cuatro novicios.

Las condiciones de vida de los prisioneros eran terribles, la cárcel se encontraba sobre una cumbre montañosa, helada y expuesta a todos los vientos, les fue dada una sola manta para todos, como alimento tan sólo un poco de arroz y dos sardinas, apenas lo justo para mantenerlos con vida pero sin saciar el hambre. Las condiciones higiénicas también eran miserables, no podían lavar ni un paño y tampoco contaban con un poco de sol.

El período pasado en esta terrible cárcel, lo vivieron apoyados en la oración, penitencia y en fervorosas charlas espirituales.

Por fin el 9 de septiembre de 1622 llegó el orden de trasladar los prisioneros a Nagasaki al grupo de prisioneros integrado por el padre Kimura, el padre Spinola y otros 22 católicos entre novicios y fieles, quienes ya habían sido condenados a muertas por el gobernador Gourocu. Este grupo fue unido a otros procedentes de cárceles locales y transportados en barcos hasta Nagaic y de allí sobre mulos hasta la cima de las colinas que dominan Nagasaki, dónde ya estaban listos los palos y la leña para quemarlos vivos.

PADRE RICARDO DE SANTA ANA

Nació en Ham-sur-Heure (Bélgica) el año 1585. Siendo muy niño, en las afueras de su pueblo lo atacó un lobo, y salvó la vida gracias a la intercesión de Santa Ana, Madre de la Virgen María, a la que había invocado la madre del niño. Pronto se trasladó a Bruselas para aprender el oficio de sastre. A los diecinueve años de edad, a raíz de la crisis que le provocó la trágica muerte de un compañero suyo, entró en la Orden Franciscana en el convento recoleto de Nivelles, provincia del Brabante valón. Cumplido el año de noviciado, profesó la Regla de San Francisco como religioso laico el 13 de abril de 1605, cambiándose el nombre de Lamberto por el de Ricardo.

Estando en Roma, adonde lo habían enviado los superiores para hacer algunas gestiones, conoció en el convento de Aracoeli a Fr. Juan Pobre de Zamora, y, al oír el relato de los frailes que habían sido martirizados en Japón, se entusiasmó y pidió licencia para unirse también él al grupo de frailes destinados a las misiones de Oriente. Acompañó a Fr. Juan en su regreso a España, donde se afilió a la Provincia descalza de San José como el medio más a propósito para pasar a las Filipinas. En 1607 salió de España y, después de una larga permanencia en México, llegó a Manila en 1609 ó 1611. Poco después, el P. Provincial, viendo el talento de Fr. Ricardo y sabiendo que ya había hecho algunos estudios, le mandó que completara la carrera eclesiástica. No sabemos con seguridad si la ordenación sacerdotal la recibió en Filipinas o en México.

Ya sacerdote, hizo su primera entrada en Japón el año 1613. Pero en diciembre del mismo año, el ex-shogun Ieyasu dio un decreto por el que desterraba del imperio a todos los misioneros, decreto que empezó a ponerse en práctica en febrero de 1614. La mayor parte de los religiosos y algunos cristianos japoneses significados embarcaron unos para Macao y otros para Manila, y entre éstos últimos iba Fr. Ricardo. En la capital filipina, habida cuenta de sus virtudes y de sus condiciones personales, lo nombraron sacristán del convento de San Francisco y luego confesor y maestro de novicios.

En 1617 volvió a Japón para atender y confortar desde la clandestinidad a los cristianos. Sufrió lo indecible por la estricta y cruel persecución de que eran objeto los misioneros, que tenían que buscar refugio en montes, bosques, cavernas, hornos o espacios angostos de las casas donde nadie pudiera encontrarlos, sabiendo que quienes los acogían se exponían a su vez a perder sus bienes y hasta la propia vida. Además, tenían que cuidarse mucho de los cristianos renegados. Y precisamente, uno de éstos, a los que prestaba particular atención con el fin de reintegrarlos en la Iglesia, lo denunció a las autoridades, las cuales lo encontraron, gravemente enfermo, en casa de la beata Lucía Freitas el día 4 de noviembre de 1621 y lo llevaron a la cárcel de Nagasaki, donde coincidió con Fr. Pedro de Ávila y Fr. Vicente de San José entre otros. Al mes siguiente los trasladaron a la no menos nauseabunda cárcel de Omura, donde se encontraron con muchos compañeros de su Religión, entre ellos el beato Apolinar Franco, y de otras Órdenes. En medio de las penalidades de todo género que tenían que soportar, los frailes se ayudaban y confortaban unos a otros y trataban de llevar una vida lo más semejante posible a la de cualquiera de sus conventos.

El 27 de agosto de 1622 entró en la cárcel uno de los gobernadores de Omura para cerciorarse del número y nombre de los presos, después de lo cual mandó redoblar los centinelas; era un mal presagio para las víctimas. Y el 9 de septiembre siguiente fueron a la misma cárcel varios jueces para intentar una vez más que los prisioneros abjuraran de su fe; pero no hicieron mella en los misioneros ni los halagos ni la suerte que habían corrido días antes los beatos Luis Flores y Pedro de Zúñiga, por lo que, viéndoles cada vea más firmes en su fidelidad a Cristo, determinaron ya quiénes habían de ser sacrificados en Nagasaki y quiénes en Omura. Cuando les notificaron la sentencia que los condenaba a morir en el reino en que habían sido detenidos, los misioneros redoblaron la ayuda mutua y las alabanzas y acción de gracias al Señor, aunque tristes porque los iban a separar a la hora del sacrificio. Mientras llegaba la hora suprema, se exhortaban y se confesaban unos a otros.

PADRE PEDRO DE ÁVILA

Nació en la Palomera de Ávila, cerca de Ávila (España), el año 1592, y de joven vistió el hábito franciscano en la Provincia descalza de San José. Ordenado de sacerdote, se dedicó a la predicación, la dirección espiritual y las obras de caridad. En una expedición misionera, organizada por el beato Luis Sotelo, marchó a Filipinas en 1617 y a Japón en 1619. El 17 de diciembre de 1620 fue detenido, y sufrió crueles tormentos en diversas cárceles, sin más consuelo que la compañía de otros hermanos, hasta su martirio.

PADRE CARLOS SPINOLA

Carlos Spinola, hijo de Octavio, conde de Tessarolo, nació en 1564, no se sabe bien si en Génova o en Praga, en donde su padre estaba al servicio de Rodolfo II de Asburgo. Pasó su juventud con su tío Felipe obispo de Nola, impregnándose en los estudios clásicos y en la práctica del arte caballeresca.

A los 20 años, enterado del martirio del jesuita Rodolfo Acquaviva en la India, entró en una crisis de identidad, que lo llevó a entrar en la Compañía de Jesús (21 de diciembre de 1584). Hizo el noviciado en Nápoles, en Lecce, bajo la guía de San Bernardino Realino, teniendo de compañero de estudio a San Luis Gonzaga. Terminados los estudios de filosofía y teología fue ordenado sacerdote en Milán, en 1594.

Dos años después, en 1596, pese a la contrariedad de su familia, solicitó ir a ejercer su ministerio en la Misión de Japón, partió el 10 de abril, durante el viaje, una tempestad lo llevó a las costas del Brasil y después fue tomado prisionero por los ingleses que lo llevaron a Inglaterra.

