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Romualdo significa: glorioso en el mando. El que gobierna con buena fama. (Rom: buena fama Uald: gobernar).

En un siglo en el que la relajación de las costumbres era espantosa, Dios suscitó un hombre formidable que vino a propagar un modo de vivir dedicado totalmente a la oración, a la soledad y a la penitencia, San Romualdo.

San Romualdo nació en Ravena (Italia) en el año 950. Era hijo de los duques que gobernaban esa ciudad.


Educado según las costumbres mundanas, su vida fue durante varios años bastante descuidada, dejándose arrastrar hacia los placeres y siendo víctima y esclavo de sus pasiones. Sin embargo de vez en cuando experimentaba fuertes inquietudes y serios remordimientos de conciencia, a los que seguían buenos deseos de enmendarse y propósito de volverse mejor. A veces cuando se internaba de cacería en los montes, exclamaba: "Dichosos los ermitaños que se alejan del mundo a estas soledades, donde las malas costumbres y los malos ejemplos no los esclavizan".


Su padre era un hombre de mundo, muy agresivo, y un día desafió a pelear en duelo con un enemigo. Y se llevó de testigo a su hijo Romualdo. Y sucedió que el papá mató al adversario. Horrorizado ante este triste espectáculo, Romualdo huyó a la soledad de una montaña y allá se encontró con un monasterio de benedictinos, y estuvo tres años rezando y haciendo penitencia. El superior del convento no quería recibirlo de monje porque tenía miedo de las venganzas del padre del joven, el Duque de Ravena. Pero el Sr. Arzobispo hizo de intermediario y Romualdo fue admitido como un monje benedictino.


Y le sucedió entonces al joven monje que se dedicó con tan grande fervor a orar y hacer penitencia, que los demás religiosos que eran bastante relajados, se sentían muy mal comparando su vida con la de este recién llegado, que hasta se atrevía a corregirlos por su conducta algo indebida y le pidieron al superior que lo alejara del convento, porque no se sentían muy bien con él. Y entonces Romualdo se fue a vivir en la soledad de una montaña, dedicado sólo a orar, meditar y hacer penitencia.


En la soledad se encontró con un monje sumamente rudo y áspero, llamado Marino, pero éste con sus modos fuertes logró que nuestro santo hiciera muy notorios progresos en su vida de penitencia en poco tiempo. Y entre Marino y Romualdo lograron dos notables conversiones: la del Jefe civil y militar de Venecia, el Dux de Venecia (que más tarde se llamará San Pedro Urseolo) que se fue a dedicarse a la vida de oración en la soledad; y el mismo papá de Romualdo que arrepentido de su antigua vida de pecado se fue a reparar sus maldades en un convento. Este Duque de Ravena después sintió la tentación de salirse del convento y devolverse al mundo, pero su hijo fue y logró convencerlo, y así se estuvo de monje hasta su muerte.


Durante 30 años San Romualdo fue fundando en uno y otro sitio de Italia conventos donde los pecadores pudieran hacer penitencia de sus pecados, en total soledad, en silencio completo y apartado del mundo y de sus maldades.


El por su cuenta se esforzaba por llevar una vida de soledad, penitencia y silencio de manera impresionante, como penitencia por sus pecados y para obtener la conversión de los pecadores. Leía y leía vidas de santos y se esmeraba por imitarlos en aquellas cualidades y virtudes en las que más sobresalió cada uno. Comía poquísimo y dedicaba muy pocas horas al sueño. Rezaba y meditaba, hacía penitencia, día y noche.


Y entonces, cuando mayor paz podía esperar para su alma, llegaron terribles tentaciones de impureza. La imaginación le presentaba con toda viveza los más sensuales gozos del mundo, invitándolo a dejar esa vida de sacrificio y a dedicarse a gozar de los placeres mundanos. Luego el diablo le traía las molestas y desanimadoras tentaciones de desaliento, haciéndole ver que toda esa vida de oración, silencio y penitencia, era una inutilidad que de nada le iba a servir. Por la noche, con imágenes feas y espantosas, el enemigo del alma se esforzaba por obtener que no se dedicara más a tan heroica vida de santificación. Pero Romualdo redoblaba sus oraciones, sus meditaciones y penitencias, hasta que al fin un día, en medio de los más horrorosos ataques diabólicos, exclamó emocionado: "Jesús misericordioso, ten compasión de mí", y al oír esto, el demonio huyó rápidamente y la paz y la tranquilidad volvieron al alma del santo.


Volvió otra vez al monasterio de Ravena (del cual lo habían echado por demasiado cumplidor) y sucedió que vino un rico a darle una gran limosna. Sabiendo Romualdo que había otros monasterios mucho más pobres que el de Ravena, fue y les repartió entre aquellos toda la limosna recibida. Eso hizo que los monjes de aquel monasterio se le declararan en contra (ya estaban cansados de verlo tan demasiado exacto en penitencias y oraciones y en silencio) y lo azotaron y lo expulsaron de allí. Pero sucedió que en esos días llegó a esa ciudad el Emperador Otón III y conociendo la gran santidad de este monje lo nombró abad, Superior de tal convento. Los otros tuvieron que obedecerle, pero a los dos años de estar de superior se dio cuenta que aquellos señores no lograrían conseguir el grado de santidad que él aspiraba obtener de sus religiosos y renunció al cargo y se fue a fundar en otro sitio.


Dios le tenía reservado un lugar para que fundara una Comunidad como él la deseaba. Un señor llamado Málduli había obsequiado una finca, en región montañosa y apartada, llamada campo de Málduli, y allí fundo el santo su nueva comunidad que se llamó "Camaldulenses", o sea, religiosos del Campo de Málduli.


En una visión vio una escalera por la cual sus discípulos subían al cielo, vestidos de blanco. Desde entonces cambió el antiguo hábito negro de sus religiosos, por un hábito blanco.


San Romualdo hizo numerosos milagros, pero se esforzaba porque se mantuviera siempre ignorado en nombre del que los había conseguido del cielo.


Un día un rico al ver que al hombre de Dios ya anciano le costaba mucho andar de pie, le obsequió un hermoso caballo, pero el santo lo cambió por un burro, diciendo que viajando en un asnillo podía imitar mejor a Nuestro Señor.


En el monasterio de la Camáldula sí obtuvo que sus religiosos observaran la vida religiosa con toda la exactitud que él siempre había deseado. Y desde el año 1012 existen monasterios Camaldulenses en diversas regiones del mundo. Observan perpetuo silencio y dedican bastantes horas del día a la oración y a la meditación. Son monasterios donde la santidad se enseña, se aprende y se practica.


San Romualdo deseaba mucho derramar su sangre por defender la religión de Cristo, y sabiendo que en Hungría mataban a los misioneros dispuso irse para allá a misionar. Pero cada vez que emprendía el viaje, se enfermaba. Entonces comprendió que la voluntad de Dios no era que se fuera por allá a buscar martirios, sino que se hiciera santo allí con sus monjes, orando, meditando, y haciendo penitencia y enseñando a otros a la santidad.


Veinte años antes el santo había profetizado la fecha de su muerte. Los últimos años frecuentemente era arrebatado a un estado tan alto de contemplación que lleno de emoción, e invadido de amor hacia Dios exclamaba: "Amado Cristo Jesús, ¡tú eres el consuelo más grande que existe para tus amigos!". Adonde quiera que llegaba se construía una celda con un altar y luego se encerraba, impidiendo la entrada allí de toda persona. Estaba dedicado a orar y a meditar.


La última noche de su existencia terrenal, fueron dos monjes a visitarlo por que se sentía muy débil. Después de un rato mandó a los dos religiosos que se retiraran y que volvieran a la madrugada a rezar con él los salmos. Ellos salieron, pero presintiendo que aquel gran santo se pudiera morir muy pronto se quedaron escondidos detrás de la puerta. Después de un rato se pusieron a escuchar atentamente y al no percibir adentro ni el más mínimo ruido ni movimiento, convencidos de lo que podía haber sucedido empujaron la puerta, encendieron la luz y encontraron el santo cadáver que yacía boca arriba, después de que su alma había volado al cielo. Era un amigo más que Cristo Jesús se llevaba a su Reino Celestial. Era el 19 de junio de 1027.


Todos estos datos los hemos tomado de la Biografía de San Romualdo, que escribió San Pedro Damián, otro santo de ese tiempo.


Al recordar los hechos heroicos de este gran penitente y contemplativo se sienten ganas de repetir las palabras que decía San Grignon de Monfort: "Ante estos campeones de la santidad, nosotros somos unos pollos mojados y unos burros muertos".


Fue canonizado por el Papa Gregorio XIII en el año 1582.



Martirologio Romano: En Zaragoza, en Hispania, España, san Lamberto, mártir ( c.s.VIII)

Etimológicamente: Lamberto = Aquel que es popular en su país, es de origen germánico.



