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Nació el 10 de diciembre de 1892 en Blato, en la isla de Korcula (Croacia). Era la sexta de ocho hijos de Antonio y María Petkovic. Sus padres llevaban una vida ejemplar y educaron cristianamente a todos sus hijos. Muy pronto María mostró su inclinación a la piedad y a la misericordia. Al ver los sufrimientos, el hambre y las penurias de la gente, decidió esforzarse por proteger a los pobres, "hermanos elegidos y amados por el Señor", como solía llamarlos.

El 8 de septiembre de 1906, día de la Natividad de la Santísima Virgen, con ocasión de la visita pastoral del obispo, María entró a formar parte de la asociación de Hijas de María, de la que fue secretaria y luego presidenta. Leyendo las palabras de Jesús al joven rico, el 21 de noviembre sucesivo, sintió la vocación a entregarse totalmente a Cristo. Desde ese momento renovó cada día su promesa de amor al Señor. Luego entró a formar parte de la Tercera Orden Secular de San Francisco y cuando Dios le inspiró dar vida a un instituto religioso femenino quiso darle la Regla y la espiritualidad franciscana.


Impulsada por su vivo deseo de ayudar a los necesitados, y siguiendo las orientaciones del obispo de Dubrovnik, monseñor Josip Marcelic, en el día de la Anunciación del año 1919 fundó la congregación de Hijas de la Misericordia, para "la educación e instrucción de la juventud femenina". El mismo obispo, en 1928, la erigió canónicamente como instituto de derecho diocesano. Al inicio la madre Petkovic dudaba entre la clausura y la actividad apostólica, pero optó por esta última, inspirada por las palabras de san Francisco: "No vivir sólo para sí mismo, sino también para el bien del prójimo".


El 6 de diciembre de 1956 la congregación llegó a ser de derecho pontificio y fueron aprobadas sus Constituciones.


La madre María de Jesús Crucificado Petkovic trató de transmitir a sus religiosas la profunda devoción que sentía desde niña hacia Jesucristo crucificado. En una carta, escrita el 31 de agosto de 1953, a todas las Hijas de la Misericordia, las invitaba a "seguir a Cristo, escuchar a Cristo, humillarse en Cristo, sufrir silenciosamente en Cristo, arder en Cristo, perdonar en Cristo, amar en Cristo, sacrificarse en Cristo (...). Para quien ama al dulcísimo Jesucristo, nuestro Señor, será dulce incluso la palabra "sufrir" por amor a él. Sufrir, porque no hay verdadero amor sin sacrificios y sufrimientos por la persona amada. Cristo con la cruz y el sufrimiento ha salvado al mundo entero".

Era una mujer fuerte en las adversidades, tierna en sus afectos, pero sobre todo profundamente enamorada de Jesús crucificado, al que dedicó toda su vida y su obra. Sintió durante toda su existencia esta constante presencia del Crucificado. Lo tenía siempre ante sus ojos, y en su corazón, por eso afloraba continuamente a sus labios. Las principales virtudes que practicó y recomendó eran las que brillaban en Cristo crucificado: la pobreza, la humildad, la abnegación, hasta el sacrificio total de sí por el prójimo, sintetizado en una palabra: amor.


La madre Petkovic experimentaba una grandísima alegría en su servicio a los pobres, marginados y despreciados, porque reconocía en ellos el rostro de Jesús doliente. Por eso, nunca se cansaba de exhortar a las hermanas a que mostraran con su conducta y sus sacrificios que en ellas se había encarnado el amor, la bondad y la misericordia de Dios.


Sacaba su fuerza espiritual de la oración. Su vida se puede resumir en dos palabras: "Oración y apostolado". Desde el inicio, la oración constituyó el alma y el gran dinamismo de su amplia actividad. El "estar" con el Señor plasmaba el "ir" a los hermanos. La unión íntima con Dios se prolongaba en la comunión con el prójimo.


Sentía un profundo aprecio por las directrices y los consejos de los pastores de la Iglesia, ante los cuales siempre se manifestó muy dócil y obediente. En especial seguía con fidelidad las indicaciones del obispo y del Romano Pontífice. En una carta circular explica a sus religiosas el significado de la Regla y de las Constituciones: "Son la palabra y la ley de nuestro Señor... La Regla santa, el libro de la vida, el camino de la cruz, la llave y el vínculo de la amistad eterna".


La fama de santidad, de la que gozó durante su vida, se confirmó también después de su muerte, acontecida en Roma el 9 de julio de 1966.


Las Hijas de la Misericordia cuentan hoy con 429 religiosas, que trabajan en doce países de Europa y América. Se dedican a la educación de los niños y la juventud, a la asistencia a las personas ancianas y enfermas, y al apostolado parroquial.


Fue beatificada el 6 de junio de 2003.


Reproducido con autorización de Vatican.va



Etimológicamente significa “bien nacido”. Viene de la lengua griega.

San Antonio lo señala como a "uno de los Pontífices más grandes y que más sufrieron". Nació en Montemagno, entre Pisa y Lucca. Después de ocupar un cargo en la curia episcopal de Pisa, ingresó en 1135 al monasterio cisterciense de Claraval. Tomó el nombre de Bernardo, y San Bernardo fue su superior en aquel monasterio. Cuando el Papa Inocencio II pidió que algunos cisterciences fuesen a Roma, San Bernardo envió a su homónimo como jefe de la expedición. Los cistercienses se establecieron en el convento de San Anastasio (Tre Fontane).


A la muerte del Papa Lucio II, en 1145, los cardenales eligieron para sucederle a Bernardo, el abad de San Anastasio. El nuevo Pontífice tomó el nombre de Eugenio y fue consagrado en la abadía de Farfa. En enero de 1147, aceptó con gusto la invitación que le hizo Luis VII de que fuese a predicar la cruzada en Francia. En la segunda cruzada no tuvieron buenos resultados. El Papa permaneció en Francia hasta que el clamor popular por el fracaso de la cruzada le hizo imposible permanecer más tiempo en ese lugar. Durante su estancia en aquel país, presidió los sínodos de París, Tréveris y Reims, que se ocuparon principalmente de promover la vida cristiana; también hizo cuanto pudo por reorganizar las escuelas de filosofía y teología.


En mayo de 1148 el Pontífice volvió a Italia y excomulgó a Arnoldo de Brescia (quien en sus peores momentos presagiaba a los demagogos doctrinarios de épocas posteriores). San Bernardo dedicó al Sumo Pontífice su tratado ascético "De Consideratione", donde afirmaba que el Papa tenía como principal deber atender a las cosas espirituales y que no debía dejarse distraer demasiado por asuntos que corresponden a otros.


Eugenio III partió de Roma en el verano de 1150 y permaneció dos años y medio en la Campania, procurando obtener el apoyo del emperador Conrado III y de su sucesor, Federico Barbarroja.


El santo murió en Roma el 8 de julio de 1153. Su culto fue aprobado el 28 de diciembre de 1872 por el Papa Pío IX.



San Adriano sucedió al Papa Marino I en el año 884, durante una época particularmente tumultuosa de la historia del pontificado.

El nuevo Pontífice adoptó al rey de Francia, Carlomán, por hijo espiritual y tomó medidas para impedir que el obispo de Nimes siguiese molestando a los monjes de la abadía de Saint Giles. También se dice que castigó con una severidad digna de sus crímenes al antiguo cortesano, Jorge del Aventino, y a la rica viuda de otro cortesano que había sido asesinado en el atrio de San Pedro.


Como es bien sabido, en la Roma de fines del siglo IX se cometieron crímenes horribles. El año 885, el emperador Carlos el Gordo invitó a San Adriano a una dieta reunida en Worms. Ignoramos qué razones tenía para invitar especialmente al Papa; en todo caso, el emperador no llegó a ver cumplidos sus deseos, pues San Adriano enfermó durante el viaje y murió en Módena, en julio o en septiembre.


Fue sepultado en la iglesia abacial de San Silvestre de Nonántola. El pontificado de San Adriano duró catorce o dieciséis meses; lo poco que sabemos sobre él, no nos proporciona ningún detalle sobre su santidad personal, pero lo cierto es que, desde su muerte, empezó a venerársele como santo en Módena.


Su culto fue confirmado en 1891. Durante el breve pontificado de San Adriano III, Roma se vio asolada por la carestía y el Papa hizo cuanto estuvo en su mano por aliviar los sufrimientos del pueblo. Flodoardo, el cronista de la diócesis de Reims, le alaba como padre de sus hermanos en el episcopado.



Lo poco que sabemos sobre Aquila y Priscila procede de la Sagrada Escritura. Ambos eran discípulos de San Pablo. Como su maestro, viajaron mucho y cambiaron con frecuencia de lugar de residencia.

La primera vez que nos hablan de ellos los Hechos de los Apóstoles (18:1-3), acababan de partir de Italia, pues el emperador Claudio había publicado un decreto por el que prohibía a los judíos habitar en Roma.


Aquila era un judío originario del Ponto. Al salir de Italia, se estableció en Corinto con su esposa, Priscila. San Pablo fue a visitarlos al llegar de Atenas. Al ver que Aquila era, como él, fabricante de tiendas (pues todos los rabinos judíos tenían un oficio), decidió vivir con ellos durante su estancia en Corinto.


No sabemos si San Pablo los convirtió entonces a la fe o si ya eran cristianos desde antes. Aquila y Priscila acompañaron a San Pablo a Efeso; ahí se quedaron, en tanto que el Apóstol proseguía su viaje. Durante la ausencia del Apóstol, instruyeron a Apolo, un judío de Alejandría "muy versado en las Escrituras", que había oído hablar del Señor a unos discípulos del Bautista.


Durante su tercer viaje a Efeso, San Pablo se alojó en casa de Aquila y Priscila, donde estableció una iglesia. El Apóstol escribe: "Saluda a Priscila y Aquila y a la iglesia de su casa." Y añade unas palabras de gratitud por todo lo que habían hecho: "Mis colaboradores en Jesucristo, que expusieron la vida por salvarme. Gracias les sean dadas, no sólo de mi parte, sino de parte de todas las iglesias de los gentiles."


Estas palabras se hallan en la epístola de San Pablo a los romanos, lo cual prueba que Aquila y Priscila habían vuelto a Roma y tenían también ahí una iglesia en su casa. Pero pronto volvieron a Efeso, pues San Pablo les envía saludos en su carta a Timoteo.


El Martirologio Romano afirma que murieron en Asia Menor, pero, según la tradición, fueron martirizados en Roma. Una leyenda muy posterior relaciona a Santa Priscila con el "Titulos Priscae", es decir, con la iglesia de Santa Prisca en el Aventino.



Presbítero y Fundador

de la Congregación de las Hermanas del Santísimo Sacramento



Pedro Vigne nació el 20 de Agosto de 1670 en Privas (Francia), pequeña ciudad muy marcada aún por las consecuencias de las guerras de religión del siglo anterior, entre católicos y protestantes. Su padre Pedro Vigne, honrado comerciante en textil, y su madre, Francisca Gautier, casados en la Iglesia Católica, han hecho bautizar a sus cinco hijos en la parroquia católica de Santo Tomás de Privas. Dos hijas murieron muy temprano. Pedro y sus dos hermanos mayores, Juan Francisco y Eleonora, viven con sus padres en una relativa comodidad.

A los 11 años, Pedro es llamado por el Cura de la parroquia para firmar como testigo las actas parroquiales de Bautismo, matrimonio y sepultura.


