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La lejana historia de Avito la conoce plenamente sólo Dios; los documentos que tenemos hoy muestran el núcleo histórico de su existencia santa, pero a falta de otros datos, los relatos posteriores hablan de él con los adornos añadidos por la fábula y la devoción popular menos exigente con la verdad histórica y más condescendiente con los efluvios de la piedad.

Se dice de él que nació en la zona de Orleáns, teniendo por padres a unos cristianos pobres y que, cuando era pequeño conoció a los monjes de la abadía de Micy que está próxima a la ciudad; llevado de la curiosidad propia de los niños, les preguntó, quienes eran, qué hacían, por qué vivían lejos de la gente y para qué servían. Esas preguntas, contestadas con simpatía y desparpajo por alguno de aquellos frailes que tenía gracejo y estaba lleno de sentido sobrenatural, dichas al alcance de una cabecita pequeña dieron fruto con el paso de los años. Un buen día, aquella curiosidad se convirtió en deseo de imitarlos, pero con tal gana y empeño que el joven Avito ruega al abad Maximino o Mesmino que le admita en el monasterio y que si no puede ser como monje, que lo admita como criado. Está dispuesto a no dejar la puerta del convento y a morir de frío y de hambre hasta conseguir lo que pide.


Cuentan de él que la primera época de fraile la vivió tan amable, servicial y obediente que su sencillez y deseos de agradar a la comunidad a veces fue considerado por algunos como una actitud que rayaba con lo estúpido.


De todos modos, el abad experimentado descubre el regalo que les ha llegado del cielo; el abad le encomienda muy pronto el oficio de ecónomo y pasa a ser el responsable de preparar las cosas que atañen en el convento al alimento de los frailes; debe cuidar de que no les falte el alimento necesario, ha de disponer el orden de las comidas, cuidar del pobre almacén, reponer alimentos y reservar una parte para los pobres cosa en la que siempre se mostró lleno de generosidad. Que lo hiciera bien o mal en preparar la intendencia sólo Dios lo sabe, pero el resultado fue la continua crítica y murmuración que provocó en los compañeros de salmos.


La situación de aparente fracaso le llevó a replantearse con mayor seriedad sus deseos de soledad. Resuelve el asunto, después de haberlo rezado y pensando Dios le pedía un cambio; organiza una trama nocturna consistente en introducirse en la celda del abad, esperar a que lo rinda el sueño y meter bajo su almohada las llaves de ecónomo, simbolizando con ello su renuncia al cargo. Se marcha del monasterio. Ahora sí que podrá en el bosque cercano dedicarse a la oración y penitencia a sus anchas sin necesidad de escuchar las protestas de sus hermanos y dando cuenta al abad de su vida de vez en cuando. Intentará imitar a los ermitaños comiendo la yerba, raíces y frutas que encuentre por el campo.


Hizo falta el ruego de los frailes y la intervención del obispo de Orleáns para sacarlo del retiro de Solaña y conseguir que aceptara el gobierno de la abadía, en el año 520, después de la muerte de Maximiano. El nuevo abad hace más con humildad y ejemplo que con mandatos; pero por su medio se restablece la primera disciplina y se eleva el tono sobrenatural del monasterio. Las cosas marchan bien, pero a él le sigue hormigueando en el alma el run-run de la soledad.


Ahora será Percha, más distante y menos accesible el nuevo lugar donde plantará su residencia entre cuevas o chozas de ramas de árboles. Allí no será fácil que le encuentren los monjes en caso de que le busquen; ha llevado con él a otro fraile que también tenía las mismas ansias de soledad. Vivirán como en la primera época en la contemplación y penitencia, metidos en el alejamiento y el silencio. Sólo que no pudo ser por mucho tiempo porque lo descubrió el milagro de Avito: un porquero mudo desde niño, por mandato del santo ha comenzado a hablar, y ya es imposible hacerlo callar. Y la gente se entera ¡Adiós soledad! La noticia del hecho se transmite y la gente acude a ver y a tocar; él catequiza, enseña, reza y hace rezar. Vienen discípulos y, sin quererlo, no hay más remedio que fundar el monasterio que con el tiempo llevará su nombre.


Dicen que a ruegos de Avito, llegaron a soltar en Orleáns a los presos de la cárcel. Y además hablan del ciego curado milagrosamente; y el mismo Lubin, el obispo de Chartres, relata la resurrección de un monje. Y con el rey Clodomiro, el hijo de Clodoveo y Clotilde, tiene palabras de paz intercediendo por el preso rey de Borgoña, Segismundo y su familia.


Después de muerto, refieren de él muchos milagros y le atribuyen bastantes victorias guerreras logradas por su intercesión.


Avito terminó sus días el 17 de junio del año 530. Chateaudrum y Orleáns se distribuirán posteriormente sus preciosas reliquias.





Joseph-Marie Cassant nació el 6 de marzo de 1878 en Casseneuil, en el Lot-et-Garonne (diócesis de Agen, Francia) en una familia de agricultores que ya contaba con un hijo varón de nueve años.

Estudió en el internado de los hermanos de San Juan Bautista de la Salle de Casseneuil, donde tuvo dificultades debido a su falta de memoria. Tanto en su casa como en el internado recibió una sólida formación cristiana y, poco a poco, creció en él el deseo profundo de ser sacerdote.


Su párroco, D. Filhol, le apreciaba mucho y le ayudó en sus estudios por medio de un vicario, pero su poca memoria siguió siendo un obstáculo para su ingreso en el seminario menor. Mientras tanto, el adolescente fue introduciéndose en el silencio, el recogimiento y la oración. El párroco Filhol le sugirió que se dirigiera a la Trapa: el joven de 16 años aceptó sin dudarlo. Tras un tiempo de prueba en la casa parroquial, Joseph entró en la abadía cisterciense de Santa María del Desierto (diócesis de Toulouse, Francia) el 5 de diciembre de 1894.


En ese momento el maestro de novicios era el Padre André Malet. Él sabia captar las necesidades de las almas y responder a ellas con humanidad. Desde el primer encuentro manifestó su benevolencia: «!Confía! yo te ayudaré a amar a Jesús». Los hermanos del monasterio no tardaron en mostrar aprecio por el recién llegado: Joseph no era ni discutidor ni gruñón, sino que siempre estaba contento y sonriente.


Contemplando frecuentemente a Jesús en su pasión y en la cruz, el joven monje se impregnó del amor a Cristo. El «camino del Corazón de Jesús», que le enseñó el Padre André, es una llamada incesante a vivir el instante presente con paciencia, esperanza y amor. El Hermano Joseph-Marie es consciente de sus lagunas y su debilidad. Pero se fía cada vez más de Jesús que es su fuerza. No le gustan las medias tintas. Quiere darse totalmente a Cristo. Su divisa lo atestigua: «Todo por Jesús, todo por María». Fue admitido a pronunciar sus votos definitivos el 24 de mayo del 1900, en la fiesta de la Ascensión.


A partir de entonces comenzó su preparación al sacerdocio. El Hermano Joseph-Marie lo deseaba sobre todo en función de la Eucaristía. Ésta es para él la realidad presente y viviente de Jesús: el Salvador entregado totalmente a los hombres, cuyo corazón traspasado en la cruz, acoge con ternura a los que acuden a Él con confianza. Los cursos de teología que le dio un hermano poco comprensivo causaron afrentas muy dolorosas en la viva sensibilidad del joven monje. En todas las contradicciones él se apoya en Cristo presente en la Eucaristía, «la única felicidad en la tierra», y confía su sufrimiento al Padre André que lo ilumina y reconforta. Finalmente, habiendo aprobado los exámenes, tiene la inmensa alegría de recibir la ordenación sacerdotal el 12 de octubre de 1902.


