Le toca vivir una época en que Federico II estaba en guerra con el papado, el cual tenía poder temporal. Su ciudad, Foligno, favorecía al emperador y era anticlerical.
Muy probablemente este espíritu se respiraba en el hogar de Angela quien dirá después que en su madre encontraba gran obstáculo para la conversión. Era también tiempo de cruzadas. Pero ya comienza a vislumbrarse el Renacimiento con sus buenas y malas características. El hombre siente ser centro de todo y se aleja de Dios.
Ella conoció esta tirantez muy de cerca. Fue pecadora en un principio pero terminó su vida santa. Nace muy acomodada y se apega a las riquezas no solo de niña sino también ya como mujer casada y con varios hijos. Mas tarde lo confesará muy arrepentida.
Sin embargo, hacia el año 1285, Foligno está bajo el Papa. Ángela esta en sus treinta y por fin, los pecados de su juventud comienzan a producirle dolor en el corazón.
Es entonces que pierde a su madre, a su marido y a sus hijos. Busca entonces a Dios, pero al principio sin apartarse del todo del pecado. Hace comuniones sacrílegas ya que no está dispuesta aun a confesar sinceramente sus pecados. Pero entra en lucha interior.
Vive cerca de Asís y el ejemplo de Francisco le reta. Un día en que se encontraba atormentada por remordimientos de conciencia, pidió a san Francisco que le sacara de aquellas torturas. Poco después entró en la iglesia de San Feliciano mientras predicaba un franciscano. Se sintió tan conmovida que, al bajar el predicador, se postró ante su confesionario, y, con gran compunción, hizo confesión general de toda su vida, quedando muy consolada. Era el año 1285.
Del fraile, llamado Arnaldo, poco se conoce pero sabemos que pasó a ser su confesor, su director y su confidente espiritual. Gracias a sus cartas conocemos a la beata Ángela. Se trata del "Memorial de fray Arnaldo", tesoro de teología espiritual que nos lleva hasta el año 1296, en que se consuman sus admirables ascensiones hasta la contemplación del misterio de la Santísima Trinidad. Tiene muchas visiones místicas las cuales ella confiesa que no se pueden explicar adecuadamente con nuestros conceptos humanos.
Ella enseña que todos los cristianos deben intentar subir la cuesta de la montaña espiritual; todos están llamados a ejercitarse en la vida ascética, mediante la posesión de las virtudes cristianas y la práctica de la perfección.
Hay entrar en la ascética y la mística siendo las dos mitades, inicial y terminal respectivamente, de una misma vida espiritual. «Y que nadie se excuse con que no tiene ni puede hallar la divina gracia, pues Dios, que es liberalísimo, con mano igualmente pródiga la da a todos cuantos la buscan y desean».
Escribió sobre el laborioso proceso de su conversión, desde que comenzó a sentir la gravedad de sus pecados y el miedo de condenarse hasta el momento en que al oír hablar de Dios se sentía presa de tal estremecimiento de amor, que aun cuando alguien suspendiera sobre su cabeza una espada, no podía evitar los movimientos.
Además de la Autobiografía tomada por fray Arnaldo, se le atribuyen a la beata unas exhortaciones, algunas epístolas y un testamento espiritual.
Espiritualidad de la Cruz
La espiritualidad de Angela ofrece modalidades nuevas, dentro de lo franciscano; pues mientras el cristocentrismo de la escuela franciscana, en general, se orienta hacia la Encarnación, para la beata Ángela todo gira en torno a la cruz. La pasión y muerte de Cristo es la demostración más grande de amor que el Hijo de Dios ha podido dar a los hombres. Cristo desde la cruz es el Libro de la Vida, como lo llama ella, en el cual debe leer todo aquel que quiera encontrar a Dios.
Sobre la cruz escribe «En esta contemplación de la cruz ardía en tal fuego de amor y de compasión que, estando junto a la cruz, tomé el propósito de despojarme de todas las cosas, y me consagré enteramente a Cristo.»
La estricta pobreza de espíritu era la señal en que ella descubre los verdaderos discípulos de Cristo. Muchos se profesan de palabra seguidores de Cristo; pero en realidad y de hecho abominan de Cristo y de su pobreza.
