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Martirologio Romano: En Antioquía, de Siria, santa Pelagia, virgen, a la que san Juan Crisóstomo dedica grandes alabanzas (c. 302).

La antigüedad cristiana se alimentó con el encanto de esta historia, que de algún modo lleva al corazón cristiano la añoranza de la inocencia perdida y animan a la vuelta. Es un consuelo encontrar en la tierra los rastros de quienes, habiendo sido presa del desarreglo, de la mala vida que por algún tiempo juzgaron como buena, del desorden y la lejanía de Dios, pues, mira... resulta que han sido gente que se salva. Sí, son una gran luz en la oscuridad que alienta la esperanza de los que somos más, de los pecadores. Estas actitudes están personificadas en Pelagia.


Pelagia, era una muy celebrada y conocida comediante en Antioquía. Corría entonces el siglo V.


Siendo muy joven, había estado con los catecúmenos, olvidándolo después.


Se la presenta como una de las más insignes pecadoras del mundo, allá por la segunda mitad del siglo V. En Antioquía -este era el escenario de sus danzas sensuales y altaneras- se la llamaba "Margarita" que es la traducción de "gema", quizá porque, en ocasiones, lo único que cubría las carnes de la extrahermosa eran collares de perlas.


Tuvo, en el marco de la Providencia, la suerte de toparse, en el año 453, con Nono, anacoreta de Tabenas, sacado de allí para hacerlo obispo de Edesa y trasladado a Heliópolis de Siria, que por el momento participaba en un concilio provincial convocado por Máximo.


Se cuenta que un domingo, Pelagia, por curiosidad volvió a entrar a un templo, y al oír al obispo predicar sobre el infinito tesoro de la misericordia de Dios, su corazón se conmovió. Quiso rezar pero no pudo, porque ya no recordaba cómo hacerlo. Abandonó el templo con el deseo de dejar esa vida desordenada que llevaba. Se decidió a escribir al obispo. Le decía en su carta: "Al santo discípulo de Jesús: He oído decir que tu Dios bajó del cielo a la tierra para salvación de los hombres. Él no desdeñó hablar con la mujer pecadora. Si eres su discípulo, escúchame. No me niegues el bien y el consuelo de oír tu palabra para poder hallar gracia, por tu medio, con Jesucristo, nuestro Salvador."


El obispo, creyó en la sinceridad de Pelagia. Así fue bautizada y confirmada, recibiendo la Eucaristía.

Desde ese momento, cambió su vida. Repartió entre los pobres sus joyas y bienes, liberó a sus esclavos y vistiendo una humilde túnica, dejó Antioquía.


Cerca de Jerusalén, halló una gruta, donde se decidió a morar, haciendo una vida austera, penitencia y oración. Por prudencia, ocultó su condición de mujer, y quien le preguntaba el nombre respondía que era "Pelagio". En ese tiempo, se desarrollaba el concilio de Antioquía y un diácono del obispo queriendo ir a Jerusalén, le pidió permiso al obispo para ir allí, diciendo que quería conseguir noticias sobre un ermitaño llamado Pelagio.


Llegó a encontrar a Pelagio en su cueva, quien lo recibió y volvió luego a encerrarse a rezar. Se cuenta que cuando volvió el diácono, Pelagio, ya no respondió. Cuando entraron en la cueva, encontraron muerto al ermitaño. Al disponerse a ungirlo con mirra -como entonces se usaba-, hallaron que era una mujer.


Vinieron entonces de los monasterios mujeres que estaban en Jericó y en el Jordán y marchando con cirios y luminarias y cantado himnos, dieron sepultura al cuerpo de Pelagia. Era un 8 de octubre del año 468.


Las singulares características de esta santa nos proporcionan la oportunidad de recordar que el riguroso apartamiento de los ermitaños no es una rareza, sino el fruto de un decidido y exclusivo anhelo de buscar a Cristo.


Figuras como las de Pelagia, recordaban proféticamente a la Iglesia de su tiempo el verdadero orden de los valores, oscurecido frecuentemente por los crecientes compromisos temporales.



Etimológicamente significa “feliz”. Viene de la lengua latina.

En el Diario de Dostoivski encontramos la bella palabra hebrea “Hosanna”. Expresa una alabanza a Dios, un agradecimiento. Todo creyente, empezando por los santos son personas agradecidas.


Félix fue obispo en el siglo IV. Esta preciosa ciudad ha contado a lo largo de su historia con varios obispos santos: Abundio, Ermágora y Amancio.


Pero entre todos ellos, Félix sobresalió porque llegó a muy anciano y porque fue el primer obispo de este sitio encantador.


Cada año se le recuerda el 18 de octubre. El Martirologio romano coloca su fiesta tal día como hoy.


Le tocó vivir en la mitad del siglo IV. La fecha de su muerte acaeció en el año 390.


Cuando fue elegido obispo de cómo, los paganos acampaban a sus anchas. Eran mayoría absoluta.


Desde que él entró a hacerse cargo de esta pequeña diócesis, todo fue cambiando lentamente pero con firmeza.


La comunidad cristiana constituyó para muchos paganos una forma excelente de vivir la fe en el Dios que proclamaban y al que oraban varias al día.


Las ceremonias religiosas, sus cantos, su participación en la Eucaristía dejaba atónitos a los paganos.


Su nombramiento como obispo provenía del gran san Ambrosio de Milán.


Dice este santo milanés que Félix trabajaba tanto que ni siquiera tuvo tiempo para escribirle una carta. Toda su vida fue una pura alabanza a Dios.


¡Felicidades a quien lleve este nombre!


Comentarios al P. Felipe Santos: fsantossdb@hotmail.com



Martirologio Romano: En Génova, de la provincia de Liguria, san Hugo, religioso, que, después de haber luchado largo tiempo en Tierra Santa, fue designado para regir la Encomienda de la Orden de San Juan de Jerusalén en esta ciudad, y se distinguió por su bondad y su caridad hacia los pobres (c. 1233).

Etimología: Hugo = aquel de inteligencia clara, viene del germano


Nacido alrededor de 1186 en Alessandria (Italia), se convirtió en un caballero de la Orden de San Juan de Jerusalén. Después de largas campañas en Tierra Santa, fue elegido Maestro de la Encomienda de San Juan en Génova (Italia) y trabajó en la enfermería más cercana. Fue famoso por poderes milagrosos sobre los elementos naturales. Se cree que murió en 1233.


Fue el Comandante en Génova y su hospital alcanzó mucha fama durante su administración. Eso no le impidió ser un religioso ejemplar, logrando "el ejercicio de la religión hacia Dios y sus vecinos". Es bien sabido cuánto sacrificio y devoción puede contener esta frase.


De acuerdo a un retrato escrito en sus tiemmpos sabemos que San Hugo era delgado, con un rostro ascético, y pequeño en estatura.


