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"No hay amor más grande que éste: dar la vida por sus amigos"

(Jn 15, 13).


Maximiliano María Kolbe nació en Polonia el 8 de enero de 1894 en la ciudad de Zdunska Wola, que en ese entonces se hallaba ocupada por Rusia. Fue bautizado con el nombre de Raimundo en la iglesia parroquial.

A los 13 años ingresó en el Seminario de los padres franciscanos en la ciudad polaca de Lvov, la cual a su vez estaba ocupada por Austria. Fue en el seminario donde adoptó el nombre de Maximiliano. Finaliza sus estudios en Roma y en 1918 es ordenado sacerdote.


Devoto de la Inmaculada Concepción, pensaba que la Iglesia debía ser militante en su colaboración con la Gracia divina para el avance de la fe católica. Movido por esta devoción y convicción, funda en 1917 un movimiento llamado "La Milicia de la Inmaculada" cuyos miembros se consagrarían a la bienaventurada Virgen María y tendrían el objetivo de luchar mediante todos los medios moralmente válidos, por la construcción del Reino de Dios en todo el mundo. En palabras del propio San Maximiliano, el movimiento tendría: "una visión global de la vida católica bajo una nueva forma, que consiste en la unión con la Inmaculada."


Verdadero apóstol moderno, inicia la publicación de la revista mensual "Caballero de la Inmaculada", orientada a promover el conocimiento, el amor y el servicio a la Virgen María en la tarea de convertir almas para Cristo. Con una tirada de 500 ejemplares en 1922, en 1939 alcanzaría cerca del millón de ejemplares.


En 1929 funda la primera "Ciudad de la Inmaculada" en el convento franciscano de Niepokalanów a 40 kilómetros de Varsovia, que con el paso del tiempo se convertiría en una ciudad consagrada a la Virgen y, en palabras de San Maximiliano, dedicada a "conquistar todo el mundo, todas las almas, para Cristo, para la Inmaculada, usando todos los medios lícitos, todos los descubrimientos tecnológicos, especialmente en el ámbito de las comunicaciones."


En 1931, después de que el Papa solicitara misioneros, se ofrece como voluntario y viaja a Japón en donde funda una nueva ciudad de la Inmaculada ("Mugenzai No Sono") y publica la revista "Caballero de la Inmaculada" en japonés ("Seibo No Kishi").


En 1936 regresa a Polonia como director espiritual de Niepokalanów, y tres años más tarde, en plena Guerra Mundial, es apresado junto con otros frailes y enviado a campos de concentración en Alemania y Polonia. Es liberado poco tiempo después, precisamente el día consagrado a la Inmaculada Concepción. Es hecho prisionero nuevamente en febrero de 1941 y enviado a la prisión de Pawiak, para ser después transferido al campo de concentración de Auschwitz, en donde a pesar de las terribles condiciones de vida prosiguió su ministerio.


En Auschwitz, el régimen nazi buscaba despojar a los prisioneros de toda huella de personalidad tratándolos de manera inhumana e inpersonal, como un simple número: a San Maximiliano le asignaron el 16670. A pesar de todo, durante su estancia en el campo nunca le abandonaron su generosidad y su preocupación por los demás, así como su deseo de mantener la dignidad de sus compañeros.


La noche del 3 de agosto de 1941, un prisionero de la misma sección a la que estaba asignado San Maximiliano escapa; en represalia, el comandante del campo ordena escoger a diez prisioneros al hazar para ser ejecutados. Entre los hombres escogidos estaba el sargento Franciszek Gajowniczek, polaco como San Maximiliano, casado y con hijos.


San Maximiliano, que no se encontraba entre los diez prisioneros escogidos, se ofrece a morir en su lugar. El comandante del campo acepta el cambio, y San Maximiliano es condenado a morir de hambre junto con los otros nueve prisioneros. Diez días después de su condena y al encontrarlo todavía vivo, los nazis le administran una inyección letal el 14 de agosto de 1941.


Es así como San Maximiliano María Kolbe, en medio de la más terrible adversidad, dio testimonio y ejemplo de dignidad. En 1973 Pablo VI lo beatifica y en 1982 Juan Pablo II lo canoniza como Mártir de la Caridad. Juan Pablo II comenta la influencia que tuvo San Maximiliano en su vocación sacerdotal: "Surge aquí otra singular e importante dimensión de mi vocación. Los años de la ocupación alemana en Occidente y de la soviética en Oriente supusieron un enorme número de detenciones y deportaciones de sacerdotes polacos hacia los campos de concentración. Sólo en Dachau fueron internados casi tres mil. Hubo otros campos, como por ejemplo el de Auschwitz, donde ofreció la vida por Cristo el primer sacerdote canonizado después de la guerra, San Maximiliano María Kolbe, el franciscano de Niepokalanów." (Don y Misterio).


San Maximiliano nos legó su concepción de la Iglesia militante y en febril actividad para la construcción del Reino de Dios. Actualmente siguen vivas obras inspiradas por él, tales como: los institutos religiosos de los frailes franciscanos de la Inmaculada, las hermanas franciscanas de la Inmaculada, así como otros movimientos consagrados a la Inmaculada Concepción. Pero sobretodo, San Maximiliano nos legó un maravilloso ejemplo de amor por Dios y por los demás.


Con motivo de los veinte años de la canonización del padre Maximiliano Kolbe (10 de octubre de 1982), los Frailes Menores Conventuales de Polonia abrieron el archivo de Niepokalanow (Ciudad de la Inmaculada, a 50 kilómetros de Varsovia), construido por el mismo mártir de Auschwitz. Entre los manuscritos del santo, destaca la última carta que escribió y que acaba con besos a su madre. Una carta que refleja una ternura que no aparecía en otros escritos, y que hace pensar que el sacrificio con el que ofreció la vida voluntariamente en sustitución de un condenado a muerte fue algo que maduró a lo largo de su vida. Este es el texto del escrito: «Querida madre, hacia finales de mayo llegué junto con un convoy ferroviario al campo de concentración de Auschwitz. En cuanto a mí, todo va bien, querida madre. Puedes estar tranquila por mí y por mi salud, porque el buen Dios está en todas partes y piensa con gran amor en todos y en todo. Será mejor que no me escribas antes de que yo te mande otra carta porque no sé cuánto tiempo estaré aquí. Con cordiales saludos y besos, Raimundo Kolbe».


Juan Pablo II, un año después de su elección, en Auschwitz, dijo: «Maximiliano Kobe hizo como Jesús, no sufrió la muerte sino que donó la vida». La expresión remite a unas palabras escritas por el padre Kolbe unas semanas antes de que los nazis invadieran Polonia (1 de septiembre de 1939): «Sufrir, trabajar y morir como caballeros, no con una muerte normal sino, por ejemplo, con una bala en la cabeza, sellando nuestro amor a la Inmaculada, derramando como auténtico caballero la propia sangre hasta la última gota, para apresurar la conquista del mundo entero para Ella. No conozco nada más sublime».


Los radioaficionados lo consideran su santo patrón, ya que San Maximiliano durante 30 años estuvo activo con el indicativo SP3RN.


Escucha la fascinante historia de san Maximiliano Kolbe, "héroe personal" de Juan Pablo II y cuya fiesta se celebra hoy, 14 de agosto aquí. Mauricio I. Pérez



Hermano profeso franciscano, del que no sabemos con exactitud el año en que nació ni el año en que murió. En su juventud, noble estudiante y militar; luego, en el convento, maestro de postulantes y hermanos laicos, cocinero y hortelano, o dedicado a otros humildes menesteres. Destacó por su vida penitente y oculta a los ojos de los hombres, en la intimidad del retiro y en el trato continuo con Dios.

La vida del Beato Sante de Urbino ofrece admirables contrastes. Noble retoño de la ilustre familia de los Brancaccini, conocida más tarde con el nombre de Giuliani, morirá como humilde hermano lego en el seno de la familia franciscana; y el hombre que en los umbrales de la vida manejó la espada para ejercer el derecho de legítima defensa, no conocerá, al final de su carrera, más armas que una pobre cruz de palo que le recuerde la Pasión del divino Redentor.


Nació en el pueblo de Monte Fabbri, diócesis de Urbino (Italia). Ilustre por su sangre, no lo fue menos por la piedad e inocencia de costumbres, a la par que por su inteligencia despejada y por los rápidos progresos que hizo en las ciencias y en las artes humanas.


Sintió especial atractivo por la carrera de las armas y se prometía brillante porvenir, cuando quiso Dios que cambiara radicalmente de idea y de género de vida; la Providencia le tenía destinado un lugar humanamente más humilde, pero de realidades mucho más espléndidas: la vocación religiosa. Aquel cambio repentino le sobrevino a consecuencia de un desagradable suceso que imprevistamente le ocurrió cuando contaba unos veinte años de edad.


Penitencia por un homicidio involuntario


Un día, por motivos y en circunstancias que la historia desconoce, se encontró frente a frente con su padrino que, armado de espada, le amenazó de muerte. Puesto nuestro joven en trance de legítima defensa, echó rápidamente mano de su propia espada, y más ágil sin duda que su contrario, trató de reducirlo, para lo cual le hirió en la pierna. Sin embargo, a consecuencia de la herida, murió el padrino pocos días después.


En realidad, nuestro joven no era culpable, pues se había limitado a rechazar al injusto agresor; sin embargo, experimentó por ello tales remordimientos que determinó abandonar el mundo y el brillante y lisonjero porvenir que la vida le ofrecía, para consagrarse enteramente al servicio del Señor, lejos de aquellos peligros que suelen acarrear las pasiones.


La Orden Franciscana le pareció la más conforme con las aspiraciones de su alma, que no eran otras que vivir vida penitente y desconocida de los hombres, en la intimidad del retiro y en el trato continuo con Dios.


El hermano converso


Nadie ignora que en las órdenes religiosas, especialmente en las antiguas, hay religiosos sacerdotes dedicados a las funciones de su ministerio y otros religiosos, llamados conversos o legos, que no reciben las órdenes sagradas, y viven ocupados en los diferentes empleos y trabajos manuales propios del monasterio.


San Francisco de Asís dispuso que entre sus religiosos no hubiera categorías, y que, por consiguiente, tanto los miembros investidos de la dignidad sacerdotal, como los simples hermanos legos, vistieran el mismo sayal, se sentaran a la misma mesa y tuvieran igual lecho. Sin embargo, es natural que, debido a sus ocupaciones, el religioso sacerdote lleve vida más ostensible que el simple lego; y por lo mismo, puede ocurrir que las virtudes de éste permanezcan más fácilmente ignoradas o que sean menos conocidas, como consecuencia de aquella vida más retirada y humilde.


Esto era cabalmente lo que deseaba Santos; y a pesar de la nobleza de su familia y haciendo caso omiso de los estudios cursados y de los conocimientos adquiridos, pidió y obtuvo ser admitido en calidad de hermano lego. Pensaba valerse de la humildad de aquella vida para realizar los anhelos de santidad que el Señor le infundía. Temía el peligro de lo exterior y por nada del mundo hubiera dejado la seguridad que a sus inquietudes espirituales ofrecía aquel retraimiento conventual.


Ardientes deseos de austeridad


Al hablar del hermano Santos, nos dicen sus historiadores que desde los comienzos se distinguió por su santísima vida y que muy presto adelantó en perfección a los más fervorosos. Se ha dicho que ayunar a pan y agua es llevar la penitencia al último grado; pues bien, Santos fue más lejos, si cabe, ya que pasó largos años sin probar un bocado de pan, contentándose con tomar algunas legumbres y frutas en la cantidad absolutamente indispensable para conservar la existencia.


Llevado de los ardientes deseos de austeridad que llenaban su alma, suplicó a Dios que le hiciera sentir vivos dolores en su cuerpo, y en el preciso lugar en que había herido a su adversario, el recuerdo de cuya muerte no se apartaba de su memoria. Oyó el Señor el ruego de su siervo, el cual tuvo que soportar, hasta la muerte, las molestias de una dolorosísima úlcera, aparecida en el muslo, sin que, humanamente hablando, nadie pudiera explicar su origen. Cuantos medios tomaron los superiores para curarle o al menos aliviar al paciente, resultaron inútiles.


Cinco siglos han pasado desde entonces, y todavía puede observarse, en el cuerpo incorrupto del siervo de Dios, la señal de aquella llaga que fue para él señal pesadísima, pero muy gloriosa y amada cruz.


El maestro de los novicios legos


Generalmente, ya antes lo hemos apuntado, la vida del hermano lego se desliza en la oscuridad y en el silencio del claustro; incluso sus virtudes parecen tener menos brillo. Sin embargo, Dios quiere a veces colocar la luz sobre el candelero a fin de que su fulgor irradie a todas partes; y fue de su divino beneplácito hacerlo así con fray Santos, cuya magnitud espiritual no podía pasar fácilmente inadvertida.


