Ártículos Más Recientes

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Por: . | Fuente: cc-pays-erstein.fr

Peregrino

Martirologio Romano: En Northeim, en Alsacia, junto al río Ill, san Ludano, oriundo de Escocia, que descansó en el Señor mientras peregrinaba al sepulcro de los santos apóstoles (1202).
¿Qué buscaba Ludano, hijo del príncipe Hildebold, cuyo nombre encontramos en la abadía alsaciana de Andlau, para venir a morir, el 12 de febrero de 1202, en Nordhouse, a pocos kilómetros de la iglesia de San Jorge?.

Había dejado su lejana patria, la Escocia, después de haberse consagrado al servicio de los enfermos y haber construido hospitales y orfanatos. Al final de sus días, abandonando el cansancio invasor sobre las pistas guijarrosas de los campiñas, pobre y mendigo como tantos otros, había surcado Europa de Santiago a Roma, luego siguió sin duda hasta Jerusalén. De regreso de esta larga peregrinación, se recuesta, agotado, bajo un tilo, no lejos del pueblo Nartz (hoy Nordhouse) para morir allí.

La tradición oral cuenta que un ángel descendió del cielo y en aquella nevada soledad le dio el Santo Viático, el cuerpo de Cristo resucitado (el hecho está representado en un cuadro del siglo XVIII existente en el coro de la iglesia de San Ludano). Entonces –según esa antigua tradición– las campanas de las iglesias cercanas comenzaron a moverse para tocar el tañido fúnebre. Los habitantes de la zona acudieron en muchedumbre a rodear el cuerpo.

Los sacerdotes de las dos parroquias existentes en aquel entonces en Nordhouse: San Martín y San Miguel, pugnaban por el derecho de darle sepultura, ya que entre los documentos que portaba habían descubierto su origen principesco. El abad de la célebre abadía de Ebersmunster arbitró en el conflicto y aconsejó atar el cuerpo en un carro llevado por un caballo indómito, y que sea este quien lleve al santo al lugar de su sepultura. El caballo se detuvo en Scheerkirche, a orillas del río del mismo nombre, el lugar hoy es conocido bajo el nombre de Saint Ludan.

Muchos de los detalles narrados tal vez sean folclóricos, o más bien convencionales, pero no son nada improbables, coinciden perfectamente con la manera de vivir la fe en esos siglos, donde encontramos profusos ejemplos de gente de buena cuna que profundiza en la piedad poniéndose al servicio de los pobres, e incluso más de uno llegó a dejarlo literalmente todo, en busca de una mayor radicalidad de vida en Dios... ¡es la misma época del Pobre de Asís!.

responsable de la traducción: Xavier Villalta

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12:57 a.m.

Obispo

Martirologio Romano: Conmemoración de san Melecio, obispo de Antioquía, que, por defender la fe de Nicea, fue exiliado varias veces y falleció mientras presidía el primer Concilio Ecuménico de Constantinopla. San Gregorio de Nisa y san Juan Crisóstomo exaltaron su figura (381).
San Melecio de Antioquía (Meletius, Melétios, en griego, Μελέτιος) fue un eclesiástico griego del siglo IV nacido en Melitene en una familia destacada de la que heredó una hacienda en Armenia Menor y que fallecío en el año 381.

Por su buen carácter adquirió una gran reputación, y cuando Eustaquio fue depuesto como obispo de Sebaste en el concilio de Melitene el año 357, ocupó su lugar; el lugar era conflictivo y renunció, retirándose a Berea (Alepo) de donde supuestamente fue obispo y se decantó a favor de los arrianos y suscribió probablemente la confesión de fe de Ariminio, y la de los acacianos en Seleucia el año 359 bajo influencia de los cuales fue nombrado obispo (arzobispo) de Antioquía en el año 360 o 361.

Durante un tiempo intentó contentar a todo el mundo, con un lenguaje ambiguo, pero progresivamente regresó a una plena comunión con la Iglesia. Fue llamado por el emperador Constancio II quien ordenó a varios prelados que explicaran el texto del Libro de los Proverbios: «Diome Yavé el ser en el principio de sus caminos» (8,22-23). Habiendo recibido ya a Jorge de Laodicea y Acacio de Cesarea y habían dado explicaciones más o menos heterodoxas, sin embargo, Melecio lo expuso con sentido católico; los arrianos le acusaron entonces de sabelianismo y convencieron al emperador de que lo depusiera y desterrara, cosa que hizo y Melecio fue desterrado a Melitene; Euzoius, (quien anteriormente había sido expulsado de la Iglesia por san Alejandro, arzobispo de Alejandría), fue nombrado para ocupar el obispado que el destierro habia dejado bacante (hacia el año 361). Esto produjo un cisma, aunque el inicio real de este fue el destiero de san Eustaquio en el año 330.

Al llegar Juliano al trono el año 362, Melecio pudo regresar a Antioquía y trató de reconciliar a las partes, cosa que parecía más fácil después de la muerte de Eustaquio, pero el ordenamiento de Paulino como obispo de la Iglesia en Antioquía, lo hizo imposible; mientras los arrianos conservaban muchas iglesias y los católicos tan sólo tenían dos. Valente las privó de estas y Melecio fue nuevamente desterrado (hacia 365). En su ausencia, los católicos fueron dirigidos por Flaviano y Teodoro.

En 378, a la muerte de Valente, Melecio fue llamado otra vez, pero el edicto de Graciano que permitía volver a los exiliados hizo volver también a Doroteo, el obispo arriano sucesor de Euzoius, quien ocupó el arzobispado pero al cabo de un tiempo le fue devuelto a Melecio; sin embargo, aún estaba activo su rival Paulino, que no se avino a las propuestas que se le hicieron.

En 381, se reunió en Constantinopla el segundo Concilio Ecuménico, y san Melecio lo presidió. Estando el Concilio en sesiones, la muerte se llevó a este obispo, que tanta paciencia tuvo en el sufrimiento. La noticia de su muerte fue recibida con gran dolor de los Padres conciliares y del emperador Teodosio, quien le había dado la bienvenida a la ciudad imperial con una gran demostración de afecto, «como un hijo que saluda a un padre por mucho tiempo ausente». Con su humildad evangélica, Melecio se había hecho querer por todos los que lo conocieron. Crisóstomo nos dice que su nombre era tan venerado, que la gente en Antioquía escogía este nombre para sus hijos; grababan su imagen en sus sellos y en su vajilla y la esculpían sobre sus casas. Todos los Padres del Concilio y los fieles de la ciudad asistieron a sus funerales en Constantinopla. Uno de los prelados más eminentes, san Gregorio de Nisa, pronunció la oración fúnebre. En ella hace referencia a «la dulce y tranquila mirada, radiante sonrisa y bondadosa mano que secundaba a su apacible voz»; y termina con las palabras, «Ahora él ve a Dios cara a cara, ruega por nosotros y por la ignorancia del pueblo». Cinco años más tarde, san Juan Crisóstomo, a quien san Melecio había ordenado diácono, pronunció un panegírico el 12 de febrero, el día de su muerte o de su traslación a Antioquía. Todavía existen los panegíricos escritos por san Gregorio de Nisa y san Juan Crisóstomo.

Bibliografía: Vidas de los santos, Alban Butler

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12:57 a.m.