Él era bastante gentil y amable con todos. Su mortificación no resultaba una malestia para los demás. Dormía en un tablero, en un rincón del sótano del Hospital; sirvió a los pobres con amor y tacto, dándoles comida, dinero, consuelo espiritual y amor fraternal. Él lavaba los pies a los pascientes, cuidaba de ellos, y cuando ellos morían, él los enterraba. La cruz de ocho puntas, (símbolo de su orden), no sólo estaba en su capa, él la llevaba en su corazón. Tan grande era su celo que él se ciñó con un cinturón metálico que usaba dentro de sus vestiduras, hacía ayunos continuamente durante todo el año y durante la Cuaresma no comía nada cocinado.


Todos los días recitaba el oficio y oía Misa con tal fervor que muchas veces cayó en éxtasis y se elevaba del suelo a la vista de todos. Su oración era, evidentemente, continua, y Dios le recompensó por ello con un don de poder realizar milagros.


Estos milagros fueron presenciados por el arzobispo de Génova, Otto Fusco, así como por cuatro venerable canónigos que frecuentaban la casa del santo y atestiguaron sobre lo que vieron.


Se cuenta, por ejemplo, que en uno de esos días sofocantes en Italia, de aquellos en que se siente que el calor lo aplasta, algunas mujeres se encontraban en la sala común de la enfermería lavando la ropa de los enfermos; el suministro de agua falló y no llegaba líquido a la fuente del monasterio, la única solución era recorrer una gran distancia para acarrear el agua necesaria. Ellas comenzaron a quejarse a viva voz, por lo que San Hugo pudo oírlas y acudió para ver que era lo que pasaba. Cuando llegó le pidieron que les diera agua, y ante su negativa ellas rompieron en llanto exclamando: "¿Acaso usted no es capaz de conseguir cualquier cosa de Dios?", "debemos orar" fue su respuesta, "¡todo debemos hacerlo nosotras!", "no soy el Señor, Él dijo que la fe obra milagros, ¿tienen fe ustedes?", ellas lloraban diciendo que estaban agotadas por el trabajo y el calor. Él no estaba muy convencido pero en un gesto de caridad, oró al Creador, y luego hizo la señal de la cruz y las aguas brotaron de las rocas de la fuente ante las exclamaciones de sorpresa de las empleadas.


Por su fe, capaz de mover montañas, su vigilante e incansable caridad, así como por sus otras virtudes diarias, especialmente su gentileza y cortesía, es para nosotros un ejemplo vigorizante, y tal vez imitándolo podamos compartir la gloria eterna.



Santa Reparada, virgen y mártir

Conmemoración de santa Reparada, que es venerada en muchos lugares como virgen y mártir (c. s. IV).


San Félix, obispo


En Como, en la provincia de Liguria, san Félix, obispo, que, ordenado por san Ambrosio de Milán, fue el primer obispo de esta sede de Como (s. IV).


San Evodio, obispo


En Rouen, en la Galia Lugdunense, san Evodio, obispo (s. V).


Santa Ragenfreda, abadesa


En el monasterio de Denain, en el Hainaut, santa Ragenfreda, abadesa, que con sus bienes fundó ese cenobio y lo presidió dignamente (s. VIII).


Beatos Juan Adams, Roberto Dibdale y Juan Lowe, presbíteros y mártires


En Londres, en Inglaterra, beatos Juan Adams, Roberto Dibdale y Juan Lowe, presbíteros y mártires, que en tiempo de la reina Isabel I, por haber servido al pueblo fiel cada uno en su lugar, fueron condenados a muerte y martirizados atrozmente en Tyburn, alcanzando así el reino de los cielos (1586).


Santa Reparada


Conmemoración de santa Reparada, que es venerada en muchos lugares como virgen y mártir (c. s. IV).



Etimología: Taide = habitante de Tebas. Viene de la lengua egipcia.

En ocasiones se piensa que llegar a ser santo presupone una existencia de oración, enclaustramiento o martirio; si bien en muchos casos así ha sido, en otros no: ya que acérrimos pecadores recalcitrantes han logrado la santidad, y así lo demuestra la vida de Thais. Era egipcia.


Se desconocen la fecha y el lugar de su nacimiento, y los detalles de su familia e infancia. Su biografía se remonta a su juventud, cuando, por su belleza se dedicó al oficio de la prostitución y vivió con riquezas y lujos; sin embargo, se dice que no era feliz.


El hecho que cambió su vida pecadora fue conocer a un eremita dedicado a la oración y la penitencia, en la soledad del desierto de la Tebaida, y este eremita, con el tiempo, sería conocido como San Pafnucio (11 de septiembre); aconsejándola, logró el sincero arrepentimiento de Thais, quien abandonó su conducta disipada.


El venerable varón le dijo que como penitencia, para que demostrara que estaba sinceramente arrepentida, permanecería el resto de sus días en la celda de un monasterio femenino, en continua oración y penitencia extrema.


Tiempo después, por su piedad, Thais profesó en la vida religiosa, en la cual fue ejemplo de santidad y fidelidad al Creador hasta su muerte en aquel lugar.


Su culto se pierde en la memoria de los tiempos. Iconografía: con burda túnica, en actitud orante; a su lado una calavera, alusiva a la penitencia.


Intercesora de pecadores arrepentidos que llevaron una vida desordenada.



San Marcelo, mártir

En Capua, de la Campania, san Marcelo, mártir (s. III/IV).


SAN AUGUSTO DE BOURGESSan Augusto, abad


En Bourges, ciudad de Aquitania, san Augusto, presbítero y abad, al cual una enfermedad le tenía manos y pies anquilosados, de manera que se aguantaba sobre las rodillas y codos, y fue milagrosamente curado por intercesión de san Martín. Reunió a muchos monjes y se dedicó a la plegaria continua (c. 560).


San Paladio, obispo


En la ciudad de Saintes, también en Aquitania, san Paladio, obispo, que erigió una basílica sobre el sepulcro de san Eutropio y fomentó el culto de los santos en su ciudad episcopal (c. 596).


Beato Martín el Cid, abad


En el monasterio de Bellafuente (después Valparaíso), en el reino de León, beato Martín, apellidado Cid, que fundó este cenobio y lo agregó a la Orden Cisterciense (1152).


Beato Juan Hunot, presbítero y mártir


En el brazo de mar frente a Rochefort, en Francia, beato Juan Hunot, presbítero y mártir, que, por su condición de sacerdote, durante la persecución contra la Iglesia fue encarcelado en una vieja nave, demostrando durante la cautividad su fidelidad hacia Dios (1794).


Beato José LlosáBeato José Llosá Balaguer, religioso y mártir


En la localidad de Benaguacil, en la región española de Valencia, beato José Llosá Balaguer, religioso de los Terciarios Capuchinos de la Virgen de los Dolores y mártir, que en la persecución contra la fe sufrió el martirio (1936).