Fue fácil ver desde el principio que era hombre de Dios, a quien una profunda humildad ponía al abrigo de muchos peligros. Considerándole sus superiores con sólida virtud y suficiente capacidad, no quisieron reparar en la costumbre hasta allí seguida de no conferir cargos a los simples hermanos, y le confiaron la difícil misión de formar en la vida y costumbres religiosas a los postulantes legos en calidad de maestro.


«Así como la verdadera sencillez rehúsa humildemente los cargos -dice San Francisco de Sales-, la verdadera humildad los ejerce sin jactancia». Esta sentencia del santo obispo de Ginebra tuvo exacta realidad en la persona de fray Santos. La confianza que en él habían depositado los superiores, no salió fallida, y lo hubieran dejado en el cargo mucho más tiempo, si su humildad no se hubiera resistido ante el espanto que tal responsabilidad le producía. Suplicó, pues, encarecidamente a los que le habían impuesto aquella obligación, le aliviaran de ella y la depositaran en otros hombros más fuertes y robustos, ya que él quería trabajar en oficios más adecuados a su condición y a la vida de oración y silencio que, guiado por luz superior, había venido a buscar en el claustro.


Un cocinero prodigioso


Pocos pormenores de la vida del Beato nos dan sus biógrafos, aunque nos lo muestran empleado en el humilde oficio de cocinero. Sin reparar en trabajos y fatigas, Santos se entregó de lleno a su ocupación, convencido de que «trabajar es rezar», como afirma el doctor seráfico San Buenaventura. Por lo demás, los trabajos manuales no le impedían el ejercicio de la oración, y su gran espíritu de fe le ayudaba a sobrenaturalizar todas las obras. Esta intensa vida espiritual constituía el secreto de los favores que recibía de Dios. Hubiérase dicho que el Todopoderoso había abandonado en manos del humilde hermano su dominio sobre la naturaleza, hasta el punto de permitirle obrar estupendos milagros, siempre que las necesidades del convento o la conveniencia lo demandaban.


Cierto día en que la santa pobreza, tan amada de San Francisco, visitó el convento con la más completa penuria, era llegada ya la hora de preparar la comida y no había en la cocina ninguna provisión de boca. Recogióse el santo cocinero en la presencia de Dios por breves momentos, y luego, con la mayor naturalidad del mundo, mandó al religioso ayudante que fuera a buscar hortalizas a la huerta. El sumiso hermano se abstuvo de hacer la menor observación, pero no pudo reprimir una sonrisa pensado en la candidez del cocinero, que le mandaba traer lo que habían sembrado juntos el día anterior.


Pero su sorpresa fue enorme al ver que las hortalizas ofrecían hermosísimo aspecto. La comida de la comunidad fue aquel día excelente, al decir del padre Waddingo, célebre cronista de la Orden Franciscana.


Una mañana, después de poner la olla al fuego, se retiró a un rincón de la huerta para entregarse a la oración. Como se acercara la hora de comer, se volvió a la cocina, pero halló la marmita rota. Puesto de rodillas suplicó al Señor le socorriera en aquel aprieto; luego, se levantó y vio que en uno de los trozos quedaba como media escudilla de caldo. Sólo Aquel que en el desierto sació el hambre de cinco mil personas con cinco panes y dos peces, puede decirnos cómo pudieron alimentarse, con caldo, los dieciocho religiosos y varios forasteros que fueron comensales aquel día.


Sus devociones favoritas


Dice el Breviario Romano-Seráfico el día 14 de agosto [ó 6 de septiembre], que el siervo de Dios honraba con culto particular a la Santísima Virgen. Siempre ha sido la devoción a María Santísima una tradición en la Orden Franciscana. «Su amor más intenso -se ha dicho de San Francisco-, después del profesado a Nuestro Señor, era para su benditísima Madre»; como él solía decir, «al Dios de majestad, la Virgen lo ha hecho nuestro hermano...». Francisco la había constituido patrona de la Orden, y a medida que avanzaba en edad aumentaba en deseos de ver a sus religiosos protegidos por el cariñoso manto de la celestial Madre.


No menor era la devoción del seráfico Padre a la Pasión del Salvador; a su ejemplo, su fiel discípulo fray Santos, meditaba asiduamente los sufrimientos del Hombre Dios, y en esa meditación profunda encontraba los medios de crecer en el amor divino con extraordinario aprovechamiento.


Su amor a la Sagrada Eucaristía


Nuestro Beato honraba también de un modo especial a la Sagrada Eucaristía, centro donde convergen los amores de todos los santos. A ello contribuyó no poco el ejemplo de su Fundador, el Estigmatizado de Alvernia, gran amante e inflamado apóstol del Dios sacramentado.


No le fue dado al humilde lego permanecer al pie de los altares largos ratos, como puede hacerlo, por regla general, el religioso sacerdote con la celebración y administración de los sacrosantos misterios, ni siquiera el acercarse a ellos con la frecuencia de otros legos, por ejemplo, el sacristán; antes al contrario, ¡cuántas veces, con gran dolor de su alma, tuvo que alejarse del santuario durante la celebración de algún oficio! ¡Cuántas otras hubiera prolongado sus adoraciones profundas y sus fervientes plegarias de no habérselo impedido la voz del deber que le llamaba a otra parte! Pero la obediencia era para él expresión de la voluntad de Dios, y acudía gozoso doquiera el deber le esperaba. Mas si su cuerpo se alejaba del Sagrario, su corazón no se apartaba de allí ni interrumpía los amorosos coloquios con el Divino Prisionero. Dios recompensó aquella obediencia y sacrificio con favores maravillosos, tales como el siguiente.


Era un día de fiesta. En la iglesia del convento se celebraba una misa solemne; pero, retenido en la cocina para el servicio de la comunidad, no podía fray Santos contemplar la pompa y magnificencia de las ceremonias ni repetir sus coloquios con el Señor, que iba a descender de nuevo al altar. Sin embargo, el recuerdo del Dios tres veces Santo le acompañaba en medio de sus quehaceres. Súbitamente oye el tañido de la campanilla que anuncia el solemne momento de la elevación; en seguida se postra vuelto del lado del altar y adora... Mas, ¡oh prodigio!, en aquel instante se entreabren las paredes, y puede ver en las manos del celebrante la Sagrada Hostia, imán de sus amores. La visión no duró mucho, pero fue lo suficiente para inundar el alma del cocinero de consuelos inefables.


El lobo que acarrea leña


No siempre tuvo que responder fray Santos de los trabajos de la cocina, sino que fue empleado en otros menesteres.


Durante un tiempo había sido encargado de proveer de leña al convento, y para transportarla desde las casas de los bienhechores o desde el bosque, tenía a su disposición un borriquillo. En cierta ocasión, al declinar de la tarde, dejó la acémila al raso, pues se presentaba una noche tranquila y serena, y además tenía que volver al bosque muy de mañana para proseguir su trabajo. Acudió, en efecto, a primera hora conforme a sus propósitos; pero en vez del borrico se encontró con un lobo que acababa de darle muerte y se refocilaba devorando satisfecho los despojos de su víctima. Huyó la fiera a la vista del hermano, pero éste la llamó como si de un ser racional se tratara; le recriminó el perjuicio y daño que había ocasionado a la comunidad, le puso el ronzal al cuello, cargó sobre sus lomos la leña y se la hizo llevar al convento. Dícese que el lobo, más o menos domesticado, siguió en adelante prestando buenos servicios a los religiosos. Caso éste muy semejante a otros varios de santos.


Un cerezo con fruto en invierno


Algunos se figuran que los santos desconocen en esta vida las dificultades y molestias propias de todos los hijos de Adán. Los santos no se ven exentos de los dolores, enfermedades y demás pruebas que pesan sobre todos los mortales; pero saben soportarlas con paciencia y por amor de Dios, y así sobrenaturalizadas, se les tornan más llevaderas, y acaban por amarlas y abrazarlas cual si de verdaderos regalos se tratase.


El mismo cronista padre Waddingo nos muestra a fray Santos en el crisol del sufrimiento. Ya hemos visto con qué espíritu de sacrificio soportaba la misteriosa llaga del muslo. En otra circunstancia, y sólo cediendo a los ardores de la fiebre, tuvo que guardar cama muy a pesar suyo; sentía, además, extremada inapetencia. En tan triste situación manifestó sencillamente al enfermero que quizás comiendo cerezas muy maduras se apagaría la ardiente sed que le devoraba; en consecuencia le rogaba que le procurase algunas que le sería fácil encontrar en el mismo convento.


El enfermero le advirtió que en aquella época era de todo punto imposible acceder a su demanda. Como insistiera fray Santos, bajó el enfermero al huerto, y con gran asombro vio un árbol del que pendían cerezas hermosísimas. No dudó que Dios había obrado un milagro para aliviar los dolores de su fiel siervo. Añade Waddingo que, para perpetuar el recuerdo de ese prodigio, los religiosos que fueron testigos de él pusieron en un frasco algunas de aquellas frutas y las guardaron por espacio de largos años.


Preciosa muerte


Trabajosa y mortificada en sumo grado había sido la vida del hermano Santos, que nunca regateó sacrificios cuando se los exigía el servicio de Dios; además, la llaga de la pierna, fruto de ardientes plegarias, le fatigaba mucho. Todos cuantos esfuerzos se hacían para mejorar su salud y fortalecerle, resultaban inútiles. Dios nuestro Señor lo quería para sí, y las humanas medicinas carecían de verdadera eficacia. Fue, pues, debilitándose gradualmente hasta sentirse agotado.


Tendría unos cuarenta años cuando, a mediados de agosto de 1390, se durmió en la paz del Señor, en el convento de Santa María de Scotaneto, sito en las cercanías de Montebaraccio, diócesis de Pésaro en las Marcas, lugar apacible donde había pasado casi toda su vida religiosa. A pesar de la fama y general reputación de santidad de que gozaba mientras vivió, fue inhumado, después de muerto, en el cementerio común de los religiosos.


Un lirio sobre su tumba


Un lirio de extraordinaria hermosura, que floreció espontáneamente sobre su tumba, atrajo la atención de los fieles, que en ello vieron un signo patente del valimiento de que ante Dios gozaba. Muchos recurrieron a su intercesión y experimentaron muy pronto los efectos de su poder y patrocinio. Ante pruebas de santidad tan manifiestas, se preparó un sepulcro de piedra junto al altar dedicado a la Natividad de Nuestra Señora en la iglesia del convento, para llevar el cuerpo allí.


Cuando se quiso trasladar a dicho sepulcro el santo cadáver, hallaron que estaba intacto y sin la menor traza de corrupción. Este hecho sorprendente sirvió para acrecentar la devoción popular al bendito lego, y Dios recompensó la confianza de los fieles obrando por intercesión de su siervo innumerables prodigios que hicieron del sepulcro lugar de piadosa romería.


El cuerpo del Beato Sante de Urbino se conserva todavía incorrupto y tan flexible, que aún después de más de cinco siglos, se pueden mover fácilmente sus miembros para revestirlo de ropas nuevas. En su tumba se conservan dos botellas que contienen bálsamo del que servía para aliviar a nuestro Santo. Hay, además, una cruz de madera labrada por él mismo y enriquecida con preciosas reliquias, un trozo del cilicio con que afligía sus carnes y una estera que le servía de lecho.


Seríamos excesivamente prolijos si nos pusiésemos a contar sus milagros. Sólo referimos dos que relatan los historiadores franciscanos sin entrar en pormenores.


Una pobre mujer recibió de un caballo fogoso tan tremenda coz en la cara, que quedó tendida en el camino como muerta. Sus parientes, que acudieron prestos a socorrerla, invocaron confiados a fray Santos, y la mujer se levantó completamente curada y sin rastro de la herida.


El segundo milagro lo realizó a favor de un pobre hombre que padecía fortísimos dolores de cabeza; había perdido un ojo y corría peligro de perder el otro. En tan grave aprieto tuvo la feliz idea de acercarse al sepulcro del santo, apoyó en él la cabeza y quedó instantáneamente curado.


El papa Clemente XIV aprobó, el 18 de agosto de 1770, el culto que desde largo tiempo atrás se le tributaba. Celebrase la fiesta el 14 de agosto.



Martirologio Romano: En Otranto, en la Apulia (Italia), santos mártires, ochocientos en número. Llegada una incursión de soldados otomanos, se les conminó a renegar de su fe, pero exhortados por San Antonio Primaldo, un anciano tejedor, a perseverar en la fe de Cristo, recibieron la corona del martirio al ser decapitados. ( 1480)

Fecha de canonización: 12 de mayo de 2013 por el Papa Francisco.



Antonio Primaldo es el único del que ha sido trasmitido el nombre. Los otros compañeros suyos de martirio son ochocientos desconocidos pescadores, artesanos, pastores y agricultores de una pequeña ciudad, cuya sangre, hace cinco siglos, fue esparcida sólo porque eran cristianos.

