Cronología del Padre Pío
- 1887 - 25 mayo: Nace en Pietrelcina, Italia
- 1903 - 6 enero: Edad 15 años. Entra al noviciado franciscano OFM cap en Morcone.
- 1904 - 22 enero: Profesa como franciscano
- 1910 - 10 agosto: Ordenación sacerdotal en Benevento
- 1918 - 20 septiembre: Recibe las estigmas, (llagas de Jesucristo)
- 1923 - 1933 Le fue prohibido celebrar misa en público y comunicación con sus hijos espirituales; víctima de calumnias.
- 1947 Comienzan los grupos de oración del Padre Pío.
- 1956 - 5 mayo: Inauguración de la Casa Sollievo della Sofferenza (alivio del sufrimiento)
- 1968 - 23 septiembre: Fallece en San Giovanni Rotondo
- 1998 - 21 de diciembre: Reconocimiento de milagro
- 1999 - 2 de mayo: Beatificación
- 2001 - 20 de diciembre: Reconocimiento de 2º milagro
- 2002 - 16 junio: Canonización en el Vaticano
San Pío de Pietrelcina, entró en los Capuchinos con 15 años de edad.Ordenado el 10 de agosto de 1910.Asignado a San Giovanni Rotondo en 1916, vivió allí hasta su muerte.Recibió los estigmas: 20 de septiembre, 1918. Los llevó por 50 años.Entró en la Vida Eterna: 23 de septiembre, 1968.Beatificado por el Papa Juan Pablo II el 2 de mayo de 1999. Canonizado por el Papa Juan Pablo II el 16 de junio del 2002.
"Solo quiero ser un fraile que reza...”
“Reza, espera y no te preocupes. La preocupación es inútil. Dios es misericordioso y escuchará tu oración... La oración es la mejor arma que tenemos; es la llave al corazón de Dios. Debes hablarle a Jesús, no solo con tus labios sino con tu corazón. En realidad, en algunas ocasiones debes hablarle solo con el corazón...” -Padre Pío
El Padre Pío es uno de los más grandes místicos de nuestro tiempo, amado en todo el mundo. Nos enseñó a vivir un amor radical al corazón de Jesús y a su Iglesia. Su vida era oración, sacrificio y pobreza. Alcanzó una profunda unión con Dios.
Famoso confesor. El Padre Pío pasaba hasta 16 horas diarias en el confesionario. Algunos debían esperar dos semanas para lograr confesarse con él, porque el Señor les hacía ver por medio de este sencillo sacerdote la verdad del evangelio. Su vida se centraba en torno a la Eucaristía. Sus misas conmovían a los fieles por su profunda devoción. Poseía una ferviente devoción por la Virgen María.
Dones extraordinarios:
Discernimiento extraordinario: la capacidad de leer los corazones y las conciencias. Profecía: pudo anunciar eventos del futuro. Curación: curas milagrosas por el poder de la oración. Bilocación: estar en dos lugares al mismo tiempo. Perfume: la sangre de sus estigmas tenía fragancia de flores.
Llegaban a verle multitud de peregrinos y además recibía muchas cartas pidiendo oración y consejo. Los médicos que observaron los estigmas del Padre Pío no pudieron hacer cicatrizar sus llagas ni dar explicación de ellas. Calcularon que perdía una copa de sangre diaria, pero sus llagas nunca se infectaron. El Padre Pío decía que eran un regalo de Dios y una oportunidad para luchar por ser más y más como Jesucristo Crucificado. Su beatificación fue la de mayor asistencia en la historia. La plaza de San Pedro y sus alrededores no pudieron contener la multitud que asistió a su beatificación. El Padre Pío es un poderoso intercesor. Los milagros se siguen multiplicando.
Biografía
Infancia
Francisco Forgione (San Padre Pío) nació en el seno de una humilde y religiosa familia, el Miércoles 25 de mayo de 1887 a las 5 de la tarde, hora en que las campanas de la Iglesia sonaban para llamar a todos los fieles a honrar a la Virgen Santísima en su mes. El Beato Padre Pío nació en una pequeña aldea del Sur de Italia, llamada Pietrelcina, una pequeña villa en la provincia de Benevento, Italia. Sus padres, Horacio Forgione y María Giuseppa de Nunzio Forgione, ambos agricultores, encomendaron la protección de su recién nacido a San Francisco de Asís, por esta razón le bautizaron con el nombre de Francisco al día siguiente de su nacimiento.
El Padre Pío, cuando era aún un bebé, lloraba desconsoladamente al grado que su padre no lograba descansar por la noche de lo fuerte y constante de su llanto, su padre decía que “al bebé nunca se le acababa el aire”. Una vez que se encontraba con su papá a solas en casa, este no pudo consolarle para que parara de llorar y lo arrojó en la cama exclamando: “Parece que el diablo hubiese nacido en mi casa”.
Relata el Padre Pío que desde ese preciso momento, nunca más volvió a llorar así. La familia Forgione vivía en el sector más pobre de Pietrelcina. Francisco fue pobre, pero como él mismo diría más adelante, nunca careció de nada... Los valores eran diferentes en aquella época; un niño se consideraba dichoso si tenía lo básico para vivir. Fue un niño muy sensible y espiritual.
Inicio de sus experiencias extraordinarias
Su vida transcurrió en los alrededores de la Iglesia Santa María de los Ángeles, que podríamos decir fue como su "hogar". Aquí fue bautizado, hizo su Primera Comunión, su Confirmación, y precisamente aquí, a los cinco años de edad, tuvo una aparición del Sagrado Corazón de Jesús. El Señor posó Su mano sobre la cabeza de Francisco y este prometió a San Francisco que sería un fiel seguidor suyo. El curso de su vida y su vocación quedaría desde ese momento sellado. Padre Pío se ofrece a tan corta edad como víctima. Este año marcaría la vida de Francisco para siempre; empieza a tener apariciones de la Santísima Virgen, que continuarían por el resto de su vida.
También tenía trato familiar con su ángel guardián, con el que tuvo la gracia de comunicarse toda su vida y el cual sirvió grandemente en la misión que él recibiría de Dios. Es también a esta edad que los demonios comenzaron a torturarlo. El niño acostumbraba a cobijarse bajo la sombra de un árbol particular durante los cálidos y soleados días de verano. Amigos y vecinos testificaron que fueron en más de una ocasión las veces que le vieron pelear con lo que parecía su propia sombra. Estas luchas continuarían por el resto de su vida.
Fue un niño callado, diferente y tímido, muchos dicen que a tan corta edad ya mostraba signos de una profunda espiritualidad. Era piadoso, permanecía largas horas en la iglesia después de Misa. Hizo hasta arreglos con el sacristán para que le permitiera visitar al Señor en la Eucaristía, en los momentos en los cuales la iglesia permaneciera cerrada.
Curado por los chiles
En tiempos en que el Padre era aún pequeño, la tifoidea era una enfermedad mortal y el pequeño Francisco se vio al borde de la muerte a consecuencia de ella. La fiebre le llego tan alta, que el mismo doctor le informó a su madre que al pequeño Francisco le quedaban unas cuantas horas de vida. La madre, aun con el dolor que experimentaba su corazón, debió continuar sus labores domésticas y preparó, como de costumbre, alimentos para los trabajadores que les ayudaban con sus tierras. La comida que Guiseppa preparó fueron chiles fritos y los trabajadores no se los terminaron por ser tan picosos. Al pequeño enfermo, el olor de los chiles le resultó muy apetecible y en cuanto se encontró a solas, no pudiendo caminar, se arrastró hasta el lugar en el que se encontraban los chiles que tanto le apetecían y se los comió todos.
