Por: Lamberto de Echeverría, Bernardino Llorca y José Luis Repetto Betes | Fuente: AÑO CRISTIANO Edición 2003
Fecha de canonización: El 9 de diciembre de 1903 el Papa Pío X confirmó su culto
Pero se sentía llamado a vivir la pobreza evangélica y decidió desprenderse de sus bienes, dando una parte de ellos a la Iglesia y otra parte distribuyéndola entre los pobres. Buscando un austero monasterio en el que profesar eligió el de Novalesa en Italia.
Fue un monje observante y ejemplar, s1éndole confiado el cuidado de los jóvenes monjes. Elegido abad años más tarde, fue un abad celoso que procuró en todo el bien del monasterio, levantando nuevas iglesias, revisando el salterio y abriendo hospicios en los pasos de Mont Cenis y Lautaret. Murió en el año 840.
AÑO CRISTIANO Edición 2003
Autores: Lamberto de Echeverría (), Bernardino Llorca () y José Luis Repetto Betes
Editorial: Biblioteca de Autores Católicos (BAC)
Tomo III Marzo ISBN 84-7914-663-X
Martirologio Romano: En el monasterio de Cava de´Tirreni, en la provincia de Salerno, en Italia, beato Pedro II, abad. († 1208)
Fecha de beatificación: EL 16 de mayo de 1918, el Papa Pío XI confirmó su culto.
Breve Biografía
Pedro II fue el noveno Abad de Cava, su gobierno duró de 1195 a 1208. El sur de Italia se encontraba entonces en plena agitación política; los herederos de los reyes normandos habían sido arrojados por el emperador germánico Enrique VI, pero los monjes de Cava rehusaron obtener los favores del nuevo amo y no olvidaron los beneficios de la dinastía derrocada. El 24 de septiembre de 1195, el emperador confirmó a la abadía sus bienes y sus privilegios.
No contento con conservar lo que sus predecesores habían establecido, el abad Pedro II recibió nuevas donaciones. Compró en 1201, a la orilla del Golfo de Salerno, el hospicio de Vietri, que, por su situación privilegiada, pronto se convirtió en una de las dependencias más útiles a la orden: el procurador, a cuyo cargo se encontraban los asuntos temporales más importantes, fijó ahí su residencia, y los abades tomaron la costumbre de enviar a este lugar tan agradable a los monjes enfermos o cansados.
Los últimos años de abaciato de Pedro II se vieron ensombrecidos por los conflictos con el arzobispo de Salerno, el obispo de Capaccio y los señores locales, que se aprovecharon de la minoría de edad de Federico II para acrecentar sus posesiones a expensas de las de la Cava. Para evitar en estos tiempos difíciles las luchas a propósito de su sucesor, hizo aclamar como abad al monje Balsamo, quien se mostró digno de su elección. Pedro murió tres días después, el 13 de marzo de 1208. Fue enterrado con sus predecesores.
VIDAS DE LOS SANTOS Edición 1965
Autor: Alban Butler (†)
Traductor: Wilfredo Guinea, S.J.
Editorial: COLLIER´S INTERNATIONAL - JOHN W. CLUTE, S. A.
Nota: La imagen en este artículo no corresponde al beato Pedro II, es la representación antigua de un abad.
Fecha de beatificación: EL 16 de mayo de 1918, el Papa Pío XI confirmó su culto.
En ocasiones se habla de él como obispo, especialmente en la lista de santos irlandeses del "Libro de Leinster", pero es dudoso, puesto que aun en las crónicas de los actos que se le atribuyen como milagros, se le menciona como abad. Se ha sugerido que el título "pontifex", o director de la casa inglesa que le fue conferido, dio lugar a pensar que tenía dignidad de obispo, aunque probablemente el título sólo significaba que el abad de Mayo tenía ciertos privilegios como protector de sus compatriotas, que eran extranjeros en Irlanda. San Geraldo, que vivió hasta edad avanzada, debe haber sido testigo de la introducción en su abadía de la observancia romana de la Pascua. También se le atribuye, aunque la autoridad es dudosa, la fundación de las abadías de Elytheria o Tempul-Gerald, en Connaught y la de Teagh-na-Saxon, así como la de una comunidad de monjas que se dice puso al cuidado de su hermana Santa Segretia.
VIDAS DE LOS SANTOS Edición 1965
Autor: Alban Butler (†)
Traductor: Wilfredo Guinea, S.J.
Editorial: COLLIER´S INTERNATIONAL - JOHN W. CLUTE, S. A.
Durante el consulado de Tuscus y Anulinus, el 12 de marzo, en Tebessa, Numidia, comparecieron ante la corte Fabio Víctor y Maximiliano. El juez, Pompeyano, abrió el caso con estas palabras: "Fabio Víctor está ante el comisario del César, Valeriano Quintiniano. Exijo que Maximiliano, hijo de Víctor, conscripto apropiado para el servicio, sea medido".
El procónsul Dion preguntó al joven por su nombre y él contestó: "¿Qué caso tiene responder? No puedo ser anotado en las listas, puesto que soy cristiano". El procónsul no lo atendió y ordenó que midieran su estatura. Pero el joven insistió: "No puedo servir; no puedo hacer mal a nadie. Soy cristiano". El procónsul repitió la orden y el ujier informó que Maximiliano medía 1.75 m. Luego el procónsul dijo que se le debería dar el emblema militar, pero Maximiliano persistía: "¡Nunca! No puedo ser soldado".
Dion: Debes servir o morir.
Maximiliano: Nunca serviré. Pueden decapitarme, pero no seré un soldado de este mundo, ya que soy un soldado de Cristo.
Dion:: ¿ De dónde has sacado esas ideas?
