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12:40 p.m.
Párroco de San Nicolás en Valencia.

Estudió en el Seminario de Valencia. Ordenado en 1882, fue coadjutor de Quart de Poblet y después estuvo en varias parroquias de la capital. Destacó por sus atenciones a los pobres y enfermos. Amigo de don José Bau, formó con él una escuela de espirituali­dad para el clero. Martirizado a los 79 años.


Es uno de los mártires de la Guerra Civil española. Para ver más sobre los 233 mártires en España haz "click" AQUI



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Obispo


Martirologio Romano: En Vic, Cataluña, España, san Bernardo Calbó, obispo, quien, siendo juez, renunció a su cargo para profesar como monje cisterciense. Fue abad del monasterio de Santes Creus y, más tarde, resultó elegido para la sede de Vic, promoviendo siempre la verdadera doctrina. ( 1243)


Era español, hijo de uno de los caballeros que rescató Tarragona de manos de los infieles, y se estableció en esa región en la época de la Reconquista; por tanto, Bernardo Calbó pertenecía a una familia de relevancia social. Nació en 1180 y fue el tercero de cinco hijos, tres hermanos y una hermana. Creció en la masía de Calbó, y cuando llegó la hora de orientar su futuro profesional se decantó por las leyes. Posiblemente estudió esta carrera en la universidad de Bolonia, como hizo san Raimundo de Peñafort, contemporáneo suyo, aunque los datos de esta etapa de su vida no han podido ser contrastados con rigor por parte de los hagiógrafos. En 1209 se le sitúa en Tarragona, asistiendo jurídica y administrativamente al arzobispado. Su quehacer en esa época pudo no estar guiado por el juicio de Dios y sí por el de esa clase de hombres que no tienen consideraciones a la hora de proceder. Hasta que una grave enfermedad en le dio un toque de alerta definitivo alrededor de sus 30 años.

Vislumbrando la voluntad de Dios, y fallecido ya su padre, con la salud recobrada en 1215 se unió a la comunidad cisterciense de Santes Creus, Tarragona. Dio este paso en contra del parecer de los suyos, que es el signo compartido por quienes sintiéndose llamados por Dios se deciden a seguirle afrontando el veto que en sus propios hogares pueden querer imponerles. Ha sido frecuente en todas las épocas de la historia que los más cercanos se dispongan a dar su beneplácito a los hijos si la vía del matrimonio es la elegida, pero no han sido siempre tan generosos cuando éstos piensan establecer su compromiso con Dios. Toda la apertura, la comprensión y aceptación –a veces de lo objetivamente dañino–, que tantos jóvenes reciben hoy día de sus progenitores, se torna en intransigencia en no pocas ocasiones cuando se trata de dar alas a la vocación religiosa.


En su propio tiempo, Bernando, haciendo caso omiso del juicio negativo que su decisión había suscitado en sus parientes, al integrarse en el monasterio legó sus pertenencias a su madre y al resto de su familia en un testamento redactado ese mismo año 1215 que revocaba otro anterior. Extrayendo el néctar de la regla cisterciense, fiel al Evangelio, hizo de la caridad el hilo conductor de su entrega, única vía para alcanzar la unión con las Personas Divinas. Era bien conocido por los tarraconenses por tratarse de uno de los canónigos de la catedral, elegido también su vicario. Durante doce años de austeridad, oración y penitencia, aquilató su donación en el convento. Fueron sus edificantes virtudes las que se tuvieron en cuenta en el momento en que se planteó la sucesión del abad Ramón cuando éste falleció. Nadie dudó de que Bernardo sería el idóneo para proseguir manteniendo el espíritu observante del monasterio. Y en torno a 1225 asumió esta responsabilidad.


Su labor apostólica no se limitó a la formación de los monjes, sino que fue director espiritual de las religiosas cistercienses de Valldonzella. Esta comunidad se había establecido en Santa Creu d’Olorde en las cercanías de Vallvidrera y quedaron sujetas (fueron donadas) por iniciativa del obispo de Barcelona, Berenguer de Palou, quien las puso bajo la tutela de la orden del Císter, dependiente del monasterio de Santes Creus. El abad Bernardo fue cofundador de esta comunidad que bajo su amparo vivió una época de gran florecimiento apostólico. También contribuyó a mantener vivo el espíritu reformador de la abadía cisterciense de Ager, Lérida.


En esta época de reconquista, dos figuras señeras de la historia mallorquina, Ramón y Guillermo de Montcada, muy estimados por el rey Jaime I el Conquistador, se disponían a partir a Mallorca para rescatarla. Antes se despidieron del abad Bernardo y se sintieron confortados con su consejo y aliento. Ambos murieron en la batalla de Porto Pi, y a Bernardo le tocó dar cristiana sepultura a sus restos en el monasterio de Santes Creus. En 1230 integró el grupo de electores, entre otros san Raimundo de Peñafort, que, unidos al arzobispo de Tarragona, designaron al obispo de la reconquistada Mallorca. Entretanto, los rasgos de su piedad y caridad se prodigaban dentro y fuera de la comunidad. Manifestaba una predilección por los enfermos.


Cuando el prelado Guillermo de Tavertet dejó vacante la sede de Vic, Bernardo fue elegido para sucederle dada su trayectoria espiritual y apostólica. A su esmerada formación teológica se unía la prudencia, discreción y exquisitez en el trato. Asumir este oficio supuso para él una contrariedad. Su vocación se hallaba en el silencio del claustro. Pero convencido de que el nombramiento obedecía a la voluntad divina, lo acogió e implantó el espíritu monástico en la sede episcopal. Convivió junto a una comunidad de cuatro monjes que le acompañaron hasta su muerte secundándole en todas las tareas de su ministerio que, naturalmente, tenían el signo de la auténtica consagración. Bernardo fue un insigne Pastor que veló por la liturgia y por la formación de los sacerdotes. Fue enérgico y exigente con su forma de vida. Se distinguió también por la modestia, la generosidad, la bondad, y la caridad. En el ejercicio de su misión llevó consigo la reconciliación y la paz.


El papa Gregorio IX, conocedor de sus virtudes y valía pastoral, pensó en él para luchar contra los valdenses designándole inquisidor en 1232. El santo monje luchó contra los albigenses, y se implicó en la guerra de Valencia firmando la capitulación en 1238. Por su valor fue recompensado por el rey Jaime I. En 1239 y en 1243 participó en sendos concilios provinciales. El 26 de octubre de este último año entregó su alma a Dios, con fama de santidad. Antes de cumplirse seis meses de su muerte, su vida comenzó a ser examinada por una comisión de canónigos. En 1338 se abrió el proceso de su canonización. Clemente XI en un breve apostólico fijó la fecha de su celebración dentro del císter el 26 de septiembre de 1710.



10:33 a.m.



Este día se celebran a todos los millones de personas que han llegado al cielo, aunque sean desconocidos para nosotros. Santo es aquel que ha llegado al cielo, algunos han sido canonizados y son por esto propuestos por la Iglesia como ejemplos de vida cristiana.


Comunión de los santos


La comunión de los santos, significa que ellos participan activamente en la vida de la Iglesia, por el testimonio de sus vidas, por la transmisión de sus escritos y por su oración. Contemplan a Dios, lo alaban y no dejan de cuidar de aquellos que han quedado en la tierra. La intercesión de los santos significa que ellos, al estar íntimamente unidos con Cristo, pueden interceder por nosotros ante el Padre. Esto ayuda mucho a nuestra debilidad humana.


Su intercesión es su más alto servicio al plan de Dios. Podemos y debemos rogarles que intercedan por nosotros y por el mundo entero.


Aunque todos los días deberíamos pedir la ayuda de los santos, es muy fácil que el ajetreo de la vida nos haga olvidarlos y perdamos la oportunidad de recibir todas las gracias que ellos pueden alcanzarnos. Por esto, la Iglesia ha querido que un día del año lo dediquemos especialmente a rezar a los santos para pedir su intercesión. Este día es el 1ro. de noviembre.