Pronto constatan que está afectado de tuberculosis. El mal está muy avanzado. El joven sacerdote no revela sus sufrimientos hasta el momento en que no puede ocultarlos más: por qué quejarse cuando se medita frecuentemente el Vía Crucis del Salvador? A pesar de su estancia de siete semanas con su familia, a petición del Padre Abad, sus fuerzas declinan cada vez más. A su regreso al monasterio, lo mandan a la enfermería donde tuvo una nueva ocasión de ofrecer, por Cristo y la Iglesia, sus sufrimientos físicos cada vez más intolerables, agravados por las negligencias de su enfermero. Más que nunca, el Padre André le escucha, le aconseja y le sostiene. Joseph-Marie dijo: «Cuando no pueda celebrar más la Misa, Jesús podrá retirarme de este mundo». El 17 de Junio de 1903, por la mañana, tras comulgar, el Padre Joseph-Marie alcanzó para siempre a Cristo Jesús.


El 9 de junio de 1984, el Santo Padre Juan Pablo II reconoció la heroicidad de sus virtudes, beatificándolo el 3 de octubre de 2004 en la Plaza de San Pedro en Roma.


A veces se ha subrayado la banalidad de esta corta existencia: dieciséis años discretos pasados en Casseneuil y nueve años en la clausura de un monasterio, haciendo cosas simples: oración, estudios, trabajo. Cosas simples, sí, pero supo vivirlas de forma extraordinaria; pequeñas acciones, pero realizadas con una generosidad sin límites. Cristo puso en su espíritu, limpio como agua de manantial, la convicción de que sólo Dios es la suprema felicidad, que su Reino es semejante a un tesoro escondido y a una perla preciosa.


El mensaje del Padre Joseph-Marie es muy actual: en un mundo de desconfianza, a menudo víctima de la desesperación, pero sediento de amor y de ternura, su vida puede ser una respuesta, sobre todo para los jóvenes que buscan un sentido a la propia vida. Joseph-Marie fue un adolescente sin relieve ni valor a los ojos de los hombres. Debe el acierto de su vida al encuentro impresionante con Jesús. Supo seguirle en una comunidad de hermanos, con el apoyo de un Padre espiritual que fue al mismo tiempo testimonio de Cristo y capaz de acoger y comprender.


Él es para los pequeños y humildes un magnífico modelo. Les enseña cómo vivir, día tras día, para Cristo, con amor, energía y fidelidad, aceptando ser ayudados por un hermano o una hermana experimentados, capaces de conducirlos tras las huellas de Jesús.


Reproducido con autorización de Vatican.va











Alberto Adamo Chmielowski, Santo
Alberto Adamo Chmielowski, Santo

Fundador


Martirologio Romano: En Cracovia, en Polonia, san Alberto (Adán) Chmielowski, religioso, célebre pintor, el cual se entregó a los pobres procurando ser bueno con todos, y fundó las Congregaciones de Hermanos y Hermanas de la Tercera Orden de San Francisco, siervos de los pobres (1916).

Alberto Chmielowski nació en Igolomia, cerca de Cracovia (Polonia), el 20 de agosto de 1845, de padres nobles. Creció en un clima de ideales patrióticos, de una profunda fe en Dios y de amor cristiano hacia los pobres. Quedó huérfano muy pronto y sus familiares se hicieron cargo de él y de los demás hermanos. A los 18 años se matriculó en el Instituto Politécnico de Pulawy. Tomó parte en la insurrección de Polonia en 1863. Cayó prisionero y se le amputó una pierna a causa de una herida. Al fracasar la insurrección, se trasladó al extranjero, huyendo de la represalia zarista.


En Gante (Bélgica) inició estudios de ingeniería. Dotado de buenas cualidades artísticas, decidió estudiar pintura en París y en Munich. En 1874, maduro ya como artista, regresó a Polonia, decidido a dedicar “el arte, el talento y sus aspiraciones a la gloria de Dios”. Uno de los mejores cuadros, el “Ecce Homo”, fue el resultado de una experiencia profunda del amor misericordioso de Cristo hacia el hombre, experiencia que llevó a Chmielowski a su transformación espiritual.


En 1880 entró en la Compañía de Jesús como hermano lego. Después de seis meses tuvo que dejar el noviciado por su mala salud. Acercándose a la miseria material y moral de quienes carecen de techo y a los desheredados en los dormitorios públicos de Cracovia, descubrió en la dignidad menospreciada de aquellos pobrecillos el rostro humillado de Cristo, y decidió por amor del Señor renunciar al arte y vivir al lado de los marginados una vida pobre, dedicándoles toda su persona.


El 25 de agosto de 1887 vistió el sayal gris y tomó el nombre de hermano Alberto. Pasado un año, pronunció los votos religiosos, iniciando la congregación de los Hermanos de la Orden Tercera de San Francisco, denominados Siervos de los Pobres o Albertinos. En 1891 fundó la rama femenina de la misma congregación (Albertinas) con la finalidad de socorrer a las mujeres necesitadas y a los niños. El hermano Alberto organizó asilos para pobres, casas para mutilados e incurables, envió a las hermanas a trabajar en hospitales militares y lazaretos, fundó comedores públicos para pobres, orfanatorios para niños y jóvenes sin techo. Todos contaban con su ayuda, sin distinción de religión o nacionalidad.


Para su acción caritativa tomaba fuerza del misterio de la Eucaristía y de la Cruz. A pesar de su invalidez, viajaba mucho para fundar nuevos asilos en otras ciudades de Polonia y para visitar las casas religiosas. Gracias a su espíritu emprendedor, cuando murió dejó fundadas 21 casas religiosas en las cuales prestaban su trabajo 40 hermanos y 120 religiosos. Murió pobre entre los pobres, de cáncer de estómago, el día de Navidad de 1916 en Cracovia, en el asilo que él mismo fundó. Antes de su muerte dijo a los hermanos y hermanas, señalando a la Virgen de Czestochowa: “Esta Virgen es vuestra fundadora, recordadlo”. Y “Ante todo, observad la pobreza”. Enseñó a todos con el ejemplo de su vida que “es necesario ser buenos como el pan, que está en la mesa, y que cada cual puede tomar para satisfacer









Alberto Adamo Chmielowski, Santo
Alberto Adamo Chmielowski, Santo

el hambre”.

Es considerado entre sus hermanos el San Francisco polaco del siglo XX.


El hermano Alberto fue beatificado en Cracovia el 22 de junio de 1983 por el Papa Juan Pablo II, quien también lo canonizó el 12 de noviembre de 1989 en Roma.


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ACI PRENSA


La vida del Santo que inspiró la vocación del

Papa Juan Pablo II


Alberto, en su juventud, luchó por la libertad de su patria; luego se dedicó al estudio y al ejercicio de su vocación artística en el campo de la pintura; pero pronto centró su vida en el seguimiento de Cristo que atiende a los más pobres y necesitados; los "Albertinos" y "Albertinas", por él fundados en el seno de la Orden Tercera de San Francisco, han seguido y ampliado su obra y su estilo humilde y fraterno.

Alberto Chmielowski, en el siglo Adán, nació en Igolomia, cerca de Cracovia (Polonia), el 20 de agosto de 1845, de padres nobles: Adalberto y Josefina Borzyslawska. Creció en un clima de ideales patrióticos, de una profunda fe en Dios y de amor cristiano hacia los pobres. Quedó huérfano muy pronto y sus familiares se hicieron cargo de él y de los demás hermanos, ocupándose de su formación.


