Ártículos Más Recientes

12:49 a.m.

Por: . | Fuente: Archidiócesis de Madrid



Laico


Martirologio Romano: En Linares (España), Beaato Manuel Lozano Garrido, laico.( 1971)

Fecha de beatificación: 12 de junio de 2010 durante el pontificado de S.S. Benedicto XVI.



Nació en Linares (Jaén) el 9 de agosto de 1920. En el año 1931 inició sus estudios de Bachillerato e ingresó como socio Junior en el recién creado centro de Jóvenes de Acción Católica. Aquellos años fueron para Lolo algo así como una prolongada vigilia, en la que los tres pilares “piedad, estudio y acción” fueron las armas que le prepararon para la gran prueba. En el Centro de Juventud fe Acción Católica fue incluido en un grupo de futuros dirigentes.

Era consciente del riesgo que suponían en los tiempos azarosos de la guerra civil sus actividades, en especial la distribución de la Eucaristía a los enfermos. El 13 de febrero de 1938 fue encarcelado durante tres meses. Ya antes de terminar la guerra aparecen los síntomas de una enfermedad reumática que le iría impidiendo progresivamente los movimientos.


Tras acabar la guerra retoma sus estudios y su actividad apostólica. En 1939 fue nombrado vicesecretario general de su Centro de Juventud de Acción Católica.


Comienza a colaborar en unas emisiones de radio. El avance lento pero progresivo de su enfermedad no le impidió ejercer una intensa actividad intelectual y literaria: dirigió la revista “cruzada, publicó varios libros (El primero “El sillón de ruedas” en 1961) y artículos.


Era consciente de que su misión era dar testimonio de que sus dolores y sufrimientos podían ser soportables. Escribió sobre su amor a la Virgen, sobre la oración y la Eucaristía. Vivió con gozo la convocatoria del Concilio Vaticano II.


El 3 de noviembre de 1971 entregó su alma a Dios.



11:22 p.m.

Por: O. C. Moreno | Fuente: ar.geocities.com/misa_tridentina04



Obispo


Martirologio Romano: En el monasterio de Clairvaux, en la Borgoña, sepultura de san Malaquías, obispo de Down y Connor, en Irlanda, que restauró allí la vida de la Iglesia, y cuando se dirigía a Roma, en dicho monasterio, y en presencia del abad san Bernardo, entregó su espíritu al Señor. ( 1148)




En el siglo IX empezó Irlanda a experimentar los efectos de las invasiones que habían asolado a otros países. En efecto, los bárbaros conocidos con el nombre genérico de orientales, hicieron incursiones en las regiones costeras, y los daneses establecieron colonias permanentes en Dublín y otras ciudades. Por dondequiera que iban cometían asesinatos, demolían monasterios y quemaban bibliotecas. To do ello debilitó mucho al poder civil; los reyezuelos locales, que luchaban contra el enemigo de fuera y se destruían entre sí, perdieron mucha autoridad. El trato prolongado e inevitable entre los nativos y los opresores de la religión y de la ley trajo consigo una relajación gradual de la fe y las costumbres. Así pues, aunque Irlanda no llegó nunca a caer en el grado de iniquidad que suponían ciertos ingleses y algunos hombres de iglesia extranjeros (incluso San Bernardo), se hallaba sin embargo en un estado lamentable cuando estalló la guerra civil, tras la derrota definitiva de los daneses, en Clonfart (1014).

Precisamente en esa época de confusión, del año 1095, nació Malaquías O´More. El niño se educó en Armagh, donde su padre era maestro de escuela. Malaquías era un niño juicioso y piadoso. Después de la muerte de sus padres, se fue a vivir con un ermitaño llamado Eimar. San Celso, arzobispo de Armagh, juzgándole digno del sacerdocio, le ordenó a los veinticinco años. El arzobispo le encargó que predicase la palabra de Dios al pueblo y extirpase las malas costumbres que abundaban en su diócesis. San Bernardo, en su biografía de San Malaquías, dice que éste "quemó las ramas y la hojarasca inútil y aplicó el hcha a los árboles de raíz podrida". En una palabra, el santo se entregó a su tarea con gran celo. Sin embargo, temía no conocer suficientemente los cánones eclesiásticos para reformar a fondo la disciplina y el culto, por lo que acudió a San Malco, obispo de Lismore, quien se había educado en Winchester, en Inglaterra, y era famoso por su ciencia y su virtud. San Malco le acogió muy bien, le instruyó en todo lo referente al servicio divino y al bien de las almas y al mismo tiempo, le empleó en los ministerios de su iglesia.


Un tío de San Malaquías, que a pesar de ser lego era abad de San Comgall, se había apoderado de las rentas de la gran abadía de Bangor, la cual se hallaba en un estado lamentable. En 1123, el abad renunció a su dominio sobre Bangor, en favor de su sobrino, para que éste restableciese la observancia regular en la abadía. San Malaquías cedió a otra persona las tierras de la abadía, a pesar de las protestas. San Bernardo le alaba por eso, pero hace notar que "llevó demasiado lejos su desinterés y su espíritu de pobreza, como lo demostraron después los hechos." Con diez miembros de la comunidad de Eimar, San Malaquías construyó la abadía, empleando madera, como se acostumbraba en Irlanda. La gobernó durante un año. "Era una regla viviente, un espejo brillante, un libro en el que todos podían aprender los preceptos de la verdadera vida religiosa." La fama del santo aumentó con los milagros que obró. San Bernardo refiere algunos. A los treinta años de edad, San Malaquías fue elegido obispo de Connor. Los cristianos de su diócesis apenas lo eran más que de nombre, pues los daneses habían dominado ahí largo tiempo. El santo hizo cuanto pudo por convertir en corderos a aquellos lobos. El y sus monjes predicaron con energía apostólica, uniendo la severidad a la dulzura. Cuando las gentes no acudían a la iglesia a oírle predicar, San Malaquías iba a buscarles en sus casas. Así consiguió sembrar la bondad y piedad en algunos de los más duros, restableció el uso frecuente de los sacramentos, pobló la diócesis de pastores celosos y volvió a instituir la celebración regular de las horas canónicas, pues desde las invasiones de los daneses habían caído en desuso aun en las ciudades. En esa tarea le sirvieron los conocimientos de música sacra que había adquirido en su juventud. Pero en 1127, un reyezuelo del norte devastó Andrim y Down y expulsó a la comunidad de Bangor, donde vivía San Malaquías. El santo se retiró entonces con algunos de sus monjes a Lismore y después a Iveragh, en Kerry, donde organizó nuevamente la vida monástica.


En 1129, murió San Celso de Armagh. La sede metropolitana había estado en manos de su familia durante varias generaciones. Para romper esa nociva costumbre San Celso ordenó en su lecho de muerte que su sucesor fuese Malaquías, a quien envió su b´culo pastoral. Sin embargo, los parientes de San Celso instalaron en la sede a su primo Murtagh y, durante tres años, San Malaquías no intentó apoderarse de la diócesis. Finalmente, se dejó convencer por el legado pontificio Gilberto de Limerick, por San Malco y algunos otros y, protestando que renunciaría al gobierno de la sede en cuanto hubiese restituido el orden, se trasladó de I veragh a Armagh. Hizo cuanto pudo por tomar en sus manos el gobierno de su diócesis; sin embargo, para evitar los desórdenes y el derramamiento de sangre, no intentó entrar en la cabecera de la diócesis ni apoderarse de la catedral. Murtagh murió en 1134, no sin haber nombrado por sucesor a Niall, hermano de San Celso. Ambos bandos estaban armados, y San Malaquías determinó hacerse entronizar en su catedral. Los partidarios de Niall se presentaron de improviso en una reunión de los partidarios de San Malaquías, pero fueron dispersados por una tempestad tan violenta, que doce hombres murieron calcinados por el rayo. San Malaquías consiguió tomar posesión de su diócesis. Sin embargo, la paz no reinaba en ella, pues Niall se había llevado de Armagh dos reliquias muy veneradas, y el pueblo consideraba como legítilmo arzobispo a quien las tenía en su poder. Consistían en un libro (probablemente el "Libro de Armagh") y una cruz pastoral llamada "el báculo de Jesús": el pueblo creía que ambas habían pertenecido a San Patricio. Esto explica por qué muchos eran partidarios de Niall y perseguían violentamente a Malaquías. Uno de ellos invitó al santo a una conferencia para asesinarle. San Malaquías, rontra el parecer de sus amigos, acudió a la reunión, dispuesto a sufrir el martirio por la paz; pero su valor y tranquila dignidad desarmaron a sus enemigos, y se firmó la paz. Sin embargo, San Malaquías tuvo que conservar su guardia de corps hasta que recuperó el báculo y el libro y fue reconocido como arzobispo por todo el pueblo. Habiendo roto así la tradición de la sucesión hereditaria y restablecido la disciplina y la paz en la sede, insistió en renunciar a la digni dad archiepiscopal y consagró por sucesor suyo a Gelasio, abad de Derry. En 1137 regresó a su antigua sede.