Una vez en libertad, volvió a Lisboa, y partió hacia el Japón con un compañero, Angelo de Angelis. Llegó a Nagasaki nel 1602 después de un viaje durante el que fue atormentado por una grave enfermedad que lo golpeó después de tocar los puertos de Goa y Macao. Durante once años, llevó a cabo un intenso apostolado en las regiones de Arie y Meaco, constituyendo una eficaz escuela de catecismo y convirtiendo cerca de cincuenta mil japoneses.

Fue nombrado procurador del la provincia jesuítica y en 1611, vicario del padre Provincial Valentino Carvalho. Al estallar la persecución contra los cristianos de 1614, tuvo que vivir en la clandestinidad bajo un nombre falso, sin acatar la orden de expulsión y cambiando continuamente de domicilio para no ser descubierto. Ejercía su ministerio sacerdotal durante la noche, en las casas de los cristianos, , confesando, enseñando y celebrando Misa; finalmente fue sorprendido el 14 de diciembre de 1618, junto con el catequista Giovanni Kingocu y otro cristiano, Ambrosio Fernandez, en la casa de Domingo Jorge, que morirá mártir un año después, mientras su mujer Isabel y su hijo Ignasio, fueron arrestados y llevados prisionerso junto con el padre Carlo Spinola y los otros.

Después de cuatro larguísimos años en prisión, en condiciones infrahumanas, durante los cuales, a pesar de las varias enfermedades que lo aquejaban, el padre Spinola fue el continuo sostén de sus compañeros de prisión.

A principios de septiembre de 1622, por orden del gobernador Gonrocu, fue conducido a Nagasaki, junto con otros 23 compañeros de prisión; a algunos se los decapitó, y a otros, entre los cuales se hallaba Carlos Spinola fueron quemado a fuego lento. A causa de su debilidad, fue uno de los primeros en morir.

VICENTE (RAMÍREZ) DE SAN JOSÉ

Nació en Ayamonte, provincia de Huelva en España, el año 1597. Emigró pronto a México, y a los 18 años de edad vistió el hábito franciscano, como hermano lego, en el convento de Santa Bárbara de la Puebla de los Ángeles, perteneciente a la Provincia de San Diego de México, y profesó el día 18 de octubre de 1616. En 1618 pasó a las islas Filipinas, y al año siguiente a Japón, donde fue detenido y luego compartió con el beato Pedro y otros frailes cárceles, y el martirio el 10 de septiembre de 1622. Era un religioso humilde, ordenado, trabajador y muy agradable a todos.

LEÓN DE SATSUMA

Japonés de nacimiento, era natural de un pueblo del reino de Saziuma. Pertenecía a la Tercera Orden Franciscana y era clérigo minorista. Fue siempre dóxico o catequista y colaborador del beato Ricardo de Santa Ana, al que prestó una gran ayuda. Era hombre sensato y capaz, sin dobleces y muy sufrido, y que a todos edificaba con su comportamiento. Cuando prendieron al beato Ricardo y a la beata Lucía Freitas, no estaba él en la casa, porque había ido a catequizar en la fe a algunos que querían ser cristianos. Al enterarse de lo sucedido, grande fue el disgusto de León, que fue a los alguaciles y les dijo: pues habéis prendido a mi maestro y padre, prendedme a mí también, que soy su compañero y dóxico, que si él tiene culpa, también yo la tengo, pues la misma fe y ley profeso, y también predico yo como él. Habiendo repetido esto y otras cosas parecidas, fue detenido por los alguaciles y puesto en prisión con el beato Ricardo, lo que ellos, con gran consuelo de ambos, celebraron cantando el Te Deum laudamus. Muy enfermo estaba el P. Ricardo, pero no le faltaban fuerzas para ejercitarse en las divinas alabanzas, ni paciencia para llevar en tan cruel prisión una gran enfermedad sin regalo alguno ni medicinas, antes hambre y toda clase de privaciones.

LUCÍA DE FREITAS

Lucía de Freitas o Fletes nació en Nagasaki en 1542 de familia noble, y contrajo matrimonio con el rico comerciante portugués Felipe de Fletes. De ella dice el P. Diego de San Francisco, misionero de Japón en aquel tiempo: El Señor la había dotado de muchas virtudes y devoción, y particularmente lucieron en ella la hospitalidad y el deseo del martirio. Profesó en la Tercera Orden de San Francisco. Su casa fue siempre una hospedería de todos los religiosos y ministros del Evangelio, que iban allí a esconderse de las persecuciones, a pedir de comer y otras cosas necesarias para el sustento y vestido, y a curarse de sus enfermedades, como si fuera la madre de los sacerdotes, y así la llamábamos todos, madre. Era como para alabar a Dios ver la alegría y caridad con que acudía en ayuda de los perseguidos sacerdotes del Altísimo, lo que no molestaba a su marido que era un gran cristiano. Era una mujer muy varonil, espiritual y fervorosa. Cuando supo que un débil cristiano había abjurado de su fe en presencia del Teniente del Gonrrocu, fue a la casa de éste y, en presencia del mismo y de mucha gente, llena de espíritu y de celo de Dios, reprochó con vehemencia al renegado lo que había hecho, y lo invitó cordialmente a arrepentirse y volver a Dios. El Teniente del Gobernador y sus acompañantes, oyendo las razones de Lucía, se turbaron, y ardiendo de ira al ver la osadía tan varonil de una mujer, le dijeron: ¿Cómo te has atrevido a hablar tales cosas con tan poco respeto del Teniente y de los que con él estamos?, ¿no temes el castigo que te podemos dar por tan grande atrevimiento? Pero ella respondió sin turbación alguna: Sólo temo al Dios del cielo..., a vosotros no os temo ni temo vuestros tormentos, que bien sé que, tarde o temprano, he de morir a vuestras manos por la confesión de la fe, y eso es lo que busco y deseo. El Teniente no quiso mandar que la detuvieran, sólo dijo que la dejasen como a loca, y la echaron de allí.

Cuando el 4 de noviembre de 1621 detuvieron al P. Ricardo en casa de Lucía, ésta quedó confinada en su casa como cárcel, le pusieron guardas y le confiscaron sus bienes. No tardaron en encerrarla en la cárcel de Nagasaki. El 10 de septiembre de 1622, cuando ya estaban en el lugar del martirio los presos procedentes de la cárcel de Omura, llegó allí el grupo de los encarcelados en Nagasaki, capitaneados por la beata Lucía de Freitas, que vestía el hábito de la Tercera Orden Franciscana y traía en sus manos un crucifijo. Iba predicando y animando por el camino a todos los demás, particularmente a las mujeres, con tanto espíritu y fervor como pudiera hacerlo un predicador. Los ministros de justicia y los verdugos, no pudiendo sufrir la actitud de Lucía, le quitaron el crucifijo de las manos y le arrancaron el hábito de la Orden de San Francisco, pero ella continuó exhortando a todos, alabando a Dios y entonando el Magníficat, por lo que le dieron bofetadas, golpes y malas tratos hasta llegar al brasero en que iba a ser quemada. Así, en el grupo que llegó de Omura fue Pedro de Ávila el predicador, y en el grupo procedente de Nagasaki lo fue lucía de Freitas, y en semejante ministerio permanecieron durante el martirio dando muestras de gran entereza humana y de firmeza en la fe.