Este día es una oportunidad que la Iglesia nos da para recordar que Dios nos ha llamado a todos a la santidad. Que ser santo no es tener una aureola en la cabeza y hacer milagros, sino simplemente hacer las cosas ordinarias extraordinariamente bien, con amor y por amor a Dios. Que debemos luchar todos para conseguirla, estando conscientes de que se nos van a presentar algunos obstáculos como nuestra pasión dominante; el desánimo; el agobio del trabajo; el pesimismo; la rutina y las omisiones.

Se puede aprovechar esta celebración para hacer un plan para alcanzar la santidad y poner los medios para lograrlo:


¿Como alcanzar la santidad?


- Detectando el defecto dominante y planteando metas para combatirlo a corto y largo plazo.

- Orando humildemente, reconociendo que sin Dios no podemos hacer nada.

- Acercándonos a los sacramentos.


Un poco de historia


La primera noticia que se tiene del culto a los mártires es una carta que la comunidad de Esmirna escribió a la Iglesia de Filomelio, comunicándole la muerte de su santo obispo Policarpo, en el año156. Esta carta habla sobre Policarpo y de los mártires en general. Del contenido de este documento, se puede deducir que la comunidad cristiana veneraba a sus mártires, que celebraban su memoria el día del martirio con una celebración de la Eucaristía. Se reunían en el lugar donde estaban sus tumbas, haciendo patente la relación que existe entre el sacrificio de Cristo y el de los mártires


La veneración a los santos llevó a los cristianos a erigir sobre las tumbas de los mártires, grandes basílicas como la de San Pedro en la colina del Vaticano, la de San Pablo, la de San Lorenzo, la de San Sebastián, todos ellos en Roma.


Las historias de los mártires se escribieron en unos libros llamados Martirologios que sirvieron de base para redactar el Martirologio Romano, en el que se concentró toda la información de los santos oficialmente canonizados por la Iglesia.


Cuando cesaron las persecuciones, se unió a la memoria de los mártires el culto de otros cristianos que habían dado testimonio de Cristo con un amor admirable sin llegar al martirio, es decir, los santos confesores. En el año 258, San Cipriano, habla del asunto, narrando la historia de los santos que no habían alcanzado el martirio corporal, pero sí confesaron su fe ante los perseguidores y cumplieron condenas de cárcel por Cristo.


Más adelante, aumentaron el santoral con los mártires de corazón. Estas personas llevaban una vida virtuosa que daba testimonio de su amor a Cristo. Entre estos, están san Antonio (356) en Egipto y san Hilarión (371) en Palestina. Tiempo después, se incluyó en la santidad a las mujeres consagradas a Cristo.


Antes del siglo X, el obispo local era quien determinaba la autenticidad del santo y su culto público. Luego se hizo necesaria la intervención de los Sumos Pontífices, quienes fueron estableciendo una serie de reglas precisas para poder llevar a cabo un proceso de canonización, con el propósito de evitar errores y exageraciones.


El Concilio Vaticano II reestructuró el calendario del santoral:


Se disminuyeron las fiestas de devoción pues se sometieron a revisión crítica las noticias hagiográficas (se eliminaron algunos santos no porque no fueran santos sino por la carencia de datos históricos seguros); se seleccionaron los santos de mayor importancia (no por su grado de santidad, sino por el modelo de santidad que representan: sacerdotes, casados, obispos, profesionistas, etc.); se recuperó la fecha adecuada de las fiestas (esta es el día de su nacimiento al Cielo, es decir, al morir); se dio al calendario un carácter más universal (santos de todos los continentes y no sólo de algunos).


Categorías de culto católico


Los católicos distinguimos tres categorías de culto:

- Latría o Adoración: Latría viene del griego latreia, que quiere decir servicio a un amo, al señor soberano. El culto de adoración es el culto interno y externo que se rinde sólo a Dios.


- Dulía o Veneración: Dulía viene del griego doulos que quiere decir servidor, servidumbre. La veneración se tributa a los siervos de Dios, los ángeles y los bienaventurados, por razón de la gracia eminente que han recibido de Dios. Este es el culto que se tributa a los santos. Nos encomendamos a ellos porque creemos en la comunión y en la intercesión de los santos, pero jamás los adoramos como a Dios. Tratamos sus imágenes con respeto, al igual que lo haríamos con la fotografía de un ser querido. No veneramos a la imagen, sino a lo que representa.


- Hiperdulía o Veneración especial: Este culto lo reservamos para la Virgen María por ser superior respecto a los santos. Con esto, reconocemos su dignidad como Madre de Dios e intercesora nuestra. Manifestamos esta veneración con la oración e imitando sus virtudes, pero no con la adoración.


Todos llamados a ser santos



Catholic.net ha organizado, juntamente con diversos conventos y casas de religiosos y religiosas, una novena de oraciones por todos los Fieles Difuntos, con adoraciones, oraciones, el rezo del rosario, y una intención especial en la Santa Misa el día 2 de noviembre celebrada por sacerdotes amigos de Catholic.net que se han sumado a nuestra primer Novena de los Fieles Difuntos.


Únase a nuestras oraciones, y envíenos los nombres de los difuntos a quienes usted desea que encomendemos. Tendremos un recuerdo especial para ellos durante los nueve días previos a la fiesta de los Fieles Difuntos el día 2 de noviembre. Si desea enviarnos los nombres y sus intenciones es muy sencillo, rellenando el formulario en nuestro sitio Novenas Catholic.net (click aquí) Nosotros enviaremos estos nombres e intenciones a los diversos conventos y casas de religiosos y religiosas, y sacerdotes diocesanos que se han sumado a esta Novena de los Fieles Difuntos.



10:33 a.m.



Este día se celebran a todos los millones de personas que han llegado al cielo, aunque sean desconocidos para nosotros. Santo es aquel que ha llegado al cielo, algunos han sido canonizados y son por esto propuestos por la Iglesia como ejemplos de vida cristiana.


Comunión de los santos


La comunión de los santos, significa que ellos participan activamente en la vida de la Iglesia, por el testimonio de sus vidas, por la transmisión de sus escritos y por su oración. Contemplan a Dios, lo alaban y no dejan de cuidar de aquellos que han quedado en la tierra. La intercesión de los santos significa que ellos, al estar íntimamente unidos con Cristo, pueden interceder por nosotros ante el Padre. Esto ayuda mucho a nuestra debilidad humana.


Su intercesión es su más alto servicio al plan de Dios. Podemos y debemos rogarles que intercedan por nosotros y por el mundo entero.


Aunque todos los días deberíamos pedir la ayuda de los santos, es muy fácil que el ajetreo de la vida nos haga olvidarlos y perdamos la oportunidad de recibir todas las gracias que ellos pueden alcanzarnos. Por esto, la Iglesia ha querido que un día del año lo dediquemos especialmente a rezar a los santos para pedir su intercesión. Este día es el 1ro. de noviembre.


Este día es una oportunidad que la Iglesia nos da para recordar que Dios nos ha llamado a todos a la santidad. Que ser santo no es tener una aureola en la cabeza y hacer milagros, sino simplemente hacer las cosas ordinarias extraordinariamente bien, con amor y por amor a Dios. Que debemos luchar todos para conseguirla, estando conscientes de que se nos van a presentar algunos obstáculos como nuestra pasión dominante; el desánimo; el agobio del trabajo; el pesimismo; la rutina y las omisiones.

Se puede aprovechar esta celebración para hacer un plan para alcanzar la santidad y poner los medios para lograrlo:


¿Como alcanzar la santidad?


- Detectando el defecto dominante y planteando metas para combatirlo a corto y largo plazo.

- Orando humildemente, reconociendo que sin Dios no podemos hacer nada.

- Acercándonos a los sacramentos.