Maximiliano: De mi conciencia y de Aquél que me ha llamado.
Dion:: (A Fabio Víctor): Corrige a tu hijo.
Víctor: El tiene sus ideas y no cambiará.
Dion:: (A Maximiliano): Sé un soldado y acepta el emblema del emperador.
Maximiliano: Nunca. Ya llevo conmigo la marca de Cristo mi Señor.
Dion:: Te enviaré a tu Cristo inmediatamente.
Maximiliano: No puedo pedir nada mejor. Hazlo pronto, que allá está mi gloria.
Dion: (Al oficial de reclutas): Dadle el emblema.
Maximiliano: No lo aceptaré. Si tú insistes, le quitaré la efigie del emperador. Soy un cristiano y no se me permite portar en el cuello ese emblema, puesto que ya llevo la sagrada señal de Cristo, el Hijo de Dios Vivo a quien tú no conoces, el Cristo que sufrió por nuestra salvación y a quien Dios nos entregó para que muriera por nuestros pecados. Es a El a quien todos nosotros los cristianos servimos, a El a quien seguiremos, pues El es el Señor de la Vida y el Autor de nuestra salvación.
Dion:: Únete al servicio y acepta el emblema, o si no, perecerás miserablemente.
Maximiliano: No pereceré: mi nombre está ya desde ahora delante de Dios. Me rehúso a servir.
Dion:: Eres un hombre joven y la profesión de las armas va de acuerdo a tus años. Sé un soldado.
Maximiliano: Mi ejército es el de Dios y no puedo pelear por este mundo; como te digo, soy cristiano.
Dion:: Hay soldados cristianos al servicio de nuestros soberanos Diocleciano y Maximiano, Constantino y Galerio.
Maximiliano: Eso es cosa de ellos. Yo también soy cristiano y no puedo servir.
Dion:: Pero ¿ qué daño pueden hacer los soldados?
Maximiliano: Tú lo sabes bien.
Dion:: Si no haces tu servicio, te condeno a muerte por desacato al ejército.
Maximiliano: No moriré. Si me voy de este mundo, mi alma irá con Cristo mi Señor.
Dion:: Anoten su nombre. ..Tu rebeldía te hace rehusar el servicio militar y serás castigado por ello para escarmiento de los demás.
Procedió entonces a leer la sentencia:
Dion:: Maximiliano ha rehusado el juramento militar por rebeldía. Deberá ser decapitado.
Maximiliano: ¡Alabado sea Dios!
Maximiliano tenía veintiún años tres meses y dieciocho días de edad. De camino al sitio de la ejecución, habló a los cristianos: "Amados hermanos, apresúrense a alcanzar la visión de Dios y a merecer una corona como la mía, con todas sus fuerzas y el más profundo anhelo". Estaba radiante. Después se dirigió a su padre: "La túnica que me tenías preparada para cuando fuera soldado, dásela al lictor. El fruto de esta buena obra será multiplicado cientos de veces. ¡Déjame que te dé la bienvenida en el cielo y glorifique a Dios contigo! "
Al primer golpe lo decapitaron.
Una matrona llamada Pompeya obtuvo el cuerpo de Maximiliano y lo llevó en su litera a Cartago, donde lo sepultó cerca del de San Cipriano, no lejos del palacio.
Víctor se fue a su casa regocijado, agradeciendo al Señor por permitirle. enviar tal regalo al cielo. No tardó mucho en seguir a su hijo. Amén.
El texto de la "pasión" está en el Acta Sanctorum, marzo, vol. II y Acta Sincera, de Ruinart. Véase Histoire des Persécutions, de Allard, vol. IV; Les Passions des martyrs, de Delehaye, pp. 104-110. En el siglo III, el ejército romano estaba formado principalmente por voluntarios, pero los hijos de los veteranos tenían la obligación de servir. El rechazo de San Maximiliano a esta obligación ha ocasionado controversias entre ciertos escritores (por ejemplo Paul Allard); los puntos de vista de la Iglesia primitiva sobre el servicio militar se pueden examinar convenientemente (sin que sea necesario aceptar todas sus conclusiones) en la obra del escolástico protestante Dr. C. J. Cadoux, The Early Christian Attitude to War. Cf. San Victricius (agosto 7) y San Martín de Tours (noviembre 11). En el Martirologio Romano, San Maximiliano es llamado Maximilianus, y erróneamente se considera a Roma como el lugar de su martirio.
Se cree que el martirio pudo ser en algún lugar cerca de Cartago. para ello se usa como referencia el penúltimo párrafo. La mensión de Tebessa pudo ser un error de transcripción de un copista.
VIDAS DE LOS SANTOS Edición 1965
Autor: Alban Butler (†)
Traductor: Wilfredo Guinea, S.J.
Editorial: COLLIER´S INTERNATIONAL - JOHN W. CLUTE, S. A.
Por: . | Fuente: Franciscanos.org
Fecha de beatificación: 13 de agosto de 1991 por el Papa Juan Pablo II.
En 1897, a la edad de 16 años, se trasladó a Cracovia para trabajar como empleada de hogar. Dos años después, conmovida por la serena muerte de su hermana Teresa e impulsada por una voz interior, tomó la firme decisión de buscar la santidad en ese tipo de vida humilde y pobre. Por gracia especial del Señor, se sintió llamada a vivir en el estado de castidad virginal.
Ejerció un apostolado activo entre las demás empleadas de hogar, numerosas entonces en la ciudad, para las que fue siempre un modelo y una guía de vida cristiana. Alimentaba constantemente su vida espiritual con la oración, que nunca le impidió el cumplimiento de sus deberes domésticos. «Amo mi trabajo -decía- porque en él encuentro una excelente ocasión de sufrir mucho, de trabajar mucho y de orar mucho; y, fuera de esto, no deseo nada más en el mundo».