EL MARTIRIO

El suplicio de la hoguera lo recibieron 22 de ellos, mientras que los otros 30 fueron decapitados, era el 10 de septiembre de 1622. El padre Kimura y el padre Carlo Spinola estuvan entre aquellos quemados en la hoguera; para hacer más largo el tormento la leña fue arreglada formando un amplio círculo.

A la bárbara ejecución, que duró tres horas, asistió una inmensa muchedumbre esparcida sobre los cerros y sobre barcos en el mar; el padre Sebastián Kimura, primer sacerdote del Japón, fue el último del grupo en morir, después de habar permanecido inmóvil por tres horas, atado con los brazos en cruz, sin que el fuego lo haya alcanzado.

BIBLIOGRAFÍA: www.santiebeati.it
www.franciscanos.org
ar.geocities.com/misa_tridentina01


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Por: . | Fuente: misa_tridentina.t35.com

Emperatriz

Martirologio Romano: En Constantinopla, santa Pulqueria, defensora y promotora de la ortodoxia de la fe (453).

Como un indicio del papel importantísimo que desempeñaron en los asuntos religiosos y eclesiásticos los emperadores romano-bizantinos y de la influencia de las mujeres en la corte imperial (una influencia no siempre benéfica), recordemos que los Padres del famoso Concilio de Calcedonia, que hizo época, aclamaron a la emperatriz Pulquería, como "guardiana de la fe, pacificadora, pía, creyente y una segunda Santa Elena." Estos títulos no eran simples galanterías de los obispos orientales, sino signo de que éstos sabían por experiencia la importancia de conservar la buena voluntad del soberano imperial y de su corte.

Pulqueria era la nieta de Teodosio el Grande y la hija del emperador Arcadio, el que murió en el año 408. La princesa nació en el año 399. Tuvo tres hermanas: Flacilla, que era la mayor, murió muy joven; Arcadia y Marina eran menores que Pulqueria. El emperador dejó un hijo, Teodosio II, que era tímido, bueno y devoto, incapaz para manejar los asuntos públicos y sin la energía suficiente para la posición que ocupaba. A Teodosio le interesaba más escribir o pintar que el arte de gobernar, y sus allegados le daban el sobrenombre de "calígrafo." En el año de 414, Pulqueria, que sólo tenía la edad de quince años, en nombre de su joven hermano, fue declarada augusta, participante con Teodosio en el gobierno del imperio y encargada también del cuidado y educación del príncipe.

Bajo el gobierno de Pulqueria, la corte mejoró mucho de lo que había sido en tiempos de su madre, quien despertó la justa cólera de San Juan Crisóstomo. Al convertirse en augusta, Pulqueria hizo un voto de perpetua virginidad e indujo a sus hermanas a hacer lo propio. Probablemente, los motivos de aquella decisión no fueron religiosos, ni en parte, ni completamente. Era una mujer de negocios que veía las cosas tal como eran y no quería que el hombre se casara con ella o con alguna de sus hermanas llegara a meterse en los asuntos de la administración política o hiciera el intento de arrebatar el trono a su hermana. Pero tampoco se puede decir que el voto estuviese desprovisto de cierto sentido religioso, puesto que la soberana había citado a Dios como testigo y no era de las que toman el nombre de Dios en vano, y Pulqueria mantuvo su juramento, aun después de haberse casado, de hecho. De todas maneras, resulta exagerado representar a la corte de aquel tiempo como una especie de monasterio: el espectáculo de las jóvenes princesas dedicadas la mayor parte del tiempo a hilar, bordar y a los ejercicios de devoción en la iglesia no tenía nada de extraordinario y, si Pulqueria impedía a los hombres el acceso a sus departamentos y a los de sus hermanas, era por una medida de elemental prudencia, en vista de que las lenguas de la corte andaban muy sueltas, y los oficiales bizantinos no se distinguían por su buena conducta.

Tenemos la impresión de que era una familia muy unida y muy trabajadora, cuya primordial preocupación era el cuidado y la educación de Teodosio. Por desgracia, como sucede a menudo con las gentes muy inteligentes y capaces, Pulqueria estaba segura de bastarse a sí misma y (tal vez sin intención al principio) aprovechó la ventaja de la falta de interés de su hermano por los asuntos públicos para educarlo como un virtuoso caballerito y un joven estudioso, pero no un gobernante. Como se ha escrito irónicamente: "Su incapacidad para la administración era tan marcada, que apenas si se le puede acusar de haber aumentado los infortunios de su reino por sus propios actos." Si de los infortunios podía culparse a Teodosio, las buenas fortunas podrían achacarse a la prudencia y el buen gobierno de Pulqueria. El carácter resuelto de ésta y la tímida indiferencia de su hermano, se ponen de manifiesto en un suceso que ocurrió cuando Pulqueria, para poner a prueba a Teodosio, le presentó un decreto para la sentencia de muerte contra sí misma. El joven lo firmó precipitadamente, sin haberlo leído.

Cuando Teodosio llegó a la edad de contraer matrimonio, Pulqueria volvió a tomar en consideración las complicaciones políticas y, debemos admitirlo, también la salvaguardia de sus propios intereses y su ascendencia que, en las circunstancias, eran para el bien y el progreso del estado; eligió para él a Atenaís, la más bella, muy acaudalada y muy encumbrada hija de un filósofo de Atenas que aún era pagano. [La versión de que Atenaís fue enviada a Constantinopla para buscar fortuna, ilustra de manera interesante un aspecto de las costumbres en la sociedad greco-romana de la época. Estaría fuera de lugar relatar aquí esa historia, por eso recomendamos ver el resumen que hace Finlay en "Greece under the Romans", cap. II, sección XI].

Teodosio aceptó de buen grado a la joven, y ella no tuvo ningún reparo en hacerse cristiana, de modo que, en el año 421, se casaron. Dos años más tarde, Teodosio declaró augusta a su esposa Atenaís o Eudoquia, como se le había puesto en el bautismo. Era inevitable que la augusta Eudoquia, tarde o temprano, intentase menguar los poderes de su cuñada, la augusta Pulqueria. A su debido tiempo, la ambiciosa hija del filósofo ejerció todas sus artes femeniles sobre su débil y pusilánime esposo, hasta que consiguió que desterrara a Pulqueria en Hebdomon. El exilio duró algunos años. Podemos creer sin reparos, como dice Alban Butler, que Santa Pulqueria "consideró el castigo de su exilio como un favor del cielo y consagró todo su tiempo a Dios en la plegaria y al prójimo en las buenas obras. Nunca se quejó por la ingratitud de su hermano, ni por las inicuas intrigas de la emperatriz que todo se lo debía, ni por las injusticias de sus ministros".

Sin duda, que habría estado contenía "con olvidarse del mundo y con que el mundo se olvidara de ella", pero no podía pasar por alto que tenía muchas y muy graves responsabilidades en aquella gran parte del mundo cuya capital era Constantinopla. Durante algún tiempo las cosas marcharon bastante bien, hasta que más o menos por el año de 441, se produjo la caída de Eudoquia. Se la había acusado, tal vez injustamente, de haber sido infiel al emperador con un apuesto aunque gotoso oficial llamado Paulino, [Ver a Finlay en la obra "Greece under the Romans", para la fabulosa historia de la manzana de Frigia], y fue desterrada a Jerusalén, oculta bajo el disfraz de un peregrino. Ya nunca regresó.

