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SAN NICÉFORO

PATRIARCA DE CONSTANTINOPLA




PALABRA DE DIOS DIARIA

Patriarca de Constantinopla (806-815), nacido cerca del 758; fallecido el 2 de junio del 829. Este campeón de la opinión ortodoxa en la segunda contienda por la veneración de las imágenes pertenecía a una notable familia de Constantinopla. Fue hijo del secretario imperial Teodoro y de su piadosa esposa Eudoxia. Eudoxia era partidaria estricta de la Iglesia y Teodoro haba sido desterrado por el emperador Constantino Coprónimo (741-775) debido a su inquebrantable apoyo a la enseñanza de la Iglesia en lo concerniente a las imágenes. Siendo aún joven, Nicéforo fue llevado a la corte, donde se convirtió en secretario imperial. Junto con otros dos oficiales de alto rango, representó a la emperatriz Irene en el 787 en el segundo Concilio de Nicea (el séptimo concilio ecuménico), el cual declaró la doctrina de la Iglesia con respecto a las imágenes. Poco después, Nicéforo buscó la soledad en el Bósforo tracio, donde fundó un monasterio. Allí se dedicó a las prácticas ascéticas y al estudio profano de gramática, matemáticas y filosofía, así como a las Escrituras. Luego fue llamado a la capital y allí se le encargó un gran hospital. A la muerte del Patriarca Tarasio (25 de febrero del 806), hubo gran división entre el clero y los altos oficiales de la corte en cuanto a quién escoger como sucesor de aquél. Finalmente, con el asentimiento de los obispos, el emperador Nicéforo (802-11) nombró patriarca a Nicéforo. Aunque seguía siendo laico, todo mundo sabía que era muy religioso y muy docto. 

Recibió las Sagradas órdenes y fue consagrado obispo el 12 de abril del 806, domingo de Pascua. La elevación directa de un laico al patriarcado, como había ya sucedido en el caso de Tarasio, despertó oposición en el partido eclesiástico entre el clero y los monjes. Los líderes eran los abades Platón de Sacadio y Teodoro de Studita, y el hermano de Teodoro, el Arzobispo José de Tesalónica. Por esta oposición, el abad Platón estuvo encarcelado veinticuatro días por orden del emperador. 

Nicéforo pronto dio otros motivos para un mayor antagonismo. En el 795, un sacerdote llamado José había celebrado el ilegítimo matrimonio del emperador Constantino VI (780-797) con Teodota, cuando todavía vivía María, la legítima esposa del emperador, a quien haba repudiado. Por este acto, José fue depuesto y desterrado. El emperador consideró que era importante resolver este asunto y, a deseo suyo, el nuevo patriarca, junto con la concurrencia de un sínodo compuesto de un número pequeño de obispos, perdonó a José y, en el 806, lo restauró en su cargo. El patriarca cedió a los deseos del emperador a fin de evitar un mal más grave. El partido eclesiástico estricto consideró que su acción fue una violación de la ley eclesiástica y un escándalo. Antes que la cuestión fuera resuelta, Teodoro había escrito al patriarca rogándole que no restituyera en su cargo al sacerdote culpable, mas no recibió respuesta. Aunque la cuestión no se debatió abiertamente, él y sus seguidores prácticamente ya no mantenían comunión con Nicéforo ni el sacerdote, José. Pero, mediante una carta escrita por el Arzobispo José, el modo de proceder que él y el partido estricto habían seguido se volvió asunto público en el 808 y causó furor. Teodoro expuso, en discurso y por escrito, las razones de la acción del partido estricto y mantuvo firmemente su posición. Al defenderse contra la acusación de que él y sus compañeros eran cismáticos, declaró que había guardado silencio en lo posible, que no había censurado a ningún obispo y que siempre incluyó el nombre del patriarca en la liturgia. Reafirmó su amor y adherencia al patriarca, y dijo que retiraría toda oposición si el patriarca reconocía la violación de la ley destituyendo al sacerdote José. El emperador Nicéforo tomó ahora medidas violentas. Ordenó al patriarca que convocara un sínodo, que fue celebrado en el 809, e hizo que Platón y varios monjes comparecieran forzosamente ante él. Los oponentes del patriarca fueron condenados, el Arzobispo de Tesalónica fue depuesto, los abades Platón y Teodoro, junto con sus monjes, fueron desterrados a las islas vecinas y echados a varias prisiones.

Esto, sin embargo, no desalentó a los decididos oponentes de la “herejía adulterina”. En el 809, Teodoro y Platón, a través del archimandrita Epifanio, enviaron un memorial al Papa León III; Teodoro luego colocó la cuestión nuevamente ante el Papa en una carta, en la que rogó al sucesor de san Pedro conceder una ayuda al Oriente de manera que no fuera ahogado por las olas de la “herejía adulterina”. El Papa León envió una respuesta alentadora y consoladora a los confesores resolutos, y estos le volvieron a escribir a través de Epifanio. León no había recibido comunicación de parte del patriarca Nicéforo y, por tanto, no estaba completamente informado en la cuestión; también deseó ahorrarle al emperador oriental en lo posible. Consiguientemente, por un tiempo no tomó más medidas en el asunto. El emperador Nicéforo continuó persiguiendo a todos los adherentes de Teodoro de Studita, y, además, oprimió a los que tenía por sospechosos, ya fueran del clero o dignatarios del imperio. Por otra parte, favoreció a los paulicianos heréticos y a los iconoclastas y agotó al pueblo con impuestos opresivos, de manera que fue odiado universalmente. En julio del 811, el emperador fue muerto en una batalla con los búlgaros. Su hijo, Stauracio, quien había sido herido en la misma batalla, fue proclamado emperador, pero fue depuesto por los hombres principales del imperio porque seguía el mal ejemplo de su padre. El 2 de octubre del 811, con la aprobación del patriarca, Miguel Rhangabe, cuñado de Stauracio, fue elevado al trono. El nuevo emperador prometió, por escrito, defender la fe y proteger tanto al clero como a los monjes, y fue coronado con mucha solemnidad por el patriarca Nicéforo. Miguel tuvo éxito en la reconciliación entre el patriarca y Teodoro de Studita. El patriarca volvió a deponer al sacerdote José y retiró sus decretos contra Teodoro y sus partidarios. Por el otro lado, Teodoro, Platón y la mayora de sus adeptos reconocieron al patriarca como el cabeza legítimo de la Iglesia bizantina, y trataron de traer a los rebeldes de regreso a la obediencia. El emperador también había recurrido al papado en relación con estas riñas y obtenido una carta de aprobación de León. Por otra parte, el patriarca ahora envió al Papa la tradicional notificación por escrito de su instalación en el cargo (Synodica). En ella trató de justificar el retraso con la tiranía del anterior emperador, entretejió una intrincada confesión de fe y prometió notificar a Roma en el momento apropiado en lo referente a todas las cuestiones importantes.

El emperador Miguel era un hombre honorable de buenas intenciones, pero débil y dependiente. Por consejo de Nicéforo, mandó matar a los heréticos y sediciosos paulicianos y trató de suprimir a los iconoclastas. El patriarca intentó por todos los medios establecer una disciplina monástica entre los monjes, y suprimir los monasterios dobles, que habían sido prohibidos por el séptimo concilio ecuménico. Tras su total derrota, el 22 de junio del 813, en la guerra contra los búlgaros, el emperador perdió toda autoridad. Con la aprobación del patriarca, renunció y entró en un monasterio con sus hijos. El general del pueblo, León el Armeno, se convirtió en emperador el 11 de julio del 813. Cuando Nicéforo exigió la confesión de fe, antes de la coronación, León la postergó. No obstante esto, Nicéforo lo coronó, pero luego León de nuevo renunció a hacer su confesión. En cuanto el nuevo emperador había asegurado la paz del imperio con la derrota de los búlgaros, sus verdaderas opiniones comenzaron a aparecer gradualmente. Entró en relación con los oponentes de las imágenes, entre los cuales se hallaba un número de obispos; poco a poco se volvió más evidente que estaba preparando un nuevo ataque contra la veneración de las imágenes. Ahora, con intrépida energía, el patriarca Nicéforo procedió contra las maquinaciones de los iconoclastas. Llevó a juicio a varios eclesiásticos opuestos a las imágenes ante un sínodo y forzó a un abad llamado Juan y también al obispo Antonio de Sileo a la sumisión. La aquiescencia del obispo Antonio fue meramente simulada.