Participaba con fe viva en las celebraciones sagradas, especialmente en la Eucaristía y el Vía crucis. Veneraba a la Madre de Dios con un amor filial. Así, pudo cultivar hasta un grado notable la vida teologal de fe, esperanza y caridad hacia Dios y hacía el prójimo, acogido como hermano en Cristo.
El año 1911 sufrió, de forma especial, por una dolorosa enfermedad, y por la muerte de su madre y de la señora para quien trabajaba, las dos personas que más quería. Además, se vio abandonada por sus compañeras, a las que ya no podía reunir en la casa.
En 1912 descubrió que su espíritu de humildad y pobreza tenían una gran afinidad con san Francisco, por lo que decidió profesar la vida de la orden secular franciscana. Durante la primera guerra mundial colaboró, en los ratos libres que le dejaba su trabajo doméstico, en los hospitales de Cracovia, asistiendo y confortando a los soldados heridos, que la llamaban «la señorita santa».
El año 1917 enfermó y se vio obligada a abandonar el trabajo. En una estrechísima habitación alquilada pasó los últimos cinco años de su vida, en medio de sufrimientos continuos, que ofrecía a Dios por la expiación de los pecados del mundo, la conversión de los pecadores, la salvación de las almas y la expansión misionera de la Iglesia.
Expiró serenamente en el Señor el 12 de marzo del año 1922 en Cracovia, y su fama de santidad se difundió rápidamente por toda Polonia.
La beatificó Juan Pablo II el 13 de agosto de 1991, en la misa que celebró en la plaza del Mercado de Cracovia.
En la homilía dijo, entre otras cosas: «Me alegra sobremanera haber podido celebrar en Cracovia la beatificación de Aniela Salawa. Esta hija del pueblo polaco, nacida en el cercano Siepraw, vivió una parte notable de su vida en Cracovia. Esta ciudad fue el ambiente de su trabajo, de sus sufrimientos y de su maduración en la santidad. Vinculada a la espiritualidad de san Francisco de Asís, mostró una sensibilidad insólita ante la acción del Espíritu Santo. Los escritos que nos dejó dan testimonio de ello». En otro momento de la homilía, se refirió a la beata Eduvigis, reina, y a la nueva beata: «Que se unan a nuestra conciencia estas dos figuras femeninas. ¡La reina y la sirvienta! ¿Acaso no se expresa toda la historia de la santidad cristiana y de la espiritualidad edificada según el modelo evangélico en esta simple frase: "Servir a Dios es reinar"? (cf. Lumen Gentium 36). La misma verdad encuentra expresión en la vida de una gran reina y de una sencilla sirvienta».
Fecha de beatificación: Culto confirmado por el Papa Pío VII en el año 1804.
No se tiene mucha información sobre la vida de este beato.
Sabemos que siguió un enérgico apostolado en la Provincia de Picena, a la que pertenecía, dedico su esfuerzo en lograr solucionar las constantes disputas y discordias existentes entre las familias y la ciudad.
Murió en Recanati el 12 de marzo de 1350.
Se le acredita el haber reconciliado las ciudades de Ascoli y Fermo, que se habían declarado la guerra entre ellas por lo que es venerado como un pacificador en la región de Marche (Italia).
Ya en 1369 el pueblo de Recanati celebraba publicamente la fiesta de este beato en el Segundo Domingo de Cuaresma. En estas fechas, hasta tiempos recientes, se escogía a doce pacificadores de entre los ciudadanos, seis hombres y seis mujeres, cuyo responsabilidad era solucionar disputas entre los conciudadanos.
Su culto fue confirmado por Pío VII en el año 1804. Sus restos mortales se veneran en la iglesia de San Augustine en Recanati,
Su memoria es recordada por la Familia Agustina el 12 de marzo.
Por: . | Fuente: franciscanos.org
Fecha de beatificación: Culto confirmado por San Pío X el 7 de septiembre de 1903.
Desde su infancia Juan Bautista fue educado religiosamente en el amor y temor de Dios, y orientado a la práctica de las virtudes y devociones cristianas. A raíz de la lectura y meditación de aquella palabra del divino Maestro: «Es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja, que el que un rico entre en el Reino de Dios» (Lc 18,25), fue germinando y desarrollándose en lo profundo de su corazón el deseo de abandonar el mundo para retirarse a un desierto y llevar vida solitaria y penitente. Tal deseo se afianzó y definió, volviéndose imperioso, cuando el joven leyó la vida de san Francisco.
Y así, en plena edad juvenil, nuestro beato vistió el hábito franciscano en el convento de Forano, cerca de Rieti, entre cuyos muros parecía que aún aleteaba el espíritu y la santidad del beato Pedro de Treya ( 1304) y del beato Conrado de Offida (1306). En aquel ambiente de vida pobre, austera y penitente, el novicio iba afianzando los fundamentos de su perfección y comenzaba a gustar las suaves y profundas alegrías que vienen del Señor, lo que le sucedía particularmente cuando podía recogerse en oración en la capillita de la Virgen de los Ángeles levantada en el lugar en que, según la tradición, la Madre de Dios se apareció al beato Conrado y le dejó en sus brazos al Niño Jesús. Entre María y el hermano Juan se fue desarrollando una íntima relación, hecha de ternura e inocencia por parte del piadoso novicio, y de muestras de agrado y de protección por parte de la Reina del cielo.
