21 DE JUNIO SAN LUIS GONZAGA RELIGIOSO
PALABRA DE DIOS DIARIA
Por: . | Fuente: Santopedia.com
Se esforzó en seguir el ejemplo del fundador de su orden, Domingo de Guzmán, por ello se le consideró modelo de perfección para sus cofrades y el pueblo.
Considerada una de las grandes místicas del siglo XIV. Sus experiencias las escribe en Las revelaciones o Diarios y la colección de elevaciones espirituales llamada Padrenuestro, donde hace patente el gran amor que le une con el Creador.
Muere en su convento con fama de santidad. Su culto fue confirmado y ratificado por Juan Pablo II en 1979. Fue la primera beatificación de su pontificado.
El día 20 de junio se celebra la fiesta de la Santísima Virgen del Consuelo, patrona especial de Turín y del Piamonte.
El culto de la Virgen del Consuelo data del siglo XI, cuando se amplió el primitivo edificio dedicado a San Andrés y se erigió, en el transcurso del siglo XVIII el Santuario de la Consolación, una de las iglesias más bellas y más amadas por los habitantes de Turín.
En relación con el culto de la Virgen del Consuelo, se narra que, en el mismo sitio en que hoy admiramos el santuario, había un pequeño templete que se vio destruido en una de las invasiones de los bárbaros.
Algunos años después, en la ciudad de Briançon, un hombre ciego de nacimiento, tuvo en sueños una visión de la Virgen María que le exhortó a llegarse a Turín para buscar un cuadro con su efigie que se había extraviado.
El hombre, llegado a aquel sitio, recobró milagrosamente su vista y pudo ver a la Virgen, quien se presentó como "Consoladora" y se convirtió en la patrona de Turín.
Hoy, la Virgen del Consuelo no sólo es venerada por muchísimos fieles que a ella imploran gracia y consuelo y que con fe y con devoción participan en la procesión que, todos los años durante su celebración, sale del Santuario y serpentea por las calles de la ciudad.
Ella es también la Madre inspiradora de los misioneros que, en su nombre, se empeñan en llevar el Evangelio por todo el mundo. Al igual que María, que veneran bajo el título de Consolación, pretenden llevar al mundo el auténtico Consuelo que es Jesús, el Evangelio y con ello su presencia junto a los marginados, con la ayuda a los afligidos, la cura a los enfermos, la defensa de los derechos humanos y el fomento de la justicia y de la paz.
Por todo eso, ellos se dedican a la Misión de forma total, sin ninguna clase de vínculos, alejados de la materialidad de las cosas, profesando la pobreza y la obediencia en el espíritu de la beatitud evangélica.
Por: P. Felipe Santos |
Fue una magnífica mujer religiosa que, en toda su vida, se enamoró de la Regla de san Benito.
Con ella escaló la cima de la santidad. El cumplimiento de la Regla constituyó para la Orden Benedictina el factor principal para extenderse por todo el mundo.
Elia se preocupó durante todo el tiempo que fue abadesa de una abadía, la de Ohren, en la que había doce hermanas. Supo con santidad, elegancia y finura tratar a todas y a cada una en particular con el detalle que emana de su gran corazón.
Ella fue consciente de que era como una madre para sus hijas en la comunidad. El título de abadesa se usa en los Benedictinos, Claras y en ciertos colegios de las canonizas. Ella tenía el derecho de llevar el anillo y la cruz como símbolo de su rango.
Fue la quinta abadesa del monasterio de Ohren (Treviri) y murió en el año 750.
Hay libros de rezos que hacen mención específica de ella. Podemos enumerar entre otros el breviario del arzobispo Balduino, los calendarios de san Irmino, de san Máximo en el esplendoroso siglo XIV.
También la rememoran el Greven en las Actas del Martirologio de Usuardo.
En los martirologios benedictinos, desde el fin de Wion, su fiesta pasó a fijarse definitivamente el 20 de junio. En realidad se hizo porque era costumbre poner el día en el cual subía al cielo tras su muerte.
Desde ese lejano tiempo, esta santa abadesa no pierde actualidad porque la reliquia de su brazo está hoy en el gran monasterio franciscano de Ohren.
¡Felicidades a quien lleve este nombre!