Por: . | Fuente: misa_tridentina.t35.com

Mártires

Martirologio Romano: En Cartago, ciudad de África, conmemoración de los santos mártires de Abitinia (en Túnez), que durante la persecución bajo el emperador Diocleciano, por haberse reunido para celebrar la eucaristía dominical en contra de lo establecido por la autoridad, fueron apresados por los magistrados de la colonia y los soldados de guardia. Conducidos a Cartago e interrogados por el procónsul Anulino, a pesar de los tormentos confesaron su fe cristiana y la imposibilidad de renunciar a la celebración del sacrificio del Señor, derramando su sangre en lugares y momentos distintos (304)

Nombres de los mártires: Santos Saturnino, presbítero, con cuatro hijos: Saturnino hijo y Félix, lectores, y María e Hilarión, aún niño; Dativo o Sanator, Félix, otro Félix, Emerito y Ampelio, lectores; Rogaciano, Quinto, Maximiano o Máximo, Telica o Tacelita, otro Rogaciano, Rogato, Januario, Casiano, Victoriano, Vicente, Ceciliano, Restituta, Prima, Eva, otro Rogaciano, Givalio, Rogato, Pomponia, Januaria, Saturnina, Martín, Clautos, Félix junior, Margarita, Mayor, Honorata, Victorino, Pelusio, Fausto, Daciano, Matrona, Cecilia, Victoria, Berectina, virgen cartaginesa, Secunda, Matrona y Januaria

El emperador Diocleciano había amenazado con la muerte a los cristianos que no entregaran las Sagradas Escrituras para ser quemadas. Hacía un año que esta persecución no daba tregua a los cristianos del África y ya muchos habían traicionado su fe por temor al martirio, y muchos más la habían defendido con su sangre. En Abitinia, una ciudad de África proconsular, Saturnino, un sacerdote cristiano, estaba celebrando un domingo los sagrados misterios, cuando los magistrados con sus guardias cayeron sobre los cristianos y aprehendieron a cuarenta y nueve hombres y mujeres. Entre ellos estaba el sacerdote Saturnino con sus cuatro hijos: Saturnino el joven y Félix, que eran lectores, María, que se había consagrado a Dios y el pequeño Hilarión. Además de estos constan los nombres de Dativo y otro Félix, que eran senadores; Telica, Emérito, Ampelio, Rogaciano y Victoria. Dativo y Saturnino encabezaban la procesión de los cautivos hacia el tribunal. Cuando los magistrados los interrogaron, confesaron su fe tan resueltamente, que los mismos jueces aplaudieron su valor. Esto compensó la apostasía de Fundano, obispo de Abitinia, quien poco antes entregara los Libros Sagrados para que los quemaran, aunque el acto no llegó a consumarse, porque, según se afirma, un repentino aguacero extinguió las llamas. Los prisioneros arrestados en Abitinia fueron encadenados y enviados a Cartago, lugar de residencia del procónsul, y durante su viaje iban cantando himnos y salmos a Dios, alabando su nombre y dándole gracias.

El procónsul examinó primero al senador Dativo, preguntándole quién y que era y si había asistido a la asamblea de los cristianos. Respondió que era cristiano y profesaba su culto. El procónsul preguntó quién presidía estas reuniones y en casa de quién tenían lugar las mismas, pero sin esperar la respuesta, ordenó que pusieran a Dativo en el potro para hacerlo confesar. Cuando le preguntaron a Telica quién era el promotor de todo, respondió inmediatamente, «el santo sacerdote Saturnino y todos nosotros con él». Emérito confesó abiertamente que las reuniones tenían lugar en su casa. Por lo que se refería a la acusación de las Sagradas Escrituras que guardaba allí, respondió que él las conservaba en su corazón. A pesar de los tormentos, todos y cada uno confesaron ser cristianos y haber estado presentes los domingos en las «colectas», o sea en la celebración de la liturgia. Las mujeres fueron tan valientes como los hombres para soportar el sufrimiento y proclamar a Cristo. Una joven llamada Victoria se distinguió particularmente. Cuando era muy jovencita se había convertido y consagrado al Señor, aunque sus padres paganos habían insistido en desposarla con un joven de la nobleza. Para escapar de él, saltó por una ventana el día de su boda. Escapó ilesa y se refugió en una iglesia, donde se consagró a Dios. El procónsul, en consideración a su alta dignidad y por su hermano que era pagano, trató vivamente de inducirla a renunciar de su fe, pero ella persistió repitiendo, «soy cristiana». Su hermano Fortunato se encargó de defenderla y trató de probar que estaba loca y que los cristianos la habían embaucado para atraerla a sus creencias; pero Victoria, temiendo perder la corona del martirio, puso en claro que estaba cuerda, respondiendo muy sensatamente a sus preguntas; con lo cual expresó que había elegido ser cristiana por su propia voluntad. Al preguntarle si deseaba volver con su hermano, dijo que no podía reconocer ningún parentesco con los que no guardaban la ley de Dios.

San Saturnino y todos sus hijos confesaron noblemente su fe, incluyendo a Hilarión, que apenas tendría unos cuatro años. «Soy cristiano», dijo, «He ido a las "colectas". Fui porque quise, nadie me obligó a ir». El juez, que le tenía compasión, trató de asustarlo con castigos infantiles, pero el niño sólo se reía. Entonces el gobernador dijo, «te cortaré la nariz y las orejas». Hilarión respondió: «puede usted hacerlo, pero de todos modos soy cristiano». Cuando el procónsul ordenó que los llevaran nuevamente a la prisión, Hilarión exclamó junto con todos, «gracias a Dios». Parece que todos murieron en la prisión, ya sea por la prolongada estancia o por los tormentos y penalidades que habían sufrido.

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6:10 p.m.

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En la ciudad de Barcelona, en la Hispania Tarraconense, memoria de santa Eulalia (Eulàlia, Laia), virgen y mártir (in. s. IV). Virgen mártir, patrona de Barcelona y Perpiñán

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En Constantinopla (Estambul, hoy en Turquía), san Antonio, apellidado “Cauleas”, obispo, que en tiempo del emperador León VI trabajó denodadamente para asegurar la paz y la unidad en la Iglesia.

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En el monasterio de San Cornelio de Indam, en Germania, tránsito de san Benito, abad de Aniano, que propagó la Regla benedictina, confeccionó un Consuetudinario para uso de monjes y trabajó con empeño en la instauración de la liturgia romana.

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Religioso y Mártir

Martirologio Romano: En Vinaroz, en la región de Valencia, en España, beato Tobías (Francisco) Borras Romeu, religioso de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios y mártir, que consumó su glorioso sacrificio por odio a la fe durante la persecución religiosa (1937).

Etimología: Tobías = Yahveh es bueno, es de origen hebreo.

Nació en San Jorge, España, el 14 de abril de 1861, y recibió la palma del martirio en Valencia, España, el 11 de febrero de 1936.

El 25 de octubre de 1992, fue beatificado por el Papa Juan Pablo II, junto con otros 70 compañeros, todos ellos Religiosos de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios.

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11:11 p.m.

Por: . | Fuente: AgenciaCatolica.com

Sacerdote y Mártir

Martirologio Romano: En Chihuahua, en México, san Pedro Maldonado, presbítero y mártir, que durante la persecución, arrestado mientras administraba el sacramento de la penitencia, alcanzó el triunfo del martirio al ser golpeado en la cabeza (1927).

Es el primer santo y mártir de Chihuahua, México.

Fecha de beatificación: 21 de mayo de 2000, hunto a 24 compañeros mártires, por el Papa Juan Pablo II.

Pedro de Jesús fue hijo legítimo del señor Apolinar Maldonado y de la señora Micaela Lucero, y tuvo siete hermanos. Nació en un barrio de la ciudad de Chihuahua conocido como San Nicolás. Pedro Maldonado entró al seminario docesano a los 17 años de edad, donde tuvo un buen desempeño, sin ser el mejor de los estudiantes. En los años de 1913 a 1914 ante la persecución religiosa muchos seminaristas huyeron a El Paso Texas, pero Pedro permaneció en la capital de Chihuahua, aunque fue también ordenado en El Paso Texas, ya que el Obispo de Chihuahua se encontraba enfermo en el Distrito Federal.

Trabajó por los indígenas Tarahumaras y buscó reducir la cantidad de bebidas alcohólicas que se consumían. Vivió en el distrito de Jiménez y allí fue perseguido y en múltiples ocasiones, y golpeado por grupos masónicos aún dentro de la iglesia.

El Padre Maldonado era sensible a las necesidades de la gente. Solía ayudar a los pobres con dinero y ropa y él mismo crió y educó a un huérfano pobre. Le gustaba visitar los campos en tiempo de cosecha y los campesinos le pedían que les bendijera los campos invadidos por plagas de langosta. Son muchos los testimonios de que más de una vez expulsó las langostas de los campos con su oración. Tuvo un interés especial en la educación católica de los niños, los jóvenes y los adultos y les explicaba la historia de la salvación por medio de fotografías.

Entre 1926 y 1929 fue constantemente cazado según biógrafos "como a un animal". Los tres periodos de la persecución religiosa vieron al Padre Maldonado huyendo constantemente de la policía y de los agentes de gobierno. El Viernes Santo de 1936, mientras regresaba a su escondite en el poblado llamado La Boquilla, en Santa Isabel, después de una visita para ayudar a una mujer moribunda en la vecindad de la estación del tren del mismo pueblo, fue emboscado junto con sus acompañantes. Al día siguiente se contaron doscientos cartuchos en el lugar de la emboscada.