En la noche del 13 al 14 de agosto de 1808 volaba, con horrísono estruendo, la fábrica secular del monasterio de Santa Engracia, de Zaragoza. Los franceses dejaban ese triste recuerdo al tener que levantar el sitio. Conservamos una descripción contemporánea, en la que se nos narra la pena de los zaragozanos cuando, al día siguiente, contemplaron aquel espectáculo de desolación y de horror. La voladura había arrastrado consigo la destrucción de valiosísimos elementos arqueológicos y de un archivo que nos podría ilustrar sobre muchos aspectos de la historia de la gloriosa sede cesaraugustana.

No obstante, aunque, como consecuencia de tan triste acontecimiento, la actual cripta de la parroquia de Santa Engracia no presente prácticamente nada de su primitiva planta ni casi de sus primeros materiales, sabemos que se trata de uno de los templos más antiguos y venerables de la cristiandad. Se construyó la cripta en época constantiniana, para recoger en ella los restos de los mártires zaragozanos. Un sarcófago del siglo IV, en el que arqueólogos y teólogos quieren ver la primera representación iconográfica del misterio de la Asunción de Nuestra Señora, es testimonio de la gran antigüedad de la cripta. En ella se conservaban, y se conservan, las cenizas de los mártires de Zaragoza, las "santas masas", junto a las de Santa Engracia y a las de San Lamberto.


De todos estos mártires hace mención el 16 de abril el martirologio romano. No obstante, la fiesta de San Lamberto se celebra en la diócesis de Zaragoza y en algunas otras de Aragón el día 19 de junio, impedida como está la fecha del 16 de abril por la fiesta misma de Santa Engracia. Por otra parte, en este mismo día 19 se encontraba su fiesta en alguno de los antiguos martirológios, incluido el romano, en sus primeras ediciones.


Esta coincidencia en una misma fecha de la conmemoración de los mártires de Zaragoza y de San Lamberto dio pie a una antigua leyenda, que, según los Bolandos. y según el unánime criterio de todos los historiadores modernos, en manera alguna puede sostenerse, falta por completo del más mínimo apoyo documental o arqueológico. Según ella San Lamberto, por los mismos días de Daciano, había sido decapitado por odio a su religión cristiana. Tomando entonces su cabeza entre las manos, había marchado al lugar en que estaban las cenizas de los mártires, y su cuerpo se había unido a ellas, conservándose únicamente la cabeza. Ni el nombre de Lamberto, de clara estirpe nórdica y desusado, por tanto, en la España romana, ni el corte de la narración, claramente inspirada en una errónea interpretación de la costumbre medieval de presentar a los mártires decapitados con su cabeza entre las manos, ni la debilidad del fundamento de dar algún martirologio su nombre el mismo día que el de los otros mártires, permiten tomar esta leyenda en serio.


Nos queda, pues, bien poca cosa. La existencia de un mártir llamado Lamberto. La época probable de su martirio, muy verosimilmente cuando Zaragoza gemía bajo la dominación de los moros. El dato de que ese martirio ocurrió en Zaragoza. Y la tradición, que parece tener cierto fundamento, de que se trataba de un labrador. Esto es todo.


El caso de San Lamberto no es único, ni mucho menos, en el martirologio. Son legión los mártires de los que sólo nos ha quedado la mención escueta de sus nombres. Y aun algunos ni eso nos han dejado. Santos hay, como los cuatro coronados, que han pasado incluso al mismo culto litúrgico universal sin que sepamos cómo se llamaban. Fenómeno este que se presta a muy provechosas reflexiones.


Limitar la santidad únicamente a los santos de los que se ha tenido pormenorizada noticia y cuyo martirio o heroicas virtudes constan de forma plena y con todos los trámites jurídicos, sería hacer grande injuria a la verdad que todos los días presenciamos. En el siglo XX nos consta la existencia de martirios, tras el telón de acero por ejemplo, de los que nunca llegará a saberse con exactitud qué es lo que ocurrió. Dígase lo mismo de las virtudes heroicas. ¡En cuántas diócesis y en cuántas casas religiosas se conserva viva la memoria del olor de santidad que tras sí dejaron sacerdotes, seglares o religiosos, que luego, por circunstancias a veces de orden político, en ocasiones de tipo económico, en otras ocasiones de simple descuido humano, no se llegó a recoger y plasmar jurídicamente! La Iglesia recuerda a todos ellos en la fiesta de Todos los Santos. Y conserva con cariño la mención que la Historia le ha legado de algunos desconocidos, como San Lamberto, en su universal martirologio.


Los modernos hagiógrafos nos explican lo sucedido en estos casos. Lamberto era un labrador santo que dio su sangre por Cristo. A los primeros destinatarios del martirologio que recogió su nombre no hacía falta decirles más. Unos le recordarían personalmente: otros habrían oído hablar de él a sus padres o amigos. La simple mención de su martirio, el día de su natalicio para el cielo, bastaba. Pero los años pasaron; las circunstancias, que antes eran tan conocidas, se fueron borrando de la memoria de los hombres, y la hermosa y edificante historia del santo labrador quedó reducida a sólo su nombre en el martirologio. Es decir, no a eso sólo, porque Lamberto gozaba ya en el cielo del premio a su heroísmo e interponía su mediación en favor de quienes, corno los labradores de las tierras de Teruel, se refugiaban bajo su glorioso patrocinio.


Para el cristiano, su nombre, como el de tantos otros a quienes pudiéramos llamar "santos sin historia”, es fuente de gran consuelo. Lo que al tender a la santificación buscamos no es una gloria humana, efímera y frágil, como lo demuestra el caso de estos hombres que un día hicieron actos heroicos que hoy desconocemos por completo, sino una gloria mil veces más firme y duradera. Lo que hoy no sabemos lo supo y lo sigue sabiendo Dios, que es quien se lo premia. Nuestras acciones buenas, aun las mal interpretadas por los hombres que nos rodean, son bien conocidas por Dios, nuestro supremo y último Juez. Y este su definitivo juicio, y no el contingente de la Historia, es el que verdaderamente nos interesa. Nada sabe la Historia hoy de San Lamberto. Pero él goza de la visión de Dios, que con sus desconocidas acciones mereció en sus tiempos.


Nos quedan, en cambio, sus reliquias. Perdida la memoria de la existencia misma de la cripta de Santa Engracia, el 12 de marzo de 1389, al realizar unas obras, apareció de nuevo, y se reavivó con esta ocasión el culto de los mártires. Pero todavía recibió mayor impulso con motivo del paso del papa Adriano VI por Zaragoza. Sabido es que este papa fue elegido encontrándose en Vitoria y que desde esta ciudad emprendió su viaje hasta Tortosa, donde embarcó para ir a Roma. Forzoso le era, siguiendo el curso del Ebro, pasar por Zaragoza, y así lo hizo, visitando entonces la iglesia de las Santas Masas, o de Santa Engracia. Mostró con esta ocasión particular devoción a Lamberto, glorioso homónimo de otros santos de ese mismo nombre, muy venerados en su tierra natal de Flandes. Y tanta fue su devoción, que mandó el Papa abrir el sepulcro para tomar de él alguna reliquia Y ocurrió que, al separar una quijada del santo cuerpo, salió tanta copia de sangre, según nos cuenta el célebre historiador padre Risco, que fue necesario recibirla en una fuente de plata, y hoy se conserva una buena porción de ella en un relicario de cristal.


La devoción mostrada por Adriano VI y el suceso prodigioso de salir sangre fresca del cuerpo santo, acrecentó la devoción de Zaragoza hacia San Lamberto. Por eso se determinó edificar en el sitio en que San Lamberto fue martirizado un convento de la Orden de la Santísima Trinidad. Se comenzó éste el año 1522, concurriendo los zaragozanos con copiosas limosnas, Para estimularles en esta tarea expidió el Papa el 22 de junio del mismo año un breve, en el que expresa con gran ternura su devoción hacia este santo. Cuenta Adriano VI cómo se había dirigido a él el padre Juan Ferrer, de la Orden de la Santísima Trinidad, exponiéndole el propósito que tenían de edificar el convento en el sitio en que se había verificado el martirio, y en el que aún se conservaba una mata plantada por el mismo Santo. "Nos, considerando el grandísimo afecto de devoción que ya desde hace tiempo teníamos a ese Santo, y continuamos teniéndole..., concedemos las indulgencias solicitadas."


Concluido el convento, se trasladó a él una canilla del brazo de San Lamberto con parte de la sangre de que se ha hecho memoria. En los tiempos siguientes se mejoró todavía más su fábrica, llegando a ser, cuando el padre Risco escribe, "un convento suntuoso, que mantiene un buen número de religiosos, cuya virtud y observancia hacen resplandecer el espiritual edificio”.


