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Martirologio Romano: En el convento carmelita de Ollur, India, Santa Eufrasia Eluvathingal del Sagrado Corazón, religiosa profesa de la Congregación de las Hermanas de la Madre del Carmelo († 1952)
Fecha de canonización: 23 de noviembre de 2014 por el Papa Francisco.
Nació el 17 de octubre de 1877 en la aldea de Kattoor (India), en la parroquia de Edathuruthy, que formaba parte del entonces vicariato de Trichur (posteriormente pasó a ser diócesis y fue dividida) y que actualmente pertenece a la diócesis de Irinjalakuda. Era hija de Antony y Kunjethy de Eluvathingal Cherpukaran. Fue bautizada con el nombre de Rose.
Desde pequeña, por influencia de su madre, mujer muy piadosa, comenzó a ejercitarse en las virtudes. A la edad de nueve años consagró a Dios su virginidad.
Contra la voluntad de su padre, a la edad de doce años ingresó en el internado de las religiosas de la Congregación de la Madre del Carmen de Koonammavu.
Después de la reorganización de los vicariatos apostólicos, realizada en el año 1896, el 9 de mayo de 1897 las religiosas y las aspirantes del vicariato de Trichur se trasladaron de Koonammavu a Ambazhakkad.
Al día siguiente, Rose recibió el velo y se convirtió en postulante con el nombre de Eufrasia del Sagrado Corazón de Jesús. El 10 de enero de 1898 tomó el hábito en la Congregación de la Madre del Carmen, el primer instituto femenino surgido en la Iglesia siro-malabar: fue fundada el 13 de febrero de 1866 en Koonammavu, en el Estado de Kerala, por San Kuriakose Elías Chavara y el padre Leopoldo Beccaro, de la Orden de los Carmelitas Descalzos, entonces delegado carmelita en Kerala, como tercera orden de los Carmelitas Descalzos. Desde el año 1967 es de derecho pontificio.
El 24 de mayo de 1900, con ocasión de la fundación del convento de Santa María en Ollur -distante 5 kilómetros de la ciudad de Trichur-, sor Eufrasia emitió los votos perpetuos. En ese convento vivió durante 48 años.
En 1904 fue nombrada maestra de novicias. Siguió desempeñando este cargo hasta que fue nombrada superiora, en el año 1913.
Por su profundo espíritu de oración la gente la llamaba "madre orante". Alcanzó una unión muy profunda con el Señor, especialmente en la sagrada Eucaristía. Sus hermanas carmelitas la llamaban "sagrario móvil". Pasaba muchas horas ante el sagrario en la capilla del convento, olvidada de sí misma y de todo lo que la rodeaba.
En una carta a su director espiritual expresa la sed que sentía de adorar, amar y consolar a Cristo en la Eucaristía: "Dado que aquí la mayor riqueza, la santa misa, no se celebra a menudo, experimento un gran dolor interior y siento un gran deseo de suplir esa ausencia. Tengo una gran hambre y una gran sed de hacer algo al respecto" (3 de julio de 1902).
Fue una gran apóstol de la Eucaristía. Se esforzaba por hacer que todos amaran, adoraran y consolaran a Jesús en el santísimo Sacramento.
También tenía una devoción especial a Cristo crucificado. Besaba con frecuencia el crucifijo y hablaba interiormente con él, apretándolo contra su pecho. El sufrimiento, la pasión y el dolor de Cristo provocaban un gran dolor en su corazón.
Asimismo, profesaba una filial devoción a la Virgen María, a la que sentía como su verdadera madre. Era especialmente devota del santo rosario. Solía rezar los quince misterios, meditando en la vida de nuestro Señor y de su Madre María.
Llevó una vida muy sencilla y austera, realizando numerosos actos de penitencia y mortificación. Comía una sola vez al día, evitando la carne, el pescado, los huevos y la leche.
Conjugaba perfectamente en su vida la acción y la contemplación. Su amor a Dios se manifestaba en la compasión y el amor a las personas que se dirigían a ella para que las ayudara en sus dificultades económicas o problemas familiares, o para pedirle oraciones a fin de curar de una enfermedad, obtener un empleo o superar un examen. Sabían que ella intercedería ante la Madre de Dios y que sus plegarias siempre eran escuchadas. Era un modelo ejemplar de caridad. La madre Eufrasia, que había ofrecido su vida como sacrificio de amor a Dios, murió el 29 de agosto de 1952.
Fue beatificada el 3 de diciembre de 2006 en la iglesia de San Antonio Forane, en Ollur, archidiócesis de Trichur, por el cardenal Varkey Vithayathil, arzobispo mayor de Ernakulam-Angamaly de los siro-malabares.
Por: . | Fuente: Santiebeati.it
Desde joven se sintió llamada a la vida religiosa. En el verano de 1934 partió para Francia y, durante una romería a Lourdes, decide hacerse monja encomendándose a la Virgen Inmaculada. En junio del 1936, superadas muchas dificultades, ingresó al convento de las Hijas de la Bienaventurada Virgen María de los Dolores, mejor conocidas como las Monjas Seráficas, de Poznan, asumiendo el nombre de María Sancja. Desde el principio se distinguió por el gran celo en la observancia de las Reglas del Instituto y en el ejercicio de los servicios más humildes. Su vida, que no tuvo aparentemente nada excepcional, escondió una profunda unión con Dios, en la completa disponibilidad de atender su voluntad en todo, también en los asuntos más modestos.
Durante la ocupación alemana Sor Sancja, no aprovechó el permiso de poder volver a su familia, dado los peligros y los incomodidades de la guerra, se quedó en el convento junto a otras monjas, y fueron sometidas por los militares a duros trabajos. Dócil a la voluntad de Dios, infundía alrededor suyo un aire de paz y esperanza, encarnando, para los afligidos y sufrientes, un efectivo apoyo y un eficaz consuelo. Los prisioneros franceses e ingleses, a los que prestó su personal ayuda en calidad de traductora, la llamaron ángel de bondad y santa Sancja.
Las enormes fatigas y las difíciles condiciones del convento de Poznan pusieron a dura prueba sus fuerzas y fue víctima de una grave forma de tuberculosis a la laringe. Abandonándose en los brazos cariñosos de Dios Padre ofreció un fulgurante ejemplo de sereno aguante de los sufrimientos. Con gozo profesó los votos perpetuos el 6 de julio de 1942, profundamente unida al Esposo Celestial, en la fervorosa espera de su venida en el momento de la muerte, que ocurrió el 29 agosto del mismo año, cuando tenía solamente treinta y dos años.
Reproducido con autorización de Santiebeati.it
responsable de la traducción: Xavier Villalta
Por: . | Fuente: Clairval.com
Martirologio Romano: En Renes, en Francia, Santa María de la Cruz (Juana) Jugan, virgen, que fundó la Congregación de las Hermanitas de los Pobres, para pedir limosna por Dios para los pobres, y expulsada injustamente de la dirección del Instituto, pasó el resto de su vida en la oración y en la humildad. († 1879)
Fecha de canonización: 11 de octubre de 2009, durante el pontificado de S.S. Benedicto XVI.
