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12:47 a.m.
Martirologio Romano: En una montaña cerca de Apamea, en Siria, san Marón, eremita, muerto después de una vida de áspera penitencia e intensa piedad, fundándose sobre su sepulcro un célebre monasterio, alrededor del cual se originó la nación que lleva su nombre (c. 423).

San Marón nació en Siria; hombre humilde, que un día oyó la voz de Dios, aceptando inmediatamente el desafío que significaba seguirle.


San Marón eligió una morada solitaria no lejos de la ciudad de Cirrus en Siria, y allí, por espíritu de mortificación, vivía casi siempre a la intemperie. Cierto es que tenía una pequeña cabaña cubierta con pieles de cabra para guarecerse en caso de necesidad, pero rara vez la utilizaba. Encontró las ruinas de un templo pagano, lo dedicó al verdadero Dios, y lo convirtió en casa de oración. San Juan Crisóstomo, que lo estimaba mucho, le escribía desde Cucusus, donde estaba desterrado, y se encomendaba a sus oraciones, rogándole le diera noticias suyas con la mayor frecuencia posible. San Marón había tenido por maestro a San Zebino, cuya asiduidad en la oración era tal, que se dice que pasaba días y noches enteras orando, sin experimentar cansancio. Generalmente rezaba de pie, aunque cuando ya era muy anciano, tenía que sostenerse con un báculo. A los que iban a consultarle, respondía con la mayor brevedad posible; tan deseoso estaba de pasar todo su tiempo en conversación con Dios.


San Marón, no solo fue ejemplo, sino que además fue para aquellos hombres un líder lleno de sabiduría y del Espíritu Santo, que supo dar sentido a cada acción, con inflexible disciplina. Alcanzó en vida, fama de santidad en incluso realizó milagros de curación y conversión.


Sus virtudes fueron ampliamente conocidas: justicia, templanza, castidad y trabajo duro, semillas que él mismo plantó en otros, quienes se convirtieron en el campo fértil, que llevó a Dios numerosas vocaciones, que serían tiempo después labradores diligentes y sabios, que harían florecer la Montaña de Líbano en la fe sólida y verdadera de nuestro Señor Jesucristo.


San Marón imitó a su maestro en la constancia en la oración, pero trataba a sus visitantes de modo diferente. No sólo los recibía con suma bondad, sino que los invitaba a que se quedaran con él, aunque muy pocos estaban dispuestos a pasar toda la noche en pie, rezando. Dios recompensó sus trabajos con gracias abundantísimas y con el don de curar enfermedades tanto corporales como espirituales. No es sorprendente por tanto, que su fama como consejero espiritual se extendiera por todas partes. Esto le atrajo grandes multitudes, Formó a muchos santos ermitaños y fundó monasterios; sabemos que, cuando menos, tres grandes conventos llevaron su nombre. Teodoreto, obispo de Cirrus, dice que los numerosos monjes que poblaron su diócesis fueron formados por las instrucciones del santo. San Marón fue llamado al premio después de una corta enfermedad, la cual dice Teodoreto, reveló a todos la gran debilidad a que estaba reducido su cuerpo. Los pueblos vecinos se disputaron sus restos. Finalmente obtuvieron el cuerpo los habitantes de un centro relativamente populoso y construyeron sobre su tumba una espaciosa iglesia con un monasterio anexo, cerca de la fuente de Orontes, no lejos de Apamea.


Los Maronitas son los cristianos que deben su nombre a San Marón, santo hombre, rígido defensor de la fe católica de oriente. fue ejemplo para muchas personas, estos fueron sus discípulos, escuchando sus enseñanzas, imitando sus virtudes. estos disipulos fueron llamados "Discípulos de San Marón" que después de su muerte en el año 420, crecieron mucho.



11:33 p.m.








Jerónimo Emiliani, Santo
Jerónimo Emiliani, Santo

Patrono de los huérfanos y de la juventud abandonada

Febrero 8




En una época en la que la cultura era muy importante, pero la escuela era privilegio de pocos, hubo en la Iglesia un florecimiento de santos que se impusieron como misión la instrucción de la juventud. Entre ellos Gaetano de Thiene, Antonio María Zacarías, Angela de Mérici, Jerónimo Emiliano, Felipe Neri, José Calasancio, etc.


Sabemos muy poco de los primeros años de vida de San Jerónimo Emiliano (también Miano o Miani). Nació en Venecia en 1486, y como todos los de familias importantes siguió la carrera militar. En 1511 cayó prisionero en Castelnuovo mientras luchaba contra la Liga de Cambrai. Durante su cautiverio, se dedicó a meditar sobre lo efímero del poder mundano, como le sucedió diez años después a San Ignacio de Loyola. Inesperadamente fue liberado un mes después, y entonces sintió viva la vocación de dedicarse al servicio de los pobres, de los enfermos, de los jóvenes abandonados y de las mujeres “arrepentidas”. Un campo sumamente vasto. Después de un corto “noviciado” como penitente con Giampietro Carafa, el futuro Pablo IV, Jerónimo fue ordenado sacerdote en 1518.


Diez años después hubo una carestía tremenda en toda la región y luego una epidemia de peste; entonces Jerónimo vendió todo lo que tenía, incluso los muebles de casa, y se dedicó a la asistencia de los apestados. Había que enterrar a los muertos, y lo hacía de noche. Pero, también había que pensar en los vivos, sobre todo en los niños que habían perdido a sus padres, y en las mujeres que por la necesidad se dedicaban a la prostitución. Verona, Brescia, Como, Bergamo fueron el campo de su acción bienhechora. Fue entonces cuando en Somasca fundó la Orden de Clérigos Regulares, destinada a ayudar a los niños huérfanos y a los pobres. Los Padres Somascos fueron quienes realizaron el grande proyecto del fundador: la institución de escuelas gratuitas para todos y en las que se adoptó el método revolucionario llamado “método dialogado”.


San Jerónimo Emiliano murió sobre el surco: mientras asistía a los enfermos de peste en Somasca, fue atacado por la misma peste y murió entre sus hijos predilectos: los pobres y los enfermos, a quienes había dedicado todos sus esfuerzos. Era el 8 de febrero de 1537. Fue canonizado en 1767, y en 1928 Pío XI lo nombró Patrono de los huérfanos y de la juventud abandonada. Antes de la reforma del calendario, su fiesta se celebraba el 20 de julio.



11:33 p.m.








Jaqueline o Jacoba de Settesoli, Beata
Jaqueline o Jacoba de Settesoli, Beata

Viuda

Inscrita como Beata únicamente en el Propio Franciscano


Etimológicamente: Jaqueline = forma francesa de Jacoba = femenino de Jacobo = Aquel que sigue a Dios, es de origen hebreo


Era una señora descendiente de la nobleza de Roma. Se casó con Graciano Frangipane, conde de Marino y señor de Septizonium, del que tuvo dos hijos: Juan y Graciano. En 1217 quedó viuda, siéndolo por muchos años. No solo era noble, sino que política y económicamente estaba bien situada, puesto que su hijo Juan, testigo de los estigmas de San Francisco, fue años después procónsul de Roma y conde del Sagrado Palacio. Según el biógrafo de Francisco que, en definitiva, es quien más detalles da de su vida, afirma que era de "notable santidad, por la perfección de las virtudes y por la vida ejemplar durante su larga viudez". Tuvo una relación muy especial de cariño y cercanía espiritual con Francisco, además de ternezas propias de madre, como prepararle y enviarle los dulces preferidos del santo.


La anécdota más conocida entre la Beata Jacqueline y San Francisco fue en el momento de la muerte del santo, cuando el hermano portero no la dejaba entrar al monasterio, a pesar de haberla llamado el santo junto a sí. Ante esto Francisco dijo que si bien no podían entrar mujeres, “fray Jacoba” sí que podía hacerlo. Dice la leyenda que el santo la había mandado a buscar pidiéndole los dulces que tanto le gustaban y a punto de salir el emisario, apareció ella, que ya sabía por revelación que el santo se moría. Francisco le regaló un corderito que la acompañaría a todos los sitios, incluido a misa. Es lógico pensar que, puesto que traía la túnica, velas y demás ornamentos fúnebres, fuera quien preparó el cuerpo del santo para su entierro.


Sea como fuere, después de la muerte del santo, ella se trasladó a Asís, donde llevó una vida de oración y penitencia según la vida franciscana. Allí falleció muy mayor, en el año 1274 y fue enterrada junto al santo, en la cripta de la basílica de San Francisco. Fue inscrita como beata en el Propio franciscano, a 8 de febrero. Este año, en el Consejo General de la Orden se estableció el día de su memoria como “Día de oración para los afiliados a la Orden”, pues si bien no fue terciaria, aquel “fray Jacoba” la afilió para siempre a la Orden, y es representante de los que aman y ayudan la espiritualidad franciscana.


¡ Felicidades a quienes lleven este nombre!.




11:33 p.m.

Fundadora

Febrero 8




Era una oración de confianza. Esta disposición iba creciendo en ella cada vez más y con mayor intensidad. Centró su mundo interior en la Eucaristía, la única que da alas para volar por el firmamento de la santidad.


Se entregó a vivir la caridad tan a tope, que incluso llegaba hasta preocuparse por las almas del purgatorio.


Lo veía todo bajo el prisma de la comunión de los santos. Y pensando en todo esto, fundó una asociación de 6.000 mujeres que buscaran y miraran esta comunión.


Para darse cuenta de que no eran sueños suyos, se fue a Ars, en donde estaba el cura Juan Bautista Vianney. Le hizo la consulta sobre su proyecto divino.


Y el santo Cura de Ars, mundialmente conocido, le respondió que como era cosa de Dios, siguiera adelante.


Otra de las misiones de estas Hermanas es la educación de los niños, sobre todo en el tema de la catequesis y las misiones.

Nació en Lille en 1825 y murió en 1856.


¡Felicidades a quienes lleven este nombre!



11:47 p.m.
Sitúate en el año 700 antes de Cristo. Y a continuación lee el libro de Tobías en la Biblia. Es corto y agradable.

Este hombre gozaba cumpliendo con su deber religioso, a pesar de que sus padres y familiares adorasen al becerro de oro o a ídolos falsos.

