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(Santarém, 29 de septiembre de 1402 - Fez, Marruecos, 5 de junio de 1443).

Hijo de Juan I de Portugal, empleaba desde muy joven sus rentas personales en el rescate de cautivos cristianos de las manos sarracenas.


Parte en 1434, con su hermano Enrique el Navegante a una expedición contra Marruecos, entonces en manos de una dinastía de piratas. ¿Acaso sería una premonición sobre la situación actual? Nada nuevo hay bajo el sol. Lo cierto es que la expedición fue un fracaso y la armada lusitana hubo de rendirse y dejar a Fernando como garantía del pago de enormes cantidades de dinero.


Las Cortes de Portugal, después de nueve años de negociaciones, dejaron morir de disentería y en manos del enemigo a su príncipe. Fernando vivió como esclavo, encadenado y obligado a los más sucios trabajos. Soportó su desdicha con dignidad y puso su esperanza en Dios con enorme entereza, sin renunciar a la fe ni a unos compatriotas tan olvidadizos de su terrible suerte.


Las fuentes históricas musulmanas hablan de su vida edificante u de la veneración que suscitaba en los más piadosos habitantes de Fez. Fernando optó por la pobreza, castidad y obediencia, en radical fidelidad a su propia conciencia. Su cadáver descuartizado se pudrió colgado en las torres de las murallas.


Debiera ser patrono de los millones de esclavos que todavía quedan en el mundo; o de los héroes olvidados por los suyos, o bien de los que son víctimas de los vaivenes políticos. Cuando el sacerdote don Pedro Calderón de la Barca llegó al cielo, le recibió Fernando agradecido por esa maravilla de drama llamada El Príncipe constante.



Era bastante anciana ya cuando se desató en su Córdoba natal una persecución califal contra el cristianismo de las que hacen época; nunca mejor dicho: la gran era de los mártires cordobeses. Desde hacía dos años no cesaban los muertos por la fe cristiana.

San Fandila, sacerdote natural de Guadix y gran catequista, fue degollado por su actividad cristiana el 13 de Junio de este año 853 y al día siguiente lo fueron santa Digna, religiosa contemplativa, y san Félix, monje de un convento de la capital y natural de Alcalá de Henares. Es decir, todo cristiano significativo estaba siendo eliminado para desarraigar la fe de Cristo y «evangelizar» Córdoba en el espíritu del Corán.


Como los moros eran bien conocedores de las costumbres cristianas, después de la ejecución, se quemaban los cuerpos de los mártires y sus cenizas las esparcían en el río Guadalquivir para evitar la creación de santuarios en las tumbas de los mártires.


Benilde, a pesar de sus muchos años, se llenó de valentía evangélica, alzó su grito de libertad en contra de la tiranía y proclamó en voz alta que prefería la fe a la vida y la coherencia creyente al silencio cómplice con aquel «terrorismo de estado». Su gesto claro, generoso y valiente le costó el cuello y también fue incinerada para desperdigar sus restos en el río.


Dicen los entendidos que las aguas del Guadalquivir bajan, desde entonces, «contaminadas» por el único barro que, en lugar de ensuciar, fecundan a la Iglesia andaluza: la riada del amor que no puede engañarse ni engañarnos.


No, si ya veréis como los viejos que están cerca de la Iglesia van a poder darnos, al final, más de una lección de vida comprometida con el evangelio.


Al tiempo...



Martirologio Romano: Conmemoración de san Amós, profeta, que siendo pastor de Tecoa y cuidador de sicómoros, fue enviado por Dios a los hijos de Israel para defender su justicia y santidad contra sus prevaricaciones (s. X a.C.).

Etimológicamente: Amós = Aquel que es fuerte, es de origen hebreo.



Amós es el primer profeta escritor y sus vaticinios, que constituyen para nosotros el primer documento del profetismo, son también una preciosa fuente de noticias sobre su vida y sobre las costumbres de su pueblo, siete siglos y medio antes de Cristo. Predicó entre el 762 y el 750 a.C., después de una precisa vocación divina que lo sacó de su pueblo, Téqoa, cerca de Belén, y de su oficio de criador de rebaños y cortador de sicómoros.

Jeroboam II, aprovechando el desinterés de Egipto y de Asia, había ampliado los límites de Israel; pero las fáciles victorias habían suscitado una situación social desordenada: había pocos ricos, ávidos de riqueza, y muchos pobres, marginados y explotados inhumanamente por los comerciantes, magistrados y funcionarios deshonestos; además, el ocio, la pereza y el deseo de placeres habían frenado el antiguo impulso religioso del pueblo de Dios. El sentimiento religioso de la antigua Alianza había sido reemplazado por la exaltación presuntuosa del hombre y por su poder.


Contra esta mentalidad laica y el cumplimiento puramente formal de la Ley, Amós levanta su voz para anunciar el inminente castigo de Dios, que destruirá a Israel, castigará a los ricos y hará desaparecer ese vacío culto idólatra de la riqueza: “Porque oprimís al pobre y le imponéis tributo del grano; casas de piedras labradas habéis construido, pero no las habitaréis; habéis plantado viñas deliciosas, pero no beberéis su vino. Porque sé que son numerosos vuestros crímenes y que son grandes vuestros pecados... Buscad el bien y no el mal, a fin de que viváis y así el Señor Dios estará con vosotros como decís... Odiad el mal y amad el bien, restableced el juicio en la puerta, y quizá Yahvé se apiade del resto de Jesé”.


El peor mal está en la presunción de haber cumplido los propios deberes religiosos con el ofrecimiento de sacrificios pingües y generosos, es decir, con un culto exterior que oculta una vida desordenada moral y socialmente. La justicia divina lanza por boca del profeta el último llamamiento antes del desastre.


Amós propone elegir entre una vida con Dios y una vida sin Dios. Pero esta prueba extrema será también un llamamiento providencial a vivir la alianza hecha con su pueblo, “elegido entre todas las familias de la tierra”, esa alianza que llegará a su perfección en el eterno reino del Mesías. Terminada su misión profética, Amós regresó a su pueblo, en donde, según una tradición que cuenta Epifanio y que se encuentra en el Martirologio Romano fue muerto con un golpe en la cabeza por el hijo del sacerdote Amasías, para hacer callar esa voz incómoda, particularmente severa contra la hipocresía de los sacerdotes.


Este día también se festeja a San Renato






















Clemente Vismara, Beato
Clemente Vismara, Beato

Sacerdote Misionero


Em Myanmar (Birmania), Beato Clemente Vismara, sacerdote profeso del Pontificio Instituto Missioni Estere (P.I.M.E.). ( 1988)

Fecha de beatificación: 26 de junio de 2011, siendo Papa Benedicto XVI



Nacido en Agrate Brianza en 1897, participa como infante de trinchera en la primera guerra mundial, al final de la cual es sargento mayor con tres medallas al valor militar. Entiende que "la vida tiene valor sólo si las donas a los otros" (como escribía); ingresa en Milán al Seminario Lombardo para las Misiones Extrangeras, que luego pasaría a llamarse Pontificio Instituto para las Misiones Extranjeras, PIME, es ordenado el 26 de mayo de 1923 y casi inmediatamente parte para Birmania. En Toungoo, la última ciudad con un gobernador británico, se queda seis meses en casa del obispo para aprender inglés, luego es destinado a Kengtung, territorio forestal, montañoso, casi inexplorado y habitado por tribus, todavía bajo el dominio de un rey local (saboá) patrocinado por los ingleses. En catorce días a caballo llega a Kengtung, allí vivirá tres meses con el fin de aprender algo de las lenguas locales, luego el superior de la misión lo lleva a Monglin, en el límite entre Laos, China y Tailandia.