San Malaquías dividió su diócesis, consagró a un nuevo obispo para Connor y se reservó para sí la región de Down. Ya sea en Downpatrick, o más probable mente en las ruinas del monasterio de Bangor, estableció una comunidad de canónigos regulares, con quienes vivía siempre que se lo permitían sus actividades pastorales. Dos años después, emprendió un viaje a Roma para informar a la Santa Sede de todo lo que había hecho. Entre otras cosas quería conseguir el palio para los arzobispos de Armagh y de otra sede metropolitana que San Celso había establecido en Cashel. San Malaquías desembarcó en Inglaterra y se trasladó a York, donde conoció a Waltheof de Kirkham, quien le regaló un caballo. Después pasó a Francia, atravesó la Borgoña y llegó a la abadía de Claraval Ahí conoció a San Bernardo, quien se convirtió en fiel amigo, fue admirador suyo y, más tarde, escribió su biografía. Malaquías quedó tan edificado por el espíritu de los cistercienses, que concibió el deseo de compartir su vida de penitencia y contemplación y acabar ahí sus días. En Ivrea del Piamonte restituyó la salud al hijo de su huésped, que estaba al borde de la muerte. El Papa Inocencio II se negó a aceptar la renuncia del santo, aprobó cuanto había hecho en Irlanda, le nombró legado suyo en ese país y prometió que concedería los palios, si se le pedían oficialmente. En el viaje de regreso, San Malaquías volvió a pasar por Claraval, donde, como dice San Bernardo, "nos bendijo por segunda vez". Como no podía quedarse con aquellos siervos de Dios, San Malaquías dejó ahí a cuatro de sus compañeros, quienes, en 1142, volvieron a Irlanda con el hábito del Cister e instituyeron la abadía de Mellifont, de la que se originaron muchas otras. San Malaquías volvió a su patria por Escocia, donde el rey David le rogó que curase a su hijo, quien estaba muy enfermo. El santo dijo al prícipe: "Ten buen ánimo. No morirás de esta enfermedad." En seguida le roció con agua bendita. Al día siguiente, Enrique estaba completamente curado.


En 1148, los obispos y el clero reunidos en un sínodo en Inishpatrick, cerca de Skerries, resolvieron pedir oficialmente a Roma el palio para los dos metropolitanos. San Malaquías fue comisionado para entrevistarse con el Papa Eugenio III, quien se hallaba entonces en Francia. Pero la suspicacia política del rey Esteban retrasó al santo en Inglaterra y, cuando él llegó a Francia, el Papa ya había partido para Roma. Así pues, San Malaquías pudo ir a Claraval, donde San Bernardo y sus monjes le acogieron gozosamente. Después de la celebración de la misa de la fiesta de San Lucas, San Malaquías se sintió enfermo y hubo de guardar cama. Los monjes le atendieron solícitamente, pero el santo les dijo que todo era inútil, pues iba a morir de aquélla enfermedad. Además, insistió en bajar a la iglesia a recibir los ñultimos sacrametos, y rogó a los monjes que siguiesen orando por él después de su muerte. También les encomendó que pidiesen por las almas de todos sus feligreses y él prometió, por su parte, no olvidarlos ante Dios. San Malaquías murió el día de difuntos de 1148, en brazos de San Bernardo, y fue sepultado en Claraval. En su segundo sermón sobre San Malaquías, San Bernardo decía a sus monjes: "Quiera él proteger con sus méritos a aquellos a quienes instruyó con su ejemplo y confirmó con sus milagros." Además, San Benardo tuvo la audacia de cantar, en la misa de cuerpo presente, la postcomunión de la misa de un obispo confesor. El Papa Clemente III confirmó, en 1190, aquella "canonización de un santo por otro santo". San Malaquías fue el primer irlandés canonizado por un Papa. Los cistercienses, los canónigos regulares y todas las diócesis de Irlanda celebran su fiesta. San Malaquías hizo por la unificación de la Iglesia en Irlanda lo que Sab Teodoro había hecho 500 años antes, por la de Inglaterra.


Nuestro artículo sobre San Malaquías quedaría incompleto, si no hiciésemos mención de las "profecías" sobre los Papas, que se le atribuyen. Consisten en la atribución de ciertos rasgos y características a los Papas, desde Celestino II (1143-1144) hasta el fin del mundo, cuando reine "Pedro el Romano". Las provesías están formuladas como lemas o títulos simbólicos. El que las reveló al mundo fue Dom Arnoldo de Wyon, O.S.B., en 1595. El benedictino las atribuyó a San Malaquías, pero sin explicar por cuáles razones y sin decir siquiera dónde las había encontrado. Un jesuita del siglo XVII sostuvo que habían sido inventadas por un partidario del cardenal Simoncelli, durante el cónclave de 1590, pero, en 1871, el P. Cucherat escribió un libro en el que afirmaba que las profecías habían sido reveladas en Roma a San Malaquías, el cual las comunicó por escrito a Inocencio II. Las profecías habían quedado olvidadas en los archivos pontificios durante 450 años, hasta que las descubrió Dom de Wyon. Está fuera de duda que las profecías son espurias y no tienen nada que ver con San Malaquías. Un examen superficial revela que los lemas que caracterizan a los Papas hasta Gregorio XIV (1590), son muy precisos (con frecuentes alusiones a los apellidos italianos) y se cumplieron a la letra. Por el contrario, los lemas de los siguientes Pontífices son vagos, generales y no siempre se aplican a los hechos, por más esfuerzos que se hagan por ensanchar su sentido. El lema de Pío XII era "Pastor Angelicus" (Pastor angélico), algo bastante común; en cambio el de San Pío V era "Ángel del bosque" y el de Benedicto XIV "Animal rústico".



11:22 p.m.

Por: . | Fuente: misa_tridentina.t35.com !! «Vidas de los santos», Alban Butler



Laico


Martirologio Romano: En Luca, de la Toscana, san Ricardo, padre de los santos Willibaldo y Waldburgis, el cual, peregrinando junto con sus hijos desde Inglaterra a Roma, falleció durante el viaje. (†720 )


En la primavera del año 720 un pequeño grupo de personas salió del Hamble para ir en peregrinación a Roma y Tierra Santa. Era una familia de Wessex, compuesta del padre, cuyo nombre no se menciona, y sus hijos Wilibaldo y Winebaldo. Hicieron la travesía por el Sena, desembocaron en Rouen visitaron varios santuarios franceses y salieron para Roma. Pero en Lucca el padre murió y fue sepultado en la iglesia de san Frediano. Se registraron milagros en su tumba, donde están todavía sus reliquias y donde se observa su fiesta con devoción.

Su hijo Wilibaldo se unió más tarde a san Bonifacio y llegó a ser el primer obispo de Eichstätt en Baviera. Los detalles anteriores los debemos a un documento llamado el «Hodoeporicon», escrito por una de sus parientes, monja de Heidenheim, quien anotó los recuerdos que tenía sobre la vida del santo, tal como él se las relató de palabra. Dicho documento es la fuente de todo lo que sabemos del padre de san Wilibaldo y san Winebaldo y su hermana santa Walburga: pero esto no era suficiente para los fieles de Lucca y de Eichstátt, que tanto veneraban al santo varón. Entonces le inventaron un nombre «Ricardo», una vida y una posición: «rey de los ingleses». En realidad en Inglaterra no hubo ningún rey Ricardo antes de Corazón de León, y nada se sabe de la condición del padre de Wilibaldo, excepto que tenía buena posición social, pues podía costear viajes de larga duración. Sin embargo, en el Martirologio Romano antiguo se inscribía como «sanctus Richardus rex Anglorum», aunque en el actual se ha retirado esa caracterización de «rey de los ingleses», que sólo permanece en la iconografía del santo. Lo poco que sabemos acerca de él queda compensado por los amplios informes dignos de confianza sobre sus hijos.



11:22 p.m.

Por: . | Fuente: andricki.de



Presbítero y Mártir


Martirologio Romano: En el campo de concentración de Dacahu, en Alemania, Beato Alois Andritzki, sacerdote y mártir ( 1943)

Fecha de beatificación: 13 de junio de 2011 siendo Papa Benedicto XVI.



Andritzki Alois fue el hijo del matrimonio de Magdalena y Juan Andritzki. Tuvo dos hermanas y tres hermanos. Sus tres hermanos también estudiaron teología. El hermano menor, Alfonso, que perteneció a los jesuitas, murió como soldado en la Segunda Guerra Mundial.

Asistió a la escuela primaria en Radibor pasó después de cuatro años de escuela primaria a la escuela secundaria católica en Bautzen, y aprobó el examen de matriculación con distinción. De 1934 a 1937 estudió teología y filosofía en la Universidad de Paderborn. Después de su graduación, vivió en el seminario de la diócesis de Meissen en Schmochtitz, Bautzen.


Alois fue miembro de la asociación soraba de estudiantes de secundaria "Włada" (sorabos: minoría étnica eslava de Alemania, que habita a unos 80 kilómetros al sureste de Berlín) y por dos años se desempeñó como su presidente. Durante sus estudios, fue editor del periódico estudiantil de los estudiantes sorabos "Serbski" y portavoz de los estudiantes de aquella etnia.


Fue ordenado sacerdote el 30 de Julio de 1939 por el obispo Pedro Legge en la Catedral de San Pedro en Bautzen. El 6 de Agosto de 1939 celebró su primera misa en su ciudad natal Radibor. Fue capellán de la Hofkirche de Dresde (Catedral de la Santísima Trinidad). Allí se le encomendó la tarea de ser pastor de jóvenes, Prefecto de la Kapellknaben Dresdner (coro juvenil de la Catedral de Dresden-Meissen) y presidente del Dresdner Kolpingfamilie (rama diocesana de obra fundada por el sacerdote Adolfo Kolping en Colonia y que se extendió por toda Alemania).


Alois Andritzki resultaba incómodo para el partido y las autoridades nazis a causa de su personal sinceridad y negativa actitud a la ideología nazi. Probablemente fue vigilado por los representantes de la supremacía racial, ya que Alois Andritzki no negaba su pertenencia a la minoría eslava de los sorabos. En conferencias y reuniones denunció la persecución de sacerdotes y creyentes por parte de los nazis y criticó los escritos del ideólogo nazi Alfred Rosenberg.


Era el 21 de enero de 1941 cuando fue arrestado por la Gestapo. Después del interrogatorio, el 7 de febrero de 1941 fue llevado a la prisión preventiva de Dresde y luego llevado a juicio acusado de "ataques violentos contra el gobierno y el partido" y condenado a una pena de prisión de seis meses. Dado que se negó rotundamente a cooperar con los nazis, el 2 de octubre de 1941 fue trasladado de Dresde al campo de concentración de Dachau. Allí le asignaron el número 27829 y colocado junto a otros miembros del clero en el "bloque de sacerdotes".