A los 18 años se matriculó en el Instituto Politécnico de Pulawy. Tomó parte en la insurrección de Polonia en 1863. Cayó prisionero y se le amputó una pierna a causa de una herida. Al fracasar la insurrección, se trasladó al extranjero, huyendo de la represalia zarista. En Gante (Bélgica) inició estudios de ingeniería. Dotado de buenas cualidades artísticas, decidió estudiar pintura en París y en Munich. En 1874, maduro ya como artista, regresó a Polonia, decidido a dedicar «el arte, el talento y sus aspiraciones a la gloria de Dios». Comenzaron así a predominar en sus actividades artísticas los temas religiosos. Uno de los mejores cuadros, el «Ecce Homo», fue el resultado de una experiencia profunda del amor misericordioso de Cristo hacia el hombre, experiencia que llevó a Chmielowski a su transformación espiritual.


En 1880 entró en la Compañía de Jesús como hermano lego. Después de seis meses tuvo que dejar el noviciado por su mala salud. Superada una profunda crisis espiritual, comenzó una nueva vida, dedicada totalmente a Dios y a los hermanos. Acercándose a la miseria material y moral de quienes carecen de techo y a los desheredados en los dormitorios públicos de Cracovia, descubrió en la dignidad menospreciada de aquellos pobrecillos el rostro humillado de Cristo, y decidió por amor del Señor renunciar al arte y vivir al lado de los marginados una vida pobre, dedicándoles toda su persona.


El 25 de agosto de 1887 vistió el sayal gris y tomó el nombre de hermano Alberto. Pasado un año, pronunció los votos religiosos, iniciando la congregación de los Hermanos de la Orden Tercera de San Francisco, denominados Siervos de los Pobres o Albertinos. En 1891 fundó la rama femenina de la misma congregación (Albertinas) con la finalidad de socorrer a las mujeres necesitadas y a los niños. El hermano Alberto organizó asilos para pobres, casas para mutilados e incurables, envió a las hermanas a trabajar en hospitales militares y lazaretos, fundó comedores públicos para pobres, y asilos y orfanotrofios para niños y jóvenes sin techo. En los asilos para los pobres, los hambrientos recibían pan; los sin techo, alojamiento; los desnudos, vestidos; y los desocupados eran orientados a un trabajo. Todos contaban con su ayuda, sin distinción de religión o nacionalidad. En la medida en que satisfacía las necesidades elementales de los pobres, el hermano Alberto se ocupaba también paternalmente de sus almas, tratando de reavivar en ellos la dignidad humana, ayudándoles a reconciliarse con Dios.


Tomaba fuerza del misterio de la Eucaristía y de la Cruz para su acción caritativa. A pesar de su invalidez, viajaba mucho para fundar nuevos asilos en otras ciudades de Polonia y para visitar las casas religiosas. Gracias a su espíritu emprendedor, cuando murió dejó fundadas 21 casas religiosas en las cuales prestaban su trabajo 40 hermanos y 120 religiosos.


Murió, de cáncer de estómago, el día de Navidad de 1916 en Cracovia, en el asilo por él fundado, pobre entre los pobres.


Antes de su muerte dijo a los hermanos y hermanas, señalando a la Virgen de Czestochowa: «Esta Virgen es vuestra fundadora, recordadlo». Y: «Ante todo, observad la pobreza». Su entera dedicación a Dios mediante el servicio a los más necesitados, su pobreza evangélica a imitación de San Francisco de Asís, su filial confianza en la divina Providencia, su espíritu de oración y su unión con Dios en el trabajo de cada día son la herencia que ha dejado el hermano Alberto a sus hijos e hijas espirituales. Enseñó a todos con el ejemplo de su vida que «es necesario ser buenos como el pan, que está en la mesa, y que cada cual puede tomar para satisfacer el hambre».


La herencia espiritual del hermano Alberto pervive en sus congregaciones, que extienden su acción misionera por tierras de Polonia, Italia, Estados Unidos y Argentina. Convencidos de la santidad del hermano Alberto, sus contemporáneos lo definieron como «el hombre más grande de su generación». Considerado el San Francisco polaco del siglo XX, el hermano Alberto fue beatificado en Cracovia el 22 de junio de 1983 por el Papa Juan Pablo II, quien también lo canonizó el 12 de noviembre de 1989 en Roma.



Nació en el año 1117 en Pisa (Italia). Sus padres, Gandulfo Scacceri, próspero comerciante, y Mingarda, perteneciente a la noble familia de los Buzzacherini, deseosos de impartirle una educación rigurosa a su único hijo, encomendaron su formación al sacerdote don Enrico de San Martino. Pero Rainiero, particularmente dotado para la música (tocaba la lira) y para el canto, prefería las diversiones y la vagancia a los estudios.

De nada valieron los esfuerzos de sus padres por conducirlo a un comportamiento más cristiano, pues el joven pisano descuidó tanto las enseñanzas de sus padres como las de don Enrico. No obstante, a los 19 años su vida cambió. Fue crucial, para su conversión y decisión de abrazar plenamente la fe y vivir en extrema austeridad, su encuentro con el eremita Alberto, establecido en el monasterio pisano de San Vito y del cual escuchó sus consejos y lo hizo su modelo.

Cuatro años después, hacia el 1140, se embarcó rumbo a Tierra Santa decidido a imitar fielmente a Cristo en los lugares donde nuestro Señor había consumado su sacrificio.


Permaneció ahí por trece años, viviendo exclusivamente de limosnas, comiendo dos veces a la semana y exponiendo su cuerpo a grandes sacrificios. Además, peregrinaba en repetidas ocasiones a todos los lugares santos, demorándose de preferencia en el Calvario cerca del Santo Sepulcro, donde recibió de un sacerdote la túnica pelosa del eremita, la "pilurica", con la cual es representado en la iconografía.


Regresó a Pisa en 1153, rodeado de fama de santidad por los muchos milagros que Dios operó a través de su mano en Tierra Santa. Fue acogido por los canónigos de la Catedral y por el pueblo, quienes estaban al corriente de su admirable vida. Vivió un año en calidad de oblato en el monasterio de San Andrés, en Chinseca, y de ahí se transfirió a San Vito, donde desarrolló una intensa actividad apostólica con la venia del clero, predicando como simple laico y obrando numerosas conversiones.


Tanta era su fama de santidad que a su muerte, acaecida el 17 de junio de 1161, fue súbitamente proclamado santo, y este día -en el que actualmente le conmemoramos- fue declarado fiesta de precepto.


En 1632 el Arzobispo de Pisa, el Clero local, el Magistrado pisano, con la anuencia de la sacra Congregación de los Ritos, eligieron a Rainiero patrono principal de la ciudad y de la diócesis; y en 1689 fueron solemnemente colocados sus restos sobre el altar mayor de la Catedral pisana.



Etimológicamente significa “Dios escucha”. Viene de la lengua hebrea.

Esta primavera es visible donde el espíritu de misericordia aparece para humanizar nuestro corazón por la claridad de un amor fraterno. Y allí se enciende una hoguera.


Incluso bajo las cenizas, una brasa continuará ardiendo.


Ismael y dos hermanos, Manuel y Savelio, eran primaveras en su tierra porque quisieron humanizar a los pueblos.


Eran muy conocidos en Calcedonia y Bitinia. ¿Por qué razón?, te preguntarás.


Y es muy sencilla. Querían que Juliano el Apóstata y el rey de Persia llegaran a un acuerdo para que reinase la paz entre los súbditos.