Durante el año de noviciado fueron grandes los progresos de fray Juan en las prácticas de la nueva forma de vida y en la asimilación de los ideales del seráfico padre Francisco. Los religiosos de aquella comunidad, aun los más experimentados, estaban admirados de la vida tan ejemplar del joven novicio. Cumplido el año de prueba, fray Juan hizo la profesión religiosa que lo consagraba solemne y definitivamente a Dios, al que tenía que llegarse viviendo el Evangelio según la Regla de san Francisco. Después de la profesión, tuvo que dedicar varios años al estudio de la filosofía y de la teología antes de ordenarse de sacerdote. Nada nos han trasmitido al respecto los antiguos biógrafos. Hemos de suponer, por tanto, que el joven profeso pasó de Forano al convento solitario de la Romita, antiguo monasterio de los camaldulenses, llamado en el pasado Romitella delle Mandriole, situado en las cercanías de Cupramontana, que había sido ampliado y adaptado para los franciscanos por el gran apóstol san Jaime de la Marca ( 1476). Cupramontana, que se llamó hasta 1861 Massaccio, pertenece la provincia de Ancona, en la región italiana de las Marcas, dista 45 Km de su capital, y está a 505 m. de altura sobre el nivel del mar. En aquella soledad salvaje en la que se adentró por entero nuestro joven, percibiría la memoria aún fresca de ese admirable apóstol y fraile menor, san Jaime, que, precisamente allí, había extinguido la última llama de la herejía de los Fratricelli. Aún se conserva en aquel lugar, como reliquia preciosa, el cáliz con el que los herejes intentaron envenenar a san Jaime intoxicando el vino de la misa, atentado del que le libró milagrosamente el Señor.
Juan Bautista pasó prácticamente el resto de su vida, unos cincuenta años, allá arriba en la Romita, dedicado a veces al apostolado y más frecuentemente al silencio y a la oración, a la penitencia, a la lectura de las obras de los Santos Padres de la Iglesia. El bosque y el eremitorio, protegidos por una Regla de san Francisco, fueron el refugio y el remanso de paz en el que trascurría su vida de santificación, mientras a su alrededor grandes revoluciones conmovían el mundo civil y el mundo religioso; la historia estaba cambiando su curso, se extinguía la Edad Media y alboreaban nuevos tiempos, se descubrían nuevos continentes, y la Iglesia conocía fuertes oleadas de reforma y de renovación.
En la soledad de la Romita nuestro beato encontró lo que su corazón deseaba. Había en la iglesia una imagen venerable de Jesús Crucificado, que había pertenecido a san Jaime de la Marca. Fray Juan la convirtió en objeto de frecuentes visitas, de ardientes oraciones, de profundas meditaciones e incluso, por concesión del Señor, de no raros éxtasis. Émulo de su seráfico Padre, deseaba ardientemente unirse a los sufrimientos de Jesús, trasformarse en el Amor crucificado, tan poco amado por gran parte del mundo. Además, encontró allí otro objeto que le llegaba al corazón y fomentaba su piedad filial: una imagen de terracota, estilo Della Robbia, que representaba a la Santísima Virgen contemplando al Niño Jesús tendido en sus rodillas, y que estaba flanqueada por las figuras del apóstol Santiago el Mayor y san Francisco de Asís. En Forano había disfrutado de la sonrisa de la Virgen de los Ángeles. Ahora se había encontrado con otra imagen suya no menos bella y venerable. Y así el devoto solitario pasaba largas horas a los pies de la nueva y entrañable imagen de la Madre del Señor, intercambiando afectos y sentimientos. Por la noche, después del rezo de maitines, cuando sus hermanos se retiraban a descansar, él se quedaba en el coro para continuar sus plegarias que con frecuencia acababan en éxtasis.
En el espeso bosque que rodea el convento solitario, había y hay todavía una pequeña gruta, como un eremitorio dentro del eremitorio, en la que se recogía el P. Juan Bautista para entregarse a la oración y a la penitencia. Era su lugar preferido porque en él podía dar rienda suelta a sus afectos y manifestar con libertad sus sentimientos, aislado incluso de sus hermanos de hábito y sin más testigos que Dios y su corte celestial. Repetía así una de las experiencias más queridas de san Francisco cuando se retiraba en las alturas a la soledad para estar a sus anchas con el Señor. No era extraño, dice un antiguo biógrafo, que bajo el influjo del Espíritu llegara al éxtasis.
Para nuestro beato, el paraíso en la tierra se encontraba en su retiro y soledad. Por gusto suyo, nunca habría salido de allí. Pero la caridad y la obediencia le exigían de vez en cuando que emprendiera viajes más o menos largos. En aquel tiempo, los distintos señores y familias nobles de la región estaban enfrentados y con frecuencia llegaban a conflictos armados. La sociedad y la Iglesia experimentaban los vaivenes del progreso de un renacimiento en todos los órdenes. Y en la alta sociedad, lo mismo que entre los soldados y el pueblo llano, cundía la desmoralización y el declive de las buenas costumbres. El P. Juan Bautista no era un elocuente orador, pero con su palabra sencilla y persuasiva conseguía tocar los corazones y llevarlos a la conversión. Y así, de tiempo en tiempo, aunque pequeño de estatura y de complexión frágil, emprendía hasta largos viajes con alegría de espíritu para pacificar a los beligerantes o para exhortar a unos y a otros a convertirse y cambiar de vida. Cuando salía de su retiro, siempre acompañado de otro fraile como era preceptivo, no llevaba consigo más que su pobreza pacífica y su firme confianza en Dios. Unas veces hablaba en las iglesias, otras lo hacía en los salones de los palacios señoriales, y su palabra era siempre una cálida exhortación al cumplimiento de los mandamientos divinos, a la frecuencia de los sacramentos, al amor al prójimo, a liberarse de la esclavitud del mundo. Y hablaba con tanto celo y persuasión, que muchos se convertían a Dios, se reconciliaban, se confesaban, hacían penitencia de sus pecados. El apostolado de nuestro beato era sencillo y sin estrépito, pero fecundo. Los biógrafos añaden que Dios lo acompañaba con frecuentes milagros o hechos prodigiosos. La fama del sencillo fraile de la Romita se extendió por toda la Marca de Ancona.