Comentarios al P. Felipe Santos: fsantossdb@hotmail.com
Martirologio Romano: En Roma, Italia, Beata Elena Aiello, religiosa mística y fundadora de la Congregación de Religiosas Mínimas de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo († 1961)
Fecha de beatificación: 14 de septiembre de 2011, bajo el pontificado de S.S. Benedicto XVI
Breve Biografía
Sor Elena Aiello nació en abril de 1895 en Montalto Uffugo (Cosenza, Italia). Se dice que ya de muy chiquita enseñaba el catecismo a niños menores que ella. En 1920 intentó entrar en las Hermanas de la Preciosísima Sangre, para lo que se dirigió al noviciado que estas religiosas tenían en Pagani. Tuvo que volver a Montalto por muy graves problemas de salud, cuya curación atribuyó a la intercesión de Santa Rita de Casia.
En marzo de 1922 mientras practicaba en privado la devoción de los trece viernes de San Francisco de Paula, recibió los estigmas al tiempo que su rostro sudaba sangre. Desde entonces la efusión de sangre en su cara es un fenómeno que se repetirá cada viernes de marzo y especialmente en Viernes Santo; al fenómeno físico del sangrado se unía el dolor, la privación de los sentidos, el hablar proféticamente en nombre de Jesús, de María o de San Francisco de Paula.
En 1928 con Gina Mazza dan inicio en Cosenza a las Mínimas de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, con el objetivo de honrar la Pasión del Señor y socorrer espiritual y materialmente a los pobres, especialmente a la infancia necesitada. El instituto obtuvo el reconocimiento de derecho pontificio en 1948.
Entre sus muchas profecías y avisos, Sor Elena advirtió el trágico fin de Mussolini. El dictador italiano murió fusilado el 28 de abril de 1945 tras ser detenido cuando trataba de escapar de Italia disfrazado de soldado alemán.
"¿Os acordáis cuando el 7 de julio del año pasado me preguntabais que le podría ocurrir al Duce, y que yo os respondí que si no permanecía unido al Papa, tendría un fin peor que el de Napoleón? Ahora os repito las mismas palabras: si el Duce no salva Italia haciendo todo cuanto diga y haga el Santo Padre, pronto caerá", decía la profecía.
Sin embargo, su profecía más conocida es la del Viernes Santo de 1954 en la que, entre otras cosas, advirtió los escándalos en la Iglesia por los pecados de los sacerdotes: "Escucha bien lo que digo y comunícalo a todos: Mi corazón está triste por los muchos sufrimientos que amenazan a este mundo. La justicia de nuestro Padre Celestial está ofendida gravemente. El mundo está inundado por una crecida de corrupción. Los gobiernos de los pueblos se han levantado como demonios en carne humana, y mientras hablan de paz, preparan la guerra con instrumentos devastadores, para aniquilar pueblos y naciones. Innumerables escándalos llevan las almas a la ruina, especialmente de la juventud".
"El hogar, fuente de la fe y de santidad, está manchado y destruido. Continúan viviendo pertinazmente en sus pecados. Cerca está el azote para limpiar la tierra del mal. La Justicia divina reclama la satisfacción de tantas ofensas y maldades que cubren la tierra y no se puede tolerar más. Los hombres obstinados en sus culpas no se vuelven a su Dios. La gente no se somete a la Iglesia, y desprecia a los sacerdotes por haber muchos malos entre ellos, que son causa de escándalos".
"Hacen falta oración y sacrificios, que vuelvan a los hombres a Dios y a mi Corazón Inmaculado. Propaga a gritos todo esto, en todo el mundo, como eco verdadero de mi voz. Hazlo saber porque ayudará a salvar muchas almas e impedirá mucha destrucción en la Iglesia y en el mundo"
Elena Aiello falleció el 19 de junio de 1961.
Conocida popularmente como "la monja santa de Calabria", se introdujo oportunamente su proceso de canonización; en 1991 fue declarada Venerable. El 2 de abril de 2011 el Papa Benedicto XVI firmó el Decreto relativo al milagro atribuido a la intercesión de Elena Aiello.
Etimológicamente: Lamberto = Aquel que es popular en su país, es de origen germánico.