Llega a su destino en el mes de octubre de 1924 y permancerá allí por los próximos 32 años (con la segunda guerra mundial de por medio y el hecho de haber sido tomado prisionero por los japoneses). Clemente Vismara funda de la nada tres parroquias: Monglin, Mong Phyak y Kenglap. Escribía en Agrate: "Aquí estoy a 120km. de Kengtung, si quiero ver otro cristiano debo mirarme al espejo". Vive con tres huérfanos en un galpón de barro y paja. Su apostolado consiste en dar vueltas a caballo por las aldeas tribales, pintar sus tiendas y darse a conocer: lleva medicinas, saca dientes que duelen, se adapta a vivir con ellos, al clima, a los peligros, al alimento, al arroz y salsa picante, la carne se la procura cazando. Desde el inicio llega a Monglin huérfanos y niños abandonados para educarlos. En seguida fundó un orfanato que se convierte en la casa de 200-250 huérfanos, hombres y mujeres. Hoy es invocado como "protector de los niños".


Su vida es pobrísima, Clemente escribe: "Aquí es peor que cuando estaba en la trinchera en el Adamello y el Monte Maio, pero esta guerra la he querido yo y debo combatirla hasta el fin con la ayuda de Dios. Estoy siempre en las manos de Dios". Poco a poco nace una comunidad cristiana, llegan las religiosas de María Niña a ayudarlo, funda escuelas y capillas, arrozales y granjas, canales de irrigación, enseña carpintería y mecánica, construye casas con muros y lleva nuevos cultivos, el trigo, el maíz, el gusano de seda, verduras (zanahoria, cebolla, ensalada: "el padre come hierbas", decía la gente).


En breve, el beato Clemente fundó la Iglesia en un rincón del mundo donde no hay turistas sino sólo contrabandistas de opio, brujos y guerrilleros de varias facciones; ha traído la paz y estabilizado en el territorio las tribus nómades que a través de la escuela y la atención de la salud, se incrementaron y hoy tienen médicos y enfermeras, artesanos y maestros, sacerdotes y religiosas, autoridades civiles y obispos. No pocos se llaman Clemente y Clementina.


En 1956, después que había fundado la ciudadela cristiana de Monglin y había convertido a unas cincuenta aldeas a la fe en Jesucristo, el obispo lo traslada a Mongping, a 250 kilómetros de Monglin en la exterminada diócesis de Kengtung, donde debe volver a comenzar de cero. Clemente escribía a un hermano de comunidad: "obedezco al obispo, porque entiendo que si hago lo que pienso entonces me equivoco". Con sesenta años da inicio a una nueva misión y funda la ciudadela cristiana y la parroquia de Mongping, una segunda parroquia en Tongta y deja en herencia otras cincuenta aldeas católicas.


Muere el 15 de junio de 1988 en Mongping y es sepultado cerca a la iglesia y a la gruta de Lourdes construida por él. Sobre su tumba, visitada también por muchos no cristianos, no faltan nunca flores frescas y velas encendidas. 23 años después, el 26 de junio del 2011, el padre Clemente Vismara fue proclamado beato de la Iglesia universal y primer beato de Birmania.






Nació en el año 923, probablemente en el castillo Menthon, cerca de Annecy, en Savoya; murió en Novara, en 1008. Fue descendiente de una rica familia aristocrática, y recibió una esmerada educación. Rechazó contraer un matrimonio honorífico propuesto por su padre y de-cidió consagrarse al servicio de la Iglesia. Poniéndose bajo la dirección de Pedro, Archidiácono de Aosta, bajo cuya dirección progresó rápidamente, Bernardo fue ordenado sacerdote y considerando su sabiduría y virtud fue ordenado Archidiácono de Aosta (en 966), haciéndose cargo del gobierno de la diócesis, secundando al obispo. Viendo la ignorancia e idolatría que todavía imperaban entre los pueblos de los Alpes, resolvió consagrarse a su convertirlo. Por cuarenta y dos años se dedicó a predicar el Evangelio a esos pueblos y llevó la luz de la fe incluso a algunos cantones de Lombardía, ocasionando numerosas conversiones y obrando varios milagros.

Por otra razón, sin embargo, el nombre de Bernardo será célebre por siempre. Desde los mas antiguos tiempos hubo un camino a través de los Alpes Peninos, desde el valle de Aosta hasta el cantón suizo de Valais, en el que está ahora el paso del Gran San Bernardo. Este paso está cubierto por nieves permanentes de siete a ocho pies (de 2 a 2,4 metros, N. del T.) de profundidad, y sus movimientos a veces acumula hasta cuarenta pies (un metro) de altura. Aunque el paso era en extremo peligroso, especialmente en primavera a raíz de las avalanchas, no obstante era utilizado por peregrinos franceses y germanos camino a Roma. Para comodidad y protección de los viajeros San Bernardo fundó un monasterio y hospedaje en el punto más alto del paso, a 8.000 pies (2.400 metros, aproximadamente, N. del T.) sobre el nivel del mar, en el año 962.


Algunos años más tarde estableció otro hospedaje en el Pequeño San Bernardo, un monte de los Grandes Alpes, de 7.076 pies (2.160 metros, N. del T.) sobre el nivel del mar. Ambos fueron puestos a cargo de monjes agustinos, luego de conseguir la aprobación pontificia en una visita a Roma.


Estos hospedajes son famosos por su generosa hospitalidad extendida a todos los viajeros que pasan por el Gran y el Pequeño San Bernardo, así llamados en honor al fundador de estas instituciones de caridad. En todas las estaciones del año, pero especialmente durante las duras tormentas de nieve, los heroicos monjes acompañados por sus bien entrenados perros, salen en busca de víctimas que podrían sucumbir a la dureza del clima. Les ofrecen comida, ropa, y refugio a los desafortunados viajeros que corren peligro de muerte.


Los monjes dependen de donaciones y colectas para sustentarse. Actualmente, la Orden cons-ta de unos cuarenta miembros, la mayoría de lo cuales vive en los hospedajes mientras algunos viven con vecinos del lugar.

La última obra en la vida de San Bernardo fue la reconciliación de dos nobles cuyo antagonismo amenazó en convertirse en una situación fatal. San Bernardo fue sepultado en el convento de Saint Lawrence. Venerado como santo desde el S. XII en varios lugares del Piemonte (Aosta, Novara, Brescia), no fue canonizado sino hasta 1681, por Inocencio XI.


Su fiesta es celebrada en algunos santorales el 15 de junio y en otros el 28 de mayo.



Defensor de imágenes durante la segunda persecución iconoclasta, nació en Siracusa a finales del siglo octavo; murió en Constantinopla el 14 de Junio de 847.

Hijo de una rica familia, vino a Constantinopla cuando era joven intentando obtener un puesto en la corte. Pero un monje lo persuadió de que cambiara de intención y entrara a un monasterio. Bajo el emperador León V (El Armennio, 813-820) se inició la persecución iconoclasta por segunda vez.


Casi todos los monjes eran aguerridos defensores de las imágenes; Metodio permaneció del lado de su orden y se distinguió por su oposición al gobierno. En 815 el patriarca Nicéforo I (806-815) fue depuesto y exiliado por su resistencia a las leyes iconoclastas; en su lugar se impuso a Theodotus I (815-821). En ese mismo año Metodio fue a Roma, aparentemente enviado por el depuesto Patriarca, para reportar el asunto al Papa (Pascual I, 817-824).