Martirologio Romano: San Bruno, presbítero, que, oriundo de Colonia, en Lotaringia, enseñó ciencias eclesiásticas en la Galia, pero deseando llevar vida solitaria, con algunos discípulos se instaló en el apartado valle de Cartuja, en los Alpes, dando origen a una Orden que conjuga la soledad de los eremitas con la vida común de los cenobitas. Llamado por el papa Urbano II a Roma, para que le ayudase en las necesidades de la Iglesia, pasó los últimos años de su vida como eremita en el cenobio de La Torre, en Calabria (1101).

Fecha de canonización: Su culto fue aprobado por el Papa León X y luego confirmado por el Papa Gregorio XV en el año 1623.



Bruno significa: "fuerte como una coraza o armadura metálica" (Brunne, en alemán es coraza).

Este santo se hizo famoso por haber fundado la comunidad religiosa más austera y penitente, los monjes cartujos, que viven en perpetuo silencio y jamás comen carne ni toman bebidas alcohólicas.


Nació en Colonia, Alemania, en el año 1030. Desde joven demostró poseer grandes cualidades intelectuales, y especialísimas aptitudes para dirigir espiritualmente a los demás. Ya a los 27 años era director espiritual de muchísimas personas importantes. Uno de sus dirigidos fue el futuro Papa Urbano II.


Ordenado sacerdote fue profesor de teología durante 18 años en Reims, y Canciller del Sr. Arzobispo, pero al morir éste, un hombre indigno, llamado Manasés, se hizo elegir arzobispo de esa ciudad, y ante sus comportamientos tan inmorales, Bruno lo acusó ante una reunión de obispos, y el Sumo Pontífice destituyó a Manasés. Le ofrecieron el cargo de Arzobispo a nuestro santo, pero él no lo quiso aceptar, porque se creía indigno de tan alto cargo. El destituido en venganza, le hizo quitar a Bruno todos sus bienes y quemar varias de sus posesiones.


Dicen que por aquel tiempo oyó Bruno una narración que le impresionó muchísimo. Le contaron que un hombre que tenía fama de ser buena persona (pero que en la vida privada no era nada santo) cuando le estaban celebrando su funeral, habló tres veces. La primera dijo: "He sido juzgado". La segunda: "He sido hallado culpable". La tercera: "He sido condenado". Y decían que las gentes se habían asustado muchísimo y habían huido de él y que el cadáver había sido arrojado al fondo de un río caudaloso. Estas narraciones y otros pensamientos muy profundos que bullían en su mente, llevaron a Bruno a alejarse de la vida mundana y dedicarse totalmente a la vida de oración y penitencia, en un sitio bien alejado de todos.


Teniendo todavía abundantes riquezas y gozando de la amistad de altos personajes y de una gran estimación entre la gente, y pudiendo, si aceptaba, ser nombrado Arzobispo de Reims, Bruno renunció a todo esto y se fue de monje al monasterio de San Roberto en Molesmes. Pero luego sintió que aunque allí se observaban reglamentos muy estrictos, sin embargo lo que él deseaba era un silencio total y un apartamiento completo del mundo. Por eso dispuso irse a un sitio mucho más alejado. Iba a hacer una nueva fundación.


San Hugo, obispo de Grenoble, vio en un sueño que siete estrellas lo conducían a él hacia un bosque apartado y que allá construían un faro que irradiaba luz hacia todas partes. Al día siguiente llegaron Bruno y seis compañeros a pedirle que les señalara un sitio muy apartado para ellos dedicarse a la oración y a la penitencia. San Hugo reconoció en ellos los que había visto en sueños y los llevó hacia el monte que le había sido indicado en la visión. Aquel sitio se llamaba Cartuja, y los nuevos religiosos recibieron el nombre de Cartujos.


San Bruno redactó para sus monjes un reglamento que es quizás el más severo que ha existido para una comunidad. Silencio perpetuo. Levantarse a media noche a rezar por más de una hora. A las 5:30 de la mañana ir otra vez a rezar a la capilla por otra hora, todo en coro. Lo mismo a mediodía y al atardecer.


Nunca comer carne ni tomar licores. Recibir visitas solamente una vez por año. Dedicarse por varias horas al día al estudio o a labores manuales especialmente a copiar libros. Vivir totalmente incomunicados con el mundo... Es un reglamento propio para hombres que quieren hacer gran penitencia por los pecadores y llegar a un alto grado de santidad.


San Hugo llegó a admirar tanto la sabiduría y la santidad de San Bruno, que lo eligió como su director espiritual, y cada vez que podía se iba al convento de la Cartuja a pasar unos días en silencio y oración y pedirle consejos al santo fundador. Lo mismo el Conde Rogerio, quien desde el día en que se encontró con Bruno la primera vez, sintió hacia él una veneración tan grande, que no dejaba de consultarlo cuando tenía problemas muy graves que resolver. Y aun se cuenta que una vez a Rogerio le tenían preparada una trampa para matarlo, y en sueños se le apareció San Bruno a decirle que tuviera mucho cuidado, y así logró librarse de aquel peligro.


Por aquel tiempo había sido nombrado Papa Urbano II, el cual de joven había sido discípulo de Bruno, y al recordar su santidad y su gran sabiduría y su don de consejo, lo mandó ir hacia Roma a que le sirviera de consejero. Esta obediencia fue muy dolorosa para él, pues tenía que dejar su vida retirada y tranquila de La Cartuja para irse a vivir en medio del mundo y sus afanes. Pero obedeció inmediatamente. Es difícil calcular la tristeza tan grande que sus monjes sintieron al verle partir para lejanas tierras. Varios de ellos no fueron capaces de soportar su ausencia y se fueron a acompañarlo a Roma. Y entonces el Conde Rogerio le obsequió una finca en Italia y allá fundó el santo un nuevo convento, con los mismos reglamentos de La Cartuja.


Los últimos años del santo los pasó entre misiones que le confiaba el Sumo Pontífice, y largas temporadas en el convento dedicado a la contemplación y a la penitencia. Su fama de santo era ya muy grande.


Murió el 6 e octubre del año 1101 dejando en la tierra como recuerdo una fundación religiosa que ha sido famosa en todo el mundo por su santidad y su austeridad. Que Dios nos conceda como a él, el ser capaces de apartarnos de lo que es mundano y materialista, y dedicarnos a lo que es espiritual y lleva a la santidad.



San Román, obispo

En Auxerre, de Neustria, san Román, obispo (c. 564).


San Ywio, monje


En Bretaña Menor, san Ywio, diácono y monje, discípulo de san Cutberto, obispo de Lindisfarne, que pasó de Inglaterra a esta región, donde vivió entregado a las vigilias y ayunos (c. 704).


San Juan Xenos, monje


En Azogyrea, en la isla de Creta, san Juan, apellidado Xenos, que propagó en la isla la vida monástica (s. XI).


