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11:21 p.m.

Mateo significa: "regalo de Dios".


Se llamaba también Leví, y era hijo de Alfeo.


Su oficio era el de recaudador de impuestos, un cargo muy odiado por los judíos, porque esos impuestos se recolectaban para una nación extranjera. Los publicanos o recaudadores de impuestos se enriquecían fácilmente. Y quizás a Mateo le atraía la idea de hacerse rico prontamente, pero una vez que se encontró con Jesucristo ya dejó para siempre su ambición de dinero y se dedicó por completo a buscar la salvación de las almas y el Reino de Dios.


Como ejercía su oficio en Cafarnaum, y en esa ciudad pasaba Jesús muchos días y obraba milagros maravillosos, ya seguramente Mateo lo había escuchado varias veces y le había impresionado el modo de ser y de hablar de este Maestro formidable. Y un día, estando él en su oficina de cobranzas, quizás pensando acerca de lo que debería hacer en el futuro, vio aparecer frente a él nada menos que al Divino Maestro el cual le hizo una propuesta totalmente inesperada: "Ven y sígueme".


Mateo aceptó sin más la invitación de Jesús y renunciando a su empleo tan productivo, se fue con El, no ya a ganar dinero, sino almas. No ya a conseguir altos empleos en la tierra, sino un puesto de primera clase en el cielo. San Jerónimo dice que la llamada de Jesús a Mateo es una lección para que todos los pecadores del mundo sepan que, sea cual fuere la vida que han llevado hasta el momento, en cualquier día y en cualquier hora pueden dedicarse a servir a Cristo, y El los acepta con gusto.


Mateo dispuso despedirse de su vida de empleado público dando un gran almuerzo a todos sus amigos, y el invitado de honor era nada menos que Jesús. Y con Él, sus apóstoles. Y como allí se reunió la flor y nata de los pecadores y publicanos, los fariseos se escandalizaron horriblemente y llamaron a varios de los apóstoles para protestarles por semejante actuación de su jefe. "¿Cómo es que su maestro se atreve a comer con publicanos y pecadores?"


Jesús respondió a estas protestas de los fariseos con una noticia que a todos nos debe llenar de alegría: "No necesitan médico los que están sanos, sino los que están enfermos. Yo no he venido a buscar santos sino pecadores. Y a salvar lo que estaba perdido". Probablemente mientras decía estas bellas palabras estaba pensando en varios de nosotros.


Desde entonces Mateo va siempre al lado de Jesús. Presencia sus milagros, oye sus sabios sermones y le colabora predicando y catequizando por los pueblos y organizando las multitudes cuando siguen ansiosas de oír al gran profeta de Nazaret. Jesús lo nombra como uno de sus 12 preferidos, a los cuales llamó apóstoles (o enviados, o embajadores) y en Pentecostés recibe el Espíritu Santo en forma de lenguas de fuego. Los judíos le dieron 39 azotes por predicar que Jesús sí había resucitado (y lo mismo hicieron con los otros apóstoles) y cuando estalló la terrible persecución contra los cristianos en Jerusalén, Mateo se fue al extranjero a evangelizar, y dicen que predicó en Etiopía y que allá murió martirizado.


En todo el mundo es conocido este santo, y lo será por siempre, a causa del maravilloso librito que él escribió: "El evangelio según San Mateo". Este corto escrito de sólo 28 capítulos y 50 páginas, ha sido la delicia de predicadores y catequistas durante 20 siglos en todos los continentes. San Mateo en su evangelio (palabra que significa: "Buenas Noticias") copia sermones muy famosos de Jesús, como por ej. El Sermón de la Montaña (el sermón más bello pronunciado en esta tierra), el sermón de las Parábolas, y el que les dijo a sus apóstoles cuando los iba mandar a su primera predicación. Narra milagros muy interesantes, y describe de manera impresionante la Pasión y Muerte de Jesús. Termina contando su resurrección gloriosa.


El fin del evangelio de San Mateo es probar que Jesucristo sí es el Mesías o Salvador anunciado por los profetas y por el Antiguo Testamento. Este evangelio fue escrito especialmente para los judíos que se convertían al cristianismo, y por eso fue redactado en el idioma de ellos, el arameo.


Quizás no haya en el mundo otro libro que haya convertido más pecadores y que haya entusiasmado a más personas por Jesucristo y su doctrina, que el evangelio según San Mateo. No dejemos de leerlo y meditarlo.


A cada uno de los 4 evangelistas se les representa por medio de uno de los 4 seres vivientes que, según el profeta, acompañan al Hijo del hombre (un león: el valor. El toro: la fuerza. El águila: los altos vuelos. Y el hombre: la inteligencia). A San Marcos se le representa con un león. A San Lucas con un toro (porque empieza su evangelio narrando el sacrifico de una res que estaban ofreciendo en el templo). A San Juan por medio del águila, porque este evangelio es el que más alto se ha elevado en sus pensamientos y escritos. Y a San Mateo lo pintan teniendo al lado a un ángel en forma de hombre, porque su evangelio comienza haciendo la lista de los antepasados de Jesús como hombre, y narrando la aparición de un ángel a San José.


Que San Mateo, gran evangelizador, le pida a Jesús que nos conceda un gran entusiasmo por leer, meditar y practicar siempre su santo evangelio.


Decía Jesús "Convertíos y creed en el evangelio" (Mc. 1, 15).



11:21 p.m.
Martirologio Romano: En Sai-Nam-Hte, en Corea, pasión de los santos mártires Lorenzo Imbert, obispo, Pedro Maubant y Jacobo Chastan, presbíteros de la Sociedad de Misiones Extranjeras de París, los cuales, por salvar la vida de sus cristianos, se ofrecieron a los soldados de guardia hasta ser asesinados a espada (1839).

Fecha de canonización: Los tres forman parte de 103 mártires canonizados por S.S. Juan Pablo II el 6 de mayo de 1984, en Seúl, Corea.



Lorenzo José Mario Imbert. Su nombre es el primero y el más destacado de la larga relación de mártires cuya fiesta se celebra hoy. Había nacido en la diócesis de Aix-en-Provence. Su familia residía en Calas, y era harto pobre. Es conmovedor saber cómo aprendió a leer: un día encontró un centimillo en la calle, con el compró un alfabeto y rogó a una vecina que le enseñara las letras. Así, a fuerza de perseverancia, consiguió la preparación suficiente para poder ingresar, en 1818, en el seminario de Misiones Extranjeras. Después de dos años de estudios se embarca en Burdeos y marcha a trabajar a China.

En plena tarea apostólica le sorprende el nombramiento de vicario apostólico de Corea y su elevación al episcopado. En mayo de 1837 es consagrado en Seu-Tchouen, y al terminar el año llega a Corea.


No era el primero en llegar. Le habían precedido ya otros dos misioneros, llamados a compartir el martirio con él. Los dos franceses: Pedro Filiberto Maubant, nacido en la diócesis de Bayeux, y Santiago Honorato Castán, nacido en la diócesis de Digne. El primero había venido directamente de Francia. El segundo había trabajado anteriormente en Siam.


Inmediatamente pusieron manos a la obra. Ante todo fue necesario aprender la lengua coreana, tributaria del chino, pero con muchas analogías con los dialectos siberianos. Después pudieron ya ponerse de lleno al trabajo apostólico.


Escuchemos a monseñor Imbert lo que era su vida: "No permanezco mas que dos días en cada casa que reúno los cristianos, y antes de que amanezca el tercer día paso a otra casa. Me toca sufrir mucha hambre, porque después de haberme levantado a las dos y media de la madrugada, esperar hasta el mediodía y recibir entonces una comida mala y floja, bajo un clima bajo y seco, no es cosa fácil. Después de comer reposo un poco, y a continuación doy clase de teología a mis seminaristas; después oigo confesiones hasta la noche. Me acuesto a las nueve sobre la tierra cubierta de una lona y un tapiz de lana de Tartaria, porque en Corea no hay ni camas ni mantas. He tenido, siempre un cuerpo débil y enfermizo, y a pesar de todo he llevado adelante una vida laboriosa y bien ocupada; pero aquí pienso haber llegado a lo superlativo y al nec plus ultra de trabajo. Ya os imaginaréis que con una vida tan penosa no tengamos miedo al golpe de sable que debe terminarla."


Todo esto había que hacerlo con el mayor secreto. Las quince o veinte personas a las que había atendido cada día: confesiones, bautismos, confirmaciones, matrimonios, etcétera, tenían que retirarse antes de la aurora. Aun así, aquella vida no pudo prolongarse mucho tiempo. Dos años después de su llegada, el 11 de agosto de 1839, monseñor Imbert era detenido por los perseguidores.


Comprendió bien que había llegado el final de su vida. Y creyó un deber, para evitar apostasías a los fieles seguidores, invitar a sus dos compañeros a entregarse. La tarjeta enviada por el obispo, que era una invitación al martirio, llegó primero al padre Maubant, quien la transmitió a su compañero el padre Castán. Ambos obedecieron sin vacilar. Cada uno redactó una instrucción para uso de sus fieles y luego en común unas líneas dirigidas a toda la cristiandad coreana. Escribieron una breve memoria para el Cardenal Prefecto de Propaganda Fide y una carta a sus hermanos de las Misiones Extranjeras para encomendarles a sus neófitos. En esta carta es donde alegremente, como si quisieran aliviarles la pena, dicen que "el primer ministro Ni, actualmente gran perseguidor, ha hecho fabricar tres grandes sables para cortar cabezas".


Todo esto llevaba la fecha del 6 de septiembre. Y una vez terminados los preparativos, los dos misioneros se unieron a su obispo. Los tres europeos comparecieron ante el prefecto y confesaron noblemente su fe: "Por salvar las almas de muchos, no hemos vacilado ante una distancia de diez millares de lys. Denunciar a nuestras gentes, y hacerles daño, olvidando los diez mandamientos, no lo haremos jamás, preferimos morir." Aquel mismo día 15 de septiembre recibieron la primera paliza, con bastones. Otra nueva les esperaba, después de un interrogatorio similar, el día 16. Por fin, el día 21 tuvo lugar el suplicio final.


Les desnudaron hasta la cintura, y les asaetearon cruelmente, de arriba a abajo, a través de las orejas, les colmaron de heridas y, por fin, los rociaron de cal viva. Después de obligarles a dar por tres veces la vuelta a la plaza, mostrándose al público que se burlaba de ellos, se les hizo arrodillarse. Los soldados empezaron a correr en su derredor y al pasar les golpeaban con su sable. El padre Castán se puso instintivamente de pie al recibir el primer golpe. Después se arrodilló junto a sus dos compañeros, que estaban inmóviles. Al poco tiempo, los tres habían muerto.


Pero no eran ellos solos. Antes y después iban a perecer en aquella misma persecución otros muchos cristianos.


El primer lugar, un sacerdote nativo: el padre Andrés Kim. De acuerdo con las mejores tradiciones del seminario de Misiones Extranjeras, los misioneros se habían preocupado de ir preparando, en lo posible, un clero nativo. Cuando ellos murieron, el padre Kim se esforzó por conseguir que vinieran nuevos misioneros. En estos afanes le sorprendieron los perseguidores. Después de larga estancia en la cárcel, fue decapitado en 1846.


En la misma persecución murieron también diez catequistas y una muchedumbre de fieles. De entre ellos se escogieron unos cuantos, a quienes hoy veneramos en los altares: setenta y cinco héroes "nobles y plebeyos, jóvenes y viejos, mujeres ya maduras y jóvenes en la más florida edad, que prefirieron las cárceles, los tormentos, el fuego, el hierro, las cosas más extremas a trueque de no apartarse de la religión santísima. Para tentar su fe, los bárbaros verdugos recurrieron a los tormentos más refinados. Unos fueron ahorcados, a otros les rompieron las piernas, otros fueron azotados hasta la muerte, otros quemados con planchas ardientes, otros enterrados vivos en nichos para que murieran de hambre, y así todos cambiaron esta vida por otra inmortal y feliz. Tantos y tan crueles suplicios los sufrieron todos con invicta fortaleza". Tales son las palabras del Decreto de beatificación expedido por el papa Pío XI. Porque, como ya anteriormente se había escrito en el Decreto de tuto, aquella muchedumbre, en la que había incluso niños de quince y trece años, "mostró tanta constancia en profesar la fe, que en manera alguna pudo la rabia de los perseguidores llegar a vencerla. Ni las cárceles largas y horribles, ni los tormentos crudelísimos, ni el hambre y la sed, con la que ellos eran probados, ni otros horrendos suplicios, ni el terror y los halagos de los jueces impíos, ni la edad juvenil o provecta, ni el amor materno, ni la piedad filial, ni el dulce yugo del matrimonio, fueron capaces de superar la fortaleza y firmeza de aquellos mártires".