Después de haber recibido una educación e instrucción de buen nivel, al final de su adolescencia, de repente su vida está transformada por la toma de conciencia de la presencia de Jesucristo en la Eucaristía. Esta experiencia le orienta definitivamente hacia Jesús que entrega su vida en la Cruz por nuestro amor y que, por la Eucaristía, no cesa de darse a todos. En 1690 entra en el seminario sulpiciano de Viviers. Ordenado sacerdote, el 18 de Septiembre de 1694, en Bourg Saint Andéol, por el obispo de Viviers, está destinado como coadjutor a Saint Agrève. Durante seis años ejerce allí su ministerio sacerdotal en amistad con su párroco y en cercanía con los fieles.


Siempre atento para discernir a través de los acontecimientos la voluntad del Señor sobre su vida, se siente llamado a vivir otra cosa. Al principio su itinerario espiritual parece ser un poco vacilante, pero se hará cada vez más firme y seguro. Su deseo de ser misionero entre la gente sencilla le decide a entrar en la Congregación de los Lazaristas, en Lyon, en 1700. Allí recibe una sólida formación a la pobreza y a las «misiones populares» y empieza a recorrer pueblos y ciudades con sus compañeros para evangelizar al pueblo cristiano. En 1706 deja voluntariamente a los Lazaristas. Más que nunca le mueve la pasión de las almas, sobre todo la gente de los pueblos y caseríos. Después de un breve tiempo de búsqueda, su vocación se delinea con firmeza y adquiere un rumbo firme. Pedro será «misionero itinerante», aplicando su propio método pastoral a la vez que somete siempre su ministerio a la autorización de sus superiores jerárquicos.


Incansablemente, y durante más de treinta años, recorre, andando o a caballo, los caminos del Vivarais, del Dauphiné y más aún. Para hacer conocer, amar y servir a Jesucristo se enfrenta con el cansancio de los viajes y el rigor del clima. Predica, visita a los enfermos, catequiza a los niños, administra los sacramentos y va hasta llevar a hombros «su» confesionario para estar siempre dispuesto a ofrecer la misericordia de Dios. Celebra la Misa, expone al Santísimo, enseña a los fieles a adorar. María, «Hermoso sagrario de Dios entre los hombres» tiene también un lugar de predilección en su oración y enseñanza.


En el transcurso de una de sus misiones, en 1712, llega a Boucieu le Roi cuya topografía le permite levantar un Vía Crucis. Con la ayuda de los feligreses de la zona construye 39 estaciones que, a través del pueblo, el campo y la montaña, enseñan a los cristianos a seguir a Jesús desde la Cena hasta Pascua y Pentecostés.


Boucieu va a ser su residencia, fuera de las misiones. Allí reúne a algunas mujeres que encarga de «acompañar a los peregrinos» del Vía Crucis para ayudarles a meditar y a orar.


Es allí que funda la Congregación de las Hermanas del Santísimo Sacramento. El 30 de Noviembre de 1715, en la iglesia, les entrega la cruz y el hábito religioso. Les invita a hacer turnos para adorar a Jesús presente en la Eucaristía, y a vivir juntas fraternalmente. Les confía la tarea de enseñar a la juventud. Atento a la necesidad de instruir a los niños para darles la oportunidad de acceder a la fe y adoptar comportamientos cristianos, Pedro Vigne abre escuelas y crea un seminario de «Regentas», modo de llamar entonces a las maestras de escuela.


Una vida tan intensa necesita apoyos. Cuando el Padre Pedro va a Lyon para comprar, nunca deja de ir a casa de sus antiguos maestros de San Sulpicio para encontrar a su confesor y a su director espiritual. Atraído pronto por la espiritualidad eucarística de los Sacerdotes del Santísimo Sacramento, fundados por Monseñor d´Authier de Sisgaud, el 25 de Enero de 1724, en Valence, le admiten como cofrade en esta sociedad sacerdotal y beneficia de su ayuda espiritual y temporal.


A la vez que asume el acompañamiento de su joven Congregación, Pedro Vigne continúa sus viajes apostólicos y, para prolongar los frutos de sus misiones también escribe libros: reglamentos de vida, obras de espiritualidad y sobre todo las «meditaciones sobre el libro más hermoso que es Jesucristo sufriendo y muriendo en la Cruz».


El vigor de este caminante de Dios, la intensidad de su actividad apostólica, sus largas horas de adoración, su vida de pobreza, testimonian no solo de una robusta constitución física sino de un amor apasionado por Jesucristo que amó a los suyos hasta el extremo (cf. Jn 13, 1).


Sin embargo, a los 70 años acusa los efectos del cansancio. En el transcurso de una misión en Rencurel, en las montañas del Vercors, un fuerte malestar le obliga a interrumpir su predicación. A pesar de todos sus esfuerzos para celebrar aún la Eucaristía y exhortar a los fieles a vivir el amor a Jesús, se da cuenta que su fin se acerca, expresa todavía su inmenso ardor misionero y entra en profunda oración. Un sacerdote, y dos Hermanas llegadas rápidamente, acompañan sus últimos momentos. El 8 de Julio de 1740 se reúne con Aquel que tanto amó, adoró y sirvió. Su cuerpo fue transportado a Boucieu donde descansa aún en la pequeña iglesia.


Fue beatiricado el 3 de octubre de 2004.


Reproducido con autorización de Vatican.va



María Romero Meneses nace en Granada (Nicaragua) el 13 de enero de 1902, en una familia muy acomodada, pero de gran sensibilidad hacia las necesidades de los más pobres, a quienes socorre regularmente con generosidad.

Orientada en familia hacia los estudios artísticos, pronto revela su talento para la música y la pintura. A los doce años, en el colegio de las Hijas de María Auxiliadora, recién llegadas a su ciudad, empieza a conocer a don Bosco: congenia inmediatamente con la figura del gran apóstol de la juventud, en quien encuentra como la encarnación de los ideales que vibran en su espíritu, primero de manera genérica y vaga y luego cada vez más claramente y con mayor capacidad de entusiasmarla.


Hace su opción: Hija de María Auxiliadora (1923), y en el nombre de esta su Madre y «su Reina» – como ama invocarla – realiza una incansable actividad apostólica, dando vida a grandiosas obras sociales, especialmente en Costa Rica, a donde es enviada en 1931.


Con viva sensibilidad evangélica y eclesial, conquista para su misión apostólica a las jóvenes alumnas que se vuelven «misioneras» (misioneritas, las llama Sor María) en los pueblitos de los alrededores de la Capital, entre niños semi abandonados y familias desheredadas. Luego, también adultos, empresarios adinerados y renombrados profesionales quedan conquistados por su devoción mariana, que obtiene gracias estrepitosas, y se sienten por lo tanto comprometidos a colaborar efectivamente a las iniciativas asistenciales que Sor María, bajo la acción del Espíritu, va proyectando continuamente con la audacia de la más auténtica fe en la Providencia.


Sor María sueña para sus pobres siempre nuevas soluciones a las urgencias apremiantes: obtiene primero visitas médicas gratuitas, gracias a la acción voluntaria de médicos especialistas, y con la colaboración de industriales del lugar organiza cursos de formación profesional para jóvenes y mujeres que en la pobreza hubieran encontrado una pésima consejera. En esta forma logra dar vida en poco tiempo a un ambulatorio múltiple, con varias especialidades, para asegurar la asistencia médico-farmacéutica a muchas personas y familias privadas de toda garantía social. Al mismo tiempo crea cerca instalaciones adecuadas para Ia acogida de los pacientes – a veces familias enteras – como también salas para la catequesis y la alfabetización en los momentos de espera, además la capilla y un gracioso jardín, y hasta el balcón con los canarios.


Para las familias sin techo, reducidas con frecuencia a una vida precaria bajo los puentes de la periferia, hace construir – siempre con la ayuda de una sorprendente Providencia – «verdaderas» casitas, en las cuales limpidez y propiedad, junto con los colores de un pequeñísimo jardín, tienen la función pedagógica de recuperar personas amargadas, restituir dignidad a vidas envilecidas por el abandono, abriendo los corazones a horizontes de verdad, de esperanza y de nueva capacidad de inserción social. Surgen así las ciudadelas de María Auxiliadora: una obra que continúa todavía, debido al interés de sus colaboradores a través de la Asociación de laicos Asayne (Asociación de Ayuda a los Necesitados).


En medio del sucederse de obras para organizar, y de una peculiar actividad suya como consejera espiritual (cada día horas y horas de intensos coloquios privados, las llamadas consultas) encuentra espacio y momentos de ardientes elevaciones del espíritu y de una profunda vida mística, que es en realidad la fuente de la fuerza interior de donde su apostolado brota y recibe extraordinaria eficacia.


Su ideal: amar profundamente a Jesús, «su Rey», y difundir su devoción junto a la de su divina Madre. Su íntima alegría es la posibilidad de acercar a la verdad evangélica a los niños, a los pobres, a los que sufren, a los marginados. La más ambicionada recompensa a sus sacrificios es la de ver reflorecer la paz y la fe en una vida «perdida».


Haciéndose como el Apóstol, «toda para todos» y olvidándose de sí para conquistar cada vez nuevos amigos a su Jesús, se entrega hasta el último de sus días: el primero en el que decidió darse un poco de descanso. La esperaba allí el descanso eterno, con «su Rey» y «su Reina». Era el 7 de julio de 1977.


La fama de su santidad se expresa en el lamento general de sus asistidos y de sus colaboradores; y por obra de éstos, en el continuo reflorecimiento de las obras fundadas por ella.


Fue beatificada el 14 de abril de 2002 por S.S. Juan Pablo II.


Reproducido con autorización de Vatican.va



Nació en Santa Maria in Valle en Trevi, provincia de Perusa, el 16 de octubre de 1842.

De constitución débil, parecía que sería un gallardo y pacífico campesino, en cambio fue recibido en la Orden de los Hermanos Menores, ordenado sacerdote a los 23 años de edad y partió para la capital del Hupe en China, sede del Vicariato y residencia principal de la misión, a donde llegó el 15 de diciembre de 1867. De sus 33 años de apostolado en China los primeros siete años fueron los más serenos entre aquellas heroicas cristiandades y pudo dedicarse al estudio de la lengua hasta hablarla expeditamente, como un chino, y ser llamado “el maestro europeo”.


Pasó luego a Lao‑ho‑kow, centro fluvial de primera importancia, donde por 18 años ejerció el ministerio con tacto, prudencia y singular penetración de la mentalidad china. Fue Administrador Apostólico del Alto Hu‑pe cuando la carestía y la peste desolaron a China. En 1878 fundó un orfanato para los niños abandonados y organizó la distribución de numerosas ayudas provenientes de Europa. Luego fue vicario general del obispo Banci y colaboró en la erección del gran templo de tres naves de estilo románico del Sagrado Corazón. En 1888 fue por breve tiempo a Italia. Al regresar a China, fue nombrado Obispo titular de Adana y Vicario Apostólico del Hu‑nan meridional.


Sus últimos años fueron amargados por cruces y persecuciones, pero las adversidades no apagaron su celo. En la feroz persecución de los bóxers perecieron en solo Shansi y en Hunan más de 20.000 cristianos. Precedido en el Hunan por el P. Cesidio Giacomantonio, muerto el 4 de julio, San Antonino acudió junto con el P. José María Gambaro al lugar del peligro, a donde llegaron el 7. Reconocidos, fueron asediados por los revoltosos con una granizada de piedras y objetos contundentes, y asesinados bárbaramente. El martirio del obispo se prolongó por más de dos horas entre atroces tormentos, hasta que un pagano, viéndolo todavía vivo, lo atravesó con un largo palo de bambú con una aguda punta de hierro, traspasándolo de un lado a otro. Los dos cadáveres, arrojados primero al río, fueron luego recogidos para ser quemados y sus cenizas dispersadas en el agua o arrojadas al viento a fin de que no se honrara su sepultura. A


lgunos testigos vieron en el lugar del suplicio dos ángeles elevarse al cielo mientras numerosos paganos que habían asistido a la escena exclamaban: “Estos misioneros eran en verdad hombres justos”. Tenía 58 años.