Un poco de historia


La primera noticia que se tiene del culto a los mártires es una carta que la comunidad de Esmirna escribió a la Iglesia de Filomelio, comunicándole la muerte de su santo obispo Policarpo, en el año156. Esta carta habla sobre Policarpo y de los mártires en general. Del contenido de este documento, se puede deducir que la comunidad cristiana veneraba a sus mártires, que celebraban su memoria el día del martirio con una celebración de la Eucaristía. Se reunían en el lugar donde estaban sus tumbas, haciendo patente la relación que existe entre el sacrificio de Cristo y el de los mártires


La veneración a los santos llevó a los cristianos a erigir sobre las tumbas de los mártires, grandes basílicas como la de San Pedro en la colina del Vaticano, la de San Pablo, la de San Lorenzo, la de San Sebastián, todos ellos en Roma.


Las historias de los mártires se escribieron en unos libros llamados Martirologios que sirvieron de base para redactar el Martirologio Romano, en el que se concentró toda la información de los santos oficialmente canonizados por la Iglesia.


Cuando cesaron las persecuciones, se unió a la memoria de los mártires el culto de otros cristianos que habían dado testimonio de Cristo con un amor admirable sin llegar al martirio, es decir, los santos confesores. En el año 258, San Cipriano, habla del asunto, narrando la historia de los santos que no habían alcanzado el martirio corporal, pero sí confesaron su fe ante los perseguidores y cumplieron condenas de cárcel por Cristo.


Más adelante, aumentaron el santoral con los mártires de corazón. Estas personas llevaban una vida virtuosa que daba testimonio de su amor a Cristo. Entre estos, están san Antonio (356) en Egipto y san Hilarión (371) en Palestina. Tiempo después, se incluyó en la santidad a las mujeres consagradas a Cristo.


Antes del siglo X, el obispo local era quien determinaba la autenticidad del santo y su culto público. Luego se hizo necesaria la intervención de los Sumos Pontífices, quienes fueron estableciendo una serie de reglas precisas para poder llevar a cabo un proceso de canonización, con el propósito de evitar errores y exageraciones.


El Concilio Vaticano II reestructuró el calendario del santoral:


Se disminuyeron las fiestas de devoción pues se sometieron a revisión crítica las noticias hagiográficas (se eliminaron algunos santos no porque no fueran santos sino por la carencia de datos históricos seguros); se seleccionaron los santos de mayor importancia (no por su grado de santidad, sino por el modelo de santidad que representan: sacerdotes, casados, obispos, profesionistas, etc.); se recuperó la fecha adecuada de las fiestas (esta es el día de su nacimiento al Cielo, es decir, al morir); se dio al calendario un carácter más universal (santos de todos los continentes y no sólo de algunos).


Categorías de culto católico


Los católicos distinguimos tres categorías de culto:

- Latría o Adoración: Latría viene del griego latreia, que quiere decir servicio a un amo, al señor soberano. El culto de adoración es el culto interno y externo que se rinde sólo a Dios.


- Dulía o Veneración: Dulía viene del griego doulos que quiere decir servidor, servidumbre. La veneración se tributa a los siervos de Dios, los ángeles y los bienaventurados, por razón de la gracia eminente que han recibido de Dios. Este es el culto que se tributa a los santos. Nos encomendamos a ellos porque creemos en la comunión y en la intercesión de los santos, pero jamás los adoramos como a Dios. Tratamos sus imágenes con respeto, al igual que lo haríamos con la fotografía de un ser querido. No veneramos a la imagen, sino a lo que representa.


- Hiperdulía o Veneración especial: Este culto lo reservamos para la Virgen María por ser superior respecto a los santos. Con esto, reconocemos su dignidad como Madre de Dios e intercesora nuestra. Manifestamos esta veneración con la oración e imitando sus virtudes, pero no con la adoración.


Todos llamados a ser santos



Catholic.net ha organizado, juntamente con diversos conventos y casas de religiosos y religiosas, una novena de oraciones por todos los Fieles Difuntos, con adoraciones, oraciones, el rezo del rosario, y una intención especial en la Santa Misa el día 2 de noviembre celebrada por sacerdotes amigos de Catholic.net que se han sumado a nuestra primer Novena de los Fieles Difuntos.


Únase a nuestras oraciones, y envíenos los nombres de los difuntos a quienes usted desea que encomendemos. Tendremos un recuerdo especial para ellos durante los nueve días previos a la fiesta de los Fieles Difuntos el día 2 de noviembre. Si desea enviarnos los nombres y sus intenciones es muy sencillo, rellenando el formulario en nuestro sitio Novenas Catholic.net (click aquí) Nosotros enviaremos estos nombres e intenciones a los diversos conventos y casas de religiosos y religiosas, y sacerdotes diocesanos que se han sumado a esta Novena de los Fieles Difuntos.



10:33 a.m.
A raíz de la controversia entre el Papa y el rey Enrique VIII en el siglo 16, las cuestiones de fe se enredaron con cuestiones políticas en las Islas Británicas, con frecuencia se resolvieron mediante la tortura y el asesinato de los fieles católicos.

En 1970, el Vaticano seleccionó 40 mártires, hombres y mujeres, laicos y religiosos, para representar un grupo de aproximadamente 300 casos conocidos que dieron su vida, entre 1535 y 1679, por su fe y fidelidad a la Iglesia. Este grupo fue canonizado por el Papa Paolo VI el día 25 de Octubre de ese año.


Cada uno de ellos tienen su propio día del memorial, pero son recordados como un grupo, el 25 de octubre.


A continuación la lista de los 40 mártires:

Cartujos

Augustine Webster

John Houghton

Robert Lawrence


Brigidino

Richard Reynolds


Agustino

John Stone


Jesuitas

Alexander Briant

Edmund Arrowsmith

Edmund Campion

David Lewis

Henry Morse

Henry Walpole

Nicholás Owen

Philip Evans

Robert Southwell

Thomas Garnet


Benedictinos

Alban Roe

Ambrose Barlow

John Roberts


John Jones


Franciscanos

John Wall


Clero Secular

Cuthbert Mayne

Edmund Gennings

Eustace White, 1591

John Almond

John Boste

John Kemble

John Lloyd

John Payne

John Plessington

John Southworth

Luke Kirby

Polydore Plasden, 1591

Ralph Sherwin


Laicos

John Rigby

Philip Howard

Richard Gwyn

Swithun Wells, maestro, 1591

Ana Line

Margaret Clitherow

Margaret Ward



10:33 a.m.
Al principio del siglo VI, Canna, paso desde Bretaña a Galia, junto con su marido san Saturnino (después en Galia se lo llamó "Sadwrn"), con su hijo, san Crallo, y el tío, san Cadfan.

La razón para este traslado se deba quizás a las guerras o por los intensos intercambios que se estaban desarrollando entre Inglaterra y el continente.


Muerto San Saturnino, Canna tuvo un segundo matrimonio con un nomble del noble, ellos tubieron como hijos a san Tegfan y san Elian (Hilario), a quien apodaban "el visitante los lugares santos, peregrino".


Cada uno de estos santos ha dejado su nombre unido a varias localidades, sobre todo s. Elian que disfruta un culto particularmente vívido en la isla de Mona.



3:42 p.m.

Por: . | Fuente: ar.geocities.com/misa_tridentina01



Obispo


Martirologio Romano: En Lucera, en la Apulia, beato Agustín Kazotic, obispo, de la orden de Predicadores, que en un principio estuvo al frente de la Iglesia de Zagreb y, posteriormente, por la hostilidad del rey de Dalmacia, asumió la sede de Lucera, donde desarrolló una gran obra de ayuda en favor de los pobres y los necesitados (1323).


Agustín Kazotic nació en Trogir, ciudad de la Dalmacia, en 1260. Tomó el hábito de los frailes predicadores antes de cumplir los veinte años. Estudió en la Universidad de París. El beato predicó con gran fruto a sus compatriotas y fundó en su patria varios conventos de su orden, a los que dio por lema las palabras de San Agustín: "Desde que estoy al servicio de Dios no he conocido hombres más buenos que los monjes que viven santamente, pero tampoco he conocido hombres más malos que los monjes que no viven como debieran".