En diciembre del 814, Nicéforo tuvo una larga conferencia con el emperador acerca de la veneración de imágenes, pero no se llegó a ningún acuerdo. Luego el patriarca envió a varios obispos y abades doctos para convencerlo de la verdad de la posición del patriarca en cuanto a la veneración de las imágenes. El emperador deseó un debate entre los representantes de las opiniones dogmáticas opuestas, pero los adeptos de la veneración de las imágenes rehusaron participar en dicha conferencia, puesto que el séptimo concilio ecuménico ya había resuelto la cuestión. Entonces Nicéforo convocó una asamblea de obispos y abades en la iglesia de santa Sofía, lugar donde excomulgó al obispo Antonio de Sileo, quien haba perjurado. Un gran número de laicos también estuvo presente en esta ocasión, y el patriarca junto con el clero y el pueblo permaneció en la iglesia toda la noche orando. El emperador después citó a Nicéforo, y el patriarca fue al palacio imperial acompañado de abades y monjes. Nicéforo primero tuvo una conversación larga y en privado con el emperador, en la cual inútilmente intentó por todos los medios disuadir a León de su oposición a la veneración de imágenes. El emperador reicibió a los que habían acompañado a Nicéforo, entre ellos a siete metropolitanos y al abad Teodoro de Studita. Todos repudiaron la interferencia del emperador en cuestiones dogmáticas y una vez más rechazaron la proposición de León de celebrar una conferencia. El emperador luego ordenó a los abades a guardar silencio sobre el asunto y les prohibió llevar a cabo reuniones. Teodoro declaró que el silencio con esas condiciones sería traición y expresó simpatía por el patriarca, a quien el emperador prohibió llevar a cabo servicio público en la iglesia. Nicéforo enfermó; cuando se recuperó, el emperador lo citó para defender su modo de proceder ante un sínodo de obispos que simpatizaba con el iconoclasma. Mas el patriarca no reconocería el sínodo e hizo caso omiso a las citaciones. El conciliábulo ahora ordenaba que ya no se le llamara patriarca. Su casa fue rodeada de multitudes de enfadados iconoclastas, que le gritaron amenazas e improperios. Fue vigilado por soldados y no se le permitió realizar ningún acto oficial. Protestando contra este modo de proceder, el patriarca notificó a León que juzgaba necesario renunciar a la sede patriarcal. Acto seguido, fue arrestado a medianoche en marzo del 815 y desterrado al monasterio de san Teodoro, que había construido en el Bósforo.

León ahora elevó al patriarcado a Teodoto, un laico casado y analfabeto que favorecía el iconoclasma. Teodoto fue consagrado el 1ero de abril del 815. El exiliado Nicéforo perseveró en su oposición y escribió varios tratados contra el iconoclasma. Tras el asesinato del emperador León, el 25 de diciembre del 820, Miguel el amoriano ascendió al trono, y los defensores de la veneración de imágenes fueron ahora tratados con mayor consideración. Sin embargo, Miguel no consentiría a una restauración propiamente dicha de las imágenes, como le exigía Nicéforo, pues declaró que no deseaba interferir en asuntos religiosos y dejaría todo como estaba. En consecuencia, las medidas hostiles del emperador León no fueron revocadas, aun cuando la persecución cesó. Nicéforo recibió permiso para regresar del exilio si prometía permanecer callado. Él, no obstante, no aceptaría y permaneció en el monasterio de san Teodoro, donde continuó defendiendo, por discurso y por escrito, la veneración de las imágenes. Los tratados dogmáticos que escribió, principalmente sobre este tema, son los siguientes: una Apología para la Iglesia católica en lo concerniente al recién surgido cisma en relación a las sagradas imágenes (Migne, P.G., C, 833-849), escrita en el 813-814; un tratado más largo en dos partes; la primera es una Apología para la fe pura y no adulterada de los cristianos en contra de quienes nos acusan de idolatría (Migne, loc. Cit., 535-834); la segunda parte contiene el Antirrhetici, una refutación de un escrito del emperador Constantino Coprónimo sobre las imágenes (loc. Cit., 205-534). Nicéforo añadiá a su segunda parte setenta y cinco extractos de escritos de los Padres [editados por Pitra, Spicilegium Solesmense, I (Pars, 1852), 227-370]; en otros dos escritos, que aparentemente van juntos, se examinan y explican pasajes de escritores antiguos que habían sido usados por los enemigos de las imágenes para sostener sus opiniones. Ambos tratados fueron editados por Pitra; el primero Epikisis en Spicilegium Solesmense, I, 302-335; el segundo Antirresis en el mismo, I, 371-503, y IV, 292-380. Estos dos tratados hablan de pasajes de Macario Magno, Eusebio de Cesarea y de un escrito equivocadamente atribuido a Epifanio de Ciro. Pitra editó otra obra que justificaba la veneración de imágenes titulada Antirrheticus adversus iconomachos (Spicil. Solesm., IV, 233-291). Un último y, al parecer, especialmente importante tratado sobre esta cuestión no ha sido publicado. Nicéforo también dejó dos pequeñas obras históricas; una conocida como el Breviarium, la otra como Chronographis; ambas fueron editadas por C. De Boor, Nicephori archiep. Const. Opuscula historica, en la Bibliotheca Teubneriana (Leipzig, 1880). Al final de su vida fue venerado y tras su muerte fue considerado santo. 

En el 874, sus huesos fueron trasladados a Constantinopla con mucha pompa por parte del Patriarca Metodio y fue enterrado el 13 de marzo en la Iglesia de los Apóstoles. 

Su fiesta se celebra en este día tanto en la iglesia griega como en la romana; los griegos también observan el 2 de junio como el día de su muerte.

10:49 p.m.

Maximiliano

Martirologio Romano: En Tebessa, en Numidia, en la actual Argelia, san Maximiliano, mártir, que, siendo hijo del veterano Víctor y llamado también al ejército, respondió al procónsul Diono que a un fiel cristiano no le era lícito ser soldado y, tras rehusar el juramento militar, fue ajusticiado a espada. ( 295)
La "PASIÓN" de San Maximiliano es uno de los más valiosos documentos de una pequeña colección. Es el relato auténtico de un contemporáneo, sin adornos teóricos, del juicio y muerte de uno de los primeros mártires. Se desarrolla como sigue:

Durante el consulado de Tuscus y Anulinus, el 12 de marzo, en Tebessa, Numidia, comparecieron ante la corte Fabio Víctor y Maximiliano. El juez, Pompeyano, abrió el caso con estas palabras: "Fabio Víctor está ante el comisario del César, Valeriano Quintiniano. Exijo que Maximiliano, hijo de Víctor, conscripto apropiado para el servicio, sea medido".

El procónsul Dion preguntó al joven por su nombre y él contestó: "¿Qué caso tiene responder? No puedo ser anotado en las listas, puesto que soy cristiano". El procónsul no lo atendió y ordenó que midieran su estatura. Pero el joven insistió: "No puedo servir; no puedo hacer mal a nadie. Soy cristiano". El procónsul repitió la orden y el ujier informó que Maximiliano medía 1.75 m. Luego el procónsul dijo que se le debería dar el emblema militar, pero Maximiliano persistía: "¡Nunca! No puedo ser soldado".

Dion: Debes servir o morir.
Maximiliano: Nunca serviré. Pueden decapitarme, pero no seré un soldado de este mundo, ya que soy un soldado de Cristo.
Dion:: ¿ De dónde has sacado esas ideas?
Maximiliano: De mi conciencia y de Aquél que me ha llamado.
Dion:: (A Fabio Víctor): Corrige a tu hijo.
Víctor: El tiene sus ideas y no cambiará.
Dion:: (A Maximiliano): Sé un soldado y acepta el emblema del emperador.
Maximiliano: Nunca. Ya llevo conmigo la marca de Cristo mi Señor.
Dion:: Te enviaré a tu Cristo inmediatamente.
Maximiliano: No puedo pedir nada mejor. Hazlo pronto, que allá está mi gloria.
Dion: (Al oficial de reclutas): Dadle el emblema.
Maximiliano: No lo aceptaré. Si tú insistes, le quitaré la efigie del emperador. Soy un cristiano y no se me permite portar en el cuello ese emblema, puesto que ya llevo la sagrada señal de Cristo, el Hijo de Dios Vivo a quien tú no conoces, el Cristo que sufrió por nuestra salvación y a quien Dios nos entregó para que muriera por nuestros pecados. Es a El a quien todos nosotros los cristianos servimos, a El a quien seguiremos, pues El es el Señor de la Vida y el Autor de nuestra salvación.
Dion:: Únete al servicio y acepta el emblema, o si no, perecerás miserablemente.
Maximiliano: No pereceré: mi nombre está ya desde ahora delante de Dios. Me rehúso a servir.
Dion:: Eres un hombre joven y la profesión de las armas va de acuerdo a tus años. Sé un soldado.
Maximiliano: Mi ejército es el de Dios y no puedo pelear por este mundo; como te digo, soy cristiano.
Dion:: Hay soldados cristianos al servicio de nuestros soberanos Diocleciano y Maximiano, Constantino y Galerio.
Maximiliano: Eso es cosa de ellos. Yo también soy cristiano y no puedo servir.
Dion:: Pero ¿ qué daño pueden hacer los soldados?
Maximiliano: Tú lo sabes bien.
Dion:: Si no haces tu servicio, te condeno a muerte por desacato al ejército.
Maximiliano: No moriré. Si me voy de este mundo, mi alma irá con Cristo mi Señor.
Dion:: Anoten su nombre. ..Tu rebeldía te hace rehusar el servicio militar y serás castigado por ello para escarmiento de los demás.
Procedió entonces a leer la sentencia:
Dion:: Maximiliano ha rehusado el juramento militar por rebeldía. Deberá ser decapitado.
Maximiliano: ¡Alabado sea Dios!