San Pardulfo, abad


En Guéret, en la región de Limoges, en Aquitania, san Pardulfo, abad, del cual, ilustre por su santidad de vida, se cuenta que hizo huir de su iglesia a los sarracenos que retrocedían ante Carlos Martel (737).


SAN ABALDERÓN DE WÜRZBURGSan Adalberón, monje y obispo


En el monasterio de Lambach, en Baviera, muerte de san Adalberón, obispo de Würzburg, que, por defender la Sede Apostólica, tuvo que sufrir mucho por parte de los cismáticos y, expulsado varias veces de su sede, pasó en paz sus últimos años en dicho monasterio de Lambach, que él mismo había fundado (1090).


Beato Francisco Hunot, presbítero y mártir


Frente a Rochefort, en el litoral de Francia, beato Francisco Hunot, presbítero y mártir, que, por su condición de sacerdote, durante la persecución contra la Iglesia fue encarcelado en una vieja nave anclada, muriendo víctima de las fiebres (1794).


San Francisco Tran Van Trung, mártir


En la ciudad de An-Hoa, en Annam, san Francisco Tran Van Trung, mártir, que, siendo soldado, resistió enérgicamente las propuestas de apostatar de la fe cristiana, por lo cual el emperador Tu Duc le hizo degollar (1858).


San Ságar, obispo y mártir


En Laodicea, de Frigia, san Ságar, obispo y mártir, que padeció en tiempo de Servilio Paulo, procónsul de Asia, (c. 170).


SAN RENATOSan Renato, obispo


En la ciudad de Sorrento, en la Campania, san Renato, obispo (c. s. V).



Martirologio Romano: En Agen, ciudad de Aquitania, santa Fe, mártir (s. IV).

Etimología: Fe = fiel. Viene de la lengua latina.


Fecha de canonización: Información no disponible, la antigüedad de los documentos y de las técnicas usadas para archivarlos, la acción del clima, y en muchas ocasiones del mismo ser humano, han impedido que tengamos esta concreta información el día de hoy. Si sabemos que fue canonizado antes de la creación de la Congregación para la causa de los Santos, y que su culto fue aprobado por el Obispo de Roma, el Papa.



La versión francesa de su nombre es Foy, con el que es conocida por muchos

Cuando esta doncella compareció ante los procuradores Daciano y Ageno por ser cristiana, hizo primero la señal de la cruz y pidió ayuda celestial, después se volvió hacia Daciano, quien le preguntó: "¿Cómo te llamas?" Ella respondió: "Me llamo Fe y espero estar a la altura de mi nombre". Daciano le preguntó: "¿Cual es tu religión? Fe replicó: "Desde niña he servido a cristo y a Él me he consagrado". Daciano, que se sentía inclinado al perdón, le dijo: "Hija mía, piensa en tu juventud y tu belleza. Renuncia a tu religión y ofrece sacrificios a Diana. Es una diosa de tu sexo y te concederá toda clase de bienes". Pero la santa respondió: "Todos los dioses de los gentiles son malos. ¿Cómo, pues, me pides que les ofrezca sacrificios?" Daciano exclamó: "Si no ofreces sacrificios, morirás en el tormento". La joven replicó: "Estoy pronta a sufrir todos los tormentos por Cristo. Ardo en deseos de morir por Él". Daciano ordenó a los verdugos que trajesen una parrilla y tendiesen a Fe sobre ella. Los verdugos vertieron aceite en el fuego para avivar las llamas y hacer más violenta la tortura. Algunos espectadores, horrorizados gritaron: "¿Cómo te atreves a atormentar a una doncella cuyo único crimen es adorar a Dios?" Daciano mandó arrestar al punto a algunos de los que habían lanzado ese grito. Como éstos se negaron a ofrecer sacrificios, fueron decapitados junto con Santa Fe.


La leyenda que acabamos de reproducir no es fidedigna, ya que se confunde en algunos puntos con la de San Caprasio (20 de octubre). Pero el culto de Santa Fe era muy popular en la Edad Media en Europa. La capilla del costado oriental de la cripta de la Catedral de San Pablo, en Londres, lleva todavía el nombre de la santa. Antes del Gran Incendio, existía en Faringdon Ward Withinuna parroquia consagrada a Santa Fe, que fue derribada en 1240 para ensanchar el coro de la catedral.


En Conques, existe una estatua relicario de Santa Fe con una historia muy particular:


Resulta que un monje fue un día a robar sus reliquias en la iglesia de santa Fe de Agen.


La razón que aducía acerca de su robo era que en su abadía no había reliquias para que los peregrinos se detuvieran a verlas y, de camino, ganar algún dinero con las visitas.


Por lo visto era una costumbre extendida en la Edad Media. No era por el hecho de robar sino para incrementar la santidad de los fieles.


Desde que se realizó el traslado de las reliquias, la abadía tuvo una época de prosperidad muy grande.


Además, como se encontraba en la ruta del Camino de Santiago de Compostela, los peregrinos se paraban para rezar ante la bella estatua de roca que contenía el cráneo de la santa mártir.


Su fama se extendió por Francia, España y Portugal. Y su fama llegó hasta la misma América cuando los conquistadores descubrieron el Nuevo Mundo.


Hay muchas ciudades que llevan su nombre en varias naciones americanas.


¡Felicidades a quien lleve este nombre!


Comentarios al P. Felipe Santos: fsantossdb@hotmail.com



Martirologio Romano: En Courtrai, en Bélgica, beato Isidoro de San José de Loor, religioso de la Congregación de la Pasión, que cumplió con fidelidad las funciones que se le encomendaron y, habiendo enfermado, fue ejemplo para sus hermanos al soportar terribles dolores (1916).

Fecha de beatificación: 30 de septiembre de 1984, por S.S. Juan Pablo II.





Los santos pueden parecer todos iguales, pero al final vemos que no existe uno igual a otro. También Isidoro ofrece su vida al Señor en sacrificio y escribe a los suyos: "Los he dejado para vivir solo para el Señor y trabajar mucho por la salvación de mi alma, de la de ustedes y de las de muchos otros".

Se le puede definir como el campesino santo. Nace en Vrasene (Bélgica) el 8 de abril de 1881 de una familia de campesinos. Es doblemente afortunado, primero porque sus padres se distinguen por la piedad, la rectitud moral y una conducta irreprensible. En segundo lugar porque "La agricultura ha sido creada por el Altísimo" (Sir. 7,15) y el trabajo de los campos es agradable a Dios. También en el convento se dedicará con pasión al trabajo del campo y escribirá: "Trabajar y plantar en el huerto me hace maravillosamente bien".


Es un joven robusto, activo y sociable; ayuda a la familia trabajando en el campo y el invierno con el tico como obrero de la empresa de pavimentación de las calles; canta en el coro de la parroquia y también es catequista. Participa asiduamente en la vida de la parroquia, se inscribe a la "Pía unión por el Vía Crucis semanal" y ama meditar la pasión de Jesús. Mientras va madurando la idea de ser religioso. Un sacerdote redentorista lo encamina hacia los pasionistas por su amor a Jesús Crucificado. En abril de 1907, a los 26 años de edad entra en el noviciado pasionista de Ere como religioso hermano.