Fue canonizado el 1 de octubre de 2000 junto a otros 119 mártires en China



Angel To Puia, jefe respetado y rico, vivía con su esposa, María Ja Tumul, una mujer honrada y silenciosa, en la aldea de Rakunai, en el extremo nororiental de Nueva Bretaña (hoy Papua Nueva Guinea). Hombre de gran influencia entre los suyos, la tribu Gunantuna, era considerado como padre y protector, cuyo consejo se buscaba y cuyas opiniones contaban en orden a la vida de la comunidad.

Tuvieron seis hijos. Los dos últimos murieron muy niños aún. Eran adultos conversos que formaban parte de la primera generación de católicos de la región.


Pedro era el tercero. Nació en 1912. Se hizo notar enseguida por su docilidad y obediencia, aunque estaba adornado de un carácter enérgico.


Su padre vió en él a su futuro sucesor al frente de su pueblo de Rakunai, lo que le indujo a no mimarle nunca, aconsejarle, reprenderle, incluso castigarle en los fallos, aunque fueran mínimos.


Comienza a frecuentar la escuela de la misión hacia los siete años y no falta ni un sólo día, a no ser por causa de enfermedad: Detalle significativo, tanto del cuidado de sus padres, como del pundonor del niño, en un pueblo en que no había obligación de asistencia a la escuela, y, peor aún, en una tribu que no se distinguía precisamente por su afición a las ideas y costumbres cristianas. Los niños se sentían independientes, libres; vivían con quien les apetecía, ya fuera con su padre, ya con alguno de los tíos maternos, siempre bajo el dominio consuetudinario de la madre, en una sociedad con muchos elementos de matriarcado clásico.


To Rot era inteligente, captaba enseguida los temas y acostumbraba a estar muy atento. “Era el primero en responder a las cuestiones del maestro”, declara uno de sus antiguos condiscípulos. Otro subraya su afición a aprenderse pasajes de la Biblia y recitarlos sin equivocaciones. Disposiciones que le valieron ser admitido a la primera Comunión en edad muy temprana.


‑ “Todos conocíamos su actitud religiosa”, declara el catequista To Labit, era humilde y muy devoto del Santísimo. Algunos chicos iban a la iglesia sólo a mirar a todos lados.., él, en cambio, venía porque Jesús estaba en el Sagrario.


Era un jefe nato. Sus compañeros aceptaban de buen grado su dirección en juegos y trabajos. Le obedecían y sobre todos ejercía una saludable influencia: Les apartaba a menudo de los hurtos a que tan aficionados son los niños, pidiendo a los dueños permiso para coger algunos frutos de los árboles y repartirlos entre todos. Es cierto que en más de una ocasión participó en juegos un tanto comprometidos y profirió palabras malsonantes; pero, en cuanto advertía que el asunto revestía visos de gravedad, inmediatamente se aferraba a sus principios cristianos y se alejaba.


Fué el primero en ofrecerse cuando el Misionero buscó acólitos que asistieran con regularidad a las funciones del templo. Nunca dejó de levantar su mano en gesto afirmativo cuando en la escuela se preguntaba sobre quién había hecho las oraciones de la mañana y de la noche. Y cuando se pedía una relación de las actividades del día anterior, la de To Rot comenzaba invariablemente señalando su oración de la mañana, para anotar a continuación el cumplimiento de las diferentes tareas que sus padres le habían asignado.


Nadie crea que Pedro To Rot había nacido santo. Sus travesuras merecieron en más de una ocasión la reprensión y el castigo por parte de su padre. Un día el maestro se enfadó con él y hubo de propinarle un cachete. El compañero de escuela que lo narra no recuerda el motivo. Otra vez, durante la clase de redacción, escribió en su pizarra una fogosa carta de amor adolescente y se la enseñó después de la escuela a Teresa Ja Vinevel. Esta lo comunicó a sus propios padres. To Rot lo reconoció enseguida y la borró para poder hacer las cuentas.


En el otoño de 1930 ingresa a la Escuela de Catequistas de Tililigap.


Frecuentaba con gusto la oración. Rezaba con auténtico fervor. Pasaba por la iglesia antes de ir al trabajo, también a la vuelta, y después de las comidas, y varias veces a lo largo del día, cuando las clases le dejaban algún tiempo libre. Sentía profundo amor a Jesús Sacramentado. Comulgaba diariamente, percatándose de que Jesús era la vida y fuerza de sus obreros.


En la Escuela de Catequistas había tiempos dedicados al deporte y expansión. A Pedro le gustaba. Participaba en el fútbol y en otros juegos. Rehuía, empero las discusiones que se originaban. De temperamento alegre y bromista, cuando dos compañeros se pegaban, les hablaba bromeando, a fin de hacerles reír y lograr que el enfado se fuera disipando. Si alguno le molestaban, ni siquiera pasaba por su mente la idea de resarcirse.


No fue prolongada su estancia en la Escuela. Su párroco le necesitaba y le llamó antes de terminar el tercer año. Regresó a casa para convertirse en le catequista más joven de la zona de Rakunai. Era a principios de 1933.


Sus compañeros catequistas recalcan, en sus recuerdos, la modestia y sencillez de Pedro. Se dejaba guiar en su trabajo y aceptaba con gusto los consejos de los veteranos. Bien pronto, sin embargo, hubieron de reconocer su superioridad y acatar con gusto su indiscutible liderazgo, aunque fuese el más joven de todos.


Su actitud no sufrió cambios. Continuó modesto, amable, sencillo, de suerte que logró que entre ellos no hubiera nunca disensiones, ni envidias, ni resquemores.


Con frecuencia iba, por las tardes, a visitar a su Párroco. Quería continuar su formación. Le planteaba las cuestiones a las que él no encontraba respuesta.


No le importaba sólo saber cosas: le importaba sobre todo, penetrarlas hasta el fondo, lo que no era, a la verdad, fenómeno frecuente entre los nativos.


La única fecha que, en la vida de Pedro To Rot, puede señalarse como cierta y segura, es la de su matrimonio canónico. Se casó con Paula Ja Varpit el 11 de Noviembre de 1936 en la iglesia de Rakunai. Paula había nacido el 27 de Junio de 1920 en Ramalmal; pero, a los catorce años había venido a la granja de su madre en Rakunai. Asistía a la escuela de la misión y fué así cómo se convirtió en alumna de Pedro To Rot, su futuro marido.


El matrimonio fué muy feliz, aunque, al principio tuvieran sus dificultades. Lo cuenta Paula: “En lo comienzos tuvimos algunas peleas. La razón era que yo era un poco dura de mollera". Pero en situaciones de diferencia de opinión, era normalmente Pedro quien cedía primero. Hacía por su esposa cuanto estaba en su mano y acentuaba sus cuidados cuando le sobrevenía alguna ligera enfermedad.


Nació su primer hijo el 5 de Diciembre de 1939. Lo llamaron To Puya, en memoria del abuelo, ya difunto, y en el bautismo le impusieron el nombre cristiano de Andrés. Anota To Burangan, compañero de escuela de Pedro, que éste rezaba muy a menudo por su esposa y por sus hijos, especialmente por su primogénito. Le sacaba de paseo, le cuidaba, jugaba con él, de suerte que Andrés pasaba más tiempo con su padre que con su madre.


Dos años más tarde, en 1942, cuando ya la ocupación japonesa había comenzado, nació una niña, Rufina Ja Mama. No cabe duda de que la vida de Pedro To Rot como esposo y como padre fué ejemplar. Tenemos un testimonio espléndido en la declaración de su tío, el jefe Tarúe: "To Rot, afirma, era un hombre íntegramente bueno, que nunca decepcionó. Eran sus palabras tan buenas como sus hechos. Pensaba sólo en la religión. Su matrimonio fué para él sagrado y luchó contra la secularización del vínculo, defendida por otros”.


Cuando prematuramente le fué arrancado a los suyos y martirizado, su esposa creyó enloquecer. Tenía, a la sazón, 25 años. A pesar de su juventud, no quería oír hablar de nuevo matrimonio: "Nunca encontraré un hombre como Pedro". Mas, a la vuelta de algunos años, presionada por los parientes y para atender al bien de sus tres hijos, tan pequeños, aceptó casarse de nuevo.


En 1942 todos los misioneros y su personal fueron detenidos por los invasores japoneses y encerrados en campos de concentración. Pedro continuó dirigiendo los fieles de su pueblo lo mejor que pudo, cuidando de los enfermos, bautizando, enseñando a los fieles y ayudando a los pobres.


Cuando los japoneses comenzaron a perder batallas en la guerra, se desquitaron reprimiendo a los locales, prohibiendo el cristianismo, presionándolos para el regresen a sus costumbres pre-cristianas, en particular a la poligamia.


Pedro se opuso a ese retroceso y en 1945 fue detenido por organizar reuniones religiosas.


El 7 de julio de 1945 murió por envenenamiento y asfixia, esto ocurrió en el campo de concentración en Rakunai.


Fue beatificado por S.S. Juan Pablo II el 17 de enero de 1995.


Si usted tiene información relevante para la canonización del Beato Pedro, comuníquese a:

Archdiocese of Rabaul

Vunapope, P.O. Box 357

Kokopo, Enbp. Papua New Guinea



Martirologio Romano: En Buenos Aires, en Argentina, beata Nazaria de Santa Teresa March Mesa, virgen, nacida en España y emigrante con su familia a México, la cual, llena de celo misionero, consagró su vida a la evangelización de los pobres y necesitados en varias naciones de América latina y fundó el Instituo de las Misioneras Cruzadas de la Iglesia (1943).

Etimológicamente: Nazaria = Aquella consagrada a un fin, es de origen hebreo.



La Madre Nazaria Ignacia nació el 10 de enero de 1889, en Madrid (España). Fue la cuarta hija (melliza) de 11 hermanos. A la edad de 9 años hizo la Primera Comunión y fue entonces cuando sintió la primera llamada del Señor: “Tú Nazaria, sígueme”. A la que Nazaria repondió: “Te seguiré, Jesús, lo más cerca que pueda una humana criatura”.

Pasando los años, esta llamada se hacía más fuerte, al mismo tiempo que Nazaria quería ser libre, vivir y gozar de su juventud. No obstante, fue generosa y dijo ¡Sí!


La familia pasó serias dificultades económicas y Nazaria Ignacia, solidaria con los suyos, buscó modos de ayuda aún a costa de su propia humillación. Por motivos económicos, la familia, March Mesa, tuvo que trasladarse a México. En el mismo barco en que viajaban, iba también un grupo de Hermanitas de los Ancianos Desamparados, coincidencia que posteriormente la determinó a ingresar con ellas en 1908.


Regresa a España para iniciar su Noviciado y en 1912 es destinada junto con 9 compañeras, para una fundación en Oruro-Bolivia. Durante más de 12 años formó parte de la comunidad de Hermanitas, dedicada con todo fervor a las obras de caridad propias de su Instituto, estando al cuidado inmediato de los ancianos, viendo en ellos los miembros doloridos del cuerpo de Cristo. Salió también a recorrer otras ciudades, pueblos y minas postulando limosnas para sus ancianitos. Allí de manera especial, sintió que “la mies era mucha y pocos los operarios” (Lc. 10,2); que el clamor de los pobres subía al cielo y esperaba una respuesta comprometida.


En los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola, en el año 1920, en la meditación del Reino, ve plasmados sus ideales de trabajar con todas su fuerzas por la unión y extensión del Reino de Cristo, comprendiendo que sola poco podía hacer, sintió inmensos deseos de agrupar a otras personas “Bajo el estandarte de la Cruz”, concibiendo la Congregación religiosa como “una cruzada de amor en torno a la Iglesia”.