No es extraño que muy pronto se extendiera por todo el mundo la fama de su admirable ejemplo. Por eso, el papa Pío XI, superando las dificultades de tipo jurídico que se oponían a su beatificación, pues resultaba muy difícil recoger las pruebas exigidas con todo el rigor canónico, teniendo en cuenta que había certeza absoluta de la realidad del martirio, los beatificó solemnemente en 1925. Su sangre, como siempre ha ocurrido, fue semilla de nuevos cristianos, y hoy Corea, al menos en su parte Sur, libre del comunismo, es una de las cristiandades más florecientes y esperanzadoras de todo el Extremo Oriente.


¡Felicidades a quien lleve este nombre!



11:21 p.m.








Maura de Troyes, Santa
Maura de Troyes, Santa

Virgen


Martirologio Romano: En Troyes, a orillas del Sena, en la Galia Lugdunense (hoy Francia), santa Maura, virgen, dedicada a obras de piedad y caridad (c. 850).

Etimología: Maura = oscura. Viene de la lengua latina.


Fecha de canonización: Información no disponible, la antigüedad de los documentos y de las técnicas usadas para archivarlos, la acción del clima, y en muchas ocasiones del mismo ser humano, han impedido que tengamos esta concreta información el día de hoy. Si sabemos que fue canonizado antes de la creación de la Congregación para la causa de los Santos, y que su culto fue aprobado por el Obispo de Roma, el Papa.



Estamos hoy ante la historia de una virgen del siglo IX.

Era hija de un noble llamado Mariano y de la rica Sedulia, y hermana de Eutropioo, el eminente prelado de Troyes.


Fue aquí en donde ella vivió. Su padre llevaba una vida disipada. Gracias a las advertencias de su hija, cambió de vida y se convirtió en un padre honrado y virtuoso.


Su hermano, que era sacerdote, había renunciado ya a su herencia. De esta manera, Maura disponía de una dote increíble.


Prefirió entregarse al Señor antes que un hombre.


Decía tener cuatro novios: san Pedro, san Pablo, san Gervasio y san Protasio.


Les rezaba a menudo. Mantenía y sostenía las iglesias a ellos dedicadas.


Socorría a los monjes y monjas en la diversas misiones que llevaban a cabo.


Iba los martes y los viernes descalza y de rodillas a sus iglesias. Y esos días tomaba solamente agua.


Prudencio, obispo y biógrafo de Maura, afirma que era muy querida porque hacía muchas curaciones de la vista.


¡Felicidades a quien lleve este nombre!


Comentarios al P. Felipe Santos: fsantossdb@hotmail.com



11:49 p.m.

Septiembre 20




Etimológicamente significa “roca”. Viene de la lengua hebrea.


Hoy día, debido al terrorismo, hay mucha gente que lleva guardaespaldas. Eso mismo le propusieron a Pedro.


Nació en Aragón en 1441. Fue uno de los chicos de aquel tiempo que tuvo la oportunidad de irse a estudiar Derecho a la prestigiosa universidad de Bolonia.


Pronto se hizo amigo de todos. Quien derrama a su derredor el perfume de la amabilidad, de la acogida y del buen trato, se gana amistades en cualquier sitio.


Una vez que terminó su doctorado en Derecho civil y canónico, se vino de nuevo a España. Ya por entonces le rondaba por la mente la idea de ser sacerdote. Y efectivamente, debido a sus cualidades pronto lo eligieron canónigo de Zaragoza.


Había algunos herejes en la ciudad que se la tenían jurada. Buscaban la ocasión de acabar con su vida, ya que nunca cedió a promesas de dinero y otras lisonjas que suelen hacerse para ganarse a alguien.


Por eso, temiendo por su vida, alguien le dijo que llevase guardaespaldas.


¿Sabéis lo que les contestó?


"¿Para qué? Si muero asesinado, muero por defender la fe católica. ¿Qué mayor honor puedo esperar?".


Y estas palabras tuvieron fiel cumplimiento cuando los judíos y los herejes se juntaron en la catedral. En un momento en que estaba sumido en la plegaria, se le acercaron y le dieron muerte.


Los mismos autores, sobre todo el cabecilla, al ver lo que había hecho, se suicidó en la cárcel. A los demás se les sentenció a muerte.


El día de su funeral, el pueblo entero participó de sus honras fúnebres. Era el 14 de setiembre de 1485.


¡Felicidades a quienes lleven este nombre!



11:49 p.m.








Eustaquio, Santo
Eustaquio, Santo

Septiembre 20




Etimológicamente significa “cargado de bellas espigas”. Viene de la lengua griega.


Cuando uno toma conciencia de que está hecho para el Señor, todo lo mira bajo el prisma de su amor.


El joven Eustaquio vivió entre los años 98-117. Sin duda alguna, al estudiar su personalidad, uno cae en la cuenta de que era el general más joven y apreciado en todo el imperio romano.


Pero no sentía feliz. Un día, al ir de caza, logró algo que esperaba desde hacía tiempo: su conversión al cristianismo y la huida de los dioses falsos que presentaba el imperio romano.


Un ciervo, al que se perseguía, se volvió y le dio la cara, vio una cruz en el bosque y eso le bastó para abrazar la vida de los creyentes en Cristo el Señor.


Al mismo tiempo, su mujer Teopista recibió la visita de un ángel y se convirtió también al cristianismo.


Al día siguiente, estaban tan felices que le comunicaron la idea de la conversión a sus dos hijos, y recibieron el bautismo.


Diez días después volvió el ciervo a avisarle a Eustaquio que rezara mucho porque el demonio iba a atacarle duramente.


En una semana todos sus esclavos murieron de peste juntamente con sus ganados.


Los bandidos llegaron e incendiaron su castillo y le robaron todo el dinero. También le atacaron a él y a toda su familia. Visto lo cual se embarcó para Egipto.


Fueron vendidos a un mercader de esclavos. El trabajó como granjero, su mujer como portera de un albergue y sus dos hijos como recaderos de boutique. Al entrar como emperador Trajano, buscó al general Eustaquio. Lo encontraron y ahuyentó a los enemigos de la frontera.


Había que celebrar la victoria. Y con ella el culto a los dioses. No quisieron tomar parte y, sin más , le dieron muerte a toda su familia.


¡Felicidades a quien lleve este nombre!



11:49 p.m.

Mártir

Septiembre 19




Etimológicamente significa “ paloma”. Viene de la lengua latina.


La mano del Señor estaba con los que anunciaban a Cristo y muchos fueron los que creyeron y convirtieron sus corazones al Señor.


Una de las claves de la fuerza cristiana a lo largo y ancho de los siglos ha sido, sin duda, que tras el anuncio de la Palabra de Dios, hay gente que se siente atraída en más o menor fuerza por el impacto de la palabra divina.


Paloma fue una mártir del siglo IX. Se veneraba en Córdoba esta gran figura del cristianismo durante la persecución árabe.


Córdoba era la capital del reino que llegó a todo su esplendor en el campo cultural durante toda aquella época.


El cristianismo florecía cada día más en los tiempos de paz.


Paloma era una joven de esta ciudad califal. Dicen que era de una gran belleza.


Ya había rechazado a varios pretendientes. Esto le disgustó mucho a su madre.


Al morir ésta, Paloma se fue a un monasterio de la Sierra, con el nombre de Isabelita.


Se contaba que era capaz de estar rezando horas y horas en silencio y sin cansarse. Muchas veces lloraba dulcemente durante la oración.


Lloraba por sus hermanos en la fe, y a los que estaban persiguiendo los musulmanes.


A causa de estas persecuciones, las monjas tenían que abandonar sus conventos y monasterios para bajarse a la ciudad, en la cual era más fácil pasar desapercibidos.


En Córdoba, Paloma oía los cánticos de la iglesia, ya que estaba cerca de una de ellas.


La descubrieron y, llevada al juicio, la condenaron a muerte. Le acompañó en el martirio la joven Pomposa.


¡Felicidades a quien lleve este nombre!



11:49 p.m.

Mártir

Septiembre 20


Etimológicamente significa “piadosa”. Viene de la lengua griega.


Pablo escribe: “Del mismo modo que hemos llevado la imagen del hombre terreno, llevaremos también la imagen del celestial”.


Hoy te encuentras con otra mártir del mismo siglo noveno.


El nombre griego de Eusebio aparece frecuentemente en los calendarios y suena al glorioso mártir Eusebio de Vercelli, de donde fue obispo.


Es muy poco frecuente la forma femenina. Es, sin embargo, muy conocida esta santa en la Francia meridional y, más concretamente, en la gran ciudad de Marsella.


La vida espiritual y cristiana se alimentaba , en parte, por la irradiación de santidad que salía del monasterio en el que ella ejercía el cargo de abadesa.


Los Sarracenos, por ese tiempo, - lo vimos ayer en Córdoba con santa Paloma – hacían verdaderos estragos en la población cristiana.


Más que combatir los fundamentos de la fe, lo que buscaban, era el robo y el pillaje por donde pasaban sus piratas y terroristas.


Muchas veces, como ocurrió hace pocos años en el Congo entre el presidente y una monja a la que quería violar – intentaban eso, poseer sexualmente a las monjas.


Ellas luchaban, más por defender su virtud de la castidad, que por las cuatro cosas que podían robarles.


Es curioso a donde llega la imaginación: se cortaron la nariz para evitar males mayores.


Gracias a esto, los sarracenos huían de ellas y no atacaban su virtud. Sin embargo, en el caso de Eusebia, antes de abandonar el monasterio, le dieron muerte. De esta forma logró santa Eusebia que sus hermanas salvaran su virtud. En Marsella se les conoce con el nombre de “las monjas con la nariz en la mano”.


¡Felicidades a quien lleve este nombre!




11:49 p.m.
Martirologio Romano: En Córdoba, en España, beato Francisco de Posadas, presbítero de la Orden de Predicadores, que durante cuarenta años predicó a Cristo en su región, sobresaliendo por su humildad y caridad (1713).

Fecha de beatificación: Pío VII lo beatificó solemnemente el 20 de septiembre de 1818.



Del padre Posadas se ha dicho que tenía la pobreza de San Francisco de Asís, la austeridad y poder taumatúrgico de San Francisco de Paula, la dulzura y sabiduría de San Francisco de Sales, el celo por la fe de San Francisco de Regis, la obediencia y temple de San Francisco Javier.

El padre presentado, fray Francisco de Posadas, es un personaje relativamente moderno: dejó esta vida cuando el siglo XVIII iba a cumplir tres lustros. Su biografía es simple, casi esquemática, aunque colmada de peripecias vocacionales y éxitos apostólicos. Por fortuna, su mismo confesor, el padre maestro fray Pedro de Alcalá, más tarde provincial de los dominicos de Andalucía, escribió al detalle la vida y milagros del nuevo "San Vicente Ferrer" —como le llamaba la gente— en un libro de tomo, lomo y más de 800 páginas; ésa es la fuente auténtica y gozosa de todos los biógrafos posteriores. Y en ella se ha inspirado directamente la semblanza que aquí pergeñamos.