Sufre mucho por la separación de su familia y padece un malestar, él que habla flamenco, debe hablar en francés, la lengua oficial en el convento. El 8 de septiembre de 1907 toma el hábito pasionista y un año después emite la profesión religiosa.


Está feliz por su vocación. Escribe a sus padres: "Aquí todos somos iguales, del superior al más pequeño; todos en una misma mesa, en una misma oración, en un mismo reposo, en una misma recreación. Todos juntos trabajamos, según la condición de cada uno. Nos damos un servicio recíproco"


Su vida no cambia mucho; habituado desde su familia a ser un apóstol continúa a serlo también en el convento. "Cumpliendo todo por la gloria de Dios, escribe, "colaboro en la conversión de los pecadores y a difundir la devoción a la Pasión de Jesús y a los dolores de María. Mientras los sacerdotes van a predicar, nosotros los hermanos trabajamos para la comunidad; también el trabajo más insignificante se convierte en mérito para Dios y nuestra salvación. No anhelo, ni deseo otra cosa que sacrificarme enteramente por la salvación de las almas".


Humildad y paciencia son sus virtudes. "El trabajo, dice bromeando, me hace bien. Así cuando viene el diablo y me encuentra ocupado, se convence que no tiene nada que esperar de mi... y no le queda más que irse".


Su vida es una continua búsqueda de la voluntad de Dios; sobre ella extiende su jornada y en ella encuentra paz y serenidad, en una continua acción de gracias. En la víspera de sus votos escribe: "Estoy por hacer mi profesión, únicamente para hacer la voluntad de Dios". Lo llaman "el hermano bueno, el hermano de la voluntad de Dios, la encarnación de la regla pasionista".


Vive una rígida pobreza y escribe: "No poseo muchas cosas; solo tengo un crucifijo, una navaja de afeitar, un sacapuntas, un lápiz, pero no se como hacerles comprender la grande alegría que me llena viéndome libre de todo, para que mi corazón no ame sino a Jesús".


No falta el sufrimiento físico. En Junio de 1911, por un cáncer, le es extirpado el ojo derecho. Soporta todo con grande fuerza, tanto que el médico que lo opera exclama: "Este hombre deber ser un santo". Él escribe: "Me he confesado y en la comunión he ofrecido a Dios mi ojo por la expiación de mis pecados, por el bien espiritual y material de ustedes y por otras muchas otras intenciones. Me he abandonado cómodamente a la voluntad de Dios, sin entristecerme".


El mal continúa su curso. Padece cáncer en el intestino y el médico advierte al superior las consecuencias fatales de la enfermedad. El superior hace conciente a Isidoro, el cual acoge la noticia con la habitual serenidad. Padece dolorosas operaciones. Exclama: "Debemos aceptar nuestros sufrimientos en unión con Jesús, que es para nosotros el modelo de abandono a la voluntad del Padre". Los familiares no podrán estar siempre con él para asistirlo, porque lo impiden los alemanes que han ocupado Bélgica. Estamos en plena 1ª guerra mundial. Muere en octubre de 1916, de 35 años.


El humilde y silencioso hermano pasionista se convertirá en una de las figuras más amadas y populares de Bélgica. Juan Pablo II lo ha declarado beato el 30 de septiembre de 1984.











Froilán de León, Santo
Froilán de León, Santo

Eremita


Martirologio Romano: En León, ciudad de Hispania, conmemoración de san Froilán, obispo, que primero fue eremita y después, ordenado obispo, evangelizó las regiones liberadas del yugo de los musulmanes, propagando la vida monástica y distinguiéndose por su beneficencia hacia los pobres (905).

Etimología: Froilán = el señor de las tierras, viene del germánico



San Froilán fue uno de los hombres que forjaron la España medieval en las difíciles horas del siglo IX. Dos grandes tareas se imponían a los hombres de aquella época para librarse del angustioso aniquilamiento que les amenazaba: la reconquista del suelo patrio de manos de los árabes y la inmensa obra de colonización que a la Reconquista seguía. Era preciso entonces hacerlo todo. Al recobrarse la yerma y asolada geografía hispánica había que imprimir sobre ella, como sobre tabla rasa, el espíritu, el carácter, la cultura y la pasión de la España cristiana, que re nacía con sello nuevo tras los Montes Cántabros. La acción fe cunda de Froilán, su vida y su espíritu, lleno de afanes de supe ración, quedaron tejidos en la trama de la historia de aquella España.

¿Quién era San Froilán y cuál fue la trayectoria de su vida? Por fortuna, se conserva una corta biografía del ortodoxo varón Froilán, obispo legionense, copiada en elegante minúscula visigótica por el diácono Juan, contemporáneo suyo. Esa copia es del año 920, quince años después de la muerte del santo obispo (905). Ignoramos quién fue su autor. A pesar de su estilo lacónico y de sus adherencias legendarias, podemos reconstruir los rasgos fundamentales de su vida y carácter.


Nace el año 833 en los arrabales de Lugo. Allí recibe durante sus primeros años la enseñanza que los concilios exigían a los candidatos para el sacerdocio. Al llegar a los dieciocho años su vida interior entró en crisis. Dudó entre la vida retirada del desierto o la actividad apostólica. El futuro fundador de cenobios y gran predicador de muchedumbres opta por la soledad de los montes. Los espíritus superiores toman personalmente la iniciativa de su vida y Froilán quiso consagrarla totalmente a la familiaridad íntima con Dios. Buscaba a Dios en aquellos montes y lo encontraba en todas las criaturas, que le hablaban de una belleza arcana y superior. El podía cantar dulcemente aquellos versos de Berceo :


Yaciendo a la sombra perdí todos cuidados;

odí sones de aves dulces e modulados.

Nunca udieron omnes órganos más temprados,

nin que formar pudiesen sones más acordados.


Mientras él gozaba de los encantos de la soledad, estallaba en la España musulmana una violenta persecución contra los cristianos. El año 850 comenzó a florecer de nuevo con el rito solemne de la sangre el martirologio cordobés. Rosas purpúreas de esta larga primavera martirial fueron, entre otros, el sacerdote Perfecto, degollado el día de la Pascua mora; el erudito monje Isaac, decapitado y colgado de un palo; el joven Sancho, crucificado; las dos vírgenes Columba y Pomposa, y el más famoso de todos, el bienaventurado Eulogio, aquel hacedor anhelante de mártires, cuya cabeza cortó el alfanje de un solo golpe, a las tres de la tarde del sábado 11 de marzo del año 859.