Su Martirio

El Padre Pedro de Jesús Maldonado murió en la ciudad de Chihuahua el 11 de febrero de 1937, en el día del aniversario número 19 de su cantamisa.

Fue sacerdote de la diócesis de Chihuahua y hasta el momento de su muerte había estado ejerciendo su ministerio en la parroquia de Santa Isabel, que tiene su sede en el pueblo del mismo nombre, al que los revolucionarios pocos años antes habían cambiado por el de General Trías, con la intención de borrar de la geografía chihuahuense toda alusión al catolicismo.

La causa de su muerte fue una brutal y salvaje golpiza que le causó un severo daño cerebral y heridas en diversas partes del cuerpo. Esto sucedió en la presidencia municipal de Santa Isabel el 10 de febrero, Miércoles de Ceniza en aquel año, y terminó al día siguiente en Chihuahua.

En el Registro Civil de la ciudad de Chihuahua, en el libro número 117, de la Sección de Defunciones, está registrada el acta número 171, firmada por el Juez del Registro Civil en la que hace constar que a las 17 horas. 15 minutos, del jueves 11 de febrero de 1937, recibió un oficio del Juzgado 1o. de lo Penal, número 106, del Distrito Morelos, Chihuahua, en el que se le comunica que le fue practicada la autopsia de ley al cadáver de quien en vida llevara el nombre de PEDRO MALDONADO y se ordena proceder de inmediato a su inhumación.

Según esa misma acta, el difunto contaba al momento de fallecer 42 años de edad, era sacerdote católico originario de la ciudad de Chihuahua y vecino de General Trías.

Dice también que era hijo legítimo del señor Apolinar Maldonado y de la señora Micaela Lucero, ya fallecidos, y que tenía siete hermanos. Que la causa de su muerte fueron lesiones en el cráneo, y que se trataba, presuntamente de un homicidio.

El juez dispuso también que se verificara la inhumación del cadáver ese mismo día a las dieciocho horas en el Panteón de Dolores, en el lote particular de la familia Enríquez.

Firme y constante creencia popular de que murió como mártir

Como se ve, la suposición del juez, basada en la autopsia, sobre la causa de muerte del sacerdote, es que fue por homicidio, cosa que posteriormente sería probada por los testigos oculares y los documentos relacionados con el caso, realizado bajo el abrigo de la ley.

Para el pueblo de Chihuahua, así como para sus hermanos sacerdotes y el obispo diocesano, don Antonio Guízar y Valencia, el Padre Maldonado fue un mártir.

Esta firme y constante creencia popular fue confirmada por la voz oficial de la Iglesia cuando el Papa Juan Pablo II lo declaró beato en 1992 lo canonizó en el año 2000.

El Padre Maldonado fue el único sacerdote sacrificado durante los largos y tortuosos años de persecución religiosa en Chihuahua y por esa misma razón su caso amerita atención especial.

Todavía más que la muerte de Pancho Villa, el asesinato del P. Maldonado conmocionó no sólo al pueblo de Chihuahua sino también más allá de las fronteras del estado y de México.

Lo que más horrorizó a la gente fueron los métodos bestiales y la brutalidad empleados en el asesinato.

El Padre Maldonado fue asesinado en un tiempo en que la persecución religiosa de los años treinta, desatada en México bajo el gobierno del general Lázaro Cárdenas, estaba declinando.

En Chihuahua, Gustavo Talamantes había sucedido al despótico Rodrigo M. Quevedo en la silla gubernamental algunos meses antes.

La conmoción que provocó el asesinato del P. Maldonado no benefició al gobierno recién instalado de Talamantes y provocó el escepticismo en los esfuerzos y la autenticidad de Cárdenas por pacificar a México.

Plutarco Elías Calles vivía en exilio en los Estados Unidos, deshonrado públicamente y arrojado del poder por su propio hijo político. Lo acompañaba Luis L. León, ex-gobernador de Chihuahua y ex-ministro de gobierno.

La sombra de Rodrigo M. Quevedo perseguía al gobierno de Talamantes, para quien el alcalde de Ciudad Juárez, hermano de Quevedo, se había convertido en un verdadero dolor de cabeza. Los políticos, que se llamaban a sí mismo revolucionarios, de la noche a la mañana se volvieron ricos y también los miembros de sus familias.

La tortura y el asesinato eran comunes en los calabozos de los cuarteles de policía. Los gritos de los prisioneros eran ahogados por los trenes que pasaban en medio del silencio de la noche en la ciudad de Chihuahua.

El 23 de octubre de 1985 la Santa Sede dio el ´Nihil obstat" (nada obsta) para que se abriera oficialmente la Causa.

El 13 de julio de 1986 Mons. Adalberto Almeida y Merino publicó el decreto por medio del cual se daba inicio oficialmente a la Causa de Canonización del Padre Maldonado.

El 4 de febrero de 1992 la Santa Sede aprobó por unanimidad la Causa de los Mártires Mexicanos, conocida como "Causa del Siervo de Dios Cristóbal Magallanes y sus 24 compañeros mártires", entre los cuales se contaba al Padre Maldonado.

De ellos 22 eran sacerdotes y tres eran laicos.

El que estos mártires fueran "compañeros" no significa que hubieran muertos todos juntos, sino que el proceso de beatificación y canonización los englobaba a todos en el mismo grupo.

Casi todos estos mártires murieron entre 1926 y 1928, excepto el P. David Galván Bermúdez, que fue asesinado en 1915, y el P. Pedro Maldonado, que fue asesinado en 1937.

Los esfuerzos anteriores culminaron el 22 de noviembre de 1992, cuando el Papa Juan Pablo II beatificó solemnemente, en la basílica de San Pedro, al P. Cristóbal Magallanes y a sus 24 compañeros mártires, entre éstos al padre Pedro Maldonado.

Después de la beatificación el proceso siguió adelante para obtener también la canonización, que es la culminación del proceso y que autoriza a venerar a estos mártires no sólo en sus propias regiones sino en todo el mundo.

El 28 de junio de 1999, en presencia del Papa Juan Pablo II, la Congregación de las Causas de los Santos promulgó los decretos para la canonización de los mártires.

Finalmente, el 10 de marzo del año 2000, en Consistorio ordinario público, el Papa Juan Pablo II señaló oficialmente la fecha del 21 de mayo del Año del Gran Jubileo del 2000 para la canonización de nuestros mártires.

Conviene que recordemos todos sus nombres:

Cristobal Magallanes Jara, Sacerdote
Roman Adame Rosales, Sacerdote
Rodrigo Aguilar Aleman, Sacerdote
Julio Alvarez Mendoza, Sacerdote
Luis Batis Sainz, Sacerdote
Agustin Caloca Cortés, Sacerdote
Mateo Correa Magallanes, Sacerdote
Atilano Cruz Alvarado, Sacerdote
Miguel De La Mora De La Mora, Sacerdote
Pedro Esqueda Ramirez, Sacerdote
Margarito Flores Garcia, Sacerdote
Jose Isabel Flores Varela, Sacerdote
David Galvan Bermudez, Sacerdote
Salvador Lara Puente, Laico
Pedro de Jesús Maldonado Lucero, Sacerdote
Jesus Mendez Montoya, Sacerdote
Manuel Morales, Laico
Justino Orona Madrigal, Sacerdote
Sabas Reyes Salazar, Sacerdote
Jose Maria Robles Hurtado, Sacerdote
David Roldan Lara, Laico
Toribio Romo Gonzalez, Sacerdote
Jenaro Sanchez Delgadillo
David Uribe Velasco, Sacerdote
Tranquilino Ubiarco Robles, Sacerdote

Para ver las biografías de los Mártires Mexicanos del siglo XX
Haz Click AQUI

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11:11 p.m.

XCVIII Papa

Martirologio Romano: En Roma, memoria de san Pascual I, papa, que, llevado por la devoción, trasladó muchos cuerpos de mártires desde las catacumbas a distintas iglesias de la ciudad (824).

Etimología Pascual, nombre masculino cristiano-romano "Paschalis", de origen griego, evoca la celebración religiosa de la Pascua.