Permaneció en Roma hasta que León V fue asesinado en 820 y sucedido por Miguel II (820-829). Esperando cosas mejores del nuevo emperador, Metodio regresó entonces a Constantinopla portando una carta en la que el Papa trataba de persuadir a Miguel de que cambiara la política del gobierno y reinstaurara al Patriarca Nicéforo. Pero Miguel solo aumentó la fiereza de la persecución. Tan pronto regresó a Constantinopla, hubo entregado la carta y exhortado al emperador a actuar de acuerdo a ella, fue severamente castigado (con 70 latigazos), llevado a la isla Antigoni en el Propontis, y ahí fue encarcelado en una tumba fuera de uso. La tumba había sido concebida como un edifico de cierto tamaño; Metodio vivió en ella siete años. En 828 Miguel II, no mucho tiempo antes de su muerte, mitigó la persecución y proclamó una amnistía general. Sacando ventaja de ello, Metodio salió de prisión y regresó a Constantinopla casi agotado por sus privaciones. Su espíritu no estaba roto y retomó la defensa de las imágenes con el mismo celo que antes


Miguel II fue sucedido por su hijo Teófilo (829-842), que causó la última y más fiera persecución de los veneradores de imágenes. Metodio resistió directamente al emperador y fue nuevamente azotado y encarcelado en palacio. Pero esa misma noche escapó ayudado por sus amigos de la ciudad, que lo escondieron en su casa y le vendaron las heridas. Por esta razón, el gobierno confiscó la casa. Pero viendo que Metodio no iba a ser doblegado por el castigo, el emperador trató de convencerlo con argumentos.


El resultado de su discusión fue que Metodio en cierto grado persuadió al emperador. De cualquier manera, hacia el final de su reinado, la persecución fue mitigada. Theophilus murió en 842 e inmediatamente cambió toda la situación. Su esposa Theodora llegó a ser regente para su hijo Miguel III (El Borracho, 842-867). Ella había sido siempre una secreta veneradora de imágenes y ahora que tenía el poder, inmediatamente empezó a restaurar imágenes, liberar los confesores prisioneros y a regresar todo a las condiciones del Segundo Concilio de Nicea (787).


El patriarca de Constantinopla, Juan VII (832-842), era un iconoclasta puesto por el gobierno y al persistir en su herejía, fue depuesto y Metodio fue hecho patriarca en su lugar (842-847). Metodio ayudó entonces a la emperadora-regente en su restauración. Convocó un sínodo en Constantinopla (842) que aprobó la deposición de Juan VII y de su sucesión. No tuvo que hacer nuevas leyes sobre imágenes. Los Decretos de Nicea II que habían recibido el asentimiento del Papa y de toda la iglesia como los de un Concilio Ecuménico fueron puestos nuevamente en efecto.


El 19 de Febrero de 842, las imágenes fueron regresadas a los templos en solemne procesión. Esta fue la primera "Fiesta de la Ortodoxia", observada en memoria de aquel evento en el primer domingo de Cuaresma de cada año por toda la Iglesia Bizantina. Metodio entonces procedió a deponer a todos los obispos iconoclastas por todo su patriarcado, reemplazándolos por veneradores de imágenes. Al hacerlo, parece haber actuado severamente. Se formó una oposición contra él que por poco se vuelve un cisma organizado. El Patriarca fue acusado de violación; pero la mujer en cuestión, al ser interrogada admitió que había sido comprada por los enemigos de Metodio.


El 13 de Marzo de 842, Metodio, con gran honor para Constantinopla, compró las reliquias de su predecesor Nicéforo (que había muerto en el exilio). Fueron expuestas por algún tiempo en el templo de la Sagrada Visión y luego enterrados en el de los Apóstoles. Metodio fue sucedido por Ignacio, en cuyo tiempo se inició el gran cisma de Photius.


Metodio es un santo para católicos y ortodoxos. Es mencionado en el Martirologio Romana (14 Junio), en ese día la Iglesia Bizantina mantiene su fiesta junto a la del profeta Eliseo.


Con los otros patriarcas es aclamado defensor de imágenes, en el servicio de la fiesta de la Ortodoxia: "A Germanus, Tarasius, Nicephorus y Metodio, verdaderos altos sacerdotes de Dios y defensores y maestros de la Ortodoxia, R. Memoria Eterna (triple)." Los Sirios Uniatos (N.T.: miembros de la Iglesia Oriental que están en unión con la Iglesia Católica Romana, y reconocen al Papa romano como supremo en cuestiones de fe, pero mantienen su propia liturgia, rito y disciplina) celebran su fiesta el mismo día. Los ortodoxos tienen una curiosa leyenda: que sus oraciones y las de Teodora salvaron a Theophilus del infierno. Está narrada en el Synaxarion para la fiesta de la Ortodoxia.



Martirologio Romano: En Baependi, Minas Gerais, Brasil, Beata Francisca de Paula de Jesús, conocida popularmente como Nha Chica, laica que dedicó su vida al servicio de los necesitados ( 1895)

Fecha de beatificación: 4 de mayo de 2013, durante el pontificado de S.S. Francisco.



Francisca de Paula de Jesus nació en 1808 en la aldea de São João del-Rei, un municipio del estado brasileño de Minas Gerais. Hija y nieta de esclavos, Francisca Paula de Jesús, negra, quedó huérfana a los diez años y dedicó toda su humilde vida a la caridad.

A pesar de que nunca perteneció a una organización religiosa era considerada "la madre de los pobres", era respetada por todos los que la conocieron, desde las personas más humildes hasta los hombres más poderosos de su tiempo.


Nunca se casó pues decidió dedicarse por completo al Señor. Siendo analfabeta, gozaba cuando alguien le leía las Sagradas Escrituras.


Una de las cosas que se destaca en vida es la novena que compuso a Nuestra Señora de la Concepción, de quien era devota. Asimismo, en honor a ella, construyó al lado de su casa una pequeña iglesia donde veneraba una imagen de esta advocación mariana y ante la cual oraba piadosamente por todas las personas que se le encomendaban.


En 1954 esta iglesia fue confiada a la Congregación de las Hermanas Franciscanas del Señor. Actualmente al lado del templo se lleva a cabo una obra de asistencia para los niños necesitados que es mantenida por los devotos de Nhá Chica.


Finalmente, luego de una vida dedicada a la oración y al servicio a los más necesitados, Nhá Chica falleció el 14 de junio de 1895.


S.S. Benedicto XVI firmó el 28 de junio de 2012 el decreto con el cual se reconoce un milagro gracias a la intercesión de la Venerable Francisca de Paula de Jesús lo cual permitirá su próxima beatificación.


El milagro hace referencia a la curación inexplicable de la profesora jubilada Ana Lucía Meirelles, quien sufría de hipertensión pulmonar causada por un defecto congénito del corazón, se le recomendó una cirugía. Tres días antes de la cirugía, Ana Lucía tuvo problemas y la operación tuvo que ser pospuesta. Pasaron siete días y se notó en la paciente una considerable mejora en su salud, que se atribuye a la protección de Nhá Chica.


Seis meses más tarde, bajo pedido de los médicos, Ana Lucía volvió a hacerse los exámenes preoperatorios y ellos revelaron que todo se había resuelto sin necesidad de cirugía. Esto ocurrió en 1995 y desde entonces Ana Lucía ha sido sometida a exámenes regulares que demuestran que la curación ha sido definitiva y que el problema nunca regresó.



Etimológicamente significa “lanza atrevida”. Viene de la lengua alemana.

San Bernardo de Claraval, el gran reformador de la espiritualidad de todo el Medioevo, logró que toda su familia abrazara el estado de la vida religiosa.


Gerardo era un joven aguerrido y soñaba con irse a combatir en la guerra. En una de las batallas cayó mal herido.


Esa situación, nueva en su existencia ardorosa y llena de ilusiones, le hizo cambiar mucho. Y dándole vueltas a su cabeza y a los deseos de su corazón, pensó que lo mejor era dedicarse a amar a Dios y al prójimo. Pidió permiso para entrar en Claraval.


Su gran dificultad radicaba en que no sabía leer ni escribir. Pero como en la vida todos hacemos falta, el abad le concedió lo que anhelaba.


Era un buen hombre al que le iban bien los negocios y la actividad en el trabajo.