Tal vez la voz poderosa de esta sangre inocente retumbó entre los montes donde Froilán se escondía y le empujó a organizar una cruzada. Tal vez en el diálogo familiar con Dios sintió la invitación a la vida activa. Nos cuenta su biógrafo, con la ingenuidad de nuestros cantares de gesta y, sin duda, imitando los inicios de la predicación de Isaías, que al joven eremita le acuciaba la duda de si debía permanecer por más tiempo en aquellas soledades. Para liberarse de ella se sometió a la prueba del fuego. Si Dios suspendía las leyes, era señal evidente de su voluntad divina. Froilán introdujo unas brasas encendidas en su boca. El fuego no le causó la más mínima quemadura. Dios había hablado. De los montes se lanzó a los poblados a propagar entre los hombres otro fuego que le ardía dentro. Su vida nos dice escuetamente que recorría las ciudades predicando sin cesar la palabra divina con gran aplauso de todos.


En sus triunfos pastorales sentía irresistiblemente el atractivo de la soledad para reponer sus energías. Acompañado del sacerdote Atilano torna a su retiro. Ambos se escondieron en los montes de Curueño (León). Pero los pueblos en masa le seguían a su celda solitaria. Con las muchedumbres iban magnates y obispos que anhelaban oír su palabra. Entre sus oyentes se despertaron numerosos seguidores cautivados por sus ejemplos. Ante los ruegos insistentes se ve forzado a bajar a la ciudad de Veseo. Allí erige su primer monasterio, que llenará pronto con 300 monjes. Es el comienzo de una nueva etapa: fundador de cenobios. Su fama salta los montes de León y llega a oídos de Alfonso III en Oviedo. El rey le envía mensajeros ordenándole venir a su corte. Honda impresión causó en Alfonso la presencia de aquel monje. Se fija en él para la gigantesca obra de repoblación que había comenzado su padre, Ordoño I. Las fronteras del reino astur-leonés llegaban por el sur hasta la línea del Duero. De Castilla se podía decir lo del poeta: «Harto era Castilla menguado rincón cuando Amaya era corte, Hitero el moyón". Zamora, Toro y Simancas eran fortalezas que espiaban posibles asaltos árabes al reino cristiano. Las zonas fronterizas a ambos lados del río estaban despobladas y devastadas por los reyes asturianos. Lo exigía así la táctica militar. Pero había que ir empujando la frontera más abajo. Para eso, en la zona norte del Duero era necesario levantar los poblados destruidos y poner en explotación las tierras abandonadas. Ninguna fuerza más cohesiva para dar vida a estas preocupaciones regias que la acción colonizadora de los monasterios. Esto lo comprendió cabalmente Alfonso III y concedió al Santo amplias facultades para visitar todos sus dominios y levantar cenobios a cuyo amparo se acogiesen los nuevos poblados. Estas agrupaciones humanas, así formadas, constituían una unidad política cuyo jefe era el abad, y sus agentes y maestros los monjes, que enseñaban las artes de la paz e infundían el espíritu de cruzada en la guerra de reconquista. Froilán puso en juego de nuevo su capacidad de iniciativa y se dio a recorrer las tierras del reino alfonsino. Su beligerante actitud le llevó a fundar dos grandes monasterios cerca de la frontera, a pocos kilómetros de Zamora. El primero fue el de San Salvador de Tábara. En él se congrega con 600 monjes de ambos sexos. Era uno de esos monasterios llamados dúplices, donde las monjas, aunque rigurosamente separadas, tenían la ventaja de la asistencia sacerdotal y de la defensa en caso de invasión.


Fue éste, en el siglo x, uno de los más famosos monasterios por el arte refinado de su escritorio. La pesadumbre del tiempo, insensible a los afanes del hombre, no nos ha permitido ver en su realidad de piedra la arquitectura de esta fundación. Pero, afortunadamente, un códice de su escritorio nos la conserva parcial mente. En el último folio aparece la torre del monasterio, "alta y lapídea", de sillería policroma, con ventanales de arcos de herradura. Sobre el tejado, dos airosas torrecillas con sendas campanas. A los lados de los últimos ventanales, dos balcones voladizos se asoman al horizonte. Tres hombres suben a la torre por unas es caleras de mano y otro hace sonar las campanas tirando de una cuerda. Adosado a la torre está el escritorio. Un pergaminero aparece sentado en un taburete cortando el pergamino con grandes tijeras. En un aposento inmediato están el monje Senior, copista, y Emeterio, escriba y pintor, discípulo predilecto de Magio. Fue Mágio la gloria cultural más notable del monasterio tabarense. Contemporáneo en su niñez de Froilán, elevó a alturas maravillosas el arte de la miniatura, ese arte casto, espiritual y apacible a los ojos, y que mueve el ánima a altas consideraciones". Son todos los datos que poseemos de esta espléndida fundación. Del segundo monasterio tenemos aún menos noticias. Según el citado biógrafo, lo levantó en un emplazamiento alto y ameno junto a las aguas del Esla, al parecer cerca de Moreruela (Zamora). Sólo una frase añade a este laconismo: ..se reunieron allí 200 monjes consagrados a la ascesis de la vida regular". Aquellos cronistas medievales, avaros del tiempo, no nos cuentan nada de los métodos de dirección espiritual del Santo cenobiarca ni del ambiente de perfección que, sin duda, reinaba en estos monasterios. Pero se siente palpitar en estas breves páginas biográficas la dinámica incontenible de Froilán, su temperamento emprendedor, su espíritu sobrenatural lleno de ardorosa elocuencia, su recia personalidad de caudillo espiritual. Esa era la fama que corría de pueblo en pueblo y de comarca en comarca y que cada día ganaba más admiradores. Por eso no es extraño que, al quedar vacante la sede de León, se alzase unánime la voz del clero y del pueblo, reclamando por obispo al abad Froilán. El rey, que no había lo grado convencerle para que aceptase el oficio pastoral, se alegró sobremanera. Vencida su resistencia, fue consagrado obispo de León el día de Pentecostés, 19 de mayo del 900. Ese mismo día recibía también la consagración episcopal para la sede de Zamora su inseparable y santo amigo Atilano. Estas dos lumbreras, dice emocionado el autor anónimo, puestas sobre el candelero, iluminaron con la claridad de su luz eterna todos los confines de España. La Iglesia de León, que estaba dedicada, según una donación de la época, "a los señores, santos, gloriosos y, después de Dios, fortísimos patronos Santa María Virgen, Reina celeste, y San Cipriano, obispo y mártir", recibía ahora clamorosamente por obispo al que había de ser su Patrono hasta el día de hoy. Sólo la gobernó cinco años, pero el heroísmo de sus virtudes y el triunfo de su santidad la aureolaron para siempre.



Martirologio Romano: En la ciudad de Zamora, también en Hispania, san Atilano, obispo, que, siendo monje, fue compañero de san Froilán en la predicación de Cristo por las tierras devastadas por los musulmanes (916).