Perteneciente a una familia noble, en el momento de su elección como papa ocupaba el cargo de superior del monasterio de San Esteban en Roma y, tras su consagración recibió como presente del hijo de Carlomagno, Ludovico Pío (también llamado Luís el Piadoso), los territorios de Córcega y Cerdeña y la confirmación, mediante el Pactum Ludovicianum, de las donaciones hechas al papado en las décadas precedentes por Pipino el Breve y Carlomagno: Roma, Tuscia, Perúgia, Campania, Tívoli, Exarcado de Rávena, Pentápolis y Sabina), estableciéndose los límites del Estado de la Iglesia, dentro de los cuales el pontífice gozaba de plena soberanía.

Durante su pontificado tuvo que hacer frente a la segunda crisis iconoclasta que desde 814 vuelve a aparecer en Constantinopla, bajo el mandato del emperador bizantino León V, y que debido a las persecuciones sufridas provocó una importante afluencia de monjes griegos a Roma, y que encontraron refugio en los monasterios, recién construidos, de San Práxedes, Santa Cecilia y Santos Sergio y Baco.

En 823, coronó al hijo de Ludovico, Lotario, como emperador corregente con su padre. Durante su pontificado, realizó el traslado de muchas reliquias de mártires a las iglesias y monasterios romanos y prestó ayuda a los cristianos de Palestina y España en sus luchas contra los sarracenos.

Falleció en Roma, el 11 de febrero de 824, mientras comisionados imperiales enviados por Ludovico Pío investigaban la muerte de dos funcionarios papales que, partidarios de primacía del emperador sobre el papa en asuntos terrenales, habían sido asesinados por sirvientes del pontífice.

Pascual, que había sido acusado de haber sido el instigador de dichas muertes negó, bajo juramento cualquier implicación pero quizás debido a esto el pueblo romano se negó a que fuera enterrado en la Basílica de San Pedro por lo que sus restos descansan en la iglesia de San Práxedes.

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6:21 p.m.

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En Chihuahua, en México, san Pedro Maldonado, presbítero y mártir, que durante la persecución, arrestado mientras administraba el sacramento de la penitencia, alcanzó el triunfo del martirio al ser golpeado en la cabeza.

6:21 p.m.

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Memoria de la Bienaventurada Virgen María de Lourdes. Cuatro años después de la proclamación de su Inmaculada Concepción, la Santísima Virgen se apareció en repetidas ocasiones a la humilde joven santa María Bernarda Soubirous en los montes Pirineos, junto al río Gave, en la gruta de Massabielle, de la población de Lourdes, y desde entonces aquel lugar es frecuentado por muchos cristianos, que acuden devotamente a rezar.

11:10 p.m.

Por: . | Fuente: Clairval.com

Cardenal, Arzobispo y Mártir

Martirologio Romano: En la aldea de Krasic, cerca de Zagreb, en Croacia, beato Luis Stepinac, obispo de Zagreb, que rechazó con firmeza las doctrinas que se oponían a la fe y a la dignidad humana y, por su fidelidad a la Iglesia, después de prolongada prisión, víctima de la enfermedad y la miseria, terminó egregiamente su episcopado (1960).

Alois Stepinac nació en Krasic, en el noroeste de Croacia, el 8 de mayo de 1898. Era el quinto de los hijos de una familia de agricultores acomodados, y creció en un ambiente profundamente cristiano, donde reinaban el amor y el respeto mutuo, así como la caridad hacia los más desfavorecidos. Su madre, una mujer sencilla y piadosa, era especialmente devota de la Santísima Virgen María, un rasgo que distinguirá también a su hijo.

Durante su etapa de estudios en un colegio de Zagreb, Alois demuestra una férrea voluntad, a pesar de poseer un temperamento discreto y reservado. En 1917, es movilizado en el ejército austro-húngaro. De regreso a su país en junio de 1919, tras un breve cautiverio en Italia, aquel joven padece una crisis interna. Hastiado por la inmoralidad que había frecuentado en su etapa militar, emprende estudios de agricultura, pero los abandona enseguida. Tampoco tiene éxito un proyecto de matrimonio. En marzo de 1924, un sacerdote que le conoce bien publica en una revista un artículo sobre San Clemente María Hofbauer, enviándoselo junto a una extensa carta. Afectado por el ejemplo de aquel santo, el joven decide consagrar su vida a Dios, ingresando en el seminario «Germanicum» de Roma. Uno de sus condiscípulos dirá de él lo siguiente: «Ardía en amor por la Iglesia y estaba imbuido de fidelidad hacia el Santo Padre».

Alois Stepinac se doctora en filosofía, y luego en teología, en la Universidad Gregoriana de Roma, y recibe la ordenación sacerdotal el 26 de octubre de 1930. De regreso a Croacia, su país se le presenta destruido y explotado por Serbia. Aunque su deseo es convertirse en párroco rural, el arzobispo de Zagreb prefiere conservarlo como encargado de la liturgia, y luego como notario de la curia del arzobispado. Él acepta el cargo diciendo: «No sé si permaneceré aquí o no. No importa, pues todos los caminos que están al servicio de Dios llevan al Cielo». Le son confiadas importantes misiones, como apaciguar algunos conflictos acontecidos en algunas parroquias. También impulsa obras de caridad en los barrios pobres de Zagreb y organiza comidas para el pueblo.

En 1934, el arzobispo, Monseñor Bauer, cae gravemente enfermo y solicita de la Santa Sede un coadjutor, proponiendo a Alois Stepinac, quien intenta en vano eludir el cargo, tanto por su edad (36 años) como por su corta experiencia sacerdotal. Pero el 29 de mayo es nombrado coadjutor, desplazándose a continuación a pie al santuario mariano de Marija Bistrica, a 36 km de Zagreb, para confiar a María ese difícil ministerio. De hecho, los obispos croatas se ven en la necesidad de defender continuamente que se reconozcan los derechos de la Iglesia Católica (libertad de enseñanza, libertad de asociación, autoridad de la Iglesia sobre los matrimonios católicos, etc.).

El 7 de diciembre de 1937 fallece Monseñor Bauer, sucediéndole Mons. Stepinac como arzobispo de Zagreb. El nuevo prelado recomienda a sus sacerdotes que consagren lo mejor de sí mismos a su vida interior. Entre sus decisiones de gobierno de antes de la guerra, publica una carta abierta a todos los médicos para denunciar la «peste blanca»: el desarrollo de la anticoncepción y del aborto. Por otra parte, llega a fundar un periódico católico con el fin de luchar contra la prensa antirreligiosa.

El arzobispo estima profundamente la vida religiosa y considera que su desarrollo resulta indispensable. Los monasterios deben convertirse en «fortalezas de Cristo», y deben proteger a la diócesis con las armas espirituales de la oración, de la renuncia y del sacrificio.

«El fruto de un inmenso egoísmo»

Monseñor Stepinac había anunciado la Segunda guerra mundial en estos términos: «Las parejas casadas ya no respetan los valores del matrimonio; se practica el adulterio y se abandona a los hijos; en una palabra: se hace todo lo posible para borrar el nombre de Dios de la faz de la tierra. Se están destruyendo todos los valores morales, por lo que no es extraño que Dios se dirija ahora a las multitudes a través del único lenguaje que son capaces de entender... y es el caos sobre la tierra, el horror de la guerra, la destrucción de todas las cosas. Es el fruto de un inmenso egoísmo... Si queremos vislumbrar días mejores, la primera regla consiste en devolverle a Dios el respeto debido, con humildad; es la única vía para la paz». ¡Es una enseñanza que sigue estando de actualidad!

El 10 de abril de 1941, después de la invasión de Yugoslavia por parte del ejército alemán, los nacionalistas croatas (también llamados ustachis) proclaman un Estado independiente en Zagreb. Junto a hechos positivos (plena libertad para la Iglesia Católica, protección de las buenas costumbres, etc.), el nuevo régimen queda deshonrado a causa de discriminaciones contra los ciudadanos de religión ortodoxa, los judíos y los gitanos. Sin condenar por completo al Estado croata, reconocido «de facto» por la Santa Sede, Monseñor Stepinac mantiene sus reservas. Se convierte en el portavoz de todos los oprimidos y perseguidos, denuncia los abusos de los ustachis y condena los postulados racistas, así como las persecuciones contra las minorías judía y serbia.