Si sus familiares pasaban de ir a las fiestas sagradas para los judíos en la ciudad santa de Jerusalén, él no se perdía ninguna.

La mujer siempre ayuda mucho cuando se comparte todo, incluso el tema de la fe.


La invasión de Israel por parte del rey de Nínive, hizo que muchos judíos fueran desterrados. Tobías, que tenía muy buenas cualidades, llegó a ocupar un buen puesto en la administración del gobierno.


Y como los vaivenes de la política son como son, al entrar un nuevo rey en Nínive, llamado Senaquerib, atacó a los israelitas, y a Tobías le destituyó del cargo que ocupaba con el rey anterior.


Tan malo era este monarca que no permitió que enterraran a los israelitas. Quería ver el festín que hacían los cuervos con sus cuerpos.


Tobías, exponiéndose a la muerte, los enterraba de noche. Y para colmo, al quedarse dormido en casa, unas golondrinas soltaron su excremento en sus ojos y se quedó ciego. Fue entonces su mujer la que sacó la casa adelante trabajando de hilandera.


Tobías siguió ciego durante cuatro años. La economía de casa no iba bien. Se acordó de que un amigo le debía dinero. Le mandó a su hijo Tobías que fuera a pedírselo con estas palabras: "Vaya a la plaza y busque un buen hombre que lo quiera acompañar durante el largo y peligroso viaje, y dígale que le pagaremos el sueldo debido durante todo el tiempo que dure el viaje".


Fue san Rafael el compañero, disfrazado de hombre, el que le acompañó. Al llegar a la casa que buscaban, Tobías se enamoró de la joven Sara. Recibió el dinero que le correspondía, la boda se celebró tal y como era costumbre en aquel tiempo, y desde entonces toda la familia gozó de mucha paz, y el ángel Rafael desapareció de su vista.


¡Felicidades a los Tobías!



11:47 p.m.
Etimológicamente significa “relativo a la nieve” o “Nirvana” (Tenerife). Viene de la lengua latina.

Toda comunión está minada en la base por la desconfianza y el recelo, el lacerante recelo que puede llegar a tomar formas seductoras. La confianza es esencial para evitar rupturas humanas e incluso guerras..


La familia de san Bernardo de Claraval vivió la unidad completa. Sus padres soñaban con grandes glorias para sus hijos, y ellos, sin embargo, añoraban y ansiaban la santidad como ideal de sus vidas.


Los padres lees educaron a que visen todo bajo el prisma de la fe. Así les fue relativamente fácil lograr lo que se proponían.


Nivardo era el último de sus hijos, seis en total. A los 13 años se iba de vez en cuando a la abadía ver a su hermano Bernardo. Todos le decían que se quedara en casa para que la herencia pasara enteramente a él.


El, con envidia, les decía: "Vosotros habéis escogido el cielo y a mí me dejáis la tierra". Les dijo que no. El prefería quedarse en la abadía con ellos para estar más unido a Dios y parecerse más a Jesús de Nazaret.


Se cuenta que Doña Sancha de Castilla quería fundar en su reino algún que otro monasterio. Y llevada por la fama de san Bernardo, le rogó que le enviase monjes.


Bernardo, al ver que su hermano Nivardo ardía en deseos de ser monje, lo envió como abad del nuevo monasterio de la Santa Espina.


Todo el fue de maravilla. Pero cuando vio que sus años tocaban a su fin, se marchó a Claraval. Todo el mundo sintió en España su ida a Francia. Fue un monje del siglo XII.


Si alguna vez tienes tiempo, te recomiendo que leas el libro “La familia que alcanzó a Cristo”.


¡Felicidades a quien lleve este nombre!



11:47 p.m.
Martirologio Romano: En la ciudad de París, en Francia, beata Rosalía (Juana María) Rendu, virgen de la Hijas de la Caridad, que trabajó incansablemente en una vivienda de los suburbios más pobres de la ciudad, dispuesta como refugio para necesitados, visitando en sus casas a los pobres. En tiempo de luchas civiles trabajó a favor de la paz y convenció a muchos jóvenes y a ricos para que se dedicasen a obras de caridad (1856).

Etimológicamente: Rosalía = Corona de rosas, es de origen latino.


Fecha de beatificación: 9 de noviembre de 2003 por el Papa Juan Pablo II.



Jeanne Marie se preocupa mucho por corresponder bien a las exigencias de su nueva vida. Su salud se resiente tanto por la tensión de su espíritu como por la falta de ejercicio físico. Siguiendo el consejo del médico y de su padrino, señor Emery, envían a Jeanne Marie a la casa de las Hijas de la Caridad del barrio Mouffetard, para dedicarse al servicio de los pobres. Allí permanecerá 54 años.

La sed de acción, de entrega, de servicio, que abrasaba a Jeanne Marie no podía encontrar un terreno mas propicio para ser saciada que este barrio parisiense. Es, en aquella época, el barrio más miserable de la capital en plena expansión: pobreza en todas sus formas, miseria psicológica y espiritual, enfermedades, tugurios insalubres, necesidades... son el lote cotidiano de sus habitantes que luchan por sobrevivir. Jeanne Marie, que recibió el nombre de Sor Rosalía, hizo allí “su aprendizaje” acompañando a las Hermanas en la visita a los enfermos y a los pobres. Al mismo tiempo enseña el catecismo y la lectura a las niñas que acogían en la escuela gratuita. En 1807, Sor Rosalía, con emoción y con una profunda alegría, rodeada de las Hermanas de su comunidad, se compromete por medio de los votos al servicio de Dios y de los pobres.


En 1815, Sor Rosalía es nombrada Superiora de la comunidad de la calle de los “Francs Bourgeois”, que será trasladada dos años más tarde a la calle de “L´Epée de Bóis” por razones de espacio y de comodidad. Entonces van a poder revelarse todas sus cualidades de abnegación, de autoridad natural, de humildad, de compasión, su capacidad de organización, etc. Sus pobres, como los llama, son cada vez más numerosos en esta época turbulenta. Los estragos de un liberalismo económico triunfante acentúan la miseria de los marginados. Sor Rosalía envía a sus Hermanas a todos los rincones de la feligresía de la parroquia de “Saint Médard” para llevar alimentos, ropa, atender a enfermos, decir una palabra reconfortante... las damas de la Caridad las ayudan en las visitas a domicilio. La joven Conferencia de San Vicente de Paúl viene a buscar en Sor Rosalía apoyo y consejos para ir en ayuda de todos los necesitados.


Con el fin de aliviar a todos los que sufren, Sor Rosalía abre un dispensario, una farmacia, una escuela, un orfanato, una guardería, un patronato para las jóvenes obreras y una casa para ancianos sin recursos. Muy pronto, va a establecerse toda una red de obras caritativas para combatir la pobreza.


Su ejemplo estimula a sus Hermanas, con frecuencia les dice: “Debéis ser como un apoyo en el que todos los que están cansados tienen derecho a depositar su carga”. Y así, sencillamente, vive la pobreza y deja transparentar la presencia de Dios en ella.


Su fe, firme como una roca y límpida come una fuente, le hace ver a Jesucristo en toda circunstancia: experimenta en lo cotidiano la convicción de San Vicente: “Si vais diez veces cada día a ver a un pobre, diez veces encontraréis en él a Dios... vais a pobres casas, pero allí encontraréis a Dios”. Su vida de oración es intensa; como afirma una Hermana, “vivía continuamente en la presencia de Dios; si tenía que cumplir una misión difícil, estábamos seguras de verla subir a la capilla o de encontrarla de rodillas en su despacho”.


Estaba atenta a asegurar a sus compañeras el tiempo para la oración, pero había “que saber dejar a Dios por Dios” como San Vicente había enseñado a sus Hijas. Así, Sor Rosalía, al ir con una Hermana a hacer una visita de caridad, la invita diciendo: “Hermana comencemos nuestra oración”. Indica con pocas y sencillas palabras la historia y entra en un profundo recogimiento.


Como la religiosa en el claustro, Sor Rosalía camina con Dios: le habla de aquella familia con dificultades porque el padre no tiene ya trabajo, de ese anciano que corre el riesgo de morir sólo en la buhardilla: “Nunca he hecho tan bien la oración como en la calle” dice ella.


“Los pobres notaban su modo de rezar y de actuar”, dice una de sus compañeras. “Humilde en su autoridad, Sor Rosalía nos reprendía con una gran delicadeza y tenía el don de consolar. Sus consejos, procedentes de la justicia y con todo su afecto, penetraban en las almas”.


Es muy atenta en el modo de acoger a los pobres. Su espíritu de fe ve en ellos a nuestros “maestros y señores”. “Los pobres os maltratarán”. Cuanto más maleducados e insolentes sean, con más dignidad debéis tratarlos. Dice: “Recordad que esos harapos esconden a Nuestro Señor”.


Los superiores le mandan las postulantes y las Hermanas jóvenes para la formación. Le envían a su casa, por cierto tiempo, a Hermanas un poco difíciles o frágiles. A una de sus Hermanas en crisis le da un día un consejo, que es el secreto de su vida: “Si quiere que alguien la quiera, sea la la primera en amar, y si no tiene nada que dar, dése a sí misma”. Con el aumento de Hermanas, la casa de beneficencia se convierte en una casa de caridad con un ambulatorio y una escuela. Ella ve en ello la Providencia de Dios.


Su notoriedad se extiende pronto por todos los barrios de la capital y, más allá, a las ciudades de provincias. Sor Rosalía sabe rodearse de colaboradores generosos, eficaces y cada vez más numerosos. Los donativos afluyen rápidamente, pues los ricos no saben resistir a esta mujer persuasiva. Incluso los soberanos que se sucedieron en el gobierno del país no lo olvidaron en sus generosidades.


Las Damas de la Caridad ayudan en sus visitas a domicilio. A menudo podía verse en el recibidor de la casa a obispos, sacerdotes, el embajador de España, Donoso Cortés, Carlos X, el general Cavaignac, los hombres de Estado y de la cultura, hasta el emperador Napoleón III con su cónyuge, así como estudiantes de derecho, de medicina, alumnos del politécnico, que iban a buscar información, recomendaciones o a pedir consejo sobre a qué puerta ir a llamar antes de hacer una buena obra. Entre ellos el beato Federico Ozanam , cofundador de las “Conferencias de San Vicente de Paúl” y el Venerable Juan León Le Prévost, futuro fundador de los Religiosos de San Vicente de Paúl, que buscaban consejo para poner en marcha sus proyectos.