La ejecución en masa tiene un prólogo, el 29 de julio de 1480. Son las primeras horas de la mañana: desde las murallas de Otranto comienza a distinguirse en el horizonte haciéndose cada vez más visible una flota compuesta de 90 galeras, 15 mahonas y 48 galeotas, con 18 mil soldados a bordo. La armada es guiada por el bajá Agometh; quien está a las órdenes de Mahoma II, llamado Fatih, el Conquistador, o sea el sultán que en 1451, apenas a los 21 años, había ascendido a jefe de la tribu de los otomanos, que a su vez se había impuesto sobre el mosaico de los emiratos islámicos un siglo y medio antes.


En 1453, guiando un ejército de 260 mil turcos, Mahoma II había conquistado Bizancio, la «segunda Roma», y desde ese momento cultivaba el proyecto de expugnar la «primera Roma», la Roma verdadera, y de transformar la basílica de San Pedro en establo para sus caballos.


En junio del 1480 juzga maduro el tiempo para completar la obra: quita el asedio a Rodi, defendida con coraje por sus caballeros, y dirige la flota hacia el mar Adriático. La intención es tocar tierra en Brindisi, cuyo puerto es amplio y cómodo: desde Brindisi proyecta ascender por Italia hasta alcanzar la sede del papado. Pero un fuerte viento contrario obliga las naves a tocar tierra 50 millas más al sur, y a desembarcar en una localidad llamada Roca, a algunos kilómetros de Otranto.


Otranto era -y es- la ciudad más oriental de Italia. La importancia de su puerto la había hecho asumir el rol de puente entre oriente y occidente, consolidado en el plano cultural y político por la presencia de un importante monasterio de monjes basilianos, el de san Nicola en Casole, del que hoy restan un par de columnas en el camino que conduce a Leuca.


Cuando desembarcaron los otomanos, la ciudad pudo contar con una guarnición de sólo 400 hombres armados, y para esto los capitanes de la guarnición se apresuraron a pedir ayuda al rey de Nápoles, Ferrante de Aragón, enviándole una misiva.


Circundado por el asedio, el castillo, dentro de cuyas murallas se habían refugiado todos los habitantes del barrio, el bajá Agometh, a través de un mensajero, propone que se rindan con condiciones ventajosas: si no resisten, los hombres y las mujeres serán dejados libres y no recibirán ninguna injuria. La respuesta llega de uno de los notables de la ciudad, Ladislao De Marco: hace saber que si los asediantes quieren Otranto deberán tomarla con las armas.


Al embajador se le ordena no regresar más, y cuando llega el segundo mensajero con la misma propuesta de que se rindan, es atravesado por las flechas. Para despejar toda equivocación, los capitanes toman las llaves de las puertas de la ciudad y en modo visible, desde una torre, las lanzan al mar, en presencia del pueblo. Durante la noche, buena parte de los soldados de la guarnición se descuelga de los muros de la ciudad con sogas y escapa. Para defender Otranto quedan sólo sus habitantes.


El asedio que sigue es un martilleo: las bombardas turcas derriban la ciudad, centenares de gruesas piedras (muchas son todavía hoy visibles por las calles del centro histórico de la ciudad). Después de quince días, al amanecer del 12 de agosto, los otomanos concentran el fuego contra uno de los puntos más débiles de las murallas, abren una brecha, irrumpen en las calles, masacran a quien se le ponga a tiro, llegan a la catedral, en la cual muchos se han refugiado. Derriban la puerta y se esparcen en el templo, alcanzan al arzobispo Stefano, que estaba con los atuendos pontificales y con el crucifijo en mano. A ser intimado de no nombrar más a Cristo, ya que desde aquel momento mandaba Mahoma, el arzobispo responde exhortando a los asaltantes a la conversión, y por esto se le corta la cabeza con una cimitarra.


Así lo cuenta Saverio de Marco en la "Compendiosa historia de los ochocientos mártires de Otranto" publicada en el 1905:


«En número de cerca ochocientos fueron presentados al bajá que tenía a su lados a un cura miserable, nativo de Calabria, de nombre Giovanni, apostata de la fe. Este empleó su satánica elocuencia con el fin de persuadir a los cristianos que, abandonando a Cristo abrasaran el islamismo, seguros de que la buena gracia de Agometh, quien los habría dejado con vida, con el sostenimiento y todos los bienes de los que gozaban en la patria; en caso contrario serían todos asesinados. Entre aquellos héroes hubo uno de nombre Antonio Primaldo, sastre de profesión, avanzado de edad, pero lleno de religión y de fervor. Este respondió a nombre de todos: «Todos queremos creer en Jesucristo, Hijo de Dios, y estar dispuestos a morir mil veces por Él´".


Agrega el primero de los cronistas, Giovanni Michele Laggetto, en la «Historia de la guerra de Otranto del 1480» transcrita de un antiguo manuscrito y publicada en 1924:


«Y volteándose a los cristianos Primaldo dijo estas palabras: ‘Hermanos míos, hasta hoy hemos combatido en defensa de nuestra patria y para salvar la vida y por nuestros gobernantes terrenos; ahora es tiempo de que combatamos para salvar nuestras almas para el Señor, el cual habiendo muerto por nosotros en la cruz conviene que muramos nosotros por Él, permaneciendo seguros y constantes en la fe, y con esta muerte terrena ganaremos la vida eterna y la gloria del martirio’. A estas palabras comenzaron a gritar todos a una sola voz con mucho fervor que querían mil veces morir con cualquier tipo de muerte antes que renegar de Cristo».


Agometh decreta la condena a muerte de todos los ochocientos prisioneros. A la mañana siguiente estos son conducidos con sogas al cuello y con las manos atadas a la espalda, a la colina de la Minerva, pocos cientos de metros fuera de la ciudad. Sigue escribiendo De Marco:


«Repitieron todos la profesión de fe y la generosa respuesta dada antes; por ello el tirano ordenó que se procediese a la decapitación y, antes que a los otros, fuese cortada la cabeza al viejo Primaldo, que le resultaba muy odioso, porque no dejaba de hacer de apóstol entre los suyos, más aún, antes de inclinar la cabeza sobre la roca, afirmaba a sus compañeros que veía el cielo abierto y los ángeles animando; que se mantuvieran fuertes en la fe y que mirasen el cielo ya abierto para recibirlos. Dobló la frente, se le cortó la cabeza, pero el cuerpo se puso de pie: y a pesar de los esfuerzos de los asesinos, permaneció erguido inmóvil, hasta que todos fueron decapitados. El prodigio evidentemente estrepitoso habría sido una lección para la salvación de aquellos infieles, si no hubieran sido rebeldes a la luz que ilumina a todo hombre que vive en el mundo. Un solo verdugo, de nombre Berlabei, valerosamente creyó en el milagro y, declarándose en alta voz cristiano, fue condenado a la pena del palo».


Canonización S.S. Benedicto XVI firmó el 20 de diciembre de 2012 el decreto con el cual se reconoce la curación de una seria forma de cáncer que tenía Sor Francesca Levote, monja profesa de las Hermanas Pobres de Santa Clara; milagro atribuido a la intercesión de este grupo de mártires, el cual permitió su canonización.


A finales de los años ‘70s Sor Francisca sufrió un tumor maligno en “un estado muy avanzado”, los médicos de la época la sometieron a la intervención quirúrgica de acuerdo a las normas de entonces, pero hoy día ese tipo de intervención sería impensable, porque se conoce que solo consigue propagar la metástasis, es decir, que el cáncer se extienda por todo el cuerpo.


La religiosa clarisa sufrió metástasis pero se encomendó a los mártires y milagrosamente sanó y pudo dar fe de ello durante treinta años hasta 2012, cuando murió a los 84 años de edad.



Eleazar es un nombre que significa: "Dios me ayuda".

La Santa Biblia, en el 2o. libro de los Macabeos (capítulo 6) narra así la historia de ese mártir.

"Eleazar era de los principales especialistas en explicar al pueblo la Ley del Señor. Era varón de avanzada edad y de muy noble aspecto. Los enviados del impío rey Antíoco, querían obligarlo a desobedecer la santa ley de Dios, pero él prefiriendo una muerte honrosa a una vida infame, dispuso marchar voluntariamente al suplicio del apaleamiento, después de rechazar valientemente todo lo que iba contra las leyes santas".


"Los que estaban ecargados de obtener que los israelitas renunciaran a sus antiguas y sagradas costumbres, lo invitaban a simular que sí hacía lo que la ley prohibía, aunque no lo hiciera, para que obrando así se librara de la muerte y por su antigua amistad con ellos alcanzara benevolencia y buen trato."


Tomando una noble resolución, digna de su edad, de la venerablidad de su ancianidad, del inmejorable proceder que había tenido desde niño, y sobre todo de su inmensa veneración a las leyes santas dadas por Dios, se mostró consecuente con lo que profesaba, y pidió que más bien lo enviaran a la muerte, en vez de hacerle propuestas que iban en contra de su conciencia. Y dijo estas inmortales palabras: "a mi edad no es digno finjir hacer lo malo, aunque lo que se haga sea bueno. Porque después muchos jóvenes, creyendo que Eleazar a los 90 años se ha pasado a las costumbres de los que no tienen ninguna religión,se podrán desviar, y yo por haber simulado lo que no era cierto con el pretexto de conservar el poco tiempo de vida que aún me queda atraería deshonra e infamia a mi vejez. Porque aunque yo lograra en el presente librarme de los castigos de los hombres, ni vivo ni muerto podré librarme de los castigos que Dios tiene reservados para los que van contra su santa Ley. Por eso al sacrificar ahora valientemente la vida, me mostraré digno de mi ancianidad, dejando a los jóvenes un ejemplo noble, al morir generosamente, con valentía y nobleza, por defender las leyes de nuestra sagrada religión".


Al terminar Eleazar de decir las bellas palabras anteriores, se fue enseguida al suplicio. Los que lo llevaban, cambiaron su suavidad de poco antes en dureza, después de oír sus valientes declaraciones, y empezaron a apedrearlo sin compasión.


El, cuando ya estaba a punto de morir, dijo entre suspiros: "El Señor Dios que posee la ciencia santa, sabe muy bien que yo pudiéndome librar de la muerte, soporto por su amor los crueles dolores que produce en mí este apaleamiento, pero en mi alma lo sufro con gusto porque se trata de demostrarle a mi Dios cuanto lo quiero y lo estimo". De este modo murió santamente. Y Eleazar no dejó sólo a los jóvenes sino a todos los creyentes, con su heróica muerte, un ejemplo de nobleza, valor y generosidad y una invitación a preferir morir antes que pecar.


No tengas respetos humanos que vayan contra tu alma. (Eclesiásticos).


Comentarios al P. Felipe Santos: fsantossdb@hotmail.com



Nació en 1088, en Ávila, España.

Educado muy cristianamente, desde la niñez dio muestras de sus virtudes. Al quedarse huérfano se retiró a un rincón de lo que es hoy la Ribera barcense. Empezó a roturar y a labrar estas tierras, así como a socorrer a los pobres y a enseñar a las gentes. Creció la fama de su virtud y el Obispo de Segovia le nombró canónigo de sus Catedral.


En el año 1149 regresó al Barco con su amigo San Pascual, natural de Tormellas. Como estaba muy viejo buscó a un mozalbete para que lo ayudara. la tradición y la leyenda dicen que pidió al Señor que le diera a conocer el momento de su muerte. Le anunció que sucedería cuando el agua de la fuente en que bebía se convirtiese en vino. En octubre de 1155, San Pedro tuvo sed y pidió al muchacho le trajeses un poco de agua, al probarla observó que era vino. A los 3 días murió.


La tradición y la leyenda siguen contando: Como no hubo acuerdo sobre dónde enterrarle, se decidió montarle en una mula, a la que habían vendado los ojos; en el lugar donde se parase, allí se le enterraría. La mula partió de El Barco, pasó Piedrahíta y al llegar a Ávila, se dirigió a la Iglesia de San Vicente donde se paró y dejó marcada su huella, conservándose ésta actualmente. La mula cayó muerta y fue enterrada en el trozo de muralla más cercano a la iglesia, que conserva todavía el nombre de “Cubo de la mula”.


San Pedro fue enterrado en la iglesia y allí permanece, salvo el húmero que fue extraído para depositarlo en la ermita de San Pedro, en El Barco de Ávila. Actualmente está en el Museo de la Iglesia Parroquial.



Fray Buenaventura de san Luis Bertrán García Paredes nació y fue bautizado el 19 de abril de 1866 en castañedo de Valdés, Luarca (Asturias), de padres muy piadosos, llamados Serapio García Paredes, y María Pallasá, ésta hija de padre procedente de la Navarra francesa; recibió una óptima formación en el hogar paterno, y dio ya de niño signos de su futura vocación eclesiástica; tuvo un hermano sacerdote y también durante algún tiempo una hermana dominica en el convento de la Anunciación de Ávila; en la niñez pastoreó las ovejas de su padre, realizó estudios primarios en el pueblo natal y en una preceptoría, aconsejado por el dominico Esteban Sacrest, que había misionado en su pueblo; regentaba la mencionada preceptoría el párroco Antonio Francos Pertierra; acudió a sus clases durante un año; ingresó después en la escuela apostólica o seminario menor de Corias (Asturias), donde cursó dos años, tras los cuales sus maestros lo consideraron apto para comenzar el noviciado; sin embargo, por problemas de salud se restituyó, aconsejado por los superiores de Corias, al hogar paterno; una vez restablecido se dirigió a la escuela apostólica de Ocaña (Toledo), perteneciente a la Provincia del Santo Rosario.