Desaparecido el convento con los tristes avatares de la desamortización, la devoción a San Lamberto se refugió únicamente en la cripta de la iglesia de Santa Engracia. La voladura del monasterio, ocurrida en 1808, respetó las reliquias de los santos. Llevadas a la Seo, pasaron después a la sacristía del Pilar y a una de las parroquias de Zaragoza, hasta que, restaurada la cripta entre los años 1813 a julio de 1819, pudieron volver a ella. La cripta no tiene ya el carácter vetusto y primitivo que un día debió de tener. No obstante, los zaragozanos, a cuya diócesis se incorporó recientemente la parroquia de Santa Engracia, que durante siglos perteneció a la de Huesca, continúan siendo fieles a la devoción a sus gloriosos mártires, a los que el 26 de abril de 1480 tomaron por patronos de la ciudad. El Concejo de ésta ejerce, a su vez, patronato sobre la misma cripta.


¡Felicidades a quien lleve este nombre!



Hijos de San Vidal y Santa Valeria, estos dos hermanos, en la carne y en la fe, padecieron martirio en Milán, en el siglo I. Sus reliquias fueron halladas providencialmente por San Ambrosio, y desde entonces la Iglesia les tributa culto. — Fiesta: 19 de junio.

Gervasio y Protasio son dos nombres que encontramos en las letanías de los santos y en frecuentes conmemoraciones martiriales, y que corresponden a dos hermanos milaneses que vivieron en el siglo I y merecieron la palma del martirio. Todo lo que sabemos de ellos lo debemos a San Ambrosio y a San Agustín, que nos explican, en sus escritos, cómo el primero halló, hacia el año 386, las reliquias de estos dos gloriosos mártires de la primitiva iglesia milanesa.


Sus vidas permanecen ignoradas, porque no se han conservado testimonios de su tiempo, pero el hecho del hallazgo de sus despojos es más elocuente que todas las actas que pudiésemos tener. No importa que se hayan perdido los testimonios de sus buenos ejemplos y de sus heroísmos. Lo importante para la Iglesia son sus reliquias, que proclaman perennemente la fe de aquellos héroes que supieron permanecer fieles a Cristo aun a costa de la propia vida. Su canto heroico trasciende a la misma muerte y nos llega a través de los siglos como un mensaje del Dios vivo, que nos mueve a la fidelidad.


Y si bien su historia está envuelta por la leyenda, por carecer de testimonios de sus días, no nos faltan los de ambos Santos Doctores de la Iglesia, que nos explican cómo Dios quiso que fuesen halladas las reliquias de aquellos dos mártires, cuya memoria ya casi había desaparecido de entre los cristianos. En la carta a su hermana Santa Marcelina, San Ambrosio nos cuenta cómo debiendo consagrar el nuevo templo de Milán, muchos le rogaban que lo hiciese con gran solemnidad. Él respondió que lo haría si hallaba reliquias de mártires, sintiendo en aquel mismo momento un movimiento interior, que le pareció el presagio de lo que había de suceder. San Agustín, que por entonces ocupaba el cargo de maestro de retórica en la escuela de Milán, nos explica —con su emocionante y sugestivo estilo de las «Confesiones»— cómo se vio confirmado este presagio del gran obispo Ambrosio


«Entonces —dice el más ilustre de los Padres occidentales, dirigiéndose a Dios— fue cuando por medio de una visión descubriste al susodicho obispo el lugar en que yacían ocultos los cuerpos de San Gervasio y San Protasio, que Tú habías conservado incorruptos en el tesoro de tu misterio tantos años, a fin de sacarlos oportunamente para reprimir una rabia femenina y además regia. Porque habiendo sido descubiertos y desenterrados, al ser trasladados con la pompa conveniente a la basílica ambrosiana, no sólo quedaban sanos los atormentados por los espíritus inmundos, confesándolo los mismos demonios, sino también un ciudadano, ciego hacía muchos años y muy conocido en la ciudad, quien, como preguntara la causa de aquel alegre alboroto del pueblo y se la indicasen, dio un salto y rogó a su lazarillo que lo condujera al lugar; llegado allí, suplicó se le concediese tocar con el pañuelo el féretro de los santos, cuya muerte había sido preciosa en tu presencia. Hecho esto, y aplicado después el pañuelo a los ojos, recobró al instante la vista.


»Al punto corrió la fama del hecho, y al punto sonaron tus alabanzas, fervientes y luminosas, con lo que si el ánimo de aquella adversaria no se acercó a la salud de la fe, se reprimió al menos en su furor de persecución. Gracias te sean dadas, Dios mío”.


La adversaria de San Ambrosio a quien se refiere San Agustín, era Justina, la madre del emperador Valentiniano, todavía niño, que perseguía al santo obispo porque ella era arriana y encontraba en él al gran defensor de la ortodoxia católica.


Ante el hallazgo de aquellas reliquias, a través de las que Dios se dignó realizar tales prodigios, pudo exclamar con razón el gran obispo de Milán: «Nuestra Iglesia ya no es estéril». No era infundado el gozo del santo: los cuerpos enteros de dos hombres de admirable estatura, hallados en las mismas puertas del templo de los Santos Félix y Nabor, eran los cuerpos de dos jóvenes campeones de Cristo. Por si alguno dudase de ello, quiso Dios mostrar su complacencia hacia los restos de aquellos héroes, obrando por ambos los milagros que nos narran San Agustín y San Ambrosio. Éste podía ya consagrar los altares con la deseada solemnidad, y dirigirse a su pueblo con el primer panegírico que se hacía en la Historia de los dos gloriosos mártires.



Etimológicamente significa “¿quién como Dios?”. Viene de la lengua hebrea.

Miguelina vino al mundo en Pésaro, Italia. Por compromisos familiares, tuvo que casarse a los 12 años con el duque Malatesta.

Este “mala cabeza” la hizo una infeliz. Tuvieron un hijo que murió.


Cuando contaba con 20 años, era ya una chica viuda. Por eso, pensándose bien las cosas, decidió entrar en el convento franciscano para ser terciaria.


Antes de entrar, distribuyó todos sus bienes a los pobres. Y se dedicó a pedir limosna para que todo el mundo se riera de ella.


Tuvo que soportar muchas pruebas. Los familiares la llamaban la loca. Y como tal, y sobre todo para quedar bien ante la gente, la encerraron en la torre. Los guardianes, al ver lo buena que era, la dejaron escapar.


Cuando la gente la vio por la calle, se alegró mucho y se pusieron de su parte.

A medida que hacía falta, su caridad se desbordaba en amor para con todos, pero sobretodo con los leprosos.


Al final de sus años, se fue en peregrinación a Tierra Santa. Y de vuelta, cayó enferma y murió en el año 1356.


¡Felicidades a quien lleve este nombre!


Comentarios al P. Felipe Santos: fsantossdb@hotmail.com



Fundadora de la Congregación de Religiosas Mínimas

de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo


Martirologio Romano: En Roma, Italia, Beata Elena Aiello, religiosa mística y fundadora de la Congregación de Religiosas Mínimas de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo ( 1961)

Fecha de beatificación: 14 de septiembre de 2011, bajo el pontificado de S.S. Benedicto XVI



Sor Elena Aiello nació en abril de 1895 en Montalto Uffugo (Cosenza, Italia). Se dice que ya de muy chiquita enseñaba el catecismo a niños menores que ella. En 1920 intentó entrar en las Hermanas de la Preciosísima Sangre, para lo que se dirigió al noviciado que estas religiosas tenían en Pagani. Tuvo que volver a Montalto por muy graves problemas de salud, cuya curación atribuyó a la intercesión de Santa Rita de Casia.

En marzo de 1922 mientras practicaba en privado la devoción de los trece viernes de San Francisco de Paula, recibió los estigmas al tiempo que su rostro sudaba sangre. Desde entonces la efusión de sangre en su cara es un fenómeno que se repetirá cada viernes de marzo y especialmente en Viernes Santo; al fenómeno físico del sangrado se unía el dolor, la privación de los sentidos, el hablar proféticamente en nombre de Jesús, de María o de San Francisco de Paula.


En 1928 con Gina Mazza dan inicio en Cosenza a las Mínimas de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, con el objetivo de honrar la Pasión del Señor y socorrer espiritual y materialmente a los pobres, especialmente a la infancia necesitada. El instituto obtuvo el reconocimiento de derecho pontificio en 1948.


Entre sus muchas profecías y avisos, Sor Elena advirtió el trágico fin de Mussolini. El dictador italiano murió fusilado el 28 de abril de 1945 tras ser detenido cuando trataba de escapar de Italia disfrazado de soldado alemán.


"¿Os acordáis cuando el 7 de julio del año pasado me preguntabais que le podría ocurrir al Duce, y que yo os respondí que si no permanecía unido al Papa, tendría un fin peor que el de Napoleón? Ahora os repito las mismas palabras: si el Duce no salva Italia haciendo todo cuanto diga y haga el Santo Padre, pronto caerá", decía la profecía.