Fue enviado a Hungría, donde conoció al cardenal Nicolás Boccasini, legado pontificio, quien sería más tarde Papa con el nombre de Benedicto XI. En 1303, el cardenal Boccasini consagró al Beato Agustín obispo de Zagreb, en Croacia.


El clero y toda la diócesis de Zagreb necesitaban urgentemente una reforma. El beato reunió varios sínodos disciplinares, cuyos cánones puso en ejecución en frecuentes visitas pastorales y fomentó las ciencias sagradas y el estudio de la Biblia mediante la fundación de un convento de la Orden de Santo Domingo. Además, asistió al Concilio ecuménico de Vienne (1311-12). A su retorno, sufrió la persecución del gobernador de Dalmacia, Miladino, contra cuya tiranía y exacciones había protestado.


Tras de regir durante 14 años la diócesis de Zagreb, el beato fue trasladado a la sede de Lucera, en la provincia de Benevento. Ahí trabajó por desarraigar la corrupción moral y religiosa que los sarracenos habían dejado tras de sí.


El beato poseía el don de curar a los enfermos. Su muerte ocurrió el 3 de agosto de 1323. Su culto fue oficialmente confirmado en 1702.



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Por: Lamberto de Echeverría, Bernardino Llorca y José Luis Repetto Betes | Fuente: AÑO CRISTIANO Edición 2004



Obispo


Martirologio Romano: En Cagliari, en la isla de Cerdeña (Italia), san Lucífero, obispo, el cual, valiente defensor de la fe nicena, sufrió muchas persecuciones por parte del emperador Constancio y fue enviado al exilio. Vuelto finalmente a su sede, murió como confesor de Cristo. ( 370)

Etimológicamente: Lucífero = "aquel que porta la luz", viene de la lengua latina.



Lucífero, obispo de Cagliari, pasa a la historia por su intervención en la controversia arriana como firme defensor de la ortodoxia nicena y de su gran paladín San Atanasia de Alejandría, y pasa al Martirologio por su santidad de vida, no empañada por su recurso final al aislamiento y la radicalidad.

Se dice de él que era de carácter violento y persona no muy culta. Su lengua es la del pueblo, cuyas expresiones emplea de continuo. Pero era hombre de fe firme y de ideas claras, especialmente estaba muy seguro de qué había querido decir Nicea respecto a la divinidad de Cristo y no podía admitir que se tuviera por católico quien no comulgara con la definición del Concilio. Él no admitía que dicha definición pudiera ser revisada o aguada por interpretaciones complacientes con el gusto arriano.


Tras el sínodo de Arlés del año 353, el papa Liberio le encomienda se entreviste con el emperador Constancia a fin de que se convoque un nuevo concilio. Convocado éste en Milán en 355 y habiendo en él suscrito la mayoría de los obispos una fórmula ambigua de fe, él fue uno de los pocos que se opusieron a esta debilidad, y por ello fue desterrado por el emperador a Oriente. Aquí estuvo hasta el año 362, donde tendría una intervención sonada cuando en Antioquía se permitió consagrar obispo a Paulina, el jefe del grupo eustaciano, que más tarde y contra la opinión de Lucífero se unió a los seguidores del obispo Melecio.


Por este tiempo, es decir, entre 355 y 361, se dirige al emperador Constancio con una serie de escritos, que conservamos, y que no han faltado patrólogos que los califiquen de verdaderas invectivas. Sus títulos ya indican la mente de Lucífero: Que no hay que convenir con los herejes; Sobre los reyes apóstatas; A favor de San Atanasio; Sobre no perdonar a los que delinquen contra Dios; Hay que morir por el Hijo de Dios.


Esta continua toma de postura tan vehemente le alejó de sus propios amigos. Y lo más característico suyo fue que cuando el sínodo de Alejandría del año 362 aceptó en la Iglesia a Melecio de Antioquía y a los Obispos arrianos arrepentidos, Lucífero rompe con San Atanasio y con todo el resto de la Iglesia que aceptó las conclusiones de aquel sínodo, negándose a tal irenismo [1] y sosteniendo que quienes habían negado la divinidad del Hijo de Dios no podían, ni siquiera arrepentidos, ser pastores en la Iglesia. Lucífero no se vio solo. Tuvo seguidores, algunos de los cuales tomaron la pluma y expusieron su fe y sus reclamaciones. De entre ellos nombremos al diácono romano Hilario, que sostenía la necesidad de rebautizar a los arrianos conversos, el presbítero Faustino, que defendió a su grupo de ser sabeliano [2] y expuso su fe en la Trinidad, el también presbítero Marcelino, que escribió Junto con Faustino una apelación a los emperadores, y nuestro San Gregorio de Elvira, hombre santo y notable escritor.


El grupo de Lucífero no cuajó como secta acatólica porque, muerto ya Lucífero el año 370, se dirigieron Faustino y Marcelino a los emperadores el año 383 y la situación del partido quedó legalizada, fundiéndose poco a poco con el resto de la Iglesia. Su radicalismo nunca pareció obstáculo a su buena memoria y a su santidad de Vida.


AÑO CRISTIANO Edición 2004

Autores: Lamberto de Echeverría (†), Bernardino Llorca (†) y José Luis Repetto Betes

Editorial: Biblioteca de Autores Católicos (BAC)

Tomo V Mayo ISBN 84-7914-709-1


NOTAS

[1] Irenismo: actitud pacificadora adoptada entre los cristianos de confesiones diferentes para estudiar los problemas que los separan.


[2] Sabeliano, sabelianismo o modalismo: herejía antitrinitaria rígidamente monoteísta, que sostiene que los términos Padre, Hijo y Espíritu Santo, eran solamente designaciones diferentes del único Dios y niega la coexistencia de tres personas divinas en un único Dios.



3:42 p.m.

Por: . | Fuente: ACIprensa.com



Fundador de la Comunidad Siervos de los Enfermos


Martirologio Romano: San Camilo de Lelis, presbítero, que nació cerca de Teano, en el Abruzo, y en su juventud siguió la carrera militar, dejándose arrastrar por los vicios propios de una juventud alegre y despreocupada, pero convertido de su mala vida, se entregó al cuidado de los enfermos incurables hospitalizados, a los que servía como al mismo Cristo. Ordenado sacerdote, puso en Roma los fundamentos de la Congregación de los Clérigos Regulares Ministros de los Enfermos. (1614)

Etimológicamente: Camilo = Aquel que es el mensajero de Dios, es de origen hebreo.



Nació en Abruzos (Italia) en 1550. Siguió la carrera militar, igual que su padre. Le apareció una llaga en un pie, que lo hizo dejar la carrera de las armas e irse al Hospital de Santiago en Roma para que lo curaran. En el hospital de Roma se dedicó a ayudar y atender a otros enfermos, mientras buscaba su propia curación. Pero en esa época adquirió el vicio del juego . Fue expulsado del hospital y en Nápoles perdió todos los ahorros de su vida en el juego, quedando en la miseria.

Tiempo atrás, en un naufragio, había hecho a Dios la promesa de hacerse religioso franciscano, pero no lo había cumplido. Estando en la más completa pobreza se ofreció como obrero y mensajero en un convento de los Padres Capuchinos, donde escuchó una charla espiritual que el padre superior les hacía a los obreros, y sintió fuertemente la llamada de Dios a su conversión. Empezó a llorar y pidió perdón por sus pecados, con la firme resolución de cambiar su forma de actuar por completo. Tenía 25 años.


Pidió ser admitido como franciscano, pero en el convento se le abrió de nuevo la llaga en el pie, y fue despedido. Se fue al hospital y se curó, y logró que lo admitieran como aspirante a capuchino. Pero en el noviciado apareció de nuevo la llaga y tuvo que irse de allí también. De nuevo en el hospital de Santiago, se dedicó a atender a los demás enfermos, por lo que fue nombrado asistente general del hospital.