Ingreso y formación en la orden


Tomó el hábito en la fiesta de santa Rosa de Lima, 30 de agosto de 1883; durante el noviciado habitó en la misma celda que en otro tiempo ocupó el mártir asturiano san Melchor García Sampedro, o.p. hizo la profesión simple el 31 de agosto de 1884; profesó solemnemente el 8 de septiembre de 1887, en manos del rector del convento de Ávila fray Santiago Payá, siendo Maestro de la Orden fray José María Larroca, y provincial de la Provincia del Santísimo Rosario de Filipinas fray Lucio Asensio; tuvo como maestro en Ocaña a fray José Trobat, que fue misionero en Vietnam.

Estudió un trienio de Filosofía en Ocaña; después pasó a cursar teología al convento de santo Tomás de Ávila; estudió directamente el texto de la "Suma de teología" de santo Tomás de Aquino. Cumplido el tercer año de teología lo enviaron a la Universidad de Salamanca a cursar Derecho Civil, que luego continuó, junto con Filosofía y Letras, en las Universidades de Valencia y Madrid. En Salamanca obtuvo el bachillerato en Derecho Civil el 29 de enero de 1891; en el mismo año, el 25 de julio, en el oratorio del Palacio Episcopal de Ávila, fue ordenado sacerdote por el obispo Juan Muñoz y Herrera, gran amigo de la Orden; celebró su primera misa en la fiesta del beato Manés.

Tanto en Valencia como en Madrid obtuvo las mejores calificaciones. En la Universidad Central de Madrid obtuvo el Doctorado en Filosofía y Letras el 30 de junio de 1897; al año siguiente, el 20 de junio, fue promovido al Doctorado en Derecho Civil. Para la consecución del título en Filosofía presentó una tesis sobre "Santo Tomás y la Estética moderna. Necesidad de restaurar el pensamiento estético del angélico doctor en la ciencia de lo bello"; para el Derecho Civil: "La Iglesia y el Estado en la Teoría jurídico-social de santo Tomás comparada con las Teorías modernas sobre el mismo asunto".


Profesor y superior


En 1899, tiempo muy difícil para las Islas Filipinas, fue destinado a Manila y allí se examinó y obtuvo el grado de Lector, que le abría las puertas para poder dedicarse a la docencia en los estudios generales de la Orden; en 1900 le encargaron la cátedra de Derecho Político y Administrativo en la Universidad de santo Tomás. Comenzó por entonces a publicar artículos, especialmente en el diario católico Libertas, del que fue director por breve tiempo, desde el 21 de abril de 1901 hasta el verano del mismo año; defendió la causa de Bernardino Nozaleda, o.p. (1844-1927), Arzobispo de Manila, también cuando éste fue nombrado Arzobispo de Valencia (1903). Con feliz éxito abogó ante el Tribunal Supremo de Manila a favor del derecho que tenía a sus bienes la Iglesia de san José.

En 1901 lo eligieron prior del convento de santo Tomás de Ávila; fue confirmado en el oficio el 31 de julio y comenzó a ejercer el cargo el 14 de octubre; mereció en alto grado el aprecio de los habitantes de la ciudad, así como de las autoridades civiles y eclesiásticas; terminado el priorato permaneció todavía por algún tiempo en aquel convento; dio clases de derecho canónico en el Seminario Conciliar. Continuó la historia eclesiástica del P. Francisco Rivas, editada en tres tomos en Madrid en 1877; completó dicha historia con la adición de temas pertenecientes al el pontificado de León XIII (1877-1903).

Fundó un Colegio de Enseñanza Media en Santa María de Nieva (Segovia); se comenzó a tratar de este asunto en septiembre de 1903, y en 1904 se inició el primer año escolástico; el colegio, abierto al alumnado de la población y de otras localidades vecinas, comenzó a florecer bajo su gobierno. En 1910 lo eligieron prior de Santo Domingo de Ocaña; asistió al Capítulo Provincial de Manila y allí lo eligieron Prior Provincial, el 14 de mayo de 1910.


Al frente de la Provincia del Santo Rosario


Se trataba entonces de la Provincia más numerosa de la Orden, con cerca de seiscientos hermanos; de regreso del Capítulo participó en el cincuentenario de la fundación de Corias, convento de la Provincia de España, donde tuvo un memorable discurso; habló de la necesidad de restaurar la Provincia de Aragón; llegado el momento de tal restauración en 1912, con la aprobación de su Consejo, cedió a la misma el convento de Valencia, que pertenecía a la del Santo Rosario.

Se esforzó grandemente por fomentar las misiones; visitó más de una vez regiones inmensas de China, Japón, Vietnam, y tomó contacto con los misioneros, a los que auxiliaba cuanto podía. Erigió hospitales, colegios para la formación de niños y jóvenes de ambos sexos; se destacaron los colegios de Fochoow, en la Provincia china de Fokien, y el de Taipeh, en la Isla de Formosa. Cedió campos misionales en China a la Provincia de Teutonia, y en Vietnam a la de Lyon. Fundó en octubre de 1917 la revista "Misiones dominicanas"; deseaba que fuera reflejo de cómo se propagaba el reino de Cristo en los muy vastos territorios confiados a su Provincia, y que diera a conocer las fatigas de los misioneros así como el fervor de los nuevos cristianos; en el primer número se presentaba ya a santo Domingo como modelo de misioneros.

Planificó y construyó la sede central para la Curia Provincial en Manila; en 1911, al cumplirse los trescientos años de su fundación, adquirió 50.000 metros cuadrados para la ampliación de la Universidad de santo Tomás, y colocó la primera piedra de los nuevos edificios. Por mandato del Capítulo Provincial de 1910 fundó en 1912 la Escuela Apostólica de la Mejorada (Olmedo, Valladolid). Extendió la presencia de la Provincia hacia los Estados Unidos de América del Norte (Tangipahoa, y Centro de Estudios Teológicos de Rosaryville, Nueva Orleáns, Luisiana, inaugurado el 16 de noviembre de 1911).

Terminado el cuatrienio de su provincialato continuó en el cargo por voluntad explícita del papa san Pío X, y a beneplácito de la Santa Sede. Terminado el mandato en 1917 se encargó de la construcción y lo hicieron superior de la casa del Santísimo Rosario de Madrid (c/ Conde de Peñalver, entonces calle Torrijos, nº 28); esta casa en 1921 contaba con seis frailes, de los cuales tres han sido elevados al honor de los altares, y uno más está en proceso; además del beato Buenaventura puede recordarse a los beatos Manuel Álvarez Álvarez (Quirós, Asturias, 1871 - † Madrid 14 de septiembre de 1936) y José Luis Palacio Muñiz (Tiñana, Siero, Asturias, 1870 - † Algodor, Madrid, 25 de julio de 1936); el cuarto, en la actualidad siervo de Dios, es fray José Mira Lloret (Alcoy, Alicante, 1872 - † Ocaña, Toledo, 11 de agosto de 1936), cuya "positio" o ponencia está en espera de redacción.

Durante nueve años se entregó al apostolado y dirección de almas, tanto seglares como religiosas, dominicas o de otras congregaciones; entre las personas aconsejadas por él se contaba d. Antonio Maura, cinco veces presidente del gobierno español.


Maestro de la Orden


El 22 de mayo de 1926 fue elegido Maestro de la Orden. En la alocución que tuvo este mismo día el definidor de la Provincia del Santo Rosario, fray José Noval, se pedía para el que debía ser elegido: que destacara en ciencia, verdadero maestro que ayudara a la conquista y predicación de la verdad; debía, igualmente, resplandecer en la virtud de la vida regular y apostólica; finalmente se quería que poseyera prudencia comprobada por la experiencia en gobernar, porque -se afirmaba- regir almas es el arte de las artes. Cuatro miembros del Capítulo se trasladaron aquel mismo día desde Ocaña a Madrid para anunciarle la elección y acompañarlo al aula capitular; eran los provinciales Getino, Tapie, Leca y Tamayo. Llegado al convento de Ocaña aquella misma tarde se postró en tierra y suplicó a los capitulares que lo eximiesen del oficio. Fray Luis G. Alonso Getino, Provincial de España, en nombre de todos, le animó a que tuviera confianza en la divina providencia y en la ayuda de la Santísima Virgen del Rosario, de santo Domingo y de los mártires de la Provincia del Santo Rosario, y, sin compás de espera, imploró del recién elegido la bendición de santo Domingo. Bendiciendo a todos los presentes emitió el juramento de servir con fidelidad a los hermanos. Entre los electores se contaba el futuro mártir beato Luis Urbano, socio del Prior Provincial de Aragón, así como los frailes Ludovico Fanfani, Beda Jarret, Albert Janvier, Vincent Mac Nabb, Juan Casas, Vicente Beltrán de Heredia, el siervo de Dios Iocondo Pio Lorgna, Santiago Ramírez...


Carta a la Orden


En su primera carta pidió colaboración sincera y la ayuda de la plegaria, porque se atravesaba tiempos difíciles y hasta de persecución; la Primera Guerra Mundial (1914-1918), entre otras causas, dejó desoladas o afectadas por graves heridas algunas Provincias: "¡cuánto derramamiento de sangre!", exclamaba. Se proponía con la ayuda de Dios poner remedio; lo deseaba vehementemente, sin ahorrarse ningún sacrificio. Anhelaba una Orden robusta en su constitución orgánica, rica en la acción sobrenatural por la santidad de vida y la observancia regular, con renombre por la firmeza y esplendor de la doctrina, incansable en el ministerio apostólico, abierta a las misiones, con aprecio por la vida espiritual -de manera velada se podía ver una alusión a la ingente obra llevada a cabo por el siervo de Dios Juan G. Arintero -,comprometida de manera habitual y permanente en la enseñanza de la sagrada doctrina, en ascenso continuo por la vía de la perfección, con celo apostólico proveniente de manera exclusiva de la caridad. Quería establecer una verdadera comunión con sus hermanos acerca del modo de concebir y estimar la naturaleza, fin y medios esenciales propios de la Orden, y así manifestaba con claridad meridiana su pensamiento, deseos, objetivos y norma de gobierno.

En la primavera de 1927 quiso dirigir también un mensaje a las monjas y hermanas, sustancialmente unidas al árbol de la Familia Dominicana; entendía que la multitud de congregaciones no quebraba la unidad original, ni cambiaba la naturaleza y cualidad de la sangre entre los seguidores de santo Domingo. Eran más de 4.600 religiosas de vida contemplativa, y sobre 20.000 las hermanas de vida apostólica, multiplicándose por todas partes del mundo, tanto entre los católicos, como entre otros grupos cristianos y entre los que no habían recibido todavía la fe, afanosas de remediar las necesidades espirituales y corporales del prójimo. Entendía que si todas las fuerzas dominicanas se unieran más estrechamente, sin duda se aumentaría el valor efectivo de la Orden; de ello no se seguiría ningún mal, antes al contrario, sería muy provechoso: "nos vivifica uno y el mismo espíritu de familia; late en todo corazón dominicano un mismo amor hacia el bien común de la Orden; el mismo ardor en el sagrado apostolado recibido del santo fundador, el cual arde como una llama en nuestras voluntades y aspira a lo mismo de manera unánime"


Actividad como Maestro


Con el fin de adaptar las constituciones al nuevo Código de Derecho Canónico nombró dos Comisiones (1926); entre los miembros de la primera se hallaba el que será elevado a los altares con él, beato Vicente Álvarez Cienfuegos. El 10 de febrero de 1927 instituyó una nueva comisión para examinar las constituciones de las monjas y presentarlas a la aprobación de la Santa Sede. La presidió el p. Juan Casas, de la Provincia de Andalucía.

En el año 1927 promovió una solemne celebración en honor de santo Tomás en la basílica de Santa María sopra Minerva de Roma; por otra parte, en la sede del Colegio "Angelicum" (Via san Vitale) presidió el acto académico el 16 de marzo; tuvo la disertación principal el futuro Maestro de la Orden y Cardenal M. Browne, que habló del Idealismo a la luz de la doctrina de santo Tomás. El 2 de marzo presidió la estación de comienzo de la Cuaresma en santa Sabina, que no era todavía sede de la Curia; participaron más de dos mil personas en la procesión; multitud de fieles de Roma, aunque por entonces no acudía el Papa al Aventino, continuaban visitando durante todo el miércoles de ceniza la basílica y participaban en el oficio vespertino con los frailes. La fiesta académica en honor de santo Tomás al año siguiente se celebró, no en la pequeña aula del "Angelicum", sino en el aula magna de la Cancillería Apostólica, al frente de la cual se hallaba el Cardenal Früwirth, o.p. acompañaron al Maestro de la Orden los cardenales Laurenti y Erhle.