Breve Biografía
Juana Jugan nace en Cancale (Bretaña - Francia) el 25 de octubre de 1792, y es bautizada aquel mismo día. Es la quinta de una familia de siete hermanos. Su padre, marino como la mayoría de los habitantes de Cancale, desaparece en el mar el año en que Juana cumple su cuarto cumpleaños. La pequeña Juana aprende enseguida de su madre a realizar las tareas domésticas, a cuidar de los animales y, sobre todo, a rezar. Al igual que otras muchas iglesias, la de Cancale había sido cerrada por la Revolución. Ya no hay catecismo organizado, pero muchos niños reciben instrucción en secreto por parte de personas piadosas. En 1803, Juana recibe la primera Comunión. A partir de aquel día se vuelve especialmente obediente y dulce, dispuesta para el trabajo y asidua a la oración.
«No encontrarás mejor partido»
A finales de 1816 tiene lugar en Cancale una gran «Misión»: unos veinte sacerdotes se reparten los sermones, el catecismo, el Rosario, las confesiones, las visitas a domicilio, etc. Son días de gracias y de fervor por toda la parroquia. En medio de la oración, Juana siente brotar en su corazón un enorme deseo de consagrarse al servicio de los pobres por amor de Dios, sin esperar recompensa humana alguna. Al final de la Misión, rechaza definitivamente una petición de matrimonio. Su madre le pregunta: «¿Por qué lo has rechazado? No encontrarás mejor partido. – El Señor me reserva para una obra que aún no se ha fundado», responde Juana.
Al año siguiente, Juana abandona Cancale y a su familia para servir a Cristo en medio de los pobres y vivir como pobre entre ellos, entrando como enfermera en el hospital Rosais de Saint-Servan. Pero, al cabo de varios años de servicio, cae gravemente enferma. Una persona caritativa, la señorita Lecoq, la acoge en su casa. Durante doce años, llevarán las dos una vida en común, condicionada por la oración, la Misa diaria, la visita a los pobres y la catequesis a los niños. Tras la muerte de la señorita Lecoq, Juana conoce a Francisca Aubert, que comparte el mismo ideal de vida. Alquilan una vivienda y se consagran al cuidado de los pobres. Muy pronto se les agrega una joven de diecisiete años: Virginia Trénadiel.
Una tarde, Juana regresa, con aspecto preocupado, de su jornada de trabajo. Francisca vigila la sopa mientras hila en la rueca. Juana le dice: «Acabo de visitar a una persona digna de lástima... ¡Imagínate una anciana ciega, medio paralítica, completamente sola en un cuchitril y en estos primeros fríos del invierno!... Francisca, ¿qué te parece si la traemos a casa? Para los gastos, trabajaré más. – Como quieras, Juana». La ciega se llama Ana Chauvin. Al día siguiente, Juana la recoge y la acuesta en su propia cama. La inválida siente preocupación: «¿Cómo harán para alimentarme? ¿Dónde se acostará usted si me da su cama? – No se preocupe», responde Juana. Unos días más tarde, una vieja soltera, Isabel Quéru, tiritando de frío, llama tímidamente a la puerta. Había servido sin sueldo, durante muchos años, a unos dueños arruinados. A la muerte de éstos, se había quedado sin protección y sin recursos. «Isabel, le dice Juana, es el Señor quien le envía. Quédese con nosotras».
Una amiga de Virginia, María Jamet, no tarda en relacionarse con Juana y la gente de su casa. El 15 de octubre de 1840, las tres amigas fundan una pequeña asociación de caridad dirigida por el párroco Augusto Le Pailleur, vicario de Saint-Servan. Francisca Aubert acepta ayudarlas en lo que respecta a las curas y a los remiendos, pero se considera demasiado mayor para comprometerse más a fondo. En contrapartida, una joven obrera de veintisiete años, muy enferma, Magdalena Bourges, que había sido acogida y curada por Juana, se incorpora a aquel pequeño grupo. De ese modo, en torno a las dos mujeres mayores, acaba de nacer una pequeña célula, embrión de una gran congregación que se llamará de las «Hermanitas de los pobres».
«Con mi cesto...»
Muy pronto, otros ancianos indigentes solicitan ser hospedados, y las hermanas se trasladan a otros locales más amplios. Pero la generosidad de los amigos y los ingresos de las hermanas, de cuyo trabajo vive la casa, ya no son suficientes. Las ancianas que tenían costumbre de mendigar le dicen a Juana: «¡Reemplácenos, mendigue por nosotras!». Un religioso de San Juan de Dios mueve a la fundadora a que siga ese consejo y le entrega su primer cesto de la colecta. La orgullosa naturaleza bretona de Juana se rebela ante esa necesidad, pero al final se decide. Más tarde les dirá a las novicias: «Os mandarán a la colecta, hijas mías, y os costará mucho. También yo la hice, con mi cesto; me costaba mucho, pero lo hacía por el Señor y por los pobres». He aquí el origen de la colecta, principal fuente de ingresos de las Hermanitas de los pobres.
En sus rondas, Juana pide dinero, pero también dádivas en especie, como verduras, sábanas usadas, lana, un caldero, etc. Pero no siempre es bien recibida. Un día, llama a la puerta de un anciano rico y avaro; consigue persuadirlo y recibe una buena ofrenda. Al día siguiente, la limosnera se presenta de nuevo en su casa, pero esta vez él se enfada. «Señor, responde ella, mis pobres tenían hambre ayer, también hoy tienen hambre y mañana seguirán teniendo hambre...». Ya más tranquilo, el bienhechor entrega una limosna y promete seguir haciéndolo. En otra ocasión, un viejo soltero, enfadado, le pega una bofetada. Ella le dice con humildad: «Gracias; eso es para mí. ¡Pero ahora déme algo para mis pobres, por favor!». Tanta mansedumbre abre el monedero del solterón. De ese modo, con la sonrisa, consigue invitar a los ricos a la reflexión, al descubrimiento de las necesidades de los pobres, y la colecta se convierte en una verdadera evangelización, en una llamada a la conversión del corazón.
Juana Jugan siente aversión por la ociosidad. «La Virgen era pobre, le gusta repetir. Hacía como los pobres: no perdía el tiempo, pues los pobres nunca deben estar desopucados». Tras haber conseguido unas ruecas, hiladoras y devanaderas, las entrega a sus internas menos impedidas, quienes, orgullosas de aportar con su trabajo algún dinero a la bolsa comunitaria, se toman mayor interés en la vida del asilo.
Poco a poco, Juana y sus amigas se organizan. Llevan una vestimenta semejante, un nombre de religión –el de Juana es «sor María de la Cruz»– y pronuncian votos privados, de obediencia y de castidad. Algo más tarde añaden los de pobreza y hospitalidad. Por este último se consagran a la acogida de los ancianos pobres. A finales de 1843, las hermanas tienen a su cargo unas cuarenta personas, hombres y mujeres. El 8 de diciembre, proceden a elegir a su superiora, cuyo cargo vuelve a recaer por unanimidad en Juana. Pero el día 23, el párroco Le Pailleur impone su autoridad y anula esa elección, designando como superiora a María Jamet, que tiene sólo 23 años (Juana tiene 51). El sacerdote teme, en efecto, no poder dirigir la congregación a su antojo con Juana, cuya experiencia y celebridad le molestan. Juana mira el crucifijo de la pared, después una estatuilla de la Virgen, y se arrodilla ante su sustituta, prometiéndole obediencia. En adelante su misión consistirá en hacer la colecta.