En la corte hubo una reorganización general de las oficinas de gobierno y lodos los puestos cambiaron de mano; a Pulqueria se le llamó del exilio, pero no para darle su antiguo cargo de supremo gobierno, ya que la jefatura estaba ocupada ahora por Crisafio, un antiguo partidario y admirador de Eudoquia. Bajo la administración de aquel hombre, el imperio de oriente fue de mal en peor durante diez años.

Por las presiones de Crisafio y sin ninguna consideración por la firmeza de las ideas teológicas, ya que anteriormente había favorecido a Nestorio, el emperador Teodosio brindó su apoyo incondicional a Eutiques y a la herejía monofisita. En el año de 449, el Papa San León Magno apeló a Santa Pulquería y al emperador para que rechazaran y combatieran el monofisismo; como respuesta, Teodosio aprobó las actas del "infame Sínodo" de Efeso y expulsó a San Flaviano de la sede de Constantinopla. Pulquería se mantenía firme en la ortodoxia, pero su influencia sobre su hermano se había debilitado. El Papa escribió de nuevo; Hilario, el archidiácono de Roma, escribió también; dejaron oír sus protestas y sus consejos Valentiniano III, el emperador de occidente, su esposa Eudosia, la hija de Teodosio y Gala Plácida, su madre... y, de repente, en medio de aquella lluvia de apelaciones, murió el emperador Teodosio, como consecuencia de los golpes que recibió al caer del caballo durante una partida de caza.

Santa Pulqueria, que por entonces tenía cincuenta y un años, instaló en el trono imperial a un general veterano de humilde origen, siete años mayor que ella. Llevaba el nombre de Marciano; era natural de Tracia y viudo. Pulqueria juzgó prudente y muy ventajoso para el estado y para la estabilidad del trono, contraer matrimonio con Marciano y así se lo propuso, con la única condición de que ella quedase en libertad para mantener su voto de virginidad. El general veterano aceptó y ambos gobernaron juntos como dos buenos amigos siempre de acuerdo en sus puntos de vista y sus sentimientos, encaminados al progreso de la religión y el aumento del bienestar público.

Los emperadores dieron una calurosa bienvenida a los delegados que envió el Papa León a Constantinopla, y su celo en favor de la fe católica les valió las más cálidas felicitaciones y encomios por parte de aquel Pontífice y del Concilio de Calcedonia que, convocado en 451 bajo el patrocinio de los emperadores, condenó a la herejía monofisita. Pulqueria y Marciano hicieron todo lo que estaba a su alcance para que los decretos de aquella asamblea quedaran establecidos en todo el imperio de oriente, pero fracasaron lamentablemente en Egipto y en Siria.

La propia emperatriz Santa Pulqueria escribió a un monje y a una abadesa de un convento de monjas de Palestina, con el propósito de convencerlos de que el Concilio de Calcedonia no había propiciado, como se afirmaba, una reavivación del nestorianismo, sino que condenó aquel error juntamente con las opuestas ideas herejes de Eutiques. Por dos veces con anterioridad, en 414 y 443, Pulqueria había perdonado el pago de impuestos atrasados que abarcaban un período de sesenta años, y tanto ella como su esposo procuraron contentar a su pueblo con bajos impuestos y los menores gastos de guerra que fueran posibles. El admirable espíritu con que desempeñaron sus deberes de gobernantes, se traduce en el lema de Marciano: "Nuestra obligación de soberanos es cuidar de la raza humana." Por desgracia, la magnífica sociedad no duró más de tres años, porque en el mes de julio del 453 murió Santa Pulquería.

Aquella gran emperatriz construyó muchas iglesias, tres de ellas en honor de la Madre de Dios: la de Blakhernae, la de Khalkopratia y la de Hodegetria, que figuraron entre las más famosas iglesias marianas de la cristiandad. En la última de las iglesias mencionadas la emperatriz instaló la famosísima pintura de la Virgen María que había sido traída de Jerusalén y que se atribuye al Evangelista San Lucas.

Pulqueria y Teodosio fueron los primeros emperadores de Constantinopla con inclinaciones griegas más que latinas; ella propicio el establecimiento de la universidad donde se enseñaba la lengua griega y había cursos sobre literatura y filosofía de Grecia; fue ella quien redactó las reglas y principios sobre las obligaciones y necesidades de los gobernantes, reunidos en el llamado Código de Teodosio. Si tomamos en consideración los actos y virtudes de la emperatriz, admitiremos que los elogios de San Próculo en su panegírico del Papa San León y de los padres del Concilio de Calcedonia, no eran meros cumplidos, sino alabanzas que ella merecía. El Martirologio Romano menciona a Santa Pulqueria en la fecha de hoy; su nombre fue inscrito por el cardenal Baronio; su fiesta se celebra entre los griegos, aunque en una época su culto se extendió por el occidente y su fiesta se observaba, por ejemplo, en todo Portugal y en el reino de Nápoles.

¡Felicidades a quien lleve este nombre!

11:14 p.m.

Por: . | Fuente: Vatican.va

Presbítero y Fundador
de la Congregación de las Hermanas de Nuestra Señora del Monte Calvario

Martirologio Romano: En la ciudad de Gramat, en la región de Cahors, en Francia, beato Pedro Bonhomme, presbítero, que se distinguió por las misiones populares y la evangelización de los campesinos, fundando la Congregación de las Hermanas de Nuestra Señora del Monte Calvario, para cuidar a jóvenes, enfermos y necesitados.

Fecha de beatificación: Fue beatificado el 23 de marzo de 2003 por S.S. Juan Pablo II.

En 1803, nace Pedro Bonhomme en Gramat, en el hogar de un artesano, armero. El Causse del Quercy todavía está marcado por la devastación del período revolucionario: lo que queda del clero ha envejecido, el Seminario Mayor aún no ha abierto sus puertas y las necesidades apostólicas son inmensas en este departamento que cuenta entonces con unos 250.000 habitantes.

Muy pronto, el joven Pedro Bonhomme, apasionado por Jesucristo y motivado por la inmensa misión a realizar para «salvar almas», toma la decisión: será sacerdote.

Entra al Seminario Mayor con el diploma de Bachiller que obtuvo en el Colegio Real de Cahors, para ser ordenado sacerdote en 1827.

A partir de ese momento, él dio pruebas de un dinamismo extraordinario:

– En Gramat abre un Colegio para varones y al año siguiente otro en Prayssac;

– Presta una ayuda eficaz a los sacerdotes ancianos de dos parroquias de Gramat y crea el grupo de las «Hijas de María», movimiento de espiritualidad para las jóvenes.

Ahí está su primera obra. Está tan persuadido de la necesidad de la instrucción y de la formación humana y espiritual para las jóvenes, cuando nada hay en esos lugares.

– Pronto es nombrado Párroco de Gramat, descubre la miseria de los pobres, ancianos y enfermos y la precariedad de los medios para ayudarlos. Invita a las jóvenes a ponerse a su servicio para las visitas, los cuidados, los socorros materiales y espirituales..., y muy pronto, de acuerdo con la Sociedad de Beneficencia del pueblo, decide construir un Hogar.