Además, el gobierno croata incita a los ortodoxos a pasarse a la religión católica. Monseñor Stepinac dirige una nota confidencial a sus clérigos: «Cuando acudan a vosotros personas de confesión judía u ortodoxa que se hallen en peligro de muerte, y por esa causa quieran convertirse al catolicismo, recibidlos (Esa «recepción» no era más que una simple acogida por parte de la Iglesia, sin ningún compromiso religioso) para que salven la vida. No les pidáis ningún conocimiento religioso especial, pues los ortodoxos son cristianos como nosotros, y la fe judía es la raíz del cristianismo. El papel y el deber de los cristianos debe consistir ante todo en salvar a la gente. Y cuando esta época de demencia y de salvajismo llegue a su término, los que se hayan convertido por convicción podrán permanecer en nuestra Iglesia, y los demás, una vez pasado el peligro, podrán regresar a la suya». La Iglesia enseña, en efecto, la libertad del acto de fe: «Es uno de los puntos principales de la doctrina católica que el hombre al creer tiene que dar una respuesta voluntaria a Dios, y que por tanto a nadie se puede forzar a abrazar la fe contra su voluntad» (Vaticano II, Dignitatis humanæ, 10).

A lo largo de toda la guerra, el arzobispo de Zagreb prodiga los favores de su caridad a los desdichados, cualesquiera que sean, distribuyendo vagones enteros de alimentos a los refugiados, cuidando personalmente de los huérfanos cuyos padres están encarcelados o han huido a las montañas, y salva del hambre y de la muerte a 6.700 niños, la mayor parte de padres ortodoxos.

El presidente de la comunidad judía de los Estados Unidos, Louis Breier, dirá de él lo siguiente el 13 de octubre de 1946: «Esa gran autoridad de la Iglesia ha sido acusada de colaborar con los nazis. Nosotros los judíos lo negamos. Sabemos, por la conducta que siguió desde 1934, que ha sido siempre un verdadero amigo de los judíos, que, en aquellos años, sufrían las persecuciones de Hitler y de sus adeptos. Alois Stepinac es uno de esos pocos hombres en Europa que se levantaron contra la tiranía nazi, justamente en los momentos en que resultaba más peligroso hacerlo... La ley sobre el «brazalete amarillo» se anuló gracias a él... Después de Su Santidad el Papa Pío XII, el arzobispo Stepinac fue el mayor de los defensores de los judíos perseguidos en Europa».

Cuando callan las campanas

Con ocasión de la retirada de las tropas alemanas durante el fin de la guerra, el arzobispo consigue evitar la destrucción total de Zagreb, pero ve con dolor cómo los partisanos de Josip Tito toman el poder, emprenden una sangrienta depuración e instauran leyes antirreligiosas. Nada impresionado por los rumores que le tachan de criminal de guerra, Monseñor Stepinac está firmemente decidido a permanecer en medio de su pueblo.

El 17 de mayo de 1945, el arzobispo es encarcelado por sorpresa. El 3 de junio, los obispos croatas exigen su liberación como medida previa a toda negociación. Todas las campanas de Zagreb se callan y la procesión del Corpus Christi queda anulada. Ante aquel inesperado movimiento de resistencia, Tito da su brazo a torcer y manda liberar a Monseñor Stepinac. El 24 de junio, en una circular dirigida a todos los sacerdotes, el prelado recuerda a los padres su deber sagrado de reclamar la educación religiosa en las escuelas. Sus exhortaciones a todos los fieles van dirigidas a que hagan uso de la oración, en especial en esos tiempos difíciles, y muy concretamente a que recen el Rosario.

Sin embargo, la dictadura se instaura sin tomar en consideración la solemne declaración del gobierno federal de Yugoslavia según la cual se respetarían la libertad de conciencia y de confesión religiosa, así como la propiedad privada. En una carta pastoral fechada el 20 de septiembre de 1945, los obispos católicos de Yugoslavia advierten que 243 sacerdotes han sido asesinados desde el final de la guerra y que 258 han sido encarcelados o han desaparecido. A continuación, constatando la parálisis de los seminarios, los estragos ejercidos en la juventud por parte de la propaganda atea y la inmoralidad amparada por el Estado, condenan solemnemente «el espíritu materialista e impío que se extiende por nuestro país».

En octubre de 1945, con motivo de una visita pastoral, el automóvil de Monseñor Stepinac es asaltado por los comunistas y los cristales son rotos a pedradas. La víspera del atentado, la milicia había amenazado al prelado con represalias si llevaba a cabo aquella visita. «De todas formas, señala el arzobispo, solamente se muere una vez; pueden hacer lo que quieran, pero nunca dejaré de predicar la verdad; no temo a nadie más que a Dios, y mi deber sigue siendo el mismo: salvar almas».

«Tengo la conciencia limpia y en paz»

Desde noviembre de 1945, Monseñor Stepinac deja instrucciones para administrar la Iglesia en el caso de que sea encarcelado. El 17 de diciembre, en un mensaje al clero, se defiende de todas las acusaciones que se le atribuyen mediante las siguientes frases, que son un resumen de su vida y que explican la fortaleza de su alma: «Tengo la conciencia limpia y en paz ante Dios, que es el más fidedigno de los testigos y el único juez de nuestros actos, ante la Santa Sede, ante los católicos de este Estado y ante el pueblo croata». Más tarde añadirá: «Estoy dispuesto a morir en cualquier momento».

El 18 de septiembre de 1946, a las 5 de la madrugada, la milicia irrumpe en el arzobispado y se precipita hacia la capilla donde está rezando el prelado. Conminado a seguir a los policías, responde: «Si estáis sedientos de mi sangre, aquí me tenéis». El 30 de septiembre, comienza un proceso que el Papa Pío XII calificará de «tristissimo» (lamentable). Gracias a la fortaleza propia de una conciencia recta y pura, Monseñor Stepinac no desfallece ante los jueces. En medio de una gran tranquilidad, y seguro de la protección de «la abogada de Croacia, la más fiel de las madres», la Santísima Virgen María, el 11 de octubre escucha la injusta sentencia que se pronuncia contra él, que le condena a prisión y a trabajos forzados durante dieciséis años «por crímenes contra el pueblo y el Estado». «Las razones de la persecución que padeció y del simulacro de juicio que se organizó contra él, dirá el Papa Juan Pablo II el 7 de octubre de 1998, fueron su rechazo a las insistencias del régimen para que se separara del Papa y de la Sede Apostólica, y para que encabezara una «Iglesia nacional croata». Él prefirió seguir siendo fiel al sucesor de Pedro, y por eso fue calumniado y luego condenado».

Durante su encarcelamiento en Lepoglava, Monseñor Stepinac comparte la miserable suerte de cientos de miles de prisioneros políticos. Son numerosos los guardianes que lo humillan, entrando en cualquier momento en su celda e insultándole continuamente. Los paquetes de alimentos que recibe son expuestos durante varios días al calor o estropeados para que resulten incomestibles. El arzobispo guarda silencio, transformando la celda de la prisión en una celda monacal de oración, de trabajo y de santa penitencia. Se lo han quitado todo, «excepto una cosa: la posibilidad de alzar las manos al cielo, como Moisés» (cf. Ex 17, 11). Pero tiene la suerte de poder celebrar la Misa en un altar improvisado. En la última página de su agenda de 1946 escribe lo que sigue: «Todo sea para la mayor gloria de Dios; también la cárcel».

«Sufrir y trabajar por la Iglesia»

El 5 de diciembre de 1951, cediendo a las presiones internacionales, el gobierno yugoslavo consiente en trasladar al arzobispo a Krasic, su ciudad natal, bajo libertad vigilada. Allí ejerce funciones de vicario, pasando buena parte del tiempo en la iglesia parroquial, donde confiesa durante horas enteras y, cuando le instan a que economice sus ya débiles fuerzas, responde que confesar es uno de sus mayores descansos. En el transcurso de sus primeros días en Krasic, un periodista extranjero le hace la siguiente pregunta: «¿Cómo se encuentra? – Tanto aquí como en Lepoglava, no hago más que cumplir con mi deber. – ¿Y cuál es su deber? – Sufrir y trabajar por la Iglesia».

A unos visitantes desanimados por los perjuicios del comunismo, Monseñor Stepinac les responde: «No hay que desesperar, pues aunque el comunismo deje huellas en nuestro pueblo, y aunque nos encontremos con las manos atadas por esa pérfida ideología y aunque algunos flaqueen, estamos mejor que los pueblos del oeste, saturados de bienes materiales pero asfixiados en la inmoralidad y en el ateísmo práctico. Gracias a Dios mi pueblo ha permanecido fiel al Señor y al respeto hacia la Virgen».