Un alma menos templada habría retrocedido ante la perspectiva de perder el gobierno de una casa organizada a su manera, para convertirse en una mendiga. «A mi entender –declaró un religioso franciscano originario de Cancale–, por parte de mi venerable compatriota, el hecho de ser desposeída de su puesto de superiora y de convertirse en una simple mendiga fue un gran acto de virtud, porque las mujeres de Cancale son más bien independientes, incluso autoritarias, y antes prefieren mandar que obedecer». A partir del 24 de diciembre, a pesar del riguroso ayuno de aquella vigilia de Navidad, Juana vuelve a sus rondas de colecta. «¡Cuántas pruebas y méritos –exclamó un orador– supone esa colecta llena de angustias, realizada siempre para cubrir las necesidades de ese día o del siguiente! ¡Había que salir a pesar del tiempo, sufrir el calor, el frío o la lluvia, abordar a todo tipo de gente, recorrer largos trayectos y llevar pesados fardos!». Pero el alma de Juana está «verdaderamente imbuída del misterio de Cristo Redentor, en especial en su Pasión y Cruz» (Juan Pablo II, 3 de octubre de 1982).
¿Madre o hija?
Unida a Cristo, Juana acepta de corazón las humillaciones, llegando incluso a amarlas y a buscarlas. Quizás, una de las que más le cuesta sobrellevar es, a causa de su orgullo nativo, la que procede de la manera en que la superiora le prodiga sus advertencias. En una carta del 26 de enero de 1846, María Jamet, veintisiete años más joven que Juana, le escribe: «Querida hija... ¡Qué bueno es Dios, que permite que una pobre como tú sea tan bien acogida!... Sin embargo, hija mía, procura no ser importuna, y si llegas a molestar, aunque sea poco, no abuses de la bondad de esa excelente persona... Te recomiendo que tengas cuidado de no concebir ningún sentimiento de amor propio. Debes convencerte de que, si actúan contigo de ese modo, no es a causa de ti, sino que es Dios quien lo permite para bien de sus pobres. En cuanto a ti, considérate como lo que eres en realidad, es decir, pobre, débil, miserable e incapaz de todo bien... Tu madre, María Jamet». Juana recibe esos consejos con dulzura y humildad.
El desarrollo de la obra obliga a extender las colectas más lejos. Juana es enviada a Rennes, donde, desde los primeros días se fija en los mendigos, sobre todo en los más viejos, que necesitan auxilio con urgencia. Sin duda alguna, hay que fundar una casa en esa ciudad. Con la ayuda de San José, el 25 de marzo de 1846 adquieren una casa. Juana vuelve a sus colectas por las ciudades del oeste de Francia. Se inauguran casas en Dinan, Tours, París, Besançon, Nantes, Angers, etc. Varias veces, porque ha sabido conquistar la confianza de todos, Juana consigue salvar del desastre a la obra, cuya dirección le ha sido usurpada. Ella acude, obtiene los fondos que faltan, anima a unos y a otros y se eclipsa para ayudar en otros lugares. Parece como si no tuviera dónde reposar la cabeza, pero ella se apoya por completo en la Providencia.
«¡San José, queremos mantequilla!»
Es deseo de Juana Jugan que las personas mayores se sientan realmente como en su casa en los lugares de acogida. Un día, en la fundación de Angers, se da cuenta de que los ancianos comen el pan sin nada. «¡Estamos en el país de la mantequilla!, exclama. ¿Por qué no le pedís a San José?». Enciende una lamparilla ante la estatua del padre putativo de Jesús, manda que traigan todos los recipientes de mantequilla vacíos y coloca un cartel: «San José, mándanos mantequilla para los ancianos». Los visitantes se extrañan o se divierten ante semejante candor, pero bajo esa aparente ingenuidad se esconde una profunda fe. Unos días más tarde, un donante anónimo envía un lote muy importante de mantequilla, con el que se llenan todos los recipientes. También es deseo de Juana procurar alegría a sus pobres, por lo que se dirige al coronel de la guarnición de Angers y le pide que, por la tarde de un día festivo, envíe a algunos músicos del regimiento para alegrar a sus ancianos. «Hermana, le voy a enviar toda la banda para complacerla y para regocijo de todos sus ancianos». Y la banda militar de Angers acude a contribuir a la alegría de la fiesta.
En mayo de 1852, el arzobispo de Rennes, donde se encuentra la casa madre de las hermanas, aprueba oficialmente los estatutos de la obra, dándole el nombre de Familia de las Hermanitas de los pobres. Las hermanas, al socorrer a las personas mayores abandonadas, ponen de relieve el insustituible valor de la vida humana en la vejez. Su testimonio adquiere una importancia muy especial en nuestra época, en que los progresos de la técnica y de la medicina suponen una prolongación de la esperanza media de vida.
La estima hacia los ancianos se basa en la ley natural expresada en el mandamiento de Dios Honra a tu padre y a tu madre (Dt 5, 16). «Honrar a las personas mayores implica un triple deber para con ellos: acogerlos, asistirlos y dar valor a sus cualidades» (Juan Pablo II, Carta a las personas mayores, 11-12). Las personas mayores necesitan asistencia con motivo de la disminución de sus fuerzas y de eventuales dolencias, pero, en contrapartida, pueden aportar mucho a la sociedad. Las vicisitudes que han debido soportar durante su vida les han dotado de una experiencia y de una madurez que les mueven a contemplar los acontecimientos de este mundo con mayor sensatez. Siguiendo sus enseñanzas, las generaciones más jóvenes pueden tomar lecciones de historia que deberían ayudarles a no repetir los errores del pasado. Nuestra sociedad, dominada por las prisas y la agitación, olvida los principales interrogantes que conciernen a la vocación, a la dignidad y al destino del hombre. En ese contexto, los valores afectivos, morales y religiosos que han podido vivir las personas mayores representan una fuente indispensable para el equilibrio de la sociedad, de las familias y de las personas. Frente al individualismo, nos recuerdan que nadie puede vivir solo, y que es necesaria la solidaridad entre las generaciones, de manera que cada una pueda enriquecerse con los dones de las demás.
Misioneras en la tercera edad
Las personas mayores cumplen igualmente una misión evangelizadora; en muchas familias los niños pequeños reciben de sus abuelos los primeros rudimentos de la fe. Los ancianos, incluso los más enfermos o quienes se ven privados de la movilidad, pueden cumplir también, para el bien de la Iglesia y del mundo, el servicio de la oración. A través de ésta participan tanto de los dolores como de las alegrías de los demás, rompiendo el círculo del aislamiento y de la impotencia. Tomando fuerzas de la oración, son capaces de infundir ánimos, mediante el testimonio de un sufrimiento asumido en el abandono a Dios y la paciencia.
Las personas mayores encuentran ocasión de completar, en sus carnes y en su corazón, lo que le falta a la Pasión de Cristo (cf. Col 1, 24), ofreciendo la prueba de la enfermedad y del sufrimiento –que es su destino común– a la intención de la Iglesia y del mundo. Pero, para poder realizar dicha misión, necesitan sentirse amadas y respetadas, pues no resulta fácil aceptar el sufrimiento con humildad. Por eso, las personas que padecen grandes sufrimientos son tentadas en ocasiones por la exasperación y la desesperanza. Entonces, las personas allegadas pueden sentirse inclinadas, debido a una compasión mal entendida, a considerar razonable la provocación directa de la muerte (la eutanasia). Pero, «a pesar de las intenciones y de las circunstancias, la eutanasia sigue siendo un acto intrínsecamente malo, una violación de la ley de Dios y una ofensa a la dignidad de la persona humana» (Juan Pablo II, Carta a las personas mayores, 9; cf. encíclica Evangelium vitae, 65). Solamente Dios determina el principio y el fin de la vida humana, según su designio de Creador, y llama a cada persona a ser su hijo mediante la participación en su propia vida divina. Esa dignidad incomparable procede de Cristo, quien, en la Encarnación, «se unió en cierto modo a todo hombre» (Vaticano II, Gaudium et Spes, 22); por lo tanto debe ser respetada. Es la razón principal de la consagración de las Hermanitas de los pobres a los ancianos, en quienes Juana Jugan les enseñó a ver a Jesucristo.