Dirigido espiritualmente por San Felipe Neri, estudió teología y fue ordenado sacerdote. En 1575 se dio cuenta que ante la gran cantidad de peregrinos que llegaban a Roma, los hospitales eran incapaces de atender bien a los enfermos que llegaban. Fue entonces que decidió fundar una comunidad de religiosos que se dedicaran por completo a los hospitales.


San Camilo trataba a cada enfermo como trataría a Nuestro Señor Jesucristo en persona. Aunque tuvo que soportar durante 36 años la llaga de su pié, nadie lo veía triste o malhumorado. Con sus mejores colaboradores fundó la Comunidad Siervos de los Enfermos el 8 de diciembre de 1591. Ahora se llaman Padres Camilos. Murió el 14 de julio de 1614, a los 64 años.


Fue canonizado en 1746 por S.S. Benedicto XIV.



3:42 p.m.

Por: . | Fuente: Oremosjuntos.com


Etimológicamente: Leonor = Eleonor = Eleonor = Aquella que es audaz, es de origen gálico.

Nacida en el año 1222, muerta en Amesbury, el veinticinco de junio del año mil doscientos noventa y uno.


Esta joven vino al mundo en Francia. Sus padres eran Berengario IV, conde de Provenza y de Beatriz de Saboya.


La madre era una ferviente cristiana y muy dada a las letras.


En 1236 contrajo matrimonio en Canterbury con el rey Enrique III de Inglaterra. Con ella se marcharon muchos familiares y conocidos en busca de una mayor fortuna.


Muchos llegaron a ocupar puestos importantes en la administración pública. Sin embargo, el favoritismo de Eleonora suscitó en seguida las envidias y una impopularidad grande contra la reina.


La cosa se hizo tan tensa que tuvieron que encerrarla en la torre de Londres. La mala suerte no sólo caía sobre sus espaldas, sino que su marido fue hecho prisionero durante la de Lewes. El soplo de Dios atravesó su alma. Por eso se fue a una abadía benedictina y se hizo religiosa en el 1276.


Murió santamente en 1291. Es fácil comprender que la devoción hacia ella haya nacido de modo particular dentro de la orden religiosa de la que ella formó parte, y luego su fama de santidad creció a pasos agicantados.


Su fama de santidad es enorme, aunque nunca haya sido canonizada oficialmente. Muchos, sin embargo, le han tributado culto hasta nuestros días.



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Por: Germán Sánchez // Isabel Orellana Vilches | Fuente: Catholic.net // Zenit.org



Obispo y Mártir


Martirologio Romano: Memoria de san Ignacio, obispo y mártir, discípulo del apóstol san Juan y segundo sucesor de san Pedro en la sede de Antioquía, que en tiempo del emperador Trajano fue condenado al suplicio de las fieras y trasladado a Roma, donde consumó su glorioso martirio. Durante el viaje, mientras experimentaba la ferocidad de sus centinelas, semejante a la de los leopardos, escribió siete cartas dirigidas a diversas Iglesias, en las cuales exhortaba a los hermanos a servir a Dios unidos con el propio obispo, y a que no le impidiesen poder ser inmolado como víctima por Cristo. ( c.107)


Las puertas se abren lentamente. Cuerpos como fantasmas caminan en la arena. Entornan los ojos que acostumbrados a vivir en las sombras de las mazmorras, reciben de golpe la luz del sol. El clamor de la multitud termina por despertarlos. Avanzan sin rumbo fijo, algunos cogidos de las manos, otros solos y tristes con los ojos reflejando pavor y desconcierto. Suenan las trompetas. Ruidos de cadenas se oyen por todas partes y del centro de la tierra emergen fieras sedientas de sangre: panteras, leones africanos, hienas. ¡La fiesta ha comenzado! Es el Circo Máximo que ofrece a los romanos el espectáculo de ver morir a cientos, quizás miles de cristianos, testigos de su fe en Cristo. Son los tiempos del emperador Trajano, allá por los años 98 a 117 de nuestra era en donde ser cristiano implicaba dar la propia vida.


Charcos de sangre inundan el lugar, miembros despedazados y descuartizados por todas partes, algún quejido lastimero y doliente de alguno que ha sobrevivido. La noche ha llegado y cobija los pinos y cipreses de las colinas romanas. Y entre los lamentos y quejidos se oyen vibrar las palabras de un anciano, muerto y despedazado por un león. Son palabras que han quedado grabadas en los corazones de sus fieles, allá en la lejana Antioquia. Es Ignacio, el segundo sucesor de Pedro como obispo de Antioquia. "Por favor, hermanos, no me privéis de esta vida, no queráis que muera... dejad que pueda contemplar la luz; entonces seré hombre en pleno sentido. Permitid que imite la pasión de mi Dios."



"Soy trigo de Cristo y quiero ser molido por los dientes de las fieras para convertirme en pan sabroso a mi Señor Jesucristo. Animad a las bestias para que sean mi sepulcro, para que no dejen nada de mi cuerpo, para que cuando esté muerto, no sea gravoso a nadie […]. Si no quieren atacarme, yo las obligaré. Os pido perdón. Sé lo que me conviene. Ahora comienzo a ser discípulo. Que ninguna cosa visible o invisible me impida llegar a Jesucristo […]. Poneos de mi lado y del lado de Dios. No llevéis en vuestros labios el nombre de Jesucristo y deseos mundanos en el corazón. Aún cuando yo mismo, ya entre vosotros os implorara vuestra ayuda, no me escuchéis, sino creed lo que os digo por carta. Os escribo lleno de vida, pero con anhelos de morir". Son palabras de la epístola que este apasionado y valeroso atleta de Cristo, Padre Apostólico, discípulo de los apóstoles san Juan y san Pablo, sospechando el glorioso fin que le aguardaba, dirigió a los cristianos de Roma. Y ciertamente fue condenado por el emperador Trajano a morir en el circo bajo las fauces de las fieras.



Ignacio de Antioquia sabía que la verdadera vida, era aquella que le esperaba después de la muerte, en donde podría contemplar cara a cara el rostro de Cristo, "dejad que pueda contemplar la luz". Él sabía que para llegar a contemplar esa luz era necesario ser testigo de la luz en este mundo sin importar las pruebas y los sufrimientos que fueran necesarios. Pruebas y sufrimientos que llevó dignamente pues los soldados no tuvieron piedad de él durante su largo y penoso viaje de Antioquia a Roma. Pruebas y sufrimiento que cristalizaron con el derramamiento de su sangre y al que él veía como algo necesario: "soy trigo de Cristo, deberé ser triturado por los dientes de las bestias para convertirme en pan puro y santo".

Su vida


Los datos conocidos de su vida arrancan del momento en que los apóstoles Pedro y Pablo lo designaron sucesor de Evodio (que dejó este mundo hacia el año 69 d.C.) para ocupar como obispo la sede de Antioquia. Ésta era entonces una ciudad populosa, de gran importancia dentro del Imperio Romano, mosaico de creencias y vía de paso de gran atractivo para muchas personas. Los que se fueron afincando, en su mayoría procedentes de diversos puntos, habían dejado allí su impronta. Greco-paganos, judeocristianos helenistas, judíos ortodoxos, entre otros, junto a la nutrida comunidad cristiana conformaban el paisaje social de este núcleo gordiano "de las Iglesias de la gentilidad", con el que tuvo que lidiar san Ignacio. Y no le resultó fácil, como se percibe en sus ímprobos esfuerzos y llamamientos a la unidad.


