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Por: P. Felipe Santos |

Abadesa

Etimológicamente significa “ resplandeciente como el sol”. Viene de la lengua griega.

Fue una magnífica mujer religiosa que, en toda su vida, se enamoró de la Regla de san Benito.

Con ella escaló la cima de la santidad. El cumplimiento de la Regla constituyó para la Orden Benedictina el factor principal para extenderse por todo el mundo.

Elia se preocupó durante todo el tiempo que fue abadesa de una abadía, la de Ohren, en la que había doce hermanas. Supo con santidad, elegancia y finura tratar a todas y a cada una en particular con el detalle que emana de su gran corazón.

Ella fue consciente de que era como una madre para sus hijas en la comunidad. El título de abadesa se usa en los Benedictinos, Claras y en ciertos colegios de las canonizas. Ella tenía el derecho de llevar el anillo y la cruz como símbolo de su rango.

Fue la quinta abadesa del monasterio de Ohren (Treviri) y murió en el año 750.

Hay libros de rezos que hacen mención específica de ella. Podemos enumerar entre otros el breviario del arzobispo Balduino, los calendarios de san Irmino, de san Máximo en el esplendoroso siglo XIV.

También la rememoran el Greven en las Actas del Martirologio de Usuardo.

En los martirologios benedictinos, desde el fin de Wion, su fiesta pasó a fijarse definitivamente el 20 de junio. En realidad se hizo porque era costumbre poner el día en el cual subía al cielo tras su muerte.

Desde ese lejano tiempo, esta santa abadesa no pierde actualidad porque la reliquia de su brazo está hoy en el gran monasterio franciscano de Ohren.

¡Felicidades a quien lleve este nombre!

Comentarios al P. Felipe Santos: fsantossdb@hotmail.com

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SANTOS MÁRTIRES DE INGLATERRA



PALABRA DE DIOS DIARIA

Fueron hombres y mujeres, clérigos y laicos que dieron su vida por la fe entre los años 1535 y 1679 en Inglaterra. 


Ya habían surgido dificultades entre el trono inglés y la Santa Sede que ponían los fundamentos de una previsible ruptura; el motivo fue doble: el trono se reservó unilateralmente el nombramiento de obispos para las diferentes sedes -lo que suponía una merma de libertad de Roma para el desempeño de su misión espiritual-, al tiempo que ponía impuestos y gravámenes tanto a clérigos como a bienes eclesiásticos -lo que suponía una injusticia y merma en los presupuestos económicos de la Santa Sede-. Luego vinieron los problemas de ruptura con Roma en tiempos de Enrique VIII, con motivo del intento de disolución del matrimonio con Catalina de Aragón y su posterior unión con Ana Bolena, a pesar de que el rey inglés había recibido el título de Defensor de la Fe por sus escritos contra la herejía luterana en el comienzo de la Reforma. Pero fue sobre todo en la sucesión al trono, después de la muerte de María, hija legítima de Enrique VIII y Catalina de Aragón, cuando comienza a reinar en Inglaterra Isabel, cuando se desencadenan los hechos persecutorios a cuyo término hay que contar 316 martirios entre laicos hombres y mujeres y clérigos altos y bajos. 

Primero fueron dos leyes -bien pudo ser la gestión del primer ministro de Isabel, Guillermo Cecil- principalmente las que dieron el presupuesto político necesario que justificase tal persecución: El Decreto de Supremacía, y el Acta de Uniformidad (1559). Por ellas el Trono se arrogaba la primacía en lo político y en lo religioso. Así la Iglesia dejaba de ser «católica» -universal- pasando a ser nacional -inglesa- cuya cabeza, como en lo político era Isabel. Y el juramento de fidelidad necesario supuso para muchos la inteligencia de que con él renunciaban a su condición de católicos sometidos a la autoridad del papa y por tanto era interpretado como una desvinculación de Roma, una herejía, una cuestión de renuncia a la fe que no podía aceptarse en conciencia. De este modo, quienes se negaban al mencionado juramento -necesario por otra parte para el desempeño de cualquier cargo público- o quienes lo rompían quedaban ipso facto considerados como traidores al rey y eran tratados como tales por los que administraban la justicia.

Vino la excomunión a la reina por el papa Pío V (1570). Se endurecían las presiones hasta el punto de quedar prohibido a los sacerdotes transmitir al pueblo la excomunión de la Reina Isabel I. 

En Inglaterra se emanó un Decreto (1585) por el que se prohibía la misa y se expulsaba a los sacerdotes. Dispusieron de cuarenta días los sacerdotes para salir del reino. La culpa por ser sacerdote era traición y la pena capital. En esos años, quienes dieran o cobijo, o comida, o dinero, o cualquier clase de ayuda a sacerdotes ingleses rebeldes escondidos por fidelidad y preocupación por mantener la fe de los fieles o a los sacerdotes que llegaran desde fuera por mar camuflados como comerciantes, obreros o intelectuales eran tratados como traidores y se les juzgaba para llevarlos a la horca. Bastaba con sorprender una reunión clandestina para decir misa, unas ropas para los oficios sagrados descubiertas en cualquier escondite, libros litúrgicos para los oficios, un hábito religioso o la denuncia de los espías y de malintencionados aprovechados de haber dado hospedaje en su casa a un misionero para acabar en la cuerda o con la cabeza separada del cuerpo por traición.

No se relatan aquí las hagiografías de Juan Fisher, obispo de Rochester y gran defensor de la reina Catalina de Aragón, o del Sir Tomás Moro, Canciller del Reino e íntimo amigo y colaborador de Enrique VIII, -por mencionar un ejemplo de eclesiástico y otro de seglar- que tienen su día y lugar propio en nuestro santoral. Sí quiero hacer mención bajo un título general de todos aquellos que -hombres o mujeres, eclesiásticos tanto religiosos como sacerdotes seculares- dieron su vida con total generosidad por su fidelidad a la fe católica, resistiéndose hasta la muerte a doblegarse a la arbitraria y despótica imposición que suponía claudicar a lo más profundo de su conciencia. Ana Line fue condenada por albergar sacerdotes en su casa; antes de ser ahorcada pudo dirigirse a la muchedumbre reunida para la ejecución diciendo: «Me han condenado por recibir en mi casa a sacerdotes. Ojalá donde recibí uno hubiera podido recibir a miles, y no me arrepiento por lo que he hecho». Las palabras que pronunció en el cadalso Margarita Clitheroe fueron: «Este camino al cielo es tan corto como cualquier otro». Margarita Ward entregó también la vida por haber llevado en una cesta la cuerda con la que pudo escapar de la cárcel el padre Watson. Y así, tantos y tantas... murieron mártires de la misa y del sacerdocio. 

En la Inglaterra de hoy tan modélica y proclive a la defensa de los derechos del hombre hubo una época en la que no se respetó la libertad de conciencia de los ciudadanos y, aunque las medidas adoptadas para la represión del culto católico eran las frecuente y lastimosamente usadas en las demás naciones cuando habían de sofocar asuntos políticos, militares o religiosos que supusieran traición, pueden verse aún hoy en los archivos del Estado que las causas de aquellas muertes fue siempre religiosa bajo el disimulo de traición. Y, después de la sentencia condenatoria, los llevaban a la horca, siempre acompañados por un pastor protestante en continua perorata para impedirles hablar con los amigos o rezar en paz. Así son las cosas.




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Fundadora de la Congregación de Religiosas Mínimas de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo

Martirologio Romano: En Roma, Italia, Beata Elena Aiello, religiosa mística y fundadora de la Congregación de Religiosas Mínimas de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo ( 1961)

Fecha de beatificación: 14 de septiembre de 2011, bajo el pontificado de S.S. Benedicto XVI

Breve Biografía


Sor Elena Aiello nació en abril de 1895 en Montalto Uffugo (Cosenza, Italia). Se dice que ya de muy chiquita enseñaba el catecismo a niños menores que ella. En 1920 intentó entrar en las Hermanas de la Preciosísima Sangre, para lo que se dirigió al noviciado que estas religiosas tenían en Pagani. Tuvo que volver a Montalto por muy graves problemas de salud, cuya curación atribuyó a la intercesión de Santa Rita de Casia.

En marzo de 1922 mientras practicaba en privado la devoción de los trece viernes de San Francisco de Paula, recibió los estigmas al tiempo que su rostro sudaba sangre. Desde entonces la efusión de sangre en su cara es un fenómeno que se repetirá cada viernes de marzo y especialmente en Viernes Santo; al fenómeno físico del sangrado se unía el dolor, la privación de los sentidos, el hablar proféticamente en nombre de Jesús, de María o de San Francisco de Paula.

En 1928 con Gina Mazza dan inicio en Cosenza a las Mínimas de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, con el objetivo de honrar la Pasión del Señor y socorrer espiritual y materialmente a los pobres, especialmente a la infancia necesitada. El instituto obtuvo el reconocimiento de derecho pontificio en 1948.