Durante su tiempo de encarcelamineto, Andritzki trató, a pesar de las malas condiciones de detención, de vivir sus votos sacerdotales con la actitud y estilo de vida correspondientes a tal condición. Con otros sacerdotes, estudió la Biblia con regularidad y manatenían el ciclo litúrgico.


En diciembre de 1942, entre los prisioneros desnutridos del campamento de concentración de Dachau se propagó una violenta fiebre como resultado de las malas condiciones de higiene. Poco después de la Navidad de 1942, Alois Andritzki enfermo y fue atendido hasta el 19 de enero de 1943, después de que se recuperó, en la enfermería le pusieron una inyección letal. Su cuerpo fue arrastrado y después incinerado.la Friedrichstrasse.



11:22 p.m.
Los santos son como flores, hay rosas que se muestran bellamente en mayo, en los jardines y sobre las terrazas; hay violetas escondidas que hacen sentir su suave olor. Una de estas es el beato Pío Campidelli.

Es el tercero de cinco hijos; nace en Romagna, en Trebbio de Poggio Berni, el 29 de abril de 1869 con el nombre de Luis, llamado después familiarmente Luisito. El bautismo lo recibe el mismo día en que ha venido a la luz. Los padres José Campidelli y Filomena Belpani son campesinos. Es una familia tranquila dedicada al trabajo de los campos, temerosa de Dios. Con ellos vive también el tío Miguel, llamado “Bertoldo”, al cual de vez en cuando dice alguna blasfemia. Luisito siente escalofríos y reza por él; también en el convento rezará muchas veces por el “tío Bertoldo” y el Señor le dará la alegría de saber que el tío no blasfema más.


Participa en las fiestas de la cosecha; va con la familia a misa el domingo y habla con la mamá de la predicación que apenas han escuchado. A los 5 años recibe la confirmación y a los 10 la primera comunión. Es un muchacho como los otros, pero muy bueno. Ora mucho, por todos, por el abuelo muerto cuando él tenía seis años. Va a misa todos los días, haciendo cinco kilómetros a pié; tornado a casa da catecismo a los compañeros. Alguno lo critica juzgándolo demasiado mojigato, la mayoría lo aprecia e lo tiene en grande estima. Sobretodo la mamá se ocupa de estas buenas inclinaciones, lo sostiene y pide consejo al hermano sacerdote Don Felipe. Se muestran contentos y observan.


Mientras tanto llegan al pueblo para dar misiones los pasionistas del vecino Santuario de la Virgen de Casale en S. Arcángel. Luisito tiene 10 años, va a escuchar junto con la mamá y queda atraído. Una voz interior le dice que debe hacerse pasionista y el acepta con alegría. Confía su deseo al padre superior, pero desgraciadamente su solicitud no puede ser aceptada antes de los 14 años.


El dos de mayo de 1882 parte para el convento; el mismo mes viste el hábito religioso. Solo seis meses estará lejos de su tierra como novicio en San Eutizio de Soriano en la cumbre. Regresará después a Casale por los estudios iniciales y teológicos en preparación al sacerdocio. Es un novicio y un estudiante modelo, se hace apreciar por su profundo recogimiento, su modestia, la obediencia, la compostura exterior e interior. Es muy devoto de la Virgen.


Desgraciadamente, para él que es constitución débil, en 1888, aparecen los primeros síntomas de la tuberculosis, que lo llevará a la muerte. Es la enfermedad de muchos jóvenes santos. Pío acepta morir con dócil obediencia a la volunta de Dios, “ofreciendo la propia vida por la Iglesia, por el Papa, por la Congregación, por los pecadores, por su querida Romagna”


Saluda a la mamá que va a encontrarlo con estas simples palabras: “¡Ánimo mamá, nos encontraremos en el paraíso!” Muere en un éxtasis de amor el 2 de noviembre de 1889 a los 21 años y medio. El 17 de noviembre de 1985 Juan Pablo IIº con una ceremonia trasmitida en mundo visión lo ha declarado beato y dijo de él:


“En el año internacional de la juventud es elevado a la gloria de los altares el hermano Pío de San Luis, un joven que, como “sal deliciosa”, ha dado la vida por su tierra, por su pueblo. El hermano Pío ha encontrado el valor fundamental de su vida religiosa en el don de sí mismo. Este rasgo esencial de su fisonomía interior aparece en su testimonio especialmente en el momento de la muerte, cuando, con plena conciencia de su próxima consumación se ofreció para cumplir perfectamente su sacrificio conformándose a la voluntad de su Dios. Desde pequeño había percibido su atracción a la oración, a la liturgia, a la instrucción religiosa y, sostenido del buen ejemplo de la familia, se adhirió con entusiasmo. Una vez entrado en la Congregación de los Pasionistas encontró el clima favorable para desarrollar su aspiración dominante de vivir en unión con Dios en el íntimo de sí mismo y para prepararse a implicar a los otros en esta experiencia apasionante en el ejercicio del ministerio sacerdotal. Pero no pudo llegar al sacerdocio porque Dios lo llamó a la edad de 21 años. En el voto particular de los Pasionistas de hacer memoria continua de la pasión, muerte y resurrección de Jesús, el supo implicar totalmente su propia vida, realizando así la misión de la vocación específica de su familia religiosa. Provenía de gente pobre, tenía salud frágil, inteligencia normal; pero no tenía como infortunada, ni sintió como frustración su pobreza ni sus límites; más bien realizó el máximo de sí. Así fue verdadera <<sal de la tierra>> para cuantos lo conocieron en vida y continúa siendo <<sal>> para cuantos se acercan al luminoso testimonio de su ejemplo”


Es la verdadera santidad de lo cotidiano. La santidad extraordinaria de una vida ordinaria.



11:22 p.m.
San Acindino sufrió el martirio en Persia juntamente con los Santos Pegaso, Aftonio, Elpidoforo, Anempodisto, y otros siete mil cristianos en tiempos del Rey Sapor II (310-381). Estos santos pertenecían a la corte de Sapor, y secretamente cristianos. Cuando el rey inició la persecución contra los cristianos, los paganos envidiosos los denunciaron. Convocados a la presencia de Sapor para el interrogatorio, los santos mártires confesaron su fe en la Santísima Trinidad valientemente. Entonces el rey ordenó que fueran castigados con latigazos.

Sapor decretó que Acindino, Pegaso, Anempodisto y Elpidoforo fueran decapitados, y que no se les permitiera a los cristianos enterrar sus cuerpos.


Una notable muchedumbre , glorificando a Cristo, acompañó a estos santos cuando eran conducidos a las afueras de la ciudad para la ejecución. Entonces por orden de Sapor, los soldados masacraron a todos los cristianos en la procesión (aproximadamente siete mil), incluso san Elpidoforo.


Acindino, Pegaso, y Anempodisto fueron quemados al día siguiente con la madre del emperador. Unos cristianos, fueron de noche secretamente al lugar de la ejecución, y encontraron los cuerpos de los santos mártires indemnes, y los sepultaron dignamente.



11:22 p.m.

Por: O. C. Moreno | Fuente: ar.geocities.com/misa_tridentina04


San Marciano nació en Cyrrhus, en Siria. Su padre pertenecía a una familia patricia. Marciano abandonó la casa paterna y partió de su patria.

Como no le gustaba hacer las cosas a medias, se retiró a un desierto entre Antioquía y el Eufrates. Ahí escogió el rincón más escondido y se encerró en una estrecha celda, tan baja y tan reducida de tamaño, que no podía estar de pie ni acostado sin encogerse.


Tal soledad era como un paraíso para él, pues podía consagrarse enteramente al canto de los salmos, la lectura espiritual, la oración y el trabajo. Sólo se alimentaba de pan y aun eso en pequeña cantidad sin embargo, jamás pasaba el día entero sin comer, pues quería tener fuerzas para hacer lo que Dios le pedía que hiciera.


La luz sobrenatural que recibía en la contemplación, le dio un amplio conocimiento de las grandes verdades y misterios de la fe. No obstante su gran deseo de vivir ignorado de los hombres, su fama llegó a otros países y, al fin, tuvo que admitir por discípulos Eusebio y Agapito.


Con el tiempo, fue aumentando el número de sus discípulo y nombró abad a Eusebio. En cierta ocasión le visitaron a un tiempo San Flaviano patriarca de Antioquía y otros obispos para rogarle que les hiciese una exhortación, como tenía por costumbre. La dignidad de su auditorio impresionó a Marciano, quien no supo qué decir durante unos momentos. Como los obispos le incitasen a hablar, les dijo: "Dios nos habla a cada momento a través de las creaturas y del universo que nos rodea. Nos habla también por su Evangelio, en el que nos enseña a cumplir nuestro deber para con los demás y con nosotros mismos. ¿Qué otra cosa podría yo deciros?"


San Marciano obró varios milagros y su fama de taumaturgo le molestaba mucho, de suerte que jamás prestaba oídos a quienes acudían a su intercesión para obtener un milagro. Así, en cierta ocasión en que un habitante le pidió que bendijese un poco de aceite para curar a su hija enferma, el santo se negó absolutamente, sin embargo, la enferma recobró la salud en ese mismo instante.


Marciano vivió hasta edad muy avanzada. En sus últimos años, sufrió mucho a causa de la importunidad de los que querían conservar su cuerpo cuando muriese. Algunos de éstos, entre los que se contaba su sobrino Alipio, llegaron incluso a construir capillas en diferentes sitios para darle sepultura. San Marciano resolvió el problema al pedir a Eusebio que le enterrase en un sitio secreto.


El sitio de su sepultura no fue descubierto sino hasta cincuenta años después de su muerte. Entonces se trasladaron sus reliquias a un sitio que se convirtió en lugar de peregrinación.


Todo lo que sabemos acerca de San Marciano procede de la Historia Religiosa de Teodoreto. Puede verse el texto griego, con una traducción latina comentada, en Acta Sanctorum, nov., vol. I.



12:50 a.m.