Ella estaba en el centro de un movimiento de caridad que caracterizó París y Francia en la primera mitad del siglo XIX.


La experiencia de Sor Rosalía es inestimable para aquellos jóvenes. Ella orienta su apostolado, guía sus idas y venidas en el suburbio, les da direcciones de familias necesitadas escogiéndolas con cuidado.


Entra también en relación con la Superiora del “Bon Sauveur” de Caen y le pide que acoja a muchas personas. Está especialmente atenta a los sacerdotes y religiosas afectados de trastornos psíquicos. Su correspondencia es breve pero emocionante por su delicadeza, paciencia y respeto hacia esos enfermos.


Las pruebas no faltan en el barrio Mouffetard. Las epidemias de cólera se suceden. La falta de higiene, la miseria favorecen su virulencia. De modo particular, en 1832 y en 1846, la abnegación y riesgos que corren Sor Rosalía y sus Hermanas causaron admiración. Se la vio recoger ella misma los cuerpos abandonados en las calles durante las jornadas de motines de julio de 1830 y de febrero de 1848 en las barricadas y las luchas sangrientas que enfrentan el poder a una clase obrera desencadenada. Monseñor Affre, arzobispo de París, es asesinado al querer interponerse entre los beligerantes. Sor Rosalía sufre, ella también sube a las barricadas para socorrer a los combatientes heridos, fueran del bando que fueran. Sin temor alguno, arriesga su vida en los enfrentamientos. Su valentía y su espíritu de libertad causan admiración.


Cuando se restablece el orden, trata de salvar a muchos de aquellos hombres que conoce bien y que son víctimas de una feroz represión. Le ayuda mucho el alcalde del distrito, doctor Ulyssse Trélat, republicano puro, muy popular él también.


En 1852, Napoleón III decide imponerle la Cruz de la Legión de honor. Ella está dispuesta a rehusar este honor personal, pero el Padre Etienne, superior de los Sacerdotes de la Misión y de las Hijas de la Caridad, le obliga a aceptar.


De salud frágil, Sor Rosalía nunca se tomó un instante de descanso, y acababa siempre por superar sus fatigas y sus fiebres. Pero, la edad, una gran sensibilidad y la acumulación de tareas, acaban por llegar al extremo de su gran resistencia y de su fuerte voluntad. Durante los dos últimos años de su vida, se va quedando progresivamente ciega y muere el 7 de febrero de 1856, tras una corta enfermedad.


La emoción es grande en el barrio y en todos los medios sociales de París y provincias. Después de celebrar los funerales en la Iglesia de Saint Médard, su parroquia, una multitud inmensa, embargada por la emoción, sigue a su cadáver hasta el cementerio de Montparnasse, queriendo así manifestar su admiración por la obra que ha realizado y su afecto hacia esta Hermana extraordinaria.


Numerosos artículos de la prensa dan testimonio de la admiración e incluso de la veneración que Sor Rosalía había suscitado. Periódicos de toda tendencia se hacen eco de los sentimientos del pueblo.


L´Univers, periódico principal católico de la época, dirigido por Louis Veuillot, escribe el 8 de febrero: “Nuestros lectores comprenderán la gran desgracia que acaba de acontecer a la clase pobre de París y unirán sus sufragios a las lágrimas y oraciones de los necesitados”.


El Constitutionnel, periódico de la izquierda anticlerical, no duda en anunciar la muerte de esta Hija de la Caridad.“Los pobres del distrito 12 acaban de tener una pérdida muy lamentable: Sor Rosalía, superiora de la comunidad de la rue de l´Epée de Bois murió ayer después de una larga enfermedad. Desde hace muchos años, esta respetable religiosa era la providencia de las clases necesitadas, muy numerosas en ese barrio”.


El periódico oficial del Imperio, le Moniteur, alaba la acción benéfica de esta Hermana: “Se han rendido las honras fúnebres a la Hermana Rosalía con un brillo inhabitual: esta santa mujer era, desde hace cincuenta y dos años, muy caritativa en un barrio donde hay muchos miserables que socorrer. Todos los pobres, llenos de gratitud, la han acompañado a la Iglesia y al cementerio. Un piquete de honor formaba parte del cortejo”


Muy numerosos son los que van a visitarla al cementerio “Montparnasse”. Y a recogerse ante la tumba de aquella que fue su Providencia. Pero !qué difícil es encontrar el lugar reservado a las Hijas de la Caridad! Por eso, se trasladan sus restos a un lugar mucho más accesible, mas cerca de la entrada del cementerio. En su tumba sencilla, hay una gran cruz, en cuya base están grabadas estas palabras: “A Sor Rosalía, sus amigos agradecidos, los pobres y los ricos”. Manos anónimas han adornado y continúan adornando con flores su sepultura como homenaje, discreto pero permanente, a esta humilde Hija de la Caridad de San Vicente de Paúl.



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Martirologio Romano: En Roma, beato Pío IX, papa, que proclamó la verdad de Cristo, a quien estaba íntimamente unido, e instituyó muchas sedes episcopales, promoviendo el culto de la Santísima Virgen María y convocando el Concilio Vaticano I (1878).

Fecha de beatificación: 3 de septiembre de 2000 por el Papa Juan Pablo II.



Pío IX, en el siglo Giovanni Maria Mastai Ferretti, nació el 13 de mayo de 1792 en Senigallia. Fué elegido pontífice el 16 de junio de 1846, suscitando esperanzas en los ambientes patrióticos liberales y católicos: uno de los primeros actos fue la promulgación de una amnistía para los prisioneros políticos y consintió algunas reformas en el Estado Pontificio. En los primeros dos años del pontificado, se ganó el título de papa liberal, patriótico y reformador.

En abril de 1848, cuando era evidente que la masonería internacional fomentaba atentados, revoluciones y desórdenes contra el Papado y las naciones tradicionalmente católicas, Pío IX tomó distancia de las facciones más radicales de los patriotas italianos. A raiz del desencadenamiento de motines insurreccionales en Roma, se trasladó a Gaeta, mientras que en la ciudad eterna se proclamaba poco después, en 1849, la República Romana por parte de Giuseppe Mazzini, Carlo Armellini e Aurelio Saffi. Las iglesias fueron saqueadas mientras Mazzini se incautaba de obras de arte, propiedad de la Iglesia, para pagar a la masonería británica que había anticipado el dinero necesario para tomar Roma.


Gracias a la intervención de las tropas francesas, la República romana cayó y el Papa pudo volver a la capital en 1850. Desde entonces, el Pontífice puso en marcha una política de intransigencia («Non possumus») hacia las exigencias del poder laico, convirtiéndose en el adversario más acérrimo del ala anticlerical de la masonería.


En 1854, proclamó el dogma de la Inmaculada Concepción y, en el primer Concilio Vaticano (1869_70), el dogma de la infalibilidad papal. En 1864, promulgó la encíclica «Quanta cura», con el anexo del «Sillabus», una lista de enseñanzas prohibidas, con la que la iglesia condenaba los errores del momento y conceptos liberales e iluministas. Con la llegada de la unidad de Italia, el último papa_rey se vió desposeido de las regiones de la Romaña (1859), Umbría, las Marcas (1860) y, en 1870, la misma Roma, con la conocida toma de Porta Pia, el 20 de septiembre, que marcó el fin del poder temporal de los papas.


Desde entonces, la masonería italiana celebra su propia fiesta anual, justamente el 20 de septiembre, en recuerdo de la victoria contra la Iglesia. Los documentos antimasónicos del Pontificado de Pío IX son unos 124 y se subdividen en 11 encíclicas, 61 cartas breves, 33 discursos y alocuciones y documentos de varios dicasterios eclesiásticos. Según Pío IX, todos los males que se abatieron en aquél tiempo sobre la Iglesia y sobre la sociedad provenían del ateismo y del cientismo del siglo XVII, postulado por la masonería y exaltado por la Revolución Francesa. En la encíclica «Qui pluribus» (9/10/1849), Pio IX habla de «hombres ligados por una unión nefanda» que corrompen las costumbres y combaten la fe en Dios y en Cristo postulando el naturalismo y el racionalismo y, sobre todo, poniendo en marcha el conflicto entre ciencia y fe. Otro error atribuido a este círculo de pensadores es el hablar de progreso como un mito y contraponerlo a la fe.


Ante estas acusaciones precisas, la Masonería reaccionó con un desdén violento. En primer lugar, convocó un «Anticoncilio masónico, Asamblea de librepensadores» con la idea de liderar un movimiento internacional dedicado a combatir sin tregua al Vaticano. Entre los escritos que se difundieron para esta convocatoria masónica, había uno que decía «El Anticoncilio quiere luz y verdad, quiere ciencia y razón, no fe ciega, no fanatismo, no dogmas, no hogueras. La infalibilidad papal es una herejía. La religión católica romana es una mentira; su reino es un delito».


En esta situación de beligerancia contínua, Pío IX no perdió el ánimo y siguió su trabajo para compactar la Iglesia en torno a un principio de unidad. Atribuyó gran importancia a la espiritualidad popular, a la relación con los santos, especialmente a María a través del reconocimiento de las apariciones de La Salette y de Lourdes. Dió impulso a procesiones, peregrinaciones y todas las formas de piedad popular. En 1870, inauguró un nuevo modo de elección de obispos y prelados, elegidos no ya preferentemente entre los notables sino entre los sacerdotes comunes, allí donde se manifestasen los méritos pastorales. Su popularidad creció enormemente. Fue obstinado en no aceptar ningún arreglo con el Estado italiano. Murió el 7 de febrero de 1878, pero la masonería trató de perseguirlo encarnizadamente incluso tras la muerte. En la noche del 12 al 13 de julio de 1881, su féretro fue trasladado del Vaticano al cementerio del Verano. La masonería organizó una manifestación irreverente, con lanzamiento de piedras, imprecaciones, blasfemias, y canciones vulgares y obscenas, contra el cortejo fúnebre, que a su vez respondía con la recitación del rosario, los salmos, el oficio de difuntos y pías jaculatorias.