Entre sus muchas profecías y avisos, Sor Elena advirtió el trágico fin de Mussolini. El dictador italiano murió fusilado el 28 de abril de 1945 tras ser detenido cuando trataba de escapar de Italia disfrazado de soldado alemán.

"¿Os acordáis cuando el 7 de julio del año pasado me preguntabais que le podría ocurrir al Duce, y que yo os respondí que si no permanecía unido al Papa, tendría un fin peor que el de Napoleón? Ahora os repito las mismas palabras: si el Duce no salva Italia haciendo todo cuanto diga y haga el Santo Padre, pronto caerá", decía la profecía.

Sin embargo, su profecía más conocida es la del Viernes Santo de 1954 en la que, entre otras cosas, advirtió los escándalos en la Iglesia por los pecados de los sacerdotes: "Escucha bien lo que digo y comunícalo a todos: Mi corazón está triste por los muchos sufrimientos que amenazan a este mundo. La justicia de nuestro Padre Celestial está ofendida gravemente. El mundo está inundado por una crecida de corrupción. Los gobiernos de los pueblos se han levantado como demonios en carne humana, y mientras hablan de paz, preparan la guerra con instrumentos devastadores, para aniquilar pueblos y naciones. Innumerables escándalos llevan las almas a la ruina, especialmente de la juventud".

"El hogar, fuente de la fe y de santidad, está manchado y destruido. Continúan viviendo pertinazmente en sus pecados. Cerca está el azote para limpiar la tierra del mal. La Justicia divina reclama la satisfacción de tantas ofensas y maldades que cubren la tierra y no se puede tolerar más. Los hombres obstinados en sus culpas no se vuelven a su Dios. La gente no se somete a la Iglesia, y desprecia a los sacerdotes por haber muchos malos entre ellos, que son causa de escándalos".

"Hacen falta oración y sacrificios, que vuelvan a los hombres a Dios y a mi Corazón Inmaculado. Propaga a gritos todo esto, en todo el mundo, como eco verdadero de mi voz. Hazlo saber porque ayudará a salvar muchas almas e impedirá mucha destrucción en la Iglesia y en el mundo"

Elena Aiello falleció el 19 de junio de 1961.

Conocida popularmente como "la monja santa de Calabria", se introdujo oportunamente su proceso de canonización; en 1991 fue declarada Venerable. El 2 de abril de 2011 el Papa Benedicto XVI firmó el Decreto relativo al milagro atribuido a la intercesión de Elena Aiello.

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Mártir

Martirologio Romano:En Zaragoza, en Hispania, España, san Lamberto, mártir ( c.s.VIII)

Etimológicamente: Lamberto = Aquel que es popular en su país, es de origen germánico.

En la noche del 13 al 14 de agosto de 1808 volaba, con horrísono estruendo, la fábrica secular del monasterio de Santa Engracia, de Zaragoza. Los franceses dejaban ese triste recuerdo al tener que levantar el sitio. Conservamos una descripción contemporánea, en la que se nos narra la pena de los zaragozanos cuando, al día siguiente, contemplaron aquel espectáculo de desolación y de horror. La voladura había arrastrado consigo la destrucción de valiosísimos elementos arqueológicos y de un archivo que nos podría ilustrar sobre muchos aspectos de la historia de la gloriosa sede cesaraugustana.

No obstante, aunque, como consecuencia de tan triste acontecimiento, la actual cripta de la parroquia de Santa Engracia no presente prácticamente nada de su primitiva planta ni casi de sus primeros materiales, sabemos que se trata de uno de los templos más antiguos y venerables de la cristiandad. Se construyó la cripta en época constantiniana, para recoger en ella los restos de los mártires zaragozanos. Un sarcófago del siglo IV, en el que arqueólogos y teólogos quieren ver la primera representación iconográfica del misterio de la Asunción de Nuestra Señora, es testimonio de la gran antigüedad de la cripta. En ella se conservaban, y se conservan, las cenizas de los mártires de Zaragoza, las "santas masas", junto a las de Santa Engracia y a las de San Lamberto.

De todos estos mártires hace mención el 16 de abril el martirologio romano. No obstante, la fiesta de San Lamberto se celebra en la diócesis de Zaragoza y en algunas otras de Aragón el día 19 de junio, impedida como está la fecha del 16 de abril por la fiesta misma de Santa Engracia. Por otra parte, en este mismo día 19 se encontraba su fiesta en alguno de los antiguos martirológios, incluido el romano, en sus primeras ediciones.

Esta coincidencia en una misma fecha de la conmemoración de los mártires de Zaragoza y de San Lamberto dio pie a una antigua leyenda, que, según los Bolandos. y según el unánime criterio de todos los historiadores modernos, en manera alguna puede sostenerse, falta por completo del más mínimo apoyo documental o arqueológico. Según ella San Lamberto, por los mismos días de Daciano, había sido decapitado por odio a su religión cristiana. Tomando entonces su cabeza entre las manos, había marchado al lugar en que estaban las cenizas de los mártires, y su cuerpo se había unido a ellas, conservándose únicamente la cabeza. Ni el nombre de Lamberto, de clara estirpe nórdica y desusado, por tanto, en la España romana, ni el corte de la narración, claramente inspirada en una errónea interpretación de la costumbre medieval de presentar a los mártires decapitados con su cabeza entre las manos, ni la debilidad del fundamento de dar algún martirologio su nombre el mismo día que el de los otros mártires, permiten tomar esta leyenda en serio.

Nos queda, pues, bien poca cosa. La existencia de un mártir llamado Lamberto. La época probable de su martirio, muy verosimilmente cuando Zaragoza gemía bajo la dominación de los moros. El dato de que ese martirio ocurrió en Zaragoza. Y la tradición, que parece tener cierto fundamento, de que se trataba de un labrador. Esto es todo.

El caso de San Lamberto no es único, ni mucho menos, en el martirologio. Son legión los mártires de los que sólo nos ha quedado la mención escueta de sus nombres. Y aun algunos ni eso nos han dejado. Santos hay, como los cuatro coronados, que han pasado incluso al mismo culto litúrgico universal sin que sepamos cómo se llamaban. Fenómeno este que se presta a muy provechosas reflexiones.

Limitar la santidad únicamente a los santos de los que se ha tenido pormenorizada noticia y cuyo martirio o heroicas virtudes constan de forma plena y con todos los trámites jurídicos, sería hacer grande injuria a la verdad que todos los días presenciamos. En el siglo XX nos consta la existencia de martirios, tras el telón de acero por ejemplo, de los que nunca llegará a saberse con exactitud qué es lo que ocurrió. Dígase lo mismo de las virtudes heroicas. ¡En cuántas diócesis y en cuántas casas religiosas se conserva viva la memoria del olor de santidad que tras sí dejaron sacerdotes, seglares o religiosos, que luego, por circunstancias a veces de orden político, en ocasiones de tipo económico, en otras ocasiones de simple descuido humano, no se llegó a recoger y plasmar jurídicamente! La Iglesia recuerda a todos ellos en la fiesta de Todos los Santos. Y conserva con cariño la mención que la Historia le ha legado de algunos desconocidos, como San Lamberto, en su universal martirologio.

Los modernos hagiógrafos nos explican lo sucedido en estos casos. Lamberto era un labrador santo que dio su sangre por Cristo. A los primeros destinatarios del martirologio que recogió su nombre no hacía falta decirles más. Unos le recordarían personalmente: otros habrían oído hablar de él a sus padres o amigos. La simple mención de su martirio, el día de su natalicio para el cielo, bastaba. Pero los años pasaron; las circunstancias, que antes eran tan conocidas, se fueron borrando de la memoria de los hombres, y la hermosa y edificante historia del santo labrador quedó reducida a sólo su nombre en el martirologio. Es decir, no a eso sólo, porque Lamberto gozaba ya en el cielo del premio a su heroísmo e interponía su mediación en favor de quienes, corno los labradores de las tierras de Teruel, se refugiaban bajo su glorioso patrocinio.

Para el cristiano, su nombre, como el de tantos otros a quienes pudiéramos llamar "santos sin historia”, es fuente de gran consuelo. Lo que al tender a la santificación buscamos no es una gloria humana, efímera y frágil, como lo demuestra el caso de estos hombres que un día hicieron actos heroicos que hoy desconocemos por completo, sino una gloria mil veces más firme y duradera. Lo que hoy no sabemos lo supo y lo sigue sabiendo Dios, que es quien se lo premia. Nuestras acciones buenas, aun las mal interpretadas por los hombres que nos rodean, son bien conocidas por Dios, nuestro supremo y último Juez. Y este su definitivo juicio, y no el contingente de la Historia, es el que verdaderamente nos interesa. Nada sabe la Historia hoy de San Lamberto. Pero él goza de la visión de Dios, que con sus desconocidas acciones mereció en sus tiempos.