No obstante, aunque, como consecuencia de tan triste acontecimiento, la actual cripta de la parroquia de Santa Engracia no presente prácticamente nada de su primitiva planta ni casi de sus primeros materiales, sabemos que se trata de uno de los templos más antiguos y venerables de la cristiandad. Se construyó la cripta en época constantiniana, para recoger en ella los restos de los mártires zaragozanos. Un sarcófago del siglo IV, en el que arqueólogos y teólogos quieren ver la primera representación iconográfica del misterio de la Asunción de Nuestra Señora, es testimonio de la gran antigüedad de la cripta. En ella se conservaban, y se conservan, las cenizas de los mártires de Zaragoza, las "santas masas", junto a las de Santa Engracia y a las de San Lamberto.
De todos estos mártires hace mención el 16 de abril el martirologio romano. No obstante, la fiesta de San Lamberto se celebra en la diócesis de Zaragoza y en algunas otras de Aragón el día 19 de junio, impedida como está la fecha del 16 de abril por la fiesta misma de Santa Engracia. Por otra parte, en este mismo día 19 se encontraba su fiesta en alguno de los antiguos martirológios, incluido el romano, en sus primeras ediciones.
Esta coincidencia en una misma fecha de la conmemoración de los mártires de Zaragoza y de San Lamberto dio pie a una antigua leyenda, que, según los Bolandos. y según el unánime criterio de todos los historiadores modernos, en manera alguna puede sostenerse, falta por completo del más mínimo apoyo documental o arqueológico. Según ella San Lamberto, por los mismos días de Daciano, había sido decapitado por odio a su religión cristiana. Tomando entonces su cabeza entre las manos, había marchado al lugar en que estaban las cenizas de los mártires, y su cuerpo se había unido a ellas, conservándose únicamente la cabeza. Ni el nombre de Lamberto, de clara estirpe nórdica y desusado, por tanto, en la España romana, ni el corte de la narración, claramente inspirada en una errónea interpretación de la costumbre medieval de presentar a los mártires decapitados con su cabeza entre las manos, ni la debilidad del fundamento de dar algún martirologio su nombre el mismo día que el de los otros mártires, permiten tomar esta leyenda en serio.
Nos queda, pues, bien poca cosa. La existencia de un mártir llamado Lamberto. La época probable de su martirio, muy verosimilmente cuando Zaragoza gemía bajo la dominación de los moros. El dato de que ese martirio ocurrió en Zaragoza. Y la tradición, que parece tener cierto fundamento, de que se trataba de un labrador. Esto es todo.
El caso de San Lamberto no es único, ni mucho menos, en el martirologio. Son legión los mártires de los que sólo nos ha quedado la mención escueta de sus nombres. Y aun algunos ni eso nos han dejado. Santos hay, como los cuatro coronados, que han pasado incluso al mismo culto litúrgico universal sin que sepamos cómo se llamaban. Fenómeno este que se presta a muy provechosas reflexiones.
Limitar la santidad únicamente a los santos de los que se ha tenido pormenorizada noticia y cuyo martirio o heroicas virtudes constan de forma plena y con todos los trámites jurídicos, sería hacer grande injuria a la verdad que todos los días presenciamos. En el siglo XX nos consta la existencia de martirios, tras el telón de acero por ejemplo, de los que nunca llegará a saberse con exactitud qué es lo que ocurrió. Dígase lo mismo de las virtudes heroicas. ¡En cuántas diócesis y en cuántas casas religiosas se conserva viva la memoria del olor de santidad que tras sí dejaron sacerdotes, seglares o religiosos, que luego, por circunstancias a veces de orden político, en ocasiones de tipo económico, en otras ocasiones de simple descuido humano, no se llegó a recoger y plasmar jurídicamente! La Iglesia recuerda a todos ellos en la fiesta de Todos los Santos. Y conserva con cariño la mención que la Historia le ha legado de algunos desconocidos, como San Lamberto, en su universal martirologio.
Los modernos hagiógrafos nos explican lo sucedido en estos casos. Lamberto era un labrador santo que dio su sangre por Cristo. A los primeros destinatarios del martirologio que recogió su nombre no hacía falta decirles más. Unos le recordarían personalmente: otros habrían oído hablar de él a sus padres o amigos. La simple mención de su martirio, el día de su natalicio para el cielo, bastaba. Pero los años pasaron; las circunstancias, que antes eran tan conocidas, se fueron borrando de la memoria de los hombres, y la hermosa y edificante historia del santo labrador quedó reducida a sólo su nombre en el martirologio. Es decir, no a eso sólo, porque Lamberto gozaba ya en el cielo del premio a su heroísmo e interponía su mediación en favor de quienes, corno los labradores de las tierras de Teruel, se refugiaban bajo su glorioso patrocinio.