Grande era la caridad del P. Juan Bautista con todos los que encontraba en sus viajes o los que acudían a él. Pero aún era mayor la que practicaba con los frailes de su convento. Estaba atento a sus deseos y necesidades, y su mayor gozo era servir a los enfermos, prestándoles con prontitud y delicadeza cualesquiera cuidados.
Su amor a Jesús crucificado, objeto constante de su amor y su contemplación, lo llevaba a la práctica de las austeridades y penitencias propias de los antiguos anacoretas, cuyos escritos leía con gusto, en particular los de san Juan Clímaco. Ayunaba de continuo a pan y agua haciendo una sola comida al día, y en cuaresma aún menos. Como verdadero hijo de san Francisco, amaba la pobreza y la practicaba, se contentaba con una túnica remendada y con el breviario para la alabanza litúrgica del Señor. Su celda, convertida luego en oratorio, era pequeña y sobria. Los biógrafos antiguos hablan de los muchos milagros que Dios obró por su medio. De hecho, su fama de santidad se extendió pronto por toda la región, y cuando nuestro fraile viajaba, le llevaban enfermos incluso de poblaciones alejadas para que los bendijera, y eran numerosos los exvotos que había, y aún hay, en las paredes de su capilla, en agradecimiento por los beneficios recibidos.
Un día lo asaltó de repente un gran malestar. Los frailes acudieron, le prestaron los primeros auxilios y lo estuvieron atendiendo hasta que les pareció que el peligro había pasado; luego se retiraron. Poco después, estando solo en su celdita, se durmió plácidamente en el Señor. Era el 11 de marzo de 1539. Por espacio de más de cincuenta años había vivido el P. Juan Bautista de Fabriano como ermitaño franciscano en el eremitorio de la Romita, cerca de Cupramontana, en la Marca de Ancona. Dice la tradición que fueron las campanas del convento las que milagrosamente anunciaron de inmediato la muerte del siervo de Dios, que obró otros muchos milagros. Acudieron los frailes y luego la gente en masa. Su cuerpo fue enterrado en el cementerio del convento, pero, diez años después, lo desenterraron, lo encontraron incorrupto y lo depositaron en una urna debajo del altar del Santísimo Cristo. Y allí, en la iglesia de San Giacomo della Romita se conserva y es venerado hasta nuestros días. Su culto, ininterrumpido y confirmado por nuevos prodigios atribuidos a su intercesión, fue reconocido solemnemente por el papa san Pío X el 7 de septiembre de 1903.
Fecha de canonización: Información no disponible, la antigüedad de los documentos y de las técnicas usadas para archivarlos, la acción del clima, y en muchas ocasiones del mismo ser humano, han impedido que tengamos esta concreta información el día de hoy. Si sabemos que fue canonizado antes de la creación de la Congregación para la causa de los Santos, y que su culto fue aprobado por el Obispo de Roma: el Papa.
Pionio fue un presbítero de Esmirna y un genuino heredero del espíritu de San Policarpo. Hombre elocuente e ilustrado, convirtió a muchísimos a la verdadera fe. Durante la persecución de Decio, -o la de Marco Aurelio-, fue aprehendido, junto con Sabina y Asclepíades, al estar celebrando el aniversario de la fiesta del martirio de san Policarpo. Pionio fue prevenido en un sueño de su inminente destino. En la mañana, cuando los cristianos estaban tomando el "pan santo" (probablemente la eulogia [1] bendecida y distribuida en la misa) con agua, fueron sorprendidos y apresados por Polemón, el sacerdote principal del templo. Durante largos interrogatorios, resistieron todas las solicitaciones para que ofrecieran sacrificios, y manifestaron que estaban prestos a sufrir los peores tormentos y aun la muerte, antes que ceder; declararon que adoraban a un solo Dios y que pertenecían a la Iglesia Católica. Cuando le preguntaron a Asclepíades a cuál Dios adoraba, respondió "a Jesucristo". Polemón dijo: "¿es ese otro Dios?" Asclepíades respondió: "No; es el mismo Dios a quien acaban de confesar", clara declaración en esta época primitiva de la consubstancialidad de Dios Hijo. Sabina sonrió al oír las amenazas de que serían todos quemados vivos. Los paganos dijeron: "¿sonríes? Entonces serás enviada a los lupanares públicos". Ella contestó: "Allí Dios me protegerá".
Fueron encarcelados y pidieron que los pusieran en el calabozo menos accesible para poder orar con más libertad. Por la fuerza fueron arrastrados al templo y se hubo que utilizar la violencia para obligarlos a ofrecer sacrificios. Resistieron con todas sus fuerzas, al grado de que, como las actas del martirio relatan, "se necesitaron seis hombres para subyugar a Pionio". Cuando les colocaron guirnaldas en la cabeza, los mártires se las arrancaron; y el sacerdote que tenía la obligación de llevarles el manjar sacrificial tuvo miedo de acercárseles. Su constancia reparó el escándalo causado por Eudemón, obispo de Esmirna, que había apostatado y ofrecido sacrificios. Cuando el procónsul Quintiliano llegó a Esmirna, hizo que pusieran a Pionio en el potro y que su cuerpo fuera desgarrado con garfios, y luego lo condenó a la muerte. La sentencia se leyó en latín: "Pionio confiesa ser cristiano, y ordenamos que se le queme vivo".