Por: . | Fuente: aboga.wordpress.com



Fundadora de la Congregación de las Hermanas

Franciscanas Hospitalarias de la Inmaculada Concepción


Martirologio Romano: En Lisboa, Portugal, beata María Clara del Niño Jesús, (en el siglo Libania do Carmo Galvao Meixa De Morua Telles e Albuquerque), virgen, fundadora de las Hermanas Franciscanas Hospitalarias de la Inmaculada Concepción. ( 1899)

Fecha de beatificación: 21 de mayo de 2011 durante el pontificadc de S.S. Benedicto XVI.



La venerable sierva de Dios Libania do Carmo Galvao Meixa De Morua Telles e Albuquerque nació el 15 de junio de 1843 en el palacio de la Quinta del Bosque en Amadora, cerca de Lisboa. Sus padres, Nuno Tomás de Mascareñas y Galvao Mexía de Moura Telles y Albuquerque y María de la Purificación de Sá Carneiro Duarte Ferreira, profundamente cristianos, procedían de noble linaje. Libania era la tercera de siete hermanos; a los 14 años quedó huérfana y fue acogida en el Asilo Real de Ajuda, institución que atendían las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl. Cuando en 1862 estas hermanas francesas fueron expulsadas de Portugal, ella pasó a vivir con los marqueses de Valada, sus parientes.

En 1867 sintió la vocación a la vida religiosa y entró en el pensionado de San Patricio (Lisboa), casa de las Capuchinas de Nuestra Señora de la Concepción; pasados dos años, tomó el hábito y adoptó el nombre de María Clara del Niño Jesús. Como las leyes portuguesas impedían el ingreso en la vida religiosa, la sirva de Dios fue orientada por el director espiritual de la Fraternidad de las Capuchinas, padre Raimundo dos Anjos Beirao, al monasterio francés de las Hermanas Franciscanas Hospitalarias y Maestras de Calais, donde hizo el noviciado y emitió los votos en 1871.


Ese mismo año, regresó al convento de San Patricio en Lisboa y, bajo la orientación del padre Beirao, comenzó allí la reforma espiritual de las Terciarias Capuchinas. De ese modo nace, el 3 de mayo de 1871, la Congregación de las Hermanas Hospitalarias de los Pobres por Amor de Dios, aprobada por Pío IX el 27 de marzo de 1876. En 1964 tomó el nombre actual de Congregación de las Hermanas Franciscanas de la Inmaculada Concepción.


La Madre María Clara falleció santamente el 1 de diciembre de 1899, a los 56 años, en Lisboa. Sus restos mortales se custodian en la cripta de la capilla de la Curia General, en Linda-a-Pastora, Queijas (Lisboa).


A lo largo de su vida, abrió numerosas casas para acoger a los más pobres y necesitados, a los excluidos de la sociedad portuguesa en la mitad del siglo XIX. Fue la hermana de todos, abierta a las necesidades humanas más elementales; los ancianos, los enfermos, los niños huérfanos y abandonados, los pobres, los desterrados, los obreros, los estudiantes pobres, los mendigos de las calles, las familias necesitadas de luz y de abrigo. Para todos tenía la Madre María Clara una casa permanentemente abierta, donde eren acogidos con ternura de madre.


El Milagro


El milagro comprobado ocurrió en a diócesis Tui-Vigo (Provincia de Pontevedra, España) y fue la curación de Georgina Troncoso Monteagudo, baionesa de 84 años, que durante 34 años sufrió un pioderma gangrenoso.


La madre Clara fue proclamada “Venerable” en 2008 y el pasado diciembre el Vaticano ratificó que la sanación de Georgina en 2003 fue obra de la monja lusa. Durante esos cinco años la Congregación para las Causas de los Santos investigó los hechos y el tribunal médico diocesano que se desplazó hasta Galicia dio por probado que se trataba de un acontecimiento sobrenatural. “Yo lo tengo muy claro, fue un milagro, para mí no tiene otra explicación y para los médicos tampoco”, asegura Georgina junto a la hermana Rita, una de las tres monjas franciscanas que continúan desarrollando su labor en Baiona. La enfermedad que sufrió se remonta a finales de 1968, cuando trasladaba objetos junto a su hermana. Un golpe le provocó graves heridas y la gangrena comenzó a extenderse por todo el brazo provocándole dolores terribles. “Sufría mucho y tenía que acudir todos los días para tratarme”, señala. Médicos de Vigo y Madrid realizaron varios injertos pero constataron que no había cura.


Estampa entre los vendajes Georgina Troncoso había estudiado en el Colegio Virgen de la Roca, donde impartían enseñanzas las monjas de la orden. “Me dieron una estampa de la madre Clara y la colocaba entre los vendajes”, recuerda. La inesperada muerte del doctor vigués Ignacio de Castro en junio de 2002 supuso un golpe duro de superar y la mujer se encomendó más que nunca a la monja portuguesa. “Dejé de acudir todos los días al médico y tan sólo una vez a la semana me veía el de cabecera”, señala antes de explicar lo ocurrido año y medio después. “Me descubrí el brazo y estaba perfectamente, tenía buen color y había recuperado la movilidad”, indica. El médico tampoco encontró una explicación. El hecho no pasó desapercibido y varios medios de comunicación portugueses ya se han hecho eco del “milagro gallego” de la madre Clara.



12:50 a.m.

Fiesta Litúrgica


Martirologio Romano: Fiesta de la Conversión de san Pablo, apóstol. Viajando hacia Damasco, cuando aún maquinaba amenazas de muerte contra los discípulos del Señor, el mismo Jesús glorioso se le reveló en el camino, eligiéndole para que, lleno del Espíritu Santo, anunciase el Evangelio de la salvación a los gentiles. Sufrió muchas dificultades a causa del nombre de Cristo.

Pablo, llamado Saulo en el uso y rigor judío, afirmaba con vehemencia que el Evangelio que predicaba no lo había aprendido o recibido de los hombres.


Perteneció a la casta de los fariseos. Había nacido en Tarso, ciudad que pertenecía al mundo grecorromano; quien nacía allí tenía la categoría de ciudadano romano y lo era tanto como el centurión, el procurador, el tribuno o magistrado. Necesariamente, por ser judío no le cupo más suerte en la niñez que andar disimulando su condición entre los demás del pueblo, ocultando su creencia, tenida como superstición por los paganos romanos. Es posible que esto le fuera encendiendo por dentro y le afirmara aún más en su fe, cuando iba creciendo en edad y tenía que defenderse marchando contra corriente.


Era más bien bajo, de espaldas anchas y cojeaba algo. Fuerte y macizo como un tronco. Un rictus tenía que le hacía fanático. Conocía los manuscritos viejos escritos con signos que a los griegos y a los romanos les parecían garabatos ininteligibles, pero que encerraban toda la sabiduría y la razón de ser de un pueblo. Listo como un sabio en las escuelas griegas de Tarso, familiarizado con los poetas y filósofos que habían pasado el tiempo escribiendo en tablillas o pensando. Para los griegos solo era un hebreo, miembro de aquellas familias que vivían en un islote social, aislado entre misterios inaccesibles a los de otra raza, uno de los que tenían prohibido el acceso a las clases cultas y dirigentes; era de esos que se hacían despreciables por su puritanismo, por sus rarezas ante los alimentos, su modo de divertirse, de casarse, de entender la vida, de no asistir a los templos ¡un ambiente nada claro!


A los dieciocho años se fue a Jerusalén para aprender cosas del judío verdadero, las de la Ley patria, la razón de las costumbres; ansiaba profundizar en la historia del pueblo y en su culto. Gamaliel lo informó bien por unos cuartos. Aprendió las cosas yendo a la raíz, no como las decía la gente poco culta del pueblo sencillo y llano. Supo más y mejor del poder del Dios único; aprendió a darle honra y alabanza en el mayor de los respetos y malamente soportaba con su pueblo el presente dominio del imponente invasor. Esto le ponía furioso. Los profetas daban pistas para un resurgimiento y los salmos cantaban la victoria de Dios sobre otros pueblos y culturas muy importantes que en otro tiempo subyugaron a los judíos y ya desaparecieron a pesar de su altivez; igual pasaría con los dominadores actuales. El Libertador no podría tardar. Mientras tanto, era preciso mantener la idiosincrasia del pueblo a cualquier costa y no ser como los herodianos, para que la esperanza hiciera posible su supervivencia como nación. No se podía dejar que un ápice lo apartara de la fidelidad a las costumbres patrias. Eso le hizo celoso.


Y mira por donde, aquella herejía estaba estropeando todo lo que necesitaba el pueblo. Locos estaban adorando a un hombre y crucificado. No se podía permitir que entre los suyos se ampliara el círculo de los disidentes. Había que hacer algo. No pasaban, sino que las noticias decían que estaban por todas partes como si se diera una metástasis generalizada de un cáncer nacional. Hacía años que ya estuvo, colaborando como pudo, en la lapidación de uno de aquellos visionarios listos, serviciales, piadosos y caritativos pero que hacían mucho daño al alto estamento oficial judío; fue cuando lo apedrearon por blasfemo a las afueras de Jerusalén, y lastimosamente él sólo pudo guardar los mantos de los que lo lapidaron. Hasta le parecía recordar aún su nombre: Esteban.


Su conversión fue en un día insospechado. Nada propiciaba aquel cambio. Precisamente llevaba cartas de recomendación de los judíos de Jerusalén para los de Damasco; quería poner entre rejas a los cristianos que encontrara. Hasta allí se extendía la autoridad de los sumos sacerdotes y principales fariseos; como eran costumbres de religión, los romanos las reconocían sin hacerles ascos. Saulo guiaba una comitiva no guerrera pero sí muy activa, casi furiosa, impaciente por cumplir bien una misión que suponían agradable a Dios y purga necesaria para la estabilidad de los judíos y para proteger la pureza de las tradiciones que recibieron los padres. Aquello parecía la avanzada de un ejército en orden de batalla, con el repiqueteo de las herraduras en las pezuñas de las monturas sobre el duro suelo de roca ante Damasco donde caracoleaban los caballos. Llevaban ya varios días de caminata; se daban por bien empleados si la gestión terminaba con éxito. Iba Saulo "respirando amenazas de muerte contra los discípulos del Señor". En su interior había buena dosis de saña.