Sin embargo, su profecía más conocida es la del Viernes Santo de 1954 en la que, entre otras cosas, advirtió los escándalos en la Iglesia por los pecados de los sacerdotes: "Escucha bien lo que digo y comunícalo a todos: Mi corazón está triste por los muchos sufrimientos que amenazan a este mundo. La justicia de nuestro Padre Celestial está ofendida gravemente. El mundo está inundado por una crecida de corrupción. Los gobiernos de los pueblos se han levantado como demonios en carne humana, y mientras hablan de paz, preparan la guerra con instrumentos devastadores, para aniquilar pueblos y naciones. Innumerables escándalos llevan las almas a la ruina, especialmente de la juventud".


"El hogar, fuente de la fe y de santidad, está manchado y destruido. Continúan viviendo pertinazmente en sus pecados. Cerca está el azote para limpiar la tierra del mal. La Justicia divina reclama la satisfacción de tantas ofensas y maldades que cubren la tierra y no se puede tolerar más. Los hombres obstinados en sus culpas no se vuelven a su Dios. La gente no se somete a la Iglesia, y desprecia a los sacerdotes por haber muchos malos entre ellos, que son causa de escándalos".


"Hacen falta oración y sacrificios, que vuelvan a los hombres a Dios y a mi Corazón Inmaculado. Propaga a gritos todo esto, en todo el mundo, como eco verdadero de mi voz. Hazlo saber porque ayudará a salvar muchas almas e impedirá mucha destrucción en la Iglesia y en el mundo"


Elena Aiello falleció el 19 de junio de 1961.


Conocida popularmente como "la monja santa de Calabria", se introdujo oportunamente su proceso de canonización; en 1991 fue declarada Venerable. El 2 de abril de 2011 el Papa Benedicto XVI firmó el Decreto relativo al milagro atribuido a la intercesión de Elena Aiello.



La lejana historia de Avito la conoce plenamente sólo Dios; los documentos que tenemos hoy muestran el núcleo histórico de su existencia santa, pero a falta de otros datos, los relatos posteriores hablan de él con los adornos añadidos por la fábula y la devoción popular menos exigente con la verdad histórica y más condescendiente con los efluvios de la piedad.

Se dice de él que nació en la zona de Orleáns, teniendo por padres a unos cristianos pobres y que, cuando era pequeño conoció a los monjes de la abadía de Micy que está próxima a la ciudad; llevado de la curiosidad propia de los niños, les preguntó, quienes eran, qué hacían, por qué vivían lejos de la gente y para qué servían. Esas preguntas, contestadas con simpatía y desparpajo por alguno de aquellos frailes que tenía gracejo y estaba lleno de sentido sobrenatural, dichas al alcance de una cabecita pequeña dieron fruto con el paso de los años. Un buen día, aquella curiosidad se convirtió en deseo de imitarlos, pero con tal gana y empeño que el joven Avito ruega al abad Maximino o Mesmino que le admita en el monasterio y que si no puede ser como monje, que lo admita como criado. Está dispuesto a no dejar la puerta del convento y a morir de frío y de hambre hasta conseguir lo que pide.


Cuentan de él que la primera época de fraile la vivió tan amable, servicial y obediente que su sencillez y deseos de agradar a la comunidad a veces fue considerado por algunos como una actitud que rayaba con lo estúpido.


De todos modos, el abad experimentado descubre el regalo que les ha llegado del cielo; el abad le encomienda muy pronto el oficio de ecónomo y pasa a ser el responsable de preparar las cosas que atañen en el convento al alimento de los frailes; debe cuidar de que no les falte el alimento necesario, ha de disponer el orden de las comidas, cuidar del pobre almacén, reponer alimentos y reservar una parte para los pobres cosa en la que siempre se mostró lleno de generosidad. Que lo hiciera bien o mal en preparar la intendencia sólo Dios lo sabe, pero el resultado fue la continua crítica y murmuración que provocó en los compañeros de salmos.


La situación de aparente fracaso le llevó a replantearse con mayor seriedad sus deseos de soledad. Resuelve el asunto, después de haberlo rezado y pensando Dios le pedía un cambio; organiza una trama nocturna consistente en introducirse en la celda del abad, esperar a que lo rinda el sueño y meter bajo su almohada las llaves de ecónomo, simbolizando con ello su renuncia al cargo. Se marcha del monasterio. Ahora sí que podrá en el bosque cercano dedicarse a la oración y penitencia a sus anchas sin necesidad de escuchar las protestas de sus hermanos y dando cuenta al abad de su vida de vez en cuando. Intentará imitar a los ermitaños comiendo la yerba, raíces y frutas que encuentre por el campo.


Hizo falta el ruego de los frailes y la intervención del obispo de Orleáns para sacarlo del retiro de Solaña y conseguir que aceptara el gobierno de la abadía, en el año 520, después de la muerte de Maximiano. El nuevo abad hace más con humildad y ejemplo que con mandatos; pero por su medio se restablece la primera disciplina y se eleva el tono sobrenatural del monasterio. Las cosas marchan bien, pero a él le sigue hormigueando en el alma el run-run de la soledad.


Ahora será Percha, más distante y menos accesible el nuevo lugar donde plantará su residencia entre cuevas o chozas de ramas de árboles. Allí no será fácil que le encuentren los monjes en caso de que le busquen; ha llevado con él a otro fraile que también tenía las mismas ansias de soledad. Vivirán como en la primera época en la contemplación y penitencia, metidos en el alejamiento y el silencio. Sólo que no pudo ser por mucho tiempo porque lo descubrió el milagro de Avito: un porquero mudo desde niño, por mandato del santo ha comenzado a hablar, y ya es imposible hacerlo callar. Y la gente se entera ¡Adiós soledad! La noticia del hecho se transmite y la gente acude a ver y a tocar; él catequiza, enseña, reza y hace rezar. Vienen discípulos y, sin quererlo, no hay más remedio que fundar el monasterio que con el tiempo llevará su nombre.


Dicen que a ruegos de Avito, llegaron a soltar en Orleáns a los presos de la cárcel. Y además hablan del ciego curado milagrosamente; y el mismo Lubin, el obispo de Chartres, relata la resurrección de un monje. Y con el rey Clodomiro, el hijo de Clodoveo y Clotilde, tiene palabras de paz intercediendo por el preso rey de Borgoña, Segismundo y su familia.


Después de muerto, refieren de él muchos milagros y le atribuyen bastantes victorias guerreras logradas por su intercesión.


Avito terminó sus días el 17 de junio del año 530. Chateaudrum y Orleáns se distribuirán posteriormente sus preciosas reliquias.





Joseph-Marie Cassant nació el 6 de marzo de 1878 en Casseneuil, en el Lot-et-Garonne (diócesis de Agen, Francia) en una familia de agricultores que ya contaba con un hijo varón de nueve años.

Estudió en el internado de los hermanos de San Juan Bautista de la Salle de Casseneuil, donde tuvo dificultades debido a su falta de memoria. Tanto en su casa como en el internado recibió una sólida formación cristiana y, poco a poco, creció en él el deseo profundo de ser sacerdote.


Su párroco, D. Filhol, le apreciaba mucho y le ayudó en sus estudios por medio de un vicario, pero su poca memoria siguió siendo un obstáculo para su ingreso en el seminario menor. Mientras tanto, el adolescente fue introduciéndose en el silencio, el recogimiento y la oración. El párroco Filhol le sugirió que se dirigiera a la Trapa: el joven de 16 años aceptó sin dudarlo. Tras un tiempo de prueba en la casa parroquial, Joseph entró en la abadía cisterciense de Santa María del Desierto (diócesis de Toulouse, Francia) el 5 de diciembre de 1894.


En ese momento el maestro de novicios era el Padre André Malet. Él sabia captar las necesidades de las almas y responder a ellas con humanidad. Desde el primer encuentro manifestó su benevolencia: «!Confía! yo te ayudaré a amar a Jesús». Los hermanos del monasterio no tardaron en mostrar aprecio por el recién llegado: Joseph no era ni discutidor ni gruñón, sino que siempre estaba contento y sonriente.


Contemplando frecuentemente a Jesús en su pasión y en la cruz, el joven monje se impregnó del amor a Cristo. El «camino del Corazón de Jesús», que le enseñó el Padre André, es una llamada incesante a vivir el instante presente con paciencia, esperanza y amor. El Hermano Joseph-Marie es consciente de sus lagunas y su debilidad. Pero se fía cada vez más de Jesús que es su fuerza. No le gustan las medias tintas. Quiere darse totalmente a Cristo. Su divisa lo atestigua: «Todo por Jesús, todo por María». Fue admitido a pronunciar sus votos definitivos el 24 de mayo del 1900, en la fiesta de la Ascensión.