Maximiliano tenía veintiún años tres meses y dieciocho días de edad. De camino al sitio de la ejecución, habló a los cristianos: "Amados hermanos, apresúrense a alcanzar la visión de Dios y a merecer una corona como la mía, con todas sus fuerzas y el más profundo anhelo". Estaba radiante. Después se dirigió a su padre: "La túnica que me tenías preparada para cuando fuera soldado, dásela al lictor. El fruto de esta buena obra será multiplicado cientos de veces. ¡Déjame que te dé la bienvenida en el cielo y glorifique a Dios contigo! "

Al primer golpe lo decapitaron.

Una matrona llamada Pompeya obtuvo el cuerpo de Maximiliano y lo llevó en su litera a Cartago, donde lo sepultó cerca del de San Cipriano, no lejos del palacio.

Víctor se fue a su casa regocijado, agradeciendo al Señor por permitirle. enviar tal regalo al cielo. No tardó mucho en seguir a su hijo. Amén.

El texto de la "pasión" está en el Acta Sanctorum, marzo, vol. II y Acta Sincera, de Ruinart. Véase Histoire des Persécutions, de Allard, vol. IV; Les Passions des martyrs, de Delehaye, pp. 104-110. En el siglo III, el ejército romano estaba formado principalmente por voluntarios, pero los hijos de los veteranos tenían la obligación de servir. El rechazo de San Maximiliano a esta obligación ha ocasionado controversias entre ciertos escritores (por ejemplo Paul Allard); los puntos de vista de la Iglesia primitiva sobre el servicio militar se pueden examinar convenientemente (sin que sea necesario aceptar todas sus conclusiones) en la obra del escolástico protestante Dr. C. J. Cadoux, The Early Christian Attitude to War. Cf. San Victricius (agosto 7) y San Martín de Tours (noviembre 11). En el Martirologio Romano, San Maximiliano es llamado Maximilianus, y erróneamente se considera a Roma como el lugar de su martirio.

Se cree que el martirio pudo ser en algún lugar cerca de Cartago. para ello se usa como referencia el penúltimo párrafo. La mensión de Tebessa pudo ser un error de transcripción de un copista.

VIDAS DE LOS SANTOS Edición 1965
Autor: Alban Butler (†)
Traductor: Wilfredo Guinea, S.J.
Editorial: COLLIER´S INTERNATIONAL - JOHN W. CLUTE, S. A.

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10:49 p.m.

Por: . | Fuente: Franciscanos.org

Laica

Martirologio Romano: En Cracovia, Polonia, beata Angela Salawa, virgen de la Tercera Orden Regular de San Francisco, que, eligiendo entregar su vida en el servicio doméstico, vivió humildemente entre las criadas, y en suma pobreza descansó en el Señor. ( 1922)

Fecha de beatificación: 13 de agosto de 1991 por el Papa Juan Pablo II.

La beata Ángela (Aniela) Salawa, laica, virgen seglar de la Tercera Orden Secular de San Francisco de Asís, nació en Siepraw (Cracovia, Polonia), el 9 de septiembre de 1881 en el seno de una familia piadosa, de escasos recursos económicos. De sus padres aprendió pronto el amor a la oración, al trabajo y al espíritu de sacrificio.

En 1897, a la edad de 16 años, se trasladó a Cracovia para trabajar como empleada de hogar. Dos años después, conmovida por la serena muerte de su hermana Teresa e impulsada por una voz interior, tomó la firme decisión de buscar la santidad en ese tipo de vida humilde y pobre. Por gracia especial del Señor, se sintió llamada a vivir en el estado de castidad virginal.

Ejerció un apostolado activo entre las demás empleadas de hogar, numerosas entonces en la ciudad, para las que fue siempre un modelo y una guía de vida cristiana. Alimentaba constantemente su vida espiritual con la oración, que nunca le impidió el cumplimiento de sus deberes domésticos. «Amo mi trabajo -decía- porque en él encuentro una excelente ocasión de sufrir mucho, de trabajar mucho y de orar mucho; y, fuera de esto, no deseo nada más en el mundo».

Participaba con fe viva en las celebraciones sagradas, especialmente en la Eucaristía y el Vía crucis. Veneraba a la Madre de Dios con un amor filial. Así, pudo cultivar hasta un grado notable la vida teologal de fe, esperanza y caridad hacia Dios y hacía el prójimo, acogido como hermano en Cristo.

El año 1911 sufrió, de forma especial, por una dolorosa enfermedad, y por la muerte de su madre y de la señora para quien trabajaba, las dos personas que más quería. Además, se vio abandonada por sus compañeras, a las que ya no podía reunir en la casa.

En 1912 descubrió que su espíritu de humildad y pobreza tenían una gran afinidad con san Francisco, por lo que decidió profesar la vida de la orden secular franciscana. Durante la primera guerra mundial colaboró, en los ratos libres que le dejaba su trabajo doméstico, en los hospitales de Cracovia, asistiendo y confortando a los soldados heridos, que la llamaban «la señorita santa».

El año 1917 enfermó y se vio obligada a abandonar el trabajo. En una estrechísima habitación alquilada pasó los últimos cinco años de su vida, en medio de sufrimientos continuos, que ofrecía a Dios por la expiación de los pecados del mundo, la conversión de los pecadores, la salvación de las almas y la expansión misionera de la Iglesia.

Expiró serenamente en el Señor el 12 de marzo del año 1922 en Cracovia, y su fama de santidad se difundió rápidamente por toda Polonia.

La beatificó Juan Pablo II el 13 de agosto de 1991, en la misa que celebró en la plaza del Mercado de Cracovia.

En la homilía dijo, entre otras cosas: «Me alegra sobremanera haber podido celebrar en Cracovia la beatificación de Aniela Salawa. Esta hija del pueblo polaco, nacida en el cercano Siepraw, vivió una parte notable de su vida en Cracovia. Esta ciudad fue el ambiente de su trabajo, de sus sufrimientos y de su maduración en la santidad. Vinculada a la espiritualidad de san Francisco de Asís, mostró una sensibilidad insólita ante la acción del Espíritu Santo. Los escritos que nos dejó dan testimonio de ello». En otro momento de la homilía, se refirió a la beata Eduvigis, reina, y a la nueva beata: «Que se unan a nuestra conciencia estas dos figuras femeninas. ¡La reina y la sirvienta! ¿Acaso no se expresa toda la historia de la santidad cristiana y de la espiritualidad edificada según el modelo evangélico en esta simple frase: "Servir a Dios es reinar"? (cf. Lumen Gentium 36). La misma verdad encuentra expresión en la vida de una gran reina y de una sencilla sirvienta».

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Presbítero

Martirologio Romano: En Recanati, en el Piceno, beato Jerónimo Gherarducci, presbítero de la Orden de Ermitaños de San Agustín, que trabajó por la paz y la concordia de los pueblos. ( 1350)

Fecha de beatificación: Culto confirmado por el Papa Pío VII en el año 1804.

Jerome Ghirarducci vivió en el monasterio Agustino de Recanati (Macerata), Italia.

No se tiene mucha información sobre la vida de este beato.

Sabemos que siguió un enérgico apostolado en la Provincia de Picena, a la que pertenecía, dedico su esfuerzo en lograr solucionar las constantes disputas y discordias existentes entre las familias y la ciudad.

Murió en Recanati el 12 de marzo de 1350.

Se le acredita el haber reconciliado las ciudades de Ascoli y Fermo, que se habían declarado la guerra entre ellas por lo que es venerado como un pacificador en la región de Marche (Italia).

Ya en 1369 el pueblo de Recanati celebraba publicamente la fiesta de este beato en el Segundo Domingo de Cuaresma. En estas fechas, hasta tiempos recientes, se escogía a doce pacificadores de entre los ciudadanos, seis hombres y seis mujeres, cuyo responsabilidad era solucionar disputas entre los conciudadanos.

Su culto fue confirmado por Pío VII en el año 1804. Sus restos mortales se veneran en la iglesia de San Augustine en Recanati,

Su memoria es recordada por la Familia Agustina el 12 de marzo.

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5:27 p.m.

SAN INOCENCIO I 

PAPA




Nació en la segunda mitad del siglo IV y parece ser que en Albano, aunque documentalmente no pueda demostrarse con certeza. Fue elegido papa en el año 401, como sucesor de Anastasio I. 

Consiguió que se reconociese su autoridad papal en Iliria, región montañosa situada en la región nororiental del Adriático que hoy corresponde a Bosnia y Dalmacia.

Expulsó de la Ciudad Eterna a los perseguidores y detractores de san Juan Crisóstomo, a pesar de la oposición del emperador Arcadio (407). Pero no pudo, a pesar de sus esfuerzos y negociaciones, evitar el saqueo de Roma por Alarico el 24 de agosto del año 410.

A petición de san Agustín, condenó la herejía pelagiana (417).