Para el cristiano, su nombre, como el de tantos otros a quienes pudiéramos llamar "santos sin historia, es fuente de gran consuelo. Lo que al tender a la santificación buscamos no es una gloria humana, efímera y frágil, como lo demuestra el caso de estos hombres que un día hicieron actos heroicos que hoy desconocemos por completo, sino una gloria mil veces más firme y duradera. Lo que hoy no sabemos lo supo y lo sigue sabiendo Dios, que es quien se lo premia. Nuestras acciones buenas, aun las mal interpretadas por los hombres que nos rodean, son bien conocidas por Dios, nuestro supremo y último Juez. Y este su definitivo juicio, y no el contingente de la Historia, es el que verdaderamente nos interesa. Nada sabe la Historia hoy de San Lamberto. Pero él goza de la visión de Dios, que con sus desconocidas acciones mereció en sus tiempos.
Nos quedan, en cambio, sus reliquias. Perdida la memoria de la existencia misma de la cripta de Santa Engracia, el 12 de marzo de 1389, al realizar unas obras, apareció de nuevo, y se reavivó con esta ocasión el culto de los mártires. Pero todavía recibió mayor impulso con motivo del paso del papa Adriano VI por Zaragoza. Sabido es que este papa fue elegido encontrándose en Vitoria y que desde esta ciudad emprendió su viaje hasta Tortosa, donde embarcó para ir a Roma. Forzoso le era, siguiendo el curso del Ebro, pasar por Zaragoza, y así lo hizo, visitando entonces la iglesia de las Santas Masas, o de Santa Engracia. Mostró con esta ocasión particular devoción a Lamberto, glorioso homónimo de otros santos de ese mismo nombre, muy venerados en su tierra natal de Flandes. Y tanta fue su devoción, que mandó el Papa abrir el sepulcro para tomar de él alguna reliquia Y ocurrió que, al separar una quijada del santo cuerpo, salió tanta copia de sangre, según nos cuenta el célebre historiador padre Risco, que fue necesario recibirla en una fuente de plata, y hoy se conserva una buena porción de ella en un relicario de cristal.
La devoción mostrada por Adriano VI y el suceso prodigioso de salir sangre fresca del cuerpo santo, acrecentó la devoción de Zaragoza hacia San Lamberto. Por eso se determinó edificar en el sitio en que San Lamberto fue martirizado un convento de la Orden de la Santísima Trinidad. Se comenzó éste el año 1522, concurriendo los zaragozanos con copiosas limosnas, Para estimularles en esta tarea expidió el Papa el 22 de junio del mismo año un breve, en el que expresa con gran ternura su devoción hacia este santo. Cuenta Adriano VI cómo se había dirigido a él el padre Juan Ferrer, de la Orden de la Santísima Trinidad, exponiéndole el propósito que tenían de edificar el convento en el sitio en que se había verificado el martirio, y en el que aún se conservaba una mata plantada por el mismo Santo. "Nos, considerando el grandísimo afecto de devoción que ya desde hace tiempo teníamos a ese Santo, y continuamos teniéndole..., concedemos las indulgencias solicitadas."
Concluido el convento, se trasladó a él una canilla del brazo de San Lamberto con parte de la sangre de que se ha hecho memoria. En los tiempos siguientes se mejoró todavía más su fábrica, llegando a ser, cuando el padre Risco escribe, "un convento suntuoso, que mantiene un buen número de religiosos, cuya virtud y observancia hacen resplandecer el espiritual edificio.
Desaparecido el convento con los tristes avatares de la desamortización, la devoción a San Lamberto se refugió únicamente en la cripta de la iglesia de Santa Engracia. La voladura del monasterio, ocurrida en 1808, respetó las reliquias de los santos. Llevadas a la Seo, pasaron después a la sacristía del Pilar y a una de las parroquias de Zaragoza, hasta que, restaurada la cripta entre los años 1813 a julio de 1819, pudieron volver a ella. La cripta no tiene ya el carácter vetusto y primitivo que un día debió de tener. No obstante, los zaragozanos, a cuya diócesis se incorporó recientemente la parroquia de Santa Engracia, que durante siglos perteneció a la de Huesca, continúan siendo fieles a la devoción a sus gloriosos mártires, a los que el 26 de abril de 1480 tomaron por patronos de la ciudad. El Concejo de ésta ejerce, a su vez, patronato sobre la misma cripta.