Fue un pastor excepcional. Transmitió con fidelidad la doctrina heredada de los primeros apóstoles y defendió bravamente la fe contra herejías como el docetismo. En las siete epístolas que dirigió a las distintas Iglesias (algunas redactadas mientras viajaba para ser martirizado), no dejó de exhortar a los cristianos a dar la vida por Cristo, a ser fieles a las enseñanzas recibidas, a mantenerse firmes frente a los que pretendían socavarlas, así como a vivir la caridad y unidad entre todos. Cuando supieron que había sido hecho prisionero y viajaba para ser ajusticiado, como tantos mártires, iban saliéndole al encuentro (entre otros, san Policarpo); él los bendecía con paternal ternura, orando por ellos y por la Iglesia. Eusebio de Cesarea, al historiar ese momento, haciéndose eco del discurrir de Ignacio, puso de manifiesto el ardor apostólico del santo que no perdía ocasión para dar a conocer a Cristo. En las ciudades que atravesó se ocupó de fortalecer a los fieles recordándoles el mensaje evangélico, animándoles a vivir la santidad. Tras de sí dejaba la huella de la unidad entre las Iglesias, después de haber alertado contra las herejías que irrumpían con fuerza buscando la confusión y la ruptura con el magisterio eclesial que de ellas se deriva.


Particularmente relevante fue su paso por Esmirna, sede de san Policarpo, que había bebido las fuentes primigenias del cristianismo de manos de san Juan. El edificante y rico legado de san Ignacio que amasó en ese lugar, además de las bendiciones que su presencia proporcionó a los cristianos de la ciudad, ha llegado a nuestros días. Se compone de una serie de cartas dirigidas a sus hermanos de Éfeso, Magnesia, Trales y Roma, a través de las cuales dejaba oír la poderosa voz de la fe que inundaba sus entrañas. A la comunidad romana le había dicho: "Trigo soy de Dios, molido por los dientes de las fieras, y convertido en pan puro de Cristo". No finalizó con estas misivas su encendida catequesis. En Tróada, su siguiente escala, escribió a la comunidad de Filadelfia, a la de Esmirna, y a Policarpo. En estos textos vivos, pujantes de gozo –porque sabía que iba camino de su martirio y ansiaba derramar su sangre por Cristo, ya que de este modo se abrazaría a Él por toda la eternidad–, se percibe cuánto le urgía dejar bien sentadas las bases de la comunión apostólica, recordando las claves del seguimiento, coronadas siempre por la caridad.


La lucha, el esfuerzo, la entrega incesante, la fraternidad, el espíritu de familia, el ir todos a una, y ponerse a merced unos de otros, siempre mirando a quien presidía la comunidad, sin celos, rivalidades y envidias, alumbraron a los fieles a quienes las dirigió y a las sucesivas generaciones. El potente eco de su voz se abre paso en nuestras vidas y nos insta a seguir el camino hasta el fin, recordándonos el valor de la gracia que recibimos cuando nos afiliamos a la Iglesia: "¡Vuestro bautismo ha de permanecer como vuestra armadura, la fe como un yelmo, la caridad como una lanza, la paciencia como un arsenal de todas las armas!".


El 20 de diciembre del año 107, aunque este extremo no está confirmado, compareció ante el prefecto. Fue un trámite fugaz, inútil, ya que todo estaba decidido de antemano, y sin dilación fue conducido al anfiteatro Flavio. Allí unos leones dieron fin a su vida. Las Actas de los mártires reflejan este cruento sacrificio del gran prelado de Antioquia, cuyo sobrenombre de "Theophoros" (portador de Dios) sintetiza el acontecer de ese testigo de Cristo que derramó su sangre por Él. Había sido el primero en denominar "católica" a la Iglesia, en utilizar la palabra "Eucaristía" refiriéndose al Santísimo Sacramento, y en escribir sobre el parto virginal de María. Ha dejado obras excepcionales mostrando que la doctrina eclesial procede de Cristo por medio de los apóstoles. Sus restos fueron llevados a Antioquia.


El martirio de hoy


Un martirio nada lejano a nosotros en los que hoy en día se nos pide a los católicos ser mártires incruentos, es decir mártires que no derraman su sangre física, sino la sangre de la fidelidad a los mandamientos de la Iglesia. Es el martirio de la vida diaria, de los que como Ignacio proclaman con su ejemplo cotidiano que "no es justo hacer lo que la ley de Dios califica como mal para sacar de ello algún bien". De aquellos que aman tanto a Cristo y a la Iglesia "que respetan sus mandamientos, incluso en las circunstancias más graves y prefieren la propia muerte antes de traicionar esos mandamientos". (Cfr. Veritatis Splendor n. 90-91)


Son los mártires que en silencio saben ser católicos hasta las últimas consecuencias: la esposa que ante el "horror" de comunicar al marido que ha quedado embarazada nuevamente en circunstancias económicas desfavorables, saber ser valiente y consecuente con su realidad de católica y nunca piensa en el aborto como la medida "más fácil y segura" para no tener problemas con el marido. Jóvenes que llevan una vida impecable de castidad y pureza, guardando sus cuerpos limpios hasta el matrimonio, "sufriendo" el martirio de la presión avasallante de los medios de comunicación y los amigos que invitan al sexo como a una diversión y pasatiempo "seguros, sin consecuencias graves". Hombres de empresa y obreros que ante la posibilidad de hacer un negocio "no tan limpio" o "hacerle una pequeña trampa al patrón" prefieren seguir con orgullo y con la frente en alto aquel mandamiento que para muchos es viejo y anticuado: "no matarás". Y así tenemos un ejemplo, una fila interminable de mártires del siglo XXI que se presentan todos los días como san Ignacio de Antioquía, ante las nuevas fieras del Circo Máximo y que escuchan también todos los días, las palabras que escuchó san Ignacio con el último rugido del león: "Venid a mí, bendito de mi Padre... hoy estarás conmigo en el Paraíso".



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Por: . | Fuente: Archidiócesis de Madrid



Ermitaño


Martirologio Romano: En Licópolis, de Egipto, san Juan, eremita, que entre sus muchas virtudes se distinguió por su espíritu profético (s. IV).

Etimológicamente: Juan = Dios es misericordia, es de origen hebreo.



Nació en Licópolis, hoy Asiut, en los comienzos del siglo IV y pasó la mayor parte de su vida en la Tebaida, dedicado a la oración y a la penitencia. Parece ser que nació en el seno de una familia pobre y que tuvo en la juventud la profesión de carpintero.

Muy joven marcha a buscar la soledad del desierto; se pone bajo el amparo de santo monje que le orienta en las difíciles sendas de la imitación de Jesucristo, siguiéndole en la soledad. El maestro pone a prueba su disposición mandándole, de modo insólito, que riegue una rama de árbol seca y podrida que ha plantado en la tierra. El joven aprendiz de anacoreta no se complica la vida con disquisiciones por muy razonadas que parezcan; va y viene dos veces al día a por el agua escasa que tiene a distancia y moja y riega su pobre leño. No sabemos cuál fue el resultado de su prueba, pero a él -entonces inexperto- le sirvió para mortificarse y enraizar la obediencia.


Come hierbas y raíces; bebe agua abundante; es de poco dormir, hace mucha oración y extremada penitencia. Las pocas gentes que conoce lo ven lleno de buen humor, servicial, parco en las palabras, acertado en las sentencias que salen de su boca siempre dispuesta a enseñar a Cristo; lo describen barbudo con figura alargada y seca. No daba para otra apariencia aquella vida de ayuno con sol y aire abundante.


Con el paso del tiempo, se aproxima a él gente más apartada. Al correrse las voces sobre la santidad de Juan, el solitario anacoreta, vienen desde lejos a rezar y aprender cosas de Dios. Algunos consultan problemas personales, mientras que otros buscan arreglos de asuntos enconados y con poca solución entre clanes y familias. Algún militar se acerca a exponer sus temores ante los bárbaros que se acercan. Profetiza victorias que se cumplen. Hasta en mismo emperador Teodosio manda embajada de consultas sobre acciones políticas y militares que está a punto de comenzar y requieren prudencia. Nunca permite que una mujer mire ni se acerque a su celda.