Con ardorosa fe, Pionio fue el primero en apresurarse para ir al estadio (campo público de carreras), y ahí se despojó de sus vestiduras. Su cuerpo no mostraba ninguna señal de la reciente tortura. Subió a la tarima de madera, dejó que el soldado fijara los clavos, cuando estuvo bien sujeto, el oficial que presidía dijo: "todavía puedes reflexionar y arrepentirte y se te quitarán los clavos". Pero él contestó que su deseo era morir pronto para que más pronto pudiera resucitar de nuevo. De pie y mirando hacia el oriente, mientras amontonaban a su alrededor la leña, Pionio cerró los ojos, de modo que la gente creyó que se había desmayado. Sin embargo, estaba rezando en silencio, y una vez que llegó al fin de su oración, abrió los ojos y dijo "Amén", con el rostro radiante, mientras las llamas se elevaban a su alrededor. Por fin con las palabras "Señor, recibe mi alma", entregó su espíritu, tranquilamente y sin dolor, al Padre que ha prometido guardar a toda alma injustamente condenada. Todo lo anterior parece el relato de un testigo ocular, quien añade que, cuando el fuego se apagó, "los que estábamos allí cerca vimos su cuerpo como si fuera el de un robusto atleta; ni los cabellos, ni las mejillas estaban chamuscados, y su rostro resplandecía asombrosamente".
VIDAS DE LOS SANTOS Edición 1965
Autor: Alban Butler (†)
Traductor: Wilfredo Guinea, S.J.
Editorial: COLLIER´S INTERNATIONAL - JOHN W. CLUTE, S. A.
NOTA:
[1] Eulogia: En el uso eclesiástico el término eulogia se ha aplicado al objeto bendecido. En los primeros tiempos se utiliza en ocasiones para denotar la Sagrada Eucaristía, y en este sentido es especialmente frecuente en los escritos de San Cirilo de Alejandría. El origen de este uso se halla, sin duda, en las palabras de San Pablo (1 Cor. 10,16): to poterion tes eulogias ho eulogoumen (la copa de bendición que bendecimos). Pero el uso más general es para tales objetos como pan, vino, etc., que se acostumbraba a distribuir después de la celebración de los Divinos Misterios. El pan así bendecido, sabemos por San Agustín (De pecat. Merit., II, 26), se distribuía habitualmente a su tiempo a los catecúmenos, e incluso le da el nombre de sacramentum, por haber recibido la bendición oficial de la Iglesia: "Quod acceperunt catechumeni, quamvis non sit corpus Christi, sanctum tamen est, et sanctius quam cibi quibus alimur, quoniam sacramentum est" (Lo que los catecúmenos reciben, aunque no es el Cuerpo de Cristo, es santo, ---más santo, de hecho, que nuestra alimentación habitual, ya que es un sacramentum [sacramental]).
Martirologio Romano: En Córdoba, en la región de Andalucía, en Hispania, san Eulogio, presbítero y mártir, degollado por su preclara confesión de Cristo. Su memoria litúrgica se celebra el 9 de enero († 859).
Etimológicamente: Eulogio = Aquel que habla bien.
Breve Biografía
Dicen que San Eulogio es la mayor gloria de España en el siglo noveno. Vivió en la ciudad de Córdoba, que estaba ocupada por los musulmanes o mahometanos, los cuales solamente permitían ir a misa a los que pagaban un impuesto especial por cada vez que fueran al templo, y castigaban con pena de muerte al que hablara en público de Jesucristo, fuera del templo.
Nació el año 800 de una familia que se conservaba fervientemente católica en medio de la apostasía general cuando la mayoría de los católicos había abandonado la fe por miedo al gobierno musulmán. Este santo será el que logrará renovar el fervor por la religión católica en su ciudad y los alrededores.
Su abuelo, que se llamaba también Eulogio, lo enseñó desde pequeño a que cada vez que el reloj de la torre daba las horas, dijera una pequeña oración, por ejemplo: "Dios mío, ven en mi auxilio, Señor, ven a prisa a socorrerme".
Tuvo por maestro a uno de los más grandes sabios de su tiempo, al famoso Esperaindeo, el cual lo formó muy bien en filosofía y otras ciencias. Como compañeros de estudios tuvo a Pablo Alvarez, el cual fue siempre su gran amigo y escribió más tarde la vida de San Eulogio con todos los detalles que logró ir coleccionado.
Su biógrafo lo describe así en su juventud: "Era muy piadoso y muy mortificado. Sobresalía en todas las ciencias, pero especialmente en el conocimiento de la Sagrada Escritura. Su rostro se conservaba siempre amable y alegre. Era tan humilde que casi nunca discutía y siempre se mostraba muy respetuoso con las opiniones de los otros, y lo que no fuera contra la Ley de Dios o la moral, no lo contradecía jamás. Su trato era tan agradable que se ganaba la simpatía de todos los que charlaban con él. Su descanso preferido era ir a visitar templos, casas de religiosos y hospitales. Los monjes le tenían tan grande estima que lo llamaban como consultor cuando tenían que redactar los Reglamentos de sus conventos. Esto le dio ocasión de visitar y conocer muy bien un gran número de casas religiosas en España".
Ordenado de sacerdote se fue a trabajar con un grupo de sacerdotes y pronto empezó a sobresalir por su gran elocuencia al predicar, y por el buen ejemplo de su santa conducta. Dice su biógrafo: "Su mayor afán era tratar de agradar cada día más y más a Dios y dominar las pasiones de su cuerpo". Decía confidencialmente: "Tengo miedo a mis malas obras. Mis pecados me atormentan. Veo su monstruosidad. Medito frecuentemente en el juicio que me espera, y me siento merecedor de fuertes castigos. Apenas me atrevo a mirar el cielo, abrumado por el peso de mi conciencia".