Mientras tanto, el gobierno yugoslavo intenta a cualquier precio provocar una ruptura de los católicos croatas con Roma y fundar una iglesia nacional cismática, con objeto de incorporar a los croatas a la Iglesia ortodoxa serbia. A tal efecto, se llega a crear una «asociación de los santos Cirilo y Metodio» que agrupa a «sacerdotes patriotas» y devotos del régimen. El año 1953 destaca por las agresiones procedentes del gobierno. El recluido arzobispo da ánimos a los sacerdotes y a los fieles mediante una copiosa correspondencia, exhortando a los indecisos y recuperando a las ovejas descarriadas. Más de un sacerdote llega a confesar que «Si no hubiera estado allí, quién sabe lo que nos habría pasado». Uno de los principales peleles de Tito, Milovan Djilas, confesará más tarde: «Si Stepinac hubiera querido ceder y proclamar una Iglesia croata independiente de Roma, como nosotros queríamos, lo habríamos colmado de honores».

«Vencerá el espíritu, y no la materia...»

El 12 de enero de 1953, el Papa Pío XII eleva a Monseñor Stepinac a la dignidad cardenalicia. Pero el arzobispo no ha podido desplazarse a Roma, por miedo a que el gobierno de Tito le impida regresar a su país. En una entrevista con un periodista extranjero, el nuevo cardenal anuncia proféticamente: «En la lucha que se desarrolla (en Yugoslavia) entre la Iglesia y el Estado, vencerá el espíritu, y no la materia. Durante la historia de la humanidad nunca ha podido mantenerse definitivamente el materialismo».

La generosidad del cardenal con respecto a los que son más pobres que él no tiene límites: «No posee más que lo estrictamente necesario para vestirse, explica el párroco de Krasic; todo lo da. Incluso acaba de dar a los pobres dos pares de zapatos». En su humildad, Monseñor Stepinac lamenta la publicidad que se ha montado alrededor de su persona. Al enterarse un día que una revista extranjera acaba de publicar una declaración del Papa en la que dice que «El cardenal de Croacia es el mayor prelado de la Iglesia Católica», él baja la vista murmurando: «¡Solamente Dios es grande!».

A finales de 1952 debe ser operado de una pierna y, al año siguiente, se le declara una grave enfermedad de la sangre, cuya causa se debe, según los médicos, a los malos tratos padecidos. Se le dispensan muchos cuidados médicos, pero él se niega a ser tratado en el extranjero, como habría sido necesario; como buen pastor, decide quedarse junto a su rebaño. Pero los métodos del régimen comunista no se flexibilizan. En noviembre de 1952, Tito decide romper las relaciones diplomáticas con el Vaticano, dando simultáneamente la orden a su policía de impedir cualquier visita a Krasic. Los guardianes del prelado (que eran más de treinta en 1954) le insultan y se burlan de él de todas las maneras posibles. El largo proceso seguido para su beatificación llegará a la conclusión, en 1994, de que su muerte fue la consecuencia de los catorce años de aislamiento injusto, de presiones físicas y morales constantes y de sufrimientos de todo tipo. Por eso «queda confiado en adelante a la memoria de sus compatriotas con las notorias divisas del martirio» (Juan Pablo II, 3 de octubre de 1998).

Vencer el mal con el bien

Durante todos aquellos años de reclusión forzosa, el cardenal Stepinac adopta la actitud espiritual que ordenó Nuestro Señor Jesucristo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan (Mt 5, 44). Persevera hasta el final en su resolución de perdonar, y se le oye rezar por sus perseguidores y repetir en voz baja: «No debemos odiar; también ellos son criaturas de Dios». En su «testamento espiritual» escribe lo siguiente: «Pido sinceramente a cualquier persona a la que hubiera podido hacer daño que me perdone, y perdono de todo corazón a todos los que me han hecho daño... Queridísimos hijos, amad también a vuestros enemigos, pues así nos lo ha mandado Dios. Seréis entonces hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace que el sol salga para los buenos y para los malos, y que hace que llueva tanto para los que hacen el bien como para los que hacen el mal. Que la conducta de vuestros enemigos no os aleje del amor hacia ellos, pues el hombre es una cosa pero la maldad es otra bien distinta».

«Perdonar y reconciliarse, dirá el Papa Juan Pablo II con motivo de la beatificación del cardenal Stepinac, significa purificar la memoria del odio, de los rencores, del deseo de venganza; significa reconocer que quien nos ha hecho daño es también hermano nuestro; significa no dejarse vencer por el mal, antes bien vencer al mal con el bien (cf. Rm 12, 21)».

En 1958, los sufrimientos del cardenal se hacen casi intolerables, pero lo más penoso para él es carecer de fuerzas para poder celebrar la Misa. El 10 de febrero de 1960, expira en Krasic, pronunciando estas palabras: «Fiat voluntas tua» (¡Hágase tu voluntad!).

In te Domine speravi (En ti he esperado, Señor). Tal era su divisa. En uno de sus sermones nos confiaba el secreto de su esperanza: «Alguien podría preguntarse: «Y nuestra esperanza, ¿en qué se basa?». Y yo le respondo que en la fidelidad a Dios, pues Dios no miente; en la omnisciencia divina, para quien nada pasa desapercibido; en la omnipotencia de Dios, que es siempre dueño de todo».

El 3 de octubre de 1998, el Papa Juan Pablo II dejaba constancia del triunfo de esa invencible esperanza: «En la beatificación del cardenal Stepinac reconocemos la victoria del Evangelio de Jesucristo sobre las ideologías totalitarias; la victoria de los derechos de Dios y de la conciencia sobre la violencia y las vejaciones; la victoria del perdón y de la reconciliación sobre el odio y la venganza». A la vez que nos sentimos colmados de un profundo agradecimiento hacia el Santo Padre por esa beatificación, le damos gracias sobre todo al Señor por haber hecho brillar ante nuestros ojos semejante luz y por habernos dado como ejemplo al beato Alois Stepinac.

Puedes encontrar más información en el siguiente artículo: Cardenal Luis Stepinac

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Abadesa

Martirologio Romano: En la región de Rouen, en Neustria, hoy en Francia, santa Austreberta, virgen y abadesa, que rigió el monasterio de Pavilly, fundado piadosamente por el obispo san Audeno (704).

Santa Austreberta o Eustreberta fue hija de uno de los principales cortesanos del rey Dagoberto, el conde Palatino Badefrido y de Santa Framechidis. Nació cerca de Thérouanne, en Artois, y fue una niña seria y piadosa, con la mente fija en iglesias y convenios. Un día, mientras contemplaba su imagen reflejada en el agua, vio un velo sobre su cabeza; aquella extraña experiencia le produjo una impresión permanente. Al cumplir los doce años, su padre le anunció que ya tenía proyectado su matrimonio y la idea resultó tan desagradable para Austreberta, que huyó de la casa, acompañada por su hermano menor. Se refugió en un monasterio, donde el abad le dio asilo y le prometió imponerle el velo. Sin embargo, al saber quién era ella y pensando en lo preocupados que estarían sus padres por su ausencia, la persuadió para que regresara con él a su hogar. Omer explicó el asunto a sus padres, que terminaron por acceder a que la joven entrara al convento, después de vivir con ellos algún tiempo. Aquel fue un período de prueba para Austreberta que se sentía atormentada por los escrúpulos de no haber respondido al llamado de Dios. Tanto importunó a los suyos para que la dejasen partir, que por fin su padre la llevó al monasterio de Port (después Abbeville), en el Somme, donde tomó el hábito ella misma.

Muy pronto se ganó lodos los corazones con su piedad y humildad. Ella misma estaba feliz en aquella comunidad tan devota y observante. Se cuenta que un día cuando Austreberta horneaba el pan para la casa, ocurrió un suceso extraordinario. En el horno caliente ya se habían extinguido las llamas. Los panes estaban listos y sólo faltaba sacar las brasas. Austreberta metió la escoba, que se incendió de pronto y llenó el horno con fuego. Austreberta, temiendo que el pan se quemara, cerró primero la puerta de la cocina y después, inclinándose entre las llamas, que no le hicieron ningún daño, limpió el interior del horno con sus manos y sacó el pan. A la asombrada muchacha que había presenciado la escena le encargó que no dijera nada a nadie y después siguió con su larca tranquilamente, sin ninguna quemadura en sus carnes ni en sus ropas. Sólo a su confesor reveló Austreberta lo sucedido y, aunque éste quedó lleno de admiración, le advirtió: "Hija, no vuelvas a ser tan temeraria, no sea que la próxima vez tientes a Satanás y recibas algún daño."