Nos quedan, en cambio, sus reliquias. Perdida la memoria de la existencia misma de la cripta de Santa Engracia, el 12 de marzo de 1389, al realizar unas obras, apareció de nuevo, y se reavivó con esta ocasión el culto de los mártires. Pero todavía recibió mayor impulso con motivo del paso del papa Adriano VI por Zaragoza. Sabido es que este papa fue elegido encontrándose en Vitoria y que desde esta ciudad emprendió su viaje hasta Tortosa, donde embarcó para ir a Roma. Forzoso le era, siguiendo el curso del Ebro, pasar por Zaragoza, y así lo hizo, visitando entonces la iglesia de las Santas Masas, o de Santa Engracia. Mostró con esta ocasión particular devoción a Lamberto, glorioso homónimo de otros santos de ese mismo nombre, muy venerados en su tierra natal de Flandes. Y tanta fue su devoción, que mandó el Papa abrir el sepulcro para tomar de él alguna reliquia Y ocurrió que, al separar una quijada del santo cuerpo, salió tanta copia de sangre, según nos cuenta el célebre historiador padre Risco, que fue necesario recibirla en una fuente de plata, y hoy se conserva una buena porción de ella en un relicario de cristal.

La devoción mostrada por Adriano VI y el suceso prodigioso de salir sangre fresca del cuerpo santo, acrecentó la devoción de Zaragoza hacia San Lamberto. Por eso se determinó edificar en el sitio en que San Lamberto fue martirizado un convento de la Orden de la Santísima Trinidad. Se comenzó éste el año 1522, concurriendo los zaragozanos con copiosas limosnas, Para estimularles en esta tarea expidió el Papa el 22 de junio del mismo año un breve, en el que expresa con gran ternura su devoción hacia este santo. Cuenta Adriano VI cómo se había dirigido a él el padre Juan Ferrer, de la Orden de la Santísima Trinidad, exponiéndole el propósito que tenían de edificar el convento en el sitio en que se había verificado el martirio, y en el que aún se conservaba una mata plantada por el mismo Santo. "Nos, considerando el grandísimo afecto de devoción que ya desde hace tiempo teníamos a ese Santo, y continuamos teniéndole..., concedemos las indulgencias solicitadas."

Concluido el convento, se trasladó a él una canilla del brazo de San Lamberto con parte de la sangre de que se ha hecho memoria. En los tiempos siguientes se mejoró todavía más su fábrica, llegando a ser, cuando el padre Risco escribe, "un convento suntuoso, que mantiene un buen número de religiosos, cuya virtud y observancia hacen resplandecer el espiritual edificio”.

Desaparecido el convento con los tristes avatares de la desamortización, la devoción a San Lamberto se refugió únicamente en la cripta de la iglesia de Santa Engracia. La voladura del monasterio, ocurrida en 1808, respetó las reliquias de los santos. Llevadas a la Seo, pasaron después a la sacristía del Pilar y a una de las parroquias de Zaragoza, hasta que, restaurada la cripta entre los años 1813 a julio de 1819, pudieron volver a ella. La cripta no tiene ya el carácter vetusto y primitivo que un día debió de tener. No obstante, los zaragozanos, a cuya diócesis se incorporó recientemente la parroquia de Santa Engracia, que durante siglos perteneció a la de Huesca, continúan siendo fieles a la devoción a sus gloriosos mártires, a los que el 26 de abril de 1480 tomaron por patronos de la ciudad. El Concejo de ésta ejerce, a su vez, patronato sobre la misma cripta.

¡Felicidades a quien lleve este nombre!

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Por: . | Fuente: Vatican.va

Monje Trapense



Joseph-Marie Cassant nació el 6 de marzo de 1878 en Casseneuil, en el Lot-et-Garonne (diócesis de Agen, Francia) en una familia de agricultores que ya contaba con un hijo varón de nueve años.

Estudió en el internado de los hermanos de San Juan Bautista de la Salle de Casseneuil, donde tuvo dificultades debido a su falta de memoria. Tanto en su casa como en el internado recibió una sólida formación cristiana y, poco a poco, creció en él el deseo profundo de ser sacerdote.

Su párroco, D. Filhol, le apreciaba mucho y le ayudó en sus estudios por medio de un vicario, pero su poca memoria siguió siendo un obstáculo para su ingreso en el seminario menor. Mientras tanto, el adolescente fue introduciéndose en el silencio, el recogimiento y la oración. El párroco Filhol le sugirió que se dirigiera a la Trapa: el joven de 16 años aceptó sin dudarlo. Tras un tiempo de prueba en la casa parroquial, Joseph entró en la abadía cisterciense de Santa María del Desierto (diócesis de Toulouse, Francia) el 5 de diciembre de 1894.

En ese momento el maestro de novicios era el Padre André Malet. Él sabia captar las necesidades de las almas y responder a ellas con humanidad. Desde el primer encuentro manifestó su benevolencia: «!Confía! yo te ayudaré a amar a Jesús». Los hermanos del monasterio no tardaron en mostrar aprecio por el recién llegado: Joseph no era ni discutidor ni gruñón, sino que siempre estaba contento y sonriente.

Contemplando frecuentemente a Jesús en su pasión y en la cruz, el joven monje se impregnó del amor a Cristo. El «camino del Corazón de Jesús», que le enseñó el Padre André, es una llamada incesante a vivir el instante presente con paciencia, esperanza y amor. El Hermano Joseph-Marie es consciente de sus lagunas y su debilidad. Pero se fía cada vez más de Jesús que es su fuerza. No le gustan las medias tintas. Quiere darse totalmente a Cristo. Su divisa lo atestigua: «Todo por Jesús, todo por María». Fue admitido a pronunciar sus votos definitivos el 24 de mayo del 1900, en la fiesta de la Ascensión.

A partir de entonces comenzó su preparación al sacerdocio. El Hermano Joseph-Marie lo deseaba sobre todo en función de la Eucaristía. Ésta es para él la realidad presente y viviente de Jesús: el Salvador entregado totalmente a los hombres, cuyo corazón traspasado en la cruz, acoge con ternura a los que acuden a Él con confianza. Los cursos de teología que le dio un hermano poco comprensivo causaron afrentas muy dolorosas en la viva sensibilidad del joven monje. En todas las contradicciones él se apoya en Cristo presente en la Eucaristía, «la única felicidad en la tierra», y confía su sufrimiento al Padre André que lo ilumina y reconforta. Finalmente, habiendo aprobado los exámenes, tiene la inmensa alegría de recibir la ordenación sacerdotal el 12 de octubre de 1902.

Pronto constatan que está afectado de tuberculosis. El mal está muy avanzado. El joven sacerdote no revela sus sufrimientos hasta el momento en que no puede ocultarlos más: por qué quejarse cuando se medita frecuentemente el Vía Crucis del Salvador? A pesar de su estancia de siete semanas con su familia, a petición del Padre Abad, sus fuerzas declinan cada vez más. A su regreso al monasterio, lo mandan a la enfermería donde tuvo una nueva ocasión de ofrecer, por Cristo y la Iglesia, sus sufrimientos físicos cada vez más intolerables, agravados por las negligencias de su enfermero. Más que nunca, el Padre André le escucha, le aconseja y le sostiene. Joseph-Marie dijo: «Cuando no pueda celebrar más la Misa, Jesús podrá retirarme de este mundo». El 17 de Junio de 1903, por la mañana, tras comulgar, el Padre Joseph-Marie alcanzó para siempre a Cristo Jesús.

El 9 de junio de 1984, el Santo Padre Juan Pablo II reconoció la heroicidad de sus virtudes, beatificándolo el 3 de octubre de 2004 en la Plaza de San Pedro en Roma.

A veces se ha subrayado la banalidad de esta corta existencia: dieciséis años discretos pasados en Casseneuil y nueve años en la clausura de un monasterio, haciendo cosas simples: oración, estudios, trabajo. Cosas simples, sí, pero supo vivirlas de forma extraordinaria; pequeñas acciones, pero realizadas con una generosidad sin límites. Cristo puso en su espíritu, limpio como agua de manantial, la convicción de que sólo Dios es la suprema felicidad, que su Reino es semejante a un tesoro escondido y a una perla preciosa.

El mensaje del Padre Joseph-Marie es muy actual: en un mundo de desconfianza, a menudo víctima de la desesperación, pero sediento de amor y de ternura, su vida puede ser una respuesta, sobre todo para los jóvenes que buscan un sentido a la propia vida. Joseph-Marie fue un adolescente sin relieve ni valor a los ojos de los hombres. Debe el acierto de su vida al encuentro impresionante con Jesús. Supo seguirle en una comunidad de hermanos, con el apoyo de un Padre espiritual que fue al mismo tiempo testimonio de Cristo y capaz de acoger y comprender.