El culmen de la agresión tuvo lugar cuando el cortejo fúnebre pasó por el puente Sant´Angelo. Al grito de «¡muerte al Papa, muerte a los curas!», un grupo de desalmados trató de arrojar el cadáver de Pío IX al Tíber. Pero los católicos apretaron las filas en torno a los restos mortales del pontífice y rechazaron el ataque. A la luz de estos acontecimientos, el reconocimiento de la virtud heroica del nuevo beato hace justicia a una persona de gran espesor humano y a un gran Papa.


Pio IX fue beatificado el 30 de Septiembre del 2000.


La causa de beatificación de Pío IX fue una de las más largas y difíciles de la historia de la Iglesia. Fue puesta en marcha por Pío X, el 11 de febrero de 1907. Relanzada, por Benedicto XV, sin gran éxito, y también Pío XI animó el proyecto. Tras la segunda guerra mundial, la instructoría canónica fue reiniciada por Pío XII, el 7 de diciembre de 1954. Con Pablo VI la causa experimentó importantes avances: se completó la «positio», es decir, la recogida de las actas del proceso canónico, el análisis de la vida del candidato a la santidad, los interrogatorios de los testigos y las evaluaciones de los historiadores y de los teólogos.


El decreto sobre el ejercicio heroico de las virtudes teologales y cardinales fue promulgado por la Congregación para las Causas de los Santos, el 6 de julio de 1985, y aprobado por Juan Pablo II. Entre las virtudes del Pontífice, figuran el amor sin reservas por la iglesia, la caridad y la gran estima por el sacerdocio y los misioneros. El milagro atribuido a Pío IX, verificado por la Consulta de médicos el 15 de enero de 1986, es la curación inexplicable de una religiosa francesa.


Pío IX defendió a los judíos


La campaña contra el Papa Pio IX (1792-1878), alcanzó su colmo con la protesta del gobierno israelita que expresó a la Santa Sede su más profundo descontento por la beatificación de Pío IX ("Jerusalem Post", 3 de septiembre 2000). En relidad como lo recordó Mons. Carlo Liberati, de la Congregación para las Causas de los Santos, en dos entrevistas acordadas a los diarios italianos "Corriere della Sera" y "Avvenire", Pío IX fue "el promotor de la liberación de los judíos del ghetto. Hizo suprimir las labores indignas y humillantes que estaban asignadas a los judíos. Declaró que no eran ´extranjeros´ y ordenó colocar patrullas encargadas de protegerlos contra una rebelión popular que explotó efectivamente contra esta emancipación del ghetto".


En lo que concierne al caso de Edgardo Mortara, el niño judío que, a la edad de dos años en riesgo de morir fue bautizado por una doméstica católica y fue luego educado por la Iglesia contra el parecer de sus padres, Mons. Liberati declaró que "lo que nadie nunca ha querido recordar, es que cuando Edgardo Mortara llegó a la edad de la adolescencia, se le dejó libre de regresar a su casa. Pasó un mes con sus padres pero en seguida decidió quedarse en Roma y hacerse sacerdote. Una vez sacerdote se reconcilió con sus padres. Edgardo Montara fue uno de los primeros testigos que se pronunciaron a favor de la beatificación de Pío IX, haciendo una declaración en el proceso canónico".


El Papa Pío IX permanece incorrupto


El 4 de abril pasado en Roma, en la cripta de la basílica de San Lorenzo al Verano, se desarrolló el reconocimiento del cuerpo del venerable Pío IX que reposa desde el 13 de julio de 1881, tres años después de su muerte acaecida el 7 de febrero de 1878, en el Vaticano. En la ceremonia del acto de reconocimiento de los restos mortales de Pío IX estaban presentes, entre otros, el Postulador de la Causa de Beatificación, Mons. Bruneno Gherardini, S. Emin. el cardenal Jorge Medina Estévez, Pref. de la Congregación para el Culto Divino, el Obispo emérito de Senigallia, Mons. Odo Fusi Pecci, representantes de la Curia Romana, sacerdotes y religiosas venidos inclusive del extranjero.


"Pío IX - escribió Mons. Carlo Liberati - conservado casi perfectamente desde el último reconocimiento, hecho bajo Pío XII, del 25 de octubre al 24 de noviembre de 1956, apareció en toda la serenidad de su humanidad tal como se recuerda en la documentación fotográfica, en la iconografía tradicional y establecida por la descripción hecha de los textos en las actas de procedimiento. Si es permitido referirnos a los análisis de autores y agiógrafos modernos de gran valor, como el inolvidable Piero Bargellini y el P. Domenico Mondrone s.j., hechas para educar e invitar a la santidad, podremos definirlo como un hombre dotado de una gran humanidad y de una impresionante dignidad, hecha aún más significativa por la serenidad del rostro intacto en la majestad silenciosa de la muerte" (Mons. Carlo Liberati, La ricognizione dei resti mortali del venerabile Papa Pio IX en "L´Ossevatore Romano", 9 de abril 2000, p. 4).



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Pablo Miki y compañeros, Santos y Mártires
Pablo Miki y compañeros, Santos y Mártires

Mártires de Japón


Martirologio Romano: En Nagasaki, en Japón, pasión de los santos Pablo Miki junto con veinticinco compañeros, Declarada una persecución contra los cristianos, ocho presbíteros o religiosos de la Compañía de Jesús o de la Orden de los Hermanos Menores, procedentes de Europa o nacidos en Japón, junto con diecisiete laicos, fueron apresados, duramente maltratados y, finalmente, condenados a muerte. Todos, incluso los adolescentes, por ser cristianos fueron clavados en cruces, manifestando su alegría por haber merecido morir como murió Cristo (1597).

Compañeros en el martiro: Juan de Goto Soan, Jacobo Kisai, religiosos de la Compañía de Jesús; Pedro Bautista Blásquez, Martín de la Ascensión Aguirre, Francisco Blanco, presbíteros de la Orden de los Hermanos Menores; Felipe de Jesús de Las Casas, Gonzalo García, Francisco de San Miguel de la Parilla, religiosos de la misma Orden; León Karasuma, Pedro Sukeiro, Cosme Takeya, Pablo Ibaraki, Tomás Dangi, Pablo Suzuki, catequistas; Luis Ibaraki, Antonio, Miguel Kozaki y su hijo Tomás, Buenaventura, Gabriel, Juan Kinuya, Matías, Francisco de Meako, Ioaquinm Sakakibara y Francisco Adaucto, neofitos.(1597).


Fecha de canonización: 8 de julio de 1862 por el Papa Pío IX.



El primero que llevó el anuncio de la fe cristiana a Japón fue San Francisco Javier, quien trabajó allí en de 1549 a 1551. En pocos años los cristianos llegaron a ser unos 300.000. Humanamente hablando, es doble el “secreto” que hizo posible esta expansión: el respeto que los misioneros jesuitas tuvieron por los modos de vida y las creencias japonesas no directamente opuestas a la enseñanza cristiana, y el empeño de insertar elementos locales en la predicación y en la administración.

Fue catequista jesuita un joven llamado Pablo Miki, nacido entre los años 1564 y 1566, de una rica familia de Kyoto. Quería ser sacerdote pero su ordenación fue postergada “sine die”, porque la única diócesis todavía no tenia obispo. Además, en 1587 el emperador Toyotomi Hideyoshi, que se propuso la conquista de Corea, cambió su actitud benévola para con los cristianos y publicó un decreto de expulsión de los misioneros extranjeros.


La orden se cumplió en parte: algunos misioneros permanecieron en el país de incógnito, y en 1593 algunos franciscanos españoles, dirigidos por Pedro Bautista, llegaron a Japón procedentes de Filipinas y fueron bien recibidos por Hideyoshi. Pero poco después vino la ruptura definitiva, incluso por motives políticos anti-españoles y anti-occidentales. El 9 de diciembre fueron arrestados seis franciscanos (Pedro Bautista, Martín de la Asunción, Francisco Blanco, Felipe Las Casas, Francisco de San Miguel y Gonzalo García), tres jesuitas (Pablo Miki, Juan Soan de Gotó y Santiago Kisai) y quince laicos terciarios franciscanos, a los que se les añadieron después otros dos, que eran catequistas.


Después de haberles cortado el lóbulo izquierdo, los 26 fueron llevados de Meaco a Nagasaki, para exponerlos a la burla de las muchedumbres, que más bien admiraron la heroica valentía que manifestaron sobre todo en el momento de la muerte, cuando fueron crucificados en una colina de Nagasaki el 5 de febrero de 1597. Despertaron gran conmoción las palabras de perdón y de testimonio evangélico pronunciadas por Pablo Miki desde la cruz, y la serenidad y valentía que demostraron Luis Ibaraki (de 11 años), Antonio (de trece) y Tomás Cosaki (de catorce), que murieron cantando el salmo: “Laudate, pueri, Dominum...”





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Este gran misionero nació en el bajo Poitou, alrededor del año 584. A la edad de veinte años se retiró a un pequeño monasterio en la Isla de Yeu, cerca de la de Re. No había estado allí más de un año, cuando su padre lo descubrió y trató de persuadirlo para que regresara a su casa. Cuando lo amenazó con desheredarlo, el santo alegremente respondió, “Cristo es mi única herencia”.

Amando fue después a Tours, donde se ordenó, y luego a Bourges, donde vivió quince años bajo la dirección del obispo San Austregisilo, en una celda cerca de la catedral. Después de una peregrinación a Roma, retornó a Francia y fue consagrado obispo sin sede fija en 629, y recibió el encargo de enseñar la fe a los paganos. Predicó el Evangelio en Flandes y en el norte de Francia, e hizo una breve visita a los eslavos de Carinthia y tal vez en Gascuña.


Reprendió al rey Dagoberto I por sus crímenes y por ese motivo fue desterrado. Pero Dagoberto pronto lo llamó otra vez, y le pidió que bautizara a su hijo recién nacido, Sigeberto, que después, fue rey y santo. La gente de Gante era tan ferozmente hostil, que ningún predicador se aventuraba a ir entre ellos. Esto movió a Amando a tomar aquella misión, durante la cual fue golpeado varias veces y arrojado al río. No obstante, su labor perseverante, que por mucho tiempo pareció estéril, al fin logró que la gente acudiera en multitudes a recibir de sus manos el bautismo.