A partir de entonces comenzó su preparación al sacerdocio. El Hermano Joseph-Marie lo deseaba sobre todo en función de la Eucaristía. Ésta es para él la realidad presente y viviente de Jesús: el Salvador entregado totalmente a los hombres, cuyo corazón traspasado en la cruz, acoge con ternura a los que acuden a Él con confianza. Los cursos de teología que le dio un hermano poco comprensivo causaron afrentas muy dolorosas en la viva sensibilidad del joven monje. En todas las contradicciones él se apoya en Cristo presente en la Eucaristía, «la única felicidad en la tierra», y confía su sufrimiento al Padre André que lo ilumina y reconforta. Finalmente, habiendo aprobado los exámenes, tiene la inmensa alegría de recibir la ordenación sacerdotal el 12 de octubre de 1902.


Pronto constatan que está afectado de tuberculosis. El mal está muy avanzado. El joven sacerdote no revela sus sufrimientos hasta el momento en que no puede ocultarlos más: por qué quejarse cuando se medita frecuentemente el Vía Crucis del Salvador? A pesar de su estancia de siete semanas con su familia, a petición del Padre Abad, sus fuerzas declinan cada vez más. A su regreso al monasterio, lo mandan a la enfermería donde tuvo una nueva ocasión de ofrecer, por Cristo y la Iglesia, sus sufrimientos físicos cada vez más intolerables, agravados por las negligencias de su enfermero. Más que nunca, el Padre André le escucha, le aconseja y le sostiene. Joseph-Marie dijo: «Cuando no pueda celebrar más la Misa, Jesús podrá retirarme de este mundo». El 17 de Junio de 1903, por la mañana, tras comulgar, el Padre Joseph-Marie alcanzó para siempre a Cristo Jesús.


El 9 de junio de 1984, el Santo Padre Juan Pablo II reconoció la heroicidad de sus virtudes, beatificándolo el 3 de octubre de 2004 en la Plaza de San Pedro en Roma.


A veces se ha subrayado la banalidad de esta corta existencia: dieciséis años discretos pasados en Casseneuil y nueve años en la clausura de un monasterio, haciendo cosas simples: oración, estudios, trabajo. Cosas simples, sí, pero supo vivirlas de forma extraordinaria; pequeñas acciones, pero realizadas con una generosidad sin límites. Cristo puso en su espíritu, limpio como agua de manantial, la convicción de que sólo Dios es la suprema felicidad, que su Reino es semejante a un tesoro escondido y a una perla preciosa.


El mensaje del Padre Joseph-Marie es muy actual: en un mundo de desconfianza, a menudo víctima de la desesperación, pero sediento de amor y de ternura, su vida puede ser una respuesta, sobre todo para los jóvenes que buscan un sentido a la propia vida. Joseph-Marie fue un adolescente sin relieve ni valor a los ojos de los hombres. Debe el acierto de su vida al encuentro impresionante con Jesús. Supo seguirle en una comunidad de hermanos, con el apoyo de un Padre espiritual que fue al mismo tiempo testimonio de Cristo y capaz de acoger y comprender.


Él es para los pequeños y humildes un magnífico modelo. Les enseña cómo vivir, día tras día, para Cristo, con amor, energía y fidelidad, aceptando ser ayudados por un hermano o una hermana experimentados, capaces de conducirlos tras las huellas de Jesús.


Reproducido con autorización de Vatican.va











Alberto Adamo Chmielowski, Santo
Alberto Adamo Chmielowski, Santo

Fundador


Martirologio Romano: En Cracovia, en Polonia, san Alberto (Adán) Chmielowski, religioso, célebre pintor, el cual se entregó a los pobres procurando ser bueno con todos, y fundó las Congregaciones de Hermanos y Hermanas de la Tercera Orden de San Francisco, siervos de los pobres (1916).

Alberto Chmielowski nació en Igolomia, cerca de Cracovia (Polonia), el 20 de agosto de 1845, de padres nobles. Creció en un clima de ideales patrióticos, de una profunda fe en Dios y de amor cristiano hacia los pobres. Quedó huérfano muy pronto y sus familiares se hicieron cargo de él y de los demás hermanos. A los 18 años se matriculó en el Instituto Politécnico de Pulawy. Tomó parte en la insurrección de Polonia en 1863. Cayó prisionero y se le amputó una pierna a causa de una herida. Al fracasar la insurrección, se trasladó al extranjero, huyendo de la represalia zarista.


En Gante (Bélgica) inició estudios de ingeniería. Dotado de buenas cualidades artísticas, decidió estudiar pintura en París y en Munich. En 1874, maduro ya como artista, regresó a Polonia, decidido a dedicar “el arte, el talento y sus aspiraciones a la gloria de Dios”. Uno de los mejores cuadros, el “Ecce Homo”, fue el resultado de una experiencia profunda del amor misericordioso de Cristo hacia el hombre, experiencia que llevó a Chmielowski a su transformación espiritual.


En 1880 entró en la Compañía de Jesús como hermano lego. Después de seis meses tuvo que dejar el noviciado por su mala salud. Acercándose a la miseria material y moral de quienes carecen de techo y a los desheredados en los dormitorios públicos de Cracovia, descubrió en la dignidad menospreciada de aquellos pobrecillos el rostro humillado de Cristo, y decidió por amor del Señor renunciar al arte y vivir al lado de los marginados una vida pobre, dedicándoles toda su persona.


El 25 de agosto de 1887 vistió el sayal gris y tomó el nombre de hermano Alberto. Pasado un año, pronunció los votos religiosos, iniciando la congregación de los Hermanos de la Orden Tercera de San Francisco, denominados Siervos de los Pobres o Albertinos. En 1891 fundó la rama femenina de la misma congregación (Albertinas) con la finalidad de socorrer a las mujeres necesitadas y a los niños. El hermano Alberto organizó asilos para pobres, casas para mutilados e incurables, envió a las hermanas a trabajar en hospitales militares y lazaretos, fundó comedores públicos para pobres, orfanatorios para niños y jóvenes sin techo. Todos contaban con su ayuda, sin distinción de religión o nacionalidad.


Para su acción caritativa tomaba fuerza del misterio de la Eucaristía y de la Cruz. A pesar de su invalidez, viajaba mucho para fundar nuevos asilos en otras ciudades de Polonia y para visitar las casas religiosas. Gracias a su espíritu emprendedor, cuando murió dejó fundadas 21 casas religiosas en las cuales prestaban su trabajo 40 hermanos y 120 religiosos. Murió pobre entre los pobres, de cáncer de estómago, el día de Navidad de 1916 en Cracovia, en el asilo que él mismo fundó. Antes de su muerte dijo a los hermanos y hermanas, señalando a la Virgen de Czestochowa: “Esta Virgen es vuestra fundadora, recordadlo”. Y “Ante todo, observad la pobreza”. Enseñó a todos con el ejemplo de su vida que “es necesario ser buenos como el pan, que está en la mesa, y que cada cual puede tomar para satisfacer









Alberto Adamo Chmielowski, Santo
Alberto Adamo Chmielowski, Santo

el hambre”.

Es considerado entre sus hermanos el San Francisco polaco del siglo XX.


El hermano Alberto fue beatificado en Cracovia el 22 de junio de 1983 por el Papa Juan Pablo II, quien también lo canonizó el 12 de noviembre de 1989 en Roma.


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ACI PRENSA


La vida del Santo que inspiró la vocación del

Papa Juan Pablo II


Alberto, en su juventud, luchó por la libertad de su patria; luego se dedicó al estudio y al ejercicio de su vocación artística en el campo de la pintura; pero pronto centró su vida en el seguimiento de Cristo que atiende a los más pobres y necesitados; los "Albertinos" y "Albertinas", por él fundados en el seno de la Orden Tercera de San Francisco, han seguido y ampliado su obra y su estilo humilde y fraterno.

Alberto Chmielowski, en el siglo Adán, nació en Igolomia, cerca de Cracovia (Polonia), el 20 de agosto de 1845, de padres nobles: Adalberto y Josefina Borzyslawska. Creció en un clima de ideales patrióticos, de una profunda fe en Dios y de amor cristiano hacia los pobres. Quedó huérfano muy pronto y sus familiares se hicieron cargo de él y de los demás hermanos, ocupándose de su formación.


A los 18 años se matriculó en el Instituto Politécnico de Pulawy. Tomó parte en la insurrección de Polonia en 1863. Cayó prisionero y se le amputó una pierna a causa de una herida. Al fracasar la insurrección, se trasladó al extranjero, huyendo de la represalia zarista. En Gante (Bélgica) inició estudios de ingeniería. Dotado de buenas cualidades artísticas, decidió estudiar pintura en París y en Munich. En 1874, maduro ya como artista, regresó a Polonia, decidido a dedicar «el arte, el talento y sus aspiraciones a la gloria de Dios». Comenzaron así a predominar en sus actividades artísticas los temas religiosos. Uno de los mejores cuadros, el «Ecce Homo», fue el resultado de una experiencia profunda del amor misericordioso de Cristo hacia el hombre, experiencia que llevó a Chmielowski a su transformación espiritual.