En la pobreza del desierto, aunque no dispone de espacio digno donde recibir visitas ilustres, van a verle también monjes como Evagrio del Ponto y su discípulo Paladio del monasterio que está en el desierto de Nitria; en esa ocasión, profetiza a Paladio su futura elección de obispo y las cruces que va a llevar anejas. ¡Y uno de sus visitantes es también Alipio, gobernador de Tebaida!


Juan vivió hasta el año 394, habiendo pasado 75 en el desierto.


Que se sepa, Juan no escribió cosa alguna. Pero quienes le conocieron quedaron tan impresionados de su vida y tan vivamente conmovidos por sus palabras que sí aumentaron su fama. Dicen de él que le oyeron hablar de algún solitario que conoció un fantasma de mujer que le llevó al abandono del desierto -la imaginación descontrolada siempre fue mala consejera-; comentan que hablaba de otros que se dejaron seducir por la sensualidad, se enterraron en la impureza, y arruinaron la vida de entrega en el desierto; y también narran que hablaba de otros a los que el buen Dios les concedió la vuelta por el arrepentimiento. Quizá los testigos y biógrafos querían contar con esto que su larga vida en años fue también larga en experiencia.


La escena del fresco que está en el camposanto de Pisa, pintada por el sienés Pietro Lorenzetti, mostrando a una mujer de extraña hermosura que clava su glacial mirada en el monje barbudo que aprieta su mano, bien pudiera ser un eco artístico de las tentaciones que, como cualquier mortal, hubieron de superar los ermitaños; así, abajados del pedestal de gloria que envuelve sus repetidas historias de santidad, nos los aproxima a la cotidiana vulgaridad de los pecadores mostrándonos el camino tan frecuentado del arrepentimiento.



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Jurista

Octubre 17


Laico, de la Tercera Orden Franciscana, estudioso y catedrático de derecho romano en las universidades de Pavía, Mesina y Módena. Nació en Milán el 4 de abril de 1859 y murió en Suna de Verbania (Lago Maggiore) el 17 de octubre de 1902. Lo beatificó Pío XII en 1947, y está sepultado en la capilla de la Universidad Católica de Milán, como modelo de catedrático católico.


Nos lo ha descrito el papa Pío XI: «Era de estatura media, llena de solidez, de armonía, de elegancia de líneas; el paso rápido, pero firme; paso de un caminante que tiene costumbre y sabe adónde va; la pluma, siempre presta y llena de sabiduría; la palabra, cuidada y persuasiva; en su rostro, un aire de simpatía siempre igual, y que jamás le abandonó hasta la misma víspera de su muerte; pero ante todo, sobre ese rostro brillaba un resplandor de pureza y de amable juventud. Su mirada tenía toda la dulzura de la bondad, excelente corazón; sus ojos, su amplia frente, llevaban consigo el reflejo de una inteligencia verdaderamente soberana». Los retratos que de él conservamos añaden a esta descripción hecha por el Papa una barba densa, un bigote bien poblado y un pelo corto y fuerte.


Como Federico Ozanam, iba a morir muy joven. Si Federico muere a los cuarenta años, Ferrini muere a los cuarenta y tres. Sin embargo, su corta vida resulta maravillosamente densa.


Para explicarnos todo su valor es necesario hacernos cargo primero del ambiente de tensión religiosa y de fermentación intelectual que atravesaba Italia en la segunda mitad del siglo XIX. Planteada la unidad italiana, puesto en difícil conflicto el católico, que de una parte debía desear la unificación de su patria, y de otra, el triunfo de la Santa Sede; abiertas las inteligencias y los corazones a las corrientes ideológicas más avanzadas, una vida católica normal, no digamos revestida de heroica santidad como la de Contardo, resultaba extraordinariamente difícil. Y mucho más cuando tenía que desarrollarse en el cargadísimo ambiente de las universidades.


Y, sin embargo, Contardo, de naturaleza tímida, de carácter retraído, va a pasar largos años de profesorado universitario viviendo con tal intensidad su catolicismo que llegamos a verle en los altares. Es verdad que había nacido en una familia cristianísima el 4 de abril de 1859, un año exactamente después del casamiento de sus padres Rinaldo Ferrini y Luigia Buccellati. Pero la educación allí recibida pudo muy bien malograrse. Al menos ocasiones no faltaron. Contardo resultó desde el primer momento un superdotado, alumno de memoria prodigiosa, hábil versificador, inteligencia agudísima para captar las cosas más abstractas. Cuando aún estaba haciendo la enseñanza media se presentó un buen día a monseñor Ceriani, prefecto de la célebre biblioteca Ambrosiana, para pedirle lecciones de hebreo. Aprendido el hebreo, comenzó con el siríaco. Y después continuó con el sánscrito y el copto. Esta preparación llevaba cuando a los diecisiete años acudía a la Universidad de Pavía, en 1876, para emprender la carrera de Derecho.


Le esperaban duras pruebas. El ambiente del colegio Borromeo, en el que se iba a hospedar, era un ambiente difícil. Sus compañeros vivían continuamente entre conversaciones impuras, a las que él tenía horror. Contardo prefería quedarse solo, en su celda helada, antes que bajar a las salas de estudio a compartir la conversación con sus compañeros. El invierno es frío y húmedo en Pavía, y parece que lo fue de una manera especial en aquella ocasión. Pero la delicadísima virtud de Contardo, que en muchas ocasiones llegó hasta el escrúpulo, prefería pasar por todo antes que poner en peligro su pureza o su fe. En el verano de 1881, previo el consejo de su director espiritual, hizo voto de castidad. Muchísimas veces durante su vida se le ofrecerían partidos brillantes y espléndidas ocasiones de casarse. Pero él murió soltero y fiel al voto hecho entonces.


Su carrera científica fue impresionante. Desde el primer momento prefirió no los estudios fáciles y brillantes, sino los difíciles y pesados. Por influencia de su tío, el abate Buccellati, que enseñaba Derecho penal, tuvo esta ciencia sus preferencias. Su tesis doctoral, defendida brillantemente en junio de 1870, versó sobre la importancia de Homero y Hesiodo en la historia del derecho penal. Le concedieron una beca, con la que pudo proseguir sus estudios en Berlín. El papa Pío XII destacó, en el discurso pronunciado con motivo de su beatificación, lo que para Contardo supuso el contacto con los grandes pandectistas alemanes. La ciencia germana del Derecho romano alcanzaba entonces su más alta cúspide: Mommsen, Voigt, Pernice... se dieron cuenta de la extraordinaria capacidad de aquel joven italiano y le ayudaron. Es curioso que fuese un luterano, von Lingenthal, el que más íntimamente influyera sobre él en el aspecto científico.


Al morir este sabio, Contardo publicó una breve biografía, en la que se deshace en elogios de la ciencia y religiosidad de su antiguo maestro. Alaba en él un sentimiento vivísimo de la naturaleza y un sentimiento religioso muy acendrado.


Sin embargo, el juicio de Contardo sobre el protestantismo es severísimo: «Ciertamente hay virtud entre los protestantes, hay sinceros admiradores del Hombre-Dios, hay flores que se embellecen con el rocío celestial y que Dios no rechazará; pero cuanto de bueno hay queda imperfecto, privado de aquella eficacia que tendría del Dios vivo a la sombra de los altares católicos. El protestantismo nos da personas honradas, que en nuestra religión inmaculada serían santos».


Disfrutó, en cambio, inmensamente en su contacto con los católicos alemanes. Era un catolicismo serio, lleno de coraje y de entusiasmo, depurado por las pruebas del Kulturkampf. Características todas ellas que iban muy bien con su manera de ser.


En 1881 emprende una edición crítica de la paráfrasis griega de las Instituciones de Justiniano atribuida a Teófilo, para la que hubo de buscar manuscritos en Copenhague, París, Roma, Florencia y Turín. Y en octubre de 1883, a los veinticuatro años, se encarga en la Universidad de Pavía de la cátedra de exégesis de las fuentes del derecho y de un curso de historia del Derecho penal romano. Iniciaba así sus tareas docentes. Poco después concursa a una cátedra de Bolonia, que no se le dio por motivos políticos. En 1887 pasa a enseñar a Mesina, y en 1890 a Módena. Por fin, en 1894, volvía a su amada Facultad de Pavía, en la que había de perseverar hasta la muerte.