Además de ser un gran misionero, San Amando fue el padre del monasticismo en la antigua Bélgica; se dice que fue fundador de una veintena de monasterios de la región. De hecho, fundó casas en Elnone (Saint-Amand-les-Eaux), cerca de Tournai, que se convirtió en su centro de operaciones; fundó también San Pedro en Mont-Blandin en Gante, pero probablemente no fue el fundador de St. Bravo que también está allí. Fundó además el de Nivelles, para monjas con la Beata Ida y Santa Gertrudis; Brisis-au-Bois, y probablemente tres más, incluyendo Marchiennes.


Se dice, aunque no con certeza, que en 646 fue elegido obispo de Maestricht, pero que tres años más tarde presentó su renuncia a dicha sede en favor de San Remaclus y volvió a sus misiones, que siempre tuvieron su predilección. Continuó sus labores entre los paganos hasta avanzada edad, cuando, quebrantado por las enfermedades, se retiró a Elnone. Allí estuvo como abad por cuatro años, siempre preparándose para la muerte que le llegó al fin poco después de 676. Ningún historiador serio, pone en duda que San Amando haya sido una de las figuras más imponentes de la época merovingia; no era desconocido en Inglaterra, y la capilla de la familia Eyston de East Hendred anterior a la Reforma, en Berkshire, está dedicada en su honor.



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Martirologio Romano: En Nagasaki, en Japón, pasión de los santos Pablo Miki junto con veinticinco compañeros, Declarada una persecución contra los cristianos, ocho presbíteros o religiosos de la Compañía de Jesús o de la Orden de los Hermanos Menores, procedentes de Europa o nacidos en Japón, junto con diecisiete laicos, fueron apresados, duramente maltratados y, finalmente, condenados a muerte. Todos, incluso los adolescentes, por ser cristianos fueron clavados en cruces, manifestando su alegría por haber merecido morir como murió Cristo (1597).

Compañeros en el martiro: Pablo Miki, Juan de Goto Soan, Jacobo Kisai, religiosos de la Compañía de Jesús; Martín de la Ascensión Aguirre, Francisco Blanco, presbíteros de la Orden de los Hermanos Menores; Felipe de Jesús de Las Casas, Gonzalo García, Francisco de San Miguel de la Parilla, religiosos de la misma Orden; León Karasuma, Pedro Sukeiro, Cosme Takeya, Pablo Ibaraki, Tomás Dangi, Pablo Suzuki, catequistas; Luis Ibaraki, Antonio, Miguel Kozaki y su hijo Tomás, Buenaventura, Gabriel, Juan Kinuya, Matías, Francisco de Meako, Ioaquinm Sakakibara y Francisco Adaucto, neofitos.(1597).


Fecha de canonización: 8 de julio de 1862 por el Papa Pío IX.



San Pedro Bautista nace en San Esteban del Valle el año 1542, tres siglos más tarde que San Francisco. No pudo conocerlo, naturalmente, pero posiblemente sí conoció al gran reformador de su Orden, Pedro de Alcántara.

Pedro Bautista profesa en 1568, al año de ingresar. Al venir con los estudios eclesiásticos ya hechos, incluso con la orden del diaconado, fue muy pronto ordenado sacerdote y destinado por los superiores al apostolado de la predicación y a la formación en la provincia. Parece que no le llenaba esta tarea. A un cierto momento debió de sentir la llamada del Señor: «Pedro, rema mar adentro». Y siguió la inspiración. El clima que se respiraba en toda la península favorecía este impulso. Tras un serio discernimiento, un buen día presentó su moción a los superiores, como ordena la Regla (cap. 12), y obtuvo el visto bueno para incorporarse a un grupo de religiosos que iban a partir rumbo a Nueva España (Méjico).


Era el año 1581. Para allí se embarcó y allí permaneció y trabajó por espacio de casi tres años. Fue como su noviciado misionero. Vio muchas cosas y la experiencia le serviría de gran ayuda para el resto de su vida. Pero él nunca pensó que Méjico era la estación terminal de su aventura. Su objetivo, como el de todos los hermanos de hábito fue siempre China y Japón. Filipinas, con respecto a su ideal, venía a ser como una escala para repostar, no para echar raíces.


Llegó a Manila como Comisario el año 1584. Cumplido su cometido, se entregó sin demora a la labor misionera con el celo y el entusiasmo que le permitían las circunstancias. ¡Tan cierto es que sólo el amor es misionero! El amor que arde en el corazón de los hombres. Este es el secreto del ardor misionero de Pedro Bautista. Pero ¿cómo predicar a los nativos sin apenas conocer su lengua? Recurre a las obras. Entra en contacto con los ambientes más pobres y necesitados. Visita y cura a los enfermos. Levanta para ellos residencias y hospitales y se convierte en médico de los cuerpos y de las almas. Los primeros destinatarios de este nuevo misionero y de sus compañeros de religión fueron los leprosos y los pobres, como lo fueron para San Francisco (cf. Test 3). Si esto causó impresión en Filipinas aun entre algunos cristianos y eclesiásticos empleados en la labor misionera, llegó a causar alarma entre los políticos cuando públicamente alzó la voz en defensa de los derechos conculcados de los pobres.


Su amor apostólico le llevaba a ser «estropajo de los leprosos» y abogado defensor de los sin voz, injustamente maltratados y explotados, a veces, por los colonizadores y encomenderos. Pedro Bautista ya había sido testigo de ello en Méjico y sabía de boca de los indígenas lo que marcaba la diferencia para ellos entre el misionero franciscano e incluso otros misioneros. Lo recoge el historiador mexicano Miguel León: «A los indígenas les gustan los franciscanos porque estos andan pobres y descalzos como nosotros, comen lo que nosotros, asiéntanse entre nosotros, conversan entre nosotros mansamente... Con su amor y caridad atraen tanto a ricos como a pobres..., mucho más a los indios pobres. Nunca se halló pleito ni quejas de los bienaventurados hermanos».


Los malolientes indios y leprosos que detestaban incluso algunos misioneros, les olían a cielo a los franciscanos en Méjico, Filipinas y Japón, sigue diciendo el mismo autor. Otro observador veraz de los hechos comenta: «Mientras nosotros en nuestras pesquerías damos muerte a los indios, estos hijos de San Francisco han preferido morir por ellos» (Rodrigo de Niebla, cronista). Esta ha sido otra constante histórica de la Orden.


Pedro Bautista conocía muy bien todo esto y lo había asimilado por ser y responder al método recomendado por San Francisco en la primera Regla, que dice: «... y los hermanos que van entre sarracenos y otros infieles, pueden comportarse entre ellos espiritualmente de dos modos. Uno, que no promuevan disputas y controversias, sino que se sometan a toda humana criatura por Dios, y confiesen que son cristianos. Otro, que cuando les parezca que agrada al Señor, anuncien la Palabra de Dios para que crean, se bauticen y hagan cristianos» (1 R 16).


Se trata no de imponer, sino de proponer, no tanto de demostrar con argumentos, cuanto de mostrar con la vida y las obras. El amor es praxis. San Pedro hizo experiencia en Filipinas de que el mejor soporte del misionero era la vida escondida con Cristo en Dios, es decir, la contemplación, la austeridad de vida expresada en la penitencia, la descalcez y, sobre todo, en la pobreza evangélica, elementos todos nucleares y vertebradores de las ordenaciones de la reforma Alcantarina profesada por el santo y sus compañeros.


Y aprendió, igualmente por experiencia, que el mejor púlpito para el misionero franciscano eran los hospitales y las escuelas erigidas al lado de las iglesias pobrecillas y los conventos para atender a los pobres y enfermos y para sacar a todos de las tinieblas de la ignorancia y el error.


Cuando sonó la hora de Dios y Pedro Bautista fue designado embajador de Felipe II ante el emperador del Japón Taikosama, trasvasó con él su metodología misionera al Japón también. Al emperador nunca le inquietó este nuevo modo de vivir y actuar de los nuevos misioneros; al contrario, le complacía, y por eso les prometió toda suerte de ayuda. A su oferta de hijos, él respondió que sería su padre.


La novedad introducida por Pedro Bautista y sus hermanos franciscanos de la descalcez causó profunda impresión en el ámbito japonés, no por la misión diplomática de Pedro Bautista, sino porque mostraban un talante propio, distinto del de otros misioneros, pues a ninguno de éstos habían visto los nativos descender a lavar a los leprosos, curarlos y hasta besar sus heridas, andar descalzos y con el hábito remendado, vivir de limosna y a la intemperie como los más pobres, menospreciar las riquezas, etc. Esto produjo necesariamente división de opiniones y posturas: en algunos, celotipia; en otros, incluso gentiles, admiración y estima.


Fray Juan Pobre, excelente reportero de los acontecimientos, recoge en su Historia comentarios como éste: «... su ley es la mejor de todas, y que debía haber algún premio en la otra vida, pues en ésta curaban a los leprosos, que tanto en Japón aborrecían». Los frailes eran noticia en todo Japón. De todas partes llegaban al hospital de Miyako y al de Nagasaki sobre todo leprosos para comprobar cosa tan extrema. Al constatarlo con sus propios ojos, un testigo que aún era gentil comenzó a predicar a los leprosos diciendo: «Tened en mucho esta obra maravillosa que estos extranjeros blancos hacen con vosotros... Y mirad que seáis agradecidos, pues no hay padre ni madre que tal haga con sus hijos cuando están leprosos; cortarles sí y matarlos, mas regalarlos así, como éstos hacen con vosotros, nunca tal se ha visto en Japón».


Fácil es suponer la fuerza de atracción que paulatinamente comenzó a ejercer la vida y comportamiento de los nuevos misioneros. Lo que nos resulta difícil de comprender es que al mismo tiempo y por la misma razón fueran conminados a abandonar la misión de Japón. El historiador jesuita padre Frois tacha a los franciscanos de imprudentes y temerarios por su metodología misionera. Y el mismo obispo, Pedro Martínez, de la Compañía de Jesús, invocando la autoridad papal y la suya, les prohibió toda actividad apostólica y asistencial, y hasta la mendicación para sobrevivir, con objeto de que abandonaran su campo de misión en Japón.