Cuando terminó de comer, se regresó a su cama y sintió una gran sed. Llamó a su hermano Miguel para que le trajera algo de tomar. Su hermano le llevó una botella de leche y le sirvió un poco en una cuchara, como lo habían estado haciendo. Francisco, tomó la botella y se la tomó toda para la sorpresa de su hermano. Cuando su madre regresó más tarde a buscar los chiles, encontró el plato vacío y no se imaginó que hubiese sido Francisco el que se los hubiese comido. Aunque esta comida podría haber sido fatal para su salud, produjo cambios radicales. Desde ese momento, Francisco se curó de la tifoidea y su salud se restauró por completo.
Un milagro en su presencia
Un día, siendo aún pequeño, acompañó a su padre, Horacio, en una peregrinación al Santuario de San Peregrino. La iglesia estaba llena de fieles de todas partes. Francisco se arrodilló para orar al frente del Santuario y observaba la angustia de una madre que se acercó al altar con un niño deforme en sus brazos e imploraba al Santo que intercediera por la sanación de su hijo.
Mientras su padre se preparaba para salir de la Iglesia, Francisco no se movía en profunda oración de intercesión por el niño. La madre de este, en un arrebato de desesperación dijo en voz alta frente a la imagen del Santo: “Cura a mi hijo, si no lo quieres curar, tómalo, yo no lo quiero” y diciendo esto, arrojó al niño en el altar. En el preciso momento en que el niño tocó el altar, éste sanó por completo. Esta experiencia del poder de la oración, afianzó grandemente la confianza de Francisco en el poder de la intercesión de los Santos.
Primeros estudios
Francisco tenía gran sed de aprender. Por no haber escuelas en la villa, unos granjeros se voluntarizaron para enseñar a los niños del área. Su mayor ambición era que los niños pudieran aprender a leer y los más brillantes a escribir. La enseñanza se llevaba a cabo durante la noche por la necesidad existente de trabajar, tanto adultos como niños durante el día. Francisco estudiaba durante este tiempo. Otros niños preferían jugar, pero esto no era una de sus prioridades. Su preferencia era siempre pasar la mayor parte del tiempo en oración y estudiar en el tiempo destinado para el aprendizaje. Padre Pío fue un niño disciplinado, que entendía el sacrificio que era para sus padres patrocinar su tiempo de aprendizaje.
Estudios para prepararlo a la Vida Religiosa
Llegó el momento en el cual Francisco manifestará su deseo de ser religioso. Su padre, al ver la limitación existente de educación en la villa, emigró a los Estados Unidos y a Jamaica buscando mejor solvencia económica que le permitiera sufragar los gastos de educación para Francisco. Sus padres, aunque humildes, recibieron gran sabiduría del Señor para ver el camino que su hijo habría de seguir. Hicieron grandes sacrificios para que se hiciera posible.
Fue durante este tiempo en que su madre, Giuseppa, hizo arreglos para que su hijo recibiera la formación necesaria para poder ingresar en el seminario. La única posibilidad en ese momento era recibir clases con Don Domenico Tizzani, un exsacerdote que habiendo abandonado el ministerio, había contraído matrimonio. Don Domenico tenía la reputación de ser muy buen maestro, pero algo pasaba con el joven Francisco que parecía tener un bloqueo mental en su presencia. Doña Giuseppa buscó otro maestro para Francisco y lo encontró en el maestro Angelo Cavacco. Con él, el joven Francisco avanzó con gran rapidez y mostró tener gran capacidad.
Preparación para el Noviciado
Los días antes de entrar al seminario fueron días de visiones del Señor, que le prepararían para grandes luchas. Jesús le permitió ver a Francisco el campo de batalla, los obstáculos y enemigos. A un lado habían hombres radiantes, con vestiduras blancas, al otro lado, inmensas bestias espantosas de color oscuro. Era una escena aterradora y las rodillas del joven Francisco comenzaron a temblar. Jesús le dice que se tiene que enfrentar con la horrenda criatura, a lo que Francisco responde temeroso, rogándole al Señor que no le pidiera cosa semejante de la cual no podría salir victorioso. Jesús vuelve a repetir su petición dejándole saber que estaría a su lado. Francisco entonces entra en un feroz combate, los dolores infligidos en su cuerpo eran intolerables, pero salió triunfante. Jesús alertó a Francisco de que entraría en combate nuevamente con este demonio a lo largo de toda su vida, que no temiera: “Yo estaré protegiéndote, ayudándote, siempre a tu lado hasta el fin del mundo”. Esta visión particular petrificó a Padre Pío por 20 años.
El día antes de entrar al Seminario, Francisco tuvo una visión de Jesús con su Santísima Madre. En esta visión, Jesús posa Su mano en el hombro de Francisco, dándole valor y fortaleza para seguir adelante. La Virgen María, por su parte, le habla suavemente, sutil y maternalmente penetrando en lo más profundo de su alma.
Ingreso en el Noviciado de Morcone
Padre Pío siempre caminó el sendero estrecho, no permitiéndose lujos ni nada que le pudiera desviar de su relación con Jesús. A los 15 años de edad, Francisco había adelantado lo suficiente como para entrar al Seminario; sería Fraile Capuchino. Ingresó con la Orden Franciscana de Morcone el 3 de enero de 1902. Quince días después de su entrada, el día 22 de enero de 1902, Francisco recibió el hábito franciscano que está hecho en forma de una cruz y percibió que desde ese momento su vida estaría “crucificada en Cristo”, tomó además, por nombre religioso, Fray Pío de Pietrelcina en honor a San Pío V.
La Fraternidad Capuchina en la cual ingresó era una de las más austeras de la Orden Franciscana y una de las más fieles a la regla original de San Francisco de Asís. El ayuno y la penitencia eran prácticas habituales. El Fraile Pío abrazó todas las formas de auto privación, comiendo siempre muy poco, en una ocasión se alimentó únicamente de la Eucaristía por 20 días y aunque débil físicamente se presentaba a clases con preclara alegría. Fue una de las mejores épocas de su vida: "Soy inmensamente feliz cuando sufro, y si consintiera los impulsos de mi corazón, le pediría a que Jesús me diera todo el sufrimiento de los hombres".
Primera bilocación
En 1905, solo dos años después de haber entrado al Seminario, el Fraile Pío experimenta por primera vez la bilocación. Rezando acompañado de otro fraile en el coro, una noche fría de enero, alrededor de las 11:00 de la noche, se encontró a sí mismo muy lejos, en una casa muy elegante en la cual un padre de familia agonizaba en el mismo momento que su hija nacía.
Nuestra Santísima Madre se le apareció al Fraile Pío diciéndole: “Encomiendo esta criatura a tus cuidados; es una piedra preciosa sin pulir. Trabaja en ella, lústrala, hazla brillar lo más posible, porque un día me quiero adornar con ella”. A lo que él contestó: “¿Cómo puede ser esto posible si soy un pobre estudiante, y todavía ni siquiera sé si tendré la fortuna de llegar a ser sacerdote? Y si no llegara a ser sacerdote, ¿cómo podría ocuparme de esta niña estando tan lejos?”. La Virgen le contestó: “No dudes. Será ella quien venga a ti, pero la conocerás de antemano en la Basílica de San Pedro”. Inmediatamente se encontró de nuevo en el coro donde había estado rezando minutos antes.
Dieciocho años más tarde esta niña se presentó en la Basílica de San Pedro, agobiada y buscando a un sacerdote con quien pudiera confesarse y recibir dirección espiritual. Ya era tarde y la Basílica iba a cerrar, miró a su alrededor y vio a un fraile entrar en el confesionario y cerrar la puerta. La joven se le acercó y comenzó a compartirle sus problemas. El sacerdote absolvió sus pecados y le dio la bendición. La joven en agradecimiento quiso besarle la mano, pero al abrir el confesionario solo encontró una silla vacía.