Él es para los pequeños y humildes un magnífico modelo. Les enseña cómo vivir, día tras día, para Cristo, con amor, energía y fidelidad, aceptando ser ayudados por un hermano o una hermana experimentados, capaces de conducirlos tras las huellas de Jesús.

Reproducido con autorización de Vatican.va

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SAN ROMUALDO

MONJE Y ANACORETA




Fundador de los Camaldulenses


PALABRA DE DIOS DIARIA


Romualdo significa: glorioso en el mando. El que gobierna con buena fama. (Rom: buena fama Uald: gobernar). 

En un siglo en el que la relajación de las costumbres era espantosa, Dios suscitó un hombre formidable que vino a propagar un modo de vivir dedicado totalmente a la oración, a la soledad y a la penitencia, San Romualdo.

San Romualdo nació en Ravena (Italia) en el año 950. Era hijo de los duques que gobernaban esa ciudad.

Educado según las costumbres mundanas, su vida fue durante varios años bastante descuidada, dejándose arrastrar hacia los placeres y siendo víctima y esclavo de sus pasiones. Sin embargo de vez en cuando experimentaba fuertes inquietudes y serios remordimientos de conciencia, a los que seguían buenos deseos de enmendarse y propósito de volverse mejor. A veces cuando se internaba de cacería en los montes, exclamaba: "Dichosos los ermitaños que se alejan del mundo a estas soledades, donde las malas costumbres y los malos ejemplos no los esclavizan".

Su padre era un hombre de mundo, muy agresivo, y un día desafió a pelear en duelo con un enemigo. Y se llevó de testigo a su hijo Romualdo. Y sucedió que el papá mató al adversario. Horrorizado ante este triste espectáculo, Romualdo huyó a la soledad de una montaña y allá se encontró con un monasterio de benedictinos, y estuvo tres años rezando y haciendo penitencia. El superior del convento no quería recibirlo de monje porque tenía miedo de las venganzas del padre del joven, el Duque de Ravena. Pero el Sr. Arzobispo hizo de intermediario y Romualdo fue admitido como un monje benedictino.

Y le sucedió entonces al joven monje que se dedicó con tan grande fervor a orar y hacer penitencia, que los demás religiosos que eran bastante relajados, se sentían muy mal comparando su vida con la de este recién llegado, que hasta se atrevía a corregirlos por su conducta algo indebida y le pidieron al superior que lo alejara del convento, porque no se sentían muy bien con él. Y entonces Romualdo se fue a vivir en la soledad de una montaña, dedicado sólo a orar, meditar y hacer penitencia.

En la soledad se encontró con un monje sumamente rudo y áspero, llamado Marino, pero éste con sus modos fuertes logró que nuestro santo hiciera muy notorios progresos en su vida de penitencia en poco tiempo. Y entre Marino y Romualdo lograron dos notables conversiones: la del Jefe civil y militar de Venecia, el Dux de Venecia (que más tarde se llamará San Pedro Urseolo) que se fue a dedicarse a la vida de oración en la soledad; y el mismo papá de Romualdo que arrepentido de su antigua vida de pecado se fue a reparar sus maldades en un convento. Este Duque de Ravena después sintió la tentación de salirse del convento y devolverse al mundo, pero su hijo fue y logró convencerlo, y así se estuvo de monje hasta su muerte.

Durante 30 años San Romualdo fue fundando en uno y otro sitio de Italia conventos donde los pecadores pudieran hacer penitencia de sus pecados, en total soledad, en silencio completo y apartado del mundo y de sus maldades.

El por su cuenta se esforzaba por llevar una vida de soledad, penitencia y silencio de manera impresionante, como penitencia por sus pecados y para obtener la conversión de los pecadores. Leía y leía vidas de santos y se esmeraba por imitarlos en aquellas cualidades y virtudes en las que más sobresalió cada uno. Comía poquísimo y dedicaba muy pocas horas al sueño. Rezaba y meditaba, hacía penitencia, día y noche.

Y entonces, cuando mayor paz podía esperar para su alma, llegaron terribles tentaciones de impureza. La imaginación le presentaba con toda viveza los más sensuales gozos del mundo, invitándolo a dejar esa vida de sacrificio y a dedicarse a gozar de los placeres mundanos. Luego el diablo le traía las molestas y desanimadoras tentaciones de desaliento, haciéndole ver que toda esa vida de oración, silencio y penitencia, era una inutilidad que de nada le iba a servir. Por la noche, con imágenes feas y espantosas, el enemigo del alma se esforzaba por obtener que no se dedicara más a tan heroica vida de santificación. Pero Romualdo redoblaba sus oraciones, sus meditaciones y penitencias, hasta que al fin un día, en medio de los más horrorosos ataques diabólicos, exclamó emocionado: "Jesús misericordioso, ten compasión de mí", y al oír esto, el demonio huyó rápidamente y la paz y la tranquilidad volvieron al alma del santo.

Volvió otra vez al monasterio de Ravena (del cual lo habían echado por demasiado cumplidor) y sucedió que vino un rico a darle una gran limosna. Sabiendo Romualdo que había otros monasterios mucho más pobres que el de Ravena, fue y les repartió entre aquellos toda la limosna recibida. Eso hizo que los monjes de aquel monasterio se le declararan en contra (ya estaban cansados de verlo tan demasiado exacto en penitencias y oraciones y en silencio) y lo azotaron y lo expulsaron de allí. Pero sucedió que en esos días llegó a esa ciudad el Emperador Otón III y conociendo la gran santidad de este monje lo nombró abad, Superior de tal convento. Los otros tuvieron que obedecerle, pero a los dos años de estar de superior se dio cuenta que aquellos señores no lograrían conseguir el grado de santidad que él aspiraba obtener de sus religiosos y renunció al cargo y se fue a fundar en otro sitio.

Dios le tenía reservado un lugar para que fundara una Comunidad como él la deseaba. Un señor llamado Málduli había obsequiado una finca, en región montañosa y apartada, llamada campo de Málduli, y allí fundo el santo su nueva comunidad que se llamó "Camaldulenses", o sea, religiosos del Campo de Málduli.

En una visión vio una escalera por la cual sus discípulos subían al cielo, vestidos de blanco. Desde entonces cambió el antiguo hábito negro de sus religiosos, por un hábito blanco.

San Romualdo hizo numerosos milagros, pero se esforzaba porque se mantuviera siempre ignorado en nombre del que los había conseguido del cielo.

Un día un rico al ver que al hombre de Dios ya anciano le costaba mucho andar de pie, le obsequió un hermoso caballo, pero el santo lo cambió por un burro, diciendo que viajando en un asnillo podía imitar mejor a Nuestro Señor.

En el monasterio de la Camáldula sí obtuvo que sus religiosos observaran la vida religiosa con toda la exactitud que él siempre había deseado. Y desde el año 1012 existen monasterios Camaldulenses en diversas regiones del mundo. Observan perpetuo silencio y dedican bastantes horas del día a la oración y a la meditación. Son monasterios donde la santidad se enseña, se aprende y se practica.

San Romualdo deseaba mucho derramar su sangre por defender la religión de Cristo, y sabiendo que en Hungría mataban a los misioneros dispuso irse para allá a misionar. Pero cada vez que emprendía el viaje, se enfermaba. Entonces comprendió que la voluntad de Dios no era que se fuera por allá a buscar martirios, sino que se hiciera santo allí con sus monjes, orando, meditando, y haciendo penitencia y enseñando a otros a la santidad.

Veinte años antes el santo había profetizado la fecha de su muerte. Los últimos años frecuentemente era arrebatado a un estado tan alto de contemplación que lleno de emoción, e invadido de amor hacia Dios exclamaba: "Amado Cristo Jesús, ¡tú eres el consuelo más grande que existe para tus amigos!". Adonde quiera que llegaba se construía una celda con un altar y luego se encerraba, impidiendo la entrada allí de toda persona. Estaba dedicado a orar y a meditar.

La última noche de su existencia terrenal, fueron dos monjes a visitarlo por que se sentía muy débil. Después de un rato mandó a los dos religiosos que se retiraran y que volvieran a la madrugada a rezar con él los salmos. Ellos salieron, pero presintiendo que aquel gran santo se pudiera morir muy pronto se quedaron escondidos detrás de la puerta. Después de un rato se pusieron a escuchar atentamente y al no percibir adentro ni el más mínimo ruido ni movimiento, convencidos de lo que podía haber sucedido empujaron la puerta, encendieron la luz y encontraron el santo cadáver que yacía boca arriba, después de que su alma había volado al cielo. Era un amigo más que Cristo Jesús se llevaba a su Reino Celestial. Era el 19 de junio de 1027.

Todos estos datos los hemos tomado de la Biografía de San Romualdo, que escribió San Pedro Damián, otro santo de ese tiempo.