Las causas y acusaciones eran tan infundadas que forzaron una réplica bien ponderada del pacífico embajador, Pedro Bautista, que revela la talla de su enorme personalidad humana y evangélica. En una carta preciosa dirigida al obispo le dice entre otras cosas: «Y también advierta vuestra Señoría que nuestros Breves (documentos pontificios) los han examinado doce teólogos y un doctor en leyes, y todos nos obligan, so pena de pecado mortal, a no dejar las almas del Japón. Y cuando V. Señoría por fuerza y, como dicen, nos quisiera tomar por hambre, como parece lo ha mandado vedándonos las limosnas, sepa que aunque coma hojas de árboles no tengo que dejar el Japón hasta que lo mande el Papa y el Rey muy bien informados; porque tanto como esto conviene hacer por las almas que Cristo nuestro Redentor con su sangre redimió» (Carta de finales de 1596).


Pedro Bautista y sus compañeros, animados por el espíritu, el celo y el amor, a pesar de tantas dificultades, no pasaron a la clandestinidad sino que se mantuvieron a cara descubierta junto al necesitado hasta el día en que les encarcelaron. La pobreza franciscana siembra amor y florece en bienaventuranza, pero tiene un precio. Pedro Bautista y sus compañeros lo comprobaron cuando por la causa del evangelio les pidieron la vida en el calvario de Nagasaki y generosamente la dieron. Les cerraron la boca, pero los pobres siguen gritando: «Pedimos con lágrimas y suplicamos que no solamente estos padres no se vayan, mas que antes, para nuestro consuelo, se multipliquen en Japón» (de la carta firmada por los pobres enfermos y leprosos de los hospitales de San José y Santa Ana, que son ochenta).


Pedro Bautista realizó el sueño acariciado por San Francisco: Rubricar con la propia sangre del martirio el anuncio del Evangelio como verdadero fraile menor.



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Martirologio Romano: En Durango, ciudad de México, san Mateo Correa, presbítero y mártir, que en medio de la persecución desatada contra la Iglesia se negó a revelar el secreto de confesión, recibiendo por ello la corona del martirio (1927).

Fecha de canonización: 21 de mayo de 2000 por el Papa Juan Pablo II.



Nació en Tepechitlán el 22 de julio de 1866. Fue admitido en el seminario de Zacatecas, y por cuatro años fue el portero del plantel. Por su buena conducta y aplicación se le concedió una beca y así pudo ser admitido como alumno interno.

Fue ordenado sacerdote en 1893 y se desempeñó como capellán en diversas haciendas y parroquias. Fue nombrado párroco de Concepción del Oro donde mantuvo una estrecha amistad con la familia Pro Juárez; le dio la primera comunión al Beato Miguel Pro, y bautizó a Humberto Pro, su hermano y compañero.


Luego se desempeñó como párroco de Colotlán, al tiempo que estalló la Revolución Maderista de 1910. Fue perseguido por los revolucionarios y tuvo que refugiarse en León pero regresó al calmarse la revolución y siguió trabajando en diversas parroquias.


En 1926 llega como párroco a Valparaíso y poco después llegan también las fuerzas gobiernistas, al mando del general Ortiz. Las arbitrariedades de Ortiz causaron una revuelta en el pueblo y tuvo que huir, pero mandó que llevaran a Zacatecas al sacerdote y a los miembros de la A.C.J.M. El padre y los jóvenes fueron puestos en libertad, lo cual enfureció más a Ortiz.


En 1927 el sacerdote fue nuevamente arrestado, lo condujeron a Durango y lo encerraron en la jefatura militar. Días más tarde el general Ortiz mandó al Padre Correa a confesar a un grupo de personas que iban a ser fusiladas y después le exigió que le revelara las confesiones. Ante la rotunda negativa del sacerdote ordenó su ejecución. Hoy en día se veneran sus restos en la catedral de Durango.


Fue beatificado el 22 de noviembre de 1992 y canonizado por el Papa Juan Pablo II el 21 de mayo del 2000 como parte de un grupo de 26 mártires conformado por:


Cristobal Magallanes Jara, Sacerdote

Roman Adame Rosales, Sacerdote

Rodrigo Aguilar Aleman, Sacerdote

Julio Alvarez Mendoza, Sacerdote

Luis Batis Sainz, Sacerdote

Agustin Caloca Cortés, Sacerdote

Mateo Correa Magallanes, Sacerdote

Atilano Cruz Alvarado, Sacerdote

Miguel De La Mora De La Mora, Sacerdote

Pedro Esqueda Ramirez, Sacerdote

Margarito Flores Garcia, Sacerdote

Jose Isabel Flores Varela, Sacerdote

David Galvan Bermudez, Sacerdote

Salvador Lara Puente, Laico

Pedro de Jesús Maldonado Lucero, Sacerdote

Jesus Mendez Montoya, Sacerdote

Manuel Morales, Laico

Justino Orona Madrigal, Sacerdote

Sabas Reyes Salazar, Sacerdote

Jose Maria Robles Hurtado, Sacerdote

David Roldan Lara, Laico

Toribio Romo Gonzalez, Sacerdote

Jenaro Sanchez Delgadillo

David Uribe Velasco, Sacerdote

Tranquilino Ubiarco Robles, Sacerdote


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Martirologio Romano: En Angri, cerca de Salerno, en la Campania, beato Alfonso María Fusco, presbítero, el cual ejerció su ministerio entre los agricultores, preocupándose sobre todo por la formación de jóvenes pobres y huérfanos, y fundó la congregación de Hermanas de San Juan Bautista (1910).

Fecha de beatificación: 7 de octubre de 2001 por el Papa Juan Pablo II.



Alfonso María Fusco, primogénito de cinco hijos, nació el23 marzo 1839 en Angri, provincia de Salerno, diócesis de Nocera-Sarno, del matrimonio Aniello Fusco y Giuseppina Schiavone, ambos de origen campesino y educados desde el nacimiento en sanos principios de vida cristiana y el santo temor de Dios. Se casaron en la Colegiata de San Juan Bautista el 31 enero 1834 y por cuatro largos años la cuna preparada con tanto amor quedó desoladamente vacía.

En Pagani, a poca distancia de Angri, se conservan las reliquias de San Alfonso María de´ Liguori. En el año 1838 Aniello y Giuseppina fueron a su tumba para rezar. En esa circunstancia sintieron decir al redentorista Francesco Saverio Pecorelli: « Tendrán un hijo varón, lo llamarán Alfonso, será sacerdote y seguirá la vida del Beato Alfonso».


El niño demostró rápidamente un carácter suave, dulce, amable, amante de la oración y de los pobres. En la casa paterna tuvo profesores sacerdotes eruditos y santos que lo instruyeron y lo prepararon para su primer encuentro con Jesús. A los siete años recibió la Primera Comunión y en seguida la Confirmación.


A los once años manifestó a sus padres el deseo de hacerse sacerdote y el 5 noviembre 1850 «espontáneamente y solamente con el deseo de servir a Dios y a la Iglesia», como él mismo declaró mucho tiempo después, entró en el Seminario Episcopal de Nocera de Pagani.


El 29 mayo 1863 fue ordenado sacerdote por el Arzobispo de Salerno, Mons. Antonio Salomone, entre el regocijo de su familia y el entusiasmo del pueblo de Angri. Se distinguió bien pronto entre los sacerdotes de la Colegiata de San Juan Bautista de Angri por su celo, por su dedicación al servicio litúrgico y por la diligencia en administrar los sacramentos, especialmente la confesión, donde mostraba toda su paternidad y comprensión por el penitente. Se dedicaba a la evangelización del pueblo con una predicación profunda, sencilla e incisiva.


La vida diaria de don Alfonso era la de un sacerdote diligente que llevaba en su corazón un viejo sueño. En los últimos días de seminario, una noche había soñado que Jesús Nazareno le había pedido, apenas fuese ordenado sacerdote, fundar un Instituto de religiosas y un orfanato para niños y niñas.


Fue el encuentro con Maddalena Caputo en Angri, una joven de carácter fuerte y decidido, que aspiraba a la vida religiosa, lo que empujó a don Alfonso a acelerar el tiempo para la fundación del Instituto. El 25 septiembre, la señorita Caputo y otras tres jóvenes se retiraron al oscurecer, a una casa destartalada de Scarcella, en el distrito de Ardinghi en Angri. Las jóvenes querían dedicarse a su propia santificación, a través de una vida de unión con Dios, de pobreza y de caridad, y a través del cuidado e instrucción de los huérfanos pobres.


Así fue fundada la Congregación de las Hermanas Bautistinas del Nazareno; la semilla cayó en buena tierra, en aquellos cuatro corazones ardientes y generosos y a través de privaciones, luchas, oposiciones, y pruebas el Señor la hizo desarrollar abundantemente. La Casa Scarcella fue conocida rápidamente como la Pequeña Casa de la Providencia.


Empezaron a llegar otras postulantes y las primeras huérfanas y, con ellas, las primeras dificultades. El Señor, que hace sufrir mucho a quien ama mucho, no ahorró penas ni sufrimientos al Fundador y a sus hijas. Don Alfonso aceptó siempre las pruebas, a veces muy duras, manifestando una completa conformidad a la voluntad de Dios, una heroica obediencia a los superiores y una inmensa confianza en la Providencia.


La tentativa injusta del Obispo diocesano, Mons. Saverio Vitagliano, de remover, por culpa de una serie de acusaciones falsas, a don Alfonso como director de la obra; la negativa a abrirle la puerta de la casa en Via Germanico a Roma, de parte de sus mismas hijas, causado por un deseo de división; las palabras del Cardenal Respighi, Vicario de Roma: «Ha fundado una comunidad de hermanas competentes que han hecho su deber. ¡Ahora retírese!»; entre otros, fueron para él momentos de gran sufrimiento. Lo vieron rezar con un corazón angustiado, como Jesús en el huerto, en la capilla de la Casa Madre en Angri y en la Iglesia de S. Joaquín en Prati (Roma).