Ellos, en el hogar, habían recibido una densa y práctica formación cristiana, al mismo tiempo que una amplia cultura.


Todo se debió, en gran parte, a su preceptor Eunoico.


El testimonio de sus vidas les llevó, sin querer, a verse envueltos en un acontecimiento que dio lugar a otra dura persecución.


El templo del dios Sol se incendió. Y, naturalmente, les echaron la culpa a ellos.


Vinieron una serie de interrogatorios postizos, una pura farsa. Al final de los mismos, se les entregó al martirio tal día como hoy del año 326.


De las brasas de su martirio por la fe en Cristo, su testimonio continuó ardiendo por siglos y siglos.


Juliano el Apóstata no respetó los tratados de paz, y le hizo la vida imposible a los persas.


Al clavársele una flecha en una batalla, exclamó:"Venciste, Galileo". Juliano el Apóstata murió en el año 363.


¡Felicidades a quien lleve este nombre!


Comentarios al P. Felipe Santos: fsantossdb@hotmail.com



Santa Teresa, hija del rey Sancho I de Portugal y de Dª. Dulce de Aragón, se casó con su primo, el rey Alfonso IX de León. Tras varios años de feliz vida marital (y varias hijas), el matrimonio fue declarado nulo por el parentesco demasiado estrecho entre ella y Alfonso y no haber recibido las dispensaciones apropiadas. Alfonso se casó con doña Berenguela, la madre de Fernando III el Santo.

Teresa volvió al monasterio cisterciense de San Benito de Lorbao, próximo a Coimbra. Allí se entregó a la práctica de todas las virtudes hasta su muerte, en gran ancianidad, el 17 de junio de 1250.


Fue enterrada en su mismo monasterio, junto a la tumba que ella había dispuesto veinte años antes para su santa hermana Sancha, virgen clarisa, fundadora del convento de Santa María de las Cellas.


Teresa pudo fácilmente haber guardado rencor, no lo hizo así. Con su ayuda se alcanzó un acuerdo pacífico.


Guardar rencor es como montar en bicicleta con una piedra en el zapato. A veces se va para un lado, pero la mayoría de las veces hace que cada pedalada sea miserable.


Lo peor de los rencores es la amargura que crean en nuestra alma. A menudo la persona a la que guardamos rencor ni siquiera sabe que estemos molestos y enfurecidos con ella. Acabamos por gastar extraordinarias cantidades de tiempo labrando y planeando nuestra venganza, para acabar descubriendo que la venganza nunca es tan dulce como creemos que lo va a ser. Si mantienes rencor contra alguien o contra algo, ahora es el momento de sacarte la piedra del zapato. Tienes la garantía de que te sentirás mejor y caminarás mejor.


El 20 de mayo de 1705 el Papa Clemente XI confirmó su culto.



Martirologio Romano: En la provincia romana de Asia Menor, conmemoración de los santos Quirico y Julita, mártires.

Etimoligìa: Ciro = Aquel que es señorial. Viene del griego.


Cuando los edictos de Diocleciano contra los cristianos se aplicaban con la máxima severidad en Licaonia, una viuda llamada Julita, que vivía en Iconio, juzgó prudente retirarse de un distrito donde ocupaba una posición prominente y buscar un refugio seguro bajo un régimen más clemente. En consecuencia, tomó consigo a su hijo Ciríaco o Quiricio, de tres años de edad, y a dos de sus servidoras y escapó hacia Seleucia. Ahí quedó consternada al descubrir que la persecución era todavía más cruel, bajo la dirección de Alejandro, el gobernador y, por lo tanto, continuó su huida hasta Tarso. Su arribo a la ciudad fue inoportuno, puesto que coincidió con el de Alejandro; algunos de los miembros de la comitiva del gobernador reconocieron al pequeño grupo de peregrinos. Casi inmediatamente, Julita fue detenida y encerrada en la prisión. Al comparecer ante los jueces del tribunal que iba a juzgarla, llevaba a su hijo de la mano y denotaba una absoluta serenidad. Julita era una dama de noble linaje con muy vastas y ricas posesiones en Iconio, pero en respuesta a las preguntas sobre su nombre, posición social y lugar de nacimiento, sólo afirmó que era cristiana. En consecuencia, el proceso no tuvo lugar y se la condenó a recibir el castigo de los azotes atada a las estacas. Antes de que se cumpliera con la sentencia, le fue arrebatado su hijo Ciríaco, a pesar de sus lágrimas y sus protestas.


En la leyenda sobre estos santos se dice que Ciríaco era un niño muy hermoso y que el gobernador lo tomó en sus brazos y lo sentó sobre sus rodillas, en un vano intento para que dejase de llorar. La criatura no quería más que volver al lado de su madre y extendía sus brazos hacia ella mientras la azotaban y, cuando Julita gritó, en medio de la tortura: «¡Soy cristiana!», el niño repuso como un eco: «¡Yo soy crisitano también!». En un momento dado, a impulsos de la ansiedad por librarse de las manos que le retenían y correr hacia su madre, el chiquillo comenzó a debatirse y, como Alejandro se esforzaba por contenerle, le propinó algunas patadas y le rasguñó la cara. La actitud del niño, completamente natural en aquellas circunstancias, encendió la cólera del gobernador. Se levantó hecho una furia, alzó a la criatura por una pierna y lo arrojó con fuerza sobre los escalones, al pie de su tribuna; el cráneo se le fracturó y quedó muerto al instante. Julita lo había presenciado todo desde las estacas donde estaba atada, pero en vez de manifestar su dolor, levantó la voz para dar gracias a Dios por haber concedido a su hijo la corona del martirio. Su actitud no hizo más que aumentar el furor de Alejandro. Este mandó que desgarrasen los costados de la infortunada mujer con los garfios, que fuese decapitada y que su cuerpo, junto con el de su hijo, fuera arrojado a los basureros en las afueras de la ciudad, con los restos de los malhechores. Sin embargo, después de la ejecución, el cadáver de Julita y el de Ciríaco fueron rescatados por las dos criadas que habían traído desde fconio, quienes los sepultaron sigilosamente en un campo vecino.


Cuando Constantino restableció la paz para la Iglesia, una de aquellas servidoras reveló el lugar donde se hallaban enterrados los restos de los mártires, y los fieles acudieron en tropel a venerarlos. Se dice que las supuestas reliquias de san Ciríaco se trasladaron de Antioquía durante el siglo cuarto, por iniciativa de san Amador, obispo de Auxerre. Esto extendió el culto por este niño santo en Francia, con el nombre de san Cyr, pero en realidad no hay ninguna prueba concreta para relacionar a los santos históricos Julita y Ciríaco -si aceptamos su existencia- con la ciudad de Antioquía. A pesar de que posiblemente fueron martirizados un 15 de julio, fecha en que se conmemora su fiesta en el Oriente, el Martirologio Romano los festeja el 16 de junio.


Es una pena tener que descartar una historia tan conmovedora y a la que tanto crédito se dio durante la Edad Media en Oriente y Occidente; pero la leyenda, tal como se ha conservado en todas sus formas, es positivamente una ficción. Las «Actas de Ciríaco y Julita» fueron proscritas en el decreto de Pseudo-Gelasio en relación con los libros que no debían ser leídos y, a pesar de que esta ordenanza no procedía del Papa San Gelasio, llega hasta nosotros revestida con la autoridad de su antigüedad y de haber sido generalmente aceptada. El padre Delehaye favorece la opinión de que Ciríaco fue el verdadero mártir y el personaje central de la leyenda fabricada posteriormente. Tal vez procedía de Antioquía, como se afirma en el Hieronymianum, pero lo cierto es que su nombre aparece solo y no unido al de Julita en muchas inscripciones y dedicatorias de iglesias y lugares diversos, en toda Europa y el Cercano Oriente. Las muy diversas formas en que se ha conservado la leyenda hasta nuestros días, son un testimonio de su popularidad.