San Bernardo, con su atinada inteligencia y su gran virtud, le confió el cuidado material del monasterio, la administración de las cosas temporales, la organización de la comunidad y todo el inmenso trabajo de las viñas y de la bodega.


Aunque no sabía nada de letras, sin embargo, Dios le había dado dones naturales y un sentido común extraordinario para todo lo que le ordenasen.


Por lo demás, era un hombre honesto a carta cabal en el trato con todo el mundo. Se fiaban de sus palabras y no andaba con adulaciones estúpidas que no conducen a ninguna parte.


Se puede decir que se reveló grande en las cosas pequeñas. Y no hay que pedirle más peras al olmo. Cada uno es quien es. Murió antes de cumplir los 50 años.


San Bernardo lloró amargamente la muerte de su hermano. Era el año 1138.


¡Felicidades a quien lleve este nombre!


Comentarios al P. Felipe Santos: fsantossdb@hotmail.com



Etimológicamente significa “águila, sin labio”. Viene de la lengua griega.

Cuando la sencillez va de par con el espíritu de infancia, tu corazón se humaniza. Brecha luminosa en tu camino, tu canto se eleva a Dios: "Tú que das de comer a pájaros y haces crecer los lirios del campo, concédenos alegrarnos con lo que tú nos colmas, y que esto nos baste".


Los emperadores romanos no sabían a ciencia cierta qué hacer con esta fuerza pujante del cristianismo. No podían ni soñar que cuantos más morían, más cristianos surgían dentro de su imperio.


Era para ellos la principal preocupación. Fue el caso de esta niña inocente llamada Aquilina.


Había nacido en Biblis de Palestina, Asia Menor. Por suerte para ella, unos misioneros abanderados del Resucitado, pasaban por allá.


Ella, al verlos, les dijo que estaba preparada para recibir el bautismo porque amaba mucho a Jesús.


Los misioneros escucharon su petición. La bautizaron. Apenas se hubo hecho cristiana, se entregó a ayudar a la gente resplandeciendo ante todos, a pesar de su edad, por su pureza y candidez.


Pero la persecución se notaba ya en el ambiente. Iba a empezar en seguida.


El emperador, enterado por su policía que había una chica cristiana, que era una joya, mandó que la llevasen ante su presencia.


Y la historia se repite. La condujeron a los dioses para que ofreciera sacrificios.


Ella se negó en rotundo. Entonces, sin entrañas ni amor, mandó que la degollaran. Era el 13 de junio del año 304.


¡Felicidades a quien lleve este nombre!


Comentarios al P. Felipe Santos: fsantossdb@hotmail.com



En el día de la fiesta de San Anthonio de Padua, gran figura de la cristiandad, el calendario litúrgico también cita una figura de nuestro tiempo.

Ésta es Mariana Biernacka (1888-1943), una de los 108 mártires polacos del nazismo que Juan Pablo II beatificó el 13 de junio de 1999, durante uno de sus viajes a Polonia.


La historia de esta mujer, es muy similar a la de Maximiliano Kolbe, franciscano, quien fue canonizado por Juan Pablo II.


En Naumowicze, Grodno (Polonia), esta viuda nacida Ortodoxa y conversa al Catolicismo a la edad de 17 años, se ofreció a ser ejecutada en lugar de su de su nuera que estaba embarazada.


Con este gesto de amor, Mariana con cincuenta y cinco años de edad, el 13 de junio de 1943 salvó dos vidas de la barbarie de la guerra.


Para ver más sobre los 108 mártires Polacos durante la segunda guerra mundial haz "click" AQUI



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El 13 de junio de 1999, el papa Juan Pablo II beatificó, en Varsovia, a 108 mártires de la última Guerra Mundial en Polonia, y estableció que su fiesta se celebre el 12 de junio. Entre ellos hay 3 obispos, 52 sacerdotes diocesanos, 26 sacerdotes religiosos, 3 clérigos, 7 religiosos no sacerdotes, 8 religiosas y 9 personas laicas. Aquí prestamos particular atención a los miembros de la familia franciscana.

Durante la II Guerra Mundial, en Polonia fueron numerosas las víctimas de la encarnizada persecución nazi contra la Iglesia. También otros muchísimos ciudadanos fueron perseguidos y asesinados en aquellas terribles circunstancias. Pero los 108 beatificados por el Papa fueron todos ellos asesinados por odio a la fe cristiana en diversas circunstancias o lugares, o murieron como consecuencia de los sufrimientos infligidos por el mismo motivo en las cárceles y campos de concentración. La mayoría de los sacerdotes murieron por no dejar de ejercer su ministerio, a pesar de las amenazas; muchos de estos mártires perdieron la vida por defender a judíos; las religiosas, por su parte, en su servicio amoroso y silencioso, aceptaron con espíritu de fe los sufrimientos y la muerte. Todos fueron en sentido estricto testigos de la fe de Cristo.

A continuación damos una breve noticia de los 18 beatos hijos de San Francisco, agrupados por órdenes.

FRANCISCANOS (O.F.M.):

Beato Anastasio Pankiewicz (1882-1942). Sacerdote profeso, que había ingresado en la Orden a los diecisiete años de edad. Heroico pastor de almas, organizó el centro pastoral y escolar del Barrio Doly en Lodz, y fue fundador de las Hermanas Antonianas de Cristo Rey. Arrestado el 10 de octubre de 1941 y deportado al campo de Dachau, permaneció allí hasta su muerte; asignado al «reparto de inválidos», murió en la cámara de gas el 20 de mayo de 1942. Consciente de la inminencia de su muerte, se confesó y luego dijo a un amigo: «Estoy tranquilo y listo para morir».

Beato Cristino Gondek (1909-1942). Sacerdote profeso, que ingresó en la Orden en 1928. Fue vicario del convento de Wloclaweck. Lo arrestaron el 26 de agosto de 1940, y lo llevaron sucesivamente a los campos de Szczyglin, Sachsenhausen y Dachau, donde murió el 23 de julio de 1942, totalmente agotado por las condiciones inhumanas del campo. Se preparó muy conscientemente para la muerte que veía llegar.

Beato Narciso Turchan (1879-1942). Sacerdote profeso, que había ingresado en la Orden el año 1895. Fue Guardián del convento de Wloclaweck; celoso pastor, predicador y catequista. Arrestado el 6 de noviembre de 1940, lo llevaron al campo de concentración de Dachau, donde murió el 19 de marzo de 1942, agotado por las torturas.

Beato Martín Oprzadek (1884-1942). Religioso profeso, que ingresó en la Orden a la edad de 28 años. Fue hombre de intensa oración, humilde, paciente y confiado en la Providencia divina. Lo arrestaron el 26 de agosto de 1940 junto con el P. Gondek y lo encerraron en Dachau; el 18 de mayo de 1942 fue sacado del campo y asesinado en la cámara de gas.

Beato Bruno Zembol (1905-1942). Religioso profeso en la Orden de los Hermanos Menores desde 1922. Fiel observante de la Regla franciscana. Fue arrestado el 19 de noviembre de 1939, llevado a la cárcel de Lublin y luego al campo de concentración de Sachsenhausen y finalmente a Dachau, donde murió el 21 de agosto de 1942 agotado por las condiciones inhumanas del campo. Sus compañeros de prisión lo calificaron como «un hombre de bondad angelical».

CONVENTUALES (O.F.M.Conv.):

Beato Antonino Bajewski (1915-1941). Sacerdote, profeso en la Orden de los Hermanos Menores Conventuales desde 1934. Vivió en el convento de Niepokalanów, y fue uno de los más cercanos colaboradores de San Maximiliano Kolbe. Se destacaba por su fe profunda y viva. Arrestado el 17 de febrero de 1940, murió en Auschwitz el 8 de mayo de 1941 a causa de las condiciones inhumanas del campamento. En medio de los sufrimientos repetía: «Quiero ser clavado con Cristo en la cruz». Al acercarse la muerte pidió a uno de los prisioneros: «Cuenta a mis cohermanos de Niepokalanów que he muerto aquí, fiel a Cristo y a la Inmaculada».