«Se la cedo de buen grado»
Después de haber servido a Cristo con sus colectas, la beata acabará sus días en el silencio. En efecto, durante el transcurso del año 1852, el párroco Le Pailleur le ordena que se retire a la casa madre. En adelante ya no mantendrá relaciones regulares con los bienhechores, ni funciones destacadas en la congregación. Aún vivirá veintisiete años, oculta a los ojos de los hombres, ocupada en humildes tareas domésticas y sin ninguna reivindicación. Con gran lucidez sobre esa situación, su corazón sigue siendo lo suficientemente libre como para decirle de broma al padre Le Pailleur: «Me ha robado usted mi obra; pero se la cedo de buen grado». En la primavera de 1856, la casa madre de las Hermanitas se traslada a una extensa propiedad que han comprado a treinta y cinco kilómetros de Rennes: la Tour Saint-Joseph, donde Juana prodiga consejos espirituales a las novicias. En las horas difíciles les dice: «Cuando os encontréis al límite de vuestra paciencia y de vuestras fuerzas, cuando os sintáis solas e impotentes, id al encuentro de Jesús; Él os espera en la capilla. Decidle esto: «Sabes muy bien lo que ocurre, Jesús mío, sólo tú lo sabes todo. Ven en mi ayuda». Luego os marcháis, y no os preocupéis por cómo tengáis que actuar; basta con que se lo hayáis dicho al Señor; él tiene buena memoria».
Insiste a las novicias para que no multipliquen demasiado las oraciones: «Cansaréis a los ancianos, se aburrirán y se irán a fumar... incluso durante el Rosario». Con las jóvenes comparte sus experiencias: «Hay que estar siempre de buen humor; a nuestros ancianitos no les gustan las caras tristes... No hay que tener miedo a cocinar, ni tampoco a curarlos cuando están enfermos. Hay que ser como una madre para quienes saben darnos las gracias y también para quienes no saben reconocer todo lo que hacéis por ellos. Repetíos a vosotras mismas: «¡Por ti lo hago, Jesús mío!»». Y además: «Antes de actuar hay que rezar y reflexionar. Es lo que he hecho durante toda la vida: sopesaba todas mis palabras».
En los últimos años de su vida, Juana habla con frecuencia, aunque con serenidad, de su muerte. Pero, antes de partir, tendrá una última alegría. El 1 de marzo de 1879, León XIII aprueba definitivamente las constituciones de las Hermanitas de los pobres. En aquel momento, la congregación cuenta aproximadamente con 2.400 hermanas y 177 casas de acogida. El 29 de agosto siguiente, Juana se extingue dulcemente después de decir: «¡Oh, María, madre mía, ven conmigo. Sabes que te amo y que tengo ganas de verte!». Una vida de tanta humildad tenía que producir muchos frutos. En el umbral del tercer milenio, 3.460 Hermanitas dan vida a 221 casas, repartidas por los 5 continentes. Por una maravillosa consideración de la Providencia, siguen viviendo principalmente de las dádivas que reciben.
Con motivo de la beatificación de Juana Jugan (Octubre 3 / 1982), el Papa Juan Pablo II decía: «La Iglesia entera y la propia sociedad no pueden sino admirar y aplaudir el maravilloso crecimiento de la pequeña semilla depositada en tierra bretona por esta humilde joven de Cancale, tan pobre de bienes pero tan rica de fe... Et exaltavit humiles (Ensalza a los humildes). Esta frase tan conocida del Magnificat colma mi espíritu y mi corazón de gozo y de emoción... La atenta lectura de las biografías dedicadas a Juana Jugan y a su epopeya de caridad evangélica, me inducen a decir que Dios no podía dejar de glorificar a tan humilde servidora... Al recomendar a menudo a las Hermanitas con frases como «¡Sed pequeñas, muy pequeñas! ¡Conservad ese espíritu de humildad y de sencillez! Si llegáramos a creernos que somos algo, la congregación dejaría de bendecir a Dios y nos desmoronaríamos», Juana estaba revelando en realidad su propia experiencia espiritual... En nuestro tiempo, el orgullo, la búsqueda de la eficacia, la tentación de los medios de poder, están ganando actualidad en el mundo, y también a veces, por desgracia, en la Iglesia. Son un obstáculo para el advenimiento del reino de Dios. Por eso la fisonomía espiritual de Juana Jugan es capaz de atraer a los discípulos de Cristo y de llenar sus corazones de esperanza y de alegría evangélica, tomadas de Dios y del olvido de sí mismo».
Fue canonizada el 11 de octubre de 2009.
Reproducido con autorización expresa de Abadía San José de Clairval
Por: . | Fuente: lasalle.org
Fecha de beatificación: 13 de octubre de 2013, durante el pontificado de S.S. Francisco
Fue alumno do los Hermanos on su pueblo natal. Ingresado en el Noviciado Menor de Cambrils, pasó al Noviciado de Fortianell y tomo el Habito el 16 de noviembre de 1923. Ejercio su apostolado en San Hipolito do Voltrega, y luego en San Feliu de Guixols.
Las leyes de la República en 1932 obligaron a reestructurar las comunidades, y entonces paso a la escuela de la Barceloneta. Tuvo que incorporarse a filas. e hizo el servicio militar en Tarragona. Tuvo la suerte de poder ir a dormir al colegio, con lo cual mantuvo estrecha relación con los Hermanos y con ]a vida religiosa.
Acabado su servicio militar quedó asignado al colegio de Tarragona hasta las vacaciones de 1934, en que fue destinado al Noviciado Menor de Cambrils.
Los testimonios sobre sus virtudes se centran en su afabilidad, delicadeza y servicialidad, el amor a la vocación y la exacta obediencia.
EI 21 de julio tuvo que abandonar Cambrils, como todos los moradores de las Casas de formación, El fue a Tarragona, donde pronto le detuvieron y le encerraron en el barco Rio Segre".
A uno de sus compancros de carcel le dijo: «Soy joven y me hubicra gustado trabajar mas on la obra del Instituto. Dios no lo quiere así, por tanto ofrezco mi vida para que otros realicen lo que yo no he podido».
EI 28 de agosto fue sacado del barco hacia el martirio. A un Hermano le entregó su lápiz y los botones de las mangas. Era todo lo que tenia: «Tenga esto, que yo ya no lo necesitare» . Y otro, viéndole radiante de gozo, le preguntó si le habían dado la libertad. «¿Cómo no voy a estar contento, si dentro de muy poco voy a estar en el cielo. Fíjese, tal vez dentro de media
hora. ¿Le parece poco?»
Con sus compañeros fue fusilado junto al puente del Castellet, tenía 29 años.
S.S. Benedicto XVI firmó el 28 de junio de 2012 el decreto con el cual se reconoce el martirio de los Siervos de Dios Manuel Borrás Ferré Obispo Auxiliar de Tarragona, Agapito Modesto religioso lasallista y 145 compañeros, lo cual permitirá su próxima beatificación que se realizará, Dios mediante, el 13 de octubre de 2013.