Con respecto al gobierno que debió ejercer en Hispania, hay que mencionar la carta dirigida a Exuperio, obispo de Tolosa, dándole normas para la reconciliación y admisión a la comunión a los que una vez bautizados se entregaran de modo pertinaz a los placeres de la carne. De alguna manera, modera la disciplina, en vigor hasta entonces, contemplada en los concilios de Elvira y de Arlés y propiciada por las iglesias africanas; eran normas un tanto rigoristas extremadamente extrañas para nuestra época, que negaban la admisión a la comunión de este tipo de pecadores incluso en el momento de la muerte, aunque se les concediera fácilmente la posibilidad de la penitencia. Reconoce en su escrito que hasta ese momento ´la ley era más duraª, pero que no quiere adoptar la misma aspereza y dureza que el hereje Novaciano. De todos modos no presume de innovaciones, ni se presenta como detentor de un liberalismo laxo; justifica plenamente las normas anteriores, afirmando que esa praxis era la conveniente en aquel tiempo.

En el 416, cuando quiere recordar a los obispos españoles la autoridad indiscutida del obispo de Roma y la obediencia que le deben desde España, escribe una carta en la que afirma que en toda Italia, Francia, Hispania, África y Sicilia sólo se han instituido iglesias por Pedro o por sus discípulos. Esta carta es empleada como argumento documental muy importante por quienes desautorizan la antiquísima tradición que sostiene la predicación del Apóstol Santiago en España y la conjetura fundada de la visita del apóstol Pablo a este extremo del Imperio.

Interviene también por los años 404-405 para restaurar la paz entre los obispos de Hispania, después de las resoluciones cristológicas antipriscilianistas del concilio de Toledo del año 400; recomienda el reconocimiento de la autoridad y gobierno episcopal de los que fueron ordenados por partidarios de Prisciliano pero que continúan profesando la fe verdadera al aceptar la consubstancialidad del Hijo con el Padre y la unicidad de Persona en Cristo.

Ocupó la Sede de Pedro hasta su muerte el 12 de marzo de 417.

En muchos lugares se lo sigue recordando el 28 de julio, aunque en el nuevo Martirologio Romano su fiesta es el 12 de marzo.

10:40 p.m.

Por: . | Fuente: franciscanos.org

Sacerdote

Martirologio Romano: En Cupramontana de las Marcas, Italia, Beato Juan Bautista Righi de Fabriano, presbítero de la Orden de los Hermanos Menores. ( 1539)

Fecha de beatificación: Culto confirmado por San Pío X el 7 de septiembre de 1903.

Nació Juan Bautista en Fabriano, cerca de Ancona, en la Italia central que da hacia el Adriático, en torno al año 1469, de la noble familia de los Righi, oriunda de Alemania. Sus padres, Nicolás y Catalina, fervientes cristianos, pusieron a su hijo el nombre del santo Precursor de Cristo, patrono celestial de su ciudad, y fue como una premonición de que aquel niño renovaría en su vida adulta el amor a la soledad y a la penitencia, y la invitación a la conversión, que caracterizaron al Bautista.

Desde su infancia Juan Bautista fue educado religiosamente en el amor y temor de Dios, y orientado a la práctica de las virtudes y devociones cristianas. A raíz de la lectura y meditación de aquella palabra del divino Maestro: «Es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja, que el que un rico entre en el Reino de Dios» (Lc 18,25), fue germinando y desarrollándose en lo profundo de su corazón el deseo de abandonar el mundo para retirarse a un desierto y llevar vida solitaria y penitente. Tal deseo se afianzó y definió, volviéndose imperioso, cuando el joven leyó la vida de san Francisco.

Y así, en plena edad juvenil, nuestro beato vistió el hábito franciscano en el convento de Forano, cerca de Rieti, entre cuyos muros parecía que aún aleteaba el espíritu y la santidad del beato Pedro de Treya ( 1304) y del beato Conrado de Offida (1306). En aquel ambiente de vida pobre, austera y penitente, el novicio iba afianzando los fundamentos de su perfección y comenzaba a gustar las suaves y profundas alegrías que vienen del Señor, lo que le sucedía particularmente cuando podía recogerse en oración en la capillita de la Virgen de los Ángeles levantada en el lugar en que, según la tradición, la Madre de Dios se apareció al beato Conrado y le dejó en sus brazos al Niño Jesús. Entre María y el hermano Juan se fue desarrollando una íntima relación, hecha de ternura e inocencia por parte del piadoso novicio, y de muestras de agrado y de protección por parte de la Reina del cielo.

Durante el año de noviciado fueron grandes los progresos de fray Juan en las prácticas de la nueva forma de vida y en la asimilación de los ideales del seráfico padre Francisco. Los religiosos de aquella comunidad, aun los más experimentados, estaban admirados de la vida tan ejemplar del joven novicio. Cumplido el año de prueba, fray Juan hizo la profesión religiosa que lo consagraba solemne y definitivamente a Dios, al que tenía que llegarse viviendo el Evangelio según la Regla de san Francisco. Después de la profesión, tuvo que dedicar varios años al estudio de la filosofía y de la teología antes de ordenarse de sacerdote. Nada nos han trasmitido al respecto los antiguos biógrafos. Hemos de suponer, por tanto, que el joven profeso pasó de Forano al convento solitario de la Romita, antiguo monasterio de los camaldulenses, llamado en el pasado Romitella delle Mandriole, situado en las cercanías de Cupramontana, que había sido ampliado y adaptado para los franciscanos por el gran apóstol san Jaime de la Marca ( 1476). Cupramontana, que se llamó hasta 1861 Massaccio, pertenece la provincia de Ancona, en la región italiana de las Marcas, dista 45 Km de su capital, y está a 505 m. de altura sobre el nivel del mar. En aquella soledad salvaje en la que se adentró por entero nuestro joven, percibiría la memoria aún fresca de ese admirable apóstol y fraile menor, san Jaime, que, precisamente allí, había extinguido la última llama de la herejía de los Fratricelli. Aún se conserva en aquel lugar, como reliquia preciosa, el cáliz con el que los herejes intentaron envenenar a san Jaime intoxicando el vino de la misa, atentado del que le libró milagrosamente el Señor.

Juan Bautista pasó prácticamente el resto de su vida, unos cincuenta años, allá arriba en la Romita, dedicado a veces al apostolado y más frecuentemente al silencio y a la oración, a la penitencia, a la lectura de las obras de los Santos Padres de la Iglesia. El bosque y el eremitorio, protegidos por una Regla de san Francisco, fueron el refugio y el remanso de paz en el que trascurría su vida de santificación, mientras a su alrededor grandes revoluciones conmovían el mundo civil y el mundo religioso; la historia estaba cambiando su curso, se extinguía la Edad Media y alboreaban nuevos tiempos, se descubrían nuevos continentes, y la Iglesia conocía fuertes oleadas de reforma y de renovación.

En la soledad de la Romita nuestro beato encontró lo que su corazón deseaba. Había en la iglesia una imagen venerable de Jesús Crucificado, que había pertenecido a san Jaime de la Marca. Fray Juan la convirtió en objeto de frecuentes visitas, de ardientes oraciones, de profundas meditaciones e incluso, por concesión del Señor, de no raros éxtasis. Émulo de su seráfico Padre, deseaba ardientemente unirse a los sufrimientos de Jesús, trasformarse en el Amor crucificado, tan poco amado por gran parte del mundo. Además, encontró allí otro objeto que le llegaba al corazón y fomentaba su piedad filial: una imagen de terracota, estilo Della Robbia, que representaba a la Santísima Virgen contemplando al Niño Jesús tendido en sus rodillas, y que estaba flanqueada por las figuras del apóstol Santiago el Mayor y san Francisco de Asís. En Forano había disfrutado de la sonrisa de la Virgen de los Ángeles. Ahora se había encontrado con otra imagen suya no menos bella y venerable. Y así el devoto solitario pasaba largas horas a los pies de la nueva y entrañable imagen de la Madre del Señor, intercambiando afectos y sentimientos. Por la noche, después del rezo de maitines, cuando sus hermanos se retiraban a descansar, él se quedaba en el coro para continuar sus plegarias que con frecuencia acababan en éxtasis.

En el espeso bosque que rodea el convento solitario, había y hay todavía una pequeña gruta, como un eremitorio dentro del eremitorio, en la que se recogía el P. Juan Bautista para entregarse a la oración y a la penitencia. Era su lugar preferido porque en él podía dar rienda suelta a sus afectos y manifestar con libertad sus sentimientos, aislado incluso de sus hermanos de hábito y sin más testigos que Dios y su corte celestial. Repetía así una de las experiencias más queridas de san Francisco cuando se retiraba en las alturas a la soledad para estar a sus anchas con el Señor. No era extraño, dice un antiguo biógrafo, que bajo el influjo del Espíritu llegara al éxtasis.