Al recordar los hechos heroicos de este gran penitente y contemplativo se sienten ganas de repetir las palabras que decía San Grignon de Monfort: "Ante estos campeones de la santidad, nosotros somos unos pollos mojados y unos burros muertos".

Fue canonizado por el Papa Gregorio XIII en el año 1582.

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Obispo

Martirologio Romano: En Padua, en el territorio de Venecia, san Gregorio Barbarigo, obispo, que instituyó un seminario para clérigos, enseñó el catecismo a los niños en su propio dialecto, celebró un sínodo, mantuvo coloquios con su clero y abrió muchas escuelas, mostrándose liberal con todos y exigente consigo mismo. ( 1697)

Fecha de beatificaciòn: 20 de septiembre de 1761 por el Papa Clemente XIII
Fecha de canonización:
26 de mayo de 1960 por el Papa San Juan XXIII

Breve Biografía


Este simpático santo nació en Venecia (Italia) en 1632, de familia rica e influyente. La madre murió de peste de tifus, cuando el niño tenía solamente dos años. Pero su padre, un excelente católico, se propuso darle la mejor formación posible.


El papá lo instruyó en el arte de la guerra y en las ciencias, y lo hizo recibir un curso de diplomacia, pero al joven Gregorio lo que le llamaba la atención era todo lo que tuviera relación con Dios y con la salvación de las almas.

Estudiando astronomía admiraba cada día más el gran poder de Dios, al contemplar tan admirables astros y estrellas en el firmamento.

Deseaba ser religioso, pero su director espiritual le aconsejó que más bien se hiciera sacerdote de una diócesis, porque tenía especiales cualidades para párroco. Y a los 30 años fue ordenado sacerdote.

Un amigo suyo y de su familia, el Cardenal Chigi, había sido elegido Sumo Pontífice con el nombre de Alejandro VII, y lo mandó llamar a Roma. Allá le concedió un nombramiento en el Palacio Pontificio y le confió varios cargos de especial responsabilidad.

Y en ese tiempo llegó a Roma la terrible peste de tifo negro (la que había causado la muerte a su santa madre) y el Santo Padre, conociendo la gran caridad de Gregorio, lo nombró presidente de la comisión encargada de atender a los enfermos de tifo. Desde ese momento Gregorio se dedica por muchas horas cada día a visitar enfermos, enterrar muertos, ayudar viudas y huérfanos y a consolar hogares que habrían quedado en la orfandad.

Acabada la peste, el Sumo Pontífice le ofrece nombrarlo obispo de una diócesis muy importante, Bérgamo. El Padre Gregorio le pide que lo deje antes celebrar una misa para saber si Dios quiere que acepte ese cargo. Durante la misa oye un mensaje celestial que le aconseja aceptar el nombramiento. Y le comunica su aceptación al Santo Padre.

Llega a Bérgamo como un sencillo caminante, y a los que proponen hacerle una gran fiesta de recibimiento, les dice que eso que se iba a gastar en fiestas, hay que emplearlo en ayudar a los pobres. Luego él mismo vende todos sus bienes y los reparte entre los necesitados y se propone imitar en todo al gran arzobispo San Carlos Borromeo que vivía dedicado a las almas y a las gentes más abandonadas. En Bérgamo jamás deja de ayudar a quien le pide, y los pobres saben que su generosidad es inmensa.

Propaga libros religiosos entre el pueblo y recomienda mucho los escritos de San Francisco de Sales. En sus viajes misioneros se hospeda en casas de gente muy pobre y come con ellos, sin despreciar a nadie. Después de pasar el día enseñando catecismo y atendiendo gentes muy necesitadas, pasa largas horas de la noche en oración. El portero del palacio tiene orden de llamarlo a cualquier hora de la noche, si algún enfermo lo necesita. Y aun entre lluvias y lodazales, a altas horas de la noche se va a atender moribundos que lo mandan llamar. Y es obispo.

El médico le aconseja que no se desgaste tanto visitando enfermos, pero él le responde: "ese es mi deber, y ¡no puedo obrar de otra manera!".

El Sumo Pontífice lo nombra obispo de una ciudad que está necesitando mucho un obispo santo. Es Padua. Los habitantes de Bérgamo decían: "Los de Milán tuvieron un obispo santo, que fue San Carlos Borromeo. Nosotros también tuvimos un obispo muy santo, Don Gregorio. Que gran lástima que se lo lleven de aquí".


En Padua se encuentra con que los muchachos no saben el catecismo y los mayores no van a Misa los domingos. Se dedica él personalmente a organizar las clases de catecismo y a invitar a todos a la S. Misa. Recorrió personalmente las 320 parroquias de la diócesis. Organizó a los párrocos y formó gran número de catequistas. Aun a las regiones más difíciles de llegar, las visitó, con grandes sacrificios y peligros. En pocos años la diócesis de Padua era otra totalmente distinta. La había transformado su santo obispo.

El nuevo Pontífice Inocencio XI nombró Cardenal a Monseñor Gregorio Barbarigo, como premio a sus incansables labores de apostolado. El siguió trabajando como si fuera un sencillo sacerdote.

Fundó imprentas para propagar los libros religiosos, y se esmeró con todas sus fuerzas por formar lo mejor posible a los seminaristas para que llegaran a ser excelentes sacerdotes.

Todos estaban de acuerdo en que su conducta era ejemplar en todos los aspectos y en que su generosidad con los pobres era no sólo generosa sino casi exagerada. La gente decía: "Monseñor es misericordioso con todos. Con el único con el cual es severo es consigo mismo". Su seminario llegó a tener fama de ser uno de los mejores de Europa, y su imprenta divulgó por todas partes las publicaciones religiosas. El andaba repitiendo: "para el cuerpo basta poco alimento y ordinario, pero para el alma son necesarias muchas lecturas y que sean bien espirituales".

San Gregorio Barbarigo murió el 18 de junio de 1697 y fue beatificado en 1761 y canonizado por S.S. Juan XXIII, el 26 de mayo de 1959.

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11:49 p.m.
Nacida por el año 1126 en Alemania, radicada y educada en un monasterio Benedictino cerca de Bonn, Alemania, desde los 12 años de edad.

Isabel llegó a ver el monasterio como su propia casa, e hizo votos en 1147.

Ella fue vidente, empezando en 1152 comenzó a tener éxtasis místicos y visiones, poseía el don de la profecía, y sufrió ataques de fuerzas demoniacas.

Con la ayuda de su hermano Egberto, monje y abad, escribió tres volúmenes que describen sus visiones.

Fue abadesa de Schönau desde 1157 hasta su muerte, el 18 de junio de 1164.

Nunca a sido formalmente canonizada, pero su nombre consta en el Martirologio Romano.

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Por: . | Fuente: Santopedia.com

Religiosa

Osanna Andreasi nació el 17 de enero del año 1449 en Mantua (Italia) de padres allegados a la familia Gonzaga, que gobernaba el ducado de Mantua en el siglo XV.

Desde su primera juventud, habiendo rehusado al matrimonio, vistió el hábito de las Hermanas de la Penitencia de Santo Domingo, cultivando en grado sumo las virtudes cristianas, en especial la humildad. Rigió el ducado de Mantua en 1478 en ausencia del duque Federico de Gonzaga.

Pudo valerse de la prudente dirección espiritual del celebérrimo teólogo Francisco de Silvestri (llamado el Ferrarense) que fue después Maestro de la Orden y escribió la biografía de ella.

Alegre y caritativa unió con admirable sabiduría la contemplación de los misterios divinos con las ocupaciones del gobierno y la práctica de las buenas obras, como lo atestiguan sus numerosas cartas.

Llena de gracias místicas extraordinarias murió el 18 de junio de 1505 y su cuerpo se venera en la catedral de Mantua.

A los diez años de su muerte León X permitió su culto en la diócesis de Mantua en 1515, e Inocencio XII lo confirmó universalmente el 27 de noviembre de 1694.

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SANTA JULIANA DE FALCONIERI

RELIGIOSA FUNDADORA





Fundadora de las Siervas de la Virgen María

PALABRA DE DIOS DIARIA

Esta santa tuvo la dicha de ser sobrina de un santo (San Alejo Falconieri, hermano de su padre) y de ser dirigida espiritualmente por otro santo (San Felipe Benicio). 

Nació en Florencia en el año 1270. Su padre era riquísimo y había construido por su propia cuenta un templo en honor de la Sma. Virgen de quien era sumamente devoto.

Los papacitos habían suplicado por muchos años a Dios que les concediera descendencia y al fin consiguieron que les diera esta hija que iba a ser su gloria y su alegría.

De joven era tan virtuosa, que San Alejo le dijo a la mamá de Juliana: "Dios no sólo te dio una hija, sino que te regaló un verdadero ángel".