Beato Pío Bartosik (1909-1941). Sacerdote profeso, que ingresó en los Conventuales el año 1926. Fue sustituto de San Maximiliano Kolbe en el convento de Niepokalanów, y responsable de la impresión de los periódicos marianos. Su consigna era: «Con la ayuda de la Inmaculada, conquistar el mundo entero y todas las almas para el Santísimo Corazón de Jesucristo». San Maximiliano lo consideraba un «santo y grande hombre». Arrestado con San Maximiliano el 17 de febrero de 1940 y deportado a Auschwitz, murió allí el 12 de diciembre de 1941, agotado por los malos tratos y las enfermedades.

Beato Inocencio Guz (1890-1940). Sacerdote profeso entre los Conventuales, colaborador también de San Maximiliano Kolbe en Grodno y Niepokalanów, confesor de sus cohermanos y de los novicios, admirado por su paciencia «angelical». Arrestado a comienzos de abril de 1940, fue deportado al campo de concentración de Sachsenhausen, donde murió el 6 de junio de 1940 asesinado por los guardias del campo.

Beato Aquiles Puchala (1911-1943). Sacerdote profeso, conventual desde 1927. Fervoroso pastor de almas, cuando la Gestapo, en venganza por las acciones militares de la resistencia, arrestó a numerosas personas, él se dejó arrestar con sus feligreses para que no se vieran privados de la asistencia pastoral en la prisión. A un militar que quiso facilitarle la fuga, le respondió: «Los pastores no pueden abandonar a su gente». Fue asesinado el 19 de julio de 1943 en Borowikowszna.

Beato Herman Stepien (1910-1943). Sacerdote profeso, conventual desde 1919. Se distinguía por su fe y devoción. Colaborador del P Puchala, se dejó arrestar con él y con sus parroquianos para darles asistencia espiritual en el peligro de muerte. Fue asesinado con ellos el 19 de julio de 1943 en Borowikowszna.

Beato Timoteo Trojanowski (1908-1942). Religioso que profesó entre los Conventuales en 1930. Trabajaba en el convento de Niepokalanów, en el reparto de los periódicos franciscanos y en la enfermería. Era muy dado a la oración y a la práctica de la caridad. Arrestado el 14 de octubre de 1941, fue deportado al campo de exterminio de Auschwitz; de él dice un testigo: «Fray Timoteo soportaba con fortaleza el hambre, el frío y el duro trabajo. No se desalentaba, no perdía el ánimo. Consolaba y exhortaba a la confianza en la protección divina a los prisioneros laicos que trabajaban con nosotros». Por las durísimas condiciones de la prisión, a los dos meses de permanencia en el campo contrajo una pulmonía y murió el 28 de febrero de 1942.

Beato Bonifacio Zukowski (1913-1942). Religioso profeso, que ingresó a los dieciséis años de edad entre los Conventuales. Trabajaba en el convento de Niepokalanów, en la tipografía. De acuerdo con las enseñanzas de San Maximiliano Kolbe, ponía todo su empeño en conformarse a la voluntad de Dios. Arrestado el 14 de octubre de 1941 y deportado a Auschwitz, murió allí de pulmonía y por el trato inhumano recibido, el 10 de abril de 1942.

CAPUCHINOS (O.F.M.Cap.):

Beato Aniceto Koplinski (1875-1941). Sacerdote profeso, capuchino desde los 18 años y presbítero desde 1900. Apóstol de la misericordia en Varsovia, donde vivió desde 1918, se hizo famoso como limosnero y protector de los pobres, y fue llamado el «san Francisco de Varsovia»; ya en vida gozaba de fama de santidad. Fue arrestado en la noche entre el 26 y el 27 de julio de 1941, junto con otros 22 religiosos. No se valió de su ascendencia alemana para salvarse de la muerte. El 4 de septiembre, junto con otros religiosos, fue trasladado al campo de concentración de Auschwitz, donde murió en la cámara de gas el 16 de octubre de 1941. Se esforzó por vivir su sufrimiento en la oración y la imitación del divino Maestro. En los interrogatorios declaró: «Soy sacerdote y donde quiera que haya hombres, allí trabajo, sean ellos hebreos o polacos, y más si sufren y son pobres». A menudo repetía a sus hermanos prisioneros las que fueron sus últimas palabras: «Debemos beber hasta el fondo este cáliz».

Beato Fidel Chojnacki (1906-1942). Religioso profeso capuchino desde 1933. Siendo estudiante de teología, lo arrestaron el 25 de enero de 1940. Murió el 9 de julio de 1942 en el campo de Dachau, agotado por los malos tratos y la tuberculosis. Al ser transferido a la sección de los «inválidos», se despidió diciendo: «¡Alabado sea Jesucristo! Hasta que nos veamos en el cielo».

Beato Sinforiano Ducki (1888-1942). Religioso capuchino que profesó en 1918. Vivía en el convento de Varsovia cuando fue arrestado el 26 de junio de 1941; detenido primero en Pwiak, Varsovia, luego lo trasladaron al campo de exterminio de Auschwitz, donde fue asesinado por los guardias del campo el 11 de abril de 1942.

Beato Enrique Krzysztofik (1908-1942). Sacerdote capuchino, profeso desde 1927. Era guardián y director de estudios del convento de Lublin; religioso de extraordinario celo, fe y entrega a la causa de Dios. Arrestado el 25 de enero de 1940, lo deportaron al campo de Dachau, donde fue sostén espiritual de los que sufrían y de los moribundos. En su última carta a los seminaristas les escribía: «Estoy pavorosamente flaco... Peso 35 kilos. Me duelen todos los huesos. Estoy tirado en la cama como en la cruz con Cristo. Pero estoy contento de estar y sufrir con él. Ruego y ofrezco a Dios estos mis sufrimientos por vosotros». Murió el 4 de agosto de 1942.

Beato Floriano Stepniak (1912-1942). Sacerdote, profeso capuchino desde 1931. Hombre de singular fe y bondad, también vivía en el convento de Lublin y fue arrestado el 25 de enero de 1940, para ser luego deportado a Dachau. En los momentos de incertidumbre y terror, sostenía el ánimo de sus compañeros de prisión, que lo llamaban «padre espiritual» del bloque de los condenados, y «sol del campo». El 12 de agosto de 1942 fue sacado del campo en el «reparto de inválidos» y asesinado en la cámara de gas.

CLARISA CAPUCHINA:

Beata María Teresa Kowalska (1902-1941). Clarisa Capuchina que entró en el monasterio en 1923, ofreciéndose como reparación por su familia que se había vuelto atea. Los rasgos principales de su espiritualidad fueron la contemplación de la Pasión de Jesús y la devoción mariana según las enseñanzas de San Luis María Griñón de Monfort. Arrestada el 2 de abril de 1941, ofreció su vida por la liberación de las otras religiosas, liberación que tuvo lugar poco después de su muerte. Murió de agotamiento por las enfermedades y las condiciones inhumanas del campamento, en el campo de concentración de Dzialdowo el 25 de julio de 1941.

«Si hoy -decía el Papa- nos alegramos por la beatificación de 108 mártires, clérigos y laicos, lo hacemos ante todo porque son un testimonio de la victoria de Cristo, el don que devuelve la esperanza. En cierto sentido, mientras realizamos este acto solemne se reaviva en nosotros la certeza de que, independientemente de las circunstancias, podemos obtener una plena victoria en todo, gracias a aquel que nos ha amado (cf. Rm 8,37). Los beatos mártires nos dicen en nuestro corazón: Creed que Dios es amor. Creedlo en el bien y en el mal. Tened esperanza. Que la esperanza produzca como fruto en vosotros la fidelidad a Dios en cualquier prueba» (Juan Pablo II, 13-VI-99).