"Y sucedió que, al llegar cerca de Damasco, de súbito le cercó una luz fulgurante venida del cielo, y cayendo por tierra oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Dijo: ¿Quién eres, Señor? Y él: Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Pero levántate, y entra en la ciudad y se te dirá lo que has de hacer. Y los hombres que le acompañaban se habían detenido, mudos de espanto, oyendo la voz, pero sin ver a nadie. Se levantó Saulo del suelo y , abiertos los ojos, nada veía. Y llevándole de la mano lo introdujeron en Damasco, y estuvo tres días sin ver, y no comió ni bebió" (Act. 9, 3-9).


Tres días para rumiar su derrota y hacerse cargo en su interior de lo que había pasado. Y luego, el bautismo. Un cambio de vida, cambio de obras, cambio de pensamiento, de ideales y proyectos. Su carácter apasionado tomará el rumbo ahora marcado sin trabas humanas posibles _su rendición fue sin condiciones_ y con el afán de llevar a su pueblo primero y al mundo entero luego la alegría del amor de Dios manifestado en Cristo.


El relato es del historiador Lucas, buen conocedor de su oficio. Se lo había oído veces y veces al mismo protagonista. No hay duda. Vió él mismo al resucitado; y lo dirá más veces, y muy en serio a los de Corinto. Por ello fue capaz de sufrir naufragios en el mar y persecuciones en la tierra, y azotes, y hambre y cárcel y humillaciones y críticas, y juicios y muerte de espada; por ello hizo viajes por todo el imperio, recorriéndolo de extremo a extremo. Y no creas que se lamentaba; le ilusionaba hacerlo porque sabía que en él era mandato más que ruego; el dolor y sufrimiento más bien los tuvo como credenciales y las heridas de su cuerpo las pensaba como garantía de la victoria final en fidelidad ansiada.


Entre tantas conversiones del santoral, la de Pablo es ejemplar, paradigmática. Más se palpa en ella la acción divina que el esfuerzo humano; además, enseña las insospechadas consecuencias que trae consigo una mudanza radical.



12:50 a.m.

Fiesta Litúrgica


Martirologio Romano: Fiesta de la Conversión de san Pablo, apóstol. Viajando hacia Damasco, cuando aún maquinaba amenazas de muerte contra los discípulos del Señor, el mismo Jesús glorioso se le reveló en el camino, eligiéndole para que, lleno del Espíritu Santo, anunciase el Evangelio de la salvación a los gentiles. Sufrió muchas dificultades a causa del nombre de Cristo.

Pablo, llamado Saulo en el uso y rigor judío, afirmaba con vehemencia que el Evangelio que predicaba no lo había aprendido o recibido de los hombres.


Perteneció a la casta de los fariseos. Había nacido en Tarso, ciudad que pertenecía al mundo grecorromano; quien nacía allí tenía la categoría de ciudadano romano y lo era tanto como el centurión, el procurador, el tribuno o magistrado. Necesariamente, por ser judío no le cupo más suerte en la niñez que andar disimulando su condición entre los demás del pueblo, ocultando su creencia, tenida como superstición por los paganos romanos. Es posible que esto le fuera encendiendo por dentro y le afirmara aún más en su fe, cuando iba creciendo en edad y tenía que defenderse marchando contra corriente.


Era más bien bajo, de espaldas anchas y cojeaba algo. Fuerte y macizo como un tronco. Un rictus tenía que le hacía fanático. Conocía los manuscritos viejos escritos con signos que a los griegos y a los romanos les parecían garabatos ininteligibles, pero que encerraban toda la sabiduría y la razón de ser de un pueblo. Listo como un sabio en las escuelas griegas de Tarso, familiarizado con los poetas y filósofos que habían pasado el tiempo escribiendo en tablillas o pensando. Para los griegos solo era un hebreo, miembro de aquellas familias que vivían en un islote social, aislado entre misterios inaccesibles a los de otra raza, uno de los que tenían prohibido el acceso a las clases cultas y dirigentes; era de esos que se hacían despreciables por su puritanismo, por sus rarezas ante los alimentos, su modo de divertirse, de casarse, de entender la vida, de no asistir a los templos ¡un ambiente nada claro!


A los dieciocho años se fue a Jerusalén para aprender cosas del judío verdadero, las de la Ley patria, la razón de las costumbres; ansiaba profundizar en la historia del pueblo y en su culto. Gamaliel lo informó bien por unos cuartos. Aprendió las cosas yendo a la raíz, no como las decía la gente poco culta del pueblo sencillo y llano. Supo más y mejor del poder del Dios único; aprendió a darle honra y alabanza en el mayor de los respetos y malamente soportaba con su pueblo el presente dominio del imponente invasor. Esto le ponía furioso. Los profetas daban pistas para un resurgimiento y los salmos cantaban la victoria de Dios sobre otros pueblos y culturas muy importantes que en otro tiempo subyugaron a los judíos y ya desaparecieron a pesar de su altivez; igual pasaría con los dominadores actuales. El Libertador no podría tardar. Mientras tanto, era preciso mantener la idiosincrasia del pueblo a cualquier costa y no ser como los herodianos, para que la esperanza hiciera posible su supervivencia como nación. No se podía dejar que un ápice lo apartara de la fidelidad a las costumbres patrias. Eso le hizo celoso.


Y mira por donde, aquella herejía estaba estropeando todo lo que necesitaba el pueblo. Locos estaban adorando a un hombre y crucificado. No se podía permitir que entre los suyos se ampliara el círculo de los disidentes. Había que hacer algo. No pasaban, sino que las noticias decían que estaban por todas partes como si se diera una metástasis generalizada de un cáncer nacional. Hacía años que ya estuvo, colaborando como pudo, en la lapidación de uno de aquellos visionarios listos, serviciales, piadosos y caritativos pero que hacían mucho daño al alto estamento oficial judío; fue cuando lo apedrearon por blasfemo a las afueras de Jerusalén, y lastimosamente él sólo pudo guardar los mantos de los que lo lapidaron. Hasta le parecía recordar aún su nombre: Esteban.


Su conversión fue en un día insospechado. Nada propiciaba aquel cambio. Precisamente llevaba cartas de recomendación de los judíos de Jerusalén para los de Damasco; quería poner entre rejas a los cristianos que encontrara. Hasta allí se extendía la autoridad de los sumos sacerdotes y principales fariseos; como eran costumbres de religión, los romanos las reconocían sin hacerles ascos. Saulo guiaba una comitiva no guerrera pero sí muy activa, casi furiosa, impaciente por cumplir bien una misión que suponían agradable a Dios y purga necesaria para la estabilidad de los judíos y para proteger la pureza de las tradiciones que recibieron los padres. Aquello parecía la avanzada de un ejército en orden de batalla, con el repiqueteo de las herraduras en las pezuñas de las monturas sobre el duro suelo de roca ante Damasco donde caracoleaban los caballos. Llevaban ya varios días de caminata; se daban por bien empleados si la gestión terminaba con éxito. Iba Saulo "respirando amenazas de muerte contra los discípulos del Señor". En su interior había buena dosis de saña.


"Y sucedió que, al llegar cerca de Damasco, de súbito le cercó una luz fulgurante venida del cielo, y cayendo por tierra oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Dijo: ¿Quién eres, Señor? Y él: Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Pero levántate, y entra en la ciudad y se te dirá lo que has de hacer. Y los hombres que le acompañaban se habían detenido, mudos de espanto, oyendo la voz, pero sin ver a nadie. Se levantó Saulo del suelo y , abiertos los ojos, nada veía. Y llevándole de la mano lo introdujeron en Damasco, y estuvo tres días sin ver, y no comió ni bebió" (Act. 9, 3-9).


Tres días para rumiar su derrota y hacerse cargo en su interior de lo que había pasado. Y luego, el bautismo. Un cambio de vida, cambio de obras, cambio de pensamiento, de ideales y proyectos. Su carácter apasionado tomará el rumbo ahora marcado sin trabas humanas posibles _su rendición fue sin condiciones_ y con el afán de llevar a su pueblo primero y al mundo entero luego la alegría del amor de Dios manifestado en Cristo.


El relato es del historiador Lucas, buen conocedor de su oficio. Se lo había oído veces y veces al mismo protagonista. No hay duda. Vió él mismo al resucitado; y lo dirá más veces, y muy en serio a los de Corinto. Por ello fue capaz de sufrir naufragios en el mar y persecuciones en la tierra, y azotes, y hambre y cárcel y humillaciones y críticas, y juicios y muerte de espada; por ello hizo viajes por todo el imperio, recorriéndolo de extremo a extremo. Y no creas que se lamentaba; le ilusionaba hacerlo porque sabía que en él era mandato más que ruego; el dolor y sufrimiento más bien los tuvo como credenciales y las heridas de su cuerpo las pensaba como garantía de la victoria final en fidelidad ansiada.


Entre tantas conversiones del santoral, la de Pablo es ejemplar, paradigmática. Más se palpa en ella la acción divina que el esfuerzo humano; además, enseña las insospechadas consecuencias que trae consigo una mudanza radical.



12:50 a.m.

Fiesta Litúrgica


Martirologio Romano: Fiesta de la Conversión de san Pablo, apóstol. Viajando hacia Damasco, cuando aún maquinaba amenazas de muerte contra los discípulos del Señor, el mismo Jesús glorioso se le reveló en el camino, eligiéndole para que, lleno del Espíritu Santo, anunciase el Evangelio de la salvación a los gentiles. Sufrió muchas dificultades a causa del nombre de Cristo.