De niña acostumbraba pasar largos ratos rezando en el templo, por lo cual la mamá le repetía: "Si no concedes más tiempo a la costura y a la cocina, no vas a encontrar marido". Pero aquella amenaza no le producía ningún temor, ya que sentía una inmensa inclinación hacia la virginidad. Habiendo muerto su padre cuando ella era muy pequeña, la mamá y el tío le prepararon un honroso matrimonio, pero ella los llamó aparte y les dijo que había tomado la decisión inquebrantable de quedarse soltera y dedicar su vida a la oración, a la meditación, a la caridad y al apostolado. Tenía apenas 15 años.

Bien preparada por su tío, San Alejo (fundador de los Siervos de María) recibió del gran apóstol San Felipe Benicio el distintivo de Terciaria de los Siervos de María. Este distintivo era un manto sobre la cabeza. Ella siguió viviendo en su casa con la mamá, pero observando una conducta tan religiosa y tan santa como la de una fervorosa religiosa. A otras les agradó este modo de practicar la vida religiosa (quedándose con sus familiares, pero observando una conducta como la de una santa monja) y siguieron su ejemplo. Todas llevaban como distintivo un manto sobre la cabeza, por lo cual la gente las llamaba: las muchachas de la pañoleta.

Creció mucho el número de las jóvenes Terciarias (se llaman terciarias a las que pertenecen a la tercera rama de una comunidad religiosa; la primera son los hombres; la segunda son las monjas y la tercera son las personas laicas que viven en el mundo pero llevando una conducta como de gente muy piadosa) y tuvieron que conseguir una casa para reunirse. Entonces ellas eligieron como superiora a Juliana. Su asociación tomó el nombre de "Siervas de la Virgen María". Durante 35 años, hasta su muerte, dirigió nuestra santa a esta piadosa asociación, llevándola a un alto grado de perfección.

Juliana se propuso un Reglamento sumamente riguroso. Ayunaba tres días por semana, y a veces pasaba días sin comer bocado (sobre todo cuando se dedicaba a altísimas oraciones). Esto hizo que se enfermara muy gravemente del estómago (úlcera llamaríamos quizás hoy a la tal enfermedad). Los viernes los dedicaba a meditar en la Pasión y Muerte de Jesucristo. Los sábados a pensar y leer acerca de la Santísima Viren (de quien fue devota desde sus primeros años). Muchas veces dormía sobre el duro suelo. Se propuso hacer los oficios más humildes de la casa, y tratar a cada una de sus compañeras como si fuera muy superior a ella (cumpliendo lo que recomienda San Pablo: "Considerad a los demás como superiores en todo a vosotros)."(Filip. 2,3).

Redactó para su comunidad un Reglamento que fue aprobado después por 4 Sumos Pontífices (Honorio IV, Nicolás IV, Benedicto XI y Martín V). Ella misma era la más exacta en cumplir cada uno de los artículos del Reglamento, dando así muy buen ejemplo a todas.

Los que tuvieron que tratar con ella estuvieron de acuerdo en que su caridad, su amabilidad y su inclinación a buscar el bien de las almas de los demás, eran extraordinarias. La gente gozaba al recibir las demostraciones de su afectuosa bondad. Nunca dejaba escapar una oportunidad de ayudar a los que necesitaban de su colaboración.

Los sacerdotes decían que a los pecadores les hacían mayor bien los sencillos consejos de esta sencilla religiosa seglar, que los sermones de los mejores predicadores. Muchos pecadores se convirtieron de su vida de maldad, después de tener una charla con Juliana, la de la "pañoleta".

Enemigos que se odiaban a muerte, hacían las paces y se declaraban para siempre la paz, cuando la santa se dedicaba a volverlos otra vez a la amistad.

Pasaba horas y horas seguidas dedicada a la oración, sin sentir pasar el tiempo. A quien le preguntaba por qué se estaba tanto tiempo de rodillas, le respondía: "Es para alejar las tentaciones".

Muchos días los pasó solamente con la Sagrada Comunión, sin ningún alimento más.
Su fama de santidad se extendió por todos los alrededores de la casa donde vivía y por toda la ciudad. Y por medio de sus fervorosas oraciones consiguió favores especialísimos para quienes se encomendaban a sus plegarias.

En su última enfermedad, a la edad de 71 años, ya su estómago no le recibía ningún alimento. Vomitaba todo lo que comía. Así que tuvo que dejar de recibir la Sagrada Comunión. Y esto constituía para Juliana la más grande mortificación y penitencia. Y sucedió que en la última visita que le hizo el sacerdote, llevando el Santísimo Sacramento, la santa, sabiendo que no podía comulgar, pidió que le colocaran sobre su corazón un mantel blanco y sobre este mantel la Santa Hostia. Y he aquí que de un momento a otro, la Hostia Consagrada desapareció y nadie la pudo encontrar. Ella había pedido poder recibir a Jesús Sacramentado antes de morir, y su estómago no le permitía, pero su fe le consiguió el prodigio de poder comulgar. Después de muerta encontraron sobre su corazón, en la piel, una cicatriz redonda, como si hubieran cortado para que pasara una Hostia.

En recuerdo de esto, sus religiosas llevan siempre sobre su hábito, en el lado del corazón, una medalla donde está grabada una Santa Hostia.

Tan pronto como la Hostia Consagrada colocada sobre su corazón desapareció, Juliana, con una expresión de inmensa alegría en su rostro, como si estuviera en éxtasis, murió llena de amor hacia Nuestro Señor.

En su sepulcro se obraron numerosos milagros. Y nosotros le pedimos a tan grande santa que nos obtenga de Dios que también a la hora de nuestra muerte, recibamos con todo el fervor posible la Sagrada Hostia, donde está el cuerpo Santísimo de Cristo.


Fue canonizada por Clemente XII el 16 de junio de 1737.

11:49 p.m.

Por: . | Fuente: Vatican.va

Monje Trapense



Joseph-Marie Cassant nació el 6 de marzo de 1878 en Casseneuil, en el Lot-et-Garonne (diócesis de Agen, Francia) en una familia de agricultores que ya contaba con un hijo varón de nueve años.

Estudió en el internado de los hermanos de San Juan Bautista de la Salle de Casseneuil, donde tuvo dificultades debido a su falta de memoria. Tanto en su casa como en el internado recibió una sólida formación cristiana y, poco a poco, creció en él el deseo profundo de ser sacerdote.

Su párroco, D. Filhol, le apreciaba mucho y le ayudó en sus estudios por medio de un vicario, pero su poca memoria siguió siendo un obstáculo para su ingreso en el seminario menor. Mientras tanto, el adolescente fue introduciéndose en el silencio, el recogimiento y la oración. El párroco Filhol le sugirió que se dirigiera a la Trapa: el joven de 16 años aceptó sin dudarlo. Tras un tiempo de prueba en la casa parroquial, Joseph entró en la abadía cisterciense de Santa María del Desierto (diócesis de Toulouse, Francia) el 5 de diciembre de 1894.

En ese momento el maestro de novicios era el Padre André Malet. Él sabia captar las necesidades de las almas y responder a ellas con humanidad. Desde el primer encuentro manifestó su benevolencia: «!Confía! yo te ayudaré a amar a Jesús». Los hermanos del monasterio no tardaron en mostrar aprecio por el recién llegado: Joseph no era ni discutidor ni gruñón, sino que siempre estaba contento y sonriente.

Contemplando frecuentemente a Jesús en su pasión y en la cruz, el joven monje se impregnó del amor a Cristo. El «camino del Corazón de Jesús», que le enseñó el Padre André, es una llamada incesante a vivir el instante presente con paciencia, esperanza y amor. El Hermano Joseph-Marie es consciente de sus lagunas y su debilidad. Pero se fía cada vez más de Jesús que es su fuerza. No le gustan las medias tintas. Quiere darse totalmente a Cristo. Su divisa lo atestigua: «Todo por Jesús, todo por María». Fue admitido a pronunciar sus votos definitivos el 24 de mayo del 1900, en la fiesta de la Ascensión.

A partir de entonces comenzó su preparación al sacerdocio. El Hermano Joseph-Marie lo deseaba sobre todo en función de la Eucaristía. Ésta es para él la realidad presente y viviente de Jesús: el Salvador entregado totalmente a los hombres, cuyo corazón traspasado en la cruz, acoge con ternura a los que acuden a Él con confianza. Los cursos de teología que le dio un hermano poco comprensivo causaron afrentas muy dolorosas en la viva sensibilidad del joven monje. En todas las contradicciones él se apoya en Cristo presente en la Eucaristía, «la única felicidad en la tierra», y confía su sufrimiento al Padre André que lo ilumina y reconforta. Finalmente, habiendo aprobado los exámenes, tiene la inmensa alegría de recibir la ordenación sacerdotal el 12 de octubre de 1902.