¡Felicidades a quien lleve este nombre!



Santa Mística sisterciense de Aywieres, Bélgica.

Nace en 1182. A los doce años de edad fue encomendada a las monjas benedictinas cerca de Saint-Trond, no por piedad sino porque el dinero para su dote matrimonial había sido perdido por su padre. Era la costumbre de la época.


Lutgarda era bonita y le gustaba divertirse sanamente y vestir bien. No aparentaba vocación religiosa, por lo que en el convento vivía como una especie de pensionista, libre para entrar y salir. Sin embargo, un día, mientras charlaba con unas amistades, tuvo una visión de Nuestro Señor Jesucristo que le mostraba sus heridas y le pedía que lo amase solo a El. Lutgarda aquel día descubrió el amor de Jesús y lo aceptó al instante como su Prometido. Desde aquel momento su vida cambió.


Algunas monjas que observaron el cambio en Lutgarda vaticinaron que aquello no duraría. Se equivocaron, ya que su amor por Jesús mas bién crecía. Al rezar lo veía con sus ojos corporales, hablaba con El en forma familiar. Cuando la llamaban para algún servicio, le decía a Jesús: "Aguárdame aquí, mi Señor; volveré tan pronto como termine esta tarea". También tuvo visiones de Santa Catalina, la patrona de su convento y San Juan Evangelista. En éxtasis a veces se alzaba un palmo del suelo o su cabeza irradiaba luz.


Compartió místicamente los sufrimientos de Jesús cuando meditaba la Pasión. En esas ocasiones aparecían en su frente y cabellos minúsculas gotas de sangre. Su amor se extendía a todos de manera que sentía como propios los dolores y penurias ajenas.


Después de doce años en el convento de Santa Catalina, sintió la inspiración de abrazar la regla cisterciense que es mas estricta. Siguiendo el consejo de su amiga Santa Cristina que era de su mismo convento, ingresó en el Cister de Aywieres a pesar que allí solo se hablaba francés, idioma que desconocía.


Tenía gran humildad y solo se quejaba de su propia impotencia para responder como era debido a las gracias de Dios. En una ocasión oraba ofreciendo vehemente su vida al Señor, cuando se le reventó una vena que le causó una fuerte hemorragia. Le fue revelado que, en el cielo, su efusión se aceptaba como un martirio.


Tenía el don de curación de enfermos, de profetizar, de entender las Sagradas Escrituras, de consolar espiritualmente. Según la beata María de Oignies, Lutgarda es una intercesora sin igual por los pecadores y las almas del purgatorio.


Tuvo visiones del Sagrado Corazón de Jesús. En una ocasión Nuestro Señor le preguntó que regalo ella deseaba. Ella respondió: "Quiero Tu Corazón", a lo que Jesús respondió: "Yo quiero tu corazón". Entonces ocurrió un evento sin precedentes conocidos: Nuestro Señor místicamente intercambió corazones con Lutgarda.


Once años antes de morir perdió la vista, lo cual recibió con gozo, como una gracia para desprenderse mas del mundo. Aun ciega ayunaba severamente. El Señor se le apareció para anunciarle su próxima muerte y las tres cosas que debía hacer para prepararse: 1-dar gracias a Dios sin cesar por los bienes recibidos; 2- orar con la misma insistencia por la conversión de los pecadores; 3- Para todo confiar únicamente en Dios.


Predijo su muerte que ocurrió en la noche del sábado posterior a la Santísima Trinidad, precisamente cuando comenzaba el oficio nocturno del domingo. Era el 16 de junio del 1246.



María Teresa Scherer nació el 31 de octubre de 1825 en Meggen (Lago de los Cuatro Cantones, Suiza). Fue bautizada con el nombre de Ana María Catalina. Era la cuarta de siete hijos de la familia Scherer-Sigrist. A los siete años quedó huérfana de padre y fue a vivir con unos parientes, que le dieron una sana educación cristiana. En los tiempos libres se ocupaba de los trabajos de la casa y del campo.

Por deseo de su madre, a los 16 años entró en el hospital cantonal de Lucerna para completar su preparación doméstica. Después tuvo que ocuparse también de los pobres y los enfermos. A los 17 años fue admitida en la Tercera Orden de san Francisco y en la congregación de Hijas de María. Durante una peregrinación a Einsiedein se sintió llamada a la vida religiosa. El 1 de marzo de 1845 ingresó en el instituto de las Religiosas Enseñantes, que había fundado hacía poco el capuchino P. Teodosio Florentini. En el otoño de aquel mismo año hizo los primeros votos. Un año después fue enviada a Baar y luego a Oberägeri, como profesora y superiora en ambas comunidades. Fue un período de dudas y dificultades, que superó con una ascesis austera y la obediencia a su director espiritual. El año 1850 el P. Teodoro la llamó a Näfels, para que guiase el hospicio de los pobres y huérfanos. Ese mismo año el P. Teodosio fundó en Coira un pequeño hospital y encomendó a María Teresa su dirección. Ella aceptó, convencida de que el carisma del fundador abarcaba el aspecto escolar-educativo y el caritativo.


El año 1856 las Religiosas Enseñantes se separaron del fundador para continuar su apostolado educativo independientemente. Sor María Teresa sufrió mucho por ello: oró, se aconsejó y finalmente comprendió que Dios deseaba se ocupase en el futuro de las obras de misericordia espirituales y corporales. En 1857 fue elegida superiora general de las «Religiosas al servicio de la escuela y de los pobres». Al lado del P. Teodosio guió el instituto de las Religiosas de la Caridad de la Santa Cruz, que se desarrolló rápidamente. A Ingenbohl llegaban continuamente peticiones, solicitando religiosas para que se ocuparan de los pobres y los huérfanos, del servicio en casas de corrección y lazaretos: eran tareas arduas, pero estaban en sintonía con el pensamiento de la madre María Teresa. Abrió hospitales y escuelas especializadas para inválidos, pero no le gustaba ver a las religiosas como responsables de empresas. Por ello se crearon tensiones con el fundador. De todas formas, estaba persuadida de que la intención del P. Teodosio era resolver la cuestión obrera con justicia y solidaridad, por lo que le ayudó todo lo posible, y a cuyo espíritu permaneció fiel aun después de su muerte, acaecida el 15 de febrero de 1865. Recibió no sólo su herencia espiritual sino también la material, teniendo que trabajar ella y sus hermanas durante años para saldar las deudas que había contraído el P. Teodosio en su apostolado social. Luchó por salvar las constituciones que había dado al instituto el P. Teodosio, aun a costa de oponerse al celo reformador de sus sucesores. La madre María Teresa era la regla viviente, pero pocos años antes de su muerte fue criticada por el modo de guiar la congregación y de observar la pobreza. Fue calumniada y soportó grandes sufrimientos físicos, que no le impidieron realizar numerosos viajes para animar a sus hijas y orientarlas a vivir según el espíritu del fundador. Falleció el 16 de junio de 1888 en el convento de Ingenbohl. Ya formaban parte del instituto 1.689 religiosas.


Juan Pablo II la beatificó el 29 de octubre de 1995



Martirologio Romano: En Lyon, en la Galia, sepultura de san Aureliano, obispo de Arlés, el cual, nombrado vicario en la Galia por el papa Vigilio, fundó en su ciudad dos monasterios, uno masculino y otro femenino, a los que dio una Regla propia (551).