Pablo, llamado Saulo en el uso y rigor judío, afirmaba con vehemencia que el Evangelio que predicaba no lo había aprendido o recibido de los hombres.


Perteneció a la casta de los fariseos. Había nacido en Tarso, ciudad que pertenecía al mundo grecorromano; quien nacía allí tenía la categoría de ciudadano romano y lo era tanto como el centurión, el procurador, el tribuno o magistrado. Necesariamente, por ser judío no le cupo más suerte en la niñez que andar disimulando su condición entre los demás del pueblo, ocultando su creencia, tenida como superstición por los paganos romanos. Es posible que esto le fuera encendiendo por dentro y le afirmara aún más en su fe, cuando iba creciendo en edad y tenía que defenderse marchando contra corriente.


Era más bien bajo, de espaldas anchas y cojeaba algo. Fuerte y macizo como un tronco. Un rictus tenía que le hacía fanático. Conocía los manuscritos viejos escritos con signos que a los griegos y a los romanos les parecían garabatos ininteligibles, pero que encerraban toda la sabiduría y la razón de ser de un pueblo. Listo como un sabio en las escuelas griegas de Tarso, familiarizado con los poetas y filósofos que habían pasado el tiempo escribiendo en tablillas o pensando. Para los griegos solo era un hebreo, miembro de aquellas familias que vivían en un islote social, aislado entre misterios inaccesibles a los de otra raza, uno de los que tenían prohibido el acceso a las clases cultas y dirigentes; era de esos que se hacían despreciables por su puritanismo, por sus rarezas ante los alimentos, su modo de divertirse, de casarse, de entender la vida, de no asistir a los templos ¡un ambiente nada claro!


A los dieciocho años se fue a Jerusalén para aprender cosas del judío verdadero, las de la Ley patria, la razón de las costumbres; ansiaba profundizar en la historia del pueblo y en su culto. Gamaliel lo informó bien por unos cuartos. Aprendió las cosas yendo a la raíz, no como las decía la gente poco culta del pueblo sencillo y llano. Supo más y mejor del poder del Dios único; aprendió a darle honra y alabanza en el mayor de los respetos y malamente soportaba con su pueblo el presente dominio del imponente invasor. Esto le ponía furioso. Los profetas daban pistas para un resurgimiento y los salmos cantaban la victoria de Dios sobre otros pueblos y culturas muy importantes que en otro tiempo subyugaron a los judíos y ya desaparecieron a pesar de su altivez; igual pasaría con los dominadores actuales. El Libertador no podría tardar. Mientras tanto, era preciso mantener la idiosincrasia del pueblo a cualquier costa y no ser como los herodianos, para que la esperanza hiciera posible su supervivencia como nación. No se podía dejar que un ápice lo apartara de la fidelidad a las costumbres patrias. Eso le hizo celoso.


Y mira por donde, aquella herejía estaba estropeando todo lo que necesitaba el pueblo. Locos estaban adorando a un hombre y crucificado. No se podía permitir que entre los suyos se ampliara el círculo de los disidentes. Había que hacer algo. No pasaban, sino que las noticias decían que estaban por todas partes como si se diera una metástasis generalizada de un cáncer nacional. Hacía años que ya estuvo, colaborando como pudo, en la lapidación de uno de aquellos visionarios listos, serviciales, piadosos y caritativos pero que hacían mucho daño al alto estamento oficial judío; fue cuando lo apedrearon por blasfemo a las afueras de Jerusalén, y lastimosamente él sólo pudo guardar los mantos de los que lo lapidaron. Hasta le parecía recordar aún su nombre: Esteban.


Su conversión fue en un día insospechado. Nada propiciaba aquel cambio. Precisamente llevaba cartas de recomendación de los judíos de Jerusalén para los de Damasco; quería poner entre rejas a los cristianos que encontrara. Hasta allí se extendía la autoridad de los sumos sacerdotes y principales fariseos; como eran costumbres de religión, los romanos las reconocían sin hacerles ascos. Saulo guiaba una comitiva no guerrera pero sí muy activa, casi furiosa, impaciente por cumplir bien una misión que suponían agradable a Dios y purga necesaria para la estabilidad de los judíos y para proteger la pureza de las tradiciones que recibieron los padres. Aquello parecía la avanzada de un ejército en orden de batalla, con el repiqueteo de las herraduras en las pezuñas de las monturas sobre el duro suelo de roca ante Damasco donde caracoleaban los caballos. Llevaban ya varios días de caminata; se daban por bien empleados si la gestión terminaba con éxito. Iba Saulo "respirando amenazas de muerte contra los discípulos del Señor". En su interior había buena dosis de saña.


"Y sucedió que, al llegar cerca de Damasco, de súbito le cercó una luz fulgurante venida del cielo, y cayendo por tierra oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Dijo: ¿Quién eres, Señor? Y él: Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Pero levántate, y entra en la ciudad y se te dirá lo que has de hacer. Y los hombres que le acompañaban se habían detenido, mudos de espanto, oyendo la voz, pero sin ver a nadie. Se levantó Saulo del suelo y , abiertos los ojos, nada veía. Y llevándole de la mano lo introdujeron en Damasco, y estuvo tres días sin ver, y no comió ni bebió" (Act. 9, 3-9).


Tres días para rumiar su derrota y hacerse cargo en su interior de lo que había pasado. Y luego, el bautismo. Un cambio de vida, cambio de obras, cambio de pensamiento, de ideales y proyectos. Su carácter apasionado tomará el rumbo ahora marcado sin trabas humanas posibles _su rendición fue sin condiciones_ y con el afán de llevar a su pueblo primero y al mundo entero luego la alegría del amor de Dios manifestado en Cristo.


El relato es del historiador Lucas, buen conocedor de su oficio. Se lo había oído veces y veces al mismo protagonista. No hay duda. Vió él mismo al resucitado; y lo dirá más veces, y muy en serio a los de Corinto. Por ello fue capaz de sufrir naufragios en el mar y persecuciones en la tierra, y azotes, y hambre y cárcel y humillaciones y críticas, y juicios y muerte de espada; por ello hizo viajes por todo el imperio, recorriéndolo de extremo a extremo. Y no creas que se lamentaba; le ilusionaba hacerlo porque sabía que en él era mandato más que ruego; el dolor y sufrimiento más bien los tuvo como credenciales y las heridas de su cuerpo las pensaba como garantía de la victoria final en fidelidad ansiada.


Entre tantas conversiones del santoral, la de Pablo es ejemplar, paradigmática. Más se palpa en ella la acción divina que el esfuerzo humano; además, enseña las insospechadas consecuencias que trae consigo una mudanza radical.



12:50 a.m.

Fiesta Litúrgica


Martirologio Romano: Fiesta de la Conversión de san Pablo, apóstol. Viajando hacia Damasco, cuando aún maquinaba amenazas de muerte contra los discípulos del Señor, el mismo Jesús glorioso se le reveló en el camino, eligiéndole para que, lleno del Espíritu Santo, anunciase el Evangelio de la salvación a los gentiles. Sufrió muchas dificultades a causa del nombre de Cristo.

Pablo, llamado Saulo en el uso y rigor judío, afirmaba con vehemencia que el Evangelio que predicaba no lo había aprendido o recibido de los hombres.


Perteneció a la casta de los fariseos. Había nacido en Tarso, ciudad que pertenecía al mundo grecorromano; quien nacía allí tenía la categoría de ciudadano romano y lo era tanto como el centurión, el procurador, el tribuno o magistrado. Necesariamente, por ser judío no le cupo más suerte en la niñez que andar disimulando su condición entre los demás del pueblo, ocultando su creencia, tenida como superstición por los paganos romanos. Es posible que esto le fuera encendiendo por dentro y le afirmara aún más en su fe, cuando iba creciendo en edad y tenía que defenderse marchando contra corriente.


Era más bien bajo, de espaldas anchas y cojeaba algo. Fuerte y macizo como un tronco. Un rictus tenía que le hacía fanático. Conocía los manuscritos viejos escritos con signos que a los griegos y a los romanos les parecían garabatos ininteligibles, pero que encerraban toda la sabiduría y la razón de ser de un pueblo. Listo como un sabio en las escuelas griegas de Tarso, familiarizado con los poetas y filósofos que habían pasado el tiempo escribiendo en tablillas o pensando. Para los griegos solo era un hebreo, miembro de aquellas familias que vivían en un islote social, aislado entre misterios inaccesibles a los de otra raza, uno de los que tenían prohibido el acceso a las clases cultas y dirigentes; era de esos que se hacían despreciables por su puritanismo, por sus rarezas ante los alimentos, su modo de divertirse, de casarse, de entender la vida, de no asistir a los templos ¡un ambiente nada claro!


A los dieciocho años se fue a Jerusalén para aprender cosas del judío verdadero, las de la Ley patria, la razón de las costumbres; ansiaba profundizar en la historia del pueblo y en su culto. Gamaliel lo informó bien por unos cuartos. Aprendió las cosas yendo a la raíz, no como las decía la gente poco culta del pueblo sencillo y llano. Supo más y mejor del poder del Dios único; aprendió a darle honra y alabanza en el mayor de los respetos y malamente soportaba con su pueblo el presente dominio del imponente invasor. Esto le ponía furioso. Los profetas daban pistas para un resurgimiento y los salmos cantaban la victoria de Dios sobre otros pueblos y culturas muy importantes que en otro tiempo subyugaron a los judíos y ya desaparecieron a pesar de su altivez; igual pasaría con los dominadores actuales. El Libertador no podría tardar. Mientras tanto, era preciso mantener la idiosincrasia del pueblo a cualquier costa y no ser como los herodianos, para que la esperanza hiciera posible su supervivencia como nación. No se podía dejar que un ápice lo apartara de la fidelidad a las costumbres patrias. Eso le hizo celoso.