Oriundos de Galicia, estirpe hidalga de sangre y de casa solariega con renombre —capitanes (un bisabuelo suyo conquistó Cheves y Monforte, rindiendo a fuerza de coraje las dos villas lusas), canónigos e inquisidores, eran honra y prez de la familia—, Esteban Martín Losada y María Fernández-Pardo y Posadas, tuvieron una luna de miel amarga: los vasallos de Juan de Braganza arrasaron Lama de Arcos y, como desquite, cebaron el deseo de venganza contra viejas derrotas en la casa infanzona del joven matrimonio, que huyó, en busca de clima y economía más propicios, a Córdoba. Allí montaron una tienda de panería. Ni les fue bien en el negocio ni en el matrimonio; aquél se arruinó; éste vio malograrse reiteradamente las esperanzas de sucesión. Don Esteban Martín abre una nueva tienda de naranjas y limones y especiería en la plaza del Salvador, en una casa contigua a la puerta principal del convento de San Pablo, según se sale a mano derecha; María Fernández-Pardo y Posadas acude a la Virgen de la Fuensanta implorando fecundidad y ofreciendo de antemano el primer fruto de sus entrañas a la celestial Señora. Y el día 25 de noviembre de 1644 nace, en la casatienda, un niño a quien, el 4 de diciembre, en la parroquial de San Andrés, pusieron por nombre Francisco.


Cinco años más tarde, otra vez la desgracia vino a rondar el humilde hogar. Falleció don Esteban Martín Losada. Francisco saboreó el pan de la temprana orfandad. La pobreza había obscurecido totalmente el esplendor de la sangre hidalga; pero empezaba a florecer, en la tierra árida de la miseria, la hidalguía de la gracia. Madre e hijo forman un bloque natural y sobrenaturalmente irrompible; ella, fiel al voto; él, piadoso, bien dispuesto siempre a la obediencia y al amor. La viuda casó en segundas nupcias con Juan Pérez Cerezo; fue un padrastro con Francisco. No consintió que el niño fuese al colegio de la Compañía de Jesús; era un gran sacrificio, y el egoísmo del nuevo jefe de familia triunfó sobre el ideal —sangre y promesa— de la madre; cuatro años de oficial aprendiz de cordonero pasó el joven en un taller sito en las Casillas, en el campo de San Antón; cuatro años de galeras bajo el rigor de un hombre de "indigesta condición" que más parecía un cómitre que un maestro artesano. Francisco aprendió lo que es ganar el pan con el sudor de la frente y del alma. Impávido y fervoroso aguantó el rudo noviciado de la vida pobre, acrisolándosele el espíritu. Su madre seguía soñando. El maestro o cómitre se convenció que el camino vocacional del aprendiz no iba por allí; era un hombre de Dios. Lo había demostrado hasta el heroísmo. Pero el padrastro no cede. Dios vino en ayuda de la madre y del hijo. El padre maestro fray Miguel de Villalón le buscó acomodo en San Pablo y le dio clases de latín. El "hijo de la vendedera", con dieciséis años al hombro, empezó a rumiar declinaciones y conjugaciones,


En este tiempo muere el padrastro, fracasa la tienda y Francisco retorna al hogar. La madre se dedica a recovera, es decir, a revender huevos por las calles; sacar el hijo adelante, ofrecérselo a la Virgen. No piensa en otra cosa. Francisco siente también la ineludible llamada de la gracia. Pide el hábito; pero el convento dominicano de San Pablo de Córdoba es nido de águilas, fragua de sabios y crisol de sangre. La flor y nata de las familias cordobesas se glorían de tener allí hijos que son ya obispos o maestros en teología. Los estatutos de limpieza de sangre y el orgullo aristocrático velan por la ejecutoria del convento. No le faltaban a Francisco nobleza de sangre y nobleza de alma, pero era notoria su calidad de hijo de la "vendedera". Estaban cerradas las puertas de San Pablo para él; la madre apuró el contratiempo; buscó otro monasterio y fue admitido. Estaba todo a punto para la toma de hábito; Francisco acudió a despedirse de la Virgen del Rosario, en su capilla de San Pablo, como quien se ve obligado a decir adiós a una Madre celestial; rompió en llanto y regresó al lado de la madre terrena que le había preparado ya el modesto hatillo para su nueva vida. Francisco estaba inconsolable; a pesar de todo, quería ser "fraile de la Virgen". El protector, padre Villalón, lo envió a Escalaceli, extramuros de la ciudad, convento dominicano pobre, donde San Alvaro de Córdoba empezó la reforma de la Orden a raíz de la Claustra, donde se santificó y escribió fray Luis de Granada; Escalaceli era una cuna de santos, mientras San Pablo era forja de sabios. Para Dios no hay racismos; fray Andrés Mellado, prior a la sazón, lo recibió de buen grado. Y el 23 de noviembre de 1672 le dio el hábito. Se enfureció el prior de San Pablo; ya era tarde: el novicio había salido muy de madrugada hacia Jaén, donde haría el noviciado. En el ínterin vacó el provincialato y el cargo recayó, por derecho, en el prior de San Pablo; dio órdenes de expulsión del novicio, pero los frailes de Jaén se opusieron con razones y con ruegos. Por prudencia tuvo que acceder a que el novicio profesase, pero le prohibió que, de regreso a Escalaceli, entrase en Córdoba, ni siquiera a dar un abrazo a su madre, "Ia vendedora"...


El nuevo provincial lo destinó a San Pablo para hacer los cursos de artes, filosofía y teología. Ante la oposición del padre prior, enconado enemigo de fray Francisco, optó por enviarlo a Sanlúcar de Barrameda. Allí se granjeó una no común estima por su talento y virtud. El padre Tirso González, andando el tiempo prepósito general de la Compañía de Jesús, conoció y admiró al joven dominico, cuando aquél estuvo en Sanlúcar predicando. Fray Francisco era su más entusiasta oyente, Por fin, a finales de 1678, se fue a Guadix; el obispo, fray Diego de Silva y Pacheco, le ordenó de sacerdote el 22 de diciembre. Pocos días después cantó su primera misa en el altar de la Virgen de la Fuensanta, apadrinado por el padre Villalón y don Andrés Fernández de Córdoba, señor de Zuheros.


Retornó a Sanlúcar y empezó a predicar, Santidad y sabiduría brillaban en el joven predicador tanto que el padre Enrique de Guzmán, nombrado regente de la Minerva de Roma y luego vicario general de la Orden, quiso llevárselo consigo. No accedió al honor; era impiedad dejar para siempre a su anciana y bendita madre; era infidelidad a la vocación buscar cátedra en lugar de púlpito. La fama pregonaba maravillas de sus sermones; el prior de San Pablo, que no era ya el que le persiguió con tan malévola constancia, le invitó a predicar en la iglesia del convento; pero los aristócratas maestros en teología amenazaron con quemar el púlpito si ponía en él los pies el hijo de la "vendedora". Pero la gracia acabó por vencer al pecado; la humildad, a la obstinación. El padre Posadas fue destinado al hospicio u hospedería. que en Córdoba tenía el convento de Escalaceli; un ángel lo recibió al llegar, diciéndole: "Esta será tu cruz". Se dedicó a predicar con gran fruto. Una calumnia fue motivo para que le quitasen de allí y lo mandasen reintegrarse al convento de la sierra; falló, por grave enfermedad, un maestro de San Pablo encargado de dar unas misiones cuaresmales en Almadén y Chillón; el padre Posadas lo reemplazó en última instancia, pero con ventaja. Al regresar, el calumniador estaba arrepentido. Y el prior de Escalaceli pidió perdón al padre Posadas y volvió a encomendarle el hospicio, que en adelante será conocido con el nombre de "Hospitalico del padre Posadas".


Y aquí empieza la "vida pública", la vida del profeta en su patria, la vida del milagro y del sacrificio total. La hora de la acción apostólica. El mensaje misionero y espiritual del padre Posadas tiene dos facetas entrelazadas por un fin común: la del predicador y la del escritor.


1. Predicador. Predicaba en las iglesias, en las calles y en las plazas. En plan de misionero infatigable. Cantaba el pueblo con él coplas devotas; recitaban la doctrina cristiana; rezaban en alta voz el rosario. Un crucifijo presidía siempre la procesión. Entraba en las cárceles, en los monasterios. "Poníase sobre una pequeña mesa, donde la piedad del que pasa a vista de la cárcel pone la limosna a los presos, y como no podía sobresalir para dominar a tanto auditorio, sacaron el púlpito de la inmediata iglesia de Nuestra Señora del Socorro"; oíanle muchedumbres; también los maestros en teología, incluso el anciano prior que tanto le persiguió, se había rendido, y no faltaba nunca a sus sermones, mezclándose entre la gente; "aseguraban muchos el lugar desde por la mañana... sin cuidar del alimento del cuerpo"; inquisidores, obispos y cardenales lo escuchaban atónitos lo mismo que las masas enfervorizadas. Treinta años pasó predicando en Córdoba, salvo algunas temporadas breves en que misionaba por la provincia. Realmente, era un caso excepcional, extraordinario. Nadie se acordaba ya de su humilde origen; él, sí; lo repetía con exquisita humildad para acallar los elogios, para ahuyentar la tentación de los honores: prioratos y mitras, ambición de tantos humanos, fueron quedándose a sus pies. Renunciaba a todo lo que no fuese humildad: santidad. Ningún predicador había arrastrado las muchedumbres así desde tiempos de San Vicente Ferrer. Como ejemplo de la eficacia de su predicación, hay uno muy significativo: se empeñó en desterrar las comedias y cerrar el teatro y lo consiguió. Como es lógico, era una tarea difícil. Pero ahí está, después de una lucha de resistencias y tiras y aflojas, el decreto del ayuntamiento de Córdoba que decide suprimir y demoler el teatro público a 11 de octubre de 1694. Córdoba vio y vivió los mejores tiempos de su cristianismo con el padre Posadas.


El 20 de septiembre de 1713 celebró misa muy tempranico; se sentó luego en el confesonario; se despidió de sus confesandos; a las diez treinta se retiró diciendo adiós a todos; a las once treinta le dio un ataque de apoplejía, que muchos confundieron con uno de sus frecuentes raptos; a las siete treinta de la tarde expiró. Tenía sesenta y nueve años; lo trasladaron aquella misma noche al convento de San Pablo; no lo habían querido recibir vivo y lo recibieron —y con grandes honores—muerto. Repicaron todas las campanas de la ciudad; el pueblo acudió en masa a venerarlo y se retrasó dos días el entierro; el Ayuntamiento le costeó una lujosa sepultura en el capítulo, revestida de seda, teniendo que sacar los restos de los dos padres maestros que más le habían perseguido para depositar en su lugar los restos mortales del padre Posadas; sobre su tumba se grabó un epitafio historiado.


Sobre su tumba siguen los cordobeses desgranando súplicas y lágrimas. Y el padre Posadas los escucha con la bondad de siempre. Desde el cielo.


2. Escritor. El padre Posadas, extraordinario representante de la oratoria sagrada española en los últimos tiempos, fue también un gran maestro y escritor espiritual. Su biógrafo, padre Alcalá, se admiraba cómo podía tener tiempo para escribir un hombre que pasaba todo el día predicando, confesando y orando. Pero ahí están sus obras, que revelan un digno continuador de la gran escuela mística del siglo XVI. Cultivó el género biográfico, dejándonos tres biografías: una de Santo Domingo, muy alabada y reeditada; y otra del extremeño padre Cristóbal de Santa Catalina, presbítero y fundador del Hospital de Jesús Nazareno, dirigido espiritual suyo; y una tercera de la madre Leonor María de Cristo, monja dominica de Santa María de los Angeles, de Jaén; cultivó, además, el género didáctico, escribiendo un bello libro contra Molinos, el maestro espiritual condenado; también ensayó el género poético en más de una ocasión, aunque sin insistencia; sólo algunos versos suyos vieron la luz, quedando inéditos otros muchos, como el que empieza:


En las aras de mi amor

peno y gozo a un mismo tiempo...


Pero, sobre todo, escribió muchos tratados espirituales en forma de sermones; cinco tomos de estos escritos publicó su confesor con el título de Obras póstumas.