Un año después, la joven fue en peregrinación a San Giovanni Rotondo. Padre Pío caminaba por los pasillos de las celdas repletos de peregrinos y al ver a la joven entre ellos, la señaló diciendo: “Yo te conozco, tu naciste el día que tu padre murió”, la joven, sorprendida, esperó largo rato para poderse confesar con el Padre y aclarar sus inquietudes. Padre Pío le recibe en el confesionario con estas palabras: "Mi hija, has venido finalmente; he esperando tantos años por ti!". La joven aún más sorprendida le manifestó que él estaba equivocado, siendo ésta la primera vez que ella visitaba San Giovanni. A lo que Padre Pío contestó: "Ya tú me conoces, viniste a mí el año pasado en la Basílica de San Pedro". La joven se convirtió en su hija espiritual, obedeciendo siempre a sus consejos. Se casó y formó una sólida y ejemplar familia cristiana.
Ordenación Sacerdotal
El 10 de agosto de 1910, Padre Pío es ordenado sacerdote en la Catedral de Benevento, Italia. La tarde de aquel día, escribe esta oración: “Oh Jesús, mi suspiro y mi vida, te pido que hagas de mí un sacerdote santo y una víctima perfecta”. El día de su ordenación, su padre se encontraba en América, pero su madre, su hermano Miguel y su esposa, y sus tres hermanas le acompañaron en ese día tan especial. Al finalizar la Santa Misa, su madre y sus hermanos se acercaron a la baranda para recibir su primera bendición. Su madre no podía contener sus lágrimas, tanto de la emoción como del dolor de pensar en la ausencia de su esposo, cuyo sacrificio había hecho posible la ordenación de su hijo.
Como era la costumbre, el nuevo Padre celebraría su primera Misa en la iglesia de su pueblo, en Santa María de los Ángeles. En la misma iglesia en la que 23 años antes había sido bautizado, en donde había recibido la Primera Comunión y el Sacramento de la Confirmación. El padre solía decirles a sus hijos espirituales “Si ustedes desean asistir a la Sagrada Misa con devoción y obtener frutos, piensen en la Madre Dolorosa al pie del Calvario”.
De regreso en Pietrelcina
Mientras más alto escalaba el joven sacerdote hacia la perfección, más era asechado por el demonio. Y mientras más atormentado era por Satanás, más crecía en fe y en amor al Señor. Poco después de su ordenación, le volvieron las fiebres y los males que siempre le aquejaron durante sus estudios, y fue enviado a su pueblo, Pietrelcina, para que se restableciera de salud.
Cada vez que se hacía el intento para restaurarlo a la vida religiosa dentro del monasterio, este fracasaba, pues su salud empeoraba. Su vida sacerdotal en Pietrelcina incluía mucha oración acompañada de muchas funciones religiosas, así como estudios teológicos, catecismo para los niños del pueblo y reuniones con individuos y familias. Durante este período en Pietrelcina, su antiguo profesor, el ex sacerdote Tizzani, agonizaba. Su hija, viéndolo cerca a la muerte, llamó al Padre Pío para que asistiera a su padre, quien providencialmente pasaba por su casa en ese momento. El moribundo recibió del Padre la gracia de Dios y la salvación eterna de su alma, hizo su confesión con lágrimas de arrepentimiento y murió en paz.
Primera aparición de los estigmas
Durante su primer año de ministerio sacerdotal, en 1910, el Padre Pío manifiesta los primeros síntomas de los estigmas. En una carta que escribe a su director espiritual los describe así: “En medio de las manos apareció una mancha roja, del tamaño de un centavo, acompañada de un intenso dolor. También debajo de los pies siento dolor”. Estos dolores en la manos y los pies del Padre Pío, son los primeros recuentos de las estigmas que fueron invisibles hasta el año 1918.
Una vez el dolor que el Padre Pío experimentó fue tan agudo, que se sacudió las manos, las cuales sentía que se le quemaban, a lo que su madre le preguntó: “Que es eso?, es que ahora también tocas la guitarra?”. El Padre se limitó a no responder. Este tiempo en su pueblo natal fue un período de grandes combates espirituales con el demonio, pero también de grandes consuelos a través de éxtasis y fenómenos místicos, tanto interiores como exteriores, espirituales y físicos. El demonio solía aparecérsele de distintas maneras. Algunas veces lo hacía en la apariencia de animales, de mujeres bailando danzas impuras, de carceleros que lo azotaban e incluso bajo la apariencia de Cristo Crucificado, de su Ángel de la Guarda, San Francisco de Asís, la Virgen María, también bajo la apariencia de su director espiritual, su provincial, etc. pero después de estos asaltos del demonio, era consolado con éxtasis y apariciones de Jesús, la Santísima Virgen María, su Ángel Guardián, San Francisco y otros santos.
El día 12 de agosto de 1912 experimentó por primera vez la “llaga del amor”. El Padre Pío le escribió a su director espiritual explicándole lo sucedido: “Estaba en la Iglesia haciendo mi acción de gracias después de la Santa Misa, cuando de repente sentí mi corazón herido por un dardo de fuego hirviendo en llamas y yo pensé que me iba a morir”.
Por siete años, Padre Pío permanece fuera del Convento, en Pietrelcina. Naturalmente, esta vida estaba en contraste con la regla franciscana y algunos hermanos frailes se quejaron de esto. Fue entonces cuando el Superior General de la Orden pidió a la Sagrada Congregación de los Religiosos la exclaustración del P. Pío. Fue un golpe muy duro para él y en un éxtasis se quejó con San Francisco de Asís. La Congregación de los Religiosos no escuchó la solicitud del Superior General y concedió que el Padre Pío siguiera viviendo fuera del convento, hasta que estuviera completamente restablecida su salud.
De regreso a la vida monástica
El día 17 de febrero de 1916, el Padre Pío salió de Pietrelcina rumbo a Foggia, donde los superiores lo llamaron para dar un servicio espiritual. Gracias a las oraciones de Rafaelina Cerase, una señora muy enferma y cercana a la muerte, el Padre Pío puede regresar definitivamente a la vida comunitaria. Esta buena señora se ofreció a Dios como víctima para que el Padre pudiese oír confesiones y con ello traer gran beneficio a las almas.
Aunque el Padre nunca más pudo regresar a Pietrelcina, su amor por ella nunca disminuyó. Durante la Segunda Guerra Mundial, el Padre, refiriéndose a su pueblo dijo: “Pietrelcina será preservada como la niña de mis ojos”. Y antes de morir, hablando proféticamente dijo: “Durante mi vida he favorecido a San Giovanni Rotondo. Después de mi muerte, favoreceré a Pietrelcina”.
Primera visita a San Giovanni Rotondo
El día 28 de julio de 1916, el Padre Pío llega a San Giovanni Rotondo por primera vez. San Giovanni Rotondo era en ese entonces una pequeña villa en la península del Gargano, rodeada por casas muy pobres, sin luz, sin agua potable ni cañería, sin caminos pavimentados y sin formas de comunicación modernos, muy parecido a la forma de vida en las villas pequeñas de aquel entonces.
El monasterio se encontraba a unos dos kilómetros del pueblo y para llegar a este, era necesario ir en mula. El monasterio contaba con una pequeña y rústica Iglesia de Nuestra Señora de la Gracia del siglo XIV.
Regreso permanente a San Giovanni Rotondo
Padre Pío fue invitado a San Giovanni por el Padre Guardián y su breve visita fue del 28 de julio al 5 de agosto. Durante esta visita, la salud del Padre parece haber mejorado un poco lo cual agradó al Padre Provincial y este lo mandó bajo obediencia a regresar a San Giovanni por un tiempo, hasta que mejorase más su salud. El Padre regresó al Monasterio del Gargano el día 4 de septiembre de 1916. En los designios del Señor, lo que en un inicio se pensó sería temporal, duró 52 años, hasta la muerte del Padre.