66 sacerdotes diocesanos y 2 seminaristas
2 sacerdotes y 5 religiosos claretianos
3 sacerdotes y 4 religiosos carmelitas descalzos
12 sacerdotes, 3 clérigos y 5 religiosos benedictinos
39 religiosos lasallistas
4 terciarios carmelitas de la enseñanza
1 religioso capuchino
Por: . | Fuente: Odisur.com // DiocesisDeJaen.es
Fecha de beatificación: 13 de octubre de 2013, durante el pontificado de S.S. Francisco.
La familia López Navarrete poseía algunas tierras de olivar y además, desde 1886, regentaban una ferretería conocida por "Ferretería La Llave". El ambiente familiar era religioso y así fue educado Paquito, nombre que se utilizaba en el ambiente familiar. Muy pronto murió su madre, quien había tenido otro hijo, Enrique; Paquito sólo contaba con 2 años. Andrés, el padre, contrajo nuevo matrimonio con Juana López, de la que nacieron Isabel y Catalina. La falta de la madre y el descubrimiento de su muerte cuando ya tenía uso de razón, la piedad de la familia, casi innata en don Francisco, según se afirma entre los que le conocieron, hizo que en él naciera y se desarrollara un amor filial a la Virgen María y así la adoptó como la madre que no conoció y en Ella puso toda su confianza, la nombraba como "mi mamá". Visitaba con frecuencia el Santuario de la Virgen de la Fuensanta que está en las inmediaciones de Villanueva del Arzobispo y en el corazón siempre estuvo presente la Virgen Inmaculada como modelo en su seguimiento a Jesús y como intercesora y animadora en su vida de entrega a Dios. Leería con frecuencias el texto de San Juan en las bodas de Caná y lo ponía en práctica: "dijo María a los sirvientes; hacer lo que Él os diga".
Lo recuerdan en su niñez de esta manera: niño muy piadoso e inclinado a imitar lo que veía hacer en Misa a los sacerdotes... en cierto modo retraído, pero con una sensibilidad hacia lo bello y lo artístico... una especial disposición a favor de los pobres, enfermos y necesitados; no podía pasar un pobre pidiendo limosna por casa y que él no le socorriera, aún de lo que tenían preparado para la comida familiar. Con sólo 8 años, su padre lo envía a estudiar a Úbeda a casa de unos familiares y con el maestro don Antonio Mediana, quien siempre le tuvo en gran estima por sus cualidades y comportamiento.
Bajo la mirada amorosa de la Virgen, iba naciendo en don Francisco la vocación sacerdotal; debió conocer las aspiraciones de Santa Teresa, pues en alguna ocasión escribió a su padre que "se iría a convertir herejes" a lo que don Andrés le reconviene diciéndole llanamente, "déjate de tonterías"; pero más allá de los pensamientos infantiles, lo que aquí se intuye es una clara llamada misionera, y desde ahí la entrada en el Seminario.
Las familias cristianas son frecuentemente bendecidas por Dios con la vocación sacerdotal o religiosa en sus hijos. Don Francisco fue llamado, él respondió con total disposición y mantuvo su fidelidad hasta la muerte. Sería por el 1905 cuando entra en el Seminario San Felipe Neri de Baeza, tenía 13 años. El paso de Úbeda a Baeza no le supone gran cambio, pero ahora se encuentra más en su ambiente: la vida de piedad, disciplina y estudio favorecen en mucho su natural inclinación a la vida religiosa y artística. Los superiores, desde le primer momento, le valoraron y quisieron, así como sus compañeros. Era un seminarista modelo en el ambiente de entonces. Físicamente, aparentaba fortaleza, con estatura corpulenta y cuerpo recio, pero frecuentemente caía enfermo y hasta en temporadas se veía impedido para asistir a clase, por lo que en los exámenes no alcanzaba las notas que su inteligencia hubiera conseguido. Mucho disfrutó en el Seminario cuando, pudiendo unir el amor a la Virgen con sus cualidades de pintor, decoró una casulla con la imagen de la Inmaculada Concepción.
Don Francisco fue madurando su vocación dejándose guiar por los superiores y, sobre todo, siendo fiel a las inspiraciones de Dios. Las vacaciones le sirven para entrar en contacto con la vida real y la problemática social, a la vez que le dan ocasión para ejercer el apostolado con niños y jóvenes y en el ambiente rural. Así llega a la ordenación sacerdotal.
Nuestro don Francisco recibe la ordenación de Diácono en la ciudad de Ávila, de manos del obispo de aquella diócesis, Don Joaquín Beltrán Asensio, en septiembre de 1916. Sólo tres meses más tarde y ahora en la Ciudad de Córdoba recibirá el Presbiterado: sería el 23 de diciembre del mismo 1916 cuando, en el Seminario cordobés de San Pelagio, el obispo Don Ramón Guillamet y Coma le impusiera las manos haciéndole sacerdote "in aeternum". Celebró la Primera Misa Solemne en la Parroquia de San Andrés de su pueblo natal de Villanueva del Arzobispo el día 1 de enero de 1917, acompañado de padre, hermanos, familiares y amigos. Un acontecimiento en este pueblo que se celebró con regocijo, no sólo en los ambientes religiosos sino en general, dado que la familia del misacantano era muy conocida.
En el clero secular, la ordenación al servicio de la diócesis, pide de por sí un destino donde ejercer el sacerdocio recibido; por ello don Francisco estaría expectante ante la llamada o carta del obispado que le anunciara su primer nombramiento; mientras tanto celebraría en la Parroquia, en el Santuario y, cómo no, en las Dominicas de Santa Ana.
Muy pronto recibió el despacho anhelado: Coadjutor en Beas de Segura y Párroco de Cañada Catena población rural -esta última-, rodeada de pinos segureños, formada precisamente en una cañada por donde el ganado transitaba en busca de pastos y junto al monte Catena; se había creado un pequeño núcleo de población y con viviendas y familias diseminadas a su alrededor se había constituido la Parroquia de Ntra. Sra. de las Maravillas. Beas de Segura era un pueblo con bastante entidad, una sola parroquia dedicada a la Asunción de la Virgen con un párroco y varios coadjutores; Convento de Clausura de Carmelitas Descalzas con la categoría de haber sido fundado por la misma Santa Teresa y un Colegio de Religiosas de la Divina Pastora, institución educativa con espíritu calasancio, establecido recientemente en la ciudad. El joven sacerdote residía en Beas, ayudaba en la Parroquia y asistía a Cañada Catena los domingos y fiestas de guardar, la Semana Santa y otras solemnidades, desplazándose a pié o en cabalgadura. Atendía como Capellán el Colegio y Religiosas, Confesor de uno y otro Convento. En Beas de Segura se le recuerda "como un santo": su entrega a los niños en la Catequesis, visita y atiende a los enfermos, pobres y desvalidos, les ayuda material y espiritualmente con la humildad y sencillez que le caracterizaba en su comportamiento con todos, sin fingimiento alguno; sin embargo, todo ello le hizo destacar entre los feligreses, quienes a veces hacían comparaciones con buenas o malas intenciones. Se destapó la envidia y la crítica poniendo en el buen sacerdote deseos de medrar, donde sólo había espíritu apostólico y amor de Dios. El trabajo, los disgustos y su débil salud aconsejaron un periodo de tiempo de descanso y con el consentimiento y recomendación del Sr. Obispo en 1927 marchó a su pueblo, Villanueva del Arzobispo.
No obstante, en Beas de Segura no le olvidarían y desde entonces le profesaron un verdadero afecto, trasformado, a partir de su muerte, en piedad hacia él y confianza en su intercesión ante el Padre. También los habitantes de Cañada Catena echaron de menos la presencia frecuente de quien impartía la doctrina y el santo evangelio con sencillez y convicción siendo ejemplo para ellos.