Siguió con interés la marcha de los centros de estudio. Nombró director de L´ecole biblique de Jerusalén a fray Paul Dhorme, y asistió personalmente a una conferencia que dictó en el "Angelicum" sobre la Sabiduría de los antiguos.

Se mantuvo cercano a los hermanos y hermanas de México en la dura persecución religiosa que padecieron, cuando algunas hermanas tuvieron que refugiarse en La Habana (Cuba); lo mismo hizo cuando fue devastada la santa infancia de Foochow (China), en enero de 1927. Devolvió a sus primitivos límites la antigua Provincia de san Jacinto de Polonia (2 de julio de 1927), deseando que tal medida llevara a una renovación del espíritu en Cristo.

Animó a la Familia Dominicana en Italia a participar en el Congreso Eucarístico Nacional que se celebró en Bolonia a comienzos de septiembre de 1927. A comienzos de julio había visitado las comunidades de Friburgo; en el mes de septiembre estuvo en España. En octubre nombró regente del "Angelicum" a fray Mariano Cordovani, Profesor de Teología hasta entonces en la Universidad Católica del Sacro Cuore de Milán. El centro de estudios "Angelicum" contaba a principios de 1928 con 430 alumnos, de los cuales 80 pertenecían a la Orden; la Universidad de Friburgo, en Suiza, tenía matriculados algo más de 600, de ellos 246 en la Facultad de Teología, 155 en Derecho, 114 en Filosofía, y el resto en la de Ciencias.

El 14 de octubre de 1927 envió una carta de apoyo al presidente del comité constituido en Siena para restaurar la Basílica de santo Domingo y deseaba en la misiva que volviera a florecer, bajo el cuidado de los dominicos, el esplendor del culto y la devoción a santa Catalina. A finales de 1927 nombró a fray José Espina, de la Provincia del Rosario, como representante suyo para preparar una exposición misionera dentro de la magna exposición internacional de las industrias que estaba programada para 1929 en Barcelona. El 5 de diciembre de 1927 nombró vice-regente del centro de estudios de Le Saulchoir, Provincia de Francia, al p. Enrique D. Noble. Como prior del centro de estudios filosóficos establecido en Pistoya, nombró al p. Alberto Zucchi, de la Provincia Romana, y lector primario al p. Thomas Pègues, de la Provincia de Toulouse; el convento comenzaba una nueva etapa con 50 frailes, después del cierre del mismo que hizo el gran duque de Toscana Leopoldo II.

En el mes de junio de 1927, desde el "Angelicum", en la vía san Vitale, nº 15, donde residía, dirigió una carta de aliento a los misioneros dominicos de Canelos, en el Ecuador, asegurándoles que cumplían con el fin de la Orden, que es la salvación de las almas mediante la predicación, empleada en alto grado por santo Domingo. "continúen, queridos padres, -escribía- su obra, quizá dura e ingrata a la carne; obra desconocida de los hombres y, como tal, no cantada en el coro de las alabanzas humanas; mas, por eso mismo, obra de sumo mérito ante Dios y ante la misma humana sociedad que con el tiempo se verá obligada a reconocer la grandeza e importancia de la labor realizada por los pp. Misioneros del Ecuador, como ha reconocido ya el mérito de otros misioneros; obra, sobre todo, alabada y cantada allí donde se da y se recibe la única verdadera gloria, que existe y puede existir, porque la da el Señor de la gloria, infalible en sus juicios, infinito en su bondad y en sus riquezas. Yo los bendigo de todo corazón"

En el mes de diciembre de 1927 fue recibido dos veces en audiencia privada por el Santo Padre Pío XI, y lo mismo en febrero, abril y junio de 1928 .

En enero de 1928 confirmó la elección como prior del convento de santa María sopra Minerva de roma a fray Innocenzo Taurisano, e instituyó como vicario general de la Provincia de Argentina a fray Jacinto Estévez. Envió también una carta de felicitación a fray Ceslao Rutten, por la intervención que tuvo en el Senado de Bélgica defendiendo la justicia social y la caridad evangélica, fines que con plena conciencia perseguía la orden; aprobaba de corazón el apostolado social que llevaba entre manos, exhortándole a que lo prosiguiera. El p. Rutten, en 1928, levantó también su voz en el mismo senado en favor de la paz en México y contra la persecución religiosa que azotaba al mencionado país; en tal circunstancia recordó la labor en el siglo XVI del hoy siervo de Dios fray Bartolomé de las Casas .

En marzo y abril de 1928 hizo visita canónica a los conventos de Roma: la Minerva, Santísimo Rosario, Santa Sabina, San Clemente, Angelicum, y monasterio de santo Domingo y san Sixto; giró también visita y dejó muy grato recuerdo en el monasterio de Marino Laziale, en la Provincia de Roma. Durante los meses de junio y julio visitó las casas de formación de las provincias de Nápoles, Sicilia y Malta; se dirigió igualmente al santuario de santo domingo en soriano, en la región de Calabria, e hizo todo lo posible para que los frailes reasumieran cuanto antes el cuidado pastoral de dicho santuario; para ello se entrevistó con las autoridades civiles y eclesiásticas. En agosto de 1928 salió de Roma para hacer la visita canónica a las provincias de Italia y de España; terminó la visita a España en el mes de noviembre, y se reintegró a su sede en el "Angelicum"; el 14 de noviembre le concedió una audiencia Pío XI.


Una nueva sede para el "Angelicum"


El 9 de junio de 1928, tras superar no pocas dificultades, se consiguió del gobierno italiano que volviera a la Orden "pleno iure" el monasterio de santo Domingo y san Sixto de Roma; se deseaba trasladar allí el colegio "Angelicum", que el Maestro de la Orden beato Jacinto mª. Cormier había inaugurado en la varias veces mencionada vía de san Vitale. El p. Paredes venía trabajando para conseguir este objetivo desde hacía casi dos años; estimaba él y estimaban otros que el lugar en que se hallaba era inmejorable, equidistante entre las colinas del Esquilino y el Quirinal, en pleno centro de la Roma antigua. Desde 1873, en virtud de una ley llamada de supresión, habían quitado a las monjas que allí vivían desde 1575 más de tres cuartas partes del antiguo monasterio construido desde los cimientos por san Pío V. En 1927 el estado italiano puso en venta la parte que ocupaba la administración de los bienes del culto, y la Orden decidió comprarla, sobre todo porque el "Angelicum" resultaba cada vez más angosto. La nueva adquisición alcanzaba unos 17.000 metros cuadrados. La misa de apertura del curso 1928-1929 se celebró ya en la iglesia de santo Domingo y san Sixto, y tuvo la lección solemne aquel año fray Reginald Garrigou-Lagrange. En este curso los alumnos llegaron a 490, de los cuales 77 eran de la Orden.

Con motivo de la compra del monasterio de santo Domingo y san Sixto envió el papa Pío XI el 11 de junio de 1928 una carta al Maestro, congratulándose porque así se disponía de un edificio adecuado para promover el "apostolado doctrinal"; el lugar -estimaba el papa- era por demás apropiado, como todos lo reconocían; disponía, además de una huerta, en orden a realizar las edificaciones oportunas. Estaba seguro que la compra resultaría de gran provecho, no sólo para la Familia Dominicana, sino también para la Iglesia, aunque reconocía el Pío XI que el coste económico fue muy importante, y todavía sería necesario invertir en la acomodación para los nuevos fines a que estaba destinado. Por lo mismo deseaba que el Maestro recibiera el apoyo de toda la Orden.


Animación de la vida de la Orden


En 1928 fundó el fray Marie-Vincent Bernadot, de la Provincia de Francia, la revista La vie intellectuelle; desde el 1º de enero de 1929 se comenzó a publicar en Zagreb, en la provincia de Dalmacia, una nueva revista titulada Duhovni Zivot (vida espiritual), dirigida por el p. Jacinto Boskovic.

El 20 de junio de 1928 firmó una carta dirigida a toda la Orden en la que declaraba a san Luis Bertrán patrono especial de los noviciados; tomó la iniciativa el Capítulo General de 1926, pero confesaba el Maestro que nada era más grato y feliz para él que ejecutar la determinación de sus hermanos; san Luis -escribía- había formado durante mucho tiempo y de manera muy sólida a los jóvenes religiosos que le confiaron; iba por delante de sus discípulos dando ejemplo de prudencia, rectitud y saludable disciplina, verdadero hijo de santo Domingo, que predicó también el evangelio en regiones de Colombia, y mereció agregar una multitud de gentes a la iglesia de Cristo . Días antes, el 13 de junio de 1928, dio una nueva prueba de su devoción a santa Catalina asistiendo al congreso que reunió el colegio de los "Caterinati", para dar a conocer, sobre todo, la convocatoria de un congreso internacional que debía celebrarse en roma en 1930. El 7 de junio nombró a fray Dominique Chenu secretario del estudio general de Le Saulchoir.


Renuncia al gobierno de la Orden


El 30 de marzo de 1929 el cardenal Pietro Gasparri le comunicó, en nombre del Santo Padre Pío XI, la aceptación de la renuncia que había presentado. El papa -se decía en la carta del cardenal- había aceptado la dimisión con dificultad o desagrado -ægre. Pero en la aceptación había pesado sobre todo la consideración de su salud. Se reconocían sus méritos y se alababa el desempeño del oficio de Maestro de la Orden a lo largo de casi tres años. Unos días más tarde el Prefecto de la Congregación de Religiosos nombró Vicario General hasta el próximo Capítulo a fray Juan casas, socio del Maestro, nacido en Cataluña e hijo de la Provincia de Andalucía.

El 27 de marzo -presentada ya la renuncia, aunque todavía no aceptada-salió para el santuario de Madonna dell´Arco, cerca de Nápoles; buscaba un poco de alivio para su salud; al hacerse pública la renuncia tornó a Roma el 10 de abril para hacer el traspaso de los asuntos al Vicario General. Dejó su sede en el colegio "Angelicum" el 30 de abril y pasó al convento romano de la Santísima Trinidad (Via Condotti), perteneciente a su Provincia; días después marchó para España. El cronista de la revista Analecta OP., concluía su relato con estas palabras: "tanto en la elección de Maestro de la Orden hecha en favor de su persona, como en el retiro del oficio, ofreció a los hermanos presentes y futuros un preclaro ejemplo de sencillez y humildad que no podrá borrarse de su memoria" .

Tras una breve estancia en Madrid, a principios de junio de 1929 se dirigió al convento de Ocaña, donde, en conformidad con las constituciones, eligió su domicilio. Las razones de salud para su dimisión fueron las únicas que se adujeron de manera explícita en los documentos oficiales, aunque la citada carta del Cardenal Secretario de Estado Pietro Gasparri dejaba entrever que había aducido también otras razones. Desde Francia llegaron algunos informes a la Santa Sede, según los cuales ciertos frailes estaban envueltos en el movimiento "Action Française" -movimiento nacionalista de índole monárquico- que Pío XI había condenado a partir de diciembre de 1926 . Ante el deseo de la Santa Sede de que el Maestro removiese de sus conventos a frailes acusados de apoyar el mencionado movimiento, éste dilató por algunos meses la intervención hasta tanto que él investigase personalmente la veracidad de los informes, cosa que disgustó al papa.

Es evidente que se precisa de una biografía documentada del nuevo beato con la utilización de fondos, vaticanos y de la Orden, que hoy son accesibles a los estudiosos. Es sabido que la documentación correspondiente al pontificado de Pío XI está ya abierta a la consulta en el Archivo Secreto Vaticano. Con mayor facilidad podrán consultarse las respectivas secciones del Archivum Fratrum Prædicatorum, en el convento de santa Sabina de Roma.

Por una crónica que publicó la revista "Rosas y espinas", fundada en Valencia por el beato Luis Urbano, se sabe que viajó a París en el mes de septiembre de 1926; por tanto, es seguro que estuvo en Francia. Fue desde España y, antes de cruzar la frontera, desvió su ruta hacia Vic (Barcelona) y presidió la toma de hábito de treinta postulantes de la congregación de Dominicas de la Anunciata. Habló en la ceremonia del reinado de Cristo en la tierra, y animó a procurarlo con firmeza y valor por el ejercicio de las virtudes religiosas. En nombre de la congregación le dio la bienvenida la priora general, H. Mercedes Miralpeix; recibió también el saludo del obispo de Vic Dr. Muñoz, del terciario dominico Jaume Collell y del profesor del seminario Ramón Puig y Coll, sobrino segundo del beato Francisco Coll, martirizado en 1936.

Medio año después de que fuera descargado de su oficio, el 31 de diciembre de 1929, escribió desde Ocaña a la religiosa dominica Sor Pilar de Jesús manifestándole cuanto sigue: "he preferido venirme a este convento donde hice mi noviciado, y que además es un verdadero santuario de la Provincia, pues que se formaron nuestros mártires del Tonquín. Ahora han traído aquí uno de los cursos de nuestros estudios y la regular observancia se tiene con el mayor cuidado. No ceso de dar gracias a Dios por el beneficio que me ha concedido y por la paz suavísima de espíritu que me ha concedido y me da a gustar".