Etimológicamente: Aureliano = aquel de color dorado, es de origen latino.



Era originario de una familia aristocrática de Borgoña, cercana al poder, que jugaba un papel importante cerca de los reyes francos. San Aureliano era hijo de San Sacerdos, quien llegara a ser en 544 arzobispo de Lyon y primo hermano de San Niceto, sucesor de San Sacerdos en la sede arzobispal de Lyon.

San Aureliano sucede a Auxanio en la sede de Arlés el 23 de agosto de 546. Su designación a la edad de 23 años para tan importante sede episcopal de Francia es debida tanto a sus cualidades espirituales y religiosas como a la pretensión del rey merovingio Childeberto I de tener un punto de apoyo fiable en la zona mediterránea.


No es sorprendente tampoco que el nuevo arzobispo recibiera, muy poco tiempo después de su consagración, el Palio y el vicariato, manifiestamente de acuerdo a la voluntad de Childeberto I. En efecto, en 548, el papa Vigilio le nombra vicario de la Santa Sede y le otorga el Palio.


En el año 547 o 548, San Aureliano funda en Arlés un monasterio masculino, por orden del rey Childeberto I, al que va a tener en gran estima. Este monasterio llamado Monasterio de los Santos Apóstoles, hoy desaparecido, es el origen de la actual Iglesia de la Santa Cruz, (Sainte-Croix en francés), del barrio de La Roquette de la ciudad de Arlés. Su primer abad fue Florentinus († 553). San Aureliano enriqueció la iglesia de este monasterio de reliquias fort précieuses y le dio una regla llena de honestidad y mortificación, de inspiración benedictina.


Fundó igualmente en 547 o 548 en el interior de las murallas de la ciudad, en un lugar hoy desconocido, un monasterio femenino bajo la advocación de la Santa Virgen, dotado de la misma regla monástica que el masculino.


Asistió al Concilio de Orleans el 28 de octubre de 549. Se sabe a través de Gregorio de Tours que, ese mismo año, Arlés fue golpeada por la Peste de Justiniano. Las actas de dicho concilio están firmadas en primer lugar por San Sacerdos, arzobispo de Lyon y padre de San Aureliano, y por éste último inmediatamente después.


Poco tiempo después, en 550, en el marco de la Controversia de los Tres capítulos, San Aureliano envió a Anastasio, un clérigo de su iglesia a Constantinopla para entrevistarse con el papa Vigilio para asegurarse de la veracidad de las opiniones emitidas por el papa. El 29 de abril de 550, el papa Vigilio le remitió una carta a través de su enviado.


En 1308 se descubrió una inscripción sobre su tumba en la iglesia de San Niceto de Lyon en la que se indica que San Aureliano murió en esa ciudad el viernes 16 de junio de 551.



(Santarém, 29 de septiembre de 1402 - Fez, Marruecos, 5 de junio de 1443).

Hijo de Juan I de Portugal, empleaba desde muy joven sus rentas personales en el rescate de cautivos cristianos de las manos sarracenas.


Parte en 1434, con su hermano Enrique el Navegante a una expedición contra Marruecos, entonces en manos de una dinastía de piratas. ¿Acaso sería una premonición sobre la situación actual? Nada nuevo hay bajo el sol. Lo cierto es que la expedición fue un fracaso y la armada lusitana hubo de rendirse y dejar a Fernando como garantía del pago de enormes cantidades de dinero.


Las Cortes de Portugal, después de nueve años de negociaciones, dejaron morir de disentería y en manos del enemigo a su príncipe. Fernando vivió como esclavo, encadenado y obligado a los más sucios trabajos. Soportó su desdicha con dignidad y puso su esperanza en Dios con enorme entereza, sin renunciar a la fe ni a unos compatriotas tan olvidadizos de su terrible suerte.


Las fuentes históricas musulmanas hablan de su vida edificante u de la veneración que suscitaba en los más piadosos habitantes de Fez. Fernando optó por la pobreza, castidad y obediencia, en radical fidelidad a su propia conciencia. Su cadáver descuartizado se pudrió colgado en las torres de las murallas.


Debiera ser patrono de los millones de esclavos que todavía quedan en el mundo; o de los héroes olvidados por los suyos, o bien de los que son víctimas de los vaivenes políticos. Cuando el sacerdote don Pedro Calderón de la Barca llegó al cielo, le recibió Fernando agradecido por esa maravilla de drama llamada El Príncipe constante.



Era bastante anciana ya cuando se desató en su Córdoba natal una persecución califal contra el cristianismo de las que hacen época; nunca mejor dicho: la gran era de los mártires cordobeses. Desde hacía dos años no cesaban los muertos por la fe cristiana.

San Fandila, sacerdote natural de Guadix y gran catequista, fue degollado por su actividad cristiana el 13 de Junio de este año 853 y al día siguiente lo fueron santa Digna, religiosa contemplativa, y san Félix, monje de un convento de la capital y natural de Alcalá de Henares. Es decir, todo cristiano significativo estaba siendo eliminado para desarraigar la fe de Cristo y «evangelizar» Córdoba en el espíritu del Corán.


Como los moros eran bien conocedores de las costumbres cristianas, después de la ejecución, se quemaban los cuerpos de los mártires y sus cenizas las esparcían en el río Guadalquivir para evitar la creación de santuarios en las tumbas de los mártires.


Benilde, a pesar de sus muchos años, se llenó de valentía evangélica, alzó su grito de libertad en contra de la tiranía y proclamó en voz alta que prefería la fe a la vida y la coherencia creyente al silencio cómplice con aquel «terrorismo de estado». Su gesto claro, generoso y valiente le costó el cuello y también fue incinerada para desperdigar sus restos en el río.


Dicen los entendidos que las aguas del Guadalquivir bajan, desde entonces, «contaminadas» por el único barro que, en lugar de ensuciar, fecundan a la Iglesia andaluza: la riada del amor que no puede engañarse ni engañarnos.


No, si ya veréis como los viejos que están cerca de la Iglesia van a poder darnos, al final, más de una lección de vida comprometida con el evangelio.


Al tiempo...



Martirologio Romano: Conmemoración de san Amós, profeta, que siendo pastor de Tecoa y cuidador de sicómoros, fue enviado por Dios a los hijos de Israel para defender su justicia y santidad contra sus prevaricaciones (s. X a.C.).

Etimológicamente: Amós = Aquel que es fuerte, es de origen hebreo.



Amós es el primer profeta escritor y sus vaticinios, que constituyen para nosotros el primer documento del profetismo, son también una preciosa fuente de noticias sobre su vida y sobre las costumbres de su pueblo, siete siglos y medio antes de Cristo. Predicó entre el 762 y el 750 a.C., después de una precisa vocación divina que lo sacó de su pueblo, Téqoa, cerca de Belén, y de su oficio de criador de rebaños y cortador de sicómoros.

Jeroboam II, aprovechando el desinterés de Egipto y de Asia, había ampliado los límites de Israel; pero las fáciles victorias habían suscitado una situación social desordenada: había pocos ricos, ávidos de riqueza, y muchos pobres, marginados y explotados inhumanamente por los comerciantes, magistrados y funcionarios deshonestos; además, el ocio, la pereza y el deseo de placeres habían frenado el antiguo impulso religioso del pueblo de Dios. El sentimiento religioso de la antigua Alianza había sido reemplazado por la exaltación presuntuosa del hombre y por su poder.