– De este proyecto nace la Congregación de Hermanas de Nuestra Señora del Calvario.

En esta época, es habitual que se pida una comunidad religiosa para poner en funcionamiento un Hogar.

El Padre Bonhomme no encontrándola y viendo el fervor y la entrega de las jóvenes del grupo de las Hijas de María, las invita y las forma para que sean estas religiosas. Con esta propuesta, él sale al encuentro de su deseo de consagrarse a Dios.

Cuatro gramatenses: Hortensia y Adela Pradel, Cora y Matilde Rousset son el primer eslabón de una cadena no interrumpida hasta hoy.

En Rocamadour, destacado lugar de peregrinación mariana en el Quercy, ellas hacen un retiro de discernimiento de ocho días, que concluye con su primer compromiso. Después de algunos meses de estadía en Cahors, para su formación, en diversas congregaciones, ellas regresan a Gramat para vivir en comunidad y ponerse al servicio de los pobres y los niños.

En 1833 pronuncian sus primeros votos y 30 años más tarde, a la muerte del Padre Fundador, son más de doscientas y las comunidades se han multiplicado en el Lot y más allá, al servicio de:

— los niños y jóvenes (catequesis, instrucción y formación...)

— las parroquias

— los pobres y enfermos (cuidados a domicilio, obras sociales...)

— los marginados de la época (sordomudos, enfermos mentales...)

Y durante este tiempo, el Padre Bonhomme, por su parte, despliega una actividad desbordante al servicio de las parroquias. Predica numerosas misiones en el Lot y en el Tarn y Garonne: unas sesenta en diez años. Estas misiones duran de una a tres semanas y tienen un éxito notable si se juzga por la frecuentación de los fieles, el número de confesiones y de conversiones.

Allí comienza la fama de gran orador popular que, a partir de un contenido muy clásico: las grandes verdades (muerte, juicio, pecado, infierno, cielo y también los diez mandamientos) sabe conmover, hacer llorar pero sobre todo convertir y conducir al compromiso cristiano a numerosos paisanos de buena voluntad y jóvenes para su Congregación. El predicaba en patois, con fuerza y siempre. Se revela un extraordinario ministro de la Reconciliación.

Misionero del Quercy,es a los pies de Nuestra Señor de Rocamadour donde busca fuerzas e inspiración. Por su intercesión obtiene su curación cuando quedó completamente afónico durante un retiro que predica, en la Parroquia de Gramat.

Allí también, el Padre Caillau, Sacerdote de las Misiones de Francia y restaurador de las peregrinaciones, le pide que inaugure, en 1835: las Semanas Mariales de Setiembre.

Antes de emprender este trabajo misionero, el Padre Bonhomme toma el tiempo necesario para la reflexión. Con grandes deseos de ser fiel al Señor, hace en 1836, un retiro en la Trapa de Mortagne. El mismo se siente atraído por la vida religiosa y más particularmente por la Orden de los Carmelitas. Quería llevar con él dos compañeros para hacer el noviciado, con la posibilidad de regresar a Gramat con una Comunidad Carmelita... Pero, el Obispo de Cahors, Monseñor d´Haupoul se opone a este proyecto.

El Padre Bonhomme obediente, se somete y colabora leal y activamente con el grupo de misioneros diocesanos,establecidos en Rocamadour y al cual, el nuevo Obispo, Mons. Bardou, ha dado otro superior: el Padre Jouffreau.

Después de diez años consagrados a la renovación y evangelización de las campañas, en 1848, durante la Misión de Puy le Eveque, un pueblo del Lot, pierde definitivamente la voz y debe renunciar a la predicación.

El misionero diocesano no está más pero queda el Fundador y durante los últimos años de su vida, continuará trabajando por su Congregación y por ella contribuirá aún a extender Reino de Dios pues, atento a los signos del Espíritu, tiene un sentido agudo de los llamados y de las necesidades de su tiempo.

La Congregación cuenta entonces con 61 religiosas en distintas comunidades implantadas en las parroquias rurales para la educación de los niños y el cuidado de los enfermos.

En 1844, había enviado una comunidad para prestar un servicio en el Hospital Psiquiátrico del Departamento, en Leyme, y sostuvo a las Hermanas, en esta tarea tan difícil, con sus numerosas visitas. El toma conciencia de la suerte de los enfermos mentales que la medicina no llegaba a tratarlos como hoy. Y cuando, en París, encuentra al Dr. Falret, médico en la Salpetrière, que le pide Hermanas para atender un asilo de día para «los alienados convalecientes e indigentes», decide concretar esta fundación. Las Hermanas llegan a Grenelle (París) el 1 de julio de 1856.

Por su enfermedad de laringe, privado de voz, el Padre Bonhomme experimenta todos los días las dificultades de comunicación con su entorno. Durante las misiones descubre en los pueblos del campo inválidos, sordo-mudos, privados de comunicación, de educación y con frecuencia excluidos. Su enfermedad lo hace más sensible al discapacitado. Desea hacer alguna cosa por ellos quiere ante todo, hacerles oír, para que sean accesibles a la Palabra, para hacerles conocer el amor de Dios.

En octubre de 1854 abre la primera escuela para sordos en Marynhac-Lentour (Lot) y en 1856 envía Hermanas a París, calle de Postes, para fundar un asilo para sordomudos, a pedido del Padre Lambert, Capellán del Instituto Imperial de Sordos.

Durante este último período de su vida, el Padre Bonhomme trabaja en la redacción de la Regla del Instituto que ha puesto bajo la protección de Nuestra Señora del Calvario, dándole a Maria al pie de la Cruz por Madre y Modelo.

Hace preceder el texto de las Constituciones por un comentario de las Bienaventuranzas. El mismo ha fundado su vida sobre el Evangelio y escribe: «Mi modelo será Jesucristo y uno se complace en parecerse a quien ama».

Este apasionado por Jesucristo sufre la prueba de la persecuciónen su ciudad natal donde no le evitan ni críticas, ni calumnias, ni burlas durante los primeros años de su ministerio. Este sufrimiento lo marca profundamente. El que es muy sensible, delicado en la amistad y compasivo en las penas. Está en comunión con la Pasión de Cristo que celebra con el Vía Crucis. En el curso de sus misiones, lo hizo erigir por decenas en las Iglesias parroquiales.

Su confianza filial a María,lo conduce frecuentemente como peregrino, sobre la ruta de Rocamadour, el rosario en mano. «Mi apoyo, mi todo junto a Dios, eres Tú Santa Virgen María... Pongo mi salvación entre tus manos...», tal es su oración y sin dudas la del último encuentro en ese Santuario Mariano, donde tres días antes de su muerte, fue a pie!

La tarde del 9 de Setiembre de 1861, es para él la hora del encuentro con Aquél a quien dio toda su vida!... Bienaventurado Padre Bonhomme, testigo de Jesucristo!

Si usted tiene información relevante para la canonización del beato Pedro, contácte a:
33 Ave. Louis Mazet
46500 Gramat, FRANCIA

11:14 p.m.

Por: . | Fuente: Vatican.va

Religiosa

Martirologio Romano: En Münster, en Alemania, beata María Eutimia (Emma) Üffing, virgen, de la Congregación de las Hermanas de la Compasión, que pasó su vida sirviendo a los enfermos, mostrando su eximia piedad, su benignidad y su olvido de sí misma (1855).