En 1880 entró en la Compañía de Jesús como hermano lego. Después de seis meses tuvo que dejar el noviciado por su mala salud. Superada una profunda crisis espiritual, comenzó una nueva vida, dedicada totalmente a Dios y a los hermanos. Acercándose a la miseria material y moral de quienes carecen de techo y a los desheredados en los dormitorios públicos de Cracovia, descubrió en la dignidad menospreciada de aquellos pobrecillos el rostro humillado de Cristo, y decidió por amor del Señor renunciar al arte y vivir al lado de los marginados una vida pobre, dedicándoles toda su persona.


El 25 de agosto de 1887 vistió el sayal gris y tomó el nombre de hermano Alberto. Pasado un año, pronunció los votos religiosos, iniciando la congregación de los Hermanos de la Orden Tercera de San Francisco, denominados Siervos de los Pobres o Albertinos. En 1891 fundó la rama femenina de la misma congregación (Albertinas) con la finalidad de socorrer a las mujeres necesitadas y a los niños. El hermano Alberto organizó asilos para pobres, casas para mutilados e incurables, envió a las hermanas a trabajar en hospitales militares y lazaretos, fundó comedores públicos para pobres, y asilos y orfanotrofios para niños y jóvenes sin techo. En los asilos para los pobres, los hambrientos recibían pan; los sin techo, alojamiento; los desnudos, vestidos; y los desocupados eran orientados a un trabajo. Todos contaban con su ayuda, sin distinción de religión o nacionalidad. En la medida en que satisfacía las necesidades elementales de los pobres, el hermano Alberto se ocupaba también paternalmente de sus almas, tratando de reavivar en ellos la dignidad humana, ayudándoles a reconciliarse con Dios.


Tomaba fuerza del misterio de la Eucaristía y de la Cruz para su acción caritativa. A pesar de su invalidez, viajaba mucho para fundar nuevos asilos en otras ciudades de Polonia y para visitar las casas religiosas. Gracias a su espíritu emprendedor, cuando murió dejó fundadas 21 casas religiosas en las cuales prestaban su trabajo 40 hermanos y 120 religiosos.


Murió, de cáncer de estómago, el día de Navidad de 1916 en Cracovia, en el asilo por él fundado, pobre entre los pobres.


Antes de su muerte dijo a los hermanos y hermanas, señalando a la Virgen de Czestochowa: «Esta Virgen es vuestra fundadora, recordadlo». Y: «Ante todo, observad la pobreza». Su entera dedicación a Dios mediante el servicio a los más necesitados, su pobreza evangélica a imitación de San Francisco de Asís, su filial confianza en la divina Providencia, su espíritu de oración y su unión con Dios en el trabajo de cada día son la herencia que ha dejado el hermano Alberto a sus hijos e hijas espirituales. Enseñó a todos con el ejemplo de su vida que «es necesario ser buenos como el pan, que está en la mesa, y que cada cual puede tomar para satisfacer el hambre».


La herencia espiritual del hermano Alberto pervive en sus congregaciones, que extienden su acción misionera por tierras de Polonia, Italia, Estados Unidos y Argentina. Convencidos de la santidad del hermano Alberto, sus contemporáneos lo definieron como «el hombre más grande de su generación». Considerado el San Francisco polaco del siglo XX, el hermano Alberto fue beatificado en Cracovia el 22 de junio de 1983 por el Papa Juan Pablo II, quien también lo canonizó el 12 de noviembre de 1989 en Roma.



Nació en el año 1117 en Pisa (Italia). Sus padres, Gandulfo Scacceri, próspero comerciante, y Mingarda, perteneciente a la noble familia de los Buzzacherini, deseosos de impartirle una educación rigurosa a su único hijo, encomendaron su formación al sacerdote don Enrico de San Martino. Pero Rainiero, particularmente dotado para la música (tocaba la lira) y para el canto, prefería las diversiones y la vagancia a los estudios.

De nada valieron los esfuerzos de sus padres por conducirlo a un comportamiento más cristiano, pues el joven pisano descuidó tanto las enseñanzas de sus padres como las de don Enrico. No obstante, a los 19 años su vida cambió. Fue crucial, para su conversión y decisión de abrazar plenamente la fe y vivir en extrema austeridad, su encuentro con el eremita Alberto, establecido en el monasterio pisano de San Vito y del cual escuchó sus consejos y lo hizo su modelo.

Cuatro años después, hacia el 1140, se embarcó rumbo a Tierra Santa decidido a imitar fielmente a Cristo en los lugares donde nuestro Señor había consumado su sacrificio.


Permaneció ahí por trece años, viviendo exclusivamente de limosnas, comiendo dos veces a la semana y exponiendo su cuerpo a grandes sacrificios. Además, peregrinaba en repetidas ocasiones a todos los lugares santos, demorándose de preferencia en el Calvario cerca del Santo Sepulcro, donde recibió de un sacerdote la túnica pelosa del eremita, la "pilurica", con la cual es representado en la iconografía.


Regresó a Pisa en 1153, rodeado de fama de santidad por los muchos milagros que Dios operó a través de su mano en Tierra Santa. Fue acogido por los canónigos de la Catedral y por el pueblo, quienes estaban al corriente de su admirable vida. Vivió un año en calidad de oblato en el monasterio de San Andrés, en Chinseca, y de ahí se transfirió a San Vito, donde desarrolló una intensa actividad apostólica con la venia del clero, predicando como simple laico y obrando numerosas conversiones.


Tanta era su fama de santidad que a su muerte, acaecida el 17 de junio de 1161, fue súbitamente proclamado santo, y este día -en el que actualmente le conmemoramos- fue declarado fiesta de precepto.


En 1632 el Arzobispo de Pisa, el Clero local, el Magistrado pisano, con la anuencia de la sacra Congregación de los Ritos, eligieron a Rainiero patrono principal de la ciudad y de la diócesis; y en 1689 fueron solemnemente colocados sus restos sobre el altar mayor de la Catedral pisana.



Etimológicamente significa “Dios escucha”. Viene de la lengua hebrea.

Esta primavera es visible donde el espíritu de misericordia aparece para humanizar nuestro corazón por la claridad de un amor fraterno. Y allí se enciende una hoguera.


Incluso bajo las cenizas, una brasa continuará ardiendo.


Ismael y dos hermanos, Manuel y Savelio, eran primaveras en su tierra porque quisieron humanizar a los pueblos.


Eran muy conocidos en Calcedonia y Bitinia. ¿Por qué razón?, te preguntarás.


Y es muy sencilla. Querían que Juliano el Apóstata y el rey de Persia llegaran a un acuerdo para que reinase la paz entre los súbditos.


Ellos, en el hogar, habían recibido una densa y práctica formación cristiana, al mismo tiempo que una amplia cultura.


Todo se debió, en gran parte, a su preceptor Eunoico.


El testimonio de sus vidas les llevó, sin querer, a verse envueltos en un acontecimiento que dio lugar a otra dura persecución.


El templo del dios Sol se incendió. Y, naturalmente, les echaron la culpa a ellos.


Vinieron una serie de interrogatorios postizos, una pura farsa. Al final de los mismos, se les entregó al martirio tal día como hoy del año 326.


De las brasas de su martirio por la fe en Cristo, su testimonio continuó ardiendo por siglos y siglos.


Juliano el Apóstata no respetó los tratados de paz, y le hizo la vida imposible a los persas.


Al clavársele una flecha en una batalla, exclamó:"Venciste, Galileo". Juliano el Apóstata murió en el año 363.


¡Felicidades a quien lleve este nombre!


Comentarios al P. Felipe Santos: fsantossdb@hotmail.com



Santa Teresa, hija del rey Sancho I de Portugal y de Dª. Dulce de Aragón, se casó con su primo, el rey Alfonso IX de León. Tras varios años de feliz vida marital (y varias hijas), el matrimonio fue declarado nulo por el parentesco demasiado estrecho entre ella y Alfonso y no haber recibido las dispensaciones apropiadas. Alfonso se casó con doña Berenguela, la madre de Fernando III el Santo.

Teresa volvió al monasterio cisterciense de San Benito de Lorbao, próximo a Coimbra. Allí se entregó a la práctica de todas las virtudes hasta su muerte, en gran ancianidad, el 17 de junio de 1250.


Fue enterrada en su mismo monasterio, junto a la tumba que ella había dispuesto veinte años antes para su santa hermana Sancha, virgen clarisa, fundadora del convento de Santa María de las Cellas.


Teresa pudo fácilmente haber guardado rencor, no lo hizo así. Con su ayuda se alcanzó un acuerdo pacífico.