Y mira por donde, aquella herejía estaba estropeando todo lo que necesitaba el pueblo. Locos estaban adorando a un hombre y crucificado. No se podía permitir que entre los suyos se ampliara el círculo de los disidentes. Había que hacer algo. No pasaban, sino que las noticias decían que estaban por todas partes como si se diera una metástasis generalizada de un cáncer nacional. Hacía años que ya estuvo, colaborando como pudo, en la lapidación de uno de aquellos visionarios listos, serviciales, piadosos y caritativos pero que hacían mucho daño al alto estamento oficial judío; fue cuando lo apedrearon por blasfemo a las afueras de Jerusalén, y lastimosamente él sólo pudo guardar los mantos de los que lo lapidaron. Hasta le parecía recordar aún su nombre: Esteban.


Su conversión fue en un día insospechado. Nada propiciaba aquel cambio. Precisamente llevaba cartas de recomendación de los judíos de Jerusalén para los de Damasco; quería poner entre rejas a los cristianos que encontrara. Hasta allí se extendía la autoridad de los sumos sacerdotes y principales fariseos; como eran costumbres de religión, los romanos las reconocían sin hacerles ascos. Saulo guiaba una comitiva no guerrera pero sí muy activa, casi furiosa, impaciente por cumplir bien una misión que suponían agradable a Dios y purga necesaria para la estabilidad de los judíos y para proteger la pureza de las tradiciones que recibieron los padres. Aquello parecía la avanzada de un ejército en orden de batalla, con el repiqueteo de las herraduras en las pezuñas de las monturas sobre el duro suelo de roca ante Damasco donde caracoleaban los caballos. Llevaban ya varios días de caminata; se daban por bien empleados si la gestión terminaba con éxito. Iba Saulo "respirando amenazas de muerte contra los discípulos del Señor". En su interior había buena dosis de saña.


"Y sucedió que, al llegar cerca de Damasco, de súbito le cercó una luz fulgurante venida del cielo, y cayendo por tierra oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Dijo: ¿Quién eres, Señor? Y él: Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Pero levántate, y entra en la ciudad y se te dirá lo que has de hacer. Y los hombres que le acompañaban se habían detenido, mudos de espanto, oyendo la voz, pero sin ver a nadie. Se levantó Saulo del suelo y , abiertos los ojos, nada veía. Y llevándole de la mano lo introdujeron en Damasco, y estuvo tres días sin ver, y no comió ni bebió" (Act. 9, 3-9).


Tres días para rumiar su derrota y hacerse cargo en su interior de lo que había pasado. Y luego, el bautismo. Un cambio de vida, cambio de obras, cambio de pensamiento, de ideales y proyectos. Su carácter apasionado tomará el rumbo ahora marcado sin trabas humanas posibles _su rendición fue sin condiciones_ y con el afán de llevar a su pueblo primero y al mundo entero luego la alegría del amor de Dios manifestado en Cristo.


El relato es del historiador Lucas, buen conocedor de su oficio. Se lo había oído veces y veces al mismo protagonista. No hay duda. Vió él mismo al resucitado; y lo dirá más veces, y muy en serio a los de Corinto. Por ello fue capaz de sufrir naufragios en el mar y persecuciones en la tierra, y azotes, y hambre y cárcel y humillaciones y críticas, y juicios y muerte de espada; por ello hizo viajes por todo el imperio, recorriéndolo de extremo a extremo. Y no creas que se lamentaba; le ilusionaba hacerlo porque sabía que en él era mandato más que ruego; el dolor y sufrimiento más bien los tuvo como credenciales y las heridas de su cuerpo las pensaba como garantía de la victoria final en fidelidad ansiada.


Entre tantas conversiones del santoral, la de Pablo es ejemplar, paradigmática. Más se palpa en ella la acción divina que el esfuerzo humano; además, enseña las insospechadas consecuencias que trae consigo una mudanza radical.



12:50 a.m.

Por: . | Fuente: SagradaFamilia.net



Obispo de Angers del siglo VII


Martirologio Romano: En Anjou, en Neustria, san Licinio, obispo, a quien el papa san Gregorio I Magno encomendó los monjes que se dirigían a Inglaterra (c. 618).

Nacido hacia el 540 y muerto alrededor del 618. conde de Anjou, atraído por la vida religiosa pero preocupado también por el porvenir del condado, aceptó prometerse; cuando su futura esposa se vio súbitamente afectada por la lepra, vio en aquel acontecimiento una señal del Cielo y abandonó sus funciones para convertirse en obispo de Angers.


Dando pruebas de una incansable devoción, iba personalmente a consolar a los enfermos y a las mujeres a punto de parir.


Y desde la ciudad de Angers, difunde la suavidad y pureza de sus costumbres y de su caridad como obispo santo, hasta su muerte.


San Lucinio, que había sido el XVII en el elenco episcopal de aquella diócesis, pronto fue venerado en Angers como el patrono de la ciudad.


Angers es la antigua capital de Anjou



12:04 a.m.

Por: . | Fuente: Archidiócesis de Madrid



Religioso


Martirologio Romano: En Palma, Mallorca, España, san Alonso Rodríguez, que al perder a su esposa e hijos entró como religioso en la Orden de la Compañía de Jesús y estuvo como portero del colegio de aquella ciudad durante largos años, mostrando una gran humildad, obediencia y constancia en una vida penitente. ( 1617)

Fecha de canonización: 15 de enero de 1888, por el Papa León XIII.



Estaba un día enfermo y le llevó el enfermero la comida a la cama con un mandato de parte del Padre Superior: «que se coma todo el plato». Cuando regresa el enfermero, le encuentra deshaciendo el plato y comiéndolo pulverizado. El santo se impuso a sí mismo una obediencia ciega; se exigió a sí mismo tanto que uno de los padres le dijo un buen día «que obedecía a lo asno».

Nació en Segovia en el año 1533, segundo de los once hijos del matrimonio formado por Diego Rodríguez y María Gómez que vivían del comercio de paños.


Su niñez y juventud estuvieron ligadas a la Compañía de Jesús.


A la muerte de su padre se encarga de sacar adelante el negocio familiar, pero su incompetencia es notable para el negocio de los paños.


Contrae matrimonio con María Juárez con quien tiene dos hijos. Pero la mala fortuna parece que le persigue: muere uno de sus hijos y su mujer y el negocio va de mal en peor; luego fallece su otro hijo y su madre. Alonso se ha quedado solo.


Se produce entonces una crisis fuerte que resuelve con confesión general y con el deseo de comenzar una nueva vida tomando un impresionante ritmo interior de trato con Dios y que mantiene por seis años. Cede a sus hermanos sus bienes y marcha a Valencia en 1569 con el propósito de ingresar en la Compañía; pero no contaba con insalvables obstáculos: su edad, la falta de estudios y escasa salud.


Trabaja entonces en comercio y de ayo.


Por fin es admitido en el Colegio Monte Sión en el año 1571; desde el año 1572 ocupa el cargo de portero hasta el 1610 que hacen casi cuarenta años.


Es considerado en la Compañía como modelo para los hermanos legos por su ejercicio permanente para lograr auténtica familiaridad con Dios, por su obediencia absoluta y por su amor y deseo de tribulación.


Este humilde y santo portero fue durante su vida un foco radiante de espiritualidad de la que se beneficiaron tanto los superiores que le trataron como los novicios con los que tuvo contacto; un ejemplo representativo está en San Pedro Claver, el apóstol de los esclavos.


Con sus cartas ejerce un verdadero magisterio. Su lenguaje es sencillo y el popular de la época, pero logra páginas de singular belleza al tratar temas de mayor entusiasmo. La santidad que describe en sus escritos no es aprendida en los libros, es fruto de su experiencia espiritual.


Fue canonizado por el papa León XIII junto con san Pedro Claver.



Autor: Isabel Orellana Vilches

Fuente: Zenit.org




Este santo portero del convento mallorquino de Montesión de los padres jesuitas, nació en Segovia, España, el 25 de julio de 1531. Fue el tercero de los once hijos habidos en el matrimonio compuesto por Diego Rodríguez y María Gómez de Alvarado, prósperos comerciantes de paños. La característica principal de su niñez fue su amor a la Virgen, con la que mantuvo celestiales coloquios. Siempre mostró una devoción singular por el misterio de la Inmaculada, y rezaba el Oficio Parvo dedicado a Ella. Comenzó a formarse con los padres franciscanos, pero a los 10 años escuchó predicar al beato jesuita Pedro Fabro, que entabló una entrañable relación con toda su familia, y se ocupó de prepararle para su primera comunión.

A los 14 años se hallaba estudiando con los jesuitas de Alcalá cuando murió su padre y tuvo que regresar para ayudar a su madre en los asuntos de la familia. Luego quedó solo al frente de la gestión de los negocios, una misión para la que realmente no tenía cualidades, y se casó con María Juárez, hija de un acomodado ganadero. Se afincaron en Segovia y fueron viniendo los hijos. Pero los perdió a todos. La niña murió nada más nacer; luego lo hizo su esposa al dar a luz a un niño. Por si fuera poco, un año más tarde, falleció su madre y, a continuación, su último hijo. Ya no tenía nada. Al haber vendido su negocio con anterioridad, convivió junto a dos hermanas solteras y aprendió a dialogar con Dios. Ellas le ayudaron en este difícil momento que atravesó abrumado por sus pecados a los que culpaba de tantas tragedias.