Pronto constatan que está afectado de tuberculosis. El mal está muy avanzado. El joven sacerdote no revela sus sufrimientos hasta el momento en que no puede ocultarlos más: por qué quejarse cuando se medita frecuentemente el Vía Crucis del Salvador? A pesar de su estancia de siete semanas con su familia, a petición del Padre Abad, sus fuerzas declinan cada vez más. A su regreso al monasterio, lo mandan a la enfermería donde tuvo una nueva ocasión de ofrecer, por Cristo y la Iglesia, sus sufrimientos físicos cada vez más intolerables, agravados por las negligencias de su enfermero. Más que nunca, el Padre André le escucha, le aconseja y le sostiene. Joseph-Marie dijo: «Cuando no pueda celebrar más la Misa, Jesús podrá retirarme de este mundo». El 17 de Junio de 1903, por la mañana, tras comulgar, el Padre Joseph-Marie alcanzó para siempre a Cristo Jesús.

El 9 de junio de 1984, el Santo Padre Juan Pablo II reconoció la heroicidad de sus virtudes, beatificándolo el 3 de octubre de 2004 en la Plaza de San Pedro en Roma.

A veces se ha subrayado la banalidad de esta corta existencia: dieciséis años discretos pasados en Casseneuil y nueve años en la clausura de un monasterio, haciendo cosas simples: oración, estudios, trabajo. Cosas simples, sí, pero supo vivirlas de forma extraordinaria; pequeñas acciones, pero realizadas con una generosidad sin límites. Cristo puso en su espíritu, limpio como agua de manantial, la convicción de que sólo Dios es la suprema felicidad, que su Reino es semejante a un tesoro escondido y a una perla preciosa.

El mensaje del Padre Joseph-Marie es muy actual: en un mundo de desconfianza, a menudo víctima de la desesperación, pero sediento de amor y de ternura, su vida puede ser una respuesta, sobre todo para los jóvenes que buscan un sentido a la propia vida. Joseph-Marie fue un adolescente sin relieve ni valor a los ojos de los hombres. Debe el acierto de su vida al encuentro impresionante con Jesús. Supo seguirle en una comunidad de hermanos, con el apoyo de un Padre espiritual que fue al mismo tiempo testimonio de Cristo y capaz de acoger y comprender.

Él es para los pequeños y humildes un magnífico modelo. Les enseña cómo vivir, día tras día, para Cristo, con amor, energía y fidelidad, aceptando ser ayudados por un hermano o una hermana experimentados, capaces de conducirlos tras las huellas de Jesús.

Reproducido con autorización de Vatican.va

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Santa Teresa, hija del rey Sancho I de Portugal y de Dª. Dulce de Aragón, se casó con su primo, el rey Alfonso IX de León. Tras varios años de feliz vida marital (y varias hijas), el matrimonio fue declarado nulo por el parentesco demasiado estrecho entre ella y Alfonso y no haber recibido las dispensaciones apropiadas. Alfonso se casó con doña Berenguela, la madre de Fernando III el Santo.

Teresa volvió al monasterio cisterciense de San Benito de Lorbao, próximo a Coimbra. Allí se entregó a la práctica de todas las virtudes hasta su muerte, en gran ancianidad, el 17 de junio de 1250.

Fue enterrada en su mismo monasterio, junto a la tumba que ella había dispuesto veinte años antes para su santa hermana Sancha, virgen clarisa, fundadora del convento de Santa María de las Cellas.

Teresa pudo fácilmente haber guardado rencor, no lo hizo así. Con su ayuda se alcanzó un acuerdo pacífico.

Guardar rencor es como montar en bicicleta con una piedra en el zapato. A veces se va para un lado, pero la mayoría de las veces hace que cada pedalada sea miserable.

Lo peor de los rencores es la amargura que crean en nuestra alma. A menudo la persona a la que guardamos rencor ni siquiera sabe que estemos molestos y enfurecidos con ella. Acabamos por gastar extraordinarias cantidades de tiempo labrando y planeando nuestra venganza, para acabar descubriendo que la venganza nunca es tan dulce como creemos que lo va a ser. Si mantienes rencor contra alguien o contra algo, ahora es el momento de sacarte la piedra del zapato. Tienes la garantía de que te sentirás mejor y caminarás mejor.

El 20 de mayo de 1705 el Papa Clemente XI confirmó su culto.

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Por: . | Fuente: ar.geocities.com/misa_tridentina01

Cardenal Obispo de Nápoles

En la población de Itri, situada cerca de la costa meridional de Italia, entre Fondi y Gaeta, nacía en 1511 el segundo de los cuatro hijos que concedió el cielo a los nobles esposos Pablo Burali de Arezzo y Victoria Olivers, siéndole impuesto en el bautismo el nombre de Escipión.

La antigua familia de los Burali procedía de la ciudad toscana de Arezzo y se había distinguido por los meritorios servicios prestados a la monarquía en el reino de Nápoles. El padre de Escipión era gentilhombre del rey católico de España y diplomático al servicio de Clemente VII. Su madre, Victoria Olivers, pertenecía a la alta nobleza de Barcelona.

La infancia del gentil retoño de los Burali se caracterizó por precoces manifestaciones de una inteligencia despejada, ardientes muestras de amor a Dios y generosos sentimientos de compasión y afecto hacia los pobres y desgraciados. En el año 1524, en que Cayetano de Thiene fundaba en Roma su Orden de clérigos regulares, la antigua universidad de Salerno abría sus puertas al joven Escipión, que en la flor de sus trece años emprendía la ruta de sus estudios literarios para ser más tarde gloria fulgente de la misma Orden.

Pocos años después fue Bolonia, la milenaria y docta ciudad de las cien torres, la que con el prestigio de su rancio abolengo cultural atrajo las miradas y el corazón del joven D´Arezzo. En su célebre Universidad, que resplandecía como "antorcha del derecho", completó su formación intelectual y cursó con brillantez los estudios de derecho civil y canónico, desentrañando ágilmente los áridos latines del Digesto, del Decreto de Graciano y de las decretales de los pontífices, que eran los textos vigentes en aquel tiempo. En la grave teoría de sus togados profesores emerge la relevante figura de Hugo Buoncompagni, el futuro Papa reformador del calendario, del cual será Burali, al correr de los años, colega en el Sacro Colegio Cardenalicio. En una época en que no existía una clara línea divisoria entre las disciplinas sacras y profanas, el novel jurisconsulto fue investido a los veinticinco años con la birreta doctoral en ambos derechos, avalando su ciencia jurídica con una profunda formación en teología dogmática y moral.

El foro napolitano fue la palestra donde, por espacio de doce años, ejerció el flamante jurista su carrera de abogado. Sus excepcionales dotes de prudencia y sinceridad, su insobornable lealtad y su acrisolado amor a los pobres, le granjearon bien pronto las generales simpatías de los napolitanos, los cuales rindieron homenaje a su sabiduría y a su virtud al designarle con este mote asaz honorable y expresivo: "el doctor de la verdad".

En 1550 una fuerte crisis religiosa, acompañada de lacerantes escrúpulos, le obligó a dejar las ocupaciones del foro para retirarse a su amada soledad de Itri y buscar en el silencio y trato íntimo con Dios la ruta definitiva que diera paz y consuelo a su espíritu, A los dos años el virrey de Felipe II, don Pedro de Toledo, le llamó otra vez a Nápoles y le nombró consejero regio y juez de lo criminal. Con repugnancia, y sólo por consejo de su director espiritual, aceptó Burali estos importantes cargos, que procuró servir con toda fidelidad y diligencia.

Cinco años antes, en 1547, había fallecido santamente, en la casa teatina de San Pablo el Mayor, Cayetano de Thiene. La bella Parténope, que había recibido con gozo el apostolado multiforme del fundador de los teatinos, postrada ahora ante su sepulcro, se nutría de su enjundiosa espiritualidad e imploraba su celestial protección. El padre Juan Marinonio, compañero e íntimo amigo de Cayetano, había recogido su herencia y presidía la Casa de San Pablo con la madurez de un magisterio lúcido en la dirección de los espíritus.

El jurisconsulto Burali frecuentaba la Casa de San Pablo y era hijo espiritual de Marinonio, lo mismo que otro abogado famoso, Andrés Avelino, que era ya sacerdote. Conquistados ambos por la espiritualidad teatina, suplicaron a su director y prepósito de la Casa su ingreso en la Orden, haciendo juntos el noviciado bajo la sabia dirección del mismo Marinonio. Exquisita amistad de tres almas excelsas, que se compenetraron tan intensamente hasta escalar las tres cumbres de la santidad y ser venerados en los altares. Más tarde un discípulo de Avelino, el padre Lorenzo Escúpoli, acuñará en uno de los más famosos libros de ascética, El combate espiritual, esa recia espiritualidad teatina que provocó el clima de la reforma católica y troqueló tan egregias figuras de santidad.