En 1920, acompañando a la Religiosas del Buen Pastor que buscaban casa para fundar en Oruro, llegó al Beaterio de las Nazarenas (antigua propiedad de los jesuitas, expatriados en 1767), sintió gran repugnancia interior y deseos de salir pronto, por su aspecto de miserable abandono. Allí en el templo, sintió que Jesús Nazareno le decía: “Nazaria, tú serás fundadora y esta casa tu primer convento”. Durante unos años más, luchó contra sus ansias de dar la vida por la predicación del Evangelio y su particular intuición del misterio de la Iglesia, la fue guiando hasta formar una nueva familia eclesial.


Las circunstancias históricas y ambientales del nacimiento en Bolivia de nuevas iglesias locales con escasez de sacerdotes y ausencia de Congregaciones religiosas nativas; la presencia de sectas enfrentadas con la Iglesia Católica y, la dura realidad económica, política y social del país, la motivaron a dar una respuesta audaz.


Mons. Antezana, primer Obispo de Oruro; Mons. Sieffert, Obispo de la Paz y Mons. Cortesi, Internuncio Apostólico en Bolivia, vieron en todo ello, la acción del Espíritu y alentándola, apoyaron este nuevo brote de vida en la Iglesia.


El 16 de junio de 1925, Nazaria sale de las Hermanitas, para iniciar en el Beaterio la fundación de la nueva Congregación, con un capital de 40 centavos entregados por la ex-abadesa de las Nazarenas. Diez jóvenes bolivianas de distintos lugares fueron sus primeras compañeras. Con ellas se iniciaron las primeras obras misionales en las minas: Uncía entre otras; en el campo: Toledo, Condo, Challapata y Poopó.


El 12 de febrero de 1927, se declara erigida canónicamente la Congregación religiosa diocesana de las Hermanas Misioneras de la Cruzada Pontificia, “hija primeriza, tierna, legítima de la Iglesia boliviana”, en palabras del Obispo, Mons. Antezana. El 8 de junio de 1935, la Congregación recibe el Decreto laudatorio y así ésta, pasa a ser de Derecho Pontificio. El día 9 de junio de 1947, el Instituto recibió la aprobación definitiva de las Constituciones y el nombre de Misioneras Cruzadas de la Iglesia, ya muerta Nazaria Ignacia.


Según las Constituciones, escritas por la Madre Nazaria Ignacia, “El Instituto de las Misioneras de la Cruzada Pontificia, tiende a realizar la acción social de la mujer, con la mayor perfección posible y tiene por fin especial la difusión del catecismo entre niños y adultos y quiere como distintivo característico suyo, ser reconocido por su particular unión con el Santo Padre”


La Madre dirá también: “Que en amar, obedecer y cooperar con la Iglesia en su obra de predicar el Evangelio a toda criatura, está nuestra vida, el ser lo que somos”. “Este es nuestro espíritu: guerrero, fiel, nada de cobardías, todos amores, amor sobre todo a Cristo y en Cristo a todos. Repartirse entre los pobres, animar a los tristes, dar la mano a los caídos; enseñar a los hijos del pueblo, partir su pan con ellos, en fin, dar toda su vida, su ser entero por Cristo, la Iglesia y las almas”


Y es así como, en fidelidad a su iglesia, a su pueblo y a su tiempo, las “pontificias”, con el carisma, impulso y vida de la M. Nazaria Ignacia, atendían en Oruro a niñas abandonadas, visitan a los presos, catequizaban en las parroquias y en los cuarteles, preparaban las visitas pastorales en las minas y en los campos. Buscaban la promoción de la mujer, a través de la profesionalización y la defensa de sus derechos, con la fundación, en Bolivia, del primer “Sindicato de obreras” de América latina. “Liga católica de Damas Bolivianas” que tenia por fin el mejoramiento religioso, moral, cultural y económico de la sociedad boliviana, especialmente de las clases pobres y obreras. Con publicaciones que ayudaban a que ocupen su lugar en la sociedad y en la Iglesia.


El 10 de diciembre de 1938, fundó en Buenos Aires, Argentina una Asociación de señoritas con el nombre de “Margaritas Pontificias del Pilar” su fin era formarse para trabajar después en la Acción Católica. Y otras muchas, largo de describir, Talleres y Escuelas para niñas pobres del pueblo… que tenían el mismo fin, la promoción de la mujer. Para ayudar a los obreros y desempleados, se quitaban de su propio pan, mendigaban para ellos, organizaban Asociaciones, “Comedores populares”, “Ollas del Pobre” donde, además del alimento, se buscaba junto con ellos, solución a sus problemas. Su preocupación por los últimos y no atendidos, la llevó a crear el “Hogar de pobres” que atendían a pobres desamparados que tocaban ya al fin de sus vidas; niñas paralíticas, dementes y ciegas abandonadas de todo auxilio; ancianitas inhábiles, defectuosas y ciegas, que necesitaban toda clase de ayuda para seguir subsistiendo los cortos días que le quedaban en la tierra. Los más desechados encuentran cariñosa acogida en él. Entre otras de sus preocupaciones destaca, los jóvenes y la unión de las familias, a los que dedicó, ella y las primeras hermanas, gran esfuerzo. También la unidad de los cristianos, llegando la Madre a pedir a todas sus religiosas que pidieran y trabajaran para que haya: “Un solo rebaño y un solo Pastor”


Durante los 10 primeros años, la Congregación estaba presente en: Bolivia, Argentina, España y Uruguay.


En Bolivia estaban presentes: En Cochabamba, La Paz, Potosí, y Santa Cruz, realizaban y ampliaban su labor, respondiendo a circunstancias concretas. En tiempos de guerra dejaron sus conventos para atender los “Hospitales de sangre” y, después, a los huérfanos de guerra, a quienes consideraban miembros de su propia familia. Nazaria Ignacia muere en Buenos Aires-Argentina el 6 de julio de 1943, dejando gran fama de santidad. Sus restos son trasladados a la casa Matriz de Oruro (Bolivia), según su deseo, el 18 de junio de 1972.


La Conferencia Episcopal boliviana, las Hermanas Misioneras Cruzadas de la Iglesia y el Pueblo de Bolivia, pidieron a S.S. Juan Pablo II, que la M. Nazaria Ignacia sea reconocida en su santidad y mostrada al pueblo de Dios como ejemplo posible de imitación e inspiración, para los jóvenes, familias y evangelizadores. Fue Beatificada por S.S. Juan Pablo II en Roma, el 27 de Septiembre de 1992.


El Sr. Nuncio de S.S. Giovanni Tonucci, se expresaba así al anunciar oficialmente al pueblo de Bolivia su Beatificación: “No dudo de que este primer fruto de santidad en tierras bolivianas abrirá el camino a tantas otras almas para seguir el ejemplo de la Madre Nazaria, VERDADERA PROFETA DE LA NUEVA EVANGELIZACIÓN”.



María nace el 16 de octubre de 1890, en Corinaldo (Ancona, Italia), en el seno de una familia pobre de bienes terrenales pero rica en fe y virtudes. Es la tercera de los siete hijos de Luigi Goretti y Assunta Carlini. Al día siguiente de su nacimiento es bautizada y consagrada a la Virgen. Recibirá el sacramento de la Confirmación a los seis años. Después del nacimiento de su cuarto hijo, Luigi Goretti emigra con su familia a las grandes llanuras de los campos romanos, todavía insalubres en aquella época. Se estableció en Ferriere di Conca, al servicio del conde Mazzoleni, donde María no tarda en revelar una inteligencia y una madurez precoces. Es como el ángel de la familia: no hay en ella atisbo de capricho, desobediencia o mentira.

Piadosa y esforzada


Tras un año de trabajo agotador, Luigi contrae el paludismo y fallece en diez días. Para Assunta y sus hijos empieza un largo calvario. María llora a menudo la muerte de su padre, y aprovecha cualquier ocasión para arrodillarse delante de la verja del cementerio. Quizás su padre se encuentre en el purgatorio, y como ella no dispone de medios para encargar misas por el reposo de su alma, se esfuerza en compensarlo con sus plegarias. Pero no hay que pensar que la muchacha practica la bondad sin esfuerzo, ya que sus sorprendentes progresos son fruto de la oración. Su madre contará que el rosario le resultaba necesario y, de hecho, lo llevaba siempre enrollado alrededor de la muñeca. De la contemplación del crucifijo, María se nutre de un intenso amor a Dios y de un profundo horror por el pecado.


María suspira por el día en que recibirá la Sagrada Eucaristía. Según era costumbre en la época, debía esperar hasta los once años, pero un día le pregunta a su madre: "Mamá, ¿cuándo tomaré la Comunión?. Quiero a Jesús". "¿Cómo vas a tomarla, si no te sabes el catecismo? Además, no sabes leer, ni tenemos dinero para comprarte el vestido, los zapatos y el velo, y no tenemos ni un momento libre." "¡Pues nunca podré tomar la Comunión, mamá! ¡Y yo no puedo estar sin Jesús!" "Y, ¿qué quieres que haga? No puedo dejar que vayas a comulgar como una pequeña ignorante." Finalmente, María encuentra un medio de prepararse con la ayuda de una persona del lugar, y todo el pueblo acude en su ayuda para proporcionarle ropa de comunión. Recibe la Eucaristía el 29 de mayo de 1902.


Su amor a la castidad


La recepción de la Eucaristía aumenta su amor por la pureza y la anima a tomar la resolución de conservar esa virtud a toda costa. Un día, tras haber oído un intercambio de frases deshonestas entre un muchacho y una de sus compañeras, le dice con indignación a su madre: "Mamá, ¡qué mal habla esa niña!". "Procura no tomar parte nunca en esas conversaciones". "No quiero ni pensarlo, mamá; antes que hacerlo, preferiría...", y la palabra "morir" queda entre sus labios. Un mes más tarde, la voz de su sangre terminará la frase.


Las dificultades y el mal presentimiento


Al entrar al servicio del conde Mazzoleni, Luigi Goretti se había asociado con Giovanni Serenelli y su hijo Alessandro. Las dos familias viven en apartamentos separados, pero la cocina es común. Luigi se arrepintió enseguida de aquella unión con Giovanni Serenelli, persona muy diferente de los suyos, bebedor y carente de discreción en sus palabras. Después de la muerte de Luigi, Assunta y sus hijos habían caído bajo el yugo despótico de los Serenelli. María, que ha comprendido la situación, se esfuerza por apoyar a su madre: ­­Ánimo, mamá, no tengas miedo, que ya nos hacemos mayores. Basta con que el Señor nos conceda salud. La Providencia nos ayudará. ¡Lucharemos y seguiremos luchando!


Desde la muerte de su marido, Assunta siempre está en el campo y ni siquiera tiene tiempo de ocuparse de la casa, ni de la instrucción religiosa de los más pequeños. María se encarga de todo, en la medida de lo posible. Durante las comidas, no se sienta a la mesa hasta que no ha servido a todos, y para ella sirve las sobras. Su obsequiosidad se extiende igualmente a los Serenelli. Por su parte, Giovanni, cuya esposa había fallecido en el hospital psiquiátrico de Ancona, no se preocupa para nada de su hijo Alessandro, joven robusto de diecinueve años, grosero y vicioso, al que le gusta empapelar su habitación con imágenes obscenas y leer libros indecentes. En su lecho de muerte, Luigi Goretti había presentido el peligro que la compañía de los Serenelli representaba para sus hijos, y había repetido sin cesar a su esposa: ­­¡Assunta, regresa a Corinaldo! Por desgracia Assunta está endeudada y comprometida por un contrato de arrendamiento.