Eulogio era un gran lector y por todas partes iba buscando y consiguiendo nuevos libros para leer él y prestar a sus amigos. Logró obtener las obras de San Agustín y de varios otros grandes sabios de la antigüedad (cosa que era dificilísimo en esos tiempos en que los libros se copiaban a mano, y casi nadie sabía leer ni escribir) y nunca se guardaba para él solo los conocimientos que adquiría. Trataba de hacerlos llegar al mayor número posible de amigos y discípulos. Todos los creyentes de Córdoba, especialmente sacerdotes y religiosos se fueron reuniendo alrededor de Eulogio.
En el año 850 estalló la persecución contra los católicos de Córdoba. El gobierno musulmán mandó asesinar a un sacerdote y luego a un comerciante católico. Los creyentes más fervorosos se presentaron ante el alcalde de la ciudad para protestar por estas injusticias, y declarar que reconocían como jefe de su religión a Jesucristo y no a Mahoma. Enseguida los mandaron torturar y los hicieron degollar. Murieron jóvenes y viejos, en gran número. Algunos católicos que en otro tiempo habían renegado de la fe por temor, ahora repararon su falta de valor y se presentaron ante los perseguidores y murieron mártires.
Algunos más flojos decían que no había que proclamar en público las creencias, pero San Eulogio se puso al frente de los más fervorosos y escribió un libro titulado "Memorial de los mártires", en el cual narra y elogia con entusiasmo el martirio de los que murieron por proclamar su fe en Jesucristo.
A dos jóvenes católicas las llevaron a la cárcel y las amenazaron con terribles deshonras si no renegaban de su fe. Las dos estaban muy desanimadas. Lo supo San Eulogio y compuso para ellas un precioso librito: "Documento martirial", y les aseguró que el Espíritu Santo les concedería un valor que ellas nunca habían imaginado tener y que no les permitiría perder su honor. Las dos jóvenes proclamaron valientemente su fe en Jesucristo y le escribieron al santo que en el cielo rogarían por él y por los católicos de Córdoba para que no desmayaran de su fe. Fueron martirizada y pasaron gloriosamente de esta vida a la eternidad feliz.
El gobierno musulmán mandó a Eulogio a la cárcel y él aprovechó esos meses para dedicarse a meditar, rezar y estudiar. Al fin logra salir de la cárcel, pero encuentra que el gobierno ha destruido los templos, ha acabado con la escuela donde él enseñaba y que sigue persiguiendo a los que creen en Jesús.
Eulogio tiene que pasar diez años huyendo de sitio en sitio, por la ciudad y por los campos. Pero va recogiendo los datos de los cristianos que van siendo martirizados y los va publicando, en su "Memorial de los mártires".
En el año 858 murió el Arzobispo de Toledo y los sacerdotes y los fieles eligieron a Eulogio para ser el nuevo Arzobispo. Pero el gobierno se opuso. Algo más glorioso le esperaba en seguida: el martirio.
Había en Córdoba una joven llamada Lucrecia, hija de mahometanos, que deseaba vivir como católica, pero la ley se lo prohibía y quería hacerla vivir como musulmana. Entonces ella huyó de su casa y ayudada por Eulogio se refugió en casa de católicos. Pero la policía descubrió dónde estaba y el juez decretó pena de muerte para ella y para Eulogio.
Llevado nuestro santo al más alto tribunal de la ciudad, uno de los fiscales le dijo: "Que el pueblo ignorante se deje matar por proclamar su fe, lo comprendemos. Pero Tú, el más sabio y apreciado de todos los cristianos de la ciudad, no debes ira sí a la muerte. Te aconsejo que te retractes de tu religión, y así salvarás tu vida". A lo cual Eulogio respondió: "Ah, si supieses los inmensos premios que nos esperan a los que proclamamos nuestra fe en Cristo, no sólo no me dirías que debo dejar mi religión, sino que tu dejarías a Mahoma y empezarías a creer en Jesús. Yo proclamo aquí solemnemente que hasta el último momento quiero ser amador y adorador de Nuestro Señor Jesucristo".
Un soldado le abofeteó la mejilla derecha y nuestro santo le presentó la mejilla izquierda y fue nuevamente abofeteado. Luego lo llevaron al lugar de suplicio y le cortaron la cabeza. Poco después martirizaron también a Santa Lucrecia.
San Eulogio: ¡Consíguenos un gran entusiasmo por nuestra religión!.
Martirologio Romano: En el monasterio de Bobbio, en la Emilia-Romaña, san Atalo, abad, quien, cultivador de la vida cenobítica, se retiró primero al monasterio de Lérins y después al de Luxeuil, donde fue sucesor de san Columbano, brillando sobremanera por su celo y por su virtud de discernimiento. († 626)
Breve Biografía
San Atalo, originario de Borgoña, pasó su juventud con Aregio, obispo de Gap, a quien sus padres le habían confiado. Sintiendo que sus progresos en la virtud no correspondían a sus éxitos en el estudio de las letras profanas, Atalo ingresó en el monasterio de Lérins. Sin embargo, más tarde decidió buscar una comunidad aún más estricta. En el célebre monasterio de Luxeuil, fundado por San Columbano en el antiguo pueblo romano de Luxovium (en la Borgoña), Atalo encontró toda la austeridad que pudiera desear y pronto llegó a ser el discípulo predilecto de San Columbano, quien vio en él a un alma gemela y se esforzó por guiarle a la más alta perfección. Cuando Teodorico, rey de Austrasia, desterró de Francia a San Columbano y a todos los monjes irlandeses, Atalo partió con el santo abad. En Lombardía, el rey Aguilulfo les asignó un solitario rincón de los Apeninos para que fundasen el monasterio de Bobbio (en Piacenza). Para entonces, San Columbano tenía ya setenta años de edad. Como sólo vivió un año más, hay que atribuir gran parte de la gloria de haber fundado el famoso monasterio a San Atalo, quien le sucedió en el cargo de abad, el año 615. El nuevo superior tuvo que enfrentarse con muchas dificultades, particularmente con la deslealtad de sus monjes, quienes, inmediatamente después de la muerte de San Columbano, empezaron a murmurar contra la severidad de la regla y se rebelaron.