"Crióle Dios naturalmente retórico." El alcance de este juicio, hecho por quien lo trató tantos años, puede descentrarse si se prescinde de la época en que actúa, de la constante dedicación a la predicación y de las dotes psicofísicas de que estaba adornado. Cuerpo robusto, carácter sanguíneo, incendiado en el amor de Dios y de la Virgen, incendiador de almas. Su estilo literario es barroco, viril, vital; pese a las metáforas —siempre apropiadas, rebuscadas en las fuentes bíblicas las más de las veces, finas a lo Góngora siempre—, su estilo logra un contacto directo con la realidad cotidiana; es plástico, como conviene a un misionero; florido, para rendir tributo al gusto del tiempo; docto, como convenía a un ingenio doblemente feliz: por don de naturaleza y del arte. En el Llanto de las virtudes —sus tratados llevan siempre epígrafes metafóricos: Silbos, Ladridos, Voces, La mano que abre la puerta del cielo, La mejor Rosa de Jericó, Místicas espigas de la mejor Ruth, Las casas del olvido, Horas de un reloj cristiano que despierta al alma del pecador dormido, Caminos para la conversión del alma, Devoto peregrino del cielo, Colirio, El sueño de la culpa, Las tradiciones del Alcorán del mundo, etcétera— finge que encuentra "unas doncellas ricamente vestidas y con honestidad adornadas": "Estaba la una hincada de rodillas, el semblante devoto, y los ojos en el cielo; la otra tenía un compás en la mano, con que parece que medía o ajustaba; otra sustentaba un peso, con que repartía las cosas que pesaba a los circunstantes; otra estaba de pie en una columna, sin ladearse..." A todas les va preguntando por los motivos de su llanto; y ellas responden que son las virtudes y que los motivos del llanto puede preguntárselos al profeta Jeremías... El diálogo, cabalgando en la metáfora, es encantador; los sermones sobre el pozo y la fuente de Samaria rezuman una frescura y un gracejo humanísimos, pero al mismo tiempo revelar ansias espirituales de la mejor ley. Análogos ejemplos nos ofrecen los Silbos o llamadas de Cristo a las ovejas, o la descripción de "las tradiciones" del Alcorán del mundo, donde analiza los principios o decires falsos por los que se rigen los hombres.


Escritor espiritual de talla, amén de predicador infatigable, docto y digno, enamorado de la Virgen, el padre Posadas dejó tras sí una estela de luz y de verdad que no se eclipsan.


¡Felicidades a quien lleve este nombre!



11:36 p.m.
Martirologio Romano: San Roberto Belarmino, obispo y doctor de la Iglesia, miembro de la Compañía de Jesús, que intervino de modo preclaro, con modos sutiles y peculiares, en las disputas teológicas de su tiempo. Fue cardenal, y durante algún tiempo también obispo entregado al ministerio pastoral de la diócesis de Capua, en Italia, desempeñando finalmente en la Curia romana múltiples actividades en defensa doctrinal de la fe (1621).

Etimológicamente: Roberto = Aquel que brilla por su fama, es de origen germánico.


Etimológicamente: Belarmino = Aquel querrero que tiene todas las armas,es de origen germánico.



Este santo ha sido uno de los más valientes defensores de la Iglesia Católica contra los errores de los protestantes. Sus libros son tan sabios y llenos de argumentos convencedores, que uno de los más famosos jefes protestantes exclamó al leer uno de ellos: "Con escritores como éste, estamos perdidos. No hay cómo responderle".

San Roberto nació en Monteluciano, Toscana (Italia), en 1542. Su madre era hermana del Papa Marcelo II. Desde niño dio muestras de poseer una inteligencia superior a la de sus compañeros y una memoria prodigiosa. Recitaba de memoria muchas páginas en latín, del poeta Virgilio, como si las estuviera leyendo. En las academias y discusiones públicas dejaba admirados a todos los que lo escuchaban. El rector del colegio de los jesuitas en Montepulciano dejó escrito: "Es el más inteligente de todos nuestros alumnos. Da esperanza de grandes éxitos para el futuro".


Por ser sobrino de un Pontífice podía esperar obtener muy altos puestos y a ello aspiraba, pero su santa madre lo fue convenciendo de que el orgullo y la vanidad son defectos sumamente peligrosos y cuenta él en sus memorias: "De pronto, cuando más deseoso estaba de conseguir cargos honoríficos, me vino de repente a la memoria lo muy rápidamente que se pasan los honores de este mundo y la cuenta que todos vamos a tener que darle a Dios, y me propuse entrar de religioso, pero en una comunidad donde no fuera posible ser elegido obispo ni cardenal. Y esa comunidad era la de los padres jesuitas". Y así lo hizo. Fue recibido de jesuita en Roma en 1560, y detalles de los misterios de Dios: él entraba a esa comunidad para no ser elegido ni obispo ni cardenal (porque los reglamentos de los jesuitas les prohibían aceptar esos cargos) y fue el único obispo y cardenal de los Jesuitas en ese tiempo.


Uno de los peores sufrimientos de San Roberto durante toda la vida fue su mala salud. En él se cumplía lo que deseaba San Bernardo cuando decía: "Ojalá que los superiores tengan una salud muy deficiente, para que logren comprender a los débiles y enfermos". Cada par de meses tenían que enviar a Roberto a las montañas a descansar, porque sus condiciones de salud eran muy defectuosas. Pero no por eso dejaba de estudiar y de prepararse.


Ya de joven seminarista y profesor, y luego como sacerdote, Roberto Belarmino atraía multitudes con sus conferencias, por su pasmosa sabiduría y por la facilidad de palabra que tenía y sus cualidades para convencer a los oyentes. Sus sermones fueron extraordinariamente populares desde el primer día. Los oyentes decían que su rostro brillaba mientras predicaba y que sus palabras parecían inspiradas desde lo alto.


Belarmino era un verdadero ídolo para sus numerosos oyentes. Un superior enviado desde Roma para que le oyera los sermones que predicaba en Lovaina, escribía luego: "Nunca en mi vida había oído hablar a un hombre tan extraordinariamente bien, como habla el padre Roberto".


Era el predicador preferido por los universitarios en Lovaina, París y Roma. Profesores y estudiantes se apretujaban con horas de anticipación junto al sitio donde él iba a predicar. Los templos se llenaban totalmente cuando se anunciaba que era el Padre Belarmino el que iba a predicar. Hasta se subían a las columnas para lograr verlo y escucharlo.


Al principio los sermones de Roberto estaban llenos de frases de autores famosos, y de adornos literarios, para aparecer como muy sabio y literato. Pero de pronto un día lo enviaron a hacer un sermón, sin haberle anunciado con anticipación, y él sin tiempo para prepararse ni leer, se propuso hacer esa predicación únicamente con frases de la S. Biblia (la cual prácticamente se sabía de memoria) y el éxito fue fulminante. Aquel día consiguió más conversiones con su sencillo sermoncito bíblico, que las que había obtenido antes con todos sus sermones literarios. Desde ese día cambió totalmente su modo de predicar: de ahora en adelante solamente predicará con argumentos tomados de la S. Biblia, no buscando aparecer como sabio, sino transformar a los oyentes. Y su éxito fue asombroso.


Después de haber sido profesor de la Universidad de Lovaina y en varias ciudades más, fue llamado a Roma, para enseñar allá y para ser rector del colegio mayor que los Padres Jesuitas tenían en esa capital. Y el Sumo Pontífice le pidió que escribiera un pequeño catecismo, para hacerlo aprender a la gente sencilla. Escribió entonces el Catecismo Resumido, el cual ha sido traducido a 55 idiomas, y ha tenido 300 ediciones en 300 años (una por año) éxito únicamente superado por la S. Biblia y por la Imitación de Cristo. Luego redactó el Catecismo Explicado, y pronto este su nuevo catecismo estuvo en las manos de sacerdotes y catequistas en todos los países del mundo. Durante su vida logró ver veinte ediciones seguidas de sus preciosos catecismos.


Se llama controversia a una discusión larga y repetida, en la cual cada contendor va presentando los argumentos que tiene contra el otro y los argumentos que defienden lo que él dice.


Los protestantes (evangélicos, luteranos, anglicanos, etc.) habían sacado una serie de libros contra los católicos y estos no hallaban cómo defenderse. Entonces el Sumo Pontífice encomendó a San Roberto que se encargara en Roma de preparar a los sacerdotes para saber enfrentarse a los enemigos de la religión. El fundó una clase que se llamaba "Las controversias", para enseñar a sus alumnos a discutir con los adversarios. Y pronto publicó su primer tomo titulado así: "Controversias". En ese libro con admirable sabiduría, pulverizaba lo que decían los evangélicos y calvinistas. El éxito fue rotundo. Enseguida aparecieron el segundo y tercer tomo, hasta el octavo, y los sacerdotes y catequistas de todas las naciones encontraban en ellos los argumentos que necesitaban para convencer a los protestantes de lo equivocados que están los que atacan nuestra religión. San Francisco de Sales cuando iba a discutir con un protestante llevaba siempre dos libros: La S. Biblia y un tomo de las Controversias de Belarmino. En 30 años tuvieron 20 ediciones estos sus famosos libros. Un librero de Londres exclamaba: "Este libro me sacó de pobre. Son tantos los que he vendido, que ya se me arregló mi situación económica".


Los protestantes, admirados de encontrar tanta sabiduría en esas publicaciones, decían que eso no lo había escrito Belarmino solo, sino que era obra de un equipo de muchos sabios que le ayudaban. Pero cada libro lo redactaba él únicamente, de su propio cerebro.


El Santo Padre, el Papa, lo nombró obispo y cardenal y puso como razón para ello lo siguiente: "Este es el sacerdote más sabio de la actualidad".


Belarmino se negaba a aceptar tan alto cargo, diciendo que los reglamentos de la Compañía de Jesús prohiben aceptar títulos elevados en la Iglesia. El Papa le respondió que él tenía poder para dispensarlo de ese reglamento, y al fin le mandó, bajo pena de pecado mortal, aceptar el cardenalato. Tuvo que aceptarlo, pero siguió viviendo tan sencillamente y sin ostentación como lo había venido haciendo cuando era un simple sacerdote.


Al llegar a las habitaciones de Cardenal en el Vaticano, quitó las cortinas lujosas que había en las paredes y las mandó repartir entre las gentes pobres, diciendo: "Las paredes no sufren de frío".


Los superiores Jesuitas le encomendaron que se encargara de la dirección espiritual de los jóvenes seminaristas, y San Roberto tuvo la suerte de contar entre sus dirigidos, a San Luis Gonzaga. Después cuando Belarmino se muera dejará como petición que lo entierren junto a la tumba de San Luis, diciendo: "Es que fue mi discípulo".


En los últimos años pedía permiso al Sumo Pontífice y se iba a pasar semanas y semanas al noviciado de los Jesuitas, y allá se dedicaba a rezar y a obedecer tan humildemente como si fuera un sencillo novicio.


En la elección del nuevo Sumo Pontífice, el cardenal Belarmino tuvo 14 votos, la mitad de los votantes. Quizá no le eligieron por ser Jesuita (pues estos padres tenían muchos enemigos). El rezaba y fervorosamente a Dios para que lo librara de semejante cargo tan difícil, y fue escuchado.


Poco antes de morir escribió en su testamento que lo poco que tenía se repartiera entre los pobres (lo que dejó no alcanzó sino para costear los gastos de su entierro). Que sus funerales fueran de noche (para que no hubiera tanta gente) y se hicieran sin solemnidad. Pero a pesar de que se le obedeció haciéndole los funerales de noche, el gentío fue inmenso y todos estaban convencidos de que estaban asistiendo al entierro de un santo.


Murió el 17 de septiembre de 1621. Su canonización se demoró mucho porque había una escuela teológica contraria a él, que no lo dejaba canonizar. Pero el Sumo Pontífice Pío XI lo declaró santo en 1930, y Doctor de la Iglesia en 1931.


Antiguamente se lo festejaba el 13 de mayo, en la actualidad su fiesta es el 17 de septiembre, día de su nacimiento al Reino de Dios.



11:36 p.m.
Martirologio Romano: En Milán, de la Liguria, sepultura de san Sátiro, cuyos insignes méritos relata su hermano san Ambrosio. Cuando aún no estaba iniciado en los misterios cristianos, sufrió un naufragio sin temor a la muerte, pero, salvado de las aguas, entró en la Iglesia de Dios para no morir con las manos vacías. Unido en íntima y mutua fraternidad a su hermano Ambrosio, fue enterrado por el obispo de Milán junto al mártir san Víctor (377).