¡Felicidades a quien lleve este nombre!
Por: . | Fuente: Vatican.va
Estudió en el internado de los hermanos de San Juan Bautista de la Salle de Casseneuil, donde tuvo dificultades debido a su falta de memoria. Tanto en su casa como en el internado recibió una sólida formación cristiana y, poco a poco, creció en él el deseo profundo de ser sacerdote.
Su párroco, D. Filhol, le apreciaba mucho y le ayudó en sus estudios por medio de un vicario, pero su poca memoria siguió siendo un obstáculo para su ingreso en el seminario menor. Mientras tanto, el adolescente fue introduciéndose en el silencio, el recogimiento y la oración. El párroco Filhol le sugirió que se dirigiera a la Trapa: el joven de 16 años aceptó sin dudarlo. Tras un tiempo de prueba en la casa parroquial, Joseph entró en la abadía cisterciense de Santa María del Desierto (diócesis de Toulouse, Francia) el 5 de diciembre de 1894.
En ese momento el maestro de novicios era el Padre André Malet. Él sabia captar las necesidades de las almas y responder a ellas con humanidad. Desde el primer encuentro manifestó su benevolencia: «!Confía! yo te ayudaré a amar a Jesús». Los hermanos del monasterio no tardaron en mostrar aprecio por el recién llegado: Joseph no era ni discutidor ni gruñón, sino que siempre estaba contento y sonriente.
Contemplando frecuentemente a Jesús en su pasión y en la cruz, el joven monje se impregnó del amor a Cristo. El «camino del Corazón de Jesús», que le enseñó el Padre André, es una llamada incesante a vivir el instante presente con paciencia, esperanza y amor. El Hermano Joseph-Marie es consciente de sus lagunas y su debilidad. Pero se fía cada vez más de Jesús que es su fuerza. No le gustan las medias tintas. Quiere darse totalmente a Cristo. Su divisa lo atestigua: «Todo por Jesús, todo por María». Fue admitido a pronunciar sus votos definitivos el 24 de mayo del 1900, en la fiesta de la Ascensión.
A partir de entonces comenzó su preparación al sacerdocio. El Hermano Joseph-Marie lo deseaba sobre todo en función de la Eucaristía. Ésta es para él la realidad presente y viviente de Jesús: el Salvador entregado totalmente a los hombres, cuyo corazón traspasado en la cruz, acoge con ternura a los que acuden a Él con confianza. Los cursos de teología que le dio un hermano poco comprensivo causaron afrentas muy dolorosas en la viva sensibilidad del joven monje. En todas las contradicciones él se apoya en Cristo presente en la Eucaristía, «la única felicidad en la tierra», y confía su sufrimiento al Padre André que lo ilumina y reconforta. Finalmente, habiendo aprobado los exámenes, tiene la inmensa alegría de recibir la ordenación sacerdotal el 12 de octubre de 1902.
Pronto constatan que está afectado de tuberculosis. El mal está muy avanzado. El joven sacerdote no revela sus sufrimientos hasta el momento en que no puede ocultarlos más: por qué quejarse cuando se medita frecuentemente el Vía Crucis del Salvador? A pesar de su estancia de siete semanas con su familia, a petición del Padre Abad, sus fuerzas declinan cada vez más. A su regreso al monasterio, lo mandan a la enfermería donde tuvo una nueva ocasión de ofrecer, por Cristo y la Iglesia, sus sufrimientos físicos cada vez más intolerables, agravados por las negligencias de su enfermero. Más que nunca, el Padre André le escucha, le aconseja y le sostiene. Joseph-Marie dijo: «Cuando no pueda celebrar más la Misa, Jesús podrá retirarme de este mundo». El 17 de Junio de 1903, por la mañana, tras comulgar, el Padre Joseph-Marie alcanzó para siempre a Cristo Jesús.
El 9 de junio de 1984, el Santo Padre Juan Pablo II reconoció la heroicidad de sus virtudes, beatificándolo el 3 de octubre de 2004 en la Plaza de San Pedro en Roma.