En una visión vislumbró el gozo del cielo y se arrepintió de su vida pasada. Se centró en la oración convirtiéndose en un severo penitente; confesaba y comulgaba todas las semanas. Se planteó ser jesuita, pero tenía en su contra la edad, una frágil salud y falta de formación. Luís de Santander, rector del colegio que los jesuitas tenían en Segovia, no le disuadió formalmente. Pero sí le recomendó que prosiguiese estudiando.Por eso, en 1569 se trasladó a Valencia. Comenzó a cursar latín con vías a una posible ordenación sacerdotal costeándose los gastos con su trabajo en casa de una marquesa. Hubo un momento en que había tenido que mendigar. No sin cierto pudor, que tuvo que vencer, estudiaba junto a unos niños. Luego fue en pos de un ermitaño que entabló amistad con él y quiso disuadirle de su empeño de ser jesuita. Vio que estaba sucumbiendo a una tentación y lo dejó. Regresó a Valencia, dejando nuevamente en suspenso sus estudios, para iniciar otro intento de ingreso en la Compañía. Se puso a merced del P. Santander, quien le hizo ver que hasta ese momento parecía seguir sus dictados y no los de Dios. Entonces Alonso respondió: "Os prometo que jamás en mi vida volveré a hacer mi propia voluntad. Haced de mí lo que queráis". Con ayuda del religioso acometió el sueño que le guiaba de ser jesuita, aunque no pudiera ser sacerdote. La negativa de quienes dilucidaban qué hacer con él estaba en el aire, cuando el superior P. Antonio Cordesses terció rotundo: "Recibámoslo para santo".


En 1571 fue aceptado como "hermano lego" por el provincial y tras finalizar el noviciado partió a Palma de Mallorca. Le encomendaron la portería del colegio de Montesión y desempeñó esta misión durante casi cuarenta años, hasta que sus fuerzas se lo impidieron. Nadie podría haber imaginado que el ángel de bondad que franqueaba la puerta a todos, viendo en ellos a Cristo, sufría aridez, era escrupuloso y padecía violentas tentaciones contra la castidad de las que en alguna ocasión le rescató la Virgen. "En las tentaciones he sido más de doscientas veces mártir", reconocía.Experimentaba desolación y el mero hecho de meditar le generaba muchos dolores. Es como si los sufrimientos y mortificaciones que realizaba desde hacía años no dieran su fruto. "El demonio –afirmaba– es un gran bachiller". Pero no se desesperó, ni se desanimó. Haciendo acopio de paciencia seguía perseverando y sirviendo humildemente en la misión que tenía: abrir la puerta. Y al final experimentó una intensísima presencia de Jesús y de María que le colmaban de místicos consuelos.


En 1585 profesó los últimos votos. En 1604 inició sus Memorias autobiográficas a demanda de sus superiores que culminó en 1616. Su obediencia seguía intacta. Cuando, cumplidos más de 70 años y hallándose muy enfermo, para probar su virtud lo destinaron a la India, automáticamente se dirigió a la puerta diciendo: "Tengo orden de partir a las Indias", ante lo cual el superior intervino, de lo contrario se habría ido. Así era su obediencia y disposición, tan literal que asombraba. Humildemente decía que "obedecía a lo asno". Y el juicio de sus hermanos era: "Este hermano no es un hombre, sino un ángel". Nunca reparó en la actitud de aquellos a los que abría la puerta, que no siempre era correcta, y les entregaba lo mejor de sí: "Es que a Jesús que se disfraza de prójimo, nunca lo podemos tratar con aspereza o mala educación". Cuando escuchaba el sonido de la campana, profería un gozoso: "¡Ya voy, Señor!". Y engarzaba sus jornadas de trabajo y oración cincelando a conciencia en su corazón una hermosa filigrana de caridad con la que íntimamente coronaba a quienes pasaban por el convento: "Allí viene el humilde. Ahí, el obediente. Allá viene el que jamás se enoja. Ese es el que vive en viva fe. Viene el de gran pobreza. Ese es prudente. Hacia acá viene el piadoso".


Tan intensa llegó a ser la presencia continua de Dios para él, que era de todo punto imposible alejarlo por un momento de sí, como una vez le sugirió su superior para dejar descansar su mente, cuando ya era de avanzada edad.Estuvo adornado de diversos carismas, entre otros, visiones, discernimiento y milagros. Falleció el 31 de octubre de 1617. León XII lo beatificó el 25 de mayo de 1825. León XIII lo canonizó el 15 de enero de 1888. Ese día era elevado a los altares junto a Juan Berchamns, y Pedro Claver uno de sus dilectos discípulos.



12:04 a.m.

Por: . | Fuente: frayleopoldo.org || Decreto de la Congregación para las Causas de los Santos



Religiosa


Martirologio Romano: En Sevilla, España, Beata María Purísima de la Cruz (en el siglo Isabel Salvat y Romero), quien fuera superiora general de la congregación de las hermanas de la Compañía de la Cruz. ( 1998)

Fecha de beatificación: 18 de septiembre de 2010, durante el pontificado de S.S. Benedicto XVI.



La Sierva de Dios nació el 20 de febrero de 1926 en Madrid en el seno de una familia acomodada. Al día siguiente, fue llevada a la fuente bautismal en la parroquia de Nuestra Señora de la Concepción, recibiendo el nombre de María Isabel. En su ambiente familiar, fuertemente motivado en sentido religioso, junto con la primera educación asimiló también los valores cristianos, que profundizó con creciente conocimiento frecuentando desde niña el colegio madrileño de la Virgen María, gestionado por las Religiosas Irlandesas. En el ámbito de su itinerario formativo, recibió la Primera Comunión, la Confirmación y completó el currículo normal de los estudios. En el 1936, al estallar la guerra civil, la familia se trasladó a Portugal; pero, después de dos años, regresó a la patria, escogiendo como residencia, en un primer momento, la ciudad vasca de San Sebastián y luego nuevamente Madrid.

A lo largo de estos años Maria Isabel fue madurando en todas las cualidades personales y culturales para poder proyectar una vida social llena de satisfacciones, revalorizada posteriormente por su procedencia alto burguesa. Ella, sin embargo, comenzó a percibir con mucha claridad la vocación a la vida religiosa, de manera que, una vez presentada la solicitud, en el 1944 fue acogida como postulante en el Instituto de las Hermanas de la Compañía de la Cruz de Sevilla. Al año siguiente recibió el hábito religioso, asumiendo el nombre de Sor María de la Purísima de la Cruz, y fue admitida al noviciado.


Ya durante este periodo de formación, la Sierva de Dios se distinguió por su compromiso, espíritu de sacrificio y ejemplaridad. De modo particular se manifiestan en ella, con admirable sencillez, el amor a la pobreza, un comportamiento humilde y un espíritu de obediencia desinteresada y convencida. En el 1947 emitió los votos temporales. Reconociendo en ella la preparación humana y espiritual, a la joven hermana se le confió la dirección del colegio de Lopera, cerca de Jaén, compromiso al que siguieron otros cargos de responsabilidad en Valladolid y Estepa. En 1966 fue llamada a la Casa Madre de Sevilla, primero como auxiliar del Noviciado, luego como Maestra de novicias. Dos años más tarde fue nombrada Provincial, luego Consejera General, después aún Superiora de la comunidad de Villanueva del Río y Minas (Sevilla) y en el 1977 fue elegida Madre General del Instituto. Sería reelegida, con permiso de la Santa Sede, otras tres veces para este oneroso cargo, particularmente delicado en los difíciles años que siguieron al Concilio Vaticano II y que vieron a la Sierva de Dios comprometida en la actualización de las Constituciones del Instituto dentro de la óptica de la salvaguardia y de la revalorización del carisma original, a través de una renovada fidelidad al Evangelio y al Magisterio eclesial, una intensa dimensión eucarística y mariana, una inteligente adaptación de la tradición a las nuevas perspectivas de la Iglesia y de la sociedad. Su actitud fundamental fue de un equilibrio dinámico: Sor María no vivió la fidelidad como una cansada repetición de fórmulas ensayadas, sino como un deseo de creatividad para ir al encuentro de las exigencias que el Señor le iba haciendo comprender. En cada circunstancia miró a Santa Ángela de la Cruz, Fundadora de la Congregación, como a un manantial perenne de continuidad coherente dentro de la necesaria renovación.


Tuvo una solicitud particular por la formación permanente de las Hermanas, sobre todo por las que atravesaban momentos de crisis y de desorientación, de modo que en aquellos años de experiencias y de no pocas incertidumbres su testimonio de vida constituyó un punto seguro de referencia para muchas de ellas. Cuidó con amor la animación vocacional, cuyos frutos maduraron incluso de modo visible, hasta el punto de que la Sierva de Dios tuvo que dedicarse a abrir nuevas casas religiosas en otras ciudades de España, como Puertollano, Huelva, Cádiz, Lugo, Linares, Alcázar de S. Juan. Incluso en Reggio Calabria, en Italia, en el 1984 realizó la fundación de una casa. Su personalidad serena y jovial contribuía a crear un clima de confianza y de comunión, pero era sobre todo su sólida espiritualidad la que motivaba sus intenciones y sus acciones. En ella, efectivamente, se pone de manifiesto una intensa experiencia religiosa, vivida con clara conciencia de la presencia de Dios y en la constante búsqueda de su voluntad, y alimentada en las fuentes de la oración y de la contemplación; una sincera disponibilidad a las exigencias del prójimo, de manera particular para con los más necesitados, y una sagaz apertura hacia los problemas contemporáneos; una tendencia hacia la perfección, hasta llegar a conseguir un asiduo y fervoroso ejercicio de las virtudes humanas e cristianas.


En el 1994 le diagnosticaron un tumor, por el que tuvo que ser operada. Afrontó la enfermedad con gran docilidad a la voluntad de Dios y con fortaleza de ánimo y durante cuatro años continuó generosamente con su actividad. En los últimos días de vida, cuando el sufrimiento fue más doloroso, renovó su confianza en la bondad de Dios, preparándose para el momento del encuentro con el Esposo.


El 31 de octubre 1998 se durmió piadosamente en la Casa Madre de Sevilla. En su funeral participaron numerosos sacerdotes y religiosas, junto con un grandísima asistencia de fieles, testimonio de una fama de santidad que ya en vida había acompañado a la Sierva de Dios.


El sábado 27 de marzo de 2010, S.S. Benedicto XVI firmó el decreto referente a un milagro atribuido a la intercesión de la venerable María Purísima de la Cruz Salvat.



Hermanos Franciscanos

Formulario de contacto

Nombre

Correo electrónico *

Mensaje *

Con tecnología de Blogger.