Fecha de beatificación: Fue beatificada el 7 de Octubre de 2001 por el Papa Juan Pablo II.

Sor María Eutimia (en el mundo: Emma Üffing) nació el 8 de abril de 1914 en Halverde, Alemania. Ella era la hija de Augusto Üffing y María Schnitt, y creció junto a 10 hermanos y hermanas en el ambiente de una pequeña ciudad. Su gran y religiosa familia y la vida de la parroquia caracterizaron su niñez y juventud. Contando con apenas 18 meses de edad fue atacada por una forma de raquitismo que terminó afectando su salud para el resto de su vida, provocando también una disminución en la velocidad de su desarrollo físico. A pesar de esto, ella nunca se quejó dedicándose a ayudar en la granja, no se indignaba cuando era víctima de alguna injusticia y, siempre que podía, evitaba a sus hermanos y hermanas cualquier trabajo desagradable.

El 27 de abril de 1924 Emma hizo su Primera Comunión y el 3 de septiembre de 1924 recibió el Sacramento de Confirmación. A la edad de 14 años, Emma expresó su deseo de hacerse religiosa. El 1 de noviembre de 1931, ella comenzó su formación como aprendiz de economía doméstica en el cercano hospital de santa Ana en Hopsten, misma que completó en mayo de 1933. Fue aquí donde conoció a las Hermanas de la Compasión de Münster, la Madre Superiora de la casa, Sor Eutimia Linnenkämper, valoraba la constante y siempre disponible actitud de servicio que caracterizaba a Emma. Regreso a casa para atender a su padre enfermo, quien falleció en 1932. En 1934, con el consentimiento de su madre, Emma envió una carta a la la Casa Matriz en Münster solicitando ser admitida en la Congregación de las Hermanas de la Compasión. Después de un titubeo inicial de las Superioras de la Orden, motivado por la delicada constitución física de Emma, las Superioras aceptaron su solicitud. El 23 de julio, Emma Üffing entró en la Congregación de las Hermanas de la Compasión en Münster como una de las 47 postulantes. Ella tomó el nombre de "Eutimia", en memoria de la Madre Superiora en Hopsten, Eutimia Linnenkämper.

Durante su formación, ella se preparó intensa y concienzudamente para realizar su gran deseo de estar al servicio de Dios y de la humanidad, esta etapa fue completada el 11 de octubre de 1936 cuando ella hizo sus votos simples. En una carta a su madre ella feliz escribió, " encontré al amado de mi alma; quiero sostenerlo y nunca dejarle ir " (cf. Cantar de los Cantares 3,4).

En octubre de 1936 Sor María Eutimia fue asignada al Hospital de san Vicente en Dinslaken. El 3 de septiembre de 1939, después de aprobar con distinción sus exámenes, ella recibió su diploma como enfermera profesional. Un año más tarde, el 15 de septiembre de 1940, Sor María Eutimia hizo su profesión final.

Durante el período de la guerra la pobreza agravó el trabajo de asistencia a los enfermos. En 1943, Sor María Eutimia fue asignada a cuidar a los prisioneros de guerra y trabajadores extranjeros enfermos, sobre todo aquellos de nacionalidad británica, francesa, rusa, polaca y ucraniana que tenía enfermedades infecciosas. Ella se dedicó a ellos con infatigable atención y cordialidad. El sacerdote francés, fray Emilio Esche, que vivió durante varios años como prisionero de guerra en el hospital en Dinslaken, brinda un extraordinario testimonio: Cuando atendía a un enfermo (Sor María Eutimia) estaba llena de una caridad y bondad que brotaban de su corazón, nada era demasiado para ella. Ella sabía que los prisioneros enfermos no tenían tan sólo que enfrentarse tan sólo a los sufrimientos físicos, a través de su ardiente compasión y cercanía ella les brindaba un sentimiento de estar seguros y en casa. Ella rezó con el enfermo y se aseguraba de que ellos pudieran recibir los Sagrados Sacramentos Santos.... "La vida de Sor Eutimia era un cántico de esperanza en medio de la guerra", expreso fray Emilio Esche.

Después de la guerra, Sor María Eutimia, quien antes había trabajado con tal dedicación ayudando al enfermo, fue asignada al cuarto de lavandería en Dinslaken y, tres años más tarde, a la gran lavandería de la Casa de Matriz y de la Clínica San Rafael en Münster. Aunque ella hubiera preferido seguir ayudando al enfermo, ella se adaptó a esta nueva tarea sin dificultad. "Todo es para Dios Todopoderoso", era su respuesta.

Incluso aunque tuviera una enorme y demandante cantidad de trabajo, ella siempre era una monjita simpática y disponible, quien tenía siempre una risa amistosa y una palabra amable, siempre presta para ayudar a quien se lo pidiera. Ella vivió su vida diaria de un modo extraordinario. Todo su tiempo libre, que por lo general era muy poco, ella lo pasó rezando ante el tabernáculo. Muchos que la conocían, le pedían que interceda por ellos en sus oraciones. Una forma seria de cáncer llevó a Sor María Eutimia a una muerte prematura, luego de largas semanas de enfermedad. Murió durante la mañana del 9 de septiembre de 1955.

Reproducido con autorización de Vatican.va

responsable de la traducción: Xavier Villalta


11:14 p.m.

Por: . | Fuente: CPALSJ.org

Religioso Jesuita

Martirologio Romano: En Bilbao, ciudad del País Vasco, en España, beato Francisco Gárate Aranguren, religioso de la Compañía de Jesús, que se santificó practicando la humildad en el ejercicio de portero durante cuarenta y dos años (1929).

Fecha de beatificación: Su causa se introdujo en 1950 y fue beatificado por Juan Pablo II el 6 de octubre de 1985.

Francisco Gárate Aranguren nació el 3 de septiembre de 1857 en Azpeitia (Guipúzcoa), España, en un caserío muy cercano, a sólo 105 metros, de la Casa torre de Loyola. Fue el segundo de una familia de siete hermanos. De los 4 varones, tres fueron jesuitas.

A la edad de 14 años dejó su casa para emplearse en trabajos domésticos en el recién abierto Colegio de Nuestra Señora de la Antigua, en Orduña, Vizcaya. En 1874 hizo discernimiento vocacional con los jesuitas y decidió ingresar en la Compañía de Jesús. Él y otros dos muchachos hicieron el viaje a pie hasta Poyanne, en el sur de Francia, donde estaba el Noviciado de los jesuitas españoles después de la Revolución de 1868. El país vasco era entonces escenario de la Tercera Guerra carlista.

El final de su noviciado coincidió con la pacificación de España y el retorno paulatino de los jesuitas españoles. Su primer trabajo fue el de Enfermero en el Colegio de la Guardia (Pontevedra) en la costa atlántica y muy cercano a la frontera portuguesa. Allí estuvo 10 años y los estudiantes recordaron siempre su paciencia, entrega y caridad para todos y en especial para los enfermos.

En 1888 fue destinado a Bilbao, a la portería de la Universidad de Deusto, donde va a permanecer 41 años, hasta su muerte.