Etimología: Sátiro = risueño, satírico. Viene de la lengua latina.


Sátiro vivió en el siglo IV. Su nombre se quedó eclipsado ante la figura estelar de la Iglesia en aquellos tiempo, san Ambrosio.


Era su hermano. Se querían mucho los dos, y ambos emprendieron la carrera que les condujo directamente a la meta de la santidad. Pasaron sus pruebas pero la fe les sostuvo en todo instante.


Para que te des cuenta de su valor, Ambrosio escribió estas palabras acerca de él:" Qué haré ahora sin mi hermano tan dulce, tan bueno, mi ayuda, mi consuelo. No sé si llorar o reírme. De los tres hermanos fue san Sátiro el más inteligente e ingenioso".


Hizo la carrera de abogado y de administrativo. Su fama le distinguió en Roma porque, sin duda, fue quien hizo las defensas más brillantes entre sus compañeros de Derecho.


Le nombraron gobernador de una provincia. Siendo rico, vivía como un pobre.


Todo lo que le quedaba del sueldo de un día, lo entregaba alegremente a los pobres.


Tardó tiempo en abrazar la fe. Se pasó años de catecúmeno o de preparación para dar el salto a la vida cristiana en profundidad.


Al bautizarse, el pueblo lo eligió en seguida obispo. Viajó por Africa y otros lugares predicando y escribiendo sobre el catecismo. Al volver del continente africano, se encontró con sus hermanos y hermanas. Poco tiempo después, murió en el año 379.


¡Felicidades quien lleve este nombre!


Comentarios al P. Felipe Santos: fsantossdb@hotmail.com



11:35 p.m.
Martirologio Romano: En el monasterio de monte San Ruperto (hoy Rupertsberg), cerca de Bingen, en Hesse, santa Hildegardis, virgen, que expuso y describió piadosamente en libros sus conocimientos experimentales, tanto sobre ciencias naturales, médicas y musicales, como de contemplación mística (1179)

Etimología : Hildegarda = guerrera vigilante. Viene de la lengua alemana.


Fecha de canonización: Su culto fue ratificado por el Papa Benedicto XVI el 10 de mayo de 2012.



Nacida en Böckelheim sobre el Nahe en el año 1098; muerta en Rupertsberg cerca a Bingen en el 1179; su fiesta se celebra el 17 de septiembre.

Es desconocido el apellido de la familia de esta gran vidente y profetiza, llamada la Sibila del Rin. Los primeros biógrafos dan a sus padres los nombres de Hildeberto y Matilde (o Matilda), hablan de su nobleza y opulencia, pero no dan ningún detalle de sus vidas. Escritores posteriores la llaman Santa Hildegarda de Böckelheim, de Rupertsberg, o de Bingen.


Las leyendas la harían una Condesa de Spanheim. J. May (Katholik. XXXVII, 143) muestra mediante cartas y otros documentos que ella probablemente pertenecía a la familia ilustre de Stein cuyos descendientes son los actuales Príncipes de Salm. Su padre era un soldado al servicio de Meginhard, Conde de Spanheim.


Hildegarda fue una niña débil y enfermiza, y en consecuencia no recibió más que una poca educación en su hogar. Sus padres, a pesar de estar muy comprometidos en ocupaciones del mundo, tenían una inclinación religiosa y habían prometido a la niña para el servicio de Dios. A la edad de ocho años fue puesta bajo el cuidado de Juta, hermana del Conde Meginhard, que vivía como monja en el Disenberg (o Disibodenberg, la Montaña de San Disibod) en la Diócesis de Speyer. Tampoco aquí le fue dada a Hildegarda más que una mínima instrucción dado que era muy afligida por la enfermedad, estando con frecuencia escasamente capaz de caminar y a menudo privada incluso del uso de sus ojos. Se le enseño a leer y a cantar los salmos en Latín, lo suficiente para el canto del Oficio Divino, pero nunca aprendió a escribir.


Más adelante fue investida con el hábito de San Benito e hizo su profesión religiosa. Juta murió en el año 1136, e Hildegarda fue designada superiora.


Numerosas aspirantes se unieron a la comunidad y ella decidió irse a otra localidad, impelida además, como ella dice, por un mandato Divino. Escogió Rupertsberg cerca de Bingen en la orilla izquierda del Rin, aproximadamente a quince millas (unos 24 kilómetros) de Disenberg. Tras superar muchas dificultades y obtener el permiso del señor del lugar, el Conde Bernardo de Hildesheim, se estableció en su nuevo hogar con dieciocho hermanas en el 1147 o 1148 (1149 o 1150 según Delehaye). Probablemente en el 1165 fundó otro convento en Eibingen en el lado derecho del Rin dónde una comunidad ya había sido establecida en 1148, el cual, sin embargo, no tuvo éxito.


La vida de Hildegarda como niña, religiosa, y superiora fue extraordinaria. Pasando mucho tiempo sola a causa de su frágil salud, desarrollo una vida interior, intentando hacer uso de todo para su propia santificación. Desde sus primeros años fue favorecida con visiones. Ella dice de sí misma:


Hasta mi decimoquinto año vi mucho, y relaté algunas de las cosas vistas a otros, quienes inquirían con asombro, de donde podrían venir tales cosas. Yo también me preguntaba y durante mi enfermedad le pregunté a una de mis enfermeras si también veía cosas similares. Cuando contestó que no, un gran temor me poseyó. Frecuentemente, en mi conversación, relataba cosas del futuro, las cuales yo veía como si fueran del presente, pero, notando el asombro de mis oyentes, me volví más reservada.


Esta situación continuó hasta el fin de su vida. Juta había notado sus dones y se los había hecho conocidos a un monje de la abadía vecina, pero, al parecer, no se hizo nada en el momento. Cuando tenía aproximadamente cuarenta años de edad, Hildegarda recibió un mandato de divulgar al mundo lo que ella veía y oía. Ella dudó, temerosa de lo qué las personas podrían pensar o decir, a pesar de que estaba plenamente convencida del carácter Divino de las revelaciones. Pero, continuamente urgida, reprendida, y amenazada por la voz interior, manifestó todo a su director espiritual, y a través de él al abad bajo cuya jurisdicción estaba puesta su comunidad. Entonces se le ordeno a un monje que pusiera por escrito cualquier cosa que ella relatara; algunas de sus monjas también la ayudaban con frecuencia. Los escritos fueron sometidos al obispo (Enrique, 1145-53) y al clero de Mainz (Maguncia) que los declaro como provenientes de Dios.


La cuestión fue llevada también a conocimiento de Eugenio II (1145-53) quién estaba en Trier (Tréveris) en el 1147. Albero de Cluny, Obispo de Verdun, fue comisionado para investigar e hizo un informe favorable. Hildegarda continuó sus escritos. Muchedumbres de personas se congregaron en torno a ella, provenientes de los alrededores y de todas partes de Alemania y la Galia, para escuchar palabras de sabiduría de sus labios, y para recibir consejo y ayuda en las dolencias corporales y espirituales.


Estos no provenían solo de entre la gente vulgar sino que también hombres y mujeres notables de la Iglesia y del Estado eran llevados por las noticias de su sabiduría y santidad. Así por ejemplo, leemos que el Arzobispo Enrique de Mainz (Maguncia), el Arzobispo Eberhard de Salzburgo y el Abad Luis de San Eucario en Trier (Tréveris), le hicieron visitas. Santa Isabel de Schönau era amiga íntima suya y frecuente visitante. Tritemio en su "Crónica" habla de una visita de San Bernardo de Claraval, pero esto probablemente no sea correcto. No sólo en su casa da consejo, sino también en el extranjero. Muchas personas de todos los estados de vida le escribían y recibían respuesta, por lo que su correspondencia es bastante extensa. Su gran amor por la Iglesia y sus intereses la llevo a hacer muchas jornadas; visitaba a intervalos las casas de Disenberg y Eibingen; por una invitación vino a Ingelheim a ver al Emperador Federico; viajó a Würzburg, Bamberg, y la vecindad de Ulm, Cologne (Colonia), Werden, Trier (Tréveris), y Metz. No es verdad, sin embargo, que halla visto París o la tumba de San Martín en Tours.


En el último año de su vida Hildegarda tuvo que atravesar una prueba muy dura. En el cementerio adyacente a su convento fue enterrado un joven que había estado una vez bajo excomunión. Las autoridades eclesiásticas de Mainz (Maguncia) exigieron que hiciera sacar el cuerpo. Ella no se consideró obligada a obedecer dado que el joven había recibido los santos oleos y se supone que estaba por consiguiente reconciliado con la Iglesia. Una sentencia de entredicho fue puesta sobre su convento por el capítulo de (Mainz) Maguncia, la sentencia fue confirmada por el obispo Christian (V) Buch que en ese momento se encontraba en Italia. Tras mucha preocupación y correspondencia logro que el entredicho fuera levantado. Murió de santa muerte y fue enterrada en la iglesia de Rupertsberg.


Hildegarda fue grandemente venerada en vida y después de su muerte. Su biógrafo, Teodorico, la llama santa, y de muchos milagros se dice haber sido hechos a través de su intercesión. Gregorio IX (1227-41) e Inocencio IV (1243-54) ordenaron un proceso de investigación el cual fue repetido por Clemente V (1305-14) y por Juan XXII (1316-34). Ninguna canonización formal había tenido lugar, por ello y para disipar dudas, el Papa Benedicto XVI extendió su culto a toda la Iglesia el 7 de mayo de 2012, pero su nombre está en el Martirologio Romano y su fiesta es famosa en las Diócesis de Speyer, Mainz (Maguncia), Trier (Tréveris), y Limburg, también en la Abadía de Solesmes dónde un oficio propio es cantado (Brev. Monast. Tornac., 18 Sept.). Cuando el convento de Rupertsberg fue destruido en 1632 las reliquias de la santa fueron llevadas a Colonia y más tarde a Eibingen. En la secularización de este convento, fueron colocadas en la iglesia parroquial del lugar. En 1857 un reconocimiento oficial fue hecho por el Obispo de Limburg y las reliquias fueron puestas en un altar especialmente construido. En esta ocasión el pueblo de Eibingen la escogió como patrona. El 2 de julio del 1900, fue puesta aquí la piedra angular para el nuevo convento de Santa Hildegarda. El trabajo fue comenzado y completado a través de la munificencia del Príncipe Karl de Löwenstein, y las monjas Benedictinas de San Gabriel en Praga entraron a la nueva casa (17 Sept., 1904).


Todos los manuscritos encontrados en el convento en Eibingen fueron transferidos en 1814 a la biblioteca estatal en Wiesbaden. De esta colección el primero y mayor trabajo de Santa Hildegarda es el "Scivias" (Scire o vias Domini, o vias lucis), parte del cual había sido presentado al Arzobispo de Mainz (Maguncia). Ella lo comenzó en 1141 y trabajó en él durante diez años. Es una producción extraordinaria y difícil de entender, todo el profético y admonitorio al estilo de Ezequiel y el Apocalipsis.


En la introducción ella habla de sí misma y describe la naturaleza de sus visiones. Siguen tres libros, el primero contiene seis visiones; el segundo da siete visiones y tiene alrededor del doble el tamaño del primero; el tercero, igual en tamaño a los otros dos juntos, tiene trece visiones. El "Scivias" representa a Dios en Su Santa Montaña con la humanidad en la base; narra la condición original del hombre, su caída y redención, el alma humana y sus luchas, el Santo Sacrificio de la Misa, los tiempos por venir, el hijo de perdición y el fin del mundo.