“¡Padre, no has sabido frenar tu lengua! Señor Duque, dígame para qué he subido al púlpito, ¿para anunciar la verdad a cuantos me escuchan o para adularlos vergonzosamente?”. Este tenso diálogo tuvo lugar entre el indignado duque de Alba, presente en la función religiosa, y el agustino fray Juan de Sahagún, que había pronunciado el sermón. Aquel día el P. Juan, aprovechó la presencia en la iglesia de muchos nobles de la ciudad y de las autoridades civiles para denunciar el mal gobierno de la administración y las injusticias perpetradas por los poderosos con daño de las personas más débiles, los latrocinios más o menos encubiertos, los fomentadores de banderías, y la opresión a los súbditos. En Salamanca Juan se había convertido en punto de referencia segura para todos. El público se sentía atraído por el predicador “amable”, pero a la vez valiente y justo.
Juan había nacido en Sahagún, provincia de León (España), hacia 1430. Hijo de Juan Gonzalez de Castillo y Sancha Martinez, el mayor de siete niños, el primero después de 16 años de esterilidad y frustración. De joven un tío suyo le proporcionó un empleo en la curia episcopal de Burgos, al que iba unido un beneficio eclesiástico. Después fue ordenado sacerdote.

Pero a los 33 años Juan entró en crisis. No se sentía a gusto en la viña del Señor sin trabajar en ella. Fue así cómo, al morir el obispo, cambió el rumbo de su vida y se hizo agustino, dedicándose de lleno al apostolado, con la predicación al pueblo sencillo, la promoción de la paz y de la convivencia social, siempre en defensa de los oprimidos y de sus derechos conculcados.

“Si se me preguntase acerca del comportamiento de fray Juan - testimonia uno de sus contemporáneos – en relación con pobres y afligidos, con viudas y niños explotados, con los necesitados y los enfermos, deberé responder que ya de naturaleza se mostraba habitualmente impelido a ayudar a todos con palabras o con limosnas. Y puso particular interés en conducir a todos a la paz y a la concordia después de haber apagado enemistades y desavenencias. Viviendo en Salamanca, encontrándose la entera ciudad dividida en bandos a causa de divergencias civiles, consiguió evitar muchas luchas sangrientas”.

Debido a sus reiteradas tentativas a favor de la pacificación, en 1476 los nobles de Salamanca firmaron un solemne pacto de perpetua concordia. La fuerza y el valor en sus actuaciones lo sacaba de la eucaristía, que celebraba diariamente con extraordinaria devoción.

Murió en 1479. El proceso acerca de su vida y virtudes se concluyó con la beatificación, en 1601, y con la canonización, que tuvo lugar en 1690. Las reliquias del santo se conservan en la catedral nueva de Salamanca, ciudad llena de lugares cuyos nombres recuerdan los portentos obrados por el Santo en vida y después de la muerte.


Si no lo hubiera encontrado el abad san Panufcio, ya moribundo, y no hubiera escrito su vida es seguro que no conoceríamos a este personaje originalísimo. Es un ermitaño, morador de una cueva del desierto egipcio de la Tebaida.
Allí mismo donde la civilización faraónica había florecido siglos antes, ahora, en las primeras centurias del cristianismo, los monjes pueblan el despoblado y viven en solitario su intensa experiencia interior y espiritual.

A nuestra sociedad lo profundo le sabe a raro y los compromisos definitivos o las decisiones comprometedoras de por vida no están de moda. Onofre, sin embargo, nos ofrece un testimonio admirable de profundidad interior capaz de abarcar todo su paso por la tierra.

Se dedicó a la oración y, después de orar, a dar buen consejo a quien se lo requería. ¿Nada más? Y... nada menos: dejar que el alma rebose amor de Dios para que otros puedan descubrirlo y amarlo; dejarse afectar desde el centro de la propia personalidad por la Gracia y contagiarla a otros como la gran curación, la gran salud, la gran salvación.

Si en la Iglesia no existieran estos absolutos testimonios del Absoluto, todo sería aún más relativo de lo que es.

¡Estaríamos buenos!

Gracias, san Onofre, por liberarnos de relativismos estériles con tu testimonio.

Este día también se festeja a San Juan de Sahagún



Su culto y misa fueron concedidos por Gregorio XIII en 1583.
Guido, compañero de San Francisco, nació en Cortona hacia el 1190, de la familia Vignotelli. Pasó su juventud adquiriendo una buena cultura que le permitió llegar a ser sacerdote, y dado a la oración, la mortificación y el trabajo en ayuda de los pobres.

En 1211 el Poverello de Asís fue huésped suyo. Comieron juntos y cuando tomaban el postre, le confió al Santo con gran sencillez su deseo de hacerse discípulo suyo. Preguntó qué debía hacer y la respuesta fue breve. Dar todo a los pobres, renunciando a todos los bienes terrenos. Guido no perdió tiempo. Siguió con tanta rapidez el consejo del Pobrecillo, que al otro día, arreglados todos sus asuntos, pudo recibir el hábito y ceñir la cuerda de la penitencia franciscana.

Cortona tuvo así en las afueras de los muros su conventillo de Hermanos Menores, del cual Guido fue el alma y guía. Fue sacerdote y hermano, sin faltar en nada a la humildad franciscana y a la perfecta modestia. El Santo de Asís lo quiso sinceramente y lo estimó como a pocos otros discípulos.

Pero quien lo amó particularmente fue el pueblo de Cortona, del cual el Beato fue un gran bienhechor. La devoción popular le atribuye clamorosos milagros, como el del agua convertida en vino, de la harina prodigiosamente multiplicada, de la curación de un paralítico y sobre todo el de volver a la vida a una muchacha caída en un pozo. Entre los milagros y las muchas buenas obras, la oración y la penitencia, las prácticas religiosas y el cuidado del convento transcurrió serena y luminosa la vida de Guido.

Con el Seráfico Padre se retiró por algún tiempo a un lugar solitario a un kilómetro de Cortona, llamado el conventico de Las Celdas, que se considera uno de los primeros construidos en la Orden, y cultivó más intensamente la vida de piedad y de mortificación. Más tarde visitó a San Francisco de Asís y obtuvo el permiso de la predicación, con la cual, como con sus milagros, recogió abundantes frutos de bien. Al volver Francisco a Cortona, fue nuevamente a donde él, y recibió del mismo un gran elogio delante de los cortoneses, que obtuvieron la seguridad de la poderosa intercesión que él siempre había ejercitado en su favor, predicción que no quedó sin cumplirse.

Un día el Patriarca de Asís, muerto hacía cerca de veinte años, se apareció al fraile cortonés anunciándole la hora de la recompensa. Cuando ésta llegó, pareció que Guido partiera para un viaje largamente ansiado, en compañía de la persona más amada: “He aquí a mi querido San Francisco, exclamó agonizando. Todos de pies! Vamos tras él”. A los 60 años de edad, voló su alma de la tierra al cielo en junio de 1250. Su cuerpo permaneció donde vivió y murió, en Cortona, que así vino a ser la ciudad del Beato Guido, antes de ser, unos decenios después, la ciudad de Santa Margarita, la mujer apasionada, después del hombre generoso y bienhechor.

Fecha de nacimiento desconocida; murió en 816. Fue elegido el mismo día que fue enterrado su predecesor (26 de diciembre de 795), y consagrado al día siguiente.
Es bastante probable que esta prisa fuera debida a un deseo de los romanos de evitar cualquier interferencia por parte de los francos en su libertad de elección. León era romano, hijo de Aciupio e Isabel. En el momento de su elección era cardenal de Santa Susana, y aparentemente también “vestiarius”, o sea jefe del tesoro pontificio (o guardarropa).