Experiencia Militar
El Padre Pío fue llamado a las filas militares tres veces durante la Primera Guerra Mundial y las tres veces fue regresado luego de un corto período por motivos de salud. La última vez que fue llamado, su salud desmejoró tanto, que los mismos médicos le dieron de baja para “permitirle morir en paz en su hogar”. Las cortas permanencias en las filas militares causaron en él grandes dolores en su alma, a causa de la dureza de los soldados, las blasfemias que escuchó y el verse alejado de la vida monástica. Otro gran dolor era el no poder ofrecer la Santa Misa todos los días.
El Padre fue dado de baja de las filas militares con papeles que atestiguaban su buena conducta, su honor y fidelidad a la patria, aunque se salvó de haber confrontado cargos de deserción por no presentarse a una cita, a causa de un error del cartero de San Giovanni Rotondo. Este no sabía que Francisco Forgione y el Padre Pío eran la misma persona y por ello no supo a quién darle la cita.
El seminario menor
El Padre Pío sirvió como padre espiritual de los jóvenes que formaban parte del seminario seráfico menor, que en ese momento estaba en San Giovanni Rotondo. Él se encargaba de proveerles meditaciones, de confesarlos y de tener conversaciones espirituales con ellos. Oraba mucho y vigilaba su avance espiritual y hasta llegó a pedir permiso para ofrecerse como víctima al Señor por la perfección de este grupo a quienes como él mismo decía “amaba con ternura”.
Un día en que daba un paseo con los jóvenes les dijo: “Uno de ustedes me traspasó el corazón”. Los jóvenes quedaron perplejos ante este comentario, pero no se atrevían a preguntar quién había sido el culpable. “Uno de ustedes esta mañana hizo una Comunión sacrílega. Y saber que fui yo el que se la dio hoy durante la Misa”. El joven culpable se arrojó a sus pies y confesó ser él el culpable. El Padre hizo seña a los demás para que se retiraran un poco y ahí mismo en la calle escuchó su confesión y lo restauró a la gracia de Dios.
Transverberación del corazón
La transverberación es una gracia extraordinaria que algunos santos como Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz han recibido. El corazón de la persona escogida por Dios es traspasado por una flecha misteriosa o experimentado como un dardo que al penetrar deja tras de sí una herida de amor que quema mientras el alma es elevada a los niveles más altos de la contemplación del amor y del dolor.
El Padre Pío recibió esta gracia extraordinaria el 5 de agosto de 1918. En gran simplicidad, el Padre le narró a su director espiritual lo sucedido: “Yo estaba escuchando las confesiones de los jóvenes la noche del 5 de agosto cuando, de repente, me asusté grandemente al ver con los ojos de mi mente a un visitante celestial que se apareció frente a mí. En su mano llevaba algo que parecía como una lanza larga de hierro, con una punta muy aguda. Parecía que salía fuego de la punta.
Vi a la persona hundir la lanza violentamente en mi alma. Apenas pude quejarme y sentí como que me moría. Le dije al muchacho que saliera del confesionario, porque me sentía muy enfermo y no tenía fuerzas para continuar. Este martirio duró sin interrupción hasta la mañana del 7 de agosto. Desde ese día siento una gran aflicción y una herida en mi alma que está siempre abierta y me causa agonía.”
Las estigmas de Cristo
Sin duda alguna lo que ha hecho famoso al Padre Pío es el fenómeno de los estigmas: las cinco llagas de Cristo crucificado que llevó en su cuerpo visiblemente durante 50 años. Un poco más de un mes después de haber recibido el traspaso del corazón, el Padre Pío recibe las señas, ahora visibles, de la Pasión de Cristo.
El Padre describe este fenómeno y gracia espiritual a su director por obediencia: “Era la mañana del 20 de septiembre de 1918. Yo estaba en el coro haciendo la oración de acción de gracias de la Misa y sentí poco a poco que me elevaba a una oración siempre más suave, de pronto una gran luz me deslumbró y se me apareció Cristo que sangraba por todas partes. De su cuerpo llagado salían rayos de luz que más bien parecían flechas que me herían los pies, las manos y el costado.Cuando volví en mí, me encontré en el suelo y llagado. Las manos, los pies y el costado me sangraban y me dolían hasta hacerme perder todas las fuerzas para levantarme. Me sentía morir, y hubiera muerto si el Señor no hubiera venido a sostenerme el corazón que sentía palpitar fuertemente en mi pecho. A gatas me arrastré hasta la celda. Me recosté y recé, miré otra vez mis llagas y lloré, elevando himnos de agradecimiento a Dios”.
Los estigmas del Padre Pío eran heridas profundas en el centro de las manos, de los pies y el costado izquierdo. Tenía manos y pies literalmente traspasados y le salía sangre viva de ambos lados, haciendo del Padre Pío el primer sacerdote estigmatizado en la historia de la Iglesia (San Francisco Asís no era sacerdote).
El provincial de los Capuchinos de Foggia invitó al Profesor Romanelli, médico y director de un prestigioso hospital, para que estudiara el caso y diera su parecer. El Doctor Romanelli no tuvo la menor duda del carácter sobrenatural del fenómeno. Poco después la Curia Generalicia de los Capuchinos en Roma envió a San Gionanni Rotondo a otro especialista, el profesor Jorge Festa. Sus conclusiones fueron que “los estigmas del Padre Pío tenían un origen que los conocimientos científicos estaban muy lejos de explicar. La razón de su existencia está mas allá de la ciencia humana”.
La noticia de que el Padre Pío tenía los estigmas se extendió rápidamente. Muy pronto miles de personas acudían a San Giovanni Rotondo para verle, besarle sus manos, confesarse con él y asistir a sus Misas.
La palabra ESTIGMA viene del griego y significa “marca” o “señal en el cuerpo”, y era el resultado del sello de un hierro candente con el cual marcaban a los esclavos. En sentido médico, estigma quiere decir una mancha enrojecida sobre la piel, que es causada porque la sangre sale de los vasos por una fuerte influencia nerviosa, pero nunca llega a ser perforación. En cambio los estigmas que han tenido los místicos son lesiones reales de la piel y de los tejidos, llagas verdaderas como, en este caso, las han descrito los doctores Romanelli y Festa.
La Santa Sede interviene en las investigaciones
Después de minuciosas investigaciones, la Santa Sede quiso intervenir directamente. En aquel entonces era una gran celebridad en materia de psicología experimental, el Padre Agustín Gimelli, franciscano, doctor en medicina, fundador de la Universidad Católica de Milán y gran amigo del Papa Pío XI.
El Padre Gimelli fue a visitar al Padre Pío, pero como no llevaba permiso escrito para examinar sus llagas, este rehúso a mostrárselas. El Padre Gimelli se fue de San Giovanni con la idea de que los estigmas eran falsos, de naturaleza neurótica y publicó su pensamiento en un artículo publicado en una revista muy popular. El Santo Oficio se valió de la opinión de este gran psicólogo e hizo público un decreto el cual declaraba la poca constancia en la sobrenaturalidad de los hechos.
Primera gran prueba. Diez años de aislamiento
En los años siguientes hubo otros tres decretos y el último fue condenatorio, prohibiendo las visitas al Padre Pío o mantener alguna relación con él, incluso epistolar. Como consecuencia, el Padre Pío pasó 10 años -de 1923 a 1933- aislado completamente del mundo exterior, entre la paredes de su celda. Durante estos años no solo sufría los dolores de la Pasión del Señor en su cuerpo, también sentía en su alma el dolor del aislamiento y el peso de la sospecha. Su humildad, obediencia y caridad no se desmintieron nunca.
El Sacrificio de la Misa
El Padre Pío se levantaba todas la mañanas a las tres y media y rezaba el oficio de las lecturas. Fue un sacerdote orante y amante de la oración. Solía repetir: “La oración es el pan y la vida del alma; es el respiro del corazón, no quiero ser más que esto, un fraile que ama”. Celebraba la Santa Misa en las mañanas acompañado de dos religiosos. Todos querían verlo y hasta tocarlo, pero su presencia inspiraba tanto respeto que nadie se atrevía a moverse en lo más mínimo. La Misa duraba casi dos horas y todos los presentes se sumergían de forma particular en el misterio del sacrificio de Cristo, multitudes se volcaban apretadas alrededor del altar deteniendo la respiración.