Alessandro


Al estar en contacto con los Goretti, algunos sentimientos religiosos han hecho mella en Alessandro. A veces se suma al rezo del rosario que realizan en familia, y los días de fiesta asiste a Misa. Incluso se confiesa de vez en cuando. Pero todo ello no impide que haga proposiciones deshonestas a la inocente María, que en un principio no las comprende. Más tarde, al adivinar las intenciones del muchacho, la joven está sobre aviso y rechaza la adulación y las amenazas. Suplica a su madre que no la deje sola en casa, pero no se atreve a explicarle claramente las causas de su pánico, pues Alessandro la ha amenazado: "Si le cuentas algo a tu madre, te mato". Su único recurso es la oración. La víspera de su muerte, María pide de nuevo llorando a su madre que no la deje sola, pero, al no recibir más explicaciones, ésta lo considera un capricho y no concede importancia a aquella súplica.


Intento deshonesto y atentado de asesinato


El 5 de julio, a unos cuarenta metros de la casa, están trillando las habas en la era. Alessandro lleva un carro arrastrado por bueyes. Lo hace girar una y otra vez sobre las habas extendidas en el suelo. Hacia las tres de la tarde, en el momento en que María se encuentra sola en casa, Alessandro dice: "Assunta, ¿quiere hacer el favor de llevar un momento los bueyes por mí?". Sin sospechar nada, la mujer lo hace. María, sentada en el umbral de la cocina, remienda una camisa que Alessandro le ha entregado después de comer, mientras vigila a su hermanita Teresina, que duerme a su lado. "¡María!", grita Alessandro. "¿Qué quieres?". "Quiero que me sigas". "¿Para qué?". "¡Sígueme!". "Si no me dices lo que quieres, no te sigo". Ante semejante resistencia, el muchacho la agarra violentamente del brazo y la arrastra hasta la cocina, atrancando la puerta. La niña grita, pero el ruido no llega hasta el exterior. Al no conseguir que la víctima se someta, Alessandro la amordaza y esgrime un puñal. María se pone a temblar pero no sucumbe. Furioso, el joven intenta con violencia arrancarle la ropa, pero María se deshace de la mordaza y grita: "No hagas eso, que es pecado... Irás al infierno." Poco cuidadoso del juicio de Dios, el desgraciado levanta el arma: "Si no te dejas, te mato". Ante aquella resistencia, la atraviesa a cuchilladas. La niña se pone a gritar: "¡Dios mío! ¡Mamá!", y cae al suelo. Creyéndola muerta, el asesino tira el cuchillo y abre la puerta para huir, pero, al oírla gemir de nuevo, vuelve sobre sus pasos, recoge el arma y la traspasa otra vez de parte a parte; después, sube a encerrarse a su habitación.


No consiguió matarla


María ha recibido catorce heridas graves y se ha desvanecido. Al recobrar el conocimiento, llama al señor Serenelli: "¡Giovanni! Alessandro me ha matado... Venga." Casi al mismo tiempo, despertada por el ruido, Teresina lanza un grito estridente, que su madre oye. Asustada, le dice a su hijo Mariano: "Corre a buscar a María; dile que Teresina la llama". En aquel momento, Giovanni Serenelli sube las escaleras y, al ver el horrible espectáculo que se presenta ante sus ojos, exclama: "¡Assunta, y tú también, Mario, venid!". Mario Cimarelli, un jornalero de la granja, trepa por la escalera a toda prisa. La madre llega también: "¡Mamá!", gime María. "¡Es Alessandro, que quería hacerme daño!". Llaman al médico y a los guardias, que llegan a tiempo para impedir que los vecinos, muy excitados, den muerte a Alessandro en el acto.


En el hospital no hay nada que hacer Después de un largo y penoso viaje en ambulancia, hacia las ocho de la tarde, llegan al hospital. Los médicos se sorprenden de que la niña todavía no haya sucumbido a sus heridas, pues ha sido alcanzado el pericardio, el corazón, el pulmón izquierdo, el diafragma y el intestino. Al comprobar que no tiene cura, mandan llamar al capellán. María se confiesa con toda lucidez. Después, los médicos le prodigan sus cuidados durante dos horas, sin dormirla. María no se lamenta, y no deja de rezar y de ofrecer sus sufrimientos a la santísima Virgen, Madre de los Dolores. Su madre consigue que le permitan permanecer a la cabecera de la cama. María aún tiene fuerzas para consolarla: "Mamá, querida mamá, ahora estoy bien... ¿Cómo están mis hermanos y hermanas?".


No había cumplido los doce años


A María la devora la sed: "Mamá, dame una gota de agua". "Mi pobre María, el médico no quiere, porque sería peor para ti". Extrañada, María sigue diciendo: "¿Cómo es posible que no pueda beber ni una gota de agua?". Luego, dirige la mirada sobre Jesús crucificado, que también había dicho ¡Tengo sed!, y se resigna. El capellán del hospital la asiste paternalmente y, en el momento de darle la sagrada Comunión, la interroga: "María, ¿perdonas de todo corazón a tu asesino?". Ella, reprimiendo una instintiva repulsión, le responde: "Sí, lo perdono por el amor de Jesús, y quiero que él también venga conmigo al paraíso. Quiero que esté a mi lado... Que Dios lo perdone, porque yo ya lo he perdonado." En medio de esos sentimientos, los mismos que tuvo Jesucristo en el Calvario, María recibe la Eucaristía y la Extremaunción, serena, tranquila, humilde en el heroísmo de su victoria. El final se acerca. Se le oye decir: "Papá". Finalmente, después de una postrera llamada a María, entra en la gloria inmensa del paraíso. Es el día 6 de julio de 1902, a las tres de la tarde. No había cumplido los doce años.


Conversión del asesino


El juicio de Alessandro tiene lugar tres meses después del drama. Aconsejado por su abogado, confiesa: "Me gustaba. La provoqué dos veces al mal, pero no pude conseguir nada. Despechado, preparé el puñal que debía utilizar". Es condenado a treinta años de trabajos forzados. Aparenta no sentir ningún remordimiento del crimen. A veces se le oye gritar: "¡Anímate, Serenelli, dentro de veintinueve años y seis meses serás un burgués!". Pero María desde el Cielo no lo olvida. Unos años más tarde, monseñor Blandini, obispo de la diócesis donde está la prisión, siente la inspiración de visitar al asesino para encaminarlo al arrepentimiento. "Es muy terco, está usted perdiendo el tiempo, Monseñor", afirma el carcelero. Alessandro recibe al obispo refunfuñando, pero ante el recuerdo de María, de su heroico perdón, de la bondad y de la misericordia infinitas de Dios, se deja alcanzar por la gracia. Después de salir el prelado, llora en la soledad de la celda, ante la estupefacción de los carceleros.


Franciscano declara en el proceso de beatificación de María


Una noche, María se le aparece en sueños, vestida de blanco en los jardines del paraíso. Trastornado, Alessandro escribe a monseñor Blandino: "Lamento sobre todo el crimen que cometí porque soy consciente de haberle quitado la vida a una pobre niña inocente que, hasta el último momento, quiso salvar su honor, sacrificándose antes que ceder a mi criminal voluntad. Pido perdón a Dios públicamente, y a la pobre familia, por el enorme crimen que cometí. Confío obtener también yo el perdón, como tantos otros en la tierra". Su sincero arrepentimiento y su buena conducta en el penal le devuelven la libertad cuatro años antes de la expiración de la pena. Después, ocupará el puesto de hortelano en un convento de capuchinos, mostrando una conducta ejemplar, y será admitido en la orden tercera de san Francisco. Gracias a su buena disposición, Alessandro es llamado como testigo en el proceso de beatificación de María. Resulta algo muy delicado y penoso para él, pero confiesa: "Debo reparación, y debo hacer todo lo que esté en mi mano para su glorificación. Toda la culpa es mía. Me dejé llevar por la brutal pasión. Ella es una santa, una verdadera mártir. Es una de las primeras en el paraíso, después de lo que tuvo que sufrir por mi causa".


El asesino y la madre


En la Navidad de 1937, se dirige a Corinaldo, lugar donde Assunta Goretti se había retirado con sus hijos. Lo hace simplemente para hacer reparación y pedir perdón a la madre de su víctima. Nada más llegar ante ella, le pregunta llorando. "Assunta, ¿puede perdonarme?". "Si María te perdonó, ¿cómo no voy a perdonarte yo?". El mismo día de Navidad, los habitantes de Corinaldo se ven sorprendidos y emocionados al ver aproximarse a la mesa de la Eucaristía, uno junto a otro, a Alessandro y Assunta.


Santa María Goretti


La fama de María Goretti se extendía cada vez más y fueron apareciendo numerosas muestras de santidad. Después de largos estudios, la Santa Sede la canonizó el 24 de junio de 1950 en una ceremonia que se tuvo que realizar en la Plaza de San Pedro debido a la gran cantidad de asistentes. En la ceremonia de canonización acompañaron a Pío XII la madre, dos hermanas y un hermano de María. Durante esta ceremonia Su Santidad Pío XII exaltó la virtud de la santa y sus estudiosos afirman que por la vida que llevó aún cuando no hubiera sido mártir habría merecido ser declarada santa. Sus restos mortales descansan en el santuario de Nettuno de los pasionistas.


Un ejemplo que debe ser permanente


En la homilía pronunciada por el papa Pío XII en la festividad de Santa María Goretti como mártir el 6 de julio de 1959, entresacamos unos párrafos: «De todo el mundo es conocida la lucha con que tuvo que enfrentarse, indefensa, esta virgen; una turbia y ciega tempestad se alzó de pronto contra ella, pretendiendo manchar y violar su angélico candor. (...) Fortalecida por la gracia del cielo, a la que respondió con una voluntad fuerte y generosa, entregó su vida sin perder la gloria de la virginidad.


»En la vida de esta humilde doncella, tal cual la hemos resumido en breves trazos, podemos contemplar un espectáculo no sólo digno del cielo, sino digno también de que lo miren, llenos de admiración y veneración, los hombres de nuestro tiempo. Aprendan los padres y madres de familia cuán importante es el que eduquen a los hijos que Dios les ha dado en la rectitud, la santidad y la fortaleza, en la obediencia a los preceptos de la religión católica, para que, cuando su virtud se halle en peligro, salgan de él victoriosos, íntegros y puros, con la ayuda de la gracia divina. Aprenda la alegre niñez, aprenda la animosa juventud a no abandonarse lamentablemente a los placeres efímeros y vanos, a no ceder ante la seducción del vicio, sino, por el contrario, a luchar con firmeza, por muy arduo y difícil que sea el camino que lleva a la perfección cristiana, perfección a la que todos podemos llegar tarde o temprano con nuestra fuerza de voluntad, ayudada por la gracia de Dios, esforzándonos, trabajando y orando.


»No todos estamos llamados a sufrir el martirio, pero sí estamos todos llamados a la consecución de esta virtud cristiana. Pero esta virtud requiere una fortaleza que, aunque no llegue a igualar el grado cumbre de esta angelical doncella, exige, no obstante, un largo, diligentísimo e ininterrumpido esfuerzo, que no terminará sino con nuestra vida. Por esto, semejante esfuerzo puede equipararse a un lento y continuado martirio, al que nos amonestan aquellas palabras de Jesucristo: El reino de los cielos se abre paso a viva fuerza, y los que pugnan por entrar lo arrebatan.


»Animémonos todos a esta lucha cotidiana, apoyados en la gracia del cielo; sírvanos de estímulo la santa virgen y mártir María Goretti; que ella, desde el trono celestial, donde goza de la felicidad eterna, nos alcance del Redentor divino, con sus oraciones, que todos, cada cual según sus peculiares condiciones, sigamos sus huellas ilustres con generosidad, con sincera voluntad y con auténtico esfuerzo.»