En aquel tiempo vivía un hombre piadoso llamado Audeno que había fundado en Pavilly el monasterio en el que profesó su hija Aurea. Por consejo de San Filiberto, Audeno nombró superiora de su convento a Austreberta, quien ya desde hacía tiempo era abadesa de Port.

La santa se resistió a separarse de sus amadas hijas para ir a enfrentarse con muchas dificultades en otro monasterio, pero ante la insistencia de San Filiberto acabó por aceptar. En su nueva casa encontró una completa falta de disciplina y se impuso la tarea de urgir a sus monjas el estrícto cumplimiento de las reglas; pero las religiosas no se conformaron con aquella severidad y acudieron a protestar ante Audeno, y acusaron a la santa de varias ofensas graves. El fundador dio crédito a las calumnias y después de injuriar a la superiora, llegó al grado de amenazarla con su espada, pero Austreberta no se inmutó y ciñéndose el velo alrededor del cuello, inclinó la cabeza esperando el golpe mortal. Su valor hizo que Audeno recuperara la cordura y desde entonces la dejó que gobernara a sus monjas del modo que creyera conveniente.

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Mártires

Martirologio Romano: En Magnesia, en la provincia de Asia, santos Calarampo, Profirio y Daucto, que junto con tres mujeres sufrieron el martirio en tiempo de Septimio Severo (s. III).

En un resumen de los martirologios griegos se dice que, bajo el reinado de Séptimo Severo, el prefecto Luciano, que gobernaba en Magnesia, mandó detener a un sacerdote llamado Caralampio, porque éste despreciaba los edictos imperiales que prohibían predicar el Evangelio. Con el propósito de vencer la constancia del sacerdote, Luciano mandó que le torturaran y él mismo se unió a los verdugos para desgarrar las carnes del confesor con garfios de hierro. Se dice que en aquel momento, por justo juicio de Dios, las manos del pefecto Luciano quedaron paralizadas y adheridas al cuerpo del mártir, sin que su dueño pudiese retirarlas.

Pero Caralampio elevó a Dios una plegaria, pidiendo el perdón para el inhumano verdugo y las manos de Luciano recuperaron el movimiento. Ante un prodigio tan evidente, los dos lictores, Porfirio y Bato, que también desempeñaban el oficio de verdugos, abjuraron del culto de los ídolos y se declararon cristianos; tres mujeres que presenciaban el suplicio, siguieron su ejemplo. Pero el prefecto persistió en su incredulidad y mandó que todos fuesen decapitados al instante.

Debe hacerse notar que este resumen no menciona al emperador ni habla de Antioquía de Pisidia. Las "actas," que por oirá parte son poco dignas de confianza, se detienen en diversos detalles, pero no dicen nada sobre los compañeros del mártir. La fiesta de San Caralampio figura el 10 de febrero en los agregados al martirologio de Usuardo y parece que su culto se extendía hasta las regiones de Hainaut.

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Memoria de la sepultura de santa Escolástica, virgen, hermana de san Benito, la cual, consagrada desde su infancia a Dios, mantuvo una perfecta unión espiritual con su hermano, al que visitaba una vez al año en Montecasino, en la Campania, para pasar juntos una jornada de santas conversaciones y alabanza a Dios (c. 547).

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En la región de Rouen, en Neustria, santa Austreberta, virgen y abadesa, que rigió el monasterio de Pavilly, fundado piadosamente por el obispo san Audeno.

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En la cueva de Stabulum Rhodis, cerca de Grossetto, en la Toscana, san Guillermo, eremita de Malavalle, cuya vida inspiró y dio origen a numerosas congregaciones de eremitas.

11:04 p.m.

Por: Fr. Alfonso Ramírez Peralbo | Fuente: FrayLeopoldo.org

Laico Capuchino

Martirologio Romano: En Granada, España, beato Leopoldo de Alpandeire, religioso de la Orden de los Frailes Capuchinos, que desempeño durante muchos años el oficio de limosnero. ( 1956)

Fecha de beatificación: 12 de septiembre de 2010, durante el pontificado de S.S. Benedicto XVI

Dejando atrás la señorial ciudad de Ronda, metrópoli de la Serranía del mismo nombre, y, bajando por una carretera que serpentea entre escarpados cerros de alcornoques y encinares, llegamos a Alpandeire, pintoresca villa de la provincia de Málaga, situada en las extremidades de la sierra de Jarestepar al sur de Ronda.

Aquí, en este pueblecito de casitas blancas, acurrucado alrededor de su majestuosa iglesia parroquial, considerada la "catedral de la Serranía", nació un 24 de junio de 1864 Francisco Tomás Márquez Sánchez, nuestro futuro Fray Leopoldo. Fueron sus padres Diego Márquez y Jerónima Sánchez. Francisco Tomás tuvo otros tres hermanos más cuyos nombres nos son conocidos: Diego, Juan Miguel y María Teresa y algunos más que murieron en la infancia sin disponer hoy de datos sobre ellos. Diego moriría soldado en la guerra de Cuba.

Nuestro protagonista había nacido en el seno de una familia de cristianos labradores. El hogar de Diego y Jerónima era humilde y en él se vivían y practicaban las virtudes cristianas que inculcaban, con su ejemplo diario, a sus hijos.

Junto a los verdes campos de sementeras y alcornocales, las montañas rocosas, los trigales, los cercados de rastrojos y retamas, las ovejas y los aperos de labranza, la infancia y juventud de Francisco Tomás se deslizaron apaciblemente, como uno de esos innumerables arroyuelos que corren escondidos por las laderas de las montañas. Entre los trabajos del campo, la vida familiar y de piedad y oración pasó los treinta y cinco años de su vida oculta mientras Dios lo iba modelando lenta y paulatinamente -- que ya desde niño "era todo corazón" --; disfrutaba socorriendo a los pobres. Se decía de él que ni aún de niño se cerró, egoísta, a la compasión. Repartía su merienda con otros pastorcillos más pobres que él, o daba sus zapatos a un menesteroso que los necesitaba, o entregaba el dinero ganado en la vendimia de Jerez, a los pobres que encontraba por el camino de regreso a su pueblo. "Dios da para todos", diría años más tarde.

Fue a raíz de haber oído predicar a dos capuchinos en Ronda, con ocasión de las fiestas que tuvieron lugar en la ciudad del Tajo, en 1894, para celebrar la beatificación del capuchino Diego José de Cádiz, cuando el joven Francisco Tomás decidió abrazar la vida religiosa haciéndose capuchino. A aquellos predicadores comunicó su deseo de ser uno como ellos, pero tuvo que esperar algunos años, debido a ciertas negligencias y olvidos en los trámites de admisión. Finalmente un día salió de su tierra y de su parentela, como Abrahán, y tomó el hábito capuchino en el Convento de Sevilla el 16 de noviembre de 1899, cambiando el nombre de Francisco Tomás por el de Leopoldo, según usos de la Orden. Este cambio de nombre -- comentaría él años adelante -- le cayó "como un jarro de agua fría", ya que el nombre de Leopoldo no era corriente entre los miembros de la Orden; tal vez su maestro de novicios, P. Diego de Valencina, lo escogió por celebrarse su fiesta el 15 de noviembre.

Desde el noviciado Fray Leopoldo no tuvo otra meta que santificarse, siguiendo a Cristo por el camino de la cruz como San Francisco. Su amor a Dios, la oración, el trabajo, el silencio, la devoción a la Virgen y la penitencia marcarían ya su vida. La cruz y la pasión de Cristo serían para él, a partir de ahora, objeto de meditación y de imitación. El 16 de noviembre de 1900 hizo su primera profesión; a partir de entonces vivió cortas temporadas, como hortelano, en los conventos de Sevilla, Antequera y Granada. El 23 de noviembre de 1903 emite, en Granada, sus votos perpetuos. Sin embargo, la azada lo perseguía como fiel compañera mientras él seguía cultivando la huerta de los frailes. Pero para entonces ya había aprendido a sublimar el trabajo, a transformarlo en oración y servicio a los hermanos. Como todos los santos hermanos capuchinos, Leopoldo fue un gran trabajador, ya que como ellos, estaba convencido de la virtud redentora del esfuerzo humano. El trabajo y la soledad del convento hicieron crecer en él la ascesis y la mística. Como ha escrito uno de sus biógrafos, fue un “contemplativo entre el agua de las acequias, las hortalizas, los frutales y las flores para el altar”. E1 21 de febrero de 1914 llegaría a Granada para quedarse definitivamente en ella. La ciudad de la Alhambra, que dormita a los pies de Sierra Nevada, la Granada cristiana y mora, donde el agua se hace música, sería el escenario de su vida durante más de medio siglo. Trabajó primero de hortelano en la huerta del Convento para ejercer después de sacristán y limosnero. Dos trabajos que unirían admirablemente la doble faceta de su vida: su dimensión contemplativa, su vida de oración, su vida íntima con Dios y su vida activa, su ir y venir por las calles y cuestas de Granada, su contacto con la gente, su diario quehacer de limosnero.