Aunque no existe diferencia esencial en la celebración de la Santa Misa de cualquier otro sacerdote, porque el sacerdote y la víctima es siempre Cristo, con el Padre Pío la imagen del Salvador -traspasado en sus manos, pies y costado- era más transparente.
El Padre Pío vive la Santa Misa, sufriendo los dolores del Crucificado y dando profundo sentido a las oraciones litúrgicas de la Iglesia. En los anales de la Iglesia, Padre Pío es el primer sacerdote estigmatizado; el fue esencialmente sacerdote, y su santidad fue esencialmente sacerdotal.
Toda su vida giraba alrededor de esta realidad en la cual prestaba su boca a Cristo, sus manos y sus ojos. Cuando decía: "Esto es mi Cuerpo...Esta es mi Sangre", su rostro se transfiguraba. Olas de emoción lo sacudían, todo su cuerpo se proyectaba en una muda imploración. “La Misa”, dijo una vez a un hijo espiritual, “es Cristo en al Cruz, con María y Juan a los pies de la misma y los ángeles en adoración. Lloremos de amor y adoración en esta contemplación”. Mientras el Padre celebraba el Santo Sacrificio, el tiempo parecía detenerse.
Una vez se le preguntó al Padre cómo podía pasar tanto tiempo de pie en sus llagas durante toda la Santa Misa, a lo que él respondió: “Hija mía, durante la Misa no estoy de pie: estoy suspendido con Jesús en la cruz”.
El Padre amaba a Jesús con tanta fuerza, que experimentaba en su propio cuerpo una verdadera hambre y sed de Él. “Tengo tal hambre y sed antes de recibir a Jesús, que falta poco para que muera de la angustia. Y precisamente, porque no puedo estar sin unirme a Jesús, muchas veces, aun con fiebre, me veo obligado a ir a alimentarme de su cuerpo”... “El mundo, solía decir el Padre Pío, puede subsistir sin el sol, pero nunca sin la Misa”.
En una ocasión se le preguntó si la Santísima Virgen María estaba presente durante la Santa Misa, a lo cual él respondió: “Sí, ella se pone a un lado, pero yo la puedo ver, qué alegría. Ella está siempre presente. ¿Como podría ser que la Madre de Jesús, presente en el Calvario al pie de la cruz, que ofreció a su Hijo como víctima por la salvación de nuestras almas, no esté presente en el calvario místico del altar?”.
Mártir del Sacramento de la Misericordia
Quien participara en la celebración Eucarística del Padre Pío no podía quedar tranquilo en su pecado. Después de la Santa Misa, el Padre Pío se sentaba en el confesionario por largas horas, dándole preferencia a los hombres, pues él decía que eran los que más necesitaban de la confesión. Al ser tantos los que acudían a la confesión, fue necesario establecer un orden, y confesarse con el Padre Pío podía tomarse fácilmente tres o cuatro días de espera.
Son muchos los impresionantes testimonios y las emotivas conversiones generadas a través de las Confesiones con el Padre Pío. Severo con los curiosos, hipócritas y mentirosos, y amoroso y compasivo con los verdaderamente arrepentidos. Uno de los dones que más impresionaba a la gente era que podía leer los corazones. Una vez se le preguntó al Padre por qué echaba a los penitentes del confesionario sin darles la absolución, a lo que él respondió: “Los echo, pero los acompaño con la oración y el sufrimiento, y regresarán”. El enojo era solamente superficial.
A un hermano le explicó una vez: “Hijo mío, sólo en lo exterior he asumido una forma distinta. Lo interior no se ha movido para nada. Si no lo hago así, no se convierten a Dios. Es mejor ser reprochado por un hombre en este mundo, que ser reprochado por Dios en el otro”. Un ejemplo de ello sucedió un día en que el Padre se encontró con un joven que lloraba sin importarle el gentío que lo rodeaba.
El Padre se le acercó y le preguntó el porqué de su llanto. El muchacho respondió que “lloraba, porque no le había dado la absolución”. Padre Pío lo consoló con ternura diciendo: “Hijo, ves, la absolución no es que te la he negado para mandarte al infierno sino al Paraíso”.
El apostolado de la alegría
El Padre Pío era un hombre muy duro contra todo tipo de pecado, pero tierno, jovial y amante de la vida. Era un conversador brillante, con la astucia para mantener en suspenso a sus oyentes. Le gustaban mucho los chistes, y en su repertorio, no faltaban los que se referían a los soldados, políticos y religiosos. De la boca del Padre Pío, el chiste y la anécdota no eran solo sano humorismo y simple distracción, sino también una especie de apostolado: el apostolado de la alegría y el buen humor.
Una tarde calurosa, en que paseaba, como frecuentaba hacer con sus hermanos e hijos espirituales, les contó esta anécdota: “Una vez entró de monje un joven juglar que no conseguía cantar los salmos ni rezar las oraciones con los hermanos, pero en cuanto el coro quedaba vacío, se acercaba a la estatua de la Santísima Virgen y le hacía piruetas para congraciarse con ella y con el Niño Jesús. Una vez lo vio el fraile sacristán y avisó al Abad. Este después de haberlo observado un rato, se maravilló de ver que la estatua de la Virgen tomó vida. María sonreía y el Niño Jesús aplaudía con sus manitas. Cada uno de nosotros, decía el Padre, hace de bufón en el puesto que Dios le ha asignado. El fraile más ignorante, ofrecía a la Reina del Cielo lo único que sabía hacer, y Ella lo aceptaba con gusto”.
Auxilio seguro
A muchos que acudían a él para pedir su intercesión en momentos de necesidad, el Padre no faltaba en darles una mano con su oración. En una ocasión contaba un monseñor que a un campesino conocido de él, al cual le vino un fuerte y repentino dolor de muelas una noche, en su desesperación por sentirse que el Padre no había escuchado su súplica de intercesión, tomó un zapato y lo arrojó contra el cuadrito en el que estaba la foto del Padre. Pasado el tiempo y habiendo olvidado el gesto irreverente, fue a confesarse con el Padre, el cual le replicó en el confesionario: “Y todavía tienes el coraje, después del zapatazo que me distes en la cara...”.
Sanación milagrosa
Una de las sanaciones más conocidas del Padre Pío fue la de una niña llamada Gema, que había nacido sin pupilas en los ojos. La abuelita de ésta la llevó a San Giovanni Rotondo con la esperanza de que el Señor obrara un milagro a través de la intercesión del Padre. El Padre la bendijo e hizo la señal de la cruz sobre sus ojos. La niña recuperó la vista, aunque el milagro no terminó allí. Gema vio desde ese momento, sin nunca tener pupilas. Ya de adulta, Gema entró en la Vida Religiosa.
El Padre y los niños
El Padre tenía también un gran amor por los niños. Cuando se le pedía la intercesión por el nacimiento de algún bebé que viniese con problemas, o por algún niño que estuviese enfermo, intercedía hasta conseguir la gracia. Un canciller a cuya esposa se le aproximaba el parto que se presentaba lleno de dificultades, fue a consultar con el Padre y a pedir sus oraciones. “Vete tranquilo, le dijo el Padre, y nada de operaciones”. En el momento del parto la situación se complicó y los médicos le dijeron que si no operaban enseguida temían por la vida, tanto de la madre como del bebé. El canciller desesperado se fue al cuarto que estaba al lado donde había una fotografía del Padre Pío en la pared y delante de ella comenzó a insultarlo y a decirle palabrotas. No había terminado de desahogarse cuando escuchó el llanto de un bebé. Salió corriendo hacia el cuarto de su esposa y encontró un hermoso varoncito nacido “sin operaciones”, para sorpresa de los médicos.