Fue elegido para sucederle el 21 de septiembre de 1929 el p. Martín s. Gillet (1875-1951), que rigió la Orden durante diecisiete años, hasta 1946. En este Capítulo electivo, celebrado en el "Angelicum", estuvo fray Buenaventura Paredes, y ofreció en primer lugar su obediencia al nuevo elegido. Fueron también capitulares el hoy venerable fray Titus M. Horten, el ya mencionado beato Luis Urbano, y el siervo de Dios José Garrido Francés, mártir perteneciente a la comunidad del estudio general de Almagro, de la Provincia de Andalucía. El ex Maestro tomó parte, igualmente, en los Capítulos de Le Saulchoir (1932), y Roma (1935).

Desplegó también una actividad apostólica y así, por ejemplo, en julio de 1930, dirigió los ejercicios espirituales a las hermanas Dominicas de la Anunciata de Oviedo, entre cuyos miembros se hallaba la hoy sierva de Dios Dominga Benito Rivas, que consignó el hecho el la crónica de la comunidad.


Persecución y martirio


Retirado, como se ha dicho, al convento de santo Domingo de Ocaña, se hallaba en Madrid a mediados de julio de 1936, en el convento ya mencionado del Santísimo Rosario. Este convento, convertido en priorato en 1935, fue asaltado el domingo 19 de julio de 1936; se hallaban en la comunidad 15 religiosos, unos por asignación y otros de paso, de los cuales 11 fueron beatificados el 28 de octubre de 2007. El beato Buenaventura había salido del convento la víspera del asalto, invitado por d. Pedro Errazquin, que ofreció refugio también a otros frailes. Un mes antes había escrito a esta familia Errazquin - Garmendía, a la que había comenzado a tratar en 1915 en Filipinas: "yo ya no puedo sobreponerme a la abrumadora realidad que sufrimos. Solamente esperando en la misericordia de Dios cabe concebir alguna esperanza" Esta familia se ofreció a tramitarle un pasaporte y un billete para que viajara a Filipinas, pero él, anciano y enfermo, experimentaba una dificultad invencible a emprender el viaje y manifestaba que sólo lo haría si se lo permitían sus superiores de Roma; de hecho escribió a Roma y obtuvo el billete para el viaje; el amigo Pedro Errazquin presentó una solicitud para el pasaporte, aunque este documento le fue negado por ser religioso.

Mientras estuvo refugiado en casa de d. Pedro Errazquin iba a celebrar la Eucaristía a un oratorio; pero este hogar era vigilado por la policía y le buscaron a finales de julio alojamiento en el Hotel del Carmen, en la plaza de santa Bárbara. Al fin este caballero católico sufrirá, al fin, la muerte en la pradera de san Isidro de Madrid, porque le encontraron en casa el cáliz que pertenecía al beato Buenaventura. Convencido este último de la estrecha vigilancia que ejercía la policía sobre él se refugió en una pensión llamaba del infante Don Juan, en la calle Recoletos; administró el sacramento de la confesión a algunas personas residentes; en la habitación que le asignaron llevaba una vida recogida y de oración, rezaba el breviario y hasta celebraba la santa misa. Decía una testigo: "el p. Buenaventura estaba delante de una mesita con un panecito y un vaso, y yo creo que era que estaba celebrando la santa misa".

Fue detenido el 11 de agosto y conducido por gente armada; se había identificado como religioso y sacerdote, y se entregó con gran valor: "no tengo más delito que el de ser sacerdote y religioso; la divina providencia así lo quiere", aseguran que declaró. Lo llevaron a un lugar de tortura, denominado checa, situado en la madrileña calle García de Paredes. Al día siguiente, 12 de agosto de 1936, lo condujeron al pueblo de Fuencarral y, hacia las 10 de la mañana, lo ejecutaron por arma de fuego en el paraje denominado Valdesenderín del Encinar, entre Fuencarral y Alcobendas; conservó hasta el último momento el rosario y el breviario. Lo enterraron en le cementerio de Fuencarral, localidad en que la Orden tuvo convento durante siglos y cuya iglesia está dedicada a "Nuestra Señora de Valverde".

Los restos fueron exhumados el 24 de octubre de 1940 y llevados a la cripta de la iglesia del Santísimo Rosario de Madrid. En 1967 los trasladaron de nuevo a la capilla - panteón del convento de santo Tomás de Ávila donde siguen localizadas sus reliquias.

Recordado como mártir por su sucesor

El Maestro de la Orden fray M. E. Gillet escribió una carta dedicada a los mártires en la persecución religiosa en España y en ella trató ampliamente y con elogio de su predecesor; estimaba que su vida podría resumirse en una perpetua unión sobrenatural con Dios por la exquisita humildad y práctica de la mansedumbre con sencillez y magnanimidad, algo que se advertía en él como connatural, y así se preparó para el martirio. Esperaba que en el futuro la Iglesia lo declarara mártir. Ofrecía, en fin, el nombre de otros hermanos de las Provincias de España, Aragón, Andalucía y Santo Rosario que dieron, asimismo, testimonio de su fe con la efusión de su sangre. Eran 136 en total.


Fama de santidad


Todos los testigos procesales que conocieron al nuevo Beato Buenaventura García Paredes resaltan unánimemente sus virtudes. Era hombre de fe arraigada y profunda, que manifestaba en el recogimiento y unión con Dios; tenía para con todos sentimiento humanitarios y buenos, siempre dispuesto a perdonar; destacó por su cercanía al mundo obrero y a las gentes humildes, sencillas y pobres; muy prudente y sabio, paciente, justo y ecuánime; constante en el cumplimiento del deber, firme y, a la vez, compasivo y humano; comedido en el comer, en el beber, en sus expansiones y en todo; edificante por su profunda humildad.

El conocido historiador fray Vicente Beltrán de Heredia se pronunció así: "Siento devoción, sobre todo, por el P. Paredes, del que tengo una impresión muy grata por el hecho de que cuando fue elegido General incluyendo mi voto a su favor, vi hasta donde llegaba su humildad en no aceptar el cargo. No se me olvidan aquellos diez minutos de forcejeo, cuando resultando él General hubieron de convencerle, y dio tales muestras de humildad que uno de los Padres asistentes, el P. Getino, tuvo que adelantarse para pronunciar unas palabras de aliento y ayudarle, de tal suerte que un padre austro-húngaro P. Cornelius Boller , dijo: "Jamás en mi vida he presenciado escena tan hermosa" " .

Después de dejar el cargo no se mostró dolido y trató incluso de justificar la acción de la Santa Sede con respeto y mansedumbre. Verle celebrar la Misa emocionaba. En su visita como Prior provincial al Vietnam se postró en tierra ante la lápida de los Mártires, y estuvo un rato bien grande de bruces sobre el suelo; cuando se incorporó notaron los presentes que tenía el rostro bañado en lágrimas. Reflejaba las virtudes de un santo, exclamaba su sucesor fray Aniceto Fernández.

En la diócesis de St. Hyacinthe de Québec se publicó en 1944 una estampa recordatorio de nuestro Mártir, con una oración aprobada por la autoridad eclesiástica en que se pedía al Señor "el don insigne de los milagros necesarios para su beatificación terrestre, a fin de que podamos pronto con la Iglesia venerarlo e invocarlo como un santo".

Desde el 28 de octubre de 2007 la Orden de Predicadores venera con gozo a este hijo suyo con el título de Beato y Protomártir elevado a los altares entre sus Maestros. La Provincia del Santo Rosario como al Maestro que ha dado a toda la Orden. En el día de su Beatificación ha encabezado un grupo de 74 Mártires, representantes de toda la Familia de Santo Domingo: 40 sacerdotes, 18 hermanos cooperadores, 3 estudiantes clérigos, un novicio clérigo, una monja contemplativa, 7 hermanas de la Congregación de la Anunciata, fundada por el Beato Francisco Coll, 2 hermanas de la Congregación de la Enseñanza de la Inmaculada, 2 laicos dominicos. Todos ellos integraban el grupo de 498 mártires españoles beatificados, en la fecha señalada, por S.S. Benedicto XVI.



Martirologio Romano: En la localidad de Planegg, cerca de Munich, en Baviera, de Alemania, beato Carlos Leisner, presbítero y mártir, que encarcelado, cuando todavía era diácono, por la proclamación pública de su fe y el constante servicio en favor de las almas, fue ordenado sacerdote en el campo de concentración de Dachau. Puesto en libertad, murió a causa de los sufrimientos soportados durante su cautividad (1945).

Nació en Rees/Niederrhein (Alemania) el 28 de febrero de 1915, se crió en Kleve y de estudiante de bachillerato ingresó en el Movimiento Juvenil Católico de Schonstatt.


En dicho Movimiento, además de disfrutar de la comunidad con los jóvenes y de poder realizar largos viajes, adquiere conocimientos de las Sagradas Escrituras y sobre todo de la Eucaristía. En su diario escribe: „Cristo – Tú eres mi pasión!“.


Karl Leisner desea ser sacerdote. El obispo de Münster le asigna el cargo de director de la juventud diocesana. La Gestapo le observa. Durante el año de estancia en Friburgo le conmueven duras luchas interiores: ¿sacerdocio o matrimonio y familia? El 25 de marzo de 1939 es ordenado diácono. En pocos meses debería recibir las sagradas órdenes.


La Divina Providencia designa otra cosa: Una repentina tuberculosis le obliga a permanecer en St. Blasien en la Selva Negra. Allá, el 8 de noviembre de 1939, es detenido por la Gestapo a causa de un comentario hecho en relación con el atentado contra Hitler: cárcel en Friburgo.

Internamiento en el campo de concentración de Sachsenhausen y de allá, en 1940, traslado al campo de concentración de Dachau en el que sucede lo inesperado: el 17 de diciembre de 1944, en el bloque 26, y con gran peligro para todos los participantes, el moribundo diácono, Karl Leisner, es ordenado sacerdote por el obispo Gabriel Piguet, recluso francés.


El nuevo sacerdote celebra su primera y única Santa Misa el día de San Esteban, en el año 1944. El 4 de mayo de 1945 es puesto en libertad.

Pasa sus últimas semanas en el sanatorio antituberculoso de Planegg en Munich. Sólo dos pensamientos absorben su mente: el amor y la penitencia. Entregado al amor de Dios, a ese amor en el que él creyó y que deseó transmitir a los hombres, fallece el 12 de agosto. La última inscripción de su diario reza: „Bendice, Oh Altísimo también a mis enemigos!“.


Sus restos mortales reposan en la cripta de la Catedral de Xanten.


El 23 de junio de 1996 Karl Leisner fue beatificado por el Papa Juan Pablo II, quién en parte de su homilía señaló: “La prueba de un seguimiento auténtico de Cristo no consiste en las lisonjas del mundo, sino en dar testimonio fiel de Cristo Jesús. El Señor no pide a sus discípulos una confesión de compromiso con el mundo, sino una confesión de fe, que esté dispuesta incluso a ofrecerse en sacrificio. Karl Leisner dio testimonio de esto no sólo con palabras, sino también con su vida y su muerte: en un mundo que se había vuelto inhumano.

(…) Cristo es la vida: ésta fue la convicción por la que vivió y por la que, finalmente, murió Karl Leisner. Apóstol de una profunda devoción mariana, a la que lo impulsó el padre Kentenich y el movimiento de Schoenstatt”



Nació en Asís el año 1193.

Fue conciudadana, contemporánea y discípula de San Francisco y quiso seguir el camino de austeridad señalado por él a pesar de la durísima oposición familiar.


Si retrocedemos en la historia, vemos a la puerta de la iglesia de Santa María de los Ángeles (llamada también de la Porciúncula), distante un kilómetro y medio de la ciudad de Asís, a Clara Favarone, joven de dieciocho años, perteneciente a la familia del opulento conde de Sasso Rosso.


En la noche del domingo de ramos, Clara había abandonado su casa, el palacio de sus padres, y estaba allí, en la iglesia de Santa María de los Ángeles. La aguardaban san Francisco y varios sacerdotes, con cirios encendidos, entonando el Veni Creátor Spíritus.


Dentro del templo, Clara cambia su ropa de terciopelo y brocado por el hábito que recibe de las manos de Francisco, que corta sus hermosas trenzas rubias y cubre la cabeza de la joven con un velo negro. A la mañana siguiente, familiares y amigos invaden el templo. Ruegan y amenazan. Piensan que la joven debería regresar a la casa paterna. Grita y se lamenta el padre. La madre llora y exclama: "Está embrujada". Era el 18 de marzo de 1212.


Cuando Francisco de Asís abandonó la casa de su padre, el rico comerciante Bernardone, Clara era una niña de once años. Siguió paso a paso esa vida de renunciamiento y amor al prójimo. Y con esa admiración fue creciendo el deseo de imitarlo.


Clara despertó la vocación de su hermana Inés y, con otras dieciséis jóvenes parientas, se dispuso a fundar una comunidad.