A veces se ha subrayado la banalidad de esta corta existencia: dieciséis años discretos pasados en Casseneuil y nueve años en la clausura de un monasterio, haciendo cosas simples: oración, estudios, trabajo. Cosas simples, sí, pero supo vivirlas de forma extraordinaria; pequeñas acciones, pero realizadas con una generosidad sin límites. Cristo puso en su espíritu, limpio como agua de manantial, la convicción de que sólo Dios es la suprema felicidad, que su Reino es semejante a un tesoro escondido y a una perla preciosa.
El mensaje del Padre Joseph-Marie es muy actual: en un mundo de desconfianza, a menudo víctima de la desesperación, pero sediento de amor y de ternura, su vida puede ser una respuesta, sobre todo para los jóvenes que buscan un sentido a la propia vida. Joseph-Marie fue un adolescente sin relieve ni valor a los ojos de los hombres. Debe el acierto de su vida al encuentro impresionante con Jesús. Supo seguirle en una comunidad de hermanos, con el apoyo de un Padre espiritual que fue al mismo tiempo testimonio de Cristo y capaz de acoger y comprender.
Él es para los pequeños y humildes un magnífico modelo. Les enseña cómo vivir, día tras día, para Cristo, con amor, energía y fidelidad, aceptando ser ayudados por un hermano o una hermana experimentados, capaces de conducirlos tras las huellas de Jesús.
Reproducido con autorización de Vatican.va
Martirologio Romano: En Padua, en el territorio de Venecia, san Gregorio Barbarigo, obispo, que instituyó un seminario para clérigos, enseñó el catecismo a los niños en su propio dialecto, celebró un sínodo, mantuvo coloquios con su clero y abrió muchas escuelas, mostrándose liberal con todos y exigente consigo mismo. († 1697)
Fecha de beatificaciòn: 20 de septiembre de 1761 por el Papa Clemente XIII
Fecha de canonización: 26 de mayo de 1960 por el Papa San Juan XXIII
Breve Biografía
Este simpático santo nació en Venecia (Italia) en 1632, de familia rica e influyente. La madre murió de peste de tifus, cuando el niño tenía solamente dos años. Pero su padre, un excelente católico, se propuso darle la mejor formación posible.
El papá lo instruyó en el arte de la guerra y en las ciencias, y lo hizo recibir un curso de diplomacia, pero al joven Gregorio lo que le llamaba la atención era todo lo que tuviera relación con Dios y con la salvación de las almas.
Estudiando astronomía admiraba cada día más el gran poder de Dios, al contemplar tan admirables astros y estrellas en el firmamento.
Deseaba ser religioso, pero su director espiritual le aconsejó que más bien se hiciera sacerdote de una diócesis, porque tenía especiales cualidades para párroco. Y a los 30 años fue ordenado sacerdote.
Un amigo suyo y de su familia, el Cardenal Chigi, había sido elegido Sumo Pontífice con el nombre de Alejandro VII, y lo mandó llamar a Roma. Allá le concedió un nombramiento en el Palacio Pontificio y le confió varios cargos de especial responsabilidad.
Y en ese tiempo llegó a Roma la terrible peste de tifo negro (la que había causado la muerte a su santa madre) y el Santo Padre, conociendo la gran caridad de Gregorio, lo nombró presidente de la comisión encargada de atender a los enfermos de tifo. Desde ese momento Gregorio se dedica por muchas horas cada día a visitar enfermos, enterrar muertos, ayudar viudas y huérfanos y a consolar hogares que habrían quedado en la orfandad.
Acabada la peste, el Sumo Pontífice le ofrece nombrarlo obispo de una diócesis muy importante, Bérgamo. El Padre Gregorio le pide que lo deje antes celebrar una misa para saber si Dios quiere que acepte ese cargo. Durante la misa oye un mensaje celestial que le aconseja aceptar el nombramiento. Y le comunica su aceptación al Santo Padre.
Llega a Bérgamo como un sencillo caminante, y a los que proponen hacerle una gran fiesta de recibimiento, les dice que eso que se iba a gastar en fiestas, hay que emplearlo en ayudar a los pobres. Luego él mismo vende todos sus bienes y los reparte entre los necesitados y se propone imitar en todo al gran arzobispo San Carlos Borromeo que vivía dedicado a las almas y a las gentes más abandonadas. En Bérgamo jamás deja de ayudar a quien le pide, y los pobres saben que su generosidad es inmensa.