Vocación a la santidad y fortaleza


La influencia de María Goretti continúa en nuestros días. El Papa Juan Pablo II la presenta especialmente como modelo para los jóvenes: "Nuestra vocación por la santidad, que es la vocación de todo bautizado, se ve alentada por el ejemplo de esta joven mártir. Miradla sobre todo vosotros los adolescentes, vosotros los jóvenes. Sed capaces, como ella, de defender la pureza del corazón y del cuerpo; esforzaos por luchar contra el mal y el pecado, alimentando vuestra comunión con el Señor mediante la oración, el ejercicio cotidiano de la mortificación y la escrupulosa observancia de los mandamientos" (29.IX.91). La realidad y el poder de la ayuda divina se manifiestan de una manera particularmente tangible en los mártires. Elevándolos al honor de los altares, "la Iglesia ha canonizado su testimonio y declara verdadero su juicio, según el cual el amor implica obligatoriamente el respeto de sus mandamientos, incluso en las circunstancias más graves, y el rechazo de traicionarlos, aunque fuera con la intención de salvar la propia vida" (Veritatis splendor, n. 91). Indudablemente, pocas personas son llamadas a padecer el martirio de la sangre. Sin embargo, ante las múltiples dificultades, que incluso en las circunstancias más ordinarias puede exigir la fidelidad al orden moral, el cristiano, implorando con su oración la gracia de Dios, está llamado a una entrega a veces heroica. Le sostiene la virtud de la fortaleza, que ­como enseña san Gregorio Magno­ le capacita para amar las dificultades de este mundo a la vista del premio eterno" (id, 93).


Renunciar a todo y no perder a Cristo


Por eso el Papa no teme decir a los jóvenes: "No tengáis miedo de ir contracorriente, de rechazar los ídolos del mundo". y explica: "Mediante el pecado, damos la espalda a Dios, nuestro único bien, y elegimos ponernos del lado de los ídolos que nos conducen a la muerte ya la condenación eterna, al infierno". María Goretti "nos alienta a experimentar la alegría de los pobres que saben renunciar a todo con tal de no perder lo único que es necesario: la amistad de Dios... Queridos jóvenes, escuchad la voz de Cristo que os llama, también a vosotros, al estrecho sendero de la santidad" (29.IX.91).


Santa María Goretti nos recuerda que "el estrecho sendero de la santidad" pasa por la fidelidad a la virtud de la castidad. "Para algunas personas que se hallan en ambientes donde se ofende y se desacredita la castidad ­escribe el cardenal López Trujillo­, vivir castamente puede exigir una dura lucha, a veces heroica. De todas formas, con la gracia de Cristo, que se desprende de su amor de Esposo por la Iglesia, todos pueden vivir castamente, incluso si se hallan en circunstancias poco favorables a ello."


"Que la alegre infancia y la ardiente juventud aprendan a no abandonarse desesperadamente a los gozos efímeros y vanos de la voluptuosidad, ni a los placeres de los vicios embriagadores que destruyen la apacible inocencia, engendran sombría tristeza y debilitan más pronto o más tarde las fuerzas del espíritu y del cuerpo", advertía el Papa Pío XII con motivo de la canonización de Santa María Goretti. El Catecismo de la Iglesia católica recuerda lo siguiente: "O el hombre controla sus pasiones y obtiene la paz, o se deja dominar por ellas y se hace desgraciado" (n. 2339).


Esperanza en la Providencia con amor al prójimo y dignidad de mujer


Para poder crear un clima favorable a la castidad, es importante practicar la modestia y el pudor en la manera de hablar, de actuar y de vestir. Con esas virtudes, la persona es respetada y amada por sí misma, en lugar de ser contemplada y tratada como objeto de placer. Siguiendo el ejemplo de María Goretti, los jóvenes pueden descubrir "el valor de la verdad que libera al hombre de la esclavitud de las realidades materiales", y podrán "descubrir el gusto por la auténtica belleza y por el bien que vence al mal" (Juan Pablo II, id).


Con ocasión del centenario de su muerte, el 30 de junio de 2002, el cardenal Sergio Sebastiani ilustró las virtudes de esta santa: «Confianza en la providencia, amor hacia el prójimo, rechazo de la violencia y respeto de la propia dignidad de mujer, oración y unión con Dios, heroísmo del perdón por amor a Cristo, fe en la vida ultraterrena».


«El martirio de "Marietta" ­como era conocida por sus familiares y amigos­ es el culmen de un itinerario humano y espiritual que había llegado a la radicalidad evangélica en la cotidianidad de su vida de preadolescente y por esto mantiene todavía hoy actualidad y frescura».


Una santidad que no se improvisa


«Estas opciones, como la de entregar la vida a Cristo y perdonar al agresor no se dan por casualidad: la santidad no se improvisa». «La pureza de la niña, su capacidad de perdón y la conversión del asesino son temas de reflexión no sólo para los creyentes, sino también para quien no cree porque ayudan a cultivar una dimensión "elevada" de la vida.»


Para el biógrafo de la santa, el padre Giovanni Alberti, de la Congregación de los Pasionistas, a los que está confiado el Santuario de Nettuno dedicado a María Goretti, la santa es un modelo que hay que «proponer a los adolescentes de hoy porque, enamorada de Cristo, le supo seguir de modo radical». «Sus gestos, sus opciones, su tacto hacia el agresor son los de una niña que ha sabido comportarse como una mujer, pequeña mujer orgullosa de serlo».


María Goretti, la niña mártir de la pureza


Cuando el amor vence al odio



Martirologio Romano: En Roma, beata María Teresa Ledóchowska, virgen, que se entregó totalmente al cuidado de los africanos oprimidos y fundó el Instituto de San Pedro Claver (1922).

Etimológicamente: María = Aquella señora bella que nos guía, es de origen hebreo.


Etimológicamente: Teresa = Aquella que es experta en la caza, es de origen griego.



Fundadora de las Misioneras de S. Pedro Claver en 1894. Recorrió Europa entera y fue capaz de comprometer y sensibilizar en la empresa a los ricos y a los pobres, a los librepen­sadores y los creyentes, a las autorida­des religiosas y a las civiles.

Su palabra sencilla y su pluma no se detuvieron ni ante los recha­zos ni ante los triunfos.


Nació en 1863 en Loosdorf, Austria, hija primogénita del Conde polaco Anto­nio Ledóchowski y de la Condesa suiza Josefina Salis-Zizers. Tuvo una educa­ción muy selecta y aristocrática. Su am­biente familiar fue piadoso. Su her­mana menor, Úrsula, fundó una instituto de Ursu­linas y su hermano fue General de los Jesuitas.


Desde 1882 se trasladó con sus pa­dres a vivir a Lipnica, cerca de Cracovia. Pasó unos años como dama de honor de la Duquesa de Toscana, Alicia de Bor­bón, quien la estimaba mucho. En 1888 conoció al Cardenal Lavigèrie, Arzobispo de Argel. Desde entonces se dedicó a luchar contra la esclavitud en Africa. En 1889, influida por Lavigèrie, fundó la revista "El Eco de Africa" y organizó una imprenta para editar publi­caciones religiosas misioneras. En 1891 dejó la vida en la Corte de la Du­quesa.


En 1894 León XIII la recibió en audien­cia y bendijo su idea de fundar un Institu­to misionero para luchar contra la escla­vitud en Africa. Se entregó de lleno a la obra. Concibió un núcleo de Hermanas consagradas, otro de miembros externos con promesa de servicio a las misiones de Africa y otro de celadores dispuestos a colaborar en todo lo que la obra de las misiones precise. Reclutó adeptas en Viena, en Estalingrado y en diversos lugares. Realizó viajes promo­viendo la obra y recorrió Viena, París, Cracovia, Breslava, Praga, Ins­bruck, Bolzano, Trieste... Su mensaje entusiasta cauti­vaba a las personas que la escu­chaban. En 1901 cayó enferma y hubo de trasla­darse a Roma, a la casa adquirida como sede central del Insti­tuto. Su vida quedó ya centrada en dirigir las obras misionales que iban surgiendo.


En 1908 el "Eco de Afri­ca" salía ya en nueve idiomas. Publi­có también "II Fan­ciullo negro", en varios idiomas. En 1909 inició el Almanaque misionero. Práctica­mente circulaban por toda Europa. El Instituto se hacía cada vez más inter­na­cional y la Fundadora anima­ba las diver­sas activida­des para promo­ver el amor a las misio­nes y para recoger do­nativos. En 1922, el 6 de Julio, falleció, des­pués de breve enfermedad.


Fue Beatifi­cada el 19 de Octubre de 1975 por el Papa Pablo VI.


Además de sus artículos de revista y notas de con­feren­cias, dejó también algunos escritos: "Mi Polonia", "Zaida, Drama misionero".



Martirologio Romano: San Antonio María Zaccaria, presbítero, fundador de la Congregación de los Clérigos Regulares de San Pablo o Barnabitas, para la reforma de las costumbres de los fieles cristianos, y que voló al encuentro del Salvador en Cremona, ciudad de la Lombardía (1539).

Etimológicamente: Antonio = Aquel que es digno de estima, es de origen latino.



Nació en Cremona (Italia) el año 1502 y murió en la misma ciudad el 5 de julio de 1539. Basta la escueta indicación de estas fechas para comprender la trascendencia que, para la vida de la Iglesia, tuvieron los días que vivió Antonio María Zacarías. Inquietud y aspiración de reforma, ansias de renovación por caminos no siempre gratos a la jerarquía eclesiástica, miedo pusilánime en unos y excesos imprudentes en no pocos, definen el clima en el que debía germinar la semilla de un nuevo reformador santo, entre otros que, como San Cayetano de Thiene y San Ignacio de Loyola, produjo la Iglesia católica en el siglo XVI. Reformador, santo y, además añadimos, precursor del gran San Carlos Borromeo en la elevación espiritual de la diócesis de Milán.

Antonio María fue obra de la gracia, que comenzó por materializarse en el regalo de una piadosísima madre; de su seno salió a contemplar la luz de este mundo y de sus brazos tuvo la dicha indecible de volar a contemplar la claridad de Dios. La buena Antonieta Pescaroli recibió con conciencia de responsabilidad el encargo y la confianza que la Providencia en ella depositó al darle un hijo para hacer de él un buen cristiano; por fidelidad a él, y para mejor dedicarse a su formación, rehusó la joven viuda un nuevo matrimonio. Antonio María Zacarías pudo así aprender de su madre a ser pobre para poder ser caritativo, hasta tanto que, con el fin de facilitar a ésta el ejercicio de la caridad en favor de los necesitados, renunció notarialmente a los bienes que le correspondían por herencia paterna; se nos hará, pues, natural que, como un necesitado más, solicite humilde de su madre lo indispensable para su sustento, sin permitirse jamás nada que pueda parecer superfluo o lujoso; para Antonio María supondría ello privar a otros de lo necesario para vivir.


Quiso prepararse por el estudio de la medicina para ser un ciudadano útil a sus hermanos los hombres. Pero el Señor le quería escoger para curar dolencias de otra índole. En los años de estudiante la piedad y amor a la Santísima Virgen, a quien había consagrado su virginidad, sostuvo firme su propósito de virtud y su espíritu de caritativo servicio a los hermanos, que fue poco a poco transformándose en el deseo de ser sacerdote. Pero, a pesar de que la decadencia de las costumbres, aun en el clero, hiciera a sus contemporáneos poco respetable la dignidad sacerdotal, supo él descubrir la grandeza de la misión del sacerdote, a la vez que la profundidad de su indignidad, de manera que sólo por el prudente consejo de su director espiritual se decidiera a entrar por el camino del sacerdocio.