Don Alfonso no dejó mucho escrito. Preferiría hablar con su testimonio de vida. Las breves frases, ricas de sabiduría evangélica, que se pueden sacar de sus escritos y de los testimonios de los que lo conocían, son rayos que iluminan su vida sencilla, su gran amor por la Eucaristía, por la Pasión de Jesús y su filial devoción a la Virgen Dolorosa. Repetía frecuentemente a sus Religiosas: «Hagámonos santos siguiendo a Jesús de cerca... Hijas, si viven en la pobreza, en la castidad y en la obediencia, resplandecerán como estrellas arriba en el cielo».


Dirigía el Instituto con gran sabiduría y prudencia y, como padre amoroso, cuidaba sus Religiosas y las huérfanas. Tenía una ternura casi maternal para todos, especialmente para las huérfanas más necesitadas; para ellas había siempre un lugar en la Pequeña Casa de la Providencia, aún cuando el alimento era escaso o simplemente faltaba. Entonces don Alfonso tranquilizaba a sus hijas preocupadas, diciendo: «No se preocupen, hijas mías, ahora voy a ver a Jesús y Él proveerá». Y Jesús respondía con rapidez y gran generosidad. ¡Para quien cree todo es posible!


En el tiempo en que la instrucción era un privilegio de pocos, negada para los pobres y las mujeres, don Alfonso no ahorraba ningún sacrificio con tal de dar a los niños una vida tranquila, el estudio y la preparación necesarias para una ocupación digna, de manera que, una vez adultos, pudieran vivir como ciudadanos honrados y cristianos comprometidos. Quería también que sus Religiosas empezaran pronto a estudiar, para estar preparadas para enseñar a los pobres y, a través de la instrucción y evangelización, preparar los caminos de Jesús, especialmente en los corazones de los niños y jóvenes.


Su voluntad tenaz, totalmente anclada a la Divina Providencia, la colaboración sabia y prudente de Maddalena Caputo que, con el nombre de Sor Crocifissa, fue la primera superiora del naciente Instituto, el estímulo continuo por el amor de Dios y el prójimo, permitieron el desarrollo extraordinario de la obra en breve tiempo. Las muchas peticiones de asistencia para un número siempre mayor de huérfanos y de niños empujó a don Alfonso a abrir nuevas casas, primero en la región de la Campania y posteriomente en otras regiones de Italia.


El 5 febrero 1910 se sintió mal durante la noche. Pidió y recibió los Sacramentos, y la mañana del domingo 6 febrero, después de haber bendecido, con brazo tembloroso, a sus hijas que lloraban alrededor de su cama, exclamó: «Señor, te doy gracias, he sido un siervo inútil». Después se volvió hacia las Religiosas y dijo: «Del cielo no os olvidaré, rezaré siempre por vosotras». Y se quedó dormido tranquilamente en el Señor.


Rápidamente se difundió la noticia de su muerte, durante todo ese día, se formó una fila de personas que lloraban diciendo: «¡Ha muerto el padre de los pobres, ha muerto el santo!».


Su testimonio ha sido una fuente de vida y de gracia en particular para las Religiosas, hoy difundidas en cuatro continentes.


El 12 febrero 1976 el Papa Pablo VI reconoció sus virtudes heroicas y el Papa Juan Pablo II el 7 octubre 2001 proclamandolo beato, lo ofrece como ejemplo a los sacerdotes y lo indica a todos como modelo de educador y protector especialmente de los pobres y necesitados.


Si tiene información pertinente para la cononización del Beato Alfonso, contacte a:

Suore di S. Giovanni Battista

Circonvallazione Cornelia, 65

00165 Roma, ITALY


Reproducido con autorización de Vatican.va




Martirologio Romano: En Valtiervilla, lugar de México, san Jesús Méndez, presbítero y mártir, que murió por Cristo durante la persecución mexicana (1928).
Fecha de canonizacion: 21 de mayo de 2000 por el Papa Juan Pablo II.

Nació en Tarímbaro, Michoacán, el 10 de junio de 1880, hijo de Florentino Méndez y de Maria Cornelia Montoya. Fue bautizado en la iglesia parroquial del lugar el 12 del mismo mes y recibió el sacramento de la confirmación ahí mismo el 12 de septiembre de 1881.
Creció Jesús Méndez en el ambiente sano de los pueblos. Sus estudios primarios los realizó en la escuela oficial. Ingresó al Seminario de Morelia a los 14 años de edad, dedicándose con tesón al estudio.

Su familia era muy pobre y algunos vecinos de su pueblo natal le ayudaban con gusto a su sostenimiento, lo mismo que toda su familia, en cuanto podía.

El 23 de julio de 1905 recibió el diaconado y fue ordenado sacerdote el 3 de junio de 1906 por imposición de manos del señor arzobispo Atenógenes Silva. Cantó su Primera Misa en su pueblo natal el 22 de junio del mismo año.

Desempeñó su ministerio sacerdotal en las siguientes parroquias: San Juan Huetamo, Mich., como vicario cooperador, de 1906 a 1907, en donde sufrió un agotamiento nervioso que alarmó a sus familiares.

Una vez repuesto de eso, se le mandó a Pedernales, en donde permaneció de abril de 1907 a febrero de 1913, pero de nuevo los nervios lo volvieron a traicionar, por lo que el señor arzobispo lo envió a Valtierrilla, Guanajuato, para que mejorara de salud.

En todas partes trabajó mucho. Se distinguió también por su devoción a la Santísima Virgen a la que procuraba venerar y honrar de una manera especial en las fiestas marianas, que celebraba con la mayor solemnidad posible.

Fundó y atendió asociaciones parroquiales: Catecismo, Apostolado de la Oración, Vela Perpetua, Hijas del María, Obreros Guadalupanos. Objeto especial de su preocupación pastoral fue la atención a la escuela parroquial. Promovió obras sociales y fundó una cooperativa de consumo.

En Valtierrilla, como en muchas otras partes, durante la persecución callista, muchos sacerdotes se alejaron de sus parroquias para esconderse buscando siempre lugares más seguros, pero el Padre Méndez siguió al pie del cañón aunque ejerciendo su ministerio de manera oculta, celebrando su misa muy temprano y, asimismo, bautizaba y confesaba a esas horas.

También por las noches salía a bautizar a las casas. Durante el día se dedicaba a atender a los enfermos.

Agotados los recursos pacíficos y legales para que se derogasen las leyes persecutorias, en diversos lugares de la Patria comenzaron a tomarse las armas en acto de legítima defensa.

Algunos en Vatierrilla quisieron sumarse a los cristeros y fijaron como fecha para el levantamiento el 5 de febrero de 1928, pero fueron delatados y vinieron los soldados de Sarabia, poblado cercano, a sofocar el levantamiento. El Padre Méndez nada tuvo que ver con ese asunto ya que jamás empuñó las armas.

El día cinco señalado, estaba el Padre Méndez terminando de celebrar su misa en una dependencia de la notaria cuando se oyeron los primeros disparos de la fuerza federal, que venían entrando al pueblo en busca de los que se iban a levantar en armas.

El Padre Méndez ante el inminente peligro, tomó el copón con las Hostias consagradas y lo escondió bajo su zarape, con el cual se cobijaba cuando hacía frío, mas sintió la necesidad de proteger mucho más al Santísimo y por lo mismo, trató de no hacerse visible.

Saltó por una ventana de la notaría que estaba al pie de la torre del templo. Los soldados, que se habían subido precisamente a lo alto del campanario para poder vigilar mejor los movimientos del pueblo, vieron que alguien abría la ventana tratando de escapar y avisaron a los de abajo, quienes hicieron salir al Padre Jesús.

Cuando vieron al padre, sin conocerlo, deben haber pensado que se trataba de algún cristero, creían que bajo la cobija llevaba alguna arma y le exigían que la entregara, a lo que respondió que no tenía arma.

Recibieron la orden de registrarlo, un soldado dio un jalón a la cobija descubriendo el copón que apretaba contra su pecho. Le hicieron la clásica pregunta: "¿Es usted Cura?" a lo cual respondió: "Sí soy Cura". Esto bastó para que lo aprehendieran.

El Padre Méndez les dijo: "A ustedes no les sirven las Hostias consagradas, dénmelas". Pidió a los soldados unos momentos para recogerse en oración, se puso de rodillas y comulgó. Dijeron después los soldados: "No queremos alhajas, deles esa joya a las viejas", refiriéndose a la hermana del padre, Luisa, y a la sirvienta de esta, María Concepción, que trataban de defender al sacerdote.

Les entregó el copón diciéndoles: "Cuídenlo y déjenme, es la voluntad de Dios", y dirigiéndose a los soldados: "Ahora haced de mí lo que queráis; estoy dispuesto".

Seis u ocho soldados lo llevaron al lugar del sacrificio, distante una media cuadra de la plaza. Lo sentaron en un tronco que había ahí, en medio de dos soldados. El capitán Muñiz intentó dispararle, pero la pistola no funcionó. Ordenó entonces a los soldados que le dispararan. Tres veces lo hizo cada uno con su rifle, pero ninguno hizo blanco, sea porque no hayan querido o no hayan podido hacerlo.

Enfadado el capitán, ordenó al prisionero que se pusiera de pie, lo registró y le quitó el crucifijo y unas medallas que traía, lo colocó junto a unos magueyes y le disparó. El Padre Jesús cayó al suelo ya muerto. Eran aproximadamente las siete de la mañana del día 5 de febrero de 1928.

Como a las tres de la tarde de ese mismo día 5, los restos del sacerdote mártir fueron llevados a Cortazar en una camioneta de redilas, propiedad del gobierno.

En ese lugar los soldados lo pusieron junto a la vía del tren, con el fin de que cuando este pasara lo destrozara, no sin antes hacer desfilar a todas las personas de Valtierrilla, Gto., que se habían llevado en calidad de detenidos.

Las mujeres de los oficiales, más sensatas y valientes, fueron a la vía del tren a quitar el cuerpo de ahí para llevarlo hacia un portalillo cercano. Acto seguido, los soldados cavaron una fosa en el machero de los caballos para enterrarlo, pero las soldaderas se opusieron, y como el señor Elías Torres les pidió el cuerpo para sepultarlo, se lo concedieron.