Junto con la carta dirigida a Carlomagno en la que le informaba de que había sido elegido papa por unanimidad, León le envió las llaves de la confesión de San Pedro y el estandarte de la ciudad. Esto lo hizo para mostrar que consideraba al rey franco el protector de la Santa Sede. A cambio recibió de Carlomagno cartas de felicitación y una parte considerable del tesoro que el rey había tomado a los ávaros. La adquisición de esta riqueza fue una de las causas que permitieron a León ser un gran benefactor de las iglesias e instituciones de caridad de Roma.

Empujados por los celos, por la ambición o por sentimientos de odio y venganza, un cierto número de parientes del Papa Adriano I urdieron un plan para hacer a León indigno de ejercer su sagrado oficio. Con ocasión de la procesión de las Grandes Letanías (25 de abril de 799), cuando el papa se dirigía hacia la Puerta Flaminia, fue repentinamente atacado por un grupo de hombres armados. Fue arrojado al suelo, donde intentaron arrancarle la lengua y sacarle los ojos. Después de un tiempo sangrando en la calle, fue trasladado por la noche al monasterio de San Erasmo, en el Celio. Allí, de una manera al parecer bastante milagrosa, recuperó el uso total de los ojos y la lengua. Huyendo del monasterio, se trasladó, acompañado de muchos romanos, a la corte de Carlomagno. Fue recibido por el rey franco con todos los honores en Paderborn, a pesar de que sus enemigos habían llenado los oídos del rey de maliciosas acusaciones contra él.

Después de unos meses de estancia en Alemania, el monarca franco le envió con una escolta de vuelta a Roma, donde fue recibido con gran demostración de júbilo por todo el pueblo, tanto naturales como extranjeros.

Los enemigos del papa fueron juzgados por los enviados de Carlomagno y, como no fueron capaces de probar la culpa de León ni la inocencia de ellos mismos, fueron enviados como prisioneros a Francia (Reino de los francos). Al año siguiente (800) Carlomagno en persona fue a Roma, y el papa y sus acusadores fueron puestos frente a frente. Los obispos reunidos declararon que no tenía derecho a juzgar al papa; pero León, por su propia voluntad, con el objetivo, como dijo, de disipar cualquier sospecha en las mentes de aquellos hombres, declaró bajo juramento que era totalmente inocente de los cargos que se habían presentado contra él.

A petición suya, la pena de muerte emitida contra sus principales enemigos fue conmutada por una sentencia de exilio.

Unos días después, León y Carlomagno volvieron a reunirse. Fue el día de Navidad en San Pedro. Después de leer el Evangelio, el papa se acercó a Carlomagno, que estaba de rodillas ante la Confesión de San Pedro, y le colocó una corona en la cabeza. Inmediatamente la muchedumbre reunida en la basílica pronunció el siguiente grito: “¡A Carlos, el más pío Augusto, coronado por Dios, a nuestro grande y pacífico emperador, larga vida y victoria!” Por este acto, resurgió el Imperio de Occidente y, al menos en teoría, la Iglesia declaró que el mundo estaba sujeto a un solo poder temporal, como Cristo lo había hecho sujeto a un solo poder espiritual. Se entendió que la primera obligación del nuevo emperador era ser el protector de la Iglesia romana y de la Cristiandad contra los paganos. Con la vista puesta en la alianza entre Oriente y Occidente bajo el efectivo gobierno de Carlomagno, León se esforzó en promover el proyecto de un matrimonio del emperador con la princesa de Oriente Irene. Sin embargo, el destronamiento de ésta (801) impidió que este excelente plan pudiera ser llevado a cabo. Unos tres años después de la partida de Carlomagno de Roma (801), León volvió a cruzar los Alpes para verle (804). Según algunos, fue a discutir con el emperador la división de sus territorios entre sus hijos. En cualquier caso, dos años después fue invitado a dar su aprobación a las previsiones del emperador para la mencionada partición. Actuando igualmente en armonía con el papa, Carlomagno combatió la herejía del adopcionismo que había surgido en España, pero fue algo más allá que su guía espiritual cuando deseó provocar la inserción general del “Filioque” en el Credo de Nicea. No obstante, los dos actuaron de consuno cuando hicieron a Salzburgo la sede metropolitana de Baviera y cuando Fortunato de Grado fue compensado por la pérdida de su sede de Grado con la entrega de la de Pola. La acción conjunta del Papa y el Emperador se sintió incluso en Inglaterra. Gracias a ella, Eardulfo de Northumbria recuperó su reino y se resolvió la disputa entre Eambaldo, arzobispo de Cork, y Ulfredo, arzobispo de Canterbury.

Sin embargo, León tenía muchas relaciones con Inglaterra por su cuenta. Bajo su mandato, el sínodo de Beccanceld (o Clovesho, 803) condenó el nombramiento de laicos como superiores de monasterios. De acuerdo con los deseos de Etelardo, arzobispo de Carterbury, León excomulgó a Eadberto Praen por usurpar el trono de Kent; además, retiró el palio que había sido concedido a Litchfield, autorizando la restauración de la jurisdicción eclesiástica de la Sede de Canterbury “como lo había establecido San Gregorio Apóstol y patrono de los ingleses”. León también fue llamado para solventar las diferencias entre el arzobispo Ulfredo y Cenulfo, rey de Mercia. Muy poco se sabe acerca de las diferencias entre ellos, pero, quienquiera que fuera el más culpable, lo cierto es que el arzobispo fue el que más sufrió. Parece que el Rey indujo al Papa a suspenderle en sus funciones episcopales y a mantener el reino bajo una especie de interdicto durante seis años. Hasta la hora de su muerte (822), el ansia de oro provocó que Cenulfo continuara la persecución del arzobispo. Lo mismo hizo con el monasterio de Abingdon: hasta que no recibió una gran suma de dinero de su abad, no decretó la inviolabilidad del monasterio, actuando, como declaró, a petición del señor apostólico y muy glorioso Papa León.

Durante el pontificado de León III, la Iglesia de Constantinopla se encontraba en una situación de tensión. Los monjes, que prosperaban durante este periodo bajo la guía de hombres como San Teodoro el Estudita, sospechaban de lo que ellos concebían como los principios laxos de su patriarca Tarasio, y se oponían vigorosamente a la malvada conducta de su emperador Constantino VI. Con el propósito de ser libre para casarse con Teodota, el soberano se había divorciado de su mujer, María. Aunque Tarasio condenó la conducta de Constantino, rehusó, emperador, para evitar males mayores, a excomulgarle. Por haber condenado su nuevo matrimonio, Constantino castigó a los monjes con las penas de prisión y destierro. Afligidos, los monjes pidieron ayuda a León, como hicieron cuando fueron maltratados por oponerse a la arbitraria rehabilitación del sacerdote a quien Tarasio había degradado por casar a Constantino con Teodota. El Papa replicó, no sólo con palabras de alabanza y ánimo, sino también con el envío de ricos presentes; y, tras la llegada de Miguel I al trono bizantino, ratificó el tratado entre Carlomagno y él para asegurar la paz entre Oriente y Occidente.