Después de algunos días, el canciller fue a San Giovanni a confesarse y a darle las gracias al Padre, el cual le respondió: “Está bien, pero todas las palabrotas y los insultos que dijiste delante de mi fotografía, no tienes que decirlos más”. En otra ocasión, un niño de San Giovanni Rotondo que estaba gravemente enfermo y el cual se esperaba que podía morir en cualquier momento, se echó a reír y recuperó la salud de forma casi instantánea. La madre le preguntó que qué sentía y el niño le respondió: “Mamá, Padre Pío me hizo cosquillas en el pie”. El Padre le había hecho cosquillas en el pie y se sanó.
Hijos espirituales
El Padre Pío tenía entre aquellos que se lo solicitaban, un grupo de hijos espirituales a quienes prometía asistir con sus oraciones y cuidados a cambio de llevar una vida fervorosa de oración, virtud y obras de caridad. Entre este grupo de devotos hay un sinnúmero de anécdotas en las que el cuidado real y oportuno del Padre se manifestó de forma extraordinaria. Entre estas anécdotas está la de un joven cuya madre lo llevaba a donde el Padre desde que este era muy pequeño y un día, saliendo del convento para tomar el autobús de regreso a casa, un coche lo atropelló por la espalda haciéndolo volar por los aires. Mientras este volaba sobre el coche, viendo la imagen de la Virgencita del convento al revés, se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo.
Solo logró gritar: “Virgencita mía, ayúdame”. Lo llevaron de inmediato al hospital y todos los exámenes mostraban que todo estaba en orden, aunque no se explicaban de dónde provenía la sangre que había en su camisa. En cuanto este pudo salió corriendo hacia el convento para darle las gracias al Padre que estaba rezando en el coro. “No me des las gracias a mí, le respondió el Padre, dáselas a la Virgen, fue Ella”. Después de mirarlo con los ojos llenos de amor y con una gran sonrisa en los labios, le dijo: “Hijo mío, no te puedo dejar solo ni un minuto...”
Llamado a la Co-redención
La vida del Padre Pío está tan llena de acontecimientos extraordinarios que es necesario buscar las causas de ellos en su vida íntima. Quien es llamado a servir en la misión redentora de Jesucristo tiene que sufrir mucho moral y físicamente. Estos sufrimientos lo purifican y encienden cada vez más del amor de Dios. En una carta escrita por el Padre en 1913 decía: “El Señor me hace ver como en un espejo, que toda mi vida será un martirio”. Desde que ingresó a la vida religiosa hasta que recibió los estigmas, la vida del Padre Pío fue un vía crucis. En 1912 escribe: “Sufro, sufro mucho pero no deseo para nada que mi cruz sea aliviada, porque sufrir con Jesús es muy agradable”. A una hija espiritual le dijo un día: “El sufrimiento es mi pan de cada día. Sufro cuando no sufro. Las cruces son las joyas del Esposo, y de ellas soy celoso. ¡Ay de aquel que quiera meterse entre las cruces y yo!”.
Su proyecto más grande en la tierra
La tarde del 9 de enero de 1940, el Padre Pío reunió a tres de sus grandes amigos espirituales y les propuso un proyecto al cual él mismo se refirió como “su obra más grande aquí en la tierra”: la fundación de un hospital que habría de llamarse “Casa Alivio del Sufrimiento”. El Padre sacó una moneda de oro de su bolsillo que había recibido en una ocasión como regalo y dijo: “Esta es la primera piedra”. El 5 de mayo de 1956 se inauguró el hospital con la bendición del cardenal Lercaro y un inspirado discurso del Papa Pío XII. La finalidad del hospital es curar al enfermo tanto espiritual como físicamente: la fe y la ciencia, la mística y la medicina, todos de acuerdo para auxiliar la persona entera del enfermo: cuerpo y alma.
Grupos de Oración
“Lo que le falta a la humanidad, repetía con frecuencia, es la oración”. A raíz de la Segunda Guerra Mundial, el mismo Padre funda los “Grupos de Oración del Padre Pío”. Los Grupos se multiplicaron por toda Italia y el mundo. A la muerte del Padre los Grupos eran 726 y contaban con 68.000 miembros, y en marzo de 1976 pasaban de 1.400 grupos con más de 150.000 miembros. “Yo invito a las almas a orar y esto ciertamente fastidia a Satanás. Siempre recomiendo a los Grupos la vida cristiana, las buenas obras y, especialmente, la obediencia a la Santa Iglesia”.
Segunda prueba y persecución
La envidia humana se echó encima de la obra del Padre Pío. Desde 1959, periódicos y semanarios empezaron a publicar artículos y reportajes mezquinos y calumniosos contra la “Casa Alivio del Sufrimiento”. Para quitar al Padre los donativos que le llegaban de todas partes del mundo para el sostenimiento de la Casa, sus enemigos planearon una serie de documentaciones falsas y hasta llegaron, sacrílegamente, a colocar micrófonos en su confesionario para sorprenderlo en error.
Algunas oficinas de la Curia Romana condujeron investigaciones, le quitaron la administración de la Casa Alivio del Sufrimiento y sus Grupos de Oración fueron dejados en el abandono. A los fieles se les recomendó no asistir a sus Misas ni confesarse con él. El Padre Pío sufrió mucho a causa de esta última persecución que duró hasta su muerte, pero su fidelidad y amor intenso hacia la Santa Madre Iglesia fue firme y constante. En medio del dolor que este sufrimiento le causaba, solía decir: “Dulce es la mano de la Iglesia también cuando golpea, porque es la mano de una madre”.
50 años de dolor y sangre
El viernes 20 de septiembre de 1968, el Padre Pío cumplía 50 años de haber recibido los estigmas del Señor. Fue grande la celebración en San Giovanni. El Padre Pío celebró la Misa a la hora acostumbrada. Alrededor del altar había 50 grandes macetas con rosas rojas para sus 50 años de sangre... De la misma manera milagrosa como los estigmas habían aparecido en su cuerpo 50 años antes, ahora, 50 años más tarde y unos días antes de su muerte, habían desaparecido sin dejar rastro alguno de cinco décadas de dolor y sangre, con lo cual el Señor ha confirmado su origen místico y sobrenatural.
El paso a la vida eterna
Tres días después, murmurando por largas horas “¡Jesús, María!”, muere el Padre Pío, el 23 de septiembre de 1968. Los que estaban presentes quedaron largo tiempo en silencio y en oración. Después estalló un largo e irrefrenable llanto. Los funerales del Padre Pío fueron impresionantes. Se tuvo que esperar cuatro días para que las multitudes pasaran a despedirlo. Se calcula que más de 100 mil personas participaron del entierro.
Una promesa de amor
Un día se le preguntó al Padre: “¿Jesús le mostró los lugares de sus hijos espirituales en el paraíso?”. “Claro, un lugar para todos los hijos que Dios me confiará hasta el fin del mundo, si son constantes en el camino que lleva al cielo. Es la promesa que Dios hizo a este miserable”. “Y en el paraíso, ¿estaremos cerca de usted?”. “Ah tontita, ¿y qué paraíso sería para mí si no tuviera cerca de mí a todos mis hijos?”. “Pero yo le tengo miedo a la muerte”. “El amor excluye el temor. La llamamos muerte, pero en realidad es el inicio de la verdadera vida. Y luego, si yo les asisto durante la vida, ¡cuánto más los ayudaré en la batalla decisiva!”.
Proceso de la Causa del Padre Pío
Muchas han sido las sanaciones y conversiones concedidas por la intercesión del Padre Pío e innumerables milagros han sido reportados a la Santa Sede.