Fecha de canonización: 1095 por el Papa Urbano II



Pocos datos, y algunos improbables. Pero los ciertos bastan para destacar la personalidad eminente de uno de los obispos españoles de los difíciles años de la Reconquista.

Nace en Tarazona hacia el 850, familia noble. A 15 años está ya en el monasterio. Ordenado sacerdote y dedicado a la pastoral activa, destaca como predicador. Sin embargo, Atilano anhela la vida solitaria de oración y penitencia. Para eso busca un maestro experimentado que es ardua tarea en aquella época ya que, por testimonio de Odilón de Samos que inspeccionó por mandato de Ordoño I la vida eremítica en Galicia, se sabe que había de todo entre los solitarios, incluso eremitas que hacían de espías para el mejor postor. Acertó en la elección: Un monje predicador y al mismo tiempo solitario llamado Froilán, que no era sacerdote, ni amigo de honores y alabanzas.


Ambos se apartan en la montaña del norte de León, cerca de Valdorria y ya estarán juntos siempre... hasta que sean obispos. Con ansias de soledad que pocas veces pudieron disfrutar.


Su fama de santidad y el rumor extendido en la comarca hace que hombres y mujeres de todas partes acudan a la zona del Curueño para escuchar de ellos la Palabra divina.


Por las peticiones insistentes de las gentes del pueblo, se ven obligados a levantar un monasterio en Veseo que llegó a contar en la época de los santos hasta 300 monjes que seguirán la regla de San Fructuoso o San Isidoro.


Fama que llega a toda España. La corte de Oviedo, Alfonso III el Magno colma de honores al abad Froilán y le faculta para construir monasterios en su reino. Era la hora de impulsar la labor colonizadora soñada. Las fronteras del reino astur-leonés llegaban hasta la línea del Duero. Zamora, Toro y Simancas son fortalezas que vigilan los posibles asaltos árabes al reino cristiano. Las tierras fronterizas a ambos lados del río estaban despobladas y devastadas por los reyes asturianos. Lo exigía así la táctica militar. Pero había que ir empujando la frontera más abajo y en la zona del Duero era preciso levantar los poblados destruidos y explotar las tierras abandonadas. Esta preocupación regia hermanaba con el deseo evangelizador de Friolán y Atilano: los monasterios podrían ser la fuerza cohesiva capaz para la colonización. El monasterio había de ser una organización a cuyo amparo se acogieran las gentes, enseñaran las artes de la paz e infundiera el espíritu de cruzada en la guerra de reconquista.


Cuando se asientan las posiciones fronterizas por la derrota de Almondhir, cerca de Benavente o de Zamora, se comienza su reedificación y repoblación. Los santos Froilán y Atilano fundan el monasterio doble de San Salvador de Tábara, que llega a reunir hasta 600 religiosos, hombres y mujeres, con separación completa, sometidos a severa disciplina.


Esto facilita la labor colonizadora y cultural, además de religiosa. Los campos se roturan y cultivan al abrigo del monasterio donde se alaba a Dios, se reza, se estudia, se copian libros hasta llegar a ser en siglo X, el más refinado escritorio. Allí ejercen los arquitectos, pergamineros, pintores, miniaturistas que elevan el alma, y se desarrollan los oficios y el arte.


Y a orillas del Esla fundan otros pequeños cenobios.


Culminan sus fundaciones en Moreruela. Se levanta allí un gran monasterio, en lugar alto y ameno, que alberga a 200 monjes. Luego será enriquecido con privilegios por Alfonso VII, Fernando II, y el Papa Alejandro III y, ya en el siglo XII, cuna del Císter en España. Son contemplativos al tiempo que poseen un dinamismo emprendedor. Fueron consagrados Obispos el mismo día de Pentecostés del año 900. El abad, Froilán, será obispo de León hasta su muerte, en el 905; el prior, Atilano, será el obispo de la repoblada Zamora, gobernándola con sabiduría y bondad hasta el cinco de octubre del 919, que fue su muerte.



Martirologio Romano: Conmemoración de san Plácido, monje, que desde su adolescencia fue discípulos del abad san Benito (s. VI).

Etimológicamente: Plácido = de carácter suave. Viene de la lengua latina.



Una de las maravillas que se siente al escribir estas breves biografías es ver cómo la Iglesia, que nació entre gente sencilla, ha sido y es semilla cultural, espiritual y humana en todo el mundo.

Este joven vivió en pleno siglo VI. Durante más de cinco siglos, los benedictinos lo honraron como un fiel servidor de Dios no siendo ni obispo ni mártir.


San Gregorio Magno, sin embargo, nos enseña en sus magníficos “Diálogos” que desde muy joven fue confiado a san Benito.


Este, llevado de su santidad hecha realidad en sus obras, se lo llevó consigo primeramente a Subiaco y a continuación a Mote Casino, en donde murió plácidamente en su lecho.


Otros benedictinos posteriores, concretamente en el siglo XII, le compusieron una “pasión” (especie de obra teatral para ser representada en las puertas de las iglesias). Estos benedictinos pertenecían a Sicilia y fueron ellos los que comenzaron a considerarlo como un mártir.


Dicen que vino de Monte Casino a Mesina. Aquí – cosa de siempre – los piratas invadieron el monasterio, lo saquearon y sometieron a torturas los monjes.


Al final del siglo XVI, comenzaron a hacerse excavaciones arqueológicas. Y resulta que en Mesina encontraron muchos esqueletos. Una vez estudiados, se atribuyeron a los monjes que habían sido asesinados por los piratas invasores y saqueadores. Quisieron obligarles a apostatar de su en Cristo y, al no cometer semejante injuria contra Dios, les dieron muerte.


Históricamente, es mucho más seguro que Plácido muriera en Monte Casino, pero basta para su gloria la certeza de haber sido uno de los discípulos predilectos del santo de Nursia, de uno de cuyos milagros fue protagonista: Un día san Benito pidió a Plácido, quien era aún un niño, le trajera agua, al cabo de un rato vio en espíritu que un niño se estaba ahogando en el lago y entonces ordenó a Mauro que fuera a salvarle; el monje así lo hizo, obedeciendo tan ciegamente que su fe le permitió andar sobre las aguas, luego el abad y Mauro porfiaron largamente atribuyéndose el uno al otro el mérito de aquel prodigio.


¡Felicidades a quien lleve este nombre!


Comentarios al P. Felipe Santos: fsantossdb@hotmail.com



Martirologio Romano: En Nüremberg, de Baviera, beato Raimundo delle Vigne o de Capua, presbítero de la Orden de Predicadores, que fue prudente moderador espiritual de santa Catalina de Siena, de la cual compuso una fiel biografía (1399).

Fecha de beatificación: 15 de mayo de 1899 por el Papa León XIII.



Fue un religioso italiano, entró en la Orden de Predicadores (Dominicos) en 1350, en Bolonia. Fue el director espiritual de Santa Catalina de Siena, también fue profesor y superior de varios conventos. Ejerció los cargos de provincial en Lombardía en 1380 y Maestro General de la Orden.