El Corazón de Jesús
Junto a la cruz, la beata Ángela aprendió a ser la gran confidente del Sagrado Corazón de Jesús, siglos antes que santa Margarita María recibiera los divinos mensajes. «Un día en que yo contemplaba un crucifijo, fui de repente penetrada de un amor tan ardiente hacia el Sagrado Corazón de Jesús, que lo sentía en todos mis miembros. Produjo en mí ese sentimiento delicioso el ver que el Salvador abrazaba mi alma con sus dos brazos desclavados de la cruz. Parecióme también en la dulzura indecible de aquel abrazo divino que mi alma entraba en el Corazón de Jesús.» Otras veces se le aparecía el Sagrado Corazón para invitarla a que acercase los labios a su costado y bebiese de la sangre que de él manaba. Abrasada en este amor, experimentaba deseos de padecer martirio por Cristo.
La Eucaristía
Ella comprendió que el amor que Cristo crucificado se perpetúa en la Santa Misa. Era pues devotísima a la Eucaristía. Tuvo muchas visiones en el momento de la consagración, o durante la adoración de la sagrada Hostia.
Siete consideraciones dedica a la ponderación de los beneficios que en este sacramento se encierran. El cristiano debe acercarse con frecuencia a este sacramento, seguro de que, si medita en el grande amor que en él se contiene, sentirá inmediatamente transformada su alma en ese mismo divino amor. Exhorta a que nos hagamos, como preparación, las siguientes consideraciones: ¿A quién se acerca? ¿Quién es el que se acerca? ¿En qué condiciones y por qué motivos se acerca?
Muere en las últimas horas del 4 de enero de 1309, rodeada de sus hijos espirituales. Su cuerpo fue sepultado en la iglesia del convento franciscano de Foligno y pronto desde allí se manifestaron muchos milagros.
El itinerario canónico de Ángela de Foligno ha sido bastante inusual: en 1547 Pablo III la inscribió en el santoral de la Tercera orden de San Francisco con el título de santa. Inocencio XII en 1693 aprobó su culto sólo para los franciscanos y sólo como beata, estableciendo como día de fiesta el 30 de marzo. El 30 de abril de 1707 Clemente XI aprobó su culto público en toda la Iglesia Católica, pero sólo como beata, y estableciendo el 4 de enero como día de su fiesta. Finalmente el Papa Francisco, en respuesta a numerosas peticiones presentadas a la Santa Sede por obispos y superiores franciscanos, el 9 de octubre de 2013 procedió a su canonización equivalente.
¿Qué es la canonización equivalente?
Es un proceso de canonización mediante el cual el Sumo Pontífice, por su autoridad, puede proceder a la canonización equivalente, es decir, extender a la Iglesia universal la oración del Oficio divino y la celebración de la misa, "sin alguna sentencia formal definitiva, sin haber considerado algún proceso jurídico, sin haber realizado las acostumbradas ceremonias".
Para proceder a una canonización por esta vía, según la doctrina de Benedicto XIV, se requiere cumplir tres condiciones: la posesión antigua del culto, la constante y común testificación de historiadores dignos de fe acerca de las virtudes o del martirio y la ininterrumpida fama de prodigios.
La práctica de la canonización equivalente estuvo siempre presente en la Iglesia y actuada regularmente, si bien no frecuentemente. Benedicto XIV mismo enumera doce casos de santos canonizados de este modo: Romualdo (1595), Norberto (1621), Bruno (1623), Pedro Nolasco (1655), Ramón Nonato (1681), Esteban de Hungría (1686), Margarita de Escocia (1691), Juan de Mata y Félix de Valois (1694), Gregorio VII (1728), Wenceslao de Bohemia (1729), Gertrudis de Helfta (1738).
Después de él se pueden atestiguar otros casos de canonizaciones equivalentes. Entre ellos, Pedro Damiani y Bonifacio mártir (1828); Cirilo y Metodio de Tesalónica (1880); Cirilo de Alejandría, Cirilo de Jerusalén, Justino mártir y Agustín de Canterbury (1882); Juan Damasceno y Silvestro abad (1890); Beda el venerable (1899); Efrén Siro (1920); Alberto Magno (1931); Margarita de Hungría (1943); Gregorio Barbarigo (1960); Juan de Ávila y Nicolás Tavelić y tres compañeros mártires (1970); Marcos de Križevci, Esteban Pongrácz y Melchor Grodziecki (1995).
La última canonización equivalente fue la de Hildegarda de Bingen, por obra de Benedicto XVI el 10 de mayo de 2012.