Un carpintero de Sarabia, Alberto Delgado, hizo el ataúd y fue velado el cuerpo en el portal de los Carmona y sepultado en Cortazar por Elías Torres.

El Padre Jesús Méndez Montoya fue sacrificado por odio a la fe. él conocía los riesgos de su ministerio; sin embargo jamás abandonó a su feligresía y en muchas ocasiones expresó su deseo de ser mártir.

Cinco años después, el Padre Segoviano, Vicario de Valtierrilla, junto con su feligresía fueron a Cortazar y exhumó los restos que fueron identificados por el señor Elías Torres; los familiares también los identificaron por un mechón blanco que tenía en el cabello y por la ropa que vestía. Además, el sitio de la sepultura era conocido por la gente del lugar.

El Padre Segoviano depositó la urna con los restos en el piso del presbiterio de la iglesia parroquial de Valtierrilla, Guanajuato, donde permanecen hasta la fecha.

El Padre Jesús Méndez Montoya fue declarado Beato por S.S. el Papa Juan Pablo II en la ceremonia efectuada en la Basílica de San Pedro en Roma, Festividad de Cristo Rey, el día 22 de noviembre de 1992, en compañía de sus 24 compañeros Mártires Mexicanos.

El día 21 de mayo del Año Santo 2000, Jubileo de la Encarnación de Jesucristo, el Papa Juan Pablo II realizó la ceremonia de Canonización de los 25 Mártires Mexicanos, incluido el Beato Jesús Méndez Montoya, en la Plaza de San Pedro, ante la presencia de más de cuarenta mil peregrinos.

"Los cristianos esperan encontrar en el sacerdote no sólo un hombre que los acoge, que los escucha con gusto y les muestra una sincera amistad, sino también y sobre todo un hombre que les ayude a mirar a Dios, a subir hacia él". (Exhortación Pastoral "PASTORES DABO VOBIS", N. 47)

¡San Jesús Méndez Montoya, que durante tu ministerio sacerdotal tuviste un gran amor a Jesús en la Eucaristía, ruega por nosotros!

Fueron muchos los fieles que sufrieron el martirio por defender su fe, de entre ellos presentamos ahora a veinticinco que fueron proclamados santos de la Iglesia por Juan Pablo II:

Cristobal Magallanes Jara, Sacerdote

Roman Adame Rosales, Sacerdote

Rodrigo Aguilar Aleman, Sacerdote

Julio Alvarez Mendoza, Sacerdote

Luis Batis Sainz, Sacerdote

Agustin Caloca Cortés, Sacerdote

Mateo Correa Magallanes, Sacerdote

Atilano Cruz Alvarado, Sacerdote

Miguel De La Mora De La Mora, Sacerdote

Pedro Esqueda Ramirez, Sacerdote

Margarito Flores Garcia, Sacerdote

Jose Isabel Flores Varela, Sacerdote

David Galvan Bermudez, Sacerdote

Salvador Lara Puente, Laico

Pedro de Jesús Maldonado Lucero, Sacerdote

Jesus Mendez Montoya, Sacerdote

Manuel Morales, Laico

Justino Orona Madrigal, Sacerdote

Sabas Reyes Salazar, Sacerdote

Jose Maria Robles Hurtado, Sacerdote

David Roldan Lara, Laico

Toribio Romo Gonzalez, Sacerdote

Jenaro Sanchez Delgadillo

David Uribe Velasco, Sacerdote

Tranquilino Ubiarco Robles, Sacerdote

Para ver las biografías de los Mártires Mexicanos del siglo XX

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Isabel Canori Mora, Beata




Martirologio Romano: En Roma, beata Isabel Canori Mora, madre de familia, que tras haber sufrido mucho tiempo, con caridad y paciencia, la infidelidad del marido, angustias económicas y la persecución de familiares, ofreció su vida a Dios por la conversión, salud, paz y santificación de los pecadores, y entró a formar parte de la Tercera Orden de la Santísima Trinidad (1825).
Etimología: Isabel = Aquella a quien Dios da salud, es de origen hebreo.

Fecha de beatificación: 24 de abril de 1994, en el Año Internacional de la Familia, por el Papa Juan Pablo II.

Por un minuto piensa en las personas que viven en tu vecindario. ¿Podrías llamar a alguno santo? Hubo un barrio en Italia donde efectivamente una santa vivía en la casa contigua. La beata Isabella Canori Mora quien llevó su vida de madre y esposa a la plena conformación con Cristo en la cotidianeidad y en la adversidad de tener un esposo que la maltrataba.
Quién fue

Nació en Roma el 21 de noviembre de 1774. Hija de Tommaso y Teresa Primoli, en el seno de una familia de posición acomodada, profundamente cristiana y diligente en la educación de sus hijos.

Estudió con las Hermanas Agustinas de Cascia (1785-88), donde destacó por su inteligencia, una profunda vida interior y su espíritu de penitencia. De regreso a Roma, tuvo una vida tranquila hasta que en 1796 -cuando tenía 21 años- se casó con el joven abogado romano Cristóforo Mora.

Para ella, el matrimonio fue una decisión reflexionada, madura, pero después de algunos meses, la fragilidad psicológica de Cristóforo comprometió la serenidad de la familia.

Cristóforo convirtió a una mujer de mal vivir en su amante y a medida que pasaba el tiempo, humilló y abusó de su esposa en distintas formas, no ejerció más la abogacía, y gastó tanto dinero en sus aventuras que terminó llevando a su esposa e hijas a la extrema pobreza y una creciente deuda.

A la violencia física y psicológica de su esposo, Isabella respondió siempre con absoluta fidelidad. Nunca puso excusas, conveniencias o intereses para justificar un abandono de su hogar, para ella sólo primaba el código de fidelidad de amor y rendición total.

Elizabeth trató a su marido con paciencia gentil, ofreciendo penitencias y oraciones por su conversión. Nunca pensó en separarse de él, a pesar de los consejos de familiares y amigos. En vez de esto, siempre amó, apoyó y perdonó a su esposo esperando su conversión.

En 1801 sufrió una misteriosa enfermedad que la puso al borde de la muerte. Se curó de forma inexplicable y tuvo su primera experiencia mística.

Esta es una vidente italiana de las tribulaciones de los últimos tiempos de la Iglesia, que fue favorecida con los dones de la visión y de la profecía.

El Señor le hizo alcanzar la madurez para recibir las visiones y las ilustraciones sobre el destino de la Iglesia. Recibió en forma clara los estigmas de la pasión de Cristo, y en sus visiones vio las tremendas batallas que tendrá que sostener la Iglesia en los últimos tiempos bajo el poder de las tinieblas.

Tuvo cuatro hijos, pero los dos primeros murieron a los días de nacer. Con el abandono de su esposo, fue forzada a vivir trabajando con sus propias manos para seguir al cuidado de sus hijas Marianna y Luciana. Dedicó mucho tiempo a la oración, los pobres y los enfermos.

Su hogar pronto se convirtió en un punto de referencia para mucha gente en busca de ayuda material y espiritual. Se dedicó especialmente a cuidar de las familias en necesidad. Para ella, la familia implicaba dar un espacio a cada persona, un lugar que dé frutos de vida, fe, solidaridad y responsabilidad.

La familia, para ella, era el templo en el que recibía al "al amado Señor, Jesús de Nazaret" y a todos los que se dirigían a ella. A través de la auto negación, Elizabeth ofrecía su vida por la paz y la santidad de la Iglesia, la conversión de su esposo y la salvación de los pecadores.

En 1807 Elizabeth se unió a la Orden terciaria Trinitaria.

Respondió con dedicación a la vocación al matrimonio y la consagración secular. Sus admirables virtudes humanas y cristianas así como la fama de su santidad se difundieron a través de Roma, Albano y Marino, donde ganó fama de santidad.

En 5 de febrero de 1825, mientras era asistida por sus dos hijas, Isabella falleció. Fue enterrada en Roma en la iglesia trinitaria de San Carlino alle Quattro Fontane. Poco después de su muerte, como ella misma predijo, su esposo se convirtió uniéndose a la Orden Terciaria Trinitaria y después se ordenó sacerdote de los franciscanos conventuales. Murió el 9 de setiembre de 1845 y fue enterrado en la iglesia de los franciscanos conventuales de Sezze.

Fue beatificada junto al joven mártir Zaire Isidore Bakanja, y a otra madre italiana santa, Gianna Beretta Molla, por el Papa Juan Pablo II el 24 de abril de 1994, en el Año Mundial de la Familia.






Algunas visiones de Isabella Canori
En una visión del 25 de marzo de 1816 vio:

"A los miserables que cada día con mayor orgullo y desfachatez, de palabra y de obra, con incredulidad y apostasía, van pisoteando la santa religión y la divina ley. Se sirven de las palabras de la Sagrada Escritura y del Evangelio, corrompiendo su verdadero sentido para respaldar así sus perversas intenciones y sus torcidos principios".

El 15 de octubre de 1818 tuvo otra visión terrible:

"De repente, dice, le fue mostrado el mundo. Lo veía todo en revolución, sin orden ni justicia. Los siete vicios capitales (soberbia, lujuria, ira, envidia, pereza, guía y avaricia) eran llevados en triunfo, y por todas partes se veía reinar la injusticia, el fraude, el libertinaje y toda clase de iniquidades. Vio también Sacerdotes despreciando la Santa Ley de Dios y cómo se cubría el Cielo de nubes negras; se levantaba un tremendo huracán y en el mayor desconcierto se mataban los hombres unos a otros. En castigo de los soberbios que con impía presunción intentaban demoler la Iglesia desde los cimientos, permitía Dios a los poderes de las tinieblas abandonar los abismos del infierno . . ."

El triunfo de la Iglesia:

En 1821 oyó al Señor hablar del triunfo de la Iglesia, pues ésta saldría renovada de aquellas tormentas, encendida en el primitivo celo de la Gloria de Dios, y que sería recordada universalmente por los pueblos. Vendrá la reforma de la Iglesia . . . "y la restauración de todas las cosas no se verificará sin un profundo trastorno de todo el mundo, de todas las poblaciones".


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