Las visiones se entremezclan con admoniciones saludables a vivir en el temor del Señor. Los manuscritos del "Scivias" están también en Cues y en Oxford. Fue impreso por primera vez en París (1513) en un libro que contiene además los escritos de varias otras personas. Fue impreso de nuevo en Colonia en 1628, y fue reproducido por Migne, PL 197. El "Liber vitae meritorum" escrito entre 1158 y 1163, es una descripción pintoresca de la vida de un Cristiano virtuoso y de su contrario. Fue impreso por primera vez por Pitra, "Analecta Sacra", VIII (Monte Cassino, 1882). El "Liber divinorum operum" (1163-70) es una contemplación de toda la naturaleza a la luz de fe. El sol, la luna, y las estrellas, los planetas, los vientos, los animales, y el hombre, son en sus visiones expresión de algo sobrenatural y espiritual, y como ellos vienen de Dios deben conducir a Él (Migne, el loc. cit.). Mansi, en "Baluzii Missell". (Lucca, 1761), II, 337, lo toma de un manuscrito perdido desde entonces. Su "Carta a los Prelados de Mainz (Maguncia)" con respecto al entredicho puesto sobre su convento es colocada aquí entre sus trabajos por el manuscrito de Wiesbaden; en otros manuscritos está ubicado entre sus cartas.


El manuscrito de Wiesbaden le anexa nueve pequeños ensayos: Sobre la Creación y la caída del hombre; el trato de Dios a los renegados; sobre el sacerdocio y la Santa Eucaristía; sobre la unión entre Cristo y la Iglesia; sobre la Creación y la Redención; sobre los deberes de los jueces seculares; sobre las alabanzas a Dios con oraciones entremezcladas. "Liber Epistolarum et Orationum"; el manuscrito de Wiesbaden contiene las cartas de y para Eugenio III, Anastasio V, Adrian IV, y Alejandro III, El Rey Conrad III, el Emperador Federico, San Bernardo, diez arzobispos, nueve obispos, cuarenta y nueve abades y prebostes de monasterios o capítulos, veintitrés abadesas, muchos sacerdotes, maestros, monjes, monjas, y comunidades religiosas (P. L., loc. cit.). Pitra pone muchas adiciones; L. Clarus las editó en una traducción alemana (Ratisbon, 1854). "Vita S. Disibodi" y "Vita S. Ruperti"; éstos "Vitae", los cuales además Hildegarda declara ser revelaciones, fueron probablemente producto de las tradiciones locales y siendo, sobre todo la de San Ruperto, de fuentes muy exiguas; tienen sólo valor de legenda. "Expositio Evangeliorum" cincuenta homilías en alegoría (Pitra, el loc. cit.). "Lingua Ignota"; el manuscrito, en once folios con una lista de novecientas palabras de un idioma desconocido, principalmente sustantivos y sólo unos pocos adjetivos, una explicación en latín, y en algunos casos en alemán, junto con un alfabeto desconocido de veintitrés letras impreso por Pitra. Una colección de setenta himnos y sus melodías. Un manuscrito de esto está también en Afflighem, impreso por Roth (Wiesbaden, 1880) y por Pitra. No sólo en este trabajo, sino en otros lugares Hildegarda exhibe elevados dotes poéticos, transfigurados por su persuasión íntima de una misión Divina. "Liber Simplicis Medicinae" y "Liber Compositae Medicinae"; el primero fue editado en 1533 por Schott en Strasburgo como "Physica S Hildegardis", El Dr. Jessen (1858) encontró un manuscrito de este en la biblioteca de Wolfenbuttel. Consiste de nueve libros que tratan de las plantas, de los elementos, de los árboles, de las piedras, de los peces, de los pájaros, de los cuadrúpedos, de los reptiles, de los metales, impresos por Migne como "Subtilitatum Diversarum Naturarum Libri Novem." En I859, Jessen logró obtener de Copenhague un manuscrito titulado "Hildegardis Curae et Causae", y examinándolo comprobó satisfecho que era el segundo trabajo médico de la santa. Consiste en cinco libros y tratados de las divisiones generales de las cosas creadas, del cuerpo humano y de sus dolencias, de las causas, síntomas, y tratamiento de enfermedades. "38 Solutiones Quaestionum" son las respuestas a preguntas propuestas por los monjes de Villars a través de Gilberto de Gembloux sobre varios textos de la Escritura (P. L., loc. el cit.). "Explanatio Regulae S. Benedicti", también declarado revelación, exhibe la regla tal como la entendía y aplicaba en esos días por un superior inteligente y moderado. "Explanatio Symboli S. Athanasii", una exhortación dirigida a sus hermanas en religión. El "Revelatio Hildegardis de Fratribus Quatuor Ordinum Mendicantium", y las otras profecías contra los Mendicantes, etc., son falsificaciones. El "Speculum futurorum temporum" es una adaptación libre de textos escogidos de sus escritos hecha por Gebeno, prior de Eberbach (Pentachronicon, 1220). Algunos impugnarán la autenticidad de sus escritos, entre otros Preger en su "Gesch. der deutchen Mystik", 1874, pero sin razones suficientes. (Ver Hauck en "Kirchengesch. Deutschl", IV,398 sqq). Su correspondencia es para ser leída con cautela; tres cartas de papas han sido probadas falsas por Von Winterfeld en "Neue Archiv", XXVII, 297.


La primera biografía de Santa Hildegarda fue escrita por los monjes contemporáneos Godofredo y Teodorico. Guilberto de Gembloux comenzó otra.


El 7 de octubre de 2012 su nombre fue agregado a la lista de Doctores de la Iglesia por el Papa Benedicto XVI.



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Cornelio y Cipriano, Santos
Cornelio y Cipriano, Santos

Mártires


Martirologio Romano: Memoria de los santos Cornelio, papa, y Cipriano, obispo, mártires, acerca de los cuales el catorce de septiembre se relata la sepultura del primero y la pasión del segundo. Juntos son celebrados en esta memoria por el orbe cristiano, porque ambos testimoniaron, en días de persecución, su amor por la verdad indefectible ante Dios y el mundo (252, 258).


Víctimas ilustres de la persecución de Valeriano, respectivamente en junio del 253 y el 14 de septiembre del 258, son el Papa Cornelio y Cipriano el obispo de Cartago, cuyas memorias aparecen unidas en los antiguos libros litúrgicos de Roma desde mediados del siglo IV. Su historia, en efecto, se entrelaza, aunque sobresale más la imagen del gran obispo africano.

San Cipriano


Nacido en el año 200 en Cartago (Africa), se convirtió al cristianismo cuando era mayor de 40 años. Su mayor inspiración fue un sacerdote llamado Cecilio. Una vez bautizado descubrió la fuerza del Espíritu Santo capacitándolo para ser un hombre nuevo. Se consagró al celibato.

Tuvo un gran amor al estudio de las Sagradas Escrituras por lo que renunció a libros mundanos que antes le eran de gran agrado.


Es famoso su comentario del Padrenuestro.


Fue ordenado obispo por aclamación popular, el año 248, al morir el obispo de Cartago. Quiso resistir pero reconoció que Dios le llamaba. "Me parece que Dios ha expresado su voluntad por medio del clamor del pueblo y de la aclamación de los sacerdotes". Fue gran maestro y predicador.


En el año 251, el emperador Decio decreta una persecución contra los cristianos, sobre todo contra los obispos y libros sagrados. Muchos cristianos, para evitar la muerte, ofrecen incienso a los dioses, lo cual representa caer en apostasía.


Cipriano se esconde pero no deja de gobernar, enviando frecuentes cartas a los creyentes, exhortándoles a no apostatar. Cuando cesó la persecución y volvió a la ciudad se opuso a que permitieran regresar a la Iglesia a los que habían apostatado sin exigirles penitencia. Todo apóstata debía hacer un tiempo de penitencia antes de volver a los sacramentos. Esta práctica era para el bien del penitente que de esta forma profundizaba su arrepentimiento y fortalecía su propósito de mantenerse fiel en futuras pruebas. Esto ayudó mucho a fortalecer la fe y prepararse ya que pronto comenzaron de nuevo las persecuciones.


El año 252, Cartago sufre la peste de tifo y mueren centenares de cristianos. El obispo Cipriano organiza la ayuda a los sobrevivientes. Vende sus posesiones y predica con gran unción la importancia de la limosna.


El año 257 el emperador Valeriano decreta otra persecución aun mas intensa. Todo creyente que asistiera a la Santa Misa corre peligro de destierro. Los obispos y sacerdotes tienen pena de muerte celebrar una ceremonia religiosa. El año 257 decretan el destierro de Cipriano pero el sigue celebrando la misa, por lo que en el año 258 lo condenan a muerte.


Actas del juicio:


Juez: "El emperador Valeriano ha dado órdenes de que no se permite celebrar ningún otro culto, sino el de nuestros dioses. ¿Ud. Qué responde?"


Cipriano: "Yo soy cristiano y soy obispo. No reconozco a ningún otro Dios, sino al único y verdadero Dios que hizo el cielo y la tierra. A El rezamos cada día los cristianos".


El 14 de septiembre una gran multitud de cristianos se reunió frente a la casa del juez. Este le preguntó a Cipriano: "¿Es usted el responsable de toda esta gente?"


Cipriano: "Si, lo soy".


El juez: "El emperador le ordena que ofrezca sacrificios a los dioses".


Cipriano: "No lo haré nunca".


El juez: "Píenselo bien".


Cipriano: "Lo que le han ordenado hacer, hágalo pronto. Que en estas cosas tan importantes mi decisión es irrevocable, y no va a cambiar".


El juez Valerio consultó a sus consejeros y luego de mala gana dictó esta sentencia: "Ya que se niega a obedecer las órdenes del emperador Valeriano y no quiere adorar a nuestros dioses, y es responsable de que todo este gentío siga sus creencias religiosas, Cipriano: queda condenado a muerte. Le cortarán la cabeza con una espada".


Al oír la sentencia, Cipriano exclamó: "¡Gracias sean dadas a Dios!"


Toda la inmensa multitud gritaba: "Que nos maten también a nosotros, junto con él", y lo siguieron en gran tumulto hacia el sitio del martirio.


Al llegar al lugar donde lo iban a matar Cipriano mandó regalarle 25 monedas de oro al verdugo que le iba a cortar la cabeza. Los fieles colocaron sábanas blancas en el suelo para recoger su sangre y llevarla como reliquias.


El santo obispo se vendó él mismo los ojos y se arrodilló. El verdugo le cortó la cabeza con un golpe de espada. Esa noche los fieles llevaron en solemne procesión, con antorchas y cantos, el cuerpo del glorioso mártir para darle honrosa sepultura.


A los pocos días murió de repente el juez Valerio. Pocas semanas después, el emperador Valeriano fue hecho prisionero por sus enemigos en una guerra en Persia y esclavo prisionero estuvo hasta su muerte.


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Cornelio habia sido elegido Papa en el 251, después de un largo periodo de sede vacante, a causa de la terrible persecución de Decio. Su elección no fue aceptada por Novaciano, que acusaba al Papa de ser un libelático. Cipriano, y con él los obispos africanos, se puso de parte de Cornelio.


El emperador Galo confinó al Papa en Civitavecchia, en donde murió. Fue enterrado en las catacumbas de Calixto. Cipriano, a su vez, fue relegado en









Cornelio y Cipriano, Santos
Cornelio y Cipriano, Santos

Capo Bon, pero cuando supo que habia sido condenado a la pena capital, regresó a Cartago, porque quería dar su testimonio de amor a Cristo frente a toda su grey. Fue decapitado el 14 de septiembre del 258. Los cristianos de Cartago pusieron pañuelos blancos sobre su cabeza para conservarlos, así manchados de sangre, como reliquias preciosas. El emperador Valeriano, al hacer decapitar al obispo Cipriano y al Papa Esteban, inconscientemente puso fin a una disputa entre los dos sobre la validez del bautismo administrado por herejes, no aceptada por Cipriano y afirmada por el pontífice.


1:32 a.m.
Martirologio Romano: En Cartago, de la África romana, pasión de san Cipriano, obispo muy esclarecido en santidad y doctrina, que gobernó sabiamente la Iglesia en tiempos difíciles, consolidando la fe de los cristianos en medio de tribulaciones, e imperando Galieno, después de sufrir un penoso exilio, consumó su fe en el martirio, decapitado por orden del procónsul, ante gran concurrencia de pueblo.

Memoria de los santos Cornelio, papa, y Cipriano, obispo, mártires, acerca de los cuales el catorce de septiembre se relata la sepultura del primero y la pasión del segundo. Juntos son celebrados en esta memoria por el orbe cristiano, porque ambos testimoniaron, en días de persecución, su amor por la verdad indefectible ante Dios y el mundo (252, 258).