Para nuestro beato, el paraíso en la tierra se encontraba en su retiro y soledad. Por gusto suyo, nunca habría salido de allí. Pero la caridad y la obediencia le exigían de vez en cuando que emprendiera viajes más o menos largos. En aquel tiempo, los distintos señores y familias nobles de la región estaban enfrentados y con frecuencia llegaban a conflictos armados. La sociedad y la Iglesia experimentaban los vaivenes del progreso de un renacimiento en todos los órdenes. Y en la alta sociedad, lo mismo que entre los soldados y el pueblo llano, cundía la desmoralización y el declive de las buenas costumbres. El P. Juan Bautista no era un elocuente orador, pero con su palabra sencilla y persuasiva conseguía tocar los corazones y llevarlos a la conversión. Y así, de tiempo en tiempo, aunque pequeño de estatura y de complexión frágil, emprendía hasta largos viajes con alegría de espíritu para pacificar a los beligerantes o para exhortar a unos y a otros a convertirse y cambiar de vida. Cuando salía de su retiro, siempre acompañado de otro fraile como era preceptivo, no llevaba consigo más que su pobreza pacífica y su firme confianza en Dios. Unas veces hablaba en las iglesias, otras lo hacía en los salones de los palacios señoriales, y su palabra era siempre una cálida exhortación al cumplimiento de los mandamientos divinos, a la frecuencia de los sacramentos, al amor al prójimo, a liberarse de la esclavitud del mundo. Y hablaba con tanto celo y persuasión, que muchos se convertían a Dios, se reconciliaban, se confesaban, hacían penitencia de sus pecados. El apostolado de nuestro beato era sencillo y sin estrépito, pero fecundo. Los biógrafos añaden que Dios lo acompañaba con frecuentes milagros o hechos prodigiosos. La fama del sencillo fraile de la Romita se extendió por toda la Marca de Ancona.

Grande era la caridad del P. Juan Bautista con todos los que encontraba en sus viajes o los que acudían a él. Pero aún era mayor la que practicaba con los frailes de su convento. Estaba atento a sus deseos y necesidades, y su mayor gozo era servir a los enfermos, prestándoles con prontitud y delicadeza cualesquiera cuidados.

Su amor a Jesús crucificado, objeto constante de su amor y su contemplación, lo llevaba a la práctica de las austeridades y penitencias propias de los antiguos anacoretas, cuyos escritos leía con gusto, en particular los de san Juan Clímaco. Ayunaba de continuo a pan y agua haciendo una sola comida al día, y en cuaresma aún menos. Como verdadero hijo de san Francisco, amaba la pobreza y la practicaba, se contentaba con una túnica remendada y con el breviario para la alabanza litúrgica del Señor. Su celda, convertida luego en oratorio, era pequeña y sobria. Los biógrafos antiguos hablan de los muchos milagros que Dios obró por su medio. De hecho, su fama de santidad se extendió pronto por toda la región, y cuando nuestro fraile viajaba, le llevaban enfermos incluso de poblaciones alejadas para que los bendijera, y eran numerosos los exvotos que había, y aún hay, en las paredes de su capilla, en agradecimiento por los beneficios recibidos.

Un día lo asaltó de repente un gran malestar. Los frailes acudieron, le prestaron los primeros auxilios y lo estuvieron atendiendo hasta que les pareció que el peligro había pasado; luego se retiraron. Poco después, estando solo en su celdita, se durmió plácidamente en el Señor. Era el 11 de marzo de 1539. Por espacio de más de cincuenta años había vivido el P. Juan Bautista de Fabriano como ermitaño franciscano en el eremitorio de la Romita, cerca de Cupramontana, en la Marca de Ancona. Dice la tradición que fueron las campanas del convento las que milagrosamente anunciaron de inmediato la muerte del siervo de Dios, que obró otros muchos milagros. Acudieron los frailes y luego la gente en masa. Su cuerpo fue enterrado en el cementerio del convento, pero, diez años después, lo desenterraron, lo encontraron incorrupto y lo depositaron en una urna debajo del altar del Santísimo Cristo. Y allí, en la iglesia de San Giacomo della Romita se conserva y es venerado hasta nuestros días. Su culto, ininterrumpido y confirmado por nuevos prodigios atribuidos a su intercesión, fue reconocido solemnemente por el papa san Pío X el 7 de septiembre de 1903.

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Presbítero y Mártir

Martirologio Romano: En Esmirna, en Asia Menor, hoy en Turquía, san Pionio, presbítero y mártir, el cual, según la tradición, fue encarcelado por haber hecho una apología de la fe cristiana ante el pueblo. Allí, en prisión, con sus exhortaciones animó a muchos hermanos a soportar el martirio y, después de sufrir varios tormentos, por medio del fuego alcanzó la muerte por Cristo. ( c.250)

Fecha de canonización: Información no disponible, la antigüedad de los documentos y de las técnicas usadas para archivarlos, la acción del clima, y en muchas ocasiones del mismo ser humano, han impedido que tengamos esta concreta información el día de hoy. Si sabemos que fue canonizado antes de la creación de la Congregación para la causa de los Santos, y que su culto fue aprobado por el Obispo de Roma: el Papa.

Pionio fue un presbítero de Esmirna y un genuino heredero del espíritu de San Policarpo. Hombre elocuente e ilustrado, convirtió a muchísimos a la verdadera fe. Durante la persecución de Decio, -o la de Marco Aurelio-, fue aprehendido, junto con Sabina y Asclepíades, al estar celebrando el aniversario de la fiesta del martirio de san Policarpo. Pionio fue prevenido en un sueño de su inminente destino. En la mañana, cuando los cristianos estaban tomando el "pan santo" (probablemente la eulogia [1] bendecida y distribuida en la misa) con agua, fueron sorprendidos y apresados por Polemón, el sacerdote principal del templo. Durante largos interrogatorios, resistieron todas las solicitaciones para que ofrecieran sacrificios, y manifestaron que estaban prestos a sufrir los peores tormentos y aun la muerte, antes que ceder; declararon que adoraban a un solo Dios y que pertenecían a la Iglesia Católica. Cuando le preguntaron a Asclepíades a cuál Dios adoraba, respondió "a Jesucristo". Polemón dijo: "¿es ese otro Dios?" Asclepíades respondió: "No; es el mismo Dios a quien acaban de confesar", clara declaración en esta época primitiva de la consubstancialidad de Dios Hijo. Sabina sonrió al oír las amenazas de que serían todos quemados vivos. Los paganos dijeron: "¿sonríes? Entonces serás enviada a los lupanares públicos". Ella contestó: "Allí Dios me protegerá".

Fueron encarcelados y pidieron que los pusieran en el calabozo menos accesible para poder orar con más libertad. Por la fuerza fueron arrastrados al templo y se hubo que utilizar la violencia para obligarlos a ofrecer sacrificios. Resistieron con todas sus fuerzas, al grado de que, como las actas del martirio relatan, "se necesitaron seis hombres para subyugar a Pionio". Cuando les colocaron guirnaldas en la cabeza, los mártires se las arrancaron; y el sacerdote que tenía la obligación de llevarles el manjar sacrificial tuvo miedo de acercárseles. Su constancia reparó el escándalo causado por Eudemón, obispo de Esmirna, que había apostatado y ofrecido sacrificios. Cuando el procónsul Quintiliano llegó a Esmirna, hizo que pusieran a Pionio en el potro y que su cuerpo fuera desgarrado con garfios, y luego lo condenó a la muerte. La sentencia se leyó en latín: "Pionio confiesa ser cristiano, y ordenamos que se le queme vivo".

Con ardorosa fe, Pionio fue el primero en apresurarse para ir al estadio (campo público de carreras), y ahí se despojó de sus vestiduras. Su cuerpo no mostraba ninguna señal de la reciente tortura. Subió a la tarima de madera, dejó que el soldado fijara los clavos, cuando estuvo bien sujeto, el oficial que presidía dijo: "todavía puedes reflexionar y arrepentirte y se te quitarán los clavos". Pero él contestó que su deseo era morir pronto para que más pronto pudiera resucitar de nuevo. De pie y mirando hacia el oriente, mientras amontonaban a su alrededor la leña, Pionio cerró los ojos, de modo que la gente creyó que se había desmayado. Sin embargo, estaba rezando en silencio, y una vez que llegó al fin de su oración, abrió los ojos y dijo "Amén", con el rostro radiante, mientras las llamas se elevaban a su alrededor. Por fin con las palabras "Señor, recibe mi alma", entregó su espíritu, tranquilamente y sin dolor, al Padre que ha prometido guardar a toda alma injustamente condenada. Todo lo anterior parece el relato de un testigo ocular, quien añade que, cuando el fuego se apagó, "los que estábamos allí cerca vimos su cuerpo como si fuera el de un robusto atleta; ni los cabellos, ni las mejillas estaban chamuscados, y su rostro resplandecía asombrosamente".

VIDAS DE LOS SANTOS Edición 1965
Autor: Alban Butler (†)
Traductor: Wilfredo Guinea, S.J.
Editorial: COLLIER´S INTERNATIONAL - JOHN W. CLUTE, S. A.

NOTA:
[1] Eulogia: En el uso eclesiástico el término eulogia se ha aplicado al objeto bendecido. En los primeros tiempos se utiliza en ocasiones para denotar la Sagrada Eucaristía, y en este sentido es especialmente frecuente en los escritos de San Cirilo de Alejandría. El origen de este uso se halla, sin duda, en las palabras de San Pablo (1 Cor. 10,16): to poterion tes eulogias ho eulogoumen (la copa de bendición que bendecimos). Pero el uso más general es para tales objetos como pan, vino, etc., que se acostumbraba a distribuir después de la celebración de los Divinos Misterios. El pan así bendecido, sabemos por San Agustín (De pecat. Merit., II, 26), se distribuía habitualmente a su tiempo a los catecúmenos, e incluso le da el nombre de sacramentum, por haber recibido la bendición oficial de la Iglesia: "Quod acceperunt catechumeni, quamvis non sit corpus Christi, sanctum tamen est, et sanctius quam cibi quibus alimur, quoniam sacramentum est" (Lo que los catecúmenos reciben, aunque no es el Cuerpo de Cristo, es santo, ---más santo, de hecho, que nuestra alimentación habitual, ya que es un sacramentum [sacramental]).