Desde Beas llega a su pueblo, silencioso y bastante enfermo; vivirá y descansará con la familia y le atenderán para sanar su debilidad, en la casa paterna. En principio no lleva cargo pastoral ninguno; pero por aquel tiempo llegan a Villanueva del Arzobispo unas religiosas, las de Cristo Rey, que se han encargado de un orfanato; don Francisco entrará en contacto con la Comunidad y con el Colegio será el Capellán de Religiosas y niños; ya tenía experiencia de haber atendido a religiosas y seguro que haría muchas veces de padre consolando a aquellos niños, cuyo mayor dolor sería no tener cerca a su propia madre; bien había experimentado él semejante carencia. Pero además participa en la Parroquia y en la iglesia de la Vera Cruz, en el Convento de las Madres Dominicas. Organiza como una escuela de enseñanza (primera enseñanza) para niños y mozuelos que no habían podido aprender a "leer, escribir y las cuatro reglas", de modo gratuito y bien dedicado a ellos les iba educando y cultivando los mejores sentimientos.
Su amor a la Virgen le llevaba a visitar, ahora como sacerdote en "una noche obscura" el Santuario de la Madre, Nuestra Señora de la Fuensanta, extramuros de la ciudad, y regido por la Orden Trinitaria. Bien aprovechó, don Francisco, este tiempo hasta el año 1933, seis años, pues además de lo apostólico, trabajó manualmente en carpintería, decoración, confección de imágenes y pintura; así desarrolló sus cualidades artísticas que al decir de todos no eran escasas; se habla de que en el Templo de Campo Redondo, abandonada parroquia rural de Chiclana de Segura, restauró retablos, altares e imágenes y don Juan Monatijano, párroco que había sido nombrado para ella, alababa su trabajo. Por fin, el Sr. Obispo Mons. Basalto descubrió la categoría de aquel sacerdote lleno de espíritu, apenas aprovechado y le nombró Párroco y Arcipreste de Orcera. Sorprendió este nombramiento a propios y ajenos, pero don Francisco con la actitud de obediencia y renovando su confianza en Dios, bajo la mirada de la Madre María Santísima, acogió la misión encomendada con toda ilusión.
No desconocía, don Francisco, el pueblo y el territorio donde iba a ejercer su ministerio, como párroco y arcipreste, cuando desde el Obispado le comunicaron su nuevo destino. Orcera era cabecera de la zona llamada Sierra de Segura, está a unos sesenta kilómetros de Villanueva la cual es paso obligado para todos los serranos que viajan hacia Úbeda o Jaén; Orcera dista unos treinta Km. de Beas de Segura y pertenece a la misma zona natural. El Arciprestazgo llevaba el nombre de Orcera y comprendía una zona amplísima y de difícil comunicación por los caminos y malas carreteras, población diseminada, lejanía y aislamiento; el clima, frío en invierno, hacía que en algunas partes las nieves fueran frecuentes. A las parroquias, propiamente dichas, se añadían aldeas sin fin, no escasas en población, con templos, parroquias o cuasi-parroquias que demandaban atención. El Arciprestazgo de Orcera podía centrar un quehacer pastoral en aquella zona difícil y poco apreciada en lo referente a los destinos del clero, aunque sus gentes eran humildes, buenas y religiosas.
La llegada de la República, con nuevos y antirreligiosos aires había cargado el ambiente, una especie de resentimiento anticlerical se había despertado; tal vez don Francisco podía ser el sacerdote más apropiado para desempeñar la misión. El Obispo y sus asesores habían actuado certeramente.
El 12 de agosto de 1933, en vísperas de la Patrona y titular de la Parroquia Ntra. Sra. de la Asunción, llega el nuevo párroco para hacerse cargo de la nueva misión. La Virgen le guiaría en todo momento. Llega cargado de experiencias, sufrimiento moral y corporal, en plena madurez, con 41 años. Viene con una gran ilusión, superará problemas y dificultades. Con su palabra y ejemplo se ganará el corazón de la buena gente serrana. Rápidamente se pone a la labor, parecía sospechar que el tiempo iba a ser corto y no podía entretenerse con nada ni nadie en el camino:
A su llegada buscó a las 12 personas más pobres para conocerles y darles una limosna. Las invitaba a comer por Navidad, Semana Santa y en las fiestas principales; posiblemente el primer día de la Virgen de la Asunción que pasó en Orcera ya los tuvo de comensales. Este hecho quedó impreso en la memoria de los orcereños pues, pasados muchos, se contaba en conversaciones normales y recordando los sacerdotes que habían pasado por allí.
Proyectó una gran acción misional en todo el Arciprestazgo, que de haberse llevado a cabo, hubiera tenido hondas repercusiones en la vida de los pueblos y aldeas. Todos los sacerdotes de la zona se pondrían en acción: preparar un plan estratégico, estudiar las acciones y temas, distribuir los trabajos, llamar a otros sacerdotes diocesanos o misioneros populares del tiempo y en un plan conjunto de predicación, celebraciones religiosas, sacramentos y orientación moral hacer unas verdaderas Misiones en toda la Sierra de Segura.
Igualmente tenía en sus planes, construir una "casa sacerdotal" centro de acogida de sacerdotes, lugar de estudio, descanso y para la organización de los planes de pastoral. La incomunicación de la zona y falta de medios hacía que los sacerdotes vivieran aislados; algunos para volver a sus pueblos tenían que hacer noche en algún lugar intermedio; apenas cambiaban de ambiente; ajenos a las nuevas orientaciones, a toda renovación tan necesaria en la vida sacerdotal; no gozaban de descanso, ni retiros espirituales y la asistencia a las "conferencias morales" era poco asidua para los más lejanos. Don Francisco intuía lo necesario que era una pastoral de conjunto, sobre todo en aquella zona, y trataba de ponerla en práctica.
En su parroquia fundó la Acción Católica; organizó el Apostolado de la Buena Prensa y, aunque no llegó a constituir la Adoración Nocturna, creó un espíritu eucarístico entre sus feligreses, no en balde pasaba largas horas de la noche ante Jesús Sacramentado: entrada la noche salía de la casa parroquia, atravesaba la estrecha calle y presuroso pasaba por la pequeña puerta, desaparecida, de la antigua sacristía y entraba a adorar al Señor. La curiosidad de algunos vecinos les hizo ver que más de una vez salía al amanecer.
Visitó las casas del pueblo, familia por familia, dando consejos y apoyos ante los problemas de hijos y matrimonio, dificultades sociales y morales. Visitas a cortijadas y aldeas, a los pueblos del Arciprestazgo, andando o en caballería. Más de una vez tuvo que atender a otras parroquias (Benatae, Puente de Génave o Segura de la Sierra) por ausencia del sacerdote. Y este quehacer pastoral suponía una carga física que podía llevar al cansancio y hasta el agotamiento. En determinadas temporadas le enviaron algún sacerdote joven como Coadjutor, ellos también fueron testigos de la caridad pastoral de don Francisco.
Sabía el valor de la oración y, cierto que oraba insistentemente como ya hemos dicho, pero también pedía oraciones a los Conventos de Clausura como medio eficaz para un apostolado fértil. El Convento carmelitano de Beas de Segura y el dominicano de Villanueva del Arzobispo fueron testigos de ello.