A San Cipriano yo no llegué a conocerle y estimarle profundamente hasta que fui a Roma. En mi primera visita a la basílica de San Pedro, después de orar ante la tumba del Príncipe de los Apóstoles, levanté mis ojos hacia la cúpula majestuosa de Miguel Angel Buonarroti y mi mirada se cruzó en seguida con un slogan que me conmovió profundamente. Hinc una fides mundo refulget, hinc sacerdotii unitas exhoritur. Estas palabras están incrustadas con caracteres inmensos y con mosaicos de oro en la banda circular interior de la cúpula de San Pedro: "Desde aquí se esparce por el mundo la única y verdadera fe, aquí nace la unidad del sacerdocio". El texto es de San Cipriano y me parece lo suficientemente indicativo para que a este Padre de la Iglesia podamos apellidarle "Santo de la Romanidad". Mi segundo gran encuentro con San Cipriano lo tuve luego, al comienzo de mis estudios teológicos, profundizando en el tratado De Ecclesia Christi, que me explicó el famoso teólogo padre Zapelena en la universidad Gregoriana. Fue entonces cuando mejor comprendí la magnitud de esta figura egregia, que aparece con tanto relieve en el horizonte de la cristiandad hacia la mitad del siglo III. San Cipriano me enseñó a amar más a la Iglesia y al Romano Pontífice y a mejor comprender la grandeza del Papado. Esta misma lección quiero yo que aprenda el lector de estas líneas dedicadas al santo de hoy.

"Cipriano, nacido en Africa, primero enseñó la retórica con grande gloria; luego se hizo cristiano por consejo del presbítero Cecilio, de quien tomó el nombre, y empleó todos sus bienes en socorrer a los pobres. Poco tiempo después recibió la ordenación de presbítero y luego fue constituido obispo de Cartago. Sería por demás superfluo ponerme a dar una muestra de su ingenio, siendo así que sus escritos resplandecen más que el sol. Padeció martirio bajo los emperadores Valeriano y Galieno, en la octava persecución, el mismo día, bien que no el mismo año, que Cornelio en Roma."


Esta es la estupenda fotografía que nos ha dejado de Cipriano el maestro Jerónimo en su catálogo de varones ilustres. La he copiado íntegra del breviario romano porque su sencillez y su enjundia son más expresivas que todas las páginas que yo pueda escribir. Para erudición y explicación no haré ahora más que apilar sobre las palabras de San Jerónimo algunos otros datos históricos.


Cipriano, además de Cecilio, se llamaba Tascio. Su lugar de nacimiento hay que colocarlo en el norte de Africa, quizá en la misma Cartago, y su fecha en los primeros años del siglo III. Eran sus padres paganos adinerados y le procuraron una buena formación literaria. En su juventud y mientras enseñaba retórica, los vicios del paganismo ensuciaron su vida. Pero un día la luz de la fe y de la gracia que Cecilio le llevó transformó totalmente el rumbo de su existencia, Convertido al cristianismo, empezó una nueva vida, siendo ya de catecúmeno ejemplarísimo en la práctica de la austeridad, la continencia y la caridad. Poco después del bautismo entró en las filas del clero, entregando a la Iglesia el propio patrimonio. Su elección episcopal a la distinguida sede cartaginense hay que ponerla en el año 248 ó 249. Para tan alto cargo jerárquico fue designado (no constituido) por aclamación popular, o sea "democráticamente", según la costumbre de entonces. Y como en todo buen acto democrático, también en éste hubo su oposición organizada. A la elección episcopal de Cipriano se oponía el partido "lapsista" del clero, encabezado por el sacerdote Novato y por un seglar rico cuyo nombre era Felicísimo. Después, durante su gobierno episcopal, el pastor cartaginés tuvo que enfrentarse fuertemente contra este partido en la cuestión de los "lapsi" y "libeláticos".


Se llamaban libeláticos a los cristianos que para librarse de la persecución se procuraban un libellus de apostasía, es decir, un certificado de haber sacrificado a los dioses, sin haberlo hecho en realidad. Pasada la persecución, éstos, lo mismo que los apóstatas, pedían de nuevo ser admitidos en la comunidad cristiana, Para ello se procuraban también de los confesores que habían padecido cárceles y sufrimientos por la fe billetes de paz (libelli pacis), con los cuales debían ser dispensados de la penitencia pública. Esto representaba un verdadero abuso, fomentado por Novato y Felicísimo. Cipriano mantuvo firme su autoridad episcopal frente a los confesores e hizo prevalecer su opinión. Para ello reunió en el año 252 un sínodo en Cartago y tomó medidas rigurosas, que consistían en distinguir entre los que habían sacrificado a los ídolos —a los que se impuso penitencia perpetua, admitiéndoles a la reconciliación sólo a la hora de la muerte— y los libeláticos, a los cuales podía admitirse a la comunión después de un período de prueba. Novato y Felicísimo se declararon en rebeldía frente a estas decisiones e iniciaron un cisma local. Luego, los cismáticos o laxistas de Cartago encontraron apoyo precisamente en la fracción contraria, es decir, en los extremadamente rigoristas del clero romano, partido encabezado por Novaciano, el cual defendía que en ningún caso había que perdonar a los lapsos. Novaciano logró en Roma hacerse elegir antipapa contra Cornelio, produciendo un cisma que tuvo cierta difusión y duración. En Africa, el obispo cartaginés combatió enérgicamente este movimiento, sosteniendo la elección de Cornelio.


Cipriano rigió la iglesia de Cartago hasta el año 257. Su período pastoral se vio agitado por las persecuciones contra los cristianos, que tuvieron lugar en aquella mitad del siglo. Así, desde el año 250 hasta la primavera del 51, con motivo de la persecución de Decio, el intrépido obispo cartaginés tuvo que estar escondido para no privar a su grey de un guía entonces necesario más que nunca. De esa manera, desde su oculto retiro, no lejano de la sede, gobernó a sus fieles por medio de una intensa actividad epistolar. Pasado el huracán, pudo regresar a su ciudad y allí derrochó su vitalidad y sus energías apostólicas hasta que vino la famosa persecución de Valeriano.


El 30 de agosto de 257 el obispo es llevado al pretorio de Cartago ante el procónsul Aspasio Paterno. Este le hizo la pregunta de ritual: "Los sacratísimos emperadores se han servido escribirme con orden de que a quienes no profesan la religión de los romanos se les obligue a guardar sus ceremonias. Quiero saber si eres de ese número. ¿Qué me respondes?" Cipriano confiesa entonces abiertamente su fe: "Soy cristiano y obispo; no conozco más dioses que uno solo, el verdadero Dios, que crió los cielos, la tierra, el mar y cuanto en ellos hay. A este Dios adoramos los cristianos y noche y día rogamos por nosotros mismos, por todos los hombres y también por la "salud" de los emperadores". A este valiente testimonio responde el procónsul con la orden de destierro. Cipriano se ve obligado a salir para Curubi. Allí permanece una temporada hasta que un nuevo procónsul sucede a Paterno. Es Galerio Máximo. Este ordena a Cipriano que se presente en Utica, residencia del magistrado romano; pero el obispo se niega a esto porque quiere morir en medio de su pueblo. Regresa a Cartago y el procónsul, después de oír nuevamente la solemne confesión de fe hecha por el imperturbable obispo el 13 de septiembre, le condena a muerte. A la sentencia proconsular el futuro mártir da por toda respuesta un cordialísimo Deo gratias. Luego, antes de su ejecución, dando muestras de la generosidad en la que tanto se había distinguido toda su vida, ordenó que se diesen 25 monedas de oro a su verdugo. El día 14 Cipriano fue decapitado delante de una inmensa multitud de fieles, que pudieron admirar el ejemplo del santo mártir y que luego lloraron su muerte y esclarecieron su memoria. Fue Cipriano, según afirma Poncio, el primer obispo que, después de los apóstoles, tiñó el Africa con su sangre. Buen patrón podría encontrar en este insigne santo africano ese continente que ahora se abre cada vez más a la luz del Evangelio.


Bonitamente anota San Jerónimo que Cipriano fue martirizado el mismo día, aunque no el mismo año, que el papa Cornelio. Este murió en el 252, después de haber sido desterrado a Centocelle, donde precisamente recibió de Cipriano cartas de consolación. Ahora la Iglesia nos presenta a los dos santos mártires unidos por la misma fiesta en la liturgia del día 16 de septiembre. Buena compañía para el obispo Cipriano la de este Papa, a quien él conoció. Otro detalle que me gusta, cuando considero a San Cipriano entre los santos que se han distinguido por su romanidad.


Quizá alguien proteste porque insisto en poner a Cipriano la etiqueta de "Santo de la romanidad". Es cierto que son muchos los santos a quienes se les puede catalogar dentro de esta línea, pero quizá —dirá el arguyente— a Cipriano no, porque en realidad la historia duda de si fue o no algún tiempo cismático o poco menos. No podemos soslayar este aspecto o este punto obscuro de la vida de Cipriano. Es una cuestión controvertida por historiadores y teólogos y no voy a resolverla aquí, ni siquiera a tratarla con una amplitud que no es propia de este lugar.


El llamado "problema cipriánico", que aparece en el tratado de teología fundamental, se puede resumir en estos términos: Después de la persecución de Decio, en los años que siguieron al 251, la iglesia de Cartago llegó a adquirir un extraordinario esplendor. Cada año Cipriano convocaba un sínodo en su sede residencial y su influencia sobre otros obispos se notaba cada vez más, hasta el punto de que, como dice el padre Hertling, Cipriano no siempre se daba cuenta de que Dios le había consagrado obispo de Cartago y no obispo de toda la Iglesia.


Esta preponderancia manifiesta llevó al fogoso y ardiente obispo de Cartago a tener algunos conflictos con el Papa. Cipriano tuvo ya algún roce con el pontífice Cornelio en ocasión de la elección de éste a la Sede de Roma.


Sin embargo, el problema está en las relaciones del obispo cartaginés con el papa Esteban —año 254-257—. Ya estas relaciones aparecen enturbiadas en el episodio de los obispos españoles Basílides de Astorga y Marcial de Mérida. Estos dos obispos, depuestos como libeláticos, apelaron a Roma y el papa Esteban, creyendo en su inocencia, ordenó que fueran restablecidos en sus diócesis, cuando ya éstas habían sido ocupadas por los nuevos obispos Félix y Sabino. Entonces las comunidades españolas, no satisfechas de la solución de Esteban, recurrieron a San Cipriano, que gozaba de grandísima autoridad. Este reunió un sínodo en Cartago, que confirmó la deposición de Basílides y Marcial, poniéndose así en abierta contradicción con el Papa.


No sabemos hasta qué punto tuvo relación este hecho con la gran controversia que desunió a Cipriano del papa Esteban. La controversia versaba sobre si había que rebautizar o no a los herejes que se convertían. El obispo cartaginés defendía que era inválido el bautismo conferido fuera de la Iglesia católica y que, por lo tanto, los conversos debían ser rebautizados. Para estudiar este asunto Cipriano celebró en Cartago diversos sínodos, al último de los cuales asistieron 87 obispos. Los Padres conciliares proclamaron repetidas veces el principio defendido por Cipriano, aprobando la práctica que se seguía en Africa sobre el particular y enviando emisarios a Roma para dar cuenta a Esteban de las decisiones sinodales. Pero el Papa estaba por la sentencia contraria, que es la que hoy se defiende en la Iglesia, dado que la gracia del sacramento viene directamente de Cristo, no del ministro, y por lo tanto el bautismo, como todo sacramento, produce su efecto por sí mismo, independientemente del estado del que lo confiere.