Guardar rencor es como montar en bicicleta con una piedra en el zapato. A veces se va para un lado, pero la mayoría de las veces hace que cada pedalada sea miserable.


Lo peor de los rencores es la amargura que crean en nuestra alma. A menudo la persona a la que guardamos rencor ni siquiera sabe que estemos molestos y enfurecidos con ella. Acabamos por gastar extraordinarias cantidades de tiempo labrando y planeando nuestra venganza, para acabar descubriendo que la venganza nunca es tan dulce como creemos que lo va a ser. Si mantienes rencor contra alguien o contra algo, ahora es el momento de sacarte la piedra del zapato. Tienes la garantía de que te sentirás mejor y caminarás mejor.


El 20 de mayo de 1705 el Papa Clemente XI confirmó su culto.



Martirologio Romano: En la provincia romana de Asia Menor, conmemoración de los santos Quirico y Julita, mártires.

Etimoligìa: Ciro = Aquel que es señorial. Viene del griego.


Cuando los edictos de Diocleciano contra los cristianos se aplicaban con la máxima severidad en Licaonia, una viuda llamada Julita, que vivía en Iconio, juzgó prudente retirarse de un distrito donde ocupaba una posición prominente y buscar un refugio seguro bajo un régimen más clemente. En consecuencia, tomó consigo a su hijo Ciríaco o Quiricio, de tres años de edad, y a dos de sus servidoras y escapó hacia Seleucia. Ahí quedó consternada al descubrir que la persecución era todavía más cruel, bajo la dirección de Alejandro, el gobernador y, por lo tanto, continuó su huida hasta Tarso. Su arribo a la ciudad fue inoportuno, puesto que coincidió con el de Alejandro; algunos de los miembros de la comitiva del gobernador reconocieron al pequeño grupo de peregrinos. Casi inmediatamente, Julita fue detenida y encerrada en la prisión. Al comparecer ante los jueces del tribunal que iba a juzgarla, llevaba a su hijo de la mano y denotaba una absoluta serenidad. Julita era una dama de noble linaje con muy vastas y ricas posesiones en Iconio, pero en respuesta a las preguntas sobre su nombre, posición social y lugar de nacimiento, sólo afirmó que era cristiana. En consecuencia, el proceso no tuvo lugar y se la condenó a recibir el castigo de los azotes atada a las estacas. Antes de que se cumpliera con la sentencia, le fue arrebatado su hijo Ciríaco, a pesar de sus lágrimas y sus protestas.


En la leyenda sobre estos santos se dice que Ciríaco era un niño muy hermoso y que el gobernador lo tomó en sus brazos y lo sentó sobre sus rodillas, en un vano intento para que dejase de llorar. La criatura no quería más que volver al lado de su madre y extendía sus brazos hacia ella mientras la azotaban y, cuando Julita gritó, en medio de la tortura: «¡Soy cristiana!», el niño repuso como un eco: «¡Yo soy crisitano también!». En un momento dado, a impulsos de la ansiedad por librarse de las manos que le retenían y correr hacia su madre, el chiquillo comenzó a debatirse y, como Alejandro se esforzaba por contenerle, le propinó algunas patadas y le rasguñó la cara. La actitud del niño, completamente natural en aquellas circunstancias, encendió la cólera del gobernador. Se levantó hecho una furia, alzó a la criatura por una pierna y lo arrojó con fuerza sobre los escalones, al pie de su tribuna; el cráneo se le fracturó y quedó muerto al instante. Julita lo había presenciado todo desde las estacas donde estaba atada, pero en vez de manifestar su dolor, levantó la voz para dar gracias a Dios por haber concedido a su hijo la corona del martirio. Su actitud no hizo más que aumentar el furor de Alejandro. Este mandó que desgarrasen los costados de la infortunada mujer con los garfios, que fuese decapitada y que su cuerpo, junto con el de su hijo, fuera arrojado a los basureros en las afueras de la ciudad, con los restos de los malhechores. Sin embargo, después de la ejecución, el cadáver de Julita y el de Ciríaco fueron rescatados por las dos criadas que habían traído desde fconio, quienes los sepultaron sigilosamente en un campo vecino.


Cuando Constantino restableció la paz para la Iglesia, una de aquellas servidoras reveló el lugar donde se hallaban enterrados los restos de los mártires, y los fieles acudieron en tropel a venerarlos. Se dice que las supuestas reliquias de san Ciríaco se trasladaron de Antioquía durante el siglo cuarto, por iniciativa de san Amador, obispo de Auxerre. Esto extendió el culto por este niño santo en Francia, con el nombre de san Cyr, pero en realidad no hay ninguna prueba concreta para relacionar a los santos históricos Julita y Ciríaco -si aceptamos su existencia- con la ciudad de Antioquía. A pesar de que posiblemente fueron martirizados un 15 de julio, fecha en que se conmemora su fiesta en el Oriente, el Martirologio Romano los festeja el 16 de junio.


Es una pena tener que descartar una historia tan conmovedora y a la que tanto crédito se dio durante la Edad Media en Oriente y Occidente; pero la leyenda, tal como se ha conservado en todas sus formas, es positivamente una ficción. Las «Actas de Ciríaco y Julita» fueron proscritas en el decreto de Pseudo-Gelasio en relación con los libros que no debían ser leídos y, a pesar de que esta ordenanza no procedía del Papa San Gelasio, llega hasta nosotros revestida con la autoridad de su antigüedad y de haber sido generalmente aceptada. El padre Delehaye favorece la opinión de que Ciríaco fue el verdadero mártir y el personaje central de la leyenda fabricada posteriormente. Tal vez procedía de Antioquía, como se afirma en el Hieronymianum, pero lo cierto es que su nombre aparece solo y no unido al de Julita en muchas inscripciones y dedicatorias de iglesias y lugares diversos, en toda Europa y el Cercano Oriente. Las muy diversas formas en que se ha conservado la leyenda hasta nuestros días, son un testimonio de su popularidad.


¡Felicidades a quien lleve este nombre!



Santa Mística sisterciense de Aywieres, Bélgica.

Nace en 1182. A los doce años de edad fue encomendada a las monjas benedictinas cerca de Saint-Trond, no por piedad sino porque el dinero para su dote matrimonial había sido perdido por su padre. Era la costumbre de la época.


Lutgarda era bonita y le gustaba divertirse sanamente y vestir bien. No aparentaba vocación religiosa, por lo que en el convento vivía como una especie de pensionista, libre para entrar y salir. Sin embargo, un día, mientras charlaba con unas amistades, tuvo una visión de Nuestro Señor Jesucristo que le mostraba sus heridas y le pedía que lo amase solo a El. Lutgarda aquel día descubrió el amor de Jesús y lo aceptó al instante como su Prometido. Desde aquel momento su vida cambió.


Algunas monjas que observaron el cambio en Lutgarda vaticinaron que aquello no duraría. Se equivocaron, ya que su amor por Jesús mas bién crecía. Al rezar lo veía con sus ojos corporales, hablaba con El en forma familiar. Cuando la llamaban para algún servicio, le decía a Jesús: "Aguárdame aquí, mi Señor; volveré tan pronto como termine esta tarea". También tuvo visiones de Santa Catalina, la patrona de su convento y San Juan Evangelista. En éxtasis a veces se alzaba un palmo del suelo o su cabeza irradiaba luz.


Compartió místicamente los sufrimientos de Jesús cuando meditaba la Pasión. En esas ocasiones aparecían en su frente y cabellos minúsculas gotas de sangre. Su amor se extendía a todos de manera que sentía como propios los dolores y penurias ajenas.


Después de doce años en el convento de Santa Catalina, sintió la inspiración de abrazar la regla cisterciense que es mas estricta. Siguiendo el consejo de su amiga Santa Cristina que era de su mismo convento, ingresó en el Cister de Aywieres a pesar que allí solo se hablaba francés, idioma que desconocía.


Tenía gran humildad y solo se quejaba de su propia impotencia para responder como era debido a las gracias de Dios. En una ocasión oraba ofreciendo vehemente su vida al Señor, cuando se le reventó una vena que le causó una fuerte hemorragia. Le fue revelado que, en el cielo, su efusión se aceptaba como un martirio.


Tenía el don de curación de enfermos, de profetizar, de entender las Sagradas Escrituras, de consolar espiritualmente. Según la beata María de Oignies, Lutgarda es una intercesora sin igual por los pecadores y las almas del purgatorio.


Tuvo visiones del Sagrado Corazón de Jesús. En una ocasión Nuestro Señor le preguntó que regalo ella deseaba. Ella respondió: "Quiero Tu Corazón", a lo que Jesús respondió: "Yo quiero tu corazón". Entonces ocurrió un evento sin precedentes conocidos: Nuestro Señor místicamente intercambió corazones con Lutgarda.