San Atalo, como San Columbano, luchó largo tiempo contra el arrianismo, que había invadido los alrededores de Milán. Dios le había concedido el don de curar a los enfermos; su biógrafo, Jonás el Escocés, presenció algunas de las curaciones milagrosas que hizo. Cincuenta días antes de su muerte, San Atalo recibió aviso del cielo de prepararse para un largo viaje. No sabiendo si se trataba de una expedición al extranjero o del paso a la eternidad, el abad puso en orden los asuntos del monasterio y se preparó como si fuese a partir. Cuando la fiebre empezó a dejarse sentir, San Atalo comprendió que el aviso del cielo se refería a su muerte. La enfermedad se agravó y el santo pidió que le colocasen fuera de su celda, junto a la cruz que se levantaba ante la puerta y que él había tocado siempre al entrar y al salir. Como quisiese estar solo unos momentos, todos se alejaron, excepto San Bliomondo (más tarde abad de Saint-Valéry), quien solamente se retiró un poco, por si el santo necesitaba de su ayuda. San Atalo dio gracias a Dios con muchas lágrimas; después vio el cielo abierto y se quedó contemplándolo varias horas. Más tarde, los monjes le introdujeron de nuevo en la celda. El santo murió al día siguiente y fue sepultado en Bobbio, junto a su maestro San Columbano. Posteriormente, se colocó en la misma tumba el cuerpo de San Bertulfo y los tres varones de Dios fueron venerados conjuntamente.
VIDAS DE LOS SANTOS Edición 1965
Autor: Alban Butler (†)
Traductor: Wilfredo Guinea, S.J.
Editorial: COLLIER´S INTERNATIONAL - JOHN W. CLUTE, S. A.
responsable de la traducción: Xavier Villalta
NOTA: Corposantos: Este término se le aplica aquellos cuerpos de santos desconocidos extraídos de las catacumbas o también de otros sitios, pero siempre a santos desconocidos.
Por: . | Fuente: dominicainesdebethanie.org || www.dominicosca.org
Fecha de beatificación: 3 de junio de 2012, durante el pontificado de S. S. Benedicto XVI
Desde muy joven, se sintió llamado al sacerdocio. Después de muchas dudas, y una profunda batalla personal, en 1857 ingresó en la orden de los dominicos, hizo profesión en presencia de su padre y dos hermanos y fue enviado a Toulouse para terminar los estudios. Vivió en los conventos de Chalais, Grenoble y St Maximin-la-Sainte-Baume, donde se familiarizó con María Magdalena a través de una profunda contemplación. El 10 de Mayo de 1862 hizo profesión solemne y el 8 de Febrero de 1963 fue ordenado sacerdote en Marseille a manos del Obispo Petagna. Continuó estudiando y fue finalmente asignado al convento de Bordeaux. Su ministerio sacerdotal se caracterizó por sermones inspirados, retiros, confesiones, mortificación y adoración del Santísimo Sacramento.
En 1864, fue enviado a predicar un retiro llevado a cabo en la prisión de mujeres de Cadillac, donde descubrió en ellas los maravillosos efectos de la gracia, y, en algunas, una llamada real a entregarse a Dios en una vida consagrada. Es en esta prisión, antes de la Eucaristía, que recibió la inspiración de fundar una nueva familia religiosa, donde todas las hermanas, cualquiera que sea su pasado, pueden unirse en un mismo amor y una misma consagración.
Así nace en 1866 -con la ayuda de la Madre Dominique-Henri de las Hermanas de la Presentación de Tours- la orden de las Hermanas Dominicanas de Betania cuyo propósito es dar la bienvenida a las mujeres liberadas de prisión para que puedan convertirse en religiosas, sin distinción entre ellas y las otras hermanas.
"Hay una verdad... las más grandes pecadoras tienen dentro de sí mismas a aquel que hace a los grandes santos. ¿Quién sabe si no lo llegarán a ser algún día?"
Era la primera comunidad de Dominicas de Betania, bajo la protección de Santa María Magdalena.
"Sea cual sea su pasado no las consideréis más como prisioneras, sino como almas consagradas a Dios, que, al igual que ustedes, son almas religiosas".
Fray Lataste volvió a enfermarse en 1868. En esa ocasión, su enfermedad era tan seria que tuvo que dictar de manera oral las Constituciones de las Hermanas de Betania a la Madre Dominique-Henri, las cuales fueron completadas más tarde, después de su muerte, por fray Baker. Murió el 10 de Marzo de 1869 con un gran amor por sus hermanas y una gran gratitud a Dios. Fue inicialmente sepultado en el convento de las Hermanas en Frasne-le-Chateau. Su cuerpo fue trasladado posteriormente, cuando las hermanas se movieron a un nuevo convento en Montferrand-le-Chateau y fue trasladado de nuevo, esta vez a la capilla de las hermanas, cuando fue abierta la causa de beatificación. En su tumba dice: "Habiendo llegado a la perfección en poco tiempo, logró la plenitud de una larga vida".