Propaga libros religiosos entre el pueblo y recomienda mucho los escritos de San Francisco de Sales. En sus viajes misioneros se hospeda en casas de gente muy pobre y come con ellos, sin despreciar a nadie. Después de pasar el día enseñando catecismo y atendiendo gentes muy necesitadas, pasa largas horas de la noche en oración. El portero del palacio tiene orden de llamarlo a cualquier hora de la noche, si algún enfermo lo necesita. Y aun entre lluvias y lodazales, a altas horas de la noche se va a atender moribundos que lo mandan llamar. Y es obispo.
El médico le aconseja que no se desgaste tanto visitando enfermos, pero él le responde: "ese es mi deber, y ¡no puedo obrar de otra manera!".
El Sumo Pontífice lo nombra obispo de una ciudad que está necesitando mucho un obispo santo. Es Padua. Los habitantes de Bérgamo decían: "Los de Milán tuvieron un obispo santo, que fue San Carlos Borromeo. Nosotros también tuvimos un obispo muy santo, Don Gregorio. Que gran lástima que se lo lleven de aquí".
En Padua se encuentra con que los muchachos no saben el catecismo y los mayores no van a Misa los domingos. Se dedica él personalmente a organizar las clases de catecismo y a invitar a todos a la S. Misa. Recorrió personalmente las 320 parroquias de la diócesis. Organizó a los párrocos y formó gran número de catequistas. Aun a las regiones más difíciles de llegar, las visitó, con grandes sacrificios y peligros. En pocos años la diócesis de Padua era otra totalmente distinta. La había transformado su santo obispo.
El nuevo Pontífice Inocencio XI nombró Cardenal a Monseñor Gregorio Barbarigo, como premio a sus incansables labores de apostolado. El siguió trabajando como si fuera un sencillo sacerdote.
Fundó imprentas para propagar los libros religiosos, y se esmeró con todas sus fuerzas por formar lo mejor posible a los seminaristas para que llegaran a ser excelentes sacerdotes.
Todos estaban de acuerdo en que su conducta era ejemplar en todos los aspectos y en que su generosidad con los pobres era no sólo generosa sino casi exagerada. La gente decía: "Monseñor es misericordioso con todos. Con el único con el cual es severo es consigo mismo". Su seminario llegó a tener fama de ser uno de los mejores de Europa, y su imprenta divulgó por todas partes las publicaciones religiosas. El andaba repitiendo: "para el cuerpo basta poco alimento y ordinario, pero para el alma son necesarias muchas lecturas y que sean bien espirituales".
San Gregorio Barbarigo murió el 18 de junio de 1697 y fue beatificado en 1761 y canonizado por S.S. Juan XXIII, el 26 de mayo de 1959.
Isabel llegó a ver el monasterio como su propia casa, e hizo votos en 1147.
Ella fue vidente, empezando en 1152 comenzó a tener éxtasis místicos y visiones, poseía el don de la profecía, y sufrió ataques de fuerzas demoniacas.
Con la ayuda de su hermano Egberto, monje y abad, escribió tres volúmenes que describen sus visiones.
Fue abadesa de Schönau desde 1157 hasta su muerte, el 18 de junio de 1164.
Nunca a sido formalmente canonizada, pero su nombre consta en el Martirologio Romano.
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Desde su primera juventud, habiendo rehusado al matrimonio, vistió el hábito de las Hermanas de la Penitencia de Santo Domingo, cultivando en grado sumo las virtudes cristianas, en especial la humildad. Rigió el ducado de Mantua en 1478 en ausencia del duque Federico de Gonzaga.
Pudo valerse de la prudente dirección espiritual del celebérrimo teólogo Francisco de Silvestri (llamado el Ferrarense) que fue después Maestro de la Orden y escribió la biografía de ella.
Alegre y caritativa unió con admirable sabiduría la contemplación de los misterios divinos con las ocupaciones del gobierno y la práctica de las buenas obras, como lo atestiguan sus numerosas cartas.
Llena de gracias místicas extraordinarias murió el 18 de junio de 1505 y su cuerpo se venera en la catedral de Mantua.
A los diez años de su muerte León X permitió su culto en la diócesis de Mantua en 1515, e Inocencio XII lo confirmó universalmente el 27 de noviembre de 1694.