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Presbítero y Mártir

Martirologio Romano: En Córdoba, en la región de Andalucía, en Hispania, san Eulogio, presbítero y mártir, degollado por su preclara confesión de Cristo. Su memoria litúrgica se celebra el 9 de enero ( 859).

Etimológicamente: Eulogio = Aquel que habla bien.

Breve Biografía

Dicen que San Eulogio es la mayor gloria de España en el siglo noveno. Vivió en la ciudad de Córdoba, que estaba ocupada por los musulmanes o mahometanos, los cuales solamente permitían ir a misa a los que pagaban un impuesto especial por cada vez que fueran al templo, y castigaban con pena de muerte al que hablara en público de Jesucristo, fuera del templo.

Nació el año 800 de una familia que se conservaba fervientemente católica en medio de la apostasía general cuando la mayoría de los católicos había abandonado la fe por miedo al gobierno musulmán. Este santo será el que logrará renovar el fervor por la religión católica en su ciudad y los alrededores.

Su abuelo, que se llamaba también Eulogio, lo enseñó desde pequeño a que cada vez que el reloj de la torre daba las horas, dijera una pequeña oración, por ejemplo: "Dios mío, ven en mi auxilio, Señor, ven a prisa a socorrerme".

Tuvo por maestro a uno de los más grandes sabios de su tiempo, al famoso Esperaindeo, el cual lo formó muy bien en filosofía y otras ciencias. Como compañeros de estudios tuvo a Pablo Alvarez, el cual fue siempre su gran amigo y escribió más tarde la vida de San Eulogio con todos los detalles que logró ir coleccionado.

Su biógrafo lo describe así en su juventud: "Era muy piadoso y muy mortificado. Sobresalía en todas las ciencias, pero especialmente en el conocimiento de la Sagrada Escritura. Su rostro se conservaba siempre amable y alegre. Era tan humilde que casi nunca discutía y siempre se mostraba muy respetuoso con las opiniones de los otros, y lo que no fuera contra la Ley de Dios o la moral, no lo contradecía jamás. Su trato era tan agradable que se ganaba la simpatía de todos los que charlaban con él. Su descanso preferido era ir a visitar templos, casas de religiosos y hospitales. Los monjes le tenían tan grande estima que lo llamaban como consultor cuando tenían que redactar los Reglamentos de sus conventos. Esto le dio ocasión de visitar y conocer muy bien un gran número de casas religiosas en España".

Ordenado de sacerdote se fue a trabajar con un grupo de sacerdotes y pronto empezó a sobresalir por su gran elocuencia al predicar, y por el buen ejemplo de su santa conducta. Dice su biógrafo: "Su mayor afán era tratar de agradar cada día más y más a Dios y dominar las pasiones de su cuerpo". Decía confidencialmente: "Tengo miedo a mis malas obras. Mis pecados me atormentan. Veo su monstruosidad. Medito frecuentemente en el juicio que me espera, y me siento merecedor de fuertes castigos. Apenas me atrevo a mirar el cielo, abrumado por el peso de mi conciencia".

Eulogio era un gran lector y por todas partes iba buscando y consiguiendo nuevos libros para leer él y prestar a sus amigos. Logró obtener las obras de San Agustín y de varios otros grandes sabios de la antigüedad (cosa que era dificilísimo en esos tiempos en que los libros se copiaban a mano, y casi nadie sabía leer ni escribir) y nunca se guardaba para él solo los conocimientos que adquiría. Trataba de hacerlos llegar al mayor número posible de amigos y discípulos. Todos los creyentes de Córdoba, especialmente sacerdotes y religiosos se fueron reuniendo alrededor de Eulogio.

En el año 850 estalló la persecución contra los católicos de Córdoba. El gobierno musulmán mandó asesinar a un sacerdote y luego a un comerciante católico. Los creyentes más fervorosos se presentaron ante el alcalde de la ciudad para protestar por estas injusticias, y declarar que reconocían como jefe de su religión a Jesucristo y no a Mahoma. Enseguida los mandaron torturar y los hicieron degollar. Murieron jóvenes y viejos, en gran número. Algunos católicos que en otro tiempo habían renegado de la fe por temor, ahora repararon su falta de valor y se presentaron ante los perseguidores y murieron mártires.

Algunos más flojos decían que no había que proclamar en público las creencias, pero San Eulogio se puso al frente de los más fervorosos y escribió un libro titulado "Memorial de los mártires", en el cual narra y elogia con entusiasmo el martirio de los que murieron por proclamar su fe en Jesucristo.

A dos jóvenes católicas las llevaron a la cárcel y las amenazaron con terribles deshonras si no renegaban de su fe. Las dos estaban muy desanimadas. Lo supo San Eulogio y compuso para ellas un precioso librito: "Documento martirial", y les aseguró que el Espíritu Santo les concedería un valor que ellas nunca habían imaginado tener y que no les permitiría perder su honor. Las dos jóvenes proclamaron valientemente su fe en Jesucristo y le escribieron al santo que en el cielo rogarían por él y por los católicos de Córdoba para que no desmayaran de su fe. Fueron martirizada y pasaron gloriosamente de esta vida a la eternidad feliz.

El gobierno musulmán mandó a Eulogio a la cárcel y él aprovechó esos meses para dedicarse a meditar, rezar y estudiar. Al fin logra salir de la cárcel, pero encuentra que el gobierno ha destruido los templos, ha acabado con la escuela donde él enseñaba y que sigue persiguiendo a los que creen en Jesús.

Eulogio tiene que pasar diez años huyendo de sitio en sitio, por la ciudad y por los campos. Pero va recogiendo los datos de los cristianos que van siendo martirizados y los va publicando, en su "Memorial de los mártires".

En el año 858 murió el Arzobispo de Toledo y los sacerdotes y los fieles eligieron a Eulogio para ser el nuevo Arzobispo. Pero el gobierno se opuso. Algo más glorioso le esperaba en seguida: el martirio.

Había en Córdoba una joven llamada Lucrecia, hija de mahometanos, que deseaba vivir como católica, pero la ley se lo prohibía y quería hacerla vivir como musulmana. Entonces ella huyó de su casa y ayudada por Eulogio se refugió en casa de católicos. Pero la policía descubrió dónde estaba y el juez decretó pena de muerte para ella y para Eulogio.

Llevado nuestro santo al más alto tribunal de la ciudad, uno de los fiscales le dijo: "Que el pueblo ignorante se deje matar por proclamar su fe, lo comprendemos. Pero Tú, el más sabio y apreciado de todos los cristianos de la ciudad, no debes ira sí a la muerte. Te aconsejo que te retractes de tu religión, y así salvarás tu vida". A lo cual Eulogio respondió: "Ah, si supieses los inmensos premios que nos esperan a los que proclamamos nuestra fe en Cristo, no sólo no me dirías que debo dejar mi religión, sino que tu dejarías a Mahoma y empezarías a creer en Jesús. Yo proclamo aquí solemnemente que hasta el último momento quiero ser amador y adorador de Nuestro Señor Jesucristo".

Un soldado le abofeteó la mejilla derecha y nuestro santo le presentó la mejilla izquierda y fue nuevamente abofeteado. Luego lo llevaron al lugar de suplicio y le cortaron la cabeza. Poco después martirizaron también a Santa Lucrecia.

San Eulogio: ¡Consíguenos un gran entusiasmo por nuestra religión!.


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SAN EULOGIO DE CÓRDOBA

PRESBÍTERO Y MÁRTIR





PALABRA DE DIOS DIARIA

En Córdoba, en la región de Andalucía, en Hispania, san Eulogio, presbítero y mártir, degollado por su preclara confesión de Cristo. Su memoria litúrgica se celebra el 9 de enero (859). 

Etimológicamente: Eulogio = Aquel que habla bien.

Dicen que San Eulogio es la mayor gloria de España en el siglo noveno. Vivió en la ciudad de Córdoba, que estaba ocupada por los musulmanes o mahometanos, los cuales solamente permitían ir a misa a los que pagaban un impuesto especial por cada vez que fueran al templo, y castigaban con pena de muerte al que hablara en público de Jesucristo, fuera del templo.

Nació el año 800 de una familia que se conservaba fervientemente católica en medio de la apostasía general cuando la mayoría de los católicos había abandonado la fe por miedo al gobierno musulmán. Este santo será el que logrará renovar el fervor por la religión católica en su ciudad y los alrededores.

Su abuelo, que se llamaba también Eulogio, lo enseñó desde pequeño a que cada vez que el reloj de la torre daba las horas, dijera una pequeña oración, por ejemplo: "Dios mío, ven en mi auxilio, Señor, ven a prisa a socorrerme".