Contra esta mentalidad laica y el cumplimiento puramente formal de la Ley, Amós levanta su voz para anunciar el inminente castigo de Dios, que destruirá a Israel, castigará a los ricos y hará desaparecer ese vacío culto idólatra de la riqueza: “Porque oprimís al pobre y le imponéis tributo del grano; casas de piedras labradas habéis construido, pero no las habitaréis; habéis plantado viñas deliciosas, pero no beberéis su vino. Porque sé que son numerosos vuestros crímenes y que son grandes vuestros pecados... Buscad el bien y no el mal, a fin de que viváis y así el Señor Dios estará con vosotros como decís... Odiad el mal y amad el bien, restableced el juicio en la puerta, y quizá Yahvé se apiade del resto de Jesé”.


El peor mal está en la presunción de haber cumplido los propios deberes religiosos con el ofrecimiento de sacrificios pingües y generosos, es decir, con un culto exterior que oculta una vida desordenada moral y socialmente. La justicia divina lanza por boca del profeta el último llamamiento antes del desastre.


Amós propone elegir entre una vida con Dios y una vida sin Dios. Pero esta prueba extrema será también un llamamiento providencial a vivir la alianza hecha con su pueblo, “elegido entre todas las familias de la tierra”, esa alianza que llegará a su perfección en el eterno reino del Mesías. Terminada su misión profética, Amós regresó a su pueblo, en donde, según una tradición que cuenta Epifanio y que se encuentra en el Martirologio Romano fue muerto con un golpe en la cabeza por el hijo del sacerdote Amasías, para hacer callar esa voz incómoda, particularmente severa contra la hipocresía de los sacerdotes.


Este día también se festeja a San Renato






















Clemente Vismara, Beato
Clemente Vismara, Beato

Sacerdote Misionero


Em Myanmar (Birmania), Beato Clemente Vismara, sacerdote profeso del Pontificio Instituto Missioni Estere (P.I.M.E.). ( 1988)

Fecha de beatificación: 26 de junio de 2011, siendo Papa Benedicto XVI



Nacido en Agrate Brianza en 1897, participa como infante de trinchera en la primera guerra mundial, al final de la cual es sargento mayor con tres medallas al valor militar. Entiende que "la vida tiene valor sólo si las donas a los otros" (como escribía); ingresa en Milán al Seminario Lombardo para las Misiones Extrangeras, que luego pasaría a llamarse Pontificio Instituto para las Misiones Extranjeras, PIME, es ordenado el 26 de mayo de 1923 y casi inmediatamente parte para Birmania. En Toungoo, la última ciudad con un gobernador británico, se queda seis meses en casa del obispo para aprender inglés, luego es destinado a Kengtung, territorio forestal, montañoso, casi inexplorado y habitado por tribus, todavía bajo el dominio de un rey local (saboá) patrocinado por los ingleses. En catorce días a caballo llega a Kengtung, allí vivirá tres meses con el fin de aprender algo de las lenguas locales, luego el superior de la misión lo lleva a Monglin, en el límite entre Laos, China y Tailandia.

Llega a su destino en el mes de octubre de 1924 y permancerá allí por los próximos 32 años (con la segunda guerra mundial de por medio y el hecho de haber sido tomado prisionero por los japoneses). Clemente Vismara funda de la nada tres parroquias: Monglin, Mong Phyak y Kenglap. Escribía en Agrate: "Aquí estoy a 120km. de Kengtung, si quiero ver otro cristiano debo mirarme al espejo". Vive con tres huérfanos en un galpón de barro y paja. Su apostolado consiste en dar vueltas a caballo por las aldeas tribales, pintar sus tiendas y darse a conocer: lleva medicinas, saca dientes que duelen, se adapta a vivir con ellos, al clima, a los peligros, al alimento, al arroz y salsa picante, la carne se la procura cazando. Desde el inicio llega a Monglin huérfanos y niños abandonados para educarlos. En seguida fundó un orfanato que se convierte en la casa de 200-250 huérfanos, hombres y mujeres. Hoy es invocado como "protector de los niños".


Su vida es pobrísima, Clemente escribe: "Aquí es peor que cuando estaba en la trinchera en el Adamello y el Monte Maio, pero esta guerra la he querido yo y debo combatirla hasta el fin con la ayuda de Dios. Estoy siempre en las manos de Dios". Poco a poco nace una comunidad cristiana, llegan las religiosas de María Niña a ayudarlo, funda escuelas y capillas, arrozales y granjas, canales de irrigación, enseña carpintería y mecánica, construye casas con muros y lleva nuevos cultivos, el trigo, el maíz, el gusano de seda, verduras (zanahoria, cebolla, ensalada: "el padre come hierbas", decía la gente).


En breve, el beato Clemente fundó la Iglesia en un rincón del mundo donde no hay turistas sino sólo contrabandistas de opio, brujos y guerrilleros de varias facciones; ha traído la paz y estabilizado en el territorio las tribus nómades que a través de la escuela y la atención de la salud, se incrementaron y hoy tienen médicos y enfermeras, artesanos y maestros, sacerdotes y religiosas, autoridades civiles y obispos. No pocos se llaman Clemente y Clementina.


En 1956, después que había fundado la ciudadela cristiana de Monglin y había convertido a unas cincuenta aldeas a la fe en Jesucristo, el obispo lo traslada a Mongping, a 250 kilómetros de Monglin en la exterminada diócesis de Kengtung, donde debe volver a comenzar de cero. Clemente escribía a un hermano de comunidad: "obedezco al obispo, porque entiendo que si hago lo que pienso entonces me equivoco". Con sesenta años da inicio a una nueva misión y funda la ciudadela cristiana y la parroquia de Mongping, una segunda parroquia en Tongta y deja en herencia otras cincuenta aldeas católicas.


Muere el 15 de junio de 1988 en Mongping y es sepultado cerca a la iglesia y a la gruta de Lourdes construida por él. Sobre su tumba, visitada también por muchos no cristianos, no faltan nunca flores frescas y velas encendidas. 23 años después, el 26 de junio del 2011, el padre Clemente Vismara fue proclamado beato de la Iglesia universal y primer beato de Birmania.






Nació en el año 923, probablemente en el castillo Menthon, cerca de Annecy, en Savoya; murió en Novara, en 1008. Fue descendiente de una rica familia aristocrática, y recibió una esmerada educación. Rechazó contraer un matrimonio honorífico propuesto por su padre y de-cidió consagrarse al servicio de la Iglesia. Poniéndose bajo la dirección de Pedro, Archidiácono de Aosta, bajo cuya dirección progresó rápidamente, Bernardo fue ordenado sacerdote y considerando su sabiduría y virtud fue ordenado Archidiácono de Aosta (en 966), haciéndose cargo del gobierno de la diócesis, secundando al obispo. Viendo la ignorancia e idolatría que todavía imperaban entre los pueblos de los Alpes, resolvió consagrarse a su convertirlo. Por cuarenta y dos años se dedicó a predicar el Evangelio a esos pueblos y llevó la luz de la fe incluso a algunos cantones de Lombardía, ocasionando numerosas conversiones y obrando varios milagros.

Por otra razón, sin embargo, el nombre de Bernardo será célebre por siempre. Desde los mas antiguos tiempos hubo un camino a través de los Alpes Peninos, desde el valle de Aosta hasta el cantón suizo de Valais, en el que está ahora el paso del Gran San Bernardo. Este paso está cubierto por nieves permanentes de siete a ocho pies (de 2 a 2,4 metros, N. del T.) de profundidad, y sus movimientos a veces acumula hasta cuarenta pies (un metro) de altura. Aunque el paso era en extremo peligroso, especialmente en primavera a raíz de las avalanchas, no obstante era utilizado por peregrinos franceses y germanos camino a Roma. Para comodidad y protección de los viajeros San Bernardo fundó un monasterio y hospedaje en el punto más alto del paso, a 8.000 pies (2.400 metros, aproximadamente, N. del T.) sobre el nivel del mar, en el año 962.