Pero lo que define y caracteriza prácticamente la vida de Fray Leopoldo es su oficio de limosnero. El, que se había hecho religioso para vivir alejado del "mundanal ruido", fue lanzado por la obediencia a librar la batalla decisiva de su vida, en medio de la calle. Lo que él mismo confirmaría años más tarde, con ocasión de las fiestas de sus Bodas de Oro de vida religiosa y al saber que la efeméride había salido en la prensa, exclamó: "Qué jaqueca, hermano, -- confesó a un compañero -- nos hacemos religiosos para servir a Dios en la oscuridad y, ya ve, nos sacan hasta en los papeles". Fray Leopoldo, como otros santos capuchinos con marcada inclinación a la vida contemplativa, vivió constantemente en contacto con el pueblo, como limosnero. Se hizo así santo, santificando a los demás. Y lo hizo como quería San Francisco: con el testimonio de su vida, con su ejemplo, con su palabra, con la gracia y el carisma que Dios le dio. El contacto con los hombres, lejos de distraerlo o mundanizarlo, lo empujó a salir de sí mismo, a cargar sobre sí el peso de los demás, a comprender, a ayudar, a servir, a amar.
Su figura se hizo popular en la ciudad de los cármenes, todos lo reconocían, las gentes y los chiquillos decían en la calle: "Mira, por allí viene Fray Nipordo", y corrían a su encuentro. Con los niños se paraba para explicarles algo de catecismo, con los mayores para hablar de sus problemas, angustias y preocupaciones. Fray Leopoldo había encontrado el modo de derramar sobre todos la bondad divina: rezaba tres Ave Marías, era su forma de enhebrar lo divino con lo humano. Y las gentes se alejaban de él transformadas, dispuestas a seguir su camino, pero con la tranquilidad y la seguridad que Fray Leopoldo les había devuelto, la de saber que Dios había tomado buena nota de sus preocupaciones.

Y así día tras día, durante medio siglo, "con la vista en el suelo y el corazón en el cielo" --como el mismo diría --, Fray Leopoldo recorrió Granada repartiendo la limosna del amor, elevando y sublimando la pesada monotonía de todos los días, dando colorido a los días grises, poniendo unidad y armonía en la fragilidad del ser humano, sobrenaturalizando y dignificando el quehacer diario. El ha aportado, así, abundantes riquezas espirituales, bondad, caridad, sencillez, limpieza al fatigoso discurrir de los hombres por esta tierra.
Padeció algunas enfermedades y dolencias, que él se esforzaba en ocultar y disimular, especialmente una hernia que le causaba agudos dolores y muchas molestias en sus caminatas diarias de limosnero. Estos y otros sufrimientos, como grietas en los pies que sangraban abundantemente, le ayudaban a completar en su carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo, en favor de su Cuerpo que es la Iglesia.

Cierto día en que, como de costumbre, recogía la limosna de la caridad a sus 89 años, cayó al suelo rodando precipitadamente escaleras abajo desde un primer piso y sufrió fractura de fémur, -- dicen que le empujó el diablo --. Fue ingresado en la Clínica de la Salud de Granada; afortunadamente y sin operación, los huesos le anudaron; regresó al convento y pudo caminar con la ayuda de dos bastones, pero ya no salió más a la calle. Así pudo entregarse totalmente a Dios que era el gran amor de su vida. Y llenándose de Dios, pasó los tres últimos años de su existencia terrena, hasta irse poco a poco consumiendo "cual llama de amor viva".

Finalmente, la llama se extinguió. Con el beso de la hermana muerte, Fray Leopoldo, el humilde limosnero de las tres Ave Marías, se durmió en el Señor. Era el 9 de febrero de 1956. Tenía 92 años.

La noticia de su muerte corrió y conmovió a toda la ciudad de Granada. Un río humano acudió al convento de capuchinos, el pueblo y las autoridades, hasta los niños se acercaron a ver a su "Fray Nipordo", como ellos le llamaban, mientras se decían unos a otros: "Está muerto pero no da miedo". Su entierro fue multitudinario. La fama de santidad, de que había gozado en vida, creció después de su muerte. Desde entonces, todos los días, pero, sobre todo el 9 de cada mes, una inusitada afluencia de gentes de todo el mundo visita su sepulcro, siendo numerosas las gracias que Dios concede por intersección de su fiel Siervo.

El 19 de diciembre de 2009 S.S. Benedicto XVI autorizó la promulgación del decreto que reconoce un milagro atribuido a la intercesión del Siervo de Dios Fray Leopoldo, la beatificación se realizará el 12 de septiembre de 2010.

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Obispo

Martirologio Romano: En Canosa, de la Apulia, san Sabino, obispo, que fue amigo de san Benito y legado de la Sede Romana en Constantinopla, para defender la fe auténtica ante la herejía monofisita (c. 566).

Etimología: Sabino = Aquel que es del pueblo de las sabinas, es de origen romano.

La historia de Sabino es bastante difícil de desembrollar, no sólo porque está recargada de leyendas, sino también porque hay otros dos santos del mismo nombre en el "Acta Sanctorum" el 9 de febrero y algunos puntos de sus vidas son tan semejantes, que parece que se han confundido. Uno de ellos fue un obispo que asistió a la consagración del santuario de San Miguel en el Monte Gárgano, en 493, y fue sepultado en Atripaldo, mientras que nuestro santo vivió después y su cuerpo fue enterrado en otro lugar.

Nació en Canosa en Abulia [Canosa en Apulia (Canusium) es completamente diferente a Canóssa, no lejos de Parma, famosa en la vida del Papa San Gregorio VII]. Desde su juventud no aspiraba sino a las cosas de Dios, y no deseaba en absoluto el dinero, excepto como medio para ayudar a los pobres, cosa que hacía con suma generosidad. Llegó a ser obispo de Canosa, y tenía amistad con la mayoría de los hombres prominentes de su tiempo, incluyendo al mismo San Benito, quien parece que le predijo que Roma no sería destruida por Totila y los godos. El Papa San Agapito I lo envió a la corte del emperador Justiniano para apoyar al recién nombrado patriarca, San Mennos contra el hereje Anthimus y asistió al concilio que presidió Mennos en el año 536. En su camino de regreso, pasó por Lycia, visitó la tumba de San Nicolás en Myra, donde se le mostró el santo en una visión.

En su ancianidad, Sabino perdió la vista, pero fue dotado de gran luz interior y del don de profecía. Se cuenta que Totila, deseando poner esto a prueba, persuadió al copero del obispo para que lo dejara ofrecerle la copa del brindis al santo ciego. No bien Sabino asió la copa exclamó, "Viva esa mano" y desde entonces Totila y sus cortesanos lo consideraban como profeta.

Otra ocasión en que demostró su poder de profecía fue cuando su arcediano Vindimus, que ansiaba obtener el obispado, deseando apresurar su muerte, indujo al copero a poner veneno en la copa del anciano. San Sabino dijo al joven, "Bébelo tú; yo sé lo que contiene." Entonces, cuando el copero retrocedió sobresaltado, el santo tomó la copa y la apuró diciendo: "Beberé esto, pero el instigador de este crimen nunca será obispo." El veneno no lo dañó en absoluto, pero el que había querido ser su sucesor murió en aquella misma hora en su casa a 4 Km. de distancia de allí. San Sabino murió a los cincuenta y dos años de edad, y su cuerpo fue trasladado posteriormente a Bari, donde parece que estuvo olvidado algún tiempo y fue redescubierto en 1901.

En 1562, el altar de mármol bajo el cual estaban sus reliquias fue cubierto con plata y se grabó una inscripción en él, indicando los hechos más notables del santo.

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