Tuvo por maestro a uno de los más grandes sabios de su tiempo, al famoso Esperaindeo, el cual lo formó muy bien en filosofía y otras ciencias. Como compañeros de estudios tuvo a Pablo Alvarez, el cual fue siempre su gran amigo y escribió más tarde la vida de San Eulogio con todos los detalles que logró ir coleccionado.

Su biógrafo lo describe así en su juventud: "Era muy piadoso y muy mortificado. Sobresalía en todas las ciencias, pero especialmente en el conocimiento de la Sagrada Escritura. Su rostro se conservaba siempre amable y alegre. Era tan humilde que casi nunca discutía y siempre se mostraba muy respetuoso con las opiniones de los otros, y lo que no fuera contra la Ley de Dios o la moral, no lo contradecía jamás. Su trato era tan agradable que se ganaba la simpatía de todos los que charlaban con él. Su descanso preferido era ir a visitar templos, casas de religiosos y hospitales. Los monjes le tenían tan grande estima que lo llamaban como consultor cuando tenían que redactar los Reglamentos de sus conventos. Esto le dio ocasión de visitar y conocer muy bien un gran número de casas religiosas en España".

Ordenado de sacerdote se fue a trabajar con un grupo de sacerdotes y pronto empezó a sobresalir por su gran elocuencia al predicar, y por el buen ejemplo de su santa conducta. Dice su biógrafo: "Su mayor afán era tratar de agradar cada día más y más a Dios y dominar las pasiones de su cuerpo". Decía confidencialmente: "Tengo miedo a mis malas obras. Mis pecados me atormentan. Veo su monstruosidad. Medito frecuentemente en el juicio que me espera, y me siento merecedor de fuertes castigos. Apenas me atrevo a mirar el cielo, abrumado por el peso de mi conciencia".

Eulogio era un gran lector y por todas partes iba buscando y consiguiendo nuevos libros para leer él y prestar a sus amigos. Logró obtener las obras de San Agustín y de varios otros grandes sabios de la antigüedad (cosa que era dificilísimo en esos tiempos en que los libros se copiaban a mano, y casi nadie sabía leer ni escribir) y nunca se guardaba para él solo los conocimientos que adquiría. Trataba de hacerlos llegar al mayor número posible de amigos y discípulos. Todos los creyentes de Córdoba, especialmente sacerdotes y religiosos se fueron reuniendo alrededor de Eulogio.

En el año 850 estalló la persecución contra los católicos de Córdoba. El gobierno musulmán mandó asesinar a un sacerdote y luego a un comerciante católico. Los creyentes más fervorosos se presentaron ante el alcalde de la ciudad para protestar por estas injusticias, y declarar que reconocían como jefe de su religión a Jesucristo y no a Mahoma. Enseguida los mandaron torturar y los hicieron degollar. Murieron jóvenes y viejos, en gran número. Algunos católicos que en otro tiempo habían renegado de la fe por temor, ahora repararon su falta de valor y se presentaron ante los perseguidores y murieron mártires.

Algunos más flojos decían que no había que proclamar en público las creencias, pero San Eulogio se puso al frente de los más fervorosos y escribió un libro titulado "Memorial de los mártires", en el cual narra y elogia 
con entusiasmo el martirio de los que murieron por proclamar su fe en Jesucristo.

A dos jóvenes católicas las llevaron a la cárcel y las amenazaron con terribles deshonras si no renegaban de su fe. Las dos estaban muy desanimadas. Lo supo San Eulogio y compuso para ellas un precioso librito: "Documento martirial", y les aseguró que el Espíritu Santo les concedería un valor que ellas nunca habían imaginado tener y que no les permitiría perder su honor. Las dos jóvenes proclamaron valientemente su fe en Jesucristo y le escribieron al santo que en el cielo rogarían por él y por los católicos de Córdoba para que no desmayaran de su fe. Fueron martirizada y pasaron gloriosamente de esta vida a la eternidad feliz.

El gobierno musulmán mandó a Eulogio a la cárcel y él aprovechó esos meses para dedicarse a meditar, rezar y estudiar. Al fin logra salir de la cárcel, pero encuentra que el gobierno ha destruido los templos, ha acabado con la escuela donde él enseñaba y que sigue persiguiendo a los que creen en Jesús.

Eulogio tiene que pasar diez años huyendo de sitio en sitio, por la ciudad y por los campos. Pero va recogiendo los datos de los cristianos que van siendo martirizados y los va publicando, en su "Memorial de los mártires".

En el año 858 murió el Arzobispo de Toledo y los sacerdotes y los fieles eligieron a Eulogio para ser el nuevo Arzobispo. Pero el gobierno se opuso. Algo más glorioso le esperaba en seguida: el martirio.

Había en Córdoba una joven llamada Lucrecia, hija de mahometanos, que deseaba vivir como católica, pero la ley se lo prohibía y quería hacerla vivir como musulmana. Entonces ella huyó de su casa y ayudada por Eulogio se refugió en casa de católicos. Pero la policía descubrió dónde estaba y el juez decretó pena de muerte para ella y para Eulogio.

Llevado nuestro santo al más alto tribunal de la ciudad, uno de los fiscales le dijo: "Que el pueblo ignorante se deje matar por proclamar su fe, lo comprendemos. Pero Tú, el más sabio y apreciado de todos los cristianos de la ciudad, no debes ira sí a la muerte. Te aconsejo que te retractes de tu religión, y así salvarás tu vida". A lo cual Eulogio respondió: "Ah, si supieses los inmensos premios que nos esperan a los que proclamamos nuestra fe en Cristo, no sólo no me dirías que debo dejar mi religión, sino que tu dejarías a Mahoma y empezarías a creer en Jesús. Yo proclamo aquí solemnemente que hasta el último momento quiero ser amador y adorador de Nuestro Señor Jesucristo".

Un soldado le abofeteó la mejilla derecha y nuestro santo le presentó la mejilla izquierda y fue nuevamente abofeteado. Luego lo llevaron al lugar de suplicio y le cortaron la cabeza. Poco después martirizaron también a Santa Lucrecia.

10:40 p.m.

Abad

Martirologio Romano: En el monasterio de Bobbio, en la Emilia-Romaña, san Atalo, abad, quien, cultivador de la vida cenobítica, se retiró primero al monasterio de Lérins y después al de Luxeuil, donde fue sucesor de san Columbano, brillando sobremanera por su celo y por su virtud de discernimiento. ( 626)

Breve Biografía

San Atalo, originario de Borgoña, pasó su juventud con Aregio, obispo de Gap, a quien sus padres le habían confiado. Sintiendo que sus progresos en la virtud no correspondían a sus éxitos en el estudio de las letras profanas, Atalo ingresó en el monasterio de Lérins. Sin embargo, más tarde decidió buscar una comunidad aún más estricta. En el célebre monasterio de Luxeuil, fundado por San Columbano en el antiguo pueblo romano de Luxovium (en la Borgoña), Atalo encontró toda la austeridad que pudiera desear y pronto llegó a ser el discípulo predilecto de San Columbano, quien vio en él a un alma gemela y se esforzó por guiarle a la más alta perfección. Cuando Teodorico, rey de Austrasia, desterró de Francia a San Columbano y a todos los monjes irlandeses, Atalo partió con el santo abad. En Lombardía, el rey Aguilulfo les asignó un solitario rincón de los Apeninos para que fundasen el monasterio de Bobbio (en Piacenza). Para entonces, San Columbano tenía ya setenta años de edad. Como sólo vivió un año más, hay que atribuir gran parte de la gloria de haber fundado el famoso monasterio a San Atalo, quien le sucedió en el cargo de abad, el año 615. El nuevo superior tuvo que enfrentarse con muchas dificultades, particularmente con la deslealtad de sus monjes, quienes, inmediatamente después de la muerte de San Columbano, empezaron a murmurar contra la severidad de la regla y se rebelaron.

San Atalo, como San Columbano, luchó largo tiempo contra el arrianismo, que había invadido los alrededores de Milán. Dios le había concedido el don de curar a los enfermos; su biógrafo, Jonás el Escocés, presenció algunas de las curaciones milagrosas que hizo. Cincuenta días antes de su muerte, San Atalo recibió aviso del cielo de prepararse para un largo viaje. No sabiendo si se trataba de una expedición al extranjero o del paso a la eternidad, el abad puso en orden los asuntos del monasterio y se preparó como si fuese a partir. Cuando la fiebre empezó a dejarse sentir, San Atalo comprendió que el aviso del cielo se refería a su muerte. La enfermedad se agravó y el santo pidió que le colocasen fuera de su celda, junto a la cruz que se levantaba ante la puerta y que él había tocado siempre al entrar y al salir. Como quisiese estar solo unos momentos, todos se alejaron, excepto San Bliomondo (más tarde abad de Saint-Valéry), quien solamente se retiró un poco, por si el santo necesitaba de su ayuda. San Atalo dio gracias a Dios con muchas lágrimas; después vio el cielo abierto y se quedó contemplándolo varias horas. Más tarde, los monjes le introdujeron de nuevo en la celda. El santo murió al día siguiente y fue sepultado en Bobbio, junto a su maestro San Columbano. Posteriormente, se colocó en la misma tumba el cuerpo de San Bertulfo y los tres varones de Dios fueron venerados conjuntamente.