Primeros tiempos en la Orden


Nació en Capua en 1330. Hijo de una de las familias más prominentes de Bolonia, conoció la Orden de Predicadores siendo estudiante universitario, a la que ingresa en 1350, tiempo más tarde contaría que en un sueño, el mismo Santo Domingo de Guzmán lo habría motivado a dar ese paso. Una de sus primeras obligaciones fue la de ser director espiritual de varios conventos de monjas en la región de Montepulciano. Fue uno de los primeros biógrafos de Santa Inés de Montepulciano, que había fallecido unos cincuenta años antes.


En 1367 fue llamado a Roma a fin de ser el superior del convento de Minerva. Enseñó en Santa María Novella, en Florencia, hasta que en 1374 fue enviado a Siena por el Maestro General de la Orden. Allí vivía Santa Catalina de Siena, la gran mística, a quien las autoridades de la Orden estaban lógicamente interesadas en servir, siendo Raimundo nombrado su director espiritual y confesor.


Con Catalina


Raimundo fue un hombre cuidadoso y modesto a pesar de haber sido nombrado para acompañar a una de las mujeres más celebres de ese tiempo. Al principio no demostró gran entusiasmo por su nueva misión, más el trato cotidiano le hizo ver que estaba conociendo a una verdadera santa. Una de sus primeras decisiones fue permitirle recibir la comunión diaria (una práctica muy poco concedida a laicos en ese entonces). Con la llegada de la peste negra a la región, los dos se volvieron incansables compañeros, apoyando y confortando a los enfermos y sus familias. Él mismo cayó enfermo, más con los cuidados y sobre todo las oraciones de Catalina se restableció cuando todos ya lo daban por perdido. Acompañó a Catalina en los últimos seis años que a ella le restaban, fruto de su acción, Catalina le enviaba diariamente docenas de personas para que se confesaran y se convirtieran, lo que le dejaba totalmente exhausto y sin tiempo para nada más. La Orden designó dos monjas para que los ayudaran con esa labor.


El Cisma


Cuando Catalina consiguió convencer al Papa Gregorio XI de regresar a Roma, terminando los setenta años de cautiverio en Avignón, este falleció al poco de su llegada, dando paso a la confusa elección de Urbano VI, algunos cardenales elegirán a Clemente VII. Todo el país, la Iglesia y la propia Orden se dividirán en varias facciones, apoyando a un bando o al otro. Catalina y Raimundo apoyarán al Papa legítimo, Urbano VI. Raimundo fue enviado por éste ante el rey de Francia para establecer negociaciones, pero fue impedido por soldados y populacho que apoyaban a la facción contraria. Catalina lo criticó duramente por haberle faltado el coraje y bravura suficientes para poder realizar aquella misión tan importante ante la cual poco valor tenía la propia vida.


Maestro y reformador


Pocas semanas después de la muerte de Catalina, en 1380, Raimundo fue electo Maestro General de la Orden, por lo menos por aquellos que apoyaban a Urbano VI. Su mandato,

en tales circunstancias fue obviamente muy complejo y difícil. Trató de reunir nuevamente a la dividida Orden, intentando restaurar el sistema de la observancia, una reforma religiosa que apenas pudo triunfar con Santa Teresa de Ávila. Además fue criticado por descuidar el estudio como factor primordial en el carisma dominico, sin embargo su estrategia de introducir en cada provincia al menos un convento reformado, resultó vencedora.


Falleció en Nurembega, en 1399, cuando estaba promoviendo la reforma, siendo posteriormente trasladado a Nápoles. En el quinto centenario de su muerte, el papa León XIII lo beatificó.




Desde muy antiguo, se une el recuerdo de San Petronio a los fieles de Bolonia, quienes comúnmente se denominan "Petronianos", con lo que demuestran eficazmente el afecto que los une a su Santo.


Petronio fue el octavo Obispo de Bolonia y vivió alrededor de la mitad del siglo V. Un siglo doloroso en la historia de Italia, a causa de las guerras, luchas y revueltas ocasionadas por la invasión bárbara.


Justamente en ese tiempo se desarrolla la obra providencial y benéfica del Santo, como la de muchísimos otros Obispos, que en las ciudades, privadas de todo apoyo y presa de todos los depredadores, representaban la única autoridad aceptable y aceptada, en defensa de los bienes tanto espirituales como materiales de sus fieles.


También Petronio, como muchos otros Obispos de aquel tiempo, provenía de la administración pública, ya que fue funcionario e hijo de funcionario. Si dice que nació en España, de padre romano, y También en España fue Prefecto del pretorio. Luego decidió encaminarse hacia el sacerdocio y se radicó en la ciudad de Bolonia hacia el año 430; el Papa Celestino I lo convenció para que ocupara la Cátedra boloñesa.


Bolonia era era entonces diócesis sufragánea de Milán, y los Obispos milaneses eran de gran peso. Uno fue el gran San Ambrosio, que consagró varias iglesias entre las cuales estaba la de los Mártires Vital y Agrícola.


Siguiendo esa línea, el Obispo Petronio costruyó otros edificios sacros, dando nacimiento a ese sugestivo complejo de monumentos que en Bolonia se denomina "las siete iglesias". También hizo construir, alrededor de las "siete iglesias", un barrio entero a imagen de Jerusalén y de sus santuarios, para mejor incentivar en el pueblo el culto a los Santos y la devoción a los sagrados misterios.


Antes de empezar con las iglesias, San Petronio había reconstruido las casas de los boloñeses. Alrededor de las casas, alargó y reforzó los muros de la ciudad. Fue un típico ejemplo de sabiduría, solícito tanto de los bienes espirituales como de los materiales de los fieles, y de la seguridad militar.


Su vida fue espiritualmente intensa, cerca de una comunidad de monjes contemplativos.


Una fuente no comprobada, le adjudica la fundación de la famosa universidad de Bolonia, la primera de Occidente. En el año 1388 se decidió edificar la basílica que lleva su nombre, que se convirtió en una de las más grandes y más bellas de la cristiandad.


San Petronio es el Patrono de la ciudad de Bolonia y de la región de la Emilia. Es invocado por los arquitectos y constructores de los templos y edificios eclesiásticos. Es muy venerado en toda la región italiana de la Emilia-Romana y su basílica es muy visitada.


El nombre: Petronio significa: "Que proviene de la ciudad romana de Pietrosa".


A San Petronio se lo identifica teniendo en sus manos o cerca de él a la ciudad de Bolonia que, como hemos dicho, embelleció con magníficos templos. El Niño Jesús bendice la ciudad italiana, sostenida por los ángeles, desde los brazos de la Santísima Virgen en el Cielo abierto. Lleva los ornamentos propios de los obispos (capa pluvial, mitra y báculo).



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