Los preliminares de su Causa se iniciaron en noviembre de 1969. El 18 de diciembre de 1997, Su Santidad Juan Pablo II lo pronunció venerable. Este paso, aunque no tan ceremonioso como la beatificación, es ciertamente la parte más importante del proceso. El venerable Padre Pío fue beatificado el 2 de mayo de 1999. Tan grande fue la multitud en la Misa de beatificación, que desbordaron la Plaza de San Pedro y toda la Avenida de la Conciliación hasta el río Tiber sin ser estos lugares suficiente. Millones además lo contemplaron por la televisión en el mundo entero.
Un gran Santo para la Iglesia de hoy
El día 16 de junio del 2002, su Santidad Juan Pablo II canonizará al Beato Padre Pío, quien desde ese momento pasará a ser el primer sacerdote canonizado que ha recibido los estigmas de nuestro Señor Jesucristo.
Homilía de S.S. Juan Pablo II en la beatificación del Padre Pío
domingo 2 de mayo de 1999
Imagen de Cristo Doliente y Resucitado
1. "¡Cantad al Señor un cántico nuevo!" La invitación de la antífona de entrada expresa la alegría de tantos fieles que esperan desde hace tiempo la elevación a la gloria de los altares del Padre Pío de Pietrelcina. Este humilde fraile capuchino ha asombrado al mundo con su vida dedicada totalmente a la oración y a la escucha de sus hermanos.
Innumerables personas fueron a visitarlo al convento de San Giovanni Rotondo, y esas peregrinaciones no han cesado, incluso después de su muerte. Cuando yo era estudiante, aquí en Roma, tuve ocasión de conocerlo personalmente, y doy gracias a Dios que me concede hoy la posibilidad de incluírlo en el catálogo de los beatos.
Recorramos esta mañana los rasgos principales de su experiencia espiritual, guiados por la liturgia de este V domingo de Pascua, en el cual tiene lugar el rito de su beatificación.
2. "No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mi" (Jn 14, 1). En la página evangélico que acabamos de proclamar hemos escuchado estas palabras de Jesús a sus discípulos, que tenían necesidad de aliento. En efecto, la mención de su próxima partida los había desalentado. Temían ser abandonados y quedarse solos, pero el Señor los consuela con una promesa concreta: "Me voy a preparaos sitio" y después "volveré y os llevare conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros" (Jn 14, 2-3).
En nombre de los Apóstoles replica a ésta afirmación Tomás: "Señor, no sabemos a donde vas. ¿Cómo podremos saber el camino?" (Jn 14, 5). La observación es oportuna y Jesús capta la petición que lleva implícita. La respuesta que da permanecerá a lo largo de los siglos como luz límpida para las generaciones futuras. "Yo soy el camino, la verdad, y la vida. Nadie va al Padre sino por mi." (Jn 14, 6).
El "sitio" que Jesús va a preparar esta en "la casa del Padre"; el discípulo podrá estar allí eternamente con el Maestro y participar de su misma alegría. Sin embargo, para alcanzar esa meta solo hay un camino: Cristo, al cual el discípulo ha de ir conformándose progresivamente. La santidad consiste precisamente en esto: ya no es el cristiano el que vive, sino que Cristo mismo vive en él (Cf. Gal. 2, 20) horizonte atractivo, que va acompañado de una promesa igualmente consoladora: "El que cree en mi, también hará las obras que yo hago, e incluso mayores. Porque yo me voy al Padre" (Jn 14, 12).
3. Escuchamos estas palabras de Cristo y nuestro pensamiento se dirige al humilde fraile capuchino del Gargano. ¡Con cuanta claridad se han cumplido en el Beato Pío de Pietrelcina!
"No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios...". La vida de este humilde hijo de San Francisco fue un constante ejercicio de fe, corroborado por la esperanza del cielo, donde podía estar con Cristo. "Me voy a prepararos un sitio (...) Para que donde estoy yo estéis también vosotros". ¿Qué otro objetivo tuvo la durísima ascesis a la que se sometió el Padre Pío desde su juventud, sino la progresiva identificación con el divino Maestro, para estar "donde esta él"?
Quien acudía a San Giovanni Rotondo para participar en su misa, para pedirle consejo o confesarse, descubría en el una imágen viva de Cristo doliente y resucitado. En el rostro del Padre Pío resplandecía la luz de la resurrección. Su cuerpo, marcado por las "estigmas" mostraba la íntima conexión entre la muerte y la resurrección que caracteriza el misterio pascual. Para el Beato de Pietrelcina la participación en la Pasión tuvo notas de especial intensidad: los dones singulares que le fueron concedidos y los consiguientes sufrimientos interiores y místicos le permitieron vivir una experiencia plena y constante de los padecimientos del Señor, convencido firmemente de que "el Calvario es el monte de los santos."
4. No menos dolorosas, y humanamente tal vez aún más duras, fueron las pruebas que tuvo que soportar, por decirlo así, como consecuencia de sus singulares carismas. Como testimonia la historia de la santidad, Dios permite que el elegido sea a veces objeto de incomprensiones. Cuando esto acontece, la obediencia es para el un crisol de purificación, un camino de progresiva identificación con Cristo y un fortalecimiento de la auténtica santidad. A este respecto, el nuevo beato escribía a uno de sus superiores: "Actúo solamente para obedecerle, pues Dios me ha hecho entender lo que más le agrada a El, que para mi es el único medio de esperar la salvación y cantar victoria." (Epist. I. p. 807).
Cuando sobre el se abatió la "tempestad", tomo como regla de su existencia la exhortación de la primera carta de San Pedro, que acabamos de escuchar: Acercaos a Cristo, la piedra viva (Cf. 1 P 2, 4). De este modo, también el se hizo "piedra viva" para la construcción del edificio espiritual que es la Iglesia. Y por esto hoy damos gracias al Señor.
5. "También vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción del templo del Espíritu. (1 P 2, 5). ¡Qué oportunas resultan estas palabras si las aplicamos a la extraordinaria experiencia eclesial surgida en torno al nuevo beato! Muchos, encontrándose directa o indirectamente con el, han recuperado la fe; siguiendo su ejemplo, se han multiplicado en todas las partes del mundo los "grupos de oración". A quienes acudían a el les proponía la santidad, diciéndoles: "Parece que Jesús no tiene otra preocupación que santificar vuestra alma." (Epist. II, p. 153).
Si la providencia divina quiso que realizase su apostolado sin salir nunca de su convento, casi "plantado" al pie de la cruz, esto tiene un significado. Un día, en un momento de gran prueba, el Maestro Divino lo consoló, diciéndole que "junto a la cruz se aprende a amar." (Epist. I, p. 339).
Sí, la cruz de Cristo es la insigne escuela del amor; mas aún, el "manantial" mismo del amor. El amor de este fiel discípulo, purificado por el dolor, atraía los corazones a Cristo y a su exigente evangelio de salvación.
6. Al mismo tiempo, su caridad se derramaba como bálsamo sobre las debilidades y sufrimientos de sus hermanos. El padre Pío, además de su celo por las almas, se intereso por el dolor humano, promoviendo en San Giovanni Rotondo un hospital, al que llamo "Casa de alivio del sufrimiento". Trato de que fuera un hospital de primer rango, pero sobre todo se preocupo de que en el se practicara una medicina verdaderamente "humanizada", en la que la relación con el enfermo estuviera marcada por la más solicita atención y la acogida mas cordial. Sabía bien que quien está enfermo y sufre no sólo necesita una correcta aplicación de los medios terapéuticos, sino también y sobre todo un clima humano y espiritual que le permita encontrarse a si mismo en la experiencia del amor de Dios y de la ternura de sus hermanos.
Con la "Casa del alivio del sufrimiento" quiso mostrar que los "milagros ordinarios" de Dios pasan a través de nuestra caridad. Es necesario estar disponibles para compartir y para servir generosamente a nuestros hermanos, sirviéndonos de todos los recursos de la ciencia medica y de la técnica.