VIDAS DE LOS SANTOS Edición 1965
Autor: Alban Butler (†)
Traductor: Wilfredo Guinea, S.J.
Editorial: COLLIER´S INTERNATIONAL - JOHN W. CLUTE, S. A.

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Mártir

Martirologio Romano: En África, conmemoración de san Víctor, mártir, sobre el cual en el día de su fiesta, San Agustín dio a la gente un sermón.
Son varios los santos llamados Víctor que son venerados por la Iglesia, pero, con excepción de los "corposantos", éste es sin duda del que tenemos menos información. De hecho, en honor a la verdad, de él tan sólo sabemos su nombre. Posidio, biógrafo de San Agustín, en su Indiculus -lista de obras de San Agustín- menciona un sermón dedicado a San Víctor mártir, pero es imposible saber a cual de todos los santos mártires homónimos del África septentrional pudo referirse. Lo que si sabemos con toda certeza es que el cardenal Baronio lo insertó en el Martyrologium Romanum del 10 de marzo.

responsable de la traducción: Xavier Villalta

NOTA: Corposantos: Este término se le aplica aquellos cuerpos de santos desconocidos extraídos de las catacumbas o también de otros sitios, pero siempre a santos desconocidos.

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10:40 p.m.

Por: . | Fuente: dominicainesdebethanie.org || www.dominicosca.org

Sacerdote y Fundador
de las Religiosas de la Tercera Orden de Santo Domingo en Betania

Martirologio Romano: En Frasne-le-Chateau (Francia), Beato Jean-Joseph Lataste (en el siglo Alcide Vital), sacerdote profeso de la Orden de los Frailes Predicadores y fundador de las Religiosas de la Tercera Orden de Santo Domingo en Betania. ( 1969)

Fecha de beatificación: 3 de junio de 2012, durante el pontificado de S. S. Benedicto XVI


El Padre Lataste nació en Cadillac-sur-Garonne (Gironda, Francia), el 5 de septiembre de 1832. Fue el último de los siete hijos de Joan y Vital Lataste, su padre no era creyente pero no se opuso a que su mujer criara a sus hijos como buenos cristianos. Fue bautizado al siguiente día de su nacimiento, recibiendo del nombre de Alcide, su hermana mayor, Rosy, fue su madrina. De niño, fue curado milagrosamente de una seria enfermedad y él atribuía esa curación al patrocinio de la Santísima Virgen.

Desde muy joven, se sintió llamado al sacerdocio. Después de muchas dudas, y una profunda batalla personal, en 1857 ingresó en la orden de los dominicos, hizo profesión en presencia de su padre y dos hermanos y fue enviado a Toulouse para terminar los estudios. Vivió en los conventos de Chalais, Grenoble y St Maximin-la-Sainte-Baume, donde se familiarizó con María Magdalena a través de una profunda contemplación. El 10 de Mayo de 1862 hizo profesión solemne y el 8 de Febrero de 1963 fue ordenado sacerdote en Marseille a manos del Obispo Petagna. Continuó estudiando y fue finalmente asignado al convento de Bordeaux. Su ministerio sacerdotal se caracterizó por sermones inspirados, retiros, confesiones, mortificación y adoración del Santísimo Sacramento.

En 1864, fue enviado a predicar un retiro llevado a cabo en la prisión de mujeres de Cadillac, donde descubrió en ellas los maravillosos efectos de la gracia, y, en algunas, una llamada real a entregarse a Dios en una vida consagrada. Es en esta prisión, antes de la Eucaristía, que recibió la inspiración de fundar una nueva familia religiosa, donde todas las hermanas, cualquiera que sea su pasado, pueden unirse en un mismo amor y una misma consagración.

Así nace en 1866 -con la ayuda de la Madre Dominique-Henri de las Hermanas de la Presentación de Tours- la orden de las Hermanas Dominicanas de Betania cuyo propósito es dar la bienvenida a las mujeres liberadas de prisión para que puedan convertirse en religiosas, sin distinción entre ellas y las otras hermanas.

"Hay una verdad... las más grandes pecadoras tienen dentro de sí mismas a aquel que hace a los grandes santos. ¿Quién sabe si no lo llegarán a ser algún día?"

Era la primera comunidad de Dominicas de Betania, bajo la protección de Santa María Magdalena.

"Sea cual sea su pasado no las consideréis más como prisioneras, sino como almas consagradas a Dios, que, al igual que ustedes, son almas religiosas".

Fray Lataste volvió a enfermarse en 1868. En esa ocasión, su enfermedad era tan seria que tuvo que dictar de manera oral las Constituciones de las Hermanas de Betania a la Madre Dominique-Henri, las cuales fueron completadas más tarde, después de su muerte, por fray Baker. Murió el 10 de Marzo de 1869 con un gran amor por sus hermanas y una gran gratitud a Dios. Fue inicialmente sepultado en el convento de las Hermanas en Frasne-le-Chateau. Su cuerpo fue trasladado posteriormente, cuando las hermanas se movieron a un nuevo convento en Montferrand-le-Chateau y fue trasladado de nuevo, esta vez a la capilla de las hermanas, cuando fue abierta la causa de beatificación. En su tumba dice: "Habiendo llegado a la perfección en poco tiempo, logró la plenitud de una larga vida".

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5:28 p.m.

SAN MACARIO


OBISPO DE JERUSALÉN





La fecha en la que Macario fue consagrado Obispo se encuentra en la versión de San Jerónimo de las “Crónicas” de Eusebio. 

Su muerte debe haber acaecido antes del Concilio de Tiro, en el año 335, en el que su sucesor, Máximo, fue aparentemente uno de los obispos participantes. 

Macario fue uno de los obispos a quienes San Alejandro de Alejandría escribiera previniéndolos contra Ario. 

El vigor de su oposición a la nueva herejía se evidencia en la manera abusiva en la que Ario se refiere a él en su carta a Eusebio de Nicomedia. 

Asistió al Concilio de Nicea, y vale mencionar aquí dos conjeturas relacionadas con el papel que desempeñó en dicho concilio. La primera es que hubo un forcejeo entre él y su obispo metropolitano Eusebio de Cesarea, en cuanto a los derechos de sus respectivas sedes. El séptimo canon del concilio (“Debido a que la costumbre y la tradición antigua muestran que el obispo de Elia [Jerusalén] debe ser honrado y debe tener precedencia; sin que esto perjudique, sin embargo, la dignidad que corresponde al obispo de la Metrópolis”), por su vaguedad sugiere que fue el resultado de una prolongada batalla. 

La segunda conjetura es que Macario, junto con Eustaquio de Antioquía, tuvo mucho que ver con la redacción del Credo adoptado finalmente por el Concilio de Nicea. 

Para mayores datos sobre la base de esta conjetura (expresiones que aparecen en el Credo y que recuerdan las de Jerusalén y Antioquía) el lector puede consultar a Hort, "Two Dissertations", etc., 58 sqq.; Harnack, "Dogmengesch.", II (3a edición), 231; Kattenbusch, "Das Apost. Symbol." (Ver el índice del volumen II.). 

De las conjeturas podemos pasar a la ficción. En la “Historia del Concilio de Nicea” atribuida a Gelasio de Cícico hay varias discusiones imaginarias entre los Padres del Concilio y los filósofos al servicio de Ario. 

En una de esas discusiones, en donde Macario actúa como vocero de los obispos, éste defiende el Descendimiento a los infiernos. 

Este hecho, consecuencia de la incertidumbre de si el Descenso a los infiernos se encontraba en el Credo de Jerusalén, es interesante, sobre todo si se tiene en cuenta que, en otros aspectos, el lenguaje de Macario aparece más conforme al del Credo. 

El nombre de Macario ocupa el primer lugar los de los obispos de Palestina que suscribieron el Concilio de Nicea; el de Eusebio aparece en quinto lugar. San Atanasio, en su encíclica a los obispos de Egipto y Libia, incluye el nombre de Macario (quien había muerto ya hacía mucho tiempo) entre los de los obispos reconocidos por su ortodoxia. 

San Teofano en su "Cronografía" indica que Constantino, al finalizar el concilio de Nicea, ordenó a Macario buscar los sitios de la Resurrección y de la Pasión y la Verdadera Cruz. 

Es muy probable que esto haya sido así, ya que las excavaciones comenzaron muy poco tiempo después del concilio y se realizaron, aparentemente, bajo la superintendencia de Macario. 

El gran montículo y las bases de piedra coronadas por el templo de Venus, que se habían construido sobre el Santo Sepulcro en la época de Adriano, se demolieron y “cuando de inmediato apareció la superficie original del suelo, contrario a todas las expectativas, se descubrió el Santo Monumento de la Resurrección de nuestro Salvador”.

Al oír la noticia, Constantino escribió a Macario dándole órdenes y detalladas para la construcción de una Iglesia en ese lugar.

Más tarde escribió otra carta “A Macario y a los demás Obispos de Palestina” ordenando la construcción de una Iglesia en Mambré, que también había sido profanada por un templo pagano. Eusebio, tal vez pensando en su dignidad como Obispo Metropolitano, aunque relata lo antes descrito, se refiere a la carta como “dirigida a mí”. 

También se construyeron iglesias en los lugares e la Natividad y la Ascensión.

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