Su trabajo era el de recepcionista, pues estuvo encargado de recibir a las personas que llegaban a la Universidad, como de todo lo relacionado con el edificio, aún en construcción, y de la planta telefónica instalada en 1916. Además ayudaba al sacristán y a cuidar el jardín v patios.

Durante todo ese largo período, hasta 1929, pasaron por Deusto muchos jesuitas y personajes notables, pero el más recordado, siempre, por los universitarios fue el Hermano Francisco. Él los saludaba cariñosamente todas las mañanas al legar a clases, los animaba, daba consejos y confortaba cuando parecía haber malos momentos. Incluso, ayudó a muchos a copiar apuntes de clases. A los pobres, que venían conocedores de su bondad, ayudó con alimentos y también con alguna ropa. Los estudiantes lo llamaban cariñosamente “Hermano Finuras”, por sus finos modales y delicadeza de alma.

La larga permanencia del Hermano Gárate en Deusto, para él, no fue algo que considerara extraordinario, ni mucho menos heroico. Él pensaba que cumplía con lo que el Señor le estaba pidiendo a través de la Compañía, Supo convertir esos años, de servicio y oración, como su patrono San Alonso Rodríguez, en un camino de santidad.

Se enfermó el 8 de septiembre de 1929 y murió al día siguiente, sin dar molestias a nadie.

Su fama de santidad siempre había sido grande, aún en vida; pero creció extraordinariamente después de su muerte.

Sus restos descansan en la “Capilla del Hermano Gárate” en la Universidad de Deusto.

11:14 p.m.

Por: . | Fuente: Vatican.va

Presbítero

Martirologio Romano: En Port Louis, de la isla Mauricio, en el Océano Indico, beato Jacobo Desiderio Laval, presbítero, que después de ejercer algunos años de médico, ingresó como misionero en la Congregación del Espíritu Santo, llevando a negros esclavos a la libertad de hijos de Dios (1864).

Fecha de beatificación:Fue beatificado el 29 de abril de 1979 por S.S. Juan Pablo II, junto a San Francisco Coll y Guitart (canonizado el 11 de octubre de 2009), en la primera ceremonia de beatificación presidida por dicho pontífice.

Jacobo Desiderio (Jacques Désiré) Laval nació en Groth, provincia de Evreux, Normandía (Francia), el 18 de septiembre de 1803. Pronto murió su madre, y el padre confió la educación de Jacques a un tío sacerdote. Estudió medicina y ejerció esta profesión algún tiempo. En esos años se alejó de la práctica religiosa; pero algunas desilusiones y un grave accidente de equitación le hicieron volver a pensar en hacerse sacerdote, idea que había acariciado antes de estudiar medicina. Entró en el seminario de San Sulpicio de París, y el 22 de diciembre de 1838 recibió la ordenación sacerdotal.

Después de trabajar pastoralmente en una parroquia. se unió al proyecto de fundar una Sociedad religiosa dedicada a la pastoral de negros, y después de vender los bienes de familia y entregar todo a la Sociedad naciente, partió de Londres el 4 de junio de 1841 rumbo a la Isla Mauricio (Océano Indico), que entonces era colonia inglesa. Llegó el 15 de septiembre y allí permaneció hasta su muerte en 1864. entregado a la evangelización de la población de color que por aquel entonces había salido de la esclavitud. Actualmente los habitantes de la isla. ya independiente, consideran héroe nacional y símbolo de la unidad de la isla a este insigne misionero francés.

Reproducido con autorización de Vatican.va

11:14 p.m.

Por: . | Fuente: EvangelioDelDia.org

Esposa de San Isidro Labrador

Martirologio Romano: En Castilla la Nueva, región de España, beata Toribia, llamada María de la Cabeza, esposa de san Isidro labrador, con quien llevó vida humilde y hacendosa (s. XII).

Fecha de beatificación: El Papa Inocencio XII, confirmando y aprobando el culto inmemorial dado a la sierva de Dios, por la Bula Apostolicae servitutis officium del 11 de agosto de 1697, inscribe su nombre en el santoral. El 15 de abril de 1752, por decreto de Benedicto XIV, se concede en su honor Oficio y Misa (culto confirmado).

Sus padres, piadosos y honestos, pertenecían al grupo de los llamados mozárabes. Fue esposa de san Isidro Labrador. No es fácil decir con qué santidad y trabajos llevó su vida de mujer casada. Sus ocupaciones eran arreglar la casa, limpiarla, guisar la comida, hacer el pan con sus propias manos, todo tan sencillo que lo único que brillaba en su vida eran la humildad, la paciencia, la devoción, la austeridad y otras virtudes, con las cuales era rica a los ojos de Dios. Con su marido era muy servicial y atenta. Vivían tan unidos como si fueran dos en una sola carne, un solo corazón y un alma única. Le ayudaba en los quehaceres rústicos, en trabajar las hortalizas, y en hacer pozos no menos que en el oficio de la caridad, sin abandonar nunca su continua oración.

Como para ambos esposos no había mayor ilusión que llevar una vida pura y fervorosamente dedicada a Dios, un día se puso de acuerdo para separarse, después de criar su único hijo, quedándose él en Madrid, y ella marchándose a una ermita, situada en un lugar próximo al río Jarama.

Su nuevo género de vida solitaria, casi celeste, consistía en obsequiar a la Virgen, hacer largas y profundas meditaciones, teniendo a Dios como maestro, limpiar la suciedad de la capilla, adornar los altares, pedir por los pueblos vecinos ayuda para cuidar la lámpara, y otros menesteres.

San Isidro con sus propios ojos vio que su mujer, como de costumbre, con la mayor naturalidad, se acercó al río, que, aquel día bajaba lleno de agua, por las lluvias abundantes caídas y, con mucho ímpetu extendió su mantilla sobre la corriente y, como si fuera una barquilla, pasó tranquilamente a la otra orilla, sin dificultad alguna.

En los últimos años de su vida regresó a Madrid y de nuevo empezó a vivir con la admirable vida santa de antes. Después de morir su marido, volvió a su querida casa de la Virgen, como si fuera una ciudad bien defendida por Dios. En este lugar murió, llena de años y méritos. Presente una gran concurrencia de gentes de aquellos pueblos, fue enterrada piadosa y religiosamente en la misma ermita, en un lugar, especialmente escogido por miedo a una posible profanación de los sarracenos.

Cuando éstos fueron expulsados a sus tierras africanas, vigente todavía el ejemplo de la vida santa de esta mujer, fueron localizados sus restos, gracias a una inspiración del cielo. Al sacarlos, todos advirtieron un olor especialmente agradable, nunca percibido. Hoy sus restos se veneran en Madrid. Muchos aseguran que hace incontables milagros, principalmente curaciones repentinas de dolores de cabeza.

Todas esas circunstancias, examinadas por jueces apostólicos, hicieron que Inocencio XII aprobara su culto inmemorial y que últimamente Benedicto XIV le concediera Misa y Oficio propio, asignando la fiesta para un día de mayo en Madrid y en toda la diócesis toledana.

Las tradiciones orales de Madrid sitúan su casa en los arrabales mozárabes de san Andrés, (donde hoy se levanta el Museo de san Isidro). Allí se muestra el pozo donde cayera su hijo. Ante una persecución almorávide, que deportaba a los cristianos a Fez y Mequinez, el matrimonio huye de la Villa. A su vuelta, se cuenta de ella cómo trabajaba junto con su marido en las tierras allende el río hacia los Carabancheles, en el lugar donde Isidro hizo brotar un manantial en un lugar completamente seco y árido.