La hija de Favarone, caballero feudal de Asís, daba el ejemplo en todo. Cuidaba a los enfermos en los hospitales; dentro del convento realizaba los más humildes quehaceres. Pedía limosnas, pues esa era una de las normas de la institución. Las monjas debían vivir dependientes de la providencia divina: la limosna y el trabajo.


Corrieron los años. En el estío de 1253, en la iglesia de San Damián de Asís, el papa Inocencio IV la visitó en su lecho de muerte. Unidas las manos, tuvo fuerzas para pedirle su bendición, con la indulgencia plenaria. El Papa contestó, sollozando: "Quiera Dios, hija mía, que no necesite yo más que tú de la misericordia divina".


Lloran las monjas la agonía de Clara. Todo es silencio. Sólo un murmullo brota de los labios de la santa.


- Oh Señor, te alabo, te glorifico, por haberme creado.


Una de las monjas le preguntó:


- ¿Con quién hablas?


Ella contestó recitando el salmo.


- Preciosa es en presencia del Señor la muerte de sus santos.


Y expiró. Era el 11 de agosto de 1253. Fue canonizada dos años más tarde, el 15 de agosto de 1255, por el papa Alejandro IV, quien en la bula correspondiente declaró que ella "fue alto candelabro de santidad", a cuya luz "acudieron y acuden muchas vírgenes para encender sus lámparas".


Santa Clara fundó la Orden de Damas Pobres de San Damián, llamadas vulgarmente Clarisas, rama femenina de los franciscanos, a la que gobernó con fidelidad exquisita al espíritu franciscano hasta su muerte y desde hace siete siglos reposa en la iglesia de las clarisas de Asís.


De ella dijo su biógrafo Tomás Celano: "Clara por su nombre; más clara por su vida; clarísima por su muerte".


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Clara de Asís: almas gemelas por Jesús Martí Ballester



Nació en Vignate (Milán, Italia) el 2 de noviembre de 1801. Era el quinto de los ocho hijos de Francesco Biraghi y Maria Fina. Poco después de su nacimiento, la familia se trasladó a Cernusco sul Naviglio, un pueblo cercano.

A los doce años Luis entró en el seminario menor de Castello sopra Lecco. Luego, prosiguió sus estudios sacerdotales en los seminarios mayores de Monza y de Milán. En la catedral de Milán recibió la ordenación sacerdotal el 28 de mayo de 1825.


Fue destinado inmediatamente a la enseñanza en los seminarios de Castello sopra Lecco, Séveso y Monza.


En 1833 lo nombraron director espiritual del seminario mayor de Milán.


En 1848 volvió a la enseñanza, pero a causa de las vicisitudes políticas que se produjeron en Italia durante esos años, sobre todo en Lombardía y Venecia, fue destituido de su cargo por los austriacos en 1850.


En 1855 fue nombrado doctor —y desde 1864 viceprefecto— de la prestigiosa Biblioteca Ambrosiana y canónigo honorario de la basílica de San Ambrosio. En 1873 Pío IX le concedió el título de prelado doméstico de Su Santidad.


Ese Pontífice lo apreciaba mucho, hasta el punto de que en 1862 le dirigió una carta autógrafa para que, usando su gran influencia, actuara de mediador y pacificador entre el clero milanés, dividido por entonces en dos facciones: los promotores de la nueva unidad nacional italiana, que se estaba concretando, y los defensores del poder temporal de los Papas.


Mons. Biraghi era hombre de gran cultura y profunda vida interior; apasionado estudioso de patrología y arqueología.


Y precisamente su conocimiento y admiración por la antigüedad cristiana, y su devoción por san Ambrosio, hicieron que surgiera en él la idea de fundar el instituto de las Religiosas de Santa Marcelina, para renovar el ideal de la virginidad consagrada, típica de la Iglesia primitiva, dedicándose simultáneamente a la educación de la juventud femenina (santa Marcelina, hermana mayor de san Ambrosio, recibió el velo de las vírgenes consagradas de manos del Papa Liberio en la Navidad del año 353, y colaboró con su hermano obispo en Milán).


Mons. Biraghi fundó el instituto en 1838, en Cernusco sul Naviglio, con la colaboración de la madre Marina Videmari (1812-1891), que fue la primera superiora y la continuadora de la obra después de la muerte del fundador.


Pronto abrió otras casas, como colegios y escuelas, en varias ciudades.


Ya sin compromisos pastorales directos, mons. Biraghi dedicó todas sus energías, hasta el fin, a la formación espiritual de sus religiosas y a la organización de la nueva congregación.


Murió el 11 de agosto de 1879, a los setenta y ocho años, en Milán. Fue sepultado en el panteón familiar, en Cernusco sul Naviglio. En 1951 sus restos fueron trasladados a la capilla de la casa madre de las Religiosas de Santa Marcelina, en ese mismo pueblo.


Fue beatificado por S.S. Benedicto XVI el 30 de abril de 2006 en ceremonia realizada en Milán, Italia.



El Rafael Alonso Gutiérrez nació el 14 junio de 1890 en la ciudad de Onteniente. El 24 septiembre de 1916, a la edad de veinticuatro años, contrajo matrimonio canónico con Adelaida Ruiz Cañada. Formaron un hogar cristiano bendecido por Dios con 6 retoños de los cuales dos murieron pequeños; las cuatro hijas se llaman Isabel, Adelaida, Dolores y Elena. Vivió auténticamente su vocación laical, tratando de impregnar de espíritu evangélico la realidad temporal en la cual la Providencia divina lo llevó a ejercer su trabajo cotidiano al servicio y en la construcción de la sociedad civil valenciana como Administrador de Correos en Albaida y posteriormente en Onteniente.

Hombre profundamente religioso, movido por del Espíritu Santo se dedicó al apostolado organizado siendo miembro de varias asociaciones laicales como la Adoración nocturna, Asociación del Sagrado Corazón de Jesús, Terciario Franciscano, Escuela de Cristo y Asesor de los Jóvenes de Acción Católica. Fue secretario de la Legión Católica. Fue presidente de los Hombres de Acción Católica y de la Junta parroquial, colaboró en estrecha relación con el arcipreste de Onteniente en la catequesis parroquial. Por la intensa actividad apostólica que realizaba era considerado por los enemigos de la Iglesia como el principal católico de la ciudad y por eso lo arrestaron y asesinaron.


Quienes le conocieron afirman que Rafael Alonso Gutiérrez era de temperamento serio, fuerte y vivo. De carácter bondadoso mostraba alegría y entereza cuando las circunstancias lo aconsejaban. Los testigos interrogados en el proceso, acerca de las virtudes practicadas por el Beato, describen una personalidad moral rica en la cual brillan las virtudes infusas en el bautismo dentro de las cuales se subrayan especialmente los aspectos específicos de la espiritualidad laical. Lo describen como un fiel laico auténtico, coherente que cumplió con exactitud sus deberes profesionales, formó un hogar cristiano, educó en la fe a sus hijos y se comprometió activamente en el apostolado.


En los días previos a la revolución Rafael Alonso Gutiérrez era consciente de la situación que estaba por afrontar: la persecución religiosa y el probable martirio. Uno de los testigos, depone: "Su estado de ánimo en los días previos a la Revolución fue de un luchador entusiasta en disposición para afrontar el martirio, lo que presentía desde el primer momento, como repetidamente se lo oí de sus propios labios. El Beato se dedicó con otros católicos a custodiar las iglesias en los meses que precedieron a la Revolución".Y continúa diciendo: "Durante la dictadura ocupó el cargo de Secretario de la Legión Católica, y después en la Acción Católica desempeñó el mismo cargo. También fue Presidente de la Junta Parroquial, Consejero del Sr. Arcipreste, catequista infatigable, colaborador asiduo en una revista llamada ‘Paz cristiana’. Como hombre culto intervino en muchos círculos de estudios y conferencias de propaganda cristiana. Por todo lo cual sufrió muchas denuncias y molestias hasta ser detenido algunas veces. Era considerado por los enemigos de la Iglesia como un católico muy destacado".


Otro colega del Beato, afirma: "En los días que precedieron a la Revolución y siguieron, se mostró con igualdad de ánimo y optimista. Dentro de la consiguiente preocupación conservó siempre su alegría de espíritu. Hizo vida normal hasta el momento de su detención".


La esposa del Beato, declara: "Mi marido junto con Carlos Díaz y alguno más, ofrecieron en la Vigilia de la Adoración nocturna del 24 de Julio, su vida por la salvación de España". Continúa diciendo la Sra. Adelaida Ruiz Cañada, esposa del Beato: "El se sentía perseguido y no se escondió haciendo vida natural". En el mismo modo manifiesta su hija Adelaida: "Ante la inminencia de la revolución estaba apenado, no acobardado. Nunca asintió a nuestras insistencias a que se ocultara, diciendo que sucedería lo que Dios quisiera, continuando su vida normal hasta el último momento".


El 4 de agosto de 1936 fue detenido por unos milicianos en su casa. La esposa del Beato, afirma: "En los primeros días de agosto... hacia las 11 de la noche y estando oyendo por la radio cómo comentaban sarcásticamente el incendio y saqueo de la parroquia de los Santos Juanes de Valencia, llamaron a la puerta y mi marido dijo: ‘Ya vienen por mí’. Salí a abrir la puerta y los milicianos dijeron que venían por el Beato para que hiciera unas declaraciones, y él, sin ninguna protesta, marchóse, y yo desde el balcón le vi alejarse siendo conducido a la profanada iglesia de San Francisco y aunque algunos vecinos le ofrecieron colchón los rojos lo impidieron". En el mismo modo su hija Adelaida, dice: "Fue detenido el 4 de agosto de 1936 después de cenar y rezar el rosario en familia, estando yo presente. Vinieron unos milicianos armados llamando con violencia a la puerta. No permitió que abriéramos nosotros, sino que salió él. Le detuvieron y le dijeron que los acompañara, a lo cual accedió de buena voluntad. Se despidió de nosotros, diciendo a mi madre que probablemente él no volvería, que nos educaba en el temor de Dios y el amor a la Patria y que no confiara en nadie más que en Dios y en sus fuerzas, que por mucho que le insistieran, que no nos llevara al Colegio de huérfanas, porque estaba regido por masones, que si podía nos diera un medio de vida independiente, y que lo demás, Dios lo haría. Nos abrazó a todos y se marchó".


Además de los supervivientes ya señalados, fue compañero de detención el cura Arcipreste de Onteniente, Don Juan Belda, también mártir. La vida en prisión estuvo caracterizada por malos tratados y vejaciones morales que los Beato supieron llevar con entereza cristiana.


Un compañero de Rafael Alonso, el Sr. Eduardo Latonda Puig, testifica: "En la cárcel nos obligaban a la limpieza de las letrinas, suelos e incluso a subir a los hornacinas de los retablos vacíos para que hiciésemos de imágenes de santos y después al bajar o mientras estábamos en el altar en posturas incómodas non golpeaban con cables de acero". Y la esposa del Beato, afirma: "Todos los días mi hija y un sirviente le llevaban la comida a la cárcel. [Mi marido se interesaba] por todos nosotros. Sé por compañeros de prisión que barrían las capillas".


Tortura y simulacro de fusilamiento


El 6 de agosto unos milicianos trasladaron a Rafael Alonso y Carlos Díaz, junto con Eduardo Latonda, a la cercana población de Ayelo de Malferit, con el pretexto de hacerles declarar. Allí fueron sometidos a varias torturas y les dieron una gran paliza. Después los retornaron a Onteniente. Así lo testimonia el mismo Sr. Eduardo Latonda Puig: "Sobre las 7 de la tarde del 6 de agosto de 1936 el Comité de Salud Pública determinó y nos sacaron: al Beato, a Carlos Díaz y a mí y nos condujeron en un autobús de línea de la ‘Concepción’ a Ayelo de Malferit, custodiados y vigilados por milicianos y nos bajaron a la puerta del palacio de los Marqueses de Malferit donde estaba todo el pueblo congregado. El pueblo nos recibió en medio de escarnios e insultos. Después de un breve intercambio entre los milicianos nos condujeron a la prisión municipal, donde al cabo de unas horas nos dieron un botijo de agua y dos sillas y más tarde el cartero de la población nos trajo una cena suculenta en atención a Rafael Alonso Gutiérrez. El Beato tomó tan solo un poco de pan y algunos sorbos, y nos aconsejó que cenáramos pronto para rezar el santo rosario y otras devociones. Al finalizar uno de los rosarios el Beato con lágrimas en los ojos nos dijo: "A vosotros dos no sé si os matarán, a mí sí; no pido más que cuiden de mis hijas y que no les falte nada". Alrededor de las tres y media los milicianos rojos se presentaron en la prisión y preguntaron por el más joven de los tres, que era yo mismo. Me sacaron de la cárcel y en medio de la expectación del pueblo, brazos en alto me condujeron al Cementerio distante aproximadamente un kilómetro y me introdujeron en el oratorio del Cementerio donde me preguntaron por el arsenal de armas. Dije la verdad, que no existía nada de esto y al salir de la capilla me dieron unos golpes con palas de raíz de olivo y me devolvieron a la población encarcelándome en el oratorio privado de los Sres. Colomer convertido en cárcel después de haber sido profanado. Desde allí, a través de la ventana, alrededor de las cuatro vi pasar a Carlos Díaz brazos en alto apuntado por los cañones de los fusiles y a quien oí regresar después para volverlo a la prisión de la que sacaron en aquel momento al Beato Rafael Alonso que abatido, brazos en alto, fue conducido del mismo modo que los anteriores y que regresó al cabo de mucho tiempo, totalmente abatido, gimiendo de dolor por las heridas recibidas, dejándole encerrado en la casa de un cura ocupada por los rojos. A las ocho de la mañana recibí la visita de mi padre que venía acompañado del secretario comarcal de la F.A.I. quien habló con el Comité Rojo de Malferit, y logró que nos trasladasen a Onteniente y así lo hicieron aquella misma tarde con otro autobús de ‘Montas y Morales’. Durante el trayecto nos contó Rafael Alonso Gutiérrez que cuando le llevaron al Cementerio le quitaron la chaqueta, se puso las manos en la cabeza y allí perdió el sentido a fuerza de golpes y efectivamente durante el regreso no se pudo poner la chaqueta. Llegamos a Onteniente en el preciso momento que trasladaban a los presos de la iglesia de San Francisco a la de San Carlos. El Beato [Rafael Alonso] no pudo cargar con su equipaje que tenía, debido al estado lastimoso en que se encontraba. El Beato, tendido de bruces sobre una colchoneta no quiso que nadie le viese la espalda hasta que llegó el médico D. Rafael Rovira, ya fallecido, quien le descubrió las espaldas y pude ver que estaba desollado desde los hombros hasta las nalgas, con heridas de puntapiés en las piernas. El médico le curó las heridas. Hasta que le sacaron para matarle no pudo dormir, rezando continuamente, comía muy poco lo que le llevaba su familia".