En una época en que la Reforma de la Iglesia aspiraba no solamente a la purificación de las costumbres, sino a la consolidación de la doctrina, no bastaba ser virtuoso para responder a las exigencias que su tiempo tenía, consciente o inconscientemente, respecto de los sacerdotes. Hacía falta doctrina sólida inspirada precisamente en las fuentes puras de la revelación, en la Sagrada Escritura. Visto desde la perspectiva del siglo XX, nos parece sumamente moderno y actual el esfuerzo puesto por Antonio María Zacarías, estudiante para el sacerdocio, de llegar a la comprensión de la doctrina católica, en la teoría y en el espíritu de San Pablo, a través de sus preciosas epístolas. Libertad y gracia, virginidad y cuerpo místico, locura por Cristo crucificado y desprecio de las realidades terrestres, son unos de los muchos temas en los cuales se fue empapando el futuro apóstol y reformador, cuya íntima preocupación no fue otra que la de reproducir la imagen del apóstol Pablo, gran enamorado de Cristo.


Once años escasamente fue Antonio María sacerdote; pero los santos saben vivir con intensidad su tiempo, y así debió vivirlo quien en tan poco tiempo mereció ser llamado por su bondad y caridad, por su prudencia y celo, el "Ángel de Cremona" y el "Padre de la Patria". Su madre le enseñó a compadecer y a aliviar el sufrimiento ajeno, y, ordenado sacerdote, no tuvo que hacer otra cosa que seguir la misma trayectoria, poniendo al servicio de sus hermanos el gran don del sacerdocio, que fue en él luz, mortificación, amor.


En un siglo de exaltación de la razón y de la cultura, y de optimismo desbordado por los valores humanos, Antonio María Zacarías luchó por llevar a los creyentes la ceguera de la fe y la locura de la cruz; la Eucaristía y la pasión fueron las devociones que con mayor ardor trató de inculcar en el pueblo cristiano, y aún perduran todavía ciertas prácticas que él introdujo, como son el recuerdo piadoso de la pasión y de la muerte del Señor al toque de las tres de la tarde de todos los viernes, y la práctica de las cuarenta horas de adoración al Santísimo Sacramento, solemnemente expuesto sucesivamente en diversas iglesias para salvar la continuidad del culto.


Los santos no suelen ser guardianes egoístas de los tesoros que en ellos deposita la gracia; buscan la comunicación abundante y fecunda, en vistas a una mayor eficacia apostólica; por esto es frecuente que en torno a ellos surjan familias religiosas vivificadas por su espíritu y penetradas de su misma inquietud apostólica. Antonio María descubrió en el mundo en que la Providencia le situó, una gran indigencia; vio en su cristianismo una radiante luz que la colmara; y su vida personal, lo mismo que la de los clérigos de la Congregación de San Pablo, no será otra cosa que la dedicación a la obra de la salvación de los hermanos, en el sacrificio total de las apetencias puramente personales. Así nació en Milán esta asociación para la reforma del clero y del pueblo, que más tarde sería conocida con el nombre de los "barnabitas", por la sede en que se instalaron definitivamente a partir del año 1545. Clemente VII la aprobó en 1533. Un sacerdote y un seglar, Bartolomé Ferrari y Jacobo Morigia, fueron sus primeros colaboradores. Y no solamente en el espíritu y la doctrina quisieron estos hombres de Dios imitar a San Pablo; como éste en el foro, se lanzaron ellos a las calles de Milán, predicando, mucho más que por la preparación de su elocuencia, por la austeridad y la mortificación de la vida. No faltaron quienes se escandalizaron ante estas santas "excentricidades", acusándoles de hipócritas y aun heréticos. Se les promovió una causa ante el senado y la curia episcopal de Cremona, de la que la nueva asociación salió fortalecida, pues le valió la bula de Paulo III, quien el año 1539 puso a la nueva Congregación religiosa bajo la inmediata jurisdicción de la Santa Sede.


Con el fin de llevar el espíritu de la Reforma a las jóvenes y a las mujeres, Antonio María transformó un instituto erigido, con esta finalidad por la condesa Luisa Torrelli de Guastalla en monasterio de religiosas que tomará por nombre el de Angélicus, que fue también aprobado por Paulo III. Siguiendo fiel a su espíritu, la base de la transformación religiosa y moral la puso el fundador en la instrucción religiosa, sin la cual no puede existir una verdadera reforma. San Carlos Borromeo se sirvió de ella aun para la reforma de los monasterios, elogiándola tanto que la llamó "la joya más preciosa de su mitra".


No sería completa la reseña sobre la obra de San Antonio María Zacarías si pasáramos por alto una de sus preocupaciones que plasmó en una realización que a nosotros, hombres del siglo XX, nos parece especialmente interesante y actual. Consciente por experiencia propia de lo que la vida familiar, honradamente vivida, puede colaborar en la elevación de las costumbres privadas y públicas, creó una Congregación para los unidos en matrimonio, ordenada a la reforma de las familias.


Al echar ahora una mirada retrospectiva sobre la vida de Antonio María, canonizado el 27 de mayo de 1890 por Su Santidad el Papa León XIII, llama poderosamente la atención no sólo la abundancia de su obra, realizada en tan breve espacio de tiempo, sino también, y en mayor grado aún, la perspicacia y claridad de la visión que tuvo de los problemas, que le hizo buscar los remedios verdaderos y permanentes de todas las situaciones difíciles de la vida de la Iglesia: el estudio de la verdad, el amor de la caridad, el sacrificio por el hermano. Por esto San Antonio María Zacarías nos parece aun hoy un santo moderno, actual, capaz de iluminarnos con el resplandor de su vida y de su espíritu.



Reina de Portugal

Terciaria Franciscana.


Isabel significa "Promesa de Dios"

Nacida en Aragón, España en 1271, santa Isabel es la hija del rey Pedro III de ese reino y nieta del rey Jaime el Conquistador, biznieta del emperador Federico II de Alemania. Le pusieron Isabel en honor a su tía abuela, Santa Isabel de Hungría.


Su formación fue formidable y ya desde muy pequeña tenía una notable piedad. Le enseñaron que, para ser verdaderamente buena debía unir a su oración, la mortificación de sus gustos y caprichos. Conocía desde pequeña la frase: "Tanta mayor libertad de espíritu tendrás cuando menos deseos de cosas inútiles o dañosas tengas". Se esmeró por ordenar su vida en el amor a Dios y al prójimo, disciplinando sus hábitos de vida. No comía nada entre horas .


La casaron cuando tenía 12 años con el rey Dionisio de Portugal. Esta fue la gran cruz de Santa Isabel ya que era un hombre de poca moral, siendo violento e infiel. Pero ella supo llevar heroicamente esta prueba. Oraba y hacía sacrificios por el. Lo trataba siempre con bondad. Tuvo dos hijos: Alfonso, futuro rey de Portugal y Constancia, futura reina de Castilla. Santa Isabel llegó hasta educar los hijos naturales de su esposo con otras mujeres.


El rey por su parte la admiraba y le permitía hasta cierto punto su vida de cristiana auténtica. Ella se levantaba muy temprano y leía 6 salmos, asistía a la Santa Misa y se dedicaba a regir las labores del palacio. En su tiempo libre se reunía con otras damas para confeccionar ropas para los pobres. Las tardes las dedicaba a visitar ancianos y enfermos.


Hizo construir albergues, un hospital para los pobres, una escuela gratuita, una casa para mujeres arrepentidas de la mala vida y un hospicio para niños abandonados. También construyó conventos y otras obras para el bien del pueblo. Prestaba sus bellos vestidos y hasta una corona para la boda de jóvenes pobres.


Santa Isabel frecuentemente distribuía Monedas del Tesoro Real a los pobres para que pudieran comprar el pan de cada día. En una ocasión, el Rey Dionisio, sospechando de sus actos, comenzó a espiarla. Cuando la Reina comenzó a distribuir monedas entre los pobre, el rey lo observó y enfurecido fue a reclamarle. Pero el Señor intervino, de manera que, cuando el rey le ordenó que le enseñara lo que estaba dando a los pobres, las monedas



de oro se convirtieron en rosas.

Forjadora de la paz


El hijo de Isabel, Alfonso, tenía como su padre un carácter violento. Se llenaba de ira por la preferencia que su padre demostraba por sus hijos naturales. En dos ocasiones promovió la guerra civil contra su padre. Isabel hizo todo lo posible por la reconciliación. En una ocasión se fue en peregrinación hasta Santarém lugar del Milagro Eucarístico, y vestida de penitente imploró al Señor por la paz.


Llegó hasta presentarse en el campo de batalla y, cuando los ejércitos de su esposo y su hijo se disponían a la guerra, la reina se arrodillaba entre ellos y de rodillas ante su esposo e hijo, les pedía que se reconciliasen.


Se conservan algunas de sus cartas las cuales reflejan el calibre evangélico y la audacia de nuestra santa.


A su esposo: "Como una loba enfurecida a la cual le van a matar a su hijito, lucharé por no dejar que las armas del rey se lancen contra nuestro propio hijo. Pero al mismo tiempo haré que primero me destrocen a mí las armas de los ejércitos de mi hijo, antes de que ellos disparen contra los seguidores de su padre".


A su hijo: "Por Santa María Virgen, te pido que hagas las paces con tu padre. Mira que los guerreros queman casas, destruyen cultivos y destrozan todo. No con las armas, hijo, no con las armas, arreglaremos los problemas, sino dialogando, consiguiendo arbitrajes para arreglar los conflictos. Yo haré que las tropas del rey se alejen y que los reclamos del hijo sean atendidos, pero por favor recuerda que tienes deberes gravísimos con tu padre como hijo, y como súbito con el rey".


Consiguió la paz en mas de una ocasión y su esposo murió arrepentido, sin duda por las oraciones de su santa esposa.


Entra en el convento de las Clarisas después de enviudar


Por el amor tan grande que Santa Isabel le tenía a la Eucaristía, se dedicó a estudiar la vida de los santos mas notables por su amor a la Eucaristía, en especial Santa Clara. Después de enviudar, Santa Isabel se despojó de todas sus riquezas. Emprendió un peregrinaje a Santiago de Compostela, donde le entregó la corona al Arzobispo para recibir el hábito de las Clarisas como terciaria. El Arzobispo fue tan movido por este acto de la santa, que el le entregó su callado pastoral para que la ayudara en su regreso a Portugal.


Vivió los últimos años en el convento, dedicada a la adoración Eucarística.


Cuando estalló la guerra entre su hijo y su yerno, el rey de Castilla, Santa Isabel, a pesar de su ancianidad, emprendió un largísimo viaje por caminos muy peligrosos y logró la paz. Sin embargo el viaje le costó la vida. Al sentir próxima la muerte pidió que la llevasen al convento de las Clarisas que ella misma había fundado. Allí murió invocando a la Virgen Santísima el 4 de julio de 1336.


Dios bendijo su sepulcro con milagros. Su cuerpo se puede venerar en el convento de las Clarisas en Coimbra.


Fue canonizada en 1625


Santa Isabel de Portugal, ruega por la paz en nuestros países.


Es patrona de los territorios en guerra.



Etimológicamente significa “resplandeciente”. Viene de la lengua alemana.

En Blangy, en la región de la Galia Atrebatense, santa Berta, abadesa, la cual, habiendo ingresado junto con sus hijas Gertrudis y Deotila en el monasterio que ella misma había fundado, pasados unos años se encerró en una celda, donde vivió en completa clausura (c. 725).


Berta murió hacia el año 725. Sus padres fueron el conde Rigoberto y Ursana, relacionados con los reyes del condado de Kent, Inglaterra.


A la edad de veinte años, contrajo matrimonio con Sigefroi y tuvieron cinco hijas.


Movida por su religiosidad profunda, se dio cuenta de que hacía falta fundar monasterios o abadías. Comenzó por la de Blangy en Artois.