Algunos años más tarde estableció otro hospedaje en el Pequeño San Bernardo, un monte de los Grandes Alpes, de 7.076 pies (2.160 metros, N. del T.) sobre el nivel del mar. Ambos fueron puestos a cargo de monjes agustinos, luego de conseguir la aprobación pontificia en una visita a Roma.


Estos hospedajes son famosos por su generosa hospitalidad extendida a todos los viajeros que pasan por el Gran y el Pequeño San Bernardo, así llamados en honor al fundador de estas instituciones de caridad. En todas las estaciones del año, pero especialmente durante las duras tormentas de nieve, los heroicos monjes acompañados por sus bien entrenados perros, salen en busca de víctimas que podrían sucumbir a la dureza del clima. Les ofrecen comida, ropa, y refugio a los desafortunados viajeros que corren peligro de muerte.


Los monjes dependen de donaciones y colectas para sustentarse. Actualmente, la Orden cons-ta de unos cuarenta miembros, la mayoría de lo cuales vive en los hospedajes mientras algunos viven con vecinos del lugar.

La última obra en la vida de San Bernardo fue la reconciliación de dos nobles cuyo antagonismo amenazó en convertirse en una situación fatal. San Bernardo fue sepultado en el convento de Saint Lawrence. Venerado como santo desde el S. XII en varios lugares del Piemonte (Aosta, Novara, Brescia), no fue canonizado sino hasta 1681, por Inocencio XI.


Su fiesta es celebrada en algunos santorales el 15 de junio y en otros el 28 de mayo.



Defensor de imágenes durante la segunda persecución iconoclasta, nació en Siracusa a finales del siglo octavo; murió en Constantinopla el 14 de Junio de 847.

Hijo de una rica familia, vino a Constantinopla cuando era joven intentando obtener un puesto en la corte. Pero un monje lo persuadió de que cambiara de intención y entrara a un monasterio. Bajo el emperador León V (El Armennio, 813-820) se inició la persecución iconoclasta por segunda vez.


Casi todos los monjes eran aguerridos defensores de las imágenes; Metodio permaneció del lado de su orden y se distinguió por su oposición al gobierno. En 815 el patriarca Nicéforo I (806-815) fue depuesto y exiliado por su resistencia a las leyes iconoclastas; en su lugar se impuso a Theodotus I (815-821). En ese mismo año Metodio fue a Roma, aparentemente enviado por el depuesto Patriarca, para reportar el asunto al Papa (Pascual I, 817-824).


Permaneció en Roma hasta que León V fue asesinado en 820 y sucedido por Miguel II (820-829). Esperando cosas mejores del nuevo emperador, Metodio regresó entonces a Constantinopla portando una carta en la que el Papa trataba de persuadir a Miguel de que cambiara la política del gobierno y reinstaurara al Patriarca Nicéforo. Pero Miguel solo aumentó la fiereza de la persecución. Tan pronto regresó a Constantinopla, hubo entregado la carta y exhortado al emperador a actuar de acuerdo a ella, fue severamente castigado (con 70 latigazos), llevado a la isla Antigoni en el Propontis, y ahí fue encarcelado en una tumba fuera de uso. La tumba había sido concebida como un edifico de cierto tamaño; Metodio vivió en ella siete años. En 828 Miguel II, no mucho tiempo antes de su muerte, mitigó la persecución y proclamó una amnistía general. Sacando ventaja de ello, Metodio salió de prisión y regresó a Constantinopla casi agotado por sus privaciones. Su espíritu no estaba roto y retomó la defensa de las imágenes con el mismo celo que antes


Miguel II fue sucedido por su hijo Teófilo (829-842), que causó la última y más fiera persecución de los veneradores de imágenes. Metodio resistió directamente al emperador y fue nuevamente azotado y encarcelado en palacio. Pero esa misma noche escapó ayudado por sus amigos de la ciudad, que lo escondieron en su casa y le vendaron las heridas. Por esta razón, el gobierno confiscó la casa. Pero viendo que Metodio no iba a ser doblegado por el castigo, el emperador trató de convencerlo con argumentos.


El resultado de su discusión fue que Metodio en cierto grado persuadió al emperador. De cualquier manera, hacia el final de su reinado, la persecución fue mitigada. Theophilus murió en 842 e inmediatamente cambió toda la situación. Su esposa Theodora llegó a ser regente para su hijo Miguel III (El Borracho, 842-867). Ella había sido siempre una secreta veneradora de imágenes y ahora que tenía el poder, inmediatamente empezó a restaurar imágenes, liberar los confesores prisioneros y a regresar todo a las condiciones del Segundo Concilio de Nicea (787).


El patriarca de Constantinopla, Juan VII (832-842), era un iconoclasta puesto por el gobierno y al persistir en su herejía, fue depuesto y Metodio fue hecho patriarca en su lugar (842-847). Metodio ayudó entonces a la emperadora-regente en su restauración. Convocó un sínodo en Constantinopla (842) que aprobó la deposición de Juan VII y de su sucesión. No tuvo que hacer nuevas leyes sobre imágenes. Los Decretos de Nicea II que habían recibido el asentimiento del Papa y de toda la iglesia como los de un Concilio Ecuménico fueron puestos nuevamente en efecto.


El 19 de Febrero de 842, las imágenes fueron regresadas a los templos en solemne procesión. Esta fue la primera "Fiesta de la Ortodoxia", observada en memoria de aquel evento en el primer domingo de Cuaresma de cada año por toda la Iglesia Bizantina. Metodio entonces procedió a deponer a todos los obispos iconoclastas por todo su patriarcado, reemplazándolos por veneradores de imágenes. Al hacerlo, parece haber actuado severamente. Se formó una oposición contra él que por poco se vuelve un cisma organizado. El Patriarca fue acusado de violación; pero la mujer en cuestión, al ser interrogada admitió que había sido comprada por los enemigos de Metodio.


El 13 de Marzo de 842, Metodio, con gran honor para Constantinopla, compró las reliquias de su predecesor Nicéforo (que había muerto en el exilio). Fueron expuestas por algún tiempo en el templo de la Sagrada Visión y luego enterrados en el de los Apóstoles. Metodio fue sucedido por Ignacio, en cuyo tiempo se inició el gran cisma de Photius.


Metodio es un santo para católicos y ortodoxos. Es mencionado en el Martirologio Romana (14 Junio), en ese día la Iglesia Bizantina mantiene su fiesta junto a la del profeta Eliseo.


Con los otros patriarcas es aclamado defensor de imágenes, en el servicio de la fiesta de la Ortodoxia: "A Germanus, Tarasius, Nicephorus y Metodio, verdaderos altos sacerdotes de Dios y defensores y maestros de la Ortodoxia, R. Memoria Eterna (triple)." Los Sirios Uniatos (N.T.: miembros de la Iglesia Oriental que están en unión con la Iglesia Católica Romana, y reconocen al Papa romano como supremo en cuestiones de fe, pero mantienen su propia liturgia, rito y disciplina) celebran su fiesta el mismo día. Los ortodoxos tienen una curiosa leyenda: que sus oraciones y las de Teodora salvaron a Theophilus del infierno. Está narrada en el Synaxarion para la fiesta de la Ortodoxia.



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