Y agrega: "Los de Ayelo al devolvernos a Onteniente dijeron: ‘Arreglaos con ésos pues son más duros que la piedra’. Los de Ayelo se ensañaron de una manera especial con el Beato Rafael Alonso y durante toda su permanencia en la cárcel fue sometido a una vigilancia y disciplina rigurosa teniéndole separado de los demás".


Rafael Alonso Gutiérrez vivió estas torturas con ánimo cristiano y cuando sus compañeros de prisión le preguntaron quienes lo habían apaleado él supo perdonarlos, así lo afirma el testigo Sr. Juan Micó Penadés: "Al interrogarle para que nos dijese quienes le habían apaleado manifestó ‘que no interesaba, que eso quedaba en las manos de Dios y no les guardaba rencor’".


La esposa del Beato, confirma estos hechos diciendo: "Al cabo de unos cinco días y pasando yo por la puerta de S. Francisco vi que se lo llevaron en un coche a mi marido que se hizo el distraído por no afligirme, junto con Carlos Díaz y Eduardo Latonda. Luego me enteré de que fueron llevados a Ayelo de Malferit donde fueron torturados en el Cementerio de dicha población, y se ensañaron especialmente con mi marido, como pude comprobar al enterrarle. Vi que tenía un trozo de algodón en sus espaldas que le pusieron sus compañeros para que pudiese soportar el vestido. De Ayelo regresaron a Onteniente, siendo llevados a S. Carlos otra iglesia convertida en prisión". Y un compañero de prisión depone: "El mismo nos contó que le hicieron simulacros de asesinato enterrándole vivo dejándole solo la cabeza fuera e intimándole a que renegara de su fe y disparando tiros al aire. Todo esto lo manifestó con una calma y tranquilidad admirable que traslucía su gozo interior"".


Mientras estaban en la cárcel, convencidos que le habrían de asesinar, mantuvieron la entereza cristiana que era típica en ellos: pasaban los días enteros en oración, con una total confianza en la voluntad de Dios.


Un compañero de prisión del Beato, afirma: "A las pocas horas de su ingreso en la cárcel llegue yo también detenido y le encontré con la disposición integra y la entereza cristiana típica en él". Otro amigo declara: "Fue detenido y encerrado en la profanada iglesia de S. Francisco. A continuación detuvieron a unos cuarenta. Mostró una entereza de ánimo extraordinaria, exhortándonos a ponernos en manos de la divina providencia". Y un testigo de oficio, corrobora los hechos diciendo: "Fue detenido el día 4 de agosto de 1936 y llevado a la iglesia de San Francisco y allí encontré al Beato, que estaba muy triste y llevaba una vida muy recogida y de mucha oración".Y agrega: "Hasta que lo sacaron para matarle no pudo dormir, rezando continuamente, comía muy poco lo que le llevaba la familia". Y continúa diciendo: "Al finalizar uno de los rosarios el Beato con lágrimas en los ojos nos dijo: ‘A vosotros dos no sé si os matarán, a mí sí; no pido más que cuiden de mis hijas y que nos les falte nada’". Y su esposa dice: "El día 10 de agosto, hacia el mediodía, le llevé la comida y me hizo determinados encargos sobre la educación y porvenir de los hijos. Me dijo que todo le dolía, que no podía dormir, pero que aquello no tenia importancia, y me despidió diciéndome que tuviese confianza en Dios que nada me faltaría".


Ejecución


La noche del 11 de agosto de 1936 sacaron de la prisión a Rafael Alonso Gutiérrez, a Carlos Díaz Gandía y a otro compañero, el doctor José María García Marcos. A los tres los asesinaron con disparos de arma de fuego en el término municipal de Agullent, población cercana a Onteniente. La Sra. Adelaida Alonso Ruiz, hija del Beato, depone: "Fue llevado por la carretera Albaida hasta el término de Agullent juntamente con Carlos Díaz y José García Marcos. Los tres murieron perdonando a los enemigos y dando vivas a Cristo Rey. Los compañeros murieron en el acto y mi padre quedó agonizante". Y agrega: "Los milicianos contaron posteriormente el valor y la entereza de los tres hasta el último momento, pues les habían ofrecido, si renegaban, volverlos a Onteniente, y ellos prefirieron seguir el camino".


Un compañero de prisión y testigo de oficio, afirma: "El comentario de los rojos fue que el Beato había muerto diciendo: ‘¡Viva Cristo Rey!’". Y quien aporta un detalle elocuente que explica el que Rafael Alonso superviviese al tiroteo es su amigo y compañero, el Sr. Eduardo Latonda Puig quien, al atestiguar sobre el Beato Carlos Díaz Gandía agrega: "El Beato salió para el martirio la noche del 11 de agosto de 1936. Con él también iba Rafael Alonso. Ambos fueron conducidos a la carretera de Albaida cerca de Agullent. El Beato en el momento de disparar se adelantó a los milicianos cubriendo con su cuerpo el de Rafael Alonso. Esto lo sé por lo que dijeron los mismos milicianos". Otro compañero de prisión afirma: "Hubo reunión de dirigentes en lugar de juicio, en que decidieron el orden en que habían de asesinar a los primeros, y antes que a ninguno a Carlos Díaz. Dormíamos en la misma capilla, habilitada como celda, y en la madrugada del día 11 de Agosto subieron los milicianos y enfocándole con la lamparilla eléctrica le obligaron a levantarse a puntapiés, sacándole junto con D. Rafael Alonso y José M. García. Les subieron en un taxi y les llevaron por la carretera de Agullent". Y agrega: "Al llegar al entrador de dicho pueblo, en la curva en donde se inicia una bajada en dirección a Albaida, les hicieron bajar y casi a bocajarro les dispararon varios tiros de escopeta y pistola y según manifestaron los propios asesinos al volver a la cárcel, Carlos Díaz sacó una estampa de la Virgen y se la puso en la frente, llevando la estampa a la herida. Serían las dos a lo más de la madrugada".


Muere perdonando a sus asesinos


Pero Rafael Alonso no murió en el acto, sino que quedó malherido en el vientre. A las pocas horas recobró el conocimiento y pidió socorro por señas a alguien que pasó por allí. La persona que vio las señas del herido acudió presurosa a dar cuenta de ello al Comité de Onteniente, y de allí salió una comisión con intención de acabar con él; pero entretanto llegaron gentes de Agullent, que recogieron al herido y lo trasladaron al convento de las Religiosas Capuchinas, donde le prodigaron algunos auxilios. Fue atendido por un sacerdote que pudieron encontrar. Poco pudo hablar por el estado tan grave en que se encontraba y murió alrededor de las tres de la tarde, perdonando a los que le habían herido, bendiciendo a Dios. No quiso delatar los nombres de los asesinos y exhortó a todos sus familiares a perdonar a sus verdugos con verdadera caridad cristiana. Falleció en la calle del Maestro Tormo, 5, de Agullent, a las 12 horas.


El Sr. Luis Amorós Ferri, alcalde que era de Agullent cuando fue asesinado el Beato, declara: "En los primeros días del mes de agosto de 1936 siendo yo alcalde de Agullent vino a mi casa hacia las 4 de la mañana un guardia rural y me dijo que en la carretera de Albaida Onteniente, cerca del cruce de Agullent, había tres hombres muertos. Inmediatamente me dirigí a dicho lugar acompañado del secretario del Ayuntamiento; vi a unos 100 metros y en un campo separado de la carretera un cadáver 100 ms. más lejos a dos, uno de los cuales era el Beato que estaba malherido y el otro era el cadáver de Carlos Gandía. El Beato pedía auxilio, haciendo señales con la mano. Llegamos junto a él y nos dijo que quería confesarse, y le contesté que haríamos lo posible para que lo pudiera hacer. De regreso al pueblo me dirigí en busca de uno de los sacerdotes que estaban escondidos y le indiqué lo que pasaba, y que hacía falta confesor. Me encaminé a Onteniente en busca del médico y volví con D. Rafael Rovira quien dijo que no tenía solución pues tenía el vientre acribillado a balazos. Encontré al Beato con un pañuelo puesto en el vientre. Al preguntarle si alguien le había curado me dijo que él mismo había sacado aquel algodón de la espalda que tenía lastimada y al decirle si sufría mucho, me contestó: menos que cuando fue llevado a Ayelo de Malferit. Le preguntaron si conocía a los asesinos, pero aunque seguramente los conocía, no quiso revelar ningún nombre, limitándose a decir que eran de Onteniente y forasteros. El siervo llegó a Agullent al Convento de los Capuchinos evacuado por los religiosos, llevado en una especie de camilla. Hacia las 7 de la mañana. Allí llamó la atención su gran entereza y serenidad de ánimo. Poco después vinieron sus familiares, hijos y esposa. Hacia las tres de la tarde de ese mismo día falleció y fue conducido al cementerio de esta localidad".


Y el Sr. Joaquín Soler Francés, ayudante del médico que asistió el Beato durante los últimos momentos de su vida, afirma: "Serían las 11 de la mañana del 11 agosto del 1936 cuando a requerimiento del médico Dr. José Delgado de Molina, le acompañé a asistir al malherido Beato Rafael Alonso Gutiérrez que se encontraba en el Convento de las Capuchinas quien yacía en el suelo sobre una manta. Yo como practicante procedí a prestarle mi asistencia en la cura de los numerosas heridas que prestaba en la región abdominal. Le di una inyección calmante ordenada por el médico pues suponíamos que sufría mucho, a pesar de que el Beato tenía una serenidad que me dejó maravillado. No pronunció ninguna palabra de protesta, ni queja alguna sobre la situación en que se encontraba. Puedo recordar estas palabras textuales que contestó a unas palabras de consuelo que los presentes le dirigíamos: ‘Que no nos preocupáramos, que sabía que iba a morir dentro de breves momentos; pero que moría muy a gusto con tal de que su sangre fuera para bien de su Patria’. En estas circunstancias el Presidente del Comité nos avisó de que llegaba un camión de Onteniente con milicianos y nos aconsejó que nos ocultáramos para evitar algún percance. Por lo dicho nos marchamos y poco después fallecía él. De lo que me enteré por ser noticia pública".


La hija del Beato, Adelaida, depone: "No tardó en llegar mi hermana informada por un amigo de Albaida. Al encontrar a mi padre en esta gravedad extrema pidió que le dejasen entrar a verle, cosa que consiguió con gran dificultad, y a condición de que no llorase para no alarmar a la gente. Mi padre se alegró y le dijo que no se afligiese y le pidió que acudiésemos los demás de casa. Cuando nosotros llegamos, ya había fallecido. El día 11 de Agosto a las 3 de la tarde. Le vimos y ayudamos a colocarle en el ataúd".


Los restos del Beato fueron enterrados en el Cementerio Municipal de Agullent, en donde reposan en un nicho particular. Su hija Adelaida, depone: "Ya he dicho que le vimos los familiares en el cementerio de Agullent. Unas mujeres piadosas de Onteniente trajeron los tres ataúdes. Fueron enterrados y están todavía en el cementerio de Agullent".


El 11 de marzo de 2001, el Papa Juan Pablo II lo beatífico junto a otros 232 mártires de la persecución a la fe.



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