7. El eco que esta beatificación ha suscitado en Italia y en el mundo es un signo de que la fama del Padre Pío, hijo de Italia y de San Francisco de Asís, ha alcanzado un horizonte que abarca todos los continentes. A todos los que han venido, de cerca o de lejos, y en especial a los padres capuchinos, les dirijo un afectuoso saludo. A todos, gracias de corazón.
8. Quisiera concluir con las palabras del Evangelio proclamado en esta misa: "No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios". Esa exhortación de Cristo la recogió el nuevo beato, que solía repetir: "Abandonaos plenamente en el Corazón Divino de Cristo, como un niño en los brazos de su madre". Que esta invitación penetre también en nuestro espíritu como fuente de paz, de serenidad y de alegría. ¿Por qué tener miedo, si Cristo es para nosotros el camino, la verdad, y la vida? ¿Por qué no fiarse de Dios que es Padre, nuestro Padre?
"Santa María de las gracias", a la que el humilde capuchino de Pietrelcina invocó con constante y tierna devoción, nos ayude a tener los ojos fijos en Dios. Que ella nos lleve de la mano y nos impulse a buscar con tesón la caridad sobrenatural que brota del Costado Abierto del Crucificado.
Y tú, Beato Padre Pío, dirige desde el cielo tu mirada hacia nosotros, reunidos en esta plaza, y a cuantos están congregados en la plaza de San Juan de Letrán y en San Giovanni Rotondo. Intercede por aquellos que, en todo el mundo, se unen espiritualmente a esta celebración, elevando a ti sus súplicas. Ven en ayuda de cada uno y concede la paz y el consuelo a todos los corazones. Amén.
L´Osservatore Romano, 7 de mayo de 1999.
Oración y caridad: síntesis de su testimonio
Homilía de Juan Pablo II en la canonización del Padre Pío
CIUDAD DEL VATICANO, 16 junio 2002
1. «Mi yugo es suave y mi carga ligera» (Mateo 11, 30).
Las palabras de Jesús a los discípulos, que acabamos de escuchar, nos ayudan a comprender el mensaje más importante de esta celebración. Podemos, de hecho, considerarlas en un cierto sentido como una magnífica síntesis de toda la existencia del padre Pío de Pietrelcina, hoy proclamado santo.
La imagen evangélica del «yugo» evoca las muchas pruebas que el humilde capuchino de San Giovanni Rotondo tuvo que afrontar. Hoy contemplamos en él cuán dulce es el «yugo» de Cristo y cuán ligera es su carga, cuando se lleva con amor fiel. La vida y la misión del padre Pío testimonian que las dificultades y los dolores, si se aceptan por amor, se transforman en un camino privilegiado de santidad, que se adentra en perspectivas de un bien más grande, solamente conocido por el Señor.
2. «En cuanto a mí... ¡Dios me libre gloriarme si nos es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo» (Gálatas 6, 14).
¿No es quizá precisamente la «gloria de la Cruz» la que más resplandece en el padre Pío? ¡Qué actual es la espiritualidad de la Cruz vivida por el humilde capuchino de Pietrelcina! Nuestro tiempo necesita redescubrir su valor para abrir el corazón a la esperanza. En toda su existencia, buscó siempre una mayor conformidad con el Crucificado, teniendo una conciencia muy clara de haber sido llamado a colaborar de manera peculiar con la obra de la redención. Sin esta referencia constante a la Cruz, no se puede comprender su santidad.
En el plan de Dios, la Cruz constituye el auténtico instrumento de salvación para toda la humanidad y el camino explícitamente propuesto por el Señor a cuantos quieren seguirle (Cf. Marcos 16, 24). Lo comprendió bien el santo fraile de Gargano, quien, en la fiesta de la Asunción de 1914, escribía: «Para alcanzar nuestro último fin hay que seguir al divino Jefe, quien quiere llevar al alma elegida por un solo camino, el camino que él siguió, el de la abnegación y la Cruz» («Epistolario» II, p. 155).
3. «Yo soy el Señor que actúa con misericordia» (Jeremías 9, 23).
El padre Pío ha sido generoso dispensador de la misericordia divina, ofreciendo su disponibilidad a todos, a través de la acogida, la dirección espiritual, y especialmente a través de la administración del sacramento de la Penitencia. El ministerio del confesionario, que constituye uno de los rasgos característicos de su apostolado, atraía innumerables muchedumbres de fieles al Convento de San Giovanni Rotondo. Incluso cuando el singular confesor trataba a los peregrinos con aparente dureza, éstos, una vez tomada conciencia de la gravedad del pecado, y sinceramente arrepentidos, casi siempre regresaban para recibir el abrazo pacificador del perdón sacramental.
Que su ejemplo anime a los sacerdotes a cumplir con alegría y asiduidad este ministerio, tan importante hoy, como he querido confirmar en la Carta a los Sacerdotes con motivo del pasado Jueves Santo.
4. «Tú eres, Señor, mi único bien».
Es lo que hemos cantado en el Salmo Responsorial. Con estas palabras, el nuevo santo nos invita a poner a Dios por encima de todo, a considerarlo como nuestro sumo y único bien.
En efecto, la razón última de la eficacia apostólica del padre Pío, la raíz profunda de tanta fecundidad espiritual, se encuentra en esa íntima y constante unión con Dios que testimoniaban elocuentemente las largas horas transcurridas en oración. Le gustaba repetir: «Soy un pobre fraile que reza», convencido de que «la oración es la mejor arma que tenemos, una llave que abre el Corazón de Dios». Esta característica fundamental de su espiritualidad continua en los «Grupos de Oración» que él fundo, y que ofrecen a la Iglesia y a la sociedad la formidable contribución de una oración incesante y confiada. El padre Pío unía a la oración una intensa actividad caritativa de la que es expresión extraordinaria la «Casa de Alivio del Sufrimiento». Oración y caridad, esta es una síntesis sumamente concreta de la enseñanza del padre Pío, que hoy vuelve a proponerse a todos.
5. «Te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque... estas cosas... las has revelado a los pequeños» (Mateo 11, 25).
Qué apropiadas parecen estas palabras de Jesús, cuando se te aplican a ti, humilde y amado, padre Pío.
Enséñanos también a nosotros, te pedimos, la humildad del corazón para formar parte de los pequeños del Evangelio, a quienes el Padre les ha prometido revelar los misterios de su Reino.
Ayúdanos a rezar sin cansarnos nunca, seguros de que Dios conoce lo que necesitamos, antes de que se lo pidamos.
Danos una mirada de fe capaz de capaz de reconocer con prontitud en los pobres y en los que sufren el rostro mismo de Jesús.
Apóyanos en la hora del combate y de la prueba y, si caemos, haz que experimentemos la alegría del sacramento del perdón.
Transmítenos tu tierna devoción a María, Madre de Jesús y nuestra.
Acompáñanos en la peregrinación terrena hacia la patria bienaventurada, donde esperamos llegar también nosotros para contemplar para siempre la Gloria del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. ¡Amén!
Profetizó a Karol Wojtyla que sería Papa
Según algunas fuentes que no hemos podido confirmar, cuando Karol Wojtyla era un sacerdote en su nativa Polonia, cada vez que visitaba a Italia viajaba a San Giovanni Rotondo para confesarse con el Padre Pío. En una de esas ocasiones, el Padre Pío pareció entrar en un breve trance y le dijo: "Vas a ser Papa".. y continuó: "También veo sangre... Vas a ser Papa y veo sangre".
El 13 de mayo de 1981, ocurrió el atentado contra aquel mismo sacerdote polaco, ahora S.S. Juan Pablo II. La sangre fue derramada. El mismo Papa canoniza al Padre Pío.
El mensaje del Padre Pío coincide con el mensaje de la tercera parte del secreto de Fátima aunque este era aun secreto cuando ocurrió la profecía.