El Papa y el Emperador de los francos actuaron conjuntamente, no sólo en la última operación mencionada, sino en todos los asuntos de importancia. Siguiendo el consejo de Carlomagno, León, para rechazar las violentas incursiones de los sarracenos, mantuvo una flota, de suerte que la línea costera era regularmente patrullada por sus navíos de guerra. No obstante, debido a que no se consideraba competente para mantener a los piratas musulmanes fuera de Córcega, confío la protección de la isla al Emperador. Apoyado por Carlomagno, fue capaz de recuperar una parte del patrimonio de la Iglesia romana en los alrededores de Gaeta, y pudo administrarlo de nuevo a través de sus párrocos. Pero cuando murió el gran Emperador (28 de enero de 814), los malos tiempos volvieron a León. Una nueva conspiración se formó contra él, pero en esta ocasión el Papa fue informado de ella antes de que llegara a un punto crítico. Ordenó que los cabecillas de la conspiración fueran detenidos y ejecutados. Apenas se había eliminado esta conspiración cuando un grupo de nobles de la Campania se levantaron en armas y se dedicaron al pillaje por toda la región. Estaban preparándose para marchar sobre la misma Roma cuando fueron derrotados por el duque de Spoleto, a las órdenes del Rey de Italia (Langobardía o Lombardía). Las enormes sumas de dinero que Carlomagno entregó al tesoro papal permitieron a León llegar a ser un eficaz protector de los pobres y mecenas del arte; así, llevó a cabo obras de renovación en las iglesias de Romas e incluso en las de Ravena. Empleó el imperecedero arte del mosaico, no solamente para retratar las relaciones políticas entre Carlomagno y él mismo, sino fundamentalmente para decorar las iglesias, en particular su iglesia titular de Santa Susana. Hasta finales del siglo XVI se podía contemplar una figura de León en un mosaico de esa antigua iglesia.

León III fue enterrado en San Pedro (12 de junio de 816), donde se encuentran sus reliquias, junto a las de Santos León I, León II y León IV. Fue canonizado en 1673. Los denarios de plata de León III todavía existentes llevan el nombre del Emperador además del de León, mostrando así al Emperador como protector de la Iglesia y señor de la ciudad de Roma.




















María Cándida de la Eucaristía, Beata
María Cándida de la Eucaristía, Beata

Carmelita Descalza


María Barba nació el 16 de enero de 1884 en Catanzaro (Italia), a donde la familia, oriunda de Palermo, se había trasladado momentáneamente por motivos de trabajo del padre, Pedro Barba, consejero del Tribunal Superior.

Cuando la niña tenía dos años la familia regresó a la capital siciliana y allí vivió María Barba su juventud, en el seno de una familia profundamente creyente, pero que se opuso obstinadamente a su vocación religiosa, experimentada desde los quince años de edad. María, en efecto, tuvo que luchar casi veinte años hasta ver realizada su aspiración, demostrando, durante esos años de espera y de sufrimiento interior, una sorprendente fortaleza de ánimo y una fidelidad poco común a la inspiración inicial.


En esta batalla, que se prolongó hasta su entrada en el Carmelo teresiano de Ragusa el 25 de septiembre de 1919, María Barba fue sostenida por una especialísima devoción al misterio eucarístico: en la Eucaristía veía ella el misterio de la presencia sacramental de Dios en el mundo, la muestra concreta de su amor infinito a los hombres, el motivo de nuestra plena confianza en sus promesas.


En ella, el amor a la Eucaristía se manifiesta desde la más tierna infancia. «Cuando era pequeñita —cuenta ella misma— y todavía no se me había dado Jesús, esperaba a mi madre, cuando volvía de la Santa Comunión, casi en el umbral de casa, y, de puntillas para llegar hasta ella, le decía: “A mí también el Señor!”. Mi madre se inclinaba con afecto y alentaba sobre mis labios; yo la dejaba en seguida y, cruzando y apretando las manos sobre el pecho, llena de alegría y de fe, repetía saltando: “Yo también tengo al Señor! yo también tengo al Señor”». Son señales de una vocación y de una llamada de Dios, cuya iniciativa comienza a preparar un regalo extraordinario para la Iglesia.


Desde que, a los 10 años, fue admitida a la Primera Comunión, su mayor alegría era poder comulgar. Desde entonces, privarse de la Santa Comunión, era para ella «una cruz y un tormento bien grande». En efecto, tras la muerte de su madre en 1914, no podía acercarse a la Comunión sino raramente, por no reñir con sus hermanos que no le permitían salir sola de casa.









María Cándida de la Eucaristía, Beata
María Cándida de la Eucaristía, Beata

Entrada en el Carmelo, donde tomó el nombre, en cierto modo profético, de María Cándida de la Eucaristía, quiso «acompañar a Jesús, en su condición de Eucaristía, lo más que pudiese». Prolongaba sus horas de adoración, y, sobre todo, la hora de las 23 a las 24 de cada jueves, la pasaba ante el Tabernáculo. La Eucaristía polarizaba verdaderamente toda su vida espiritual, no tanto por las manifestaciones devocionales, cuanto por la incidencia vital en la relación entre su alma y Dios. De la Eucaristía sacó fuerzas María Cándida para consagrarse a Dios como víctima el 1 de noviembre de 1927.


María Cándida desarrolló plenamente lo que ella misma define como su «vocación a la Eucaristía» ayudada por la espiritualidad carmelitana, a la que se había acercado a través de la lectura de la Historia de un alma de Santa Teresita. Son bien conocidas las páginas en que santa Teresa de Jesús describe su especialísima devoción a la Eucaristía y cómo, en la Eucaristía, experimentó la santa Fundadora el misterio fecundo de la Humanidad de Cristo.


Elegida priora del monasterio en 1924, lo fue, salvo una breve interrupción, hasta 1947, infundiendo en su comunidad un profundo amor a las Constituciones de santa Teresa de Jesús y contribuyendo de forma directa a la expansión del Carmelo teresiano en Sicilia, fundación de Siracusa, y al retorno de la rama masculina de la Orden.


A partir de la solemnidad del Corpus Domini de 1933, año santo de la Redención, María Cándida comienza a escribir lo que podríamos definir como su pequeña obra maestra de espiritualidad eucarística, La Eucaristía, «verdadera joya de espiritualidad eucarística vivida». Se trata de una larga, intensa meditación sobre la Eucaristía, siempre tensa entre el recuerdo de la experiencia personal y la profundización teológica de esa misma experiencia. En la Eucaristía ve sintetizadas, la Madre Cándida, todas las dimensiones de la experiencia cristiana. La fe: «Oh mi Amado Sacramentado, yo Te veo, yo Te creo!... Oh Santa Fe». «Contemplar con Fe redoblada a nuestro Amado en el Sacramento: vivir de Él que viene cada día». La esperanza: «Oh mi divina Eucaristía, mi querida esperanza, todo lo espero de ti... Desde niña fue grande mi esperanza en la Santísima Eucaristía». La caridad: «Jesús mío, cuánto Te amo! Es un amor inmenso el que nutro en mi corazón por Ti, oh Amor Sacramentado... Cuán grande es el amor de un Dios hecho pan por las almas! De un Dios hecho prisionero por mí».


En la Eucaristía, la Madre Cándida, entonces priora de su comunidad, descubre también el sentido profundo de los tres votos religiosos, que en una vida intensamente eucarística hallan, no sólo su plena expresión, sino también un ejercicio concreto de vida, una especie de profunda ascesis y de progresiva conformación al único modelo de toda consagración, Jesucristo muerto y resucitado por nosotros: «¿Qué himno no debería entonarse a la obediencia de nuestro Dios Sacramentado? Y ¿qué es la obediencia de Jesús en Nazareth, comparada con su obediencia en el Sacramento desde hace veinte siglos?». «Después de instruirme sobre la obediencia, cuánto me hablas, cuánto me instruyes en la pobreza, oh blanca Hostia! Quién más despojada, más pobre que Tú...No tienes nada, no pides nada!... Divino Jesús, haz que las almas religiosas estén sedientas de desprendimiento y de pobreza sincera!».«Si me hablas de obediencia y de pobreza..., qué fascinación de pureza no suscitas Tú con solo mirarte! Señor, si tu descanso lo encuentras en las almas puras, ¿qué alma, tratando contigo, no se hará tal?». De ahí el propósito: «Quiero permanecer junto a Ti por pureza y amor».


Pero es sin duda la Virgen María el verdadero modelo de vida eucarística, Ella que llevó en su seno al Hijo de Dios y que continuamente lo engendra en el corazón de sus discípulos: «Quisiera ser como María — escribe la María Cándida en una de las páