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Martirologio Romano: Memoria de san Juan de la Cruz, presbítero de la Orden de los Carmelitas y doctor de la Iglesia, el cual, por consejo de santa Teresa, fue el primero de los hermanos que emprendió la reforma de la Orden, empeño que sostuvo con muchos trabajos, obras y ásperas tribulaciones, y, como demuestran sus escritos, buscando una vida escondida en Cristo y quemado por la llama de su amor, subió al monte de Dios por la noche oscura, descansando finalmente en el Señor, en Úbeda, de la provincia de Jaén (1591).

Etimológicamente: Juan = Dios es misericordioso, es de origen hebreo.




Ávila y concretamente Fontiveros fue su patria chica. Luego lo será Castilla y de modo principal Andalucía la tierra de sus amores.


Se llamó Juan Yepes. Nació en 1542 del matrimonio que formaban Gonzalo y Catalina; eran pañeros y vivían pobres. Su padre muere pronto y la viuda se ve obligada a grandes esfuerzos para sacar adelante a sus tres hijos: Francisco, Luis y Juan. Fue inevitable el éxodo cuando se vio que no llegaba la esperada ayuda de los parientes toledanos; Catalina y sus tres hijos



marcharon primero a Arévalo y luego a Medina del Campo que es el centro comercial de Castilla. Allí malviven con muchos problemas económicos, arrimando todos el hombro; pero a Juan no le van las manualidades y muestra afición al estudio.

Entra en el Colegio de la Doctrina, siendo acólito de las Agustinas de la Magdalena, donde le conoció don Alonso Álvarez de Toledo quien lo colocó en el hospital de la Concepción y le costea los estudios para sacerdote. Los jesuitas fundan en 1551 su colegio y allí estudió Humanidades. Se distinguió como un discípulo agudo.


Juan eligió la Orden del Carmen; tomó su hábito en 1563 y desde entonces se llamó Juan de Santo Matía; estudia Artes y Teología en la universidad de Salamanca como alumno del colegio que su Orden tiene en la ciudad. El esplendor del claustro es notorio: Mancio, Guevara, Gallo, Luis de León enseñan en ese momento.


En 1567 lo ordenaron sacerdote. Entonces tiene lugar el encuentro fortuito con la madre Teresa en las casas de Blas Medina. Ella ha venido a fundar su segundo "palomarcico", como le gustaba de llamar a sus conventos carmelitas reformados; trae también con ella facultades del General para fundar dos monasterios de frailes reformados y llegó a convencer a Juan para unirlo a la reforma que intentaba salvar el espíritu del Carmelo amenazado por los hombres y por los tiempos. Llegó a exclamar con gozo Teresa ante sus monjas que para empezar la reforma de los frailes ya contaba con "fraile y medio" haciendo con gracia referencia a la corta estatura de Juan; el otro fraile, o fraile entero, era el prior de los carmelitas de Medina, fray Antonio de Heredia.


Inicia su vida de carmelita descalzo en Duruelo y ahora cambia de nombre, adoptando el de Juan de la Cruz. Pasa año y medio de austeridad, alegría, oración y silencio en casa pobre entre las encinas. Luego, la expansión es inevitable; reclaman su presencia en Mancera, Pastrana y el colegio de estudios de Alcalá; ha comenzado la siembra del espíritu carmelitano.


La monja Teresa quiere y busca confesores doctos para sus monjas; ahora dispone de confesores descalzos que entienden -porque lo viven- el mismo espíritu. Por cinco años es Juan el confesor del convento de la Encarnación de Ávila. La confianza que la reformadora tiene en el reformador -aunque posiblemente no llegó a conocer toda la hondura de su alma- se verá de manifiesto en las expresiones que emplea para referirse a él; le llamará "senequita" para referirse a su ciencia, "santico de fray Juan" al hablar de su santidad, previendo que "sus huesecicos harán milagros".


No podía faltar la cruz; llegó del costado que menos cabía esperarla. Fueron los hermanos calzados los que lo tomaron preso, lo llevan preso a Toledo donde vivió nueve meses de durísima prisión. Es la hora de Getsemaní, la noche del alma, un periodo de madurez espiritual del hombre de Dios expresado en sus poemas. Logra escapar en 1578 del encierro de forma dramática, poniendo audacia y ganando confianza en Dios, con una cuerdecilla hecha con pedazos de su hábito y saliendo por el tragaluz.


En los oficios de dirección siempre aparece Juan de la Cruz como un segundón; serán los padres Gracián y Doria quienes se encarguen de la organización, Juan llevará la doctrina y cuidará del espíritu.


Se le ve presente en la serranía de Jaén, confesor de las monjas en Beas de Segura, donde se encuentra la religiosa Ana de Jesús. Después en Baeza; funda el colegio para la formación intelectual de sus frailes junto a la principal universidad andaluza. Y en Granada, en el convento de los Mártires, continuará su trabajo de escritor. En 1586 funda los descalzos de Córdoba, como los de Mancha Real.


Consiliario del padre Doria, en Segovia, por tres años. ¡Cómo no recordar su deseo-exponente de amor rendido- ante la contemplación de un Cristo doliente! "Padecer, Señor, y ser menospreciado por Vos".


En 1591 la presencia de fray Juan de la Cruz empieza a ser non grata ante el padre Doria. La realidad es que está quedando arrinconado y hasta llega a tramarse su expulsión del Carmelo.


Marcha a la serranía de Jaén, en la Peñuela, para no estorbar y se plantea la posibilidad de marchar a las Indias; allí estará más lejos. Es otro tiempo de oración solitaria y sabrosa. La reforma carmelitana vive agitada por el modo de proceder de Doria; a Juan le toca orar, sufrir y callar. Quizá tenga Dios otros planes sobre él y está preparándolo para una etapa mejor.


Aquella inapetencia tan grande provocada por las calenturas persistentes provocó un mimo de Dios haciendo que aparecieran espárragos cuando no era su tiempo para calmar el antojadizo deseo de aquel fraile que iba de camino, sin fuerzas y medio muerto de cansancio, buscando un médico.


Pasó dos meses en Úbeda. No acertó el galeno. Se presentó la erisipela en una pierna; luego vino la septicemia. Y en medio andaban los frailes con frialdad y era notoria la falta de consideración por parte del superior de la casa. Hasta que llegó el 13 de diciembre, cuando era de noche, que marchó al cielo desde el "estercolero del desprecio". Llovía.


Al final de este resumen-recuerdo de un fraile místico que supo y quiso aprovechar el mal para sacar bien, el desprecio de los hombres para hacerse más apreciado de Dios, y el mismo lenguaje para expresar lo inefable de la misteriosa intimidad con Dios con lírica palabra estremecida, pienso que será buen momento para hacer mención de algunas de las obras que le han hecho figura de la cultura hispana del siglo XVI. Subida al Monte Carmelo y Noche oscura del alma que bien pueden considerarse tanto una obra como dos; el Cántico espiritual, Llama de amor viva y algunos poemas y avisos.


Lo canonizaron en 1726. Pío XI lo hizo doctor de la Iglesia en 1926. Su gran conocedor y admirador Juan Pablo II, lo nombró patrono de los poetas


Un fraile de cuerpo entero.


Consulta también San Juan de la Cruz de Jesús Martí Ballester


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Etimológicamente significa “cazador”. Viene de la lengua latina.

Lejos de invitar a un repliegue, el Evangelio nos sugiere caminos muy concretos. Uno de ellos orienta a compartir con gestos sencillez, incluso con medios reducidos. ¡Qué asombro! Esos gestos repercuten en una generosidad imprevisible.


Este joven vino al mundo cerca de Venecia en el 530 y murió en Poitiers en el 600.


Hizo sus estudios en Ravena. Después se echó a vivir la vida como trovador durante unos años componiendo versos a cualquiera que le pagase dinero. Y con buena comida de por medio.


Cuando cayó enfermo de la vista, lo curó san Martín de Tours. Desde este instante decidió ir a esta ciudad a darle las gracias al santo.


Hizo un largo camino y cantando canciones pero sin mucho éxito.


Tan sólo en la localidad de Metz se celebraban las bodas de dos nobles. Aquí tuvo suerte con sus poemas y sus cantos.


Pero sus poesías cayeron pronto en el olvido porque el recién casado murió asesinado y ella falleció arrastrada por un caballo.


Después, y llevando una vida más acorde con sus principios cristianos, se entregó a pedir limosna para el monasterio en donde residía.


Es de esta época de donde datan los escritos que han llegado hasta nosotros. Son vidas de santos y poemas.


Nos quedan al menos diez mil hexámetros de su estilo y de su forma.


Hacia poemas para celebrar a los santos, para recordar las malas hazañas de los reyes merovingios o para dar gracias a Radegunda por los buenos banquetes que preparaba en su honor.


También componía himnos, sobre todo “Vexilla regis" que aún hoy día se cantan en las fiestas en las que se expone el Santísimo Sacramento y el "Pange lingua” que es es usada en alguna de las "Horas Canónicas", que son parte del Oficio Divino.


Con el paso del tiempo llegó a ser obispo de Poitiers.


¡Felicidades a quien lleve este nombre!


Nota : Existe otro himno que inicia con las mismas palabras ("Pange lingua”) pero que fue escrito por Santo Tomás de Aquino y que se refiere al Santísimo Sacramento.











Nimatullah Al- Hardini, Santo
Nimatullah Al- Hardini, Santo

Sacerdote religioso de la Orden Libanesa Maronita

Diciembre 14






Nació en Hardin, en el norte del Líbano, el año 1808. En el bautismo recibió el nombre de Youssef. Pertenecía a una familia maronita, con seis hijos, que fueron educados en un profundo amor a Dios y a su Iglesia. Tres de sus hermanos siguieron, como él, la vida monástica o sacerdotal. Tanios fue párroco; Eliseo entró en la Orden Libanesa Maronita, en la que vivió como ermitaño durante cuarenta y cuatro años; Msihieh abrazó la vida claustral en el monasterio de San Juan Bautista, en Hrasch.


Pasó los primeros años de su infancia frecuentando los monasterios y eremitorios de su pueblo. Terminados los estudios, fue a vivir con su abuelo materno, Youssef Raad, párroco de Tannourin, cuyo ejemplo suscitó en él el amor al sacerdocio, vivido para el servicio de la Iglesia. En Tannourin, rezaba el oficio divino en el monasterio con los monjes o en la parroquia con su abuelo y los fieles.

Ingresó en la Orden Libanesa Maronita a los veinte años. Fue enviado al monasterio de San Antonio de Qozhaya, cerca de la Qadischa ("Valle santo"), para hacer sus dos años de noviciado, durante los cuales se entregó con fervor a la oración comunitaria y al trabajo manual. Dedicaba todo su tiempo libre, e incluso parte del destinado al descanso, a visitar al santísimo Sacramento. Lo solían encontrar en la capilla, arrodillado, inmóvil, con las manos alzadas en forma de cruz y los ojos fijos en el sagrario.


Después de la profesión monástica, que emitió el 14 de noviembre de 1830, fue enviado al monasterio de San Cipriano y Santa Justina, en Kfifan, para estudiar la filosofía y la teología, a la vez que trabajaba en el campo; además, destacaba por su habilidad para encuadernar manuscritos y libros, oficio que había aprendido durante el noviciado. Durante ese período, a causa de su ascetismo y su intensa aplicación a los estudios, se enfermó. Para evitarle la gran fatiga del trabajo en el campo, su superior lo destinó a la sastrería.


Al ser ordenado sacerdote, fue nombrado director del estudiantado y profesor, labor que desempeñó hasta sus últimos años. Dividía su jornada habitualmente en dos partes: la primera mitad para prepararse a la celebración de la misa y la otra mitad para la acción de gracias después de la eucaristía. Vivía esta dimensión contemplativa juntamente con su amor a los hermanos y a la cultura. Fundó una escuela para instruir gratuitamente a la juventud.


Le tocó vivir dos guerras civiles (en los años 1840 y 1845), que fueron preludio de sangrientos acontecimientos de 1860, durante los cuales muchos monasterios fueron quemados, muchas iglesias devastadas y muchos cristianos maronitas asesinados. En ese marco civil y religioso tan difícil y doloroso, su hermano el padre Eliseo, ermitaño, lo invitó a abandonar la vida comunitaria para retirarse a un eremitorio, pero él respondió: "Los que luchan por la virtud en la vida comunitaria tendrán más mérito".


Era severo y duro consigo mismo, pero misericordioso e indulgente con sus hermanos. Radical en su opción, concebía la santidad en términos de comunión. Afirmaba: "La primera preocupación de un monje debe ser, día y noche, no herir o afligir a sus hermanos".


Fue grande su devoción a la Virgen María. En sus aflicciones invocaba la intercesión de María, su principal auxilio, por el Líbano y por su Orden. Rezaba el rosario todos los días con los demás monjes. Nunca se cansaba de repetir el nombre bendito de María. Practicaba el ayuno en su honor todos los sábados y las vísperas de sus fiestas; tenía devoción particular por el misterio de la Inmaculada Concepción. Después de rezar el Ángelus, repetía estas palabras: "Bendita sea la Inmaculada Concepción de la santísima Virgen".


Se esforzó por inculcar a los fieles su devoción a María, formando cofradías. Fundó también dieciséis altares consagrados a la Madre de Dios; uno de estos, en el monasterio de Kfifan, fue llamado, después de su muerte, "Nuestra Señora de Hardini".


En 1845, a los 33 años, la Santa Sede lo nombró asistente general de su Orden con un mandato de tres años, por su celo en la observancia de las reglas monásticas. Para ese cargo fue reelegido otras dos veces, pero se negó siempre a aceptar el nombramiento de abad general de la Orden. Residía, con los demás asistentes, en el monasterio de Nuestra Señora de Tamich, casa general de la Orden, pero solía acudir al monasterio de Kfifan, tanto para continuar dando clases como para ejercer su trabajo de encuadernador, labor que realizaba con espíritu de pobreza, poniendo especial esmero en los manuscritos litúrgicos. De 1853 a 1859 tuvo entre sus alumnos a san Charbel, que asistió a la muerte de su maestro y a la conmovedora ceremonia de su funeral.

En lo más duro del invierno, mientras se encontraba en el monasterio de Kfifan para dar clases, debido al intenso frío, se vio afectado por una pulmonía; al agravarse, solicitó ser trasladado a una celda cercana a la iglesia para escuchar el canto del oficio y, tras una agonía de diez días, recibió la unción de los enfermos con un icono de la Virgen en las manos, e invocándola: "Oh María, te encomiendo mi alma". Falleció el 14 de diciembre de 1858, a los 50 años de edad.



El santo obispo y confesor de Cristo san Espiridión nació en la isla de Chipre, en la segunda mitad del siglo III, y fue hijo de padres cristianos.

Pasó los prime ros años de su vida en el monte, hecho pastor del ganado de su padre, con lo cual se crió en grande simplicidad e inocencia de costumbres, ocupado en admirar las maravillas y perfecciones del Creador en sus criaturas.


Llegó a extenderse por toda ]a isla la fama del santo pastor Espiridión; de tal suerte que fue uno de aquellos confesores a quienes Maximino, gran perseguidor de los cristianos, mandó sacar el ojo derecho, cortar el nervio y desjarretar la pierna izquierda, y lo condenó a trabajar en las minas.


Holgóse el santo confesor de haber sido hallado digno de padecer por el nombre de Jesús; y permaneció en su destierro y pesadísimo trabajo durante algunos años, hasta que con la muerte del perseguidor cesó el destierro y pudo volver a Chipre y gozar de la paz que dio a la santa Iglesia el gran Constantino.


Ejercitóse de nuevo en su oficio de pastor, esparciendo más puros rayos de santidad y edificación después de su confesión; hasta que habiendo fallecido el obispo de Tremitunte, en la isla de Chipre, el pueblo y el clero a una voz aclamaron por su sucesor a Espiridión.


Resistióse el humilde pastor, pero inútilmente, alegando su incapacidad, y después de recibidas las sagradas órdenes, fue consagrado obispo.


Convocóle el concilio de Nicea, en el que fue condenado Arrio, siendo Espiridión uno de los prelados que allí, en número de trescientos diez y ocho, se reunieron.


No faltaron algunos filósofos gentiles deseosos de ver aquella sagrada junta, y aquel como teatro de sabiduría y majestad; y entre ellos había uno de sutil ingenio y gran disputador, a quien los padres más doctos e ilustra dos jamás pudieron convencer.


Pidió Espiridión licencia para disputar con él; y le propuso con pocas y sencillas palabras la suma de lo que la fe cristiana cree y predica de la Trinidad y de la redención del hombre por Cristo; y después le dijo: «Filósofo, esto es lo que los cristianos creemos: tú ¿qué crees?» Quedó asombra do el gentil, y, como fuera de sí, respondió: «Yo creo lo que tú erees, y lo tengo por verdad», añadiendo, que cuando se le quiso convencer con razones, con razones había él respondido; mas cuando la virtud de Dios le había hablado por boca de su siervo, no pudo resistir: y se hizo cristiano.


También asistió al concilio sardicense y defendió contra los mismos arrianos la fe católica. Finalmente, habiendo corrido la carrera de su peregrinación, ilustre por sus virtudes y por la gloria de sus milagros, dio su bien aventurado espíritu al Señor, que para tanta gloria suya lo había creado.





María Francisca Schevrier nació en Aquisgrán el 3 de enero de 1819, hija de Juan Enrique y Luisa Migeon.

Era ahijada del emperador Francisco II. Después de la muerte de su madre, acaecida en 1832, tomó la costumbre de socorrer a los pobres en sus necesidades y de enseñarles el catecismo.


En un ambiente a menudo indiferente, a veces hostil, porque la burguesía ciudadana ostentaba una actitud volteriana, María Francisca no ahorraba fatiga alguna, no se dejaba vencer por ningún temor y encontró ayuda para su empresa en un sacerdote de su parroquia.


Después de haber hecho un retiro en Lieja, el 3 de octubre de 1846, con cinco compañeras formó en Aquisgrán un grupo que poco después tuvo la ocasión de prestar un gran servicio durante una epidemia de cólera y de viruela que asoló la ciudad.


Para dar una forma canónica a la naciente institución, escribió una regla en la que ponía a su pequeño grupo bajo la protección de San Francisco de Asís, poniendo de relieve la caridad, la pobreza y las obras de misericordia para con los pobres. De ahí viene el nombre del instituto de Hermanas de los Pobres de San Francisco de Asís.


Con sus compañeras entró en la vida religiosa el 12 de octubre de 1850. Pero su regla solamente fue aprobada por San Pío X en 1908. La nueva congregación se difundió rápidamente: ya en 1858 había sido fundada una casa provincial en Hartwel en Estados Unidos de América.


En vísperas de la aprobación pontificia, el Instituto contaba ya con 61 casas, de las cuales 16 en América y 1500 religiosas. Actualmente se cuentan 12 casas en Alemania y en Estados Unidos, hay algunas religiosas que se han dedicado a la obra de la recuperación de la juventud descarriada y otras que durante la guerra de 1864, 1866 y 1870 se dedicaron a la asistencia sanitaria de los militares en los hospitales.


A pesar de esta dinámica actividad, María Francisca sabía encontrar tiempo para dedicar a la oración, a la meditación, a la visita diaria, al Santísimo Sacramento, al cultivo de una tierna y filial devoción hacia la Madre de Dios.


Era suave para con todos y severa consigo misma; practicaba mortificaciones y penitencias, tenía un gran respeto hacia los sacerdotes en los cuales veía la misma persona de Cristo. Soportó con cristiana resignación la última enfermedad que afinó más su alma y la hizo digna de la gloria.


Murió el 14 de diciembre de 1876 en Aquisgrán. Tenía casi 58 años.


La ciudad acudió a su funeral y la lloró porque en ella perdió a la madre amadísima de todos, especialmente de los pobres, de los desgraciados y de los pequeños.











Lucía, Santa
Lucía, Santa

Mártir

Diciembre 13






Con el descubrimiento, hecho en 1894, de la inscripción sepulcral sobre el “loculus” o sepulcro de la santa en las catacumbas de Siracusa, desaparecieron todas las dudas sobre la historicidad de la joven mártir Lucía, cuya fama y devoción se deben en gran parte a su legendaria Pasión, posterior al siglo V. La inscripción se remonta a comienzos del siglo V, cien años después del glorioso testimonio que dio de Cristo la mártir de Siracusa.


Epígrafes, inscripciones y el mismo antiguo recuerdo litúrgico (se debe probablemente al Papa Gregorio Magno la introducción del nombre de Santa Lucía en el Canon de la Misa) demuestran la devoción desde antiguo, que se difundió muy pronto no sólo en Occidente, sino también en Oriente.


Lucía pertenecía a una rica familia de Siracusa. La madre, Eutiquia, cuando quedó viuda, quería hacer casar a la hija con un joven paisano. Lucía, que había hecho voto de virginidad por amor a Cristo, obtuvo que se aplazara la boda, entre otras cosas porque la madre se enfermó gravemente. Devota de Santa Águeda, la mártir de Catania, que había vivido medio siglo antes, quiso llevar a la madre enferma a la tumba de la santa. De esta peregrinación la madre regresó completamente curada y por eso le permitió a la hija que siguiera el camino que deseaba, permitiéndole dar a los pobres de la ciudad su rica dote.


El novio rechazado se vengó acusando a Lucía ante el procónsul Pascasio por ser ella cristiana. Amenazada de ser llevada a un prostíbulo para que saliera contaminada, Lucía le dio una sabia respuesta al procónsul: “El cuerpo queda contaminado solamente si el alma es consciente”.


El procónsul quiso pasar de las amenazas a los hechos, pero el cuerpo de Lucía se puso tan pesado que más de diez hombres no lograron moverla ni un palmo. Un golpe de espada hirió a Lucía, pero aun con la garganta cortada la joven siguió exhortando a los fieles para que antepusieran los deberes para con Dios a los de las criaturas, hasta cuando los compañeros de fe, que estaban a su alrededor, sellaron su conmovedor testimonio con la palabra Amén.


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En la época de Childerico II, había en Alsacia un señor feudal franco, llamado Adalrico, casado con Bereswinda. A fines del siglo VII, tuvieron una hijita ciega, que nació en Obernheim, en los Vosgos. Adalrico, que tomó esa desgracia como una ofensa personal y una injuria al honor de su familia, en la que nunca había sucedido nada semejante, se dejó arrastrar por una cólera que no entendía razones.

En vano trató su esposa de explicarle que era la voluntad de Dios, quien sin duda quería manifestar su poder en la niña. Adalrico no le prestó oídos, e insistió en que había que matar a la cieguita. Finalmente, Bereswinda consiguió disuadirle de ese crimen, pero para ello tuvo que prometerle que enviaría a su hija a otra parte sin decir a qué familia pertenecía.


Bereswinda Cumplió la primera parte de su promesa, pero no la segunda, ya que confió la niña al cuidado de una campesina que había estado antiguamente a su servicio y le dijo que era su hija. Como los vecinos de la campesina empezasen a hacerle preguntas embarazosas, Bereswinda la envió con toda su familia a Baumeles Dames, cerca de Besancon, donde había un convento en el que la niña podría educarse más tarde. Ahí vivió ésta hasta los doce años, sin haber sido bautizada, aunque no sabemos porque razón.


Por entonces, San Erhardo, obispo de Raisbona, tuvo una visión en la que se le ordenó que fuese al convento de Baume, donde encontraría a una joven ciega de nacimiento; debía bautizarla y darle el nombre de Otilia, y con ello recobraría la vista. San Erhardo fue a consultar a San Hidulfo en Moyenmoutier y, juntos, se dirigieron a Baume, donde encontraron a la joven y la bautizaron con el nombre de Otilia. Despúes de ungirle la cabeza, San Erhardo le pasó el crisma por los ojos y, al punto, recobró la vista.


Otilia se quedó a servir a Dios en el convento. Pero el milagro del que había sido objeto y los progresos que empezó a hacer en sus estudios, provocaron la envidia de algunas de las religiosas y éstas empezaron a hacerle la vida difícil. Santa Otilia escribió entonces a su hermano Hugo, del que había oído hablar y le pidió que la ayudara como se lo dictase el corazón. Entre tanto, San Erhardo, había comunicado a Adalrico la noticia de la curación de su hija. Pero aquel padre desnaturalizado se encolerizó más que nunca y prohibió a Hugo que fuese a ayudarla y que revelase su identidad.


Hugo desobedeció y mandó traer a su hermana. Un día en que Hugo y Adalrico estaban en una colina de los alrededores, Otilia se presentó en una carreta, seguida por la muchedumbre. Cuando Adalrico se enteró de quien era y supo porque había ido, descargó su pesado bastón sobre la cabeza de Hugo y lo mató de un golpe. Pero los remordimientos le cambiaron el corazón, de suerte que empezó a amar a su hija tanto cuanto la había odiado antes. Otilia se estableció en Obernheim, con algunas compañeras que se dedicaron como ella a los actos de piedad y a las obras de caridad entre los pobres.


Al cabo de un tiempo, Adalrico determinó casar a su hija con un duque alemán. Otilia emprendió la fuga. Cuando los enviados de su padre estaban ya a punto de capturarla, se abrió una grieta en la roca, en Schossberg, cerca de Friburgo en Brisgovia y ahí se escondió la santa. Para conseguir que volviese, Adalrico le prometió regalarle el castillo de Hohenburg. Otilia lo transformó en monasterio y fue la primera abadesa. Como las montañas eran muy escarpadas y hacían difícil el acceso a los peregrinos, Santa Otilia fundó otro convento, llamado Niedermunster, en un sitio más bajo, y edificó una posada junto a él.


Se cuenta que la santa, poco después de la muerte de su padre, vio que sus oraciones y penitencias le habían sacado del purgatorio. San Juan Bautista se apareció a Otilia y le indicó el sitio y las dimensiones de una capilla que debía construirse en su honor. Se cuentan muchas otras visiones de la santa y se le atribuyen numerosos milagros. Después de gobernar el convento durante muchos años, Santa Otilia murió el 13 de Diciembre, alrededor del año 720.



Juan Marinoni, llamado en el siglo Francisco, nació en Venecia en 1490, de una familia oriunda de Bérgamo.

Ordenado sacerdote, fue nombrado en 1515 Sacristán de la Catedral de S. Marcos, y pocos años después, Canónigo de aquella Basílica.


Cuando, huyendo del Saco de Roma (1527), los teatinos establecieron en Venecia la segunda casa de la Orden, Marinoni renunció a su canonjía para ingresar en la nueva milicia clerical.


Cambiando su nombre por el de Juan, recibió la sotana teatina de manos del mismo fundador, el 9 nov. 1529.


Plegándose a los deseos de Clemente VII, los teatinos decidieron aceptar, en agosto de 1545, la fundación de una casa en Nápoles, y comisionaron para llevarla a término a Cayetano y Marinoni.


En trienios sucesivos se turnaron ambos en el gobierno de la Comunidad napolitana, para compartir después la gloria del mismo sepulcro.


Características de Marinoni fueron su acendrada devoción a la Pasión de Cristo y su dedicación constante a la dirección espiritual de las almas.


Fundó con San Cayetano de Thiene los "Montes de Piedad" para liberar de la miseria a los pobres y marginados, institución que dió origen al actual Banco de Nápoles.


En su escuela se formaron Andrés Avelino, Pablo Burali y Jaime Tormo, a los que transmitió con fidelidad la herencia espiritual del fundador, S. Cayetano. M. el 13 dic. 1562, en la misma Casa de S. Pablo de la que había sido cinco veces prepósito.


En sus últimos años de vida abrió hospicios para ancianos y fundó hospitales.


Declarado beato en 1762 por decreto de Clemente XIII, su fiesta se celebra el 13 de diciembre.



Nació en Castellammare di Stabia, provincia de Nápoles (Italia), el 5 de septiembre de 1845. Fue bautizada con el nombre de Costanza. Su madre, muy piadosa, la consagró a la Virgen de los Dolores. A la edad de 4 años comenzó a frecuentar la escuela, donde se relacionó con niñas pobres. Seguramente esta experiencia dejó una huella profunda en su corazón.

En 1850 las Hijas de la Caridad se establecieron en Castellammare, con el fin de asistir a los enfermos internados en el hospital de San Leonardo. Abrieron un orfanato y un internado para niñas, en el que Costanza solicitó entrar. El clima de oración y de piedad que se vivía allí suscitó en ella el deseo de consagrarse al Señor. Hizo la primera comunión y, a la edad de 10 años, recibió el sacramento de la Confirmación. Por motivos de salud, tuvo que volver a su casa.


A los 15 años su confesor la autorizó a consagrarse al Señor con los tres votos perpetuos, aconsejándole que se hiciera "monja en casa". El 8 de junio de 1867 profesó en las Terciarias de los Siervos de María, tomando el nombre de María Magdalena de la Pasión. El obispo de Castellammare, mons. Francesco Saverio Petagna, le encomendó la dirección de la pía unión de las Hijas de María y la catequesis de las niñas del pueblo. Las diversas epidemias de cólera que azotaron Castellammare la impulsaron a fundar, en 1869, el instituto de las Religiosas Compasionistas, cuyo carisma —según palabras de la madre María Magdalena— es: "Compadecer con Jesús doliente y con la Virgen de los Dolores; por tanto, compadecerse del prójimo en todas sus necesidades, tanto del espíritu como del cuerpo".


El 27 de mayo de 1871 mons. Petagna concedió al Instituto la erección canónica; el 10 de noviembre de 1893 el general de los Servitas firmó el decreto de agregación a la Orden; y, por último, el 10 de julio de 1928, el Papa Pío XI aprobó el Instituto.


Fueron innumerables las pruebas físicas y espirituales que la madre María Magdalena debió soportar en su camino hacia la santidad, pero contribuyeron a fortalecer su fe y su compromiso de servir totalmente al Señor. Murió de pulmonía el 13 de diciembre de 1921.


El 19 de agosto de 1929 su cuerpo fue trasladado al santuario del Sagrado Corazón, en Scanzano. El proceso de beatificación comenzó el 4 de abril de 1939. Con decreto pontificio del 7 de julio de 2003, Juan Pablo II la declaró venerable. Benedicto XVI, el 26 de junio de 2006, firmó el decreto de beatificación.


La semilla sembrada por sor María Magdalena de la Pasión se ha convertido hoy en un gran árbol, cuyas ramas se extienden más allá de los confines de su tierra natal: 24 comunidades en Italia y 14 en el extranjero (Canadá, México, Chile, India, Indonesia y Filipinas), 350 religiosas, 34 novicias y 35 postulantes.


Beatificada por Su Santidad Benedicto XVI el 15 de abril del 2007 en la Catedral Castellammare de Stabia. En el decreto de beatificación fijó el 5 de septiembre como su fiesta litúrgica.


Reproducido con autorización de Vatican.va











Amalia, Santa
Amalia, Santa

Diciembre 12

Mártir




Etimológicamente significa “negligencia”. Viene de la lengua alemana.


Jesús dice: “ Quiero la misericordia y no el sacrificio”.


Fue mártir en el siglo III.


Es un nombre de origen germánico. Aparece en muchos calendarios en el día de hoy.


Muchos mártires murieron tal día como hoy bajo la tiranía del emperador Dioceciano.


De entre estos mártires había una llamada Ammonoaria, de cuyo nombre – cambiado , claro está -, viene el de Amalia.


Eran nombres paganos pero que, al convertirse al cristianismo, se los cambiaban.


Esta chica sufrió el martirio por haber tenido la valentía de plantarle cara al juez.


Cuando éste vio la decisión de la joven, se quedó dubitativo y dándole vueltas a la cabeza.


Pensaba en el origen de la fuerza que demostraban los cristianos ante él por defender su fe en el Crucificado.


Tras meditar seriamente qué tenía que hacer con la chica, mandó que le cortasen la cabeza a ella y a todas sus amigas y amigos.


El juez seguía meditando en lo que había ordenado. No se le veía feliz porque, en el fondo, había actuado en contra de su conciencia.

No veía nada falso ni malo en ella.


¿Cuál era su problema?


O bien moría él siendo coherente con su conciencia,









Amalia, Santa
Amalia, Santa

o bien hacer lo que hizo. Había que obedecer las órdenes del emperador.

Otros jueces – lo hemos visto – ante una verdad tan clara -, se convirtieron al cristianismo. No le ocurrió igual al de Alejandría.


¡Felicidades a quien lleve este nombre!


“No es prudente despertar a un león dormido” (Sydney Philip).





Etimológicamente significa “ de Corinto”. Viene de la lengua griega.

Fue el primer obispo de Quimper en el siglo VI o VII.


Formó parte de un grupo de los siete bretones santos.


Es totalmente cierto que existió Corentino. Es infinitamente probable que evangelizara las regiones armoricanas.


El hecho es que desde entonces es el santo al que más se venera en la región francesa de la Bretaña.


El padre Alberto Magno, un dominico del siglo XVII. Cuenta que en el tiempo en que él llevaba una vida eremítica, Corentino tenia un pescado como amigo, que le ayudaba muchísimo.


Dice estas palabras textuales:" Para su alimento y sustento, Dios hacía con él un milagro continuo".


Hay personas que viven inmersas en el mudo de Dios. No andan preocupadas por otros asuntos que no sean los estrictamente relacionados con Dios.


Pero el caso es que todas estas personas unidas a Dios, son después las que más hacen por los demás. No son solitarios sino solidarios.


Se contentaba con un trozo de pan y raíces que conocía como comestibles en el campo.


No obstante, Dios le enviaba cada día un pescado a su fuente.


Hay cosas que no podemos explicarnos humanamente si no hay fe.


¡Felicidades a quien lleve este nombre!


“El hoy es discípulo del ayer” (Siro).



San Finiano de Clonard fue el más distinguido de los santos de Irlanda en el período inmediatamente posterior al de San Patricio.

Los relatos de su vida están llenos de contradicciones y anacronismos. Tres siglos después de su muerte, se creía que había pasado largo tiempo en Gales, siendo ya monje.


Se cuenta que estuvo algún tiempo en el monasterio de San Cadoc de Nantcarfan, y que acabó milagrosamente con las plagas que echaban a perder las cosechas de la isla en el estuario de Severn, llamada actualmente Flatholm.


Entre otros muchos milagros que se le atribuyen, se dice que salvó a sus huéspedes de los piratas sajones, haciendo que un terremoto se tragase el campamento de los invasores. San Finiano tenía la intención de hacer una peregrinación a Roma con San Cadoc, pero un ángel le disuadió de ello y le ordenó que volviese a Irlanda.


Aunque es imposible probarlo en detalle, parece que San Finiano estuvo bajo la influencia de San Cadoc, San Gildas y otros monjes ingleses, por la importancia que le atribuía a los estudios y el énfasis que ponía en la superioridad de la vida monástica.


A su regreso a Irlanda, el santo fundó varias iglesias en Leinster y las escuelas y monasterios de Aghowle y Mugna. En este último monasterio se tramó contra él una conspiración, en efecto, Cormac, el hijo del reyezuelo del lugar, indujo a su hermano mayor, Crimtan a que persiguiera al santo, con la esperanza de que así pereciese en la empresa. El siniestro plan de Cormac tuvo éxito hasta cierto punto, ya que Crimtan trató de expulsar a San Finiano por la fuerza y, al hacerlo, se rompió la pierna.


El monasterio más importante de San Finiano estaba situado en Clonard de Meath. Poco después de la llegada del santo a ese sitio, fue a visitarle un pagano de cierta edad llamado Fraechman, que era un mago muy famoso. San Finiano le preguntó si su arte procedía de Dios o de alguien más. Fraechman replicó: "A vos toca averiguarlo". Finiano repuso: "Muy bien. Decidme entonces dónde se halla el sitio de mi resurrección". "No en la tierra, sino en el cielo", fue la respuesta. El santo le dijo: "Tratad otra vez de adivinarlo" .Fracchan volvió a dar la misma respuesta. "Tratad otra vez", le dijo Finiano levantándose de su asiento. Entonces el mago, comprendiendo que San Finiano se estaba burlando de él, le respondió: "El sitio de tu resurrección es el sitio en el que estabas sentado".


La réplica del mago resultó cierta, ya que la sede de Finiano era Clonard, donde tuvo el santo muchos discípulos, y sus enseñanzas produjeron una verdadera resurrección de la religión y el saber. Según se dice, llegó a tener 3,000 discípulos, por lo que se le llamó "el maestro de los santos de Irlanda", o simplemente "El Maestro" y se dijo de él que irradiaba bondad y sabiduría para iluminar al mundo, lo mismo que el sol desde lo alto del cielo".


Varios santos muy posteriores debieron su santidad a las enseñanzas de San Finiano. Fue famoso por su conocimiento de la Sagrada Escritura y su celebridad de exegeta se perpetuó durante muchos siglos en Clonard. Pero la escuela bíblica sufrió mucho durante las invasiones de los daneses y de los normandos; finalmente, a principios del siglo XIII, el monasterio de Clonard dejó de ser el centro religioso de la diócesis de Meath y se transformó en monasterio de agustinos, en cuyas manos estuvo hasta el siglo XVI. Tanto en sus viajes misioneros como durante su estancia en Clonard, San Finiano, que murió durante la epidemia de fiebre amarilla, a mediados del siglo VI, ofreció su vida por sus compatriotas, la fiesta de San Finiano de Clonard se celebra en toda Irlanda. Aunque suele venerársele como obispo, es dudoso que lo haya sido.



Bartolo o Bartolomé Bompedoni de Mucchio nació en 1227 en el castillo feudal de los Condes de Mucchio, cerca de San Gimignano, en la provincia de Siena. Desde joven se consagró al servicio de Dios contra la clara oposición de su padre, que nunca toleró en su hijo este género de vida. Bartolo se trasladó a Pisa y fue durante un año huésped de los benedictinos de San Vito.

Habiendo entrado en la Orden Franciscana Seglar fue a Volterra, donde el Obispo quiso que fuera sacerdote y lo destinó primero como capellán a Peccioli, luego como párroco en Pichena. Atacado de lepra, se retiró al leprosorio de Celiole, cerca de San Gimignano, donde vivió veinte años y mereció, por la paciencia demostrada en soportar tanto tiempo el mal, el sobrenombre de “Job de la Toscana”.


Nunca se acaba de admirar la maravillosa florescencia espiritual que brotó en el siglo XIII tras la palabra y el ejemplo de San Francisco, madurada en la Primera Orden de los Hermanos Menores, en la Segunda Orden de las Clarisas y sobre todo en la Terdcera Orden, querida por el Santo de Asís para los laicos y casados, gracias a la cual la enseñanza franciscana penetró y renovó la vida espiritual de la sociedad de la época, la vida civil y el tejido social.


A la Tercera Orden de San Francisco pertenecieron personajes encumbrados en la historia como San Luis IX rey de Francia, Santa Isabel de Hungría, San Fernando, rey de Castilla, figuras excelsas en el arte y en la cultura, como Giotto, pintor, y Dante, poeta.


¿Qué decir de tantos que vivieron en un plano modesto pero no menos tenaz a la sombra de estas grandes plantas? Terciarios como el Beato Luquesio y su mujer Buonadonna, comerciantes de Poggibonsi; San Ivo de Bretaña, abogado de los pobres; Santa Margarita de Cortona, pecadora y penitente; la Beata Humiliana dei Cerchi, asceta y sin mancha. ¿Qué decir de figuras todavía más modestas y hasta pintorescas, como el Beato Novelón, escrupuloso y devoto zapatero de Faenza; el Beato Pedro Pettinaio, silencioso mercader sienés de los peines, y finalmente el Beato Bartolo Buonpedoni de Mucchio, cerca de San Gemignano?.


Enviado como párroco a Puchena, durante veinte años maravilló y conmovió al pueblo por su celo excepcional, por la extraordinaria caridad para con los pobres. A los cincuenta años enfermó de lepra, se retiró a un leprosorio, donde se distinguió por su paciencia en la desgracia, o más bien se podría decir serenidad, felicidad y “perfecta alegría”, lograda en la dura tribulación.


Murió a los 73 años en 1300, sepultado en San Gemignano en la bella iglesia de San Agustín, Bartolo Buonpedoni de San Gemignano sembró en el mundo, no los gérmenes de su enfermedad, sino el gozo y la serenidad de su alma franciscana.


San Pió X aprobó su culto el 27 de abril de 1910.



Si se exceptúa al primero y más grande de todos los estilistas, San Simeón, el más famoso de ese grupo de santos es San Daniel.

Sus padres, que habían rogado a Dios que les concediese un hijo, le consagraron a El desde antes de su nacimiento. Daniel nació en Martha, cerca de Samosata.


A los doce años, ingresó en un monasterio de los alrededores y a los trece tomó el hábito. El abad del monasterio llevó a Daniel por compañero en un viaje a Antioquía. Al pasar por Telenissae, visitaron a San Simeón en su columna. Este ordenó a Daniel que se acercase, le dió su bendición y le predijo que sufriría mucho por Jesucristo. A la muerte del abad, ocurrida poco después, Daniel fue elegido para sucederle pero se negó a aceptar el cargo y fue nuevamente a visitar a San Simeón. Después de pasar dos semanas en el monasterio próximo a la columna de San Simeón, Daniel emprendió una peregrinación a Tierra Santa, pero, como la guerra le impidiesen proseguir, se dirigió a Constantinopla.Ahí pasó una semana en la iglesia de San Miguel extra muros, y después, se construyó una ermita en un templo abandonado de Filémpora, donde pasó nueve años, bajo la protección del patriarca San Anatolio.


Finalmente, Daniel se decidió a imitar el género de vida de San Simeón.


San Simeón había legado su túnica al emperador León I, pero como su discípulo Sergio, encargado de hacer llegar la prenda a su destinatario, no obtuvo audiencia del emperador, regaló la túnica a San Daniel. Este eligió un sitio sobre el Bósforo, a unos cuantos kilómetros de la ciudad, y se instaló en una ancha columna que un amigo le había mandado construir. Como el santo hubiese estado a punto de perecer de frío una noche, el emperador le construyó más tarde una columna más alta y mejor, en realidad eran dos columnas unidas con varillas, y en la plataforma superior rodeada por una balaustrada, había una especie de refugio.


Aunque en la región abundaban los vientos helados, San Daniel vivió en su columna hasta los ochenta y cuatro años. La ordenación sacerdotal de Daniel tuvo lugar ahí mismo. En efecto, San Genadio, patriarca de Constantinopla, leyó las oraciones desde abajo, en seguida subió a la columna, probablemente para imponerle las manos, aunque las crónicas dicen simplemente que subió para darle la comunión. San Daniel no quería recibir la ordenación y por ello no bajó de la columna en esa ocasión. El año 465, un incendio destruyó ocho de los barrios de Constantinopla. San Daniel había predicho la catástrofe y había aconsejado al patriarca y al emperador que se hiciesen oraciones públicas dos veces por semana, pero éstos no habían creído la profecía. Al cumplirse el vaticinio, todo el pueblo acudió a la columna de San Daniel, quien extendió los brazos hacia el cielo y oró por la multitud. El emperador León, que tenía gran veneración por el santo, iba a visitarle con frecuencia. Cuando el rey de los lazios de Cólquide llegó a renovar su alianza con los romanos, León I le llevó a visitar a San Daniel, a quien consideraba como una de las maravillas del imperio. Sin embargo, no todos respetaban al santo. En efecto, algunos hombres "que solían frecuentar a las prostitutas", enviaron a una mujer de mala vida llamada Basiana, para tentar a San Daniel. La tentativa fracasó, pero Basiana afirmó que había tenido éxito, hasta que, enredada en sus propios embustes, confesó públicamente la verdad y delató a los que la habían enviado. León I murió el año 474. Zenón que le sucedió en ese mismo año, tenía tanta confianza como él en la prudencia y virtud de San Daniel. Basilisco, hermano de la reina viuda Verina, usurpó el trono y se declaró protector de los herejes eutiquianos. Acacio, patriarca de Constantinopla, mandó informar a San Daniel sobre la actitud del usurpador. Por su parte, Basilisco se quejó ante el santo de que Acacio estaba tramando una rebelión contra él. San Daniel replicó que Dios iba a derribarle de su trono y pronunció tales invectivas contra el usurpador, que el mensajero no se atrevió a comunicárselas de palabra y rogó al santo que las escribiese y sellase la carta. El patriarca mandó pedir en dos ocasiones a San Daniel que acudiese en auxilio de la iglesia. Finalmente, el santo descendió de su columna "con dificultad, porque le dolían los pies", y fue acogido con gran gozo por el pueblo. Basilisco, asustado ante la actitud de la muchedumbre, se retiró a un palacio que tenía en el campo. San Daniel fue a verle allá. Como apenas podía caminar por falta de práctica, fue transportado en una silla de manos, escoltado por el pueblo.


Alguien comentó, para burlarse del santo, que parecía un cónsul. Los guardias de palacio impidieron la entrada a San Daniel, alegó que él era "simplemente un soldado", y prometió que dejaría de favorecer a los herejes. San Daniel le reprendió ásperamente por los desórdenes que había provocado y retornó a su columna. Ahí vivió todavía muchos años, observando los acontecimientos del mundo que se extendía a sus pies y ejerciendo gran influencia en la turbulencia histórica de Constantinopla. Zenón volvió de Isauria con su ejército veinte meses más tarde y Basilisco emprendió la fuga. Una de las primeras cosas que hizo el emperador fue visitar a San Daniel, quien había predicho su destierro y reencumbramiento.


A los ochenta y cuatro años, San Daniel comunicó su testamento a sus amigos y discípulos. Se trataba de un documento brevísimo, lleno de un amable espíritu de caridad y cariño, en el que el santo exponía sucintamente los deberes del hombre. Después de celebrar por última vez los sagrados misterios a media hora en su columna, San Daniel comprendió que Dios ya lo llamaba. Inmediatamente mandó traer al patriarca Eufemio. La muerte del santo ocurrió el año 493. Fue sepultado al pie de la columna en que había vivido treinta y tres años.




Hugolino Magalotti nació en Camerino, en las Marcas, de noble y antigua familia. Pronto quedó huérfano de madre y no mucho después también de padre.


Todavía joven se mostró inclinado a la piedad y a la lectura de los libros santos. Habiéndose integrado a la Orden Franciscana Seglar, distribuyó entre los pobres todas sus pertenencias y se retiró a la vida eremítica. Su vida fue probada por violentas tentaciones y apariciones monstruosas y su nombre se hizo famoso por los prodigios, de modo que muchas veces tuvo que cambiar de eremitorio para esconderse del continuo ir y venir de los curiosos.


De tanto en tanto solía ir al vecino monasterio de Riosacro para recibir los sacramentos. Su lecho habitual era una tabla desnuda, sobre la cual tomaba el descanso.


El primer eremitorio de Hugolino fue en las faldas del Monte Ragnolo, no lejos de las fuentes del río Tenna. Lo debió abandonar porque gente de toda condición, especialmente enfermos del alma y del cuerpo iban a él para escuchar su palabra inspirada, para encomendarse a sus oraciones, para pedir ayuda en sus necesidades. Los prodigios hicieron célebre y venerado su nombre desde los primeros años de su vida eremítica. Pedro de Brunfort, tullido desde su infancia, con mucho trabajo logró llegarse a sus pies, él lo bendijo y lo curó inmediatamente. Una pobre mujer, asaltada por dolores agudos y por convulsiones, estaba en peligro de muerte. Fue llevada a donde el ermitaño, quien oró y la paciente se vio libre de todo sufrimiento.


Hugolino decidió cambiar de vivienda para evitar también allí nuevas peregrinaciones. Pasó la cima del monte Ragnolo, bajó hacia la parte opuesta y se estableció en una localidad rodeada de rocas y de añosas hayas en las cercanías de Fiegni. En su nuevo retiro Hugolino intensificó la vida de penitencia y de íntima unión con Dios. También allí sufrió nuevos asaltos de parte del demonio, que una noche intentó sacarlo fuera de su eremitorio. Nuevas peregrinaciones de devotos acudían a él para obtener alivio en sus necesidades espirituales y materiales. Son célebres dos prodigios realizados por él en el nuevo eremitorio. Con la oración hizo brotar del monte una fuente de agua limpia que todavía hoy es utilizada por sus devotos.


Consumido por las abstinencias y por la penitencias, bajo el peso de los años, Hugolino sintió que estaba por llegar su última hora. Se preparó a la venida de la hermana muerte recibiendo devotamente los santos sacramentos. Amorosamente asistido por algunos devotos y un sacerdote del vecino monasterio de Riosacro, acostado sobre la desnuda tabla que por tantos años le había servido de lecho, entregó su alma a Dios. Era el 11 de diciembre de 1373. La constante veneración tributada a sus reliquias y los milagros que hicieron glorioso su sepulcro, movieron al papa Pío IX a aprobar su culto el 4 de diciembre de 1856.



Cesar Pedro Silvestrelli nace en un bello palacio gentilicio de Roma el 7 de noviembre de 1831. El padre Juan Tomás es un noble rico de Toscaza; la madre, Teresa Gozzani, pertenece a los marqueses de San Giorgio del Casale Monferrato (AL). Los Silvestrelli tenían una capilla familiar y un maestro eclesiástico para la asistencia en la formación escolar y cristiana de los hijos.

Cesar tiene un aspecto agradable, es inteligente, culto, emprendedor, sabe tratar con todos.


Frecuenta con éxito la escuela del Colegio Romano de los Jesuitas. Cuida mucho su preparación religiosa bajo la guía del maestro eclesiástico. Probablemente sigue con interés la vida política; el hermano Luis será diputado en el Parlamento.


Está dotado de muchas cualidades naturales que pondrá al servicio de Dios en la Congregación Pasionista.


Un alto imprevisto en el convento pasionista de San Eutizio (VT) después de una jornada de cacería lo pone en contacto con la vida pasionista. Poco después, a los 23 años, hace la experiencia de un mes en el convento pasionista de los Santos Juan y Pablo en Roma. Al partir regala un crucifijo de marfil a cada uno de sus familiares. Como respuesta a la sorpresa de estos él explica: “Nunca se puede saber qué pasará”. Pero él ya sabe que no regresará más a su casa: irá directamente al noviciado pasionista sobre el Monte Argentario. Pero después de un mes debe interrumpir el noviciado por motivos de salud. Con todo no abandona el convento e inicia los estudios de teología en preparación al sacerdocio. El 22 de diciembre de 1855 es ordenado sacerdote. Repuesto en su salud, renueva la petición de ser pasionista y es nuevamente acogido y enviado al noviciado de Morrovalle (MC). Aquí toma el hábito y el nombre de Bernardo María de Jesús. Pronto llegará también al noviciado de Morrovale Francisco Possenti, Gabriel de la Dolorosa y nacerá una bella y santa amistad. Al primer impacto Bernardo, que entiende las cosas del mundo exclama: “¿Lo logrará este lechuguino? ” refinamiento exagerado, quizás si, pero la elegancia no es un pecado. Pero enseguida deberá decir de él: “Este lechuguino pasará primero que los demás”. Ambos tienen la fortuna de tener la dirección espiritual del venenerable P. Norberto Cassinelli.


En abril de 1856 emite la profesión religiosa e inicia su larga militancia en la congregación pasionista. Dan frutos su cultura y santidad como profesor, director de estudiantes de teología y maestro de novicios. Por su capacidad de gobierno es elegido superior y consultor provincial y por 25 años llevará la carga de superior general. Por humildad trata de rechazar, de retirarse; a cada reelección se declara incapaz de gobernar la congregación; pero los co hermanos ven en él un perfecto superior, exigente y paternal, unido a las sanas tradiciones y abierto a nuevas instancias enseñando más con el ejemplo que con palabras y lo reeligen siempre en el primer escrutinio. En 1893, para evitar la reelección, no participa en el capítulo general; pero mientras se da a la fuga, se le aparece San Gabriel de la Dolorosa quien le ordena regresar al capítulo. El P. Bernardo no pudiendo huir a la voluntad de Dios, regresa y se entrega por completo con infatigable empeño.


Bajo su gobierno la congregación toma nuevo impulso y se expande ya sea en Italia como en el exterior. Al momento de su muerte el número de religiosos, de las casas y de las provincias se cuenta al doble. Abre nuevos conventos en Italia y en varias naciones de Europa y de América. Pone mucho cuidado en la formación intelectual y espiritual de los religiosos; funda el seminario menor y abre un estudiantado internacional en Roma para los jóvenes pasionistas.


Robándole tiempo al sueño, escribe libros maravillosos, verdaderas joyas de ascética y de historia de los primeros tiempos pasionistas para conservar en la posteridad el genuino espíritu del fundador y los mejores ejemplos y modelos de la vida pasionista. Desea que no se pierda tanta riqueza y santidad. Escribe para animar a los co hermanos, para formar conciencia religiosa y pasionista. Envía cartas pastorales, dialoga con todos, visita comunidades tanto dentro como fuera de Italia, estimula a cada uno a ser fiel al carisma pasionista. Y está su propio ejemplo. Irreprensible en todo tanto que lo llaman “La primera regla viviente” y es saludado como “segundo fundador”.


Es estimado de los Papas por su santidad y por sus dotes humanas. León XIII lo llama “hombre santísimo”; Pío X dice a los Pasionistas: “Ustedes tienen un santo como superior general”. Muchos, pero inútiles son los intentos por hacerlo cardenal. Los últimos años los pasa en continua oración y soledad. Frecuentemente cambia de convento para huir de continuas visitas que los distraen del recogimiento.


Muere el 9 de diciembre de 1911 en Moricone (Rm), como fue previsto por él mismo, por una caída mientras subía una escalera corta pero empinada. Juan Pablo II lo declara beato el 16 de octubre de 1988. Un día Bernardo, pensando en San Gabriel había dicho: “Aquel muchacho me la hizo, pero yo lo alcanzaré”. Y lo alcanzó en todos los sentidos.



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