Hizo de su consagración al estudio y a la enseñanza un verdadero sacerdocio. Al principio sus clases eran pesadas, llenas de referencias y citas. Con el tiempo fueron aclarándose y simplificándose, hasta llegar a ser verdaderamente modelos de pedagogía. Los alumnos sabían que podían contar con él a todas las horas, seguros de encontrar siempre un consejero leal y un profesor amigo de ayudarles. Independientemente del cumplimiento escrupuloso de sus deberes de catedrático, llevó toda su vida en lo más íntimo de su corazón un apasionado amor a la investigación científica. En veinte años publicó cerca de doscientos trabajos. Pero no se trataba de fáciles improvisaciones, ni de escritos ligeros de vulgarización. Una vez más escuchamos a Pio XI describir su obra de investigador: «¡El trabajo! Un trabajo científico en sumo grado; un trabajo de investigación, de reflexión, de enseñanza. Un trabajo que Ferrini realizaba con celo apasionado, pero que puede muy bien clasificarse entre los más áridos, por desarrollarse casi por entero sobre textos antiguos, sobre escrituras difíciles de descifrar y más difíciles aún de comprender. Nos mismo le hemos visto más de una vez puesto el trabajo, con su inteligencia soberana. Leía a primera vista los textos embrollados, ocultos bajo las escrituras indescifrables de los siglos antiguos: en latín, en griego, en siríaco, porque él pasaba con la mayor facilidad de una lengua a otra. Leía los textos, y al primer golpe de vista captaba su sentido y, a vuela pluma, daba la traducción latina o italiana. Labor fatigosísima, esencialmente difícil y ardua, y que sólo puede apreciar el que tiene la experiencia de ella; una labor que asemeja a un verdadero y largo cilicio llevado durante toda la vida».


Aún hoy tropezamos con su nombre, después de tantos descubrimientos y de tantos avances en el derecho romano, en las monografías y estudios que actualmente se publican. Algunas de sus obras pueden considerarse verdaderamente definitivas. Son el fruto de larguísimas horas de trabajo, de una vida de recogimiento y de laboriosidad.


Ocasiones hubo, sin embargo, en que debió salir de su aislamiento. Así, por ejemplo, en 1895, fue elegido concejal del Ayuntamiento de Milán. Y en verdad que sus contemporáneos hubieron de reconocer que su actuación resultaba ejemplar. Supo luchar como bueno en los difíciles problemas planteados en aquel tiempo contra el divorcio, por la salvación de la infancia abandonada. Pero en este mismo terreno de la política se mostró fiel hijo de la Iglesia. Eran tiempos verdaderamente difíciles, en que católicos de buenísima voluntad resbalaron a veces. Contardo se mantuvo siempre fiel a las directivas pontificias.


Es lástima que no podamos recoger rasgos encantadores de su vida que se han conservado. Su modestia excesiva, sin consentir nunca que alabaran en su presencia algunas de sus obras científicas; su vivo sentido de la liturgia y su amor apasionado por la santa misa; su encantadora sumisión a sus padres, a los que obedecía como un niño, siendo ya catedrático respetable; su figura de excepcional alpinista; su devoción a San Francisco de Asís, de quien era terciario; su espíritu de pobreza, verdaderamente extraordinario; su irradiación apostólica, dentro de la que muy bien puede englobarse otra figura, posterior, pero también muy importante del catolicismo italiano y que pronto esperamos ver en los altares: Vico Necchi.


Resulta encantador verle regresar por la noche a casa de su hermana, a tres kilómetros de Pavía, cenar allí con el matrimonio, jugar, por complacerles, una partida de cartas, rezar el rosario en familia, y acostarse para emprender al día siguiente, a las cinco y media de la madrugada, su nueva jornada universitaria.


Así hasta el 17 de octubre de 1902. Una fiebre tifoidea le llevó rápidamente al sepulcro en Suma (Novara). La fama de santidad le rodeó muy pronto. Su causa fue introducida en 1924, y en 1947 Pío XII realizaba uno de los deseos más queridos de su antecesor en el solio pontificio: su solemne beatificación.


Su tumba se encuentra hoy en la Universidad Católica del Sagrado Corazón, de Milán, que no llegó a conocer, pero que sí podemos decir que presintió y amó anticipadamente. En aquella recogidísima capilla, profesores y alumnos aprenden, frecuentándola, a vivir el auténtico ideal del universitario católico.



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Nació en Yécora (Alava) el 24 de abril de 1880. Hizo el Postulantado marianista en Vitoria (España) y en Pontacq (Francia) de 1892 a 1896 y emitió sus primeros votos en la Compañía de María en 1897.

Después de dos años de preparación en Escoriaza (Guipúzcoa), inició su carrera de profesor y educador que ejerció durante 35 años. Enseñó en varios colegios Marianistas de España: Jerez de la Frontera, Cádiz, Madrid (1910-1933) y Ciudad Real. Dotado de una personalidad alegre y expansiva, exuberante de celo apostólico, se valió de la simpatía como método educativo, consiguendo notables resultados y dejando una imborrable huella entre sus alumnos. Durante su estancia en Madrid, y sin dejar la enseñanza, obtuvo el grado de Doctor en Ciencias Históricas. Su tesis doctoral “Carpetania Romana” (1934) es el fruto de numerosos descubrimientos arqueológicos, llevados a cabo con la colaboración de sus alumnos. Discípulo de Hugo Obermaier, gran amigo de los Marianistas, el Dr. Fuidio es considerado en la actualidad como uno de los pioneros de la arqueología madrileña. Como religioso, observaba fielmente sus compromisos y siempre estaba dispuesto a ayudar a sus cohermanos. En su vida de comunidad trató de ser según su propia expresión, “propagador de entusiasmo y sembrador de optimismo”. Amaba a su Instituto con cariño filial y cultivaba una devoción especial a la Virgen María.


A finales de junio de 1936, Fidel Fuidio fue operado de una hernia en Madrid, regresando a su comunidad de Ciudad Real el 17 de julio, aún convaleciente de su operación. El 25 de julio, Fidel tuvo que dejar su comunidad y trasladarse a una fonda, ya que el Colegio había sido requisado por la Guardia Civil. El 7 de agosto, los milicianos se presentaron de noche en la pensión para proceder a una detención y se llevaron también a Fidel, al verle un crucifijo en el pecho. Lo condujeron al Gobierno Civil, en cuyo desván habían instalado un cárcel provisional. El tiempo de su prisión lo pasó preparándose a bien morir y tratando de levantar la moral a los demás detenidos. Rezaba constantemente y se confesaba a menudo con los sacerdotes presos, manifestando muchas veces su prontitud a “morir por la fe”. El 15 de octubre fue dejado en libertad después de un simulacro de juicio. Pero antes de salir de la prisión fue llevado por los milicianos a la “Casa del Pueblo”. De allá lo sacaron en la noche del 16 al 17 de octubre y lo fusilaron en Carrión de Calatrava.



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Nació en Montperreaux diócesis de Besancom (Francia) en 1799.

Estudió en el Seminario Mayor de Besancom, era miembro de la Sociedad de Misioneros en el Exterior de París, en 1822 fue enviado como misionero a Vietnam. Cuando el gobierno comenzó su ofensiva contra los cristianos, Isidoro convirtió al cristianismo a las autoridades de Bongson.


Fue estrangulado hasta morir en Hue (1833) y enterrado en Phukam, luego sus religuias fueron trasladadas a París.


San Isidoro Gagelin es uno de los 117 mártires de Vietnam, en Octubre 17 se recuerda su festividad particular.


Para ver más sobre los 117 mártires en Vietnam haz "click" AQUI



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