La cuidó con esmero hasta después de la muerte de su esposo. Y como cuando se respira el aire de lo espiritual en casa es fácil que salgan vocaciones religiosas, Berta tuvo la suerte de que dos de sus hijas, Gertrudis y Deotila, sintieran como su madre el ansia de la perfección.


Y sin más, se fueron las tres a llevar una vida alejada del mundanal ruido.


No esperaban, sin embargo, que su retiro le sentara tan mal a Roger. No podía ni verla. La razón no era otra que el haberle negado la mano de su hija Gertrudis para casarse con ella.


El rey Thierry, una persona sensata y buena gente, al ver la actitud del joven, le dijo que Berta era inocente de cuanto le acusaba y que su hija era muy libre de rechazarle en su proposición matrimonial.


Y para evitar que hiciera daño a la madre e hijas, las puso bajo su protección hasta que volvieran a Blagny.


Antes de volver, logró terminar Blagny y construyó, además, tres iglesias en honor de los santos de su devoción: San Audomaro y San Martín de Tours. Estableció una observancia regular en su comunidad. Y según se cuenta, ella pasó el resto de su vida en una pequeña habitación con una ventana que daba a la iglesia y al altar.


¡Felicidades a quien lleve este nombre!


Comentarios al P. Felipe Santos: fsantossdb@hotmail.com



Etimológicamente significa “ laureado, coronado”. Viene de la lengua griega.

El portentoso san Laureano, arzobispo de Sevilla y glorioso mártir de Cristo, nació de padres nobles en la provincia de Pannonia que ahora llamamos Hungría.


Dejó su patria siendo de poca edad, y fue a Milán donde por misericordia del Señor se hizo cristiano, recibiendo el bautismo de manos del obispo Eustorgio II, y ordenándose de diácono a la edad de treinta y cinco años.


Pasó después a España, guiado por la Providencia, para resistir con su predicación y doctrina a los herejes arrianos que eran muy poderosos y señores de la nación, y perseguían a los católicos.


Muriendo en esta sazón Máximo, arzobispo de Sevilla, por la malicia de los herejes, estuvo vacante aquella cátedra por espacio de dos años, hasta que por común voto de los prelados sufragáneos fue elegido para aquella dignidad el varón de Dios san Laureano, el cual gobernó diez y siete años aquella Iglesia. Mas como los herejes levantasen en Sevilla una grande persecución contra el santo arzobispo, y el mismo rey Theudes que injustamente ocupaba el trono, enviase gente que le matasen, el santo, avisado de todo por un ángel, dijo misa, convocó al pueblo, hizo un largo sermón, y tomando después su báculo rodeó parte de la ciudad, llorando y dando voces diciendo: «Haced penitencia, y mirad que está Dios enojado y tiene levantado el brazo para heriros»- y en efecto, poco después fue reciamente castigada de Dios aquélla ciudad con sequedad, hambre y pestilencia.


Saliendo desterrado de ella el santo obispo, en el camino sanó a un ciego; entró en un navío llegando a Marsella, donde resucitó a un hijo de un hombre principal. De allí pasó a Italia y llegó a Roma, sanando muchos enfermos. En Roma visitó al Sumo Pontífice y consolóse con él; dijo Misa Pontifical delante del Papa el día de la Cátedra de san Pedro, y allí sanó a un viejo que desde niño estaba tullido de pies y manos.


Partió después para visitar el cuerpo de san Martín, en Francia, y tuvo la revelación de que venían por parte del rey Totila algunos soldados con el fin de quitarle la vida. No se turbó el santo, ni se congojó, antes encendido de amor del Señor y deseoso del martirio, salió a buscarles, y encontrándose con ellos en un campo raso, siendo conocido por ellos, dieron en él y le cortaron la cabeza.


Tomáronla y la llevaron al tirano, el cual cuando la vio y supo lo que había pasado, la envió a Sevilla, y con su entrada respiró aquélla ciudad y cesó la sequedad, hambre y pestilencia con que había sido azotada y afligida por el Señor a causa de sus pecados. El cuerpo del santo lo sepultó Eusebio, obispo de Arlés, en la iglesia de la ciudad de Bourges: y el Señor glorificó su sepulcro con innumerables prodigios.



Tomás significa "gemelo"

La tradición antigua dice que Santo Tomás Apóstol fue martirizado en la India el 3 de julio del año 72. Parece que en los últimos años de su vida estuvo evangelizando en Persia y en la India, y que allí sufrió el martirio.


De este apóstol narra el santo evangelio tres episodios.


El primero sucede cuando Jesús se dirige por última vez a Jerusalem, donde según lo anunciado, será atormentado y lo matarán.


En este momento los discípulos sienten un impresionante temor acerca de los graves sucesos que pueden suceder y dicen a Jesús: "Los judíos quieren matarte y ¿vuelves allá?. Y es entonces cuando interviene Tomás, llamado Dídimo (en este tiempo muchas personas de Israel tenían dos nombres: uno en hebreo y otro en griego. Así por ej. Pedro en griego y Cefás en hebreo). Tomás, es nombre hebreo. En griego se dice "Dídimo", que significa lo mismo: el gemelo.


Cuenta San Juan (Jn. 11,16) "Tomás, llamado Dídimo, dijo a los demás: Vayamos también nosotros y muramos con Él". Aquí el apóstol demuestra su admirable valor. Un escritor llegó a decir que en esto Tomás no demostró solamente "una fe esperanzada, sino una desesperación leal". O sea: él estaba seguro de una cosa: sucediera lo que sucediera, por grave y terrible que fuera, no quería abandonar a Jesús. El valor no significa no tener temor. Si no experimentáramos miedo y temor, resultaría muy fácil hacer cualquier heroísmo. El verdadero valor se demuestra cuando se está seguro de que puede suceder lo peor, sentirse lleno de temores y terrores y sin embargo arriesgarse a hacer lo que se tiene que hacer. Y eso fue lo que hizo Tomás aquel día. Nadie tiene porque sentirse avergonzado de tener miedo y pavor, pero lo que sí nos debe avergonzar totalmente es el que a causa del temor dejemos de hacer lo que la conciencia nos dice que sí debemos hacer, Santo Tomás nos sirva de ejemplo.


La segunda intervención:


Sucedió en la Última Cena. Jesús les dijo a los apóstoles: "A donde Yo voy, ya sabéis el camino". Y Tomás le respondió: "Señor: no sabemos a donde vas, ¿cómo podemos saber el camino?" (Jn. 14, 15). Los apóstoles no lograban entender el camino por el cual debía transitar Jesús, porque ese camino era el de la Cruz. En ese momento ellos eran incapaces de comprender esto tan doloroso. Y entre los apóstoles había uno que jamás podía decir que entendía algo que no lograba comprender. Ese hombre era Tomás. Era demasiado sincero, y tomaba las cosas muy en serio, para decir externamente aquello que su interior no aceptaba. Tenía que estar seguro. De manera que le expresó a Jesús sus dudas y su incapacidad para entender aquello que Él les estaba diciendo.


Admirable respuesta:


Y lo maravilloso es que la pregunta de un hombre que dudaba obtuvo una de las respuestas más formidables del Hijo de Dios. Uno de las más importantes afirmaciones que hizo Jesús en toda su vida. Nadie en la religión debe avergonzarse de preguntar y buscar respuestas acerca de aquello que no entiende, porque hay una verdad sorprendente y bendita: todo el que busca encuentra.


Le dijo Jesús: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí" Ciertos santos como por ejemplo el Padre Alberione, Fundador de los Padres Paulinos, eligieron esta frase para meditarla todos los días de su vida. Porque es demasiado importante como para que se nos pueda olvidar. Esta hermosa frase nos admira y nos emociona a nosotros, pero mucho más debió impresionar a los que la escucharon por primera vez.


En esta respuesta Jesús habla de tres cosas supremamente importantes para todo israelita: el Camino, la Verdad y la Vida. Para ellos el encontrar el verdadero camino para llegar a la santidad, y lograr tener la verdad y conseguir la vida verdadera, eran cosas extraordinariamente importantes.


En sus viajes por el desierto sabían muy bien que si equivocaban el camino estaban irremediablemente perdidos, pero que si lograban viajar por el camino seguro, llegarían a su destino. Pero Jesús no sólo anuncia que les mostrará a sus discípulos cuál es el camino a seguir, sino que declara que Él mismo es el Camino, la Verdad y la Vida.


Notable diferencia: Si le preguntamos al alguien que sabe muy bien: ¿Dónde queda el hospital principal? Puede decirnos: siga 200 metros hacia el norte y 300 hacia occidente y luego suba 15 metros... Quizás logremos llegar. Quizás no. Pero si en vez de darnos eso respuesta nos dice: "Sígame, que yo voy para allá", entonces sí que vamos a llegar con toda seguridad. Es lo que hizo Jesús: No sólo nos dijo cual era el camino para llegar a la Eterna Feliz, sino que afirma solemnemente: "Yo voy para allá, síganme, que yo soy el Camino para llegar con toda seguridad". Y añade: Nadie viene al Padre sino por Mí: "O sea: que para no equivocarnos, lo mejor será siempre ser amigos de Jesús y seguir sus santos ejemplos y obedecer sus mandatos. Ese será nuestro camino, y la Verdad nos conseguirá la Vida Eterna".


El hecho más



famoso de Tomás

Los creyentes recordamos siempre al apóstol Santo Tomás por su famosa duda acerca de Jesús resucitado y su admirable profesión de fe cuando vio a Cristo glorioso.


Dice San Juan (Jn. 20, 24) "En la primera aparición de Jesús resucitado a sus apóstoles no estaba con ellos Tomás. Los discípulos le decían: "Hemos visto al Señor". El les contestó: "si no veo en sus manos los agujeros de los clavos, y si no meto mis dedos en los agujeros sus clavos, y no meto mi mano en la herida de su constado, no creeré". Ocho días después estaban los discípulos reunidos y Tomás con ellos. Se presento Jesús y dijo a Tomás: "Acerca tu dedo: aquí tienes mis manos. Trae tu mano y métela en la herida de mi costado, y no seas incrédulo sino creyente". Tomás le contestó: "Señor mío y Dios mío". Jesús le dijo: "Has creído porque me has visto. Dichosos los que creen sin ver".


Parece que Tomás era pesimista por naturaleza. No le cabía la menor duda de que amaba a Jesús y se sentía muy apesadumbrado por su pasión y muerte. Quizás porque quería sufrir a solas la inmensa pena que experimentaba por la muerte de su amigo, se había retirado por un poco de tiempo del grupo. De manera que cuando Jesús se apareció la primera vez, Tomás no estaba con los demás apóstoles. Y cuando los otros le contaron que el Señor había resucitado, aquella noticia le pareció demasiado hermosa para que fuera cierta.


Tomás cometió un error al apartarse del grupo. Nadie está peor informado que el que está ausente. Separarse del grupo de los creyentes es exponerse a graves fallas y dudas de fe. Pero él tenía una gran cualidad: se negaba a creer sin más ni más, sin estar convencido, y a decir que sí creía, lo que en realidad no creía. El no apagaba las dudas diciendo que no quería tratar de ese tema. No, nunca iba a recitar el credo un loro. No era de esos que repiten maquinalmente lo que jamás han pensado y en lo que no creen. Quería estar seguro de su fe.


Y Tomás tenía otra virtud: que cuando se convencía de sus creencias las seguía hasta el final, con todas sus consecuencias. Por eso hizo es bellísima profesión de fe "Señor mío y Dios mío", y por eso se fue después a propagar el evangelio, hasta morir martirizado por proclamar su fe en Jesucristo resucitado. Preciosas dudas de Tomás que obtuvieron de Jesús aquella bella noticia: "Dichosos serán los que crean sin ver".



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