Once años antes de morir perdió la vista, lo cual recibió con gozo, como una gracia para desprenderse mas del mundo. Aun ciega ayunaba severamente. El Señor se le apareció para anunciarle su próxima muerte y las tres cosas que debía hacer para prepararse: 1-dar gracias a Dios sin cesar por los bienes recibidos; 2- orar con la misma insistencia por la conversión de los pecadores; 3- Para todo confiar únicamente en Dios.


Predijo su muerte que ocurrió en la noche del sábado posterior a la Santísima Trinidad, precisamente cuando comenzaba el oficio nocturno del domingo. Era el 16 de junio del 1246.



María Teresa Scherer nació el 31 de octubre de 1825 en Meggen (Lago de los Cuatro Cantones, Suiza). Fue bautizada con el nombre de Ana María Catalina. Era la cuarta de siete hijos de la familia Scherer-Sigrist. A los siete años quedó huérfana de padre y fue a vivir con unos parientes, que le dieron una sana educación cristiana. En los tiempos libres se ocupaba de los trabajos de la casa y del campo.

Por deseo de su madre, a los 16 años entró en el hospital cantonal de Lucerna para completar su preparación doméstica. Después tuvo que ocuparse también de los pobres y los enfermos. A los 17 años fue admitida en la Tercera Orden de san Francisco y en la congregación de Hijas de María. Durante una peregrinación a Einsiedein se sintió llamada a la vida religiosa. El 1 de marzo de 1845 ingresó en el instituto de las Religiosas Enseñantes, que había fundado hacía poco el capuchino P. Teodosio Florentini. En el otoño de aquel mismo año hizo los primeros votos. Un año después fue enviada a Baar y luego a Oberägeri, como profesora y superiora en ambas comunidades. Fue un período de dudas y dificultades, que superó con una ascesis austera y la obediencia a su director espiritual. El año 1850 el P. Teodoro la llamó a Näfels, para que guiase el hospicio de los pobres y huérfanos. Ese mismo año el P. Teodosio fundó en Coira un pequeño hospital y encomendó a María Teresa su dirección. Ella aceptó, convencida de que el carisma del fundador abarcaba el aspecto escolar-educativo y el caritativo.


El año 1856 las Religiosas Enseñantes se separaron del fundador para continuar su apostolado educativo independientemente. Sor María Teresa sufrió mucho por ello: oró, se aconsejó y finalmente comprendió que Dios deseaba se ocupase en el futuro de las obras de misericordia espirituales y corporales. En 1857 fue elegida superiora general de las «Religiosas al servicio de la escuela y de los pobres». Al lado del P. Teodosio guió el instituto de las Religiosas de la Caridad de la Santa Cruz, que se desarrolló rápidamente. A Ingenbohl llegaban continuamente peticiones, solicitando religiosas para que se ocuparan de los pobres y los huérfanos, del servicio en casas de corrección y lazaretos: eran tareas arduas, pero estaban en sintonía con el pensamiento de la madre María Teresa. Abrió hospitales y escuelas especializadas para inválidos, pero no le gustaba ver a las religiosas como responsables de empresas. Por ello se crearon tensiones con el fundador. De todas formas, estaba persuadida de que la intención del P. Teodosio era resolver la cuestión obrera con justicia y solidaridad, por lo que le ayudó todo lo posible, y a cuyo espíritu permaneció fiel aun después de su muerte, acaecida el 15 de febrero de 1865. Recibió no sólo su herencia espiritual sino también la material, teniendo que trabajar ella y sus hermanas durante años para saldar las deudas que había contraído el P. Teodosio en su apostolado social. Luchó por salvar las constituciones que había dado al instituto el P. Teodosio, aun a costa de oponerse al celo reformador de sus sucesores. La madre María Teresa era la regla viviente, pero pocos años antes de su muerte fue criticada por el modo de guiar la congregación y de observar la pobreza. Fue calumniada y soportó grandes sufrimientos físicos, que no le impidieron realizar numerosos viajes para animar a sus hijas y orientarlas a vivir según el espíritu del fundador. Falleció el 16 de junio de 1888 en el convento de Ingenbohl. Ya formaban parte del instituto 1.689 religiosas.


Juan Pablo II la beatificó el 29 de octubre de 1995



Martirologio Romano: En Lyon, en la Galia, sepultura de san Aureliano, obispo de Arlés, el cual, nombrado vicario en la Galia por el papa Vigilio, fundó en su ciudad dos monasterios, uno masculino y otro femenino, a los que dio una Regla propia (551).

Etimológicamente: Aureliano = aquel de color dorado, es de origen latino.



Era originario de una familia aristocrática de Borgoña, cercana al poder, que jugaba un papel importante cerca de los reyes francos. San Aureliano era hijo de San Sacerdos, quien llegara a ser en 544 arzobispo de Lyon y primo hermano de San Niceto, sucesor de San Sacerdos en la sede arzobispal de Lyon.

San Aureliano sucede a Auxanio en la sede de Arlés el 23 de agosto de 546. Su designación a la edad de 23 años para tan importante sede episcopal de Francia es debida tanto a sus cualidades espirituales y religiosas como a la pretensión del rey merovingio Childeberto I de tener un punto de apoyo fiable en la zona mediterránea.


No es sorprendente tampoco que el nuevo arzobispo recibiera, muy poco tiempo después de su consagración, el Palio y el vicariato, manifiestamente de acuerdo a la voluntad de Childeberto I. En efecto, en 548, el papa Vigilio le nombra vicario de la Santa Sede y le otorga el Palio.


En el año 547 o 548, San Aureliano funda en Arlés un monasterio masculino, por orden del rey Childeberto I, al que va a tener en gran estima. Este monasterio llamado Monasterio de los Santos Apóstoles, hoy desaparecido, es el origen de la actual Iglesia de la Santa Cruz, (Sainte-Croix en francés), del barrio de La Roquette de la ciudad de Arlés. Su primer abad fue Florentinus († 553). San Aureliano enriqueció la iglesia de este monasterio de reliquias fort précieuses y le dio una regla llena de honestidad y mortificación, de inspiración benedictina.


Fundó igualmente en 547 o 548 en el interior de las murallas de la ciudad, en un lugar hoy desconocido, un monasterio femenino bajo la advocación de la Santa Virgen, dotado de la misma regla monástica que el masculino.


Asistió al Concilio de Orleans el 28 de octubre de 549. Se sabe a través de Gregorio de Tours que, ese mismo año, Arlés fue golpeada por la Peste de Justiniano. Las actas de dicho concilio están firmadas en primer lugar por San Sacerdos, arzobispo de Lyon y padre de San Aureliano, y por éste último inmediatamente después.


Poco tiempo después, en 550, en el marco de la Controversia de los Tres capítulos, San Aureliano envió a Anastasio, un clérigo de su iglesia a Constantinopla para entrevistarse con el papa Vigilio para asegurarse de la veracidad de las opiniones emitidas por el papa. El 29 de abril de 550, el papa Vigilio le remitió una carta a través de su enviado.


En 1308 se descubrió una inscripción sobre su tumba en la iglesia de San Niceto de Lyon en la que se indica que San Aureliano murió en esa ciudad el viernes 16 de junio de 551.



(Santarém, 29 de septiembre de 1402 - Fez, Marruecos, 5 de junio de 1443).

Hijo de Juan I de Portugal, empleaba desde muy joven sus rentas personales en el rescate de cautivos cristianos de las manos sarracenas.


Parte en 1434, con su hermano Enrique el Navegante a una expedición contra Marruecos, entonces en manos de una dinastía de piratas. ¿Acaso sería una premonición sobre la situación actual? Nada nuevo hay bajo el sol. Lo cierto es que la expedición fue un fracaso y la armada lusitana hubo de rendirse y dejar a Fernando como garantía del pago de enormes cantidades de dinero.


Las Cortes de Portugal, después de nueve años de negociaciones, dejaron morir de disentería y en manos del enemigo a su príncipe. Fernando vivió como esclavo, encadenado y obligado a los más sucios trabajos. Soportó su desdicha con dignidad y puso su esperanza en Dios con enorme entereza, sin renunciar a la fe ni a unos compatriotas tan olvidadizos de su terrible suerte.


Las fuentes históricas musulmanas hablan de su vida edificante u de la veneración que suscitaba en los más piadosos habitantes de Fez. Fernando optó por la pobreza, castidad y obediencia, en radical fidelidad a su propia conciencia. Su cadáver descuartizado se pudrió colgado en las torres de las murallas.


Debiera ser patrono de los millones de esclavos que todavía quedan en el mundo; o de los héroes olvidados por los suyos, o bien de los que son víctimas de los vaivenes políticos. Cuando el sacerdote don Pedro Calderón de la Barca llegó al cielo, le recibió Fernando agradecido por esa maravilla de drama llamada El Príncipe constante.



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