De aquel manantial relata la Bula de canonización de san Isidro que hay que reconocer en ella el poder divino, puesto que Dios, por intercesión de san Isidro, hace continuos prodigios con los enfermos que se acercan a ella. Sobre ella, se levantó la Ermita, que inmortalizara Goya.

11:14 p.m.

Esclavo de los esclavos

Martirologio Romano: San Pedro Claver, presbítero de la Compañía de Jesús, que en Nueva Cartagena, ciudad de Colombia, durante más de cuarenta años consumió su vida con admirable abnegación y eximia caridad para con los esclavos negros, bautizando con su propia mano a casi trescientos mil de ellos (1654).

Fecha de canonización: Beatificado el 16 de Julio de 1850 por Pío IX. Canonizado el 15 de Enero de 1888 por León XIII junto con Alfonso Rodriguez.


Nació en Verdú, España, el 26 de Junio de 1580.
Murió en Cartagena, Colombia, el 8 de Septiembre de 1654.-

Pedro Claver y Juana Corberó, campesinos catalanes, tuvieron seis hijos, pero solo sobrevivieron Juan, el mayor, y los dos mas pequeños, Pedro e Isabel. El padre apenas podía firmar su nombre, pero era un hombre trabajador y buen cristiano. La infancia de Pedro quedó oculta para la historia como la de tantos santos, incluso la de Nuestro Señor. Trabajaba en el campo con su familia.-

Pedro se graduó de la Universidad de Barcelona. A los 19 años decide ser Jesuita e ingresa en Tarragona. Mientras estudiaba filosofía en Mallorca en 1605 se encuentra con San Alonso Rodriguez, portero del colegio. Fue providencial. San Alonso recibió por inspiración de Dios conocimiento de la futura misión del joven Pedro y desde entonces no paró de animarlo a ir a evangelizar lo territorios españoles en América.-

Pedro creyó en esta inspiración y con gran fe y el beneplácito de sus superiores se embarcó hacia la Nueva Granada en 1610. Debía estudiar su teología en Santa Fe de Bogotá. Allí estuvo dos años, uno en Tunja y luego es enviado a Cartagena, en lo que hoy es la costa de Colombia. En Cartagena es ordenado sacerdote el 20 de Marzo de 1616.-

Al llegar a América, Pedro encontró la terrible injusticia de la esclavitud institucionalizada que había comenzado ya desde el segundo viaje de Colón el 12 de Enero de 1510, cuando el rey mandó a emplear negros como esclavos. Se trata de una tragedia que envolvió a unos 14 millones de infelices seres humanos. Un millón de ellos pasaron por Cartagena. Los esclavos venían en su mayoría de Guinea, del Congo y de Angola. Los jefes de algunas tribus de esas tierras vendían a sus súbditos y sus prisioneros. En América los usaban en todo tipo de trabajo forzado: agricultura, minas, construcción.-

Cartagena por ser lugar estratégico en la ruta de las flotas españolas se convirtió en el principal centro del comercio de esclavos en el Nuevo Mundo. Mil esclavos desembarcaban cada mes. Aunque se murieran la mitad en la trayectoria marítima, el negocio dejaba grandes ganancias. Por eso, las repetidas censuras del papa no lograron parar este vergonzoso mercado humano.-

Pedro no podía cambiar el sistema. Pero si había mucho que se podía hacer con la gracia de Dios. Pero hacía falta tener mucha fe y mucho amor. Pedro supo dar la talla. En la escuela del gran misionero, el padre Alfonso Sandoval, Pedro escribió: "Ego Petrus Claver, etiopum semper servus" (yo Pedro Claver, de los negros esclavo para siempre". Así fue. San Pedro no se limitó a quejarse de las injusticias o a lamentarse de los tiempos en que vivía. Supo ser santo en aquella situación y dejarse usar por Jesucristo plenamente para su obra de misericordia. En Cartagena durante cuarenta años de intensa labor misionera se convirtió en apóstol de los esclavos negros. Entre tantos cristianos acomodados a los tiempos, el supo ser luz y sal, supo hacer constar para la historia lo que es posible para Dios en un alma que tiene fe.-

A pesar de su timidez la cual tuvo que vencer, se convirtió en un organizador ingenioso y valiente. Cada mes cuando se anunciaba la llegada del barco esclavista, el padre Claver salía a visitarlos llevándoles comida. Los negros se encontraban abarrotados en la parte inferior del barco en condiciones inhumanas. Llegaban en muy malas condiciones, víctimas de la brutalidad del trato, la mala alimentación, del sufrimiento y del miedo. Claver atendía a cada uno y los cuidaba con exquisita amabilidad. Así les hacia ver que el era su defensor y padre.-

Los esclavos hablaban diferentes dialectos y era difícil comunicarse con ellos. Para hacer frente a esta dificultad, el padre Claver organizó un grupo de intérpretes de varias nacionalidades, los instruyó haciéndolos catequistas.-

Mientras los esclavos estaban retenidos en Cartagena en espera de ser comprados y llevados a diversos lugares, el padre Claver los instruía y los bautizaba. Los reunía, se preocupaba por sus necesidades y los defendía de sus opresores. Esta labor de amor le causó grandes pruebas. Los esclavistas no eran sus únicos enemigos. El santo fue acusado de ser indiscreto por su celo por los esclavos y de haber profanado los Sacramentos al dárselos a criaturas que a penas tienen alma. Las mujeres de sociedad de Cartagena rehusaban entrar en las iglesias donde el padre Claver reunía a sus negros.-

Sus superiores con frecuencia se dejaron llevar por las presiones que exigían se corrigiesen los excesos del padre Claver. Este sin embargo pudo continuar su obra entre muchas humillaciones y obstáculos. Hacia además penitencias rigurosas. Carecía de la comprensión y el apoyo de los hombres pero tenia una fuerza dada por Dios.-

Muchos, aun entre los que se sentían molestos con la caridad del padre Claver, sabían que hacia la obra de Dios siendo un gran profeta del amor evangélico que no tiene fronteras ni color. Era conocido en toda Nueva Granada por sus milagros. Llegó a catequizar y bautizar a mas de 300,000 negros.-

En la mañana del 9 de Septiembre de 1654, después de haber contemplado a Jesús y a la Santísima Virgen, con gran paz se fue al cielo.

Beatificado el 16 de Julio de 1850 por Pío IX.

Canonizado el 15 de Enero de 1888 por León XIII junto con Alfonso Rodriguez.

El 7 de Julio de 1896 fue proclamado patrón especial de todas las misiones católicas entre los negros.

El papa Juan Pablo II rezó ante los restos mortales de San Pedro Claver en la Iglesia de los Jesuitas en Cartagena el 6 de Julio de 1986

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San Pedro Claver

Oración

. Oh Dios, que, con el fin de llevar el Evangelio a los esclavos negros, has dotado a San Pedro Claver de admirable amor y paciencia, concédenos, por su intercesión y ejemplo, que, superadas todas las discriminaciones raciales, amemos a todos los hombres con sincero corazón. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.-

 

 

 

 

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