Aunque querido en Orcera y por sus habitantes, a don Francisco le tocó vivir un tiempo difícil durante los tres años que dirigió aquella parroquia. De nada podían acusarle, estaba cerca de los pobres, tanto que se le ha llegado a llamar "el padre de los pobres", atendía a todos los fieles, trabajaba por el Evangelio, era austero y hasta pobre; sin embargo la legislación y el ambiente creado con la República infeccionaba la situación, bastaba llevar sotana, ser religioso, ir a la iglesia y, lo más grave de todo ser sacerdote y peor, aún, ser el Párroco. Don Francisco era sacerdote de cuerpo y alma, era el Párroco y lo ejercía con verdadera pasión; por ello en aquellos tres años lo pasó mal.
Llega el año 1936, se impone el Frente Popular, las dificultades arrecian, del temor a la persecución se pasa a soportarla; don Francisco, como tantos otros sacerdotes y cristianos perciben la posibilidad del martirio y en él se afianzan deseos de recibirlo como testimonio de su Amor a Cristo. Sufrimientos, trabajo, quizá descuidada alimentación, su natural achacoso... hace se quebrante más la salud, de modo que el médico le aconseja marche a su pueblo para recuperarse con la familia; así lo hace el 13 de julio: llega a Villanueva, acompañado de Julio Zorrilla sacristán y amigo fidelísimo, saludos, bienvenidas... descansan en la vivienda familiar al día siguiente, conocida la muerte de don José Calvo Sotelo y ante las noticias que llegaban, don Francisco manifiesta su propósito de volver a la parroquia: "Me vuelvo a Orcera, mi sitio no está aquí", hace todo lo posible, pero su padre se lo impidió terminantemente. Razones de salud, peligros del momento...la esperanza de que pronto se volvería a la normalidad...; así que Julio marchó a Orcera y el párroco quedó en su pueblo natal contra su voluntad y con el corazón puesto en sus feligreses a los que hubiera consolado y fortalecido; parecía estar predestinado por Dios para el gran sacrificio.
Iniciada la guerra, don Francisco siguió por unos días celebrando la misa el las religiosas de Cristo Rey, amparado, quizá, por su condición sencilla y por ir a un centro asistencial para niños huérfanos y menesterosos; en realidad estas religiosas, al igual que las de los Desamparados, fueron respetadas por el trabajo que realizaban, aunque no así las dominicas de clausura, expulsadas del convento, saqueado y profanado.
Un día de mañana, de vuelta de la celebración en el Colegio, es detenido y cacheado junto a la Cruz Dorada, aunque sin más consecuencias; don Andrés, su padre, había sido encarcelado, lo que proporcionaba preocupación y desasosiego en la casa, el ambiente se enrarecía más y más, detención y ejecución de personas: religiosos trinitarios y otros sacerdotes seculares, saqueo de iglesias y conventos... todo lo cual hizo que nuestro sacerdote se recluyera en casa y no volviera a celebrar en el colegio.
En la predicación del Evangelio, la propagación de la religión mediante la catequesis e instrucción de los jóvenes, los cuadros e imágenes religiosas que tenía en su casa... todos estos "graves delitos" fueron la causa de su condena; en realidad el ser sacerdote y mantenerse firme y fiel a su fe era la verdadera causa de sentencias tan firmes como injustas y dolorosas. Y don Francisco mereció una de esas sentencias; su detención se llevó a cabo el día 28 de agosto de 1936; era la hora de comer, al medio día, llegaron al domicilio familiar, preguntaron por el cura, él se hizo presente y le pidieron entregara las imágenes y cuadros religiosos para profanarlos y destruirlos. "Eso nunca, contestó valientemente, haced conmigo lo que pretendéis hacer con las imágenes". A lo que respondió un miliciano "muchas ganas tienes de morir, pero por tarde que sea, temprano te ha de parecer". Se lo llevaron detenido entre empujones y mal trato. Le llevaron en un camión, tal como estaba en casa con un guardapolvo y en zapatillas, quiso ponerse la sotana y se lo impidieron, no le dejaron comer y dijeron que sólo tardaría un rato, que lo devolverían a casa. Salieron de Villanueva tomaron la carretera Córdoba-Valencia en dirección hacia Beas de Segura. Entre los olivos, cerca del cortijo de la Venta Porras, junto a la vía del ferrocarril proyectado Uriel-Baeza en la boca del túnel número 13, le fusilaron, le rociaron de gasolina y viendo que no moría casi descuartizaron su cuerpo. Así encontraron sus restos en 1939.
2. MANUEL BASULTO JIMÉNEZ, Obispo de Jaén
nacimiento: 17 Mayo 1860 en Adanero, Ávila (España)
martirio: 12 Agosto 1936 en Vallecas, Madrid (España)
3. FÉLIX PÉREZ PORTELA, sacerdote de la diócesis de Jaén
nacimiento: 21 Febrero 1895 en Adanero, Ávila (España)
martirio: 12 Agosto 1936 en Vallecas, Madrid (España)
4. FRANCISCO LÓPEZ NAVARETTE, sacerdote de la diócesis de Jaén
nacimiento: 02 Marzo 1892 en Villanueva del Arzobispo, Jaén (España)
martirio: 28 Agosto 1936 en Villanueva del Arzobispo, Jaén (España)
5. JOSÉ MARÍA POYATOS RUIZ, joven laico de la diócesis de Jaén
nacimiento: 20 Octubre 1914 en Vilches, Jaén (España)
martirio: 03 Octubre 1936 en Úbeda, Jaén (España)
6. FRANCISCO SOLÍS PEDRAJAS, sacerdote de la diócesis de Jaén
nacimiento: 09 Julio 1877 en Marmolejo, Jaén (España)
martirio: 03 Abril 1937 en Mancha Real, Jaén (España)
Por: Andrés Sánchez Sánchez | Fuente: Mártires de nuestro tiempo. Pasión y gloria de la Iglesia abulense
Fecha de beatificación: 13 de octubre de 2013, durante el pontificado de S.S. Francisco.
El 18 de diciembre de 1926, es ordenado presbítero. Le fueron conferidas todas las órdenes por el prelado abulense doctor Don Enrique Plá y Deniel, futuro cardenal primado de España.
Don Agustín, ya sacerdote, desempeñó en la diócesis de Ávila varios cargos pastorales. El día 3 de marzo de 1927 fue nombrado cura ecónomo de Horcajo de la Ribera, permaneciendo pocos meses en esta parroquia. Cesa en ella para incorporarse al servicio militar, como capellán con las tropas españolas en África. Con este destino permanece parte del año 1927, todo 1928 y primeros meses de 1929.
Al volver a la Península es nombrado don Agustín cura ecónomo de El Mirón. Es el día 16 de abril de 1929. No llegó a un año su permanencia en esta parroquia. Pues el día 7 de enero de 1930 recibe el nombramiento de cura ecónomo de San Juan de la Nava. Sería también por pocos meses, ya que el 20 de octubre del mismo año es trasladado, como coadjutor, a la parroquia de Santo Domingo, en Arévalo. Muy pocos meses de duración. A los nueve recibe el nombramiento de cura regente de Parrillas, diócesis de Ávila, aunque pertenezca a la provincia de Toledo.
El prelado le traslada, año y medio después, a una nueva parroquia. Ahora se trata de Bohoyo. Es el día 3 de diciembre de 1932. Aquí permanecerá hasta abril de 1935. Previo concurso a parroquias, don Agustín Bermejo Miranda recibe el nombramiento de párroco de Hoyo de Pinares el día 27 de abril de 1935. Aquí permanecerá hasta su muerte violenta, acaecida el día 28 de agosto de 1936. Corta fue su permanencia. Un año y cuatro meses.