Esteban acogió mal a los emisarios de Cipriano y mandó decir a éste que siguiese la tradición romana, prohibiendo la repetición del bautismo administrado por los herejes y amenazando con romper la comunión eclesiástica con Cartago. Cipriano, en contra de la decisión del Papa, siguió defendiendo y practicando su doctrina y el resultado fue que de hecho quedó interrumpida la comunicación entre Roma y Cartago. Parece bastante claro que Cipriano quedó objetivamente en situación de cismático. ¿Lo fue subjetivamente? Tal vez —anota el padre Hertling, mi profesor de historia eclesiástica en la universidad Gregoriana—, Cipriano no consideraba como definitiva la difícil situación que se había creado con la decisión de Esteban. Con todo, dado el fogoso e irreductible carácter del obispo cartaginés, no sabemos qué sesgo hubiesen tomado las cosas si la Providencia no hubiera intervenido zanjando de hecho la cuestión. Por fortuna para Cipriano —dice el padre Hertling—, el papa Esteban murió —año 257— y el sucesor de éste, Sixto II, de carácter conciliador, entabló de nuevo la comunión con el obispo Cipriano y la iglesia cartaginense. Poco después el intrépido obispo se encontró con la palma del martirio.


Como se ve por esta semblanza, Cipriano era una "figura potente" y de una personalidad arrolladora. Resultó un gran pastor de almas, generoso en extremo y lleno de incontenible celo, hasta el punto de que su ansia más ardiente era mostrar a todos los hombres el camino de la salud eterna. Sus afanes apostólicos eran tan grandes que no podían contenerse en los límites de su cristiandad cartaginense, ni siquiera en las fronteras africanas. Manejó la pluma con la destreza periodística de un San Pablo, y con su palabra escrita predicó en todas las iglesias de su tiempo y ha seguido predicando a través de la historia hasta nuestros días. Por sus ideas supo luchar intrépidamente, como debe lucharse cuando se está convencido de la verdad. Fue un gran maestro, un intelectual o, como se dice técnicamente, un Padre de la Iglesia y su fe fue tan profunda, tan viva y tan sólida, que por querer ser consecuente con sus ideas lo fue hasta el extremo desdichado —y aquí está el lado desfavorable de su personalidad episcopal y apostólica— de poner en serio peligro su comunión con Roma. Sin embargo, no se puede negar que esto fue extremadamente paradójico en su vida, porque Cipriano, pese a los errores que haya podido tener en la práctica, ha defendido, como el que más, el amor a la Iglesia Romana y el Primado de Pedro y sus sucesores. Por eso, los teólogos le consideran como uno de los principales doctores antiguos que hay que citar en defensa del Primado Romano. Yo considero y llamo a San Cipriano apóstol y maestro de la romanidad, porque su doctrina contiene un mensaje nítido y entusiasta en esta línea estupenda de amor a la Iglesia y al Vicario de Cristo.


En las magníficas obras de este insigne doctor africano —cartas y tratados—, que son espejo purísimo de su pensamiento, de sus preocupaciones y de su incansable acción pastoral, podríamos espigar multitud de frases que nos darían el ideario del Santo. Contentémonos con reproducir, para terminar, algunas ideas del más hermoso de los opúsculos escritos por San Cipriano, el De Catholicae Ecclesiae unitate: No puede tener a Dios por Padre quien no tiene a la Iglesia por Madre. Hemos de temer más las insidias contra la unidad de la Iglesia que la misma persecución. La Iglesia permaneciendo unida se extiende hasta abrazar la multitud de los hombres, como una única luz de muchos rayos, un único árbol de innumerables ramas, una única fuente con multitud de chorros. Atenta contra la unidad quien no guarda la concordia. La Iglesia está constituida sobre los obispos puestos por Dios para gobernarla. El episcopado tiene el centro de su unión en la cátedra de Pedro y de sus sucesores. Roma es la Iglesia príncipe, donde está la fuente de la unidad sacerdotal.



Es muy común, lastimosamente, ver que muchas personas caen en el gravísimo error de recurrir a usar oraciones que lejos de ser católicas son tan sólo supercherías.

Todo católico debe tener bien claro que ningún milagro es obra de los santos, ni de los ángeles, ni de la Santísima Virgen María, tan sólo Dios tiene el poder de concedernos el favor que nuestro corazón pide. Lo que los santos, los ángeles y la Virgen pueden, y hacen, es presentar nuestras súplicas a Jesús para que él, único intercesor ante el Padre, se las presente y nos conceda lo pedido si es para el bien de nuestras almas.


Invocar el poder de cualquiera de los santos de la Iglesia, como si de él dependiera concederlos lo que pedimos es por lo tanto un error.


Otro error en esas falsas oraciones es creer que Dios va a privar de la libertad que Él mismo nos ha otorgado para someter a una persona a la voluntad de otra persona que cree amarla. El libre albedrío es un don de Dios otorgado a todo ser humano, y Dios mismo respeta sobremanera ese don, por lo que nunca obligará a alguien a realizar algo contra su voluntad, y mucho menos someterá a una persona a la voluntad de otra, por muy noble que sean las intensiones de esta.


Esta breve nota tiene el fin de impedir que católicos con nobles sentimientos caigan en el error de usar, y publicar, esas falsas oraciones que lejos de ser católicas no son más que rituales y conjuros propuestos al hombre por el maestro del engaño y la mentira: el demonio.



1:32 a.m.
Martirologio Romano: En Montecasino, tránsito del beato Víctor III, papa, quien, después de regir sabiamente durante treinta años el célebre monasterio y enriquecerlo magníficamente, fue elegido para gobernar la Iglesia romana (1087).

Fecha de beatificación: El culto al Beato Víctor III fue aprobado por el Papa León XIII, quien agregó su nombre al Martirologio Romano.



El joven que habría de llegar a Papa con el nombre de Víctor III, era conocido en la vida secular como Daufar y pertenecía a la familia lombarda de los duques de Benevento.

Como era el hijo único, su padre se mostraba ansioso para que contrajera matrimonio y le diera nietos, pero Daufar, cuya "nobleza de alma era mayor que la de su nacimiento", sentía en su fuero interno la certeza de que estaba llamado para servir a Dios como monje.


En el año de 1047, su padre perdió la vida en el campo de batalla y Daufar, que por entonces tendría unos veinte años, aprovechó la oportunidad para desligarse de la familia e irse a vivir con un ermitaño. Pero sus parientes le encontraron, forcejearon con él hasta el extremo de desgarrarle el hábito que vestía y, a fin de cuentas, le obligaron a volver con ellos a su casa de Benevento. Ahí se le mantuvo bajo estrecha vigilancia, pero al cabo de doce meses de encierro, consiguió escapar y huyó para refugiarse en el monasterio de La Cava. Por fin, su familia aceptó el hecho irrefutable de su vocación y le permitió que realizara sus deseos, con la única condición de abandonar el monasterio de La Cava para ingresar en la abadía de Santa Sofía, en Benevento.


Daufar accedió y, al entrar en el convento, su nuevo abad le dio el nombre de Desiderio. Transcurrieron algunos años sin que el joven monje encontrara el camino que buscaba: estuvo en un monasterio de una isla en el Adriático, estudió medicina en Salerno y fue ermitaño en los Abruzos.


Sin embargo, ya para entonces había atraído la atención favorable del Papa San León IX y, alrededor del año 1054, lo hizo ir a Roma. Ahí se quedó durante el reinado del papa Víctor II y ahí conoció a los monjes de Monte Cassino que le impresionaron de tal manera, que no tardó en hacer una peregrinación a la cuna de la orden de los benedictinos y acabó por unirse a la comunidad. En el año de 1057, el Papa Esteban llamó a Daufar a Roma, con la intención de enviarle como delegado a Constantinopla.


El Papa Esteban había sido abad en Monte Cassino y había retenido el cargo al ser elegido como Pontífice; pero, por aquel entonces estaba enfermo y, como creía que no iba a tardar mucho en llegar su muerte, decidió que se realizara sin tardanza la elección de su sucesor. La votación favoreció por unanimidad a Daufar, es decir al monje Desiderio. Este partió de todas maneras hacia el oriente para ocupar su puesto de delegado pontificio en Constantinopla, pero apenas había llegado a la ciudad de Bari, cuando le notificaron la muerte del Papa Esteban y tuvo que regresar. En Roma surgió una disputa en cuanto a la sucesión al trono de San Pedro y, durante la misma, Desiderio apoyó la elección de Nicolás II, que asumió el cargo, pero antes de autorizar a Desiderio para que se reintegrara a su monasterio de Monte Cassino, le consagró cardenal.


Desiderio fue uno de los grandes abades de Monte Cassino y, durante su gobierno, el famoso monasterio alcanzó el pináculo de su gloria. Primero, hizo reconstruir la iglesia y, después, todo el conjunto de edificios que dispuso en una escala más amplia y conveniente de la que había adoptado San Petronax y el abad Aligerno al restaurar la abadía después de los saqueos y destrucciones de los lombardos y los sarracenos. Embelleció de manera muy especial la basílica; "recurrió a las influencias y al dinero" y, no sólo hizo traer los mejores materiales de Roma, sino que contrató a los más diestros trabajadores de Lombardía, Amalfi y la misma Constantinopla. Gracias a esa combinación de las escuelas arquitectónicas de Lombardía y de Bizancio, surgieron en Monte Cassino nuevas formas y motivos de decoración, en la construcción, los mosaicos, los ornamentos, las pinturas y la iluminación; los mismos monjes de la abadía pusieron sus conocimientos y sus habilidades al servicio de la magna obra. Toda aquella magnificencia no era un vano exhibicionismo ni se había hecho para hospedar a "devotos hipócritas de fervor externo." La virtud entre los monjes de Monte Cassino se arraigó todavía más, y su número aumentó a doscientos y el abad Desiderio insistió y cuidó de que todos se sometieran a la más estricta observancia de la regla. Entre los que se sintieron atraídos hacia el monasterio figuraba Constantino Africano, el más notable de los médicos de la antigua escuela de Salerno y amigo personal de Desiderio.


Por otra parte, las construcciones y decoraciones dieron un trabajo material continuo y bien remunerado a numerosos trabajadores, artistas y artesanos. Desde entonces, el scriptorium de Cassino fue famoso por los libros que ahí se copiaban y por las iluminaciones e ilustraciones. Además de abad y cardenal, Desiderio era vicario papal para Campania, Apulia, Calabria y Capua, y la Santa Sede tenía tanta consideración y confianza hacia él, que le autorizó a nombrar prelados para los obispados vacantes y las abadías sin superior.


El Papa San Gregorio VII utilizó con mucha frecuencia a Desiderio corno su intermediario ante los normandos en Italia. No obstante que era de un tipo opuesto al de Gregorio, por la dulzura de su carácter, se mostró siempre corno un decidido y aun enérgico defensor del papado contra las ambiciones del emperador; es muy posible que su nombre haya sido uno de los que pronunció San Gregorio en su lecho de muerte, como posible sucesor. Cuando el Pontífice murió, Desiderio huyó de prisa de Roma y se refugió en Monte Cassino para evitar su elección, pero, en el mes de mayo de 1086, fue elegido por aclamación y se le impuso la roja capa pluvial pontificia en la iglesia de Santa Lucía para que reinara con el nombre de Víctor. Cuatro días más tarde, surgió una oposición que le brindó la oportunidad para huir de nuevo a Monte Cassino, donde dejó de lado las insignias pontificias y no se dejó convencer para ocupar el cargo hasta la Pascua del año siguiente. La sede de Roma se hallaba ocupada por entonces por el antipapa impuesto por el emperador, Guiberto de Ravena ("Clemente III"). Pero las fuerzas normandas consiguieron sacarlo de San Pedro durante el tiempo suficiente para que Víctor fuese consagrado ahí. Inmediatamente después de su consagración, partió al monasterio.


Pocas semanas más tarde, volvió a Roma, por última vez, cuando la condesa Matilde de Toscana se esforzaba por desalojar a Guiberto. Aquel Papa, tan amante de la paz y tan enfermo que rara vez podía celebrar la misa, no estaba capacitado para ver a su ciudad apostólica convertida en un campo de batalla y, hacia fines del verano, la abandonó para siempre. Después de un sínodo que él presidió en Benevento, fue llevado agonizante a su monasterio. Tendido en un camastro en la casa capitular, dio las últimas instrucciones a sus monjes y recomendó a Eudes, el cardenal obispo de Ostia, para que ocupase la sede apostólica. Murió dos días después, el 16 de septiembre de 1087. Había sido Papa durante cuatro meses.



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