Al ingresar Burali, en 1557, en la Orden de clérigos regulares cambió su nombre de Escipión por el de Pablo, cuyo amor a Cristo deseaba imitar. La humildad y el desprecio absoluto de los bienes terrenos son notas básicas de la espiritualidad teatina. Por ello, al solicitar a sus cuarenta y seis años su entrada en la Orden, pidió ser admitido en calidad de hermano coadjutor, porque se reputaba indigno del ministerio sacerdotal. Marinonio no sólo no accedió a sus deseos, sino que, antes de terminar el noviciado, le mandó recibir las órdenes menores y el subdiaconado. En la festividad de la Purificación de María de 1558 emitió el antiguo consejero regio su profesión religiosa, y pocos meses después fue ordenado diácono y presbítero, celebrando su primera misa el domingo de Pascua de Resurrección.

Entonces comenzó la lucha entre la humildad del padre Burali, que desplegaba toda su sagacidad para esquivar honores y dignidades, y la providencia del Señor, que se complacía en elevarlo a los más altos cargos para que fuera uno de los mejores adalides de la reforma católica, Venció el brazo de Dios, que quiso hacer cosas grandes en su siervo. Pero éste exclamará humildemente a lo largo de su vida, con los ojos arrasados en lágrimas: “Dios le perdone al padre Juan, que quiso que yo me ordenase sacerdote".

El capítulo general le nombró en 1560 prepósito de la Casa de San Pablo, y poco después Felipe II le ofreció el obispado de Cortona y el arzobispado de Brindis. El padre Burali los rehusó muy de corazón, no sin haber recibido un aviso del Papa Pío IV, que le decía: "Te ruego aceptes estos cargos, que podrán ser gravosos para ti, pero serán provechosos para las almas".

En 1565, temerosos los napolitanos de que Felipe II implantara en el reino la Inquisición española, decidieron enviar a Madrid una embajada prestigiosa que disuadiera al monarca de tal propósito. La ciudad escogió al padre Burali para llevar a término tan delicada misión diplomática. La elección fue vista con muy buenos ojos por el virrey don Perafán de Ribera, duque de Alcalá, y por la misma Santa Sede. Burali se resistía con todas sus fuerzas. Carlos Borromeo, secretario de Estado de Pío IV, tuvo que escribirle varias cartas en nombre del Papa y, por fin, un mandato formal para que aceptara la embajada.

El padre Burali fue acogido en Madrid con singulares muestras de consideración y de afecto. Felipe II le recibió con toda deferencia, escuchó atento el mensaje de la ciudad y prometió estudiarlo con cariño, queriendo que el embajador napolitano celebrara la misa en su presencia en la capilla del real alcázar. Con motivo de las fiestas de Navidad se ausentó el monarca de la capital, esquivando dar en un asunto tan vidrioso como el de la Inquisición una respuesta categórica. Burali se mantuvo impertérrito en la corte, fiel a su legacía. Después de varios meses de ausencia regresó Felipe II a Madrid y accedió, en parte, a los deseos de los napolitanos, a los cuales prometió en breve una visita. Conmovida la ciudad, tributó a su embajador un recibimiento triunfal, que revistió caracteres de fervoroso plebiscito.

Nombrado en abril de 1567 prepósito de la Casa de San Silvestre, de Roma, el padre Burali pasó a residir en la Ciudad Eterna. El Papa San Pío V desplegaba una enérgica actividad apostólica para convertir en sustancia y vida de la Iglesia los decretos reformadores del concilio de Trento. San Carlos Borromeo, cardenal arzobispo de Milán, implantaba en su sede la reforma con celo enardecido. La vecina diócesis de Plasencia vegetaba en franca decadencia religiosa. El padre Burali fue preconizado obispo de la misma en el consistorio de julio de 1568. Esta vez su humildad no pudo hallar escapatoria, Obligado por el Papa, recibió la consagración episcopal el 1 de agosto siguiente en la propia iglesia de San Silvestre, de manos del cardenal de Pisa, monseñor Escipión Rebiba, haciendo su entrada solemne en la diócesis el 29 de septiembre.

El celo pastoral del prelado, unido al talento y sentido humano del antiguo jurista, transformaron en plazo breve la diócesis placentina, promulgando en ella la legislación del Tridentino. Animado por el espíritu litúrgico de la Orden, restauró la catedral y veló por el esplendor del culto divino, asistiendo cada domingo a la misa mayor y a las vísperas. Llamó a los teatinos, capuchinos y somascos para que fundaran en la diócesis. Pero centró toda su actividad apostólica en tres empresas importantísimas, pilares básicos de la reforma católica: la visita pastoral, que realizó meticulosamente varias veces; el sínodo diocesano, que celebró dos veces, y la fundación del seminario, uno de los primeros de Italia, y cuyo primer director espiritual fue San Andrés Avelino, el cual se multiplicaba para complacer a sus dos amigos Burali y Borromeo.

En el consistorio del 27 de mayo de 1570, San Pío V creó al obispo de Plasencia cardenal presbítero del título de Santa Pudenciana. Otra gran "tribulación" para el obispo teatino -así calificaba él a los honores-, al cual no quedó más remedio que ir a Roma para recibir el capelo de manos de Su Santidad. Al retornar a su diócesis, toda Plasencia saltó de júbilo y dispensó al que llamaba "el obispo santo" un recibimiento apoteósico.

Mas los cantos de alegría se trocaron en lágrimas de dolor al ser promovido en 1576 a la sede arzobispal de Nápoles. Durante ocho años había laborado incansable en la diócesis placentina, en amigable colaboración con San Carlos Borromeo, asistiendo al III concilio provincial de Milán que éste convocó. Reunido en 1572 el cónclave que debía dar sucesor a San Pío V, los votos de los purpurados se polarizaron en torno a dos grandes figuras del Sacro Colegio: Hugo Buoncompagni y Pablo Burali. Elevado aquél al solio de San Pedro con el nombre de Gregorio XIII, quiso recompensar el celo reformador de su antiguo alumno de Bolonia enviándole a la sede de San Jenaro.

En Nápoles desplegó el cardenal Burali el mismo celo apostólico y renovador. Pero a los dos años escasos, macerado por las mortificaciones y agobiado por los achaques, la fractura de una pierna le llevó al sepulcro. Devotísimo siempre de la Santísima Virgen, había hecho edificar un templo en su honor y visitaba con fervor sus imágenes más veneradas. Con frecuencia se le veía con el rosario en la mano y cada noche lo rezaba con sus familiares. Postrado ahora en el lecho del dolor, recibidos con ejemplar piedad los Santos Sacramentos, hizo colocar junto a su cama una imagen de María y, fijando en ella su mirada de hijo amantísimo, expiró santamente en el ósculo del Señor el día 16 de junio de 1578, a los sesenta y siete años de edad.

El Papa Clemente XIV, el día 18 de junio de 1772, procedió a la beatificación de este hijo insigne de San Cayetano, que por su extraordinario celo en favor de la reforma católica mereció el título de "obispo ideal del renacimiento tridentino".

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SANTA TERESA DE PORTUGAL

RELIGIOSA





Santa Teresa, hija del rey Sancho I de Portugal y de Dª. Dulce de Aragón, se casó con su primo, el rey Alfonso IX de León. Tras varios años de feliz vida marital (y varias hijas), el matrimonio fue declarado nulo por el parentesco demasiado estrecho entre ella y Alfonso y no haber recibido las dispensaciones apropiadas. Alfonso se casó con doña Berenguela, la madre de Fernando III el Santo.

Teresa volvió al monasterio cisterciense de San Benito de Lorbao, próximo a Coimbra. Allí se entregó a la práctica de todas las virtudes hasta su muerte, en gran ancianidad, el 17 de junio de 1250.

Fue enterrada en su mismo monasterio, junto a la tumba que ella había dispuesto veinte años antes para su santa hermana Sancha, virgen clarisa, fundadora del convento de Santa María de las Cellas.

Teresa pudo fácilmente haber guardado rencor, no lo hizo así. Con su ayuda se alcanzó un acuerdo pacífico.

Guardar rencor es como montar en bicicleta con una piedra en el zapato. A veces se va para un lado, pero la mayoría de las veces hace que cada pedaleada sea miserable.

Lo peor de los rencores es la amargura que crean en nuestra alma. A menudo la persona a la que guardamos rencor ni siquiera sabe que estemos molestos y enfurecidos con ella. Acabamos por gastar extraordinarias cantidades de tiempo labrando y planeando nuestra venganza, para acabar descubriendo que la venganza nunca es tan dulce como creemos que lo va a ser. Si mantienes rencor contra alguien o contra algo, ahora es el momento de sacarte la piedra del zapato. Tienes la garantía de que te sentirás mejor y caminarás mejor.

El 20 de mayo de 1705 el Papa Clemente XI confirmó su culto.




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