Como vemos, durante sus diez años de sacerdote tuvo que cambiar con mucha frecuencia. En ocho cargos diocesanos distintos. La obediencia al prelado fue su norma de actuación. No pide explicaciones. Obedece con prontitud.
Don Agustín había llegado a Hoyo de Pinares a finales de abrilde 1935. Y en ella quiso y supo desarrollar una prodigiosa y eficaz actividad como buen pastor de almas. A pesar de que los tiempos iban siendo ya muy difíciles en la etapa final de la Segunda República española.
Se distinguió don Agustín por su intensa vida de piedad. Por su paternal y solícita atención a los niños y jóvenes. Por su vida pobre y sencilla. Por su plena dedicación a la frecuente visita de enfermos. Por sus especiales y constantes obras de caridad en favor de los pobres. Todo esto le granjeó gran estima y veneración entre sus feligreses. Incluso, por los que políticamente estaban muy alejados de la práctica religiosa o iban atacando más y más a la religión. Era notable la influencia de la virulenta actividad de las organizaciones comunistas, socialistas y revolucionarias de izquierdas. La Propaganda atea y anticatólica iba minando la población, especialmente durante el tiempo en que don Agustín estuvo en Hoyo de Pinares. La cercanía de este pueblo con Madrid influía no poco en este sentido.
El sacerdote fue muy celoso, prudente, trabajador, amable, abnegado, piadoso, preocupado por ayudar a todos, sembrador de paz y de comprensión, aunque los tiempos eran difíciles. Por todo ello, cuando empieza el peligro para su vida, los feligreses le aseguran que no le pasará nada. Quizá esperaban, con tales palabras, tranquilizar a su ya anciana madre, que vivía con él.
La iglesia parroquial fue incautada el día 19 de julio, es el día siguiente del estallido bélico. Quedó convertida, por el comité rojo, en almacén de víveres. El templo, en su arquitectura, no sufrió importantes desperfectos. Las imágenes de San Roque y de San Sebastián sí resultaron deterioradas. Desaparecieron también varios objetos de culto. Fueron profanados los ornamentos sagrados. El púlpito fue utilizado por los milicianos rojos «para predicar».
Tiene esta iglesia y el pueblo de Hoyo de Pinares como patrono al arcángel San Miguel. Su fiesta se celebra el día 29 de septiembre. Precisamente en esta fecha saquearon la iglesia. Al elegir ese día buscaban los milicianos comunistas herir más y más los sentimientos religiosos de los católicos practicantes.
Don Agustín y su madre fueron confinados a la vivienda parroquial, ya no puede celebrar la misa, ni otros actos de culto, ni podrá salir de la casa. Es consciente de su peligrosa situación. Queda agravada en su percepción por la suerte, que esperaría a su anciana madre. Algunos feligreses le ofrecen la salida del pueblo y su huida hacia la capital. La ciudad de Ávila no estuvo bajo el dominio marxista. El párroco no quiere abandonar a sus feligreses, ni a su madre. Le retiene el cumplimiento de sus deberes de buen pastor y de buen hijo.
El párroco y su madre, son atendidos por algunos feligreses, que se acercan -corriendo no pequeño riesgo- les acompañan y les llevan comida, noticias, consuelo.
Muy pronto don Agustín recibe dos noticias que le hacen sufrir y le van clarificando el trágico final que a él le aguarda. Se entera de la muerte violenta de dos sacerdotes vecinos: el párroco de Navalperal de Pinares, don Basilio Sánchez García, y el de Cebreros, don José Máximo Moro Briz, asesinados por los milicianos comunistas los días 23 y 24 de julio respectivamente. Puede vislumbrar su propia muerte. El pensar en su madre aumenta su preocupación.
Don Agustín confía en Dios. Pase lo que pase. Las largas horas de los días en que permanece custodiado en la casa rectoral las emplea en constante oración mental y vocal. Estudia y lee. Llegado el día 28 de agosto de este año 1936, transcurridos ya 40 días desde que le han encerrado en la vivienda, bien vigilado y custodiado por los milicianos, el párroco ve cómo le llega el final.
Van a buscarle. Es de madrugada. Las siete horas, poco más o menos. Son cuatro los milicianos comunistas que llaman a la puerta de la vivienda. Van armados. Les abre la madre de don Agustín. No hay duda de que le van a coger preso. Inmediatamente se presenta el sacerdote. Madre e hijo se estrechan en apretado abrazo. Ha llegado la hora del supremo dolor. Los dos lo suponen inevitable. Se confortan. Siguen abrazados. ¡Qué escena! Tal gesto no impresiona a los milicianos. Uno de ellos se atreve, burlón, a echar en cara al párroco su debilidad porque llora y sigue abrazando a su anciana madre. Le tacha de cobarde tal actitud en un hombre. Don Agustín le contesta, sin odio, con amor: «Abrazar y besar a una madre por última vez no es actitud de cobardes, sino de buenos hijos, de hombres fuertes».
Le cogen prisionero. A la fuerza cortan el prolongado abrazoentre madre e hijo. En el suelo queda tendida la madre. ¿Sería porun golpe del miliciano? ¿Sería un explicable desvanecimiento?
Un coche, preparado al efecto, recibe a don Agustín y a los perseguidores. Y emprenden la marcha. Se van en dirección a Cebreros. En realidad siguen hacia El Barraco. Llegan al pantano de Burguillo. Pasan el llamado puente de la Gaznata. A unos 300 metros de la caseta de los camineros, junto a la pared de una viña, matan los milicianos a don Agustín, párroco de Hoyo de Pinares. Era cerca del mediodía del 28 de agosto de 1936. Es el término municipal de El Barraco. Se oyó comentar que uno de los milicianos, que había intervenido directamente en la muerte violenta de don Agustín, afirmó en la plaza que el párroco había muerto de manera muy valiente; que no habían podido obtener de él que cerrarse el puño, como signo de ser comunista; y que murió diciendo «¡viva Cristo Rey!».
En el lugar del asesinato, el cadáver quedó insepulto, de momento. Volvieron después los milicianos e intentan quemar los restos mortales. Unos camineros enterraron allí mismo lo que quedaba del cadáver de don Agustín. Algún tiempo después los restos fueron exhumados y trasladados, en primer lugar, al cementerio de El Barraco y finalmente a la iglesia parroquial de Puerto de Castilla.
2. JOSÉ GARCÍA LIBRÁN, sacerdote de la diócesis de Ávila
nacimiento: 19 Agosto 1909 en Herreruela de Oropesa, Toledo (España)
martirio: 14 Agosto1936 en Pedro Bernardo, Ávila (España)
3. JUAN MESONERO HUERTA, sacerdote de la diócesis de Ávila
nacimiento: 12 Septiembre 1913 en Rágama, Salamanca (España)
martirio: 15 Agosto 1936 en Arenas de San Pedro, Ávila (España)
4. DAMIÁN GÓMEZ JIMÉNEZ, sacerdote de la diócesis de Ávila
nacimiento: 12 Febrero 1871 en Solana de Rioalmar, Ávila (España)
martirio: 19 Agosto 1936 en Puerto del Pico, Ávila (España)
5. AGUSTÍN BERMEJO MIRANDA, sacerdote de la diócesis de Ávila
nacimiento: 10 Abril 1904 en Puerto Castilla, Ávila (España)
martirio: 28 Agosto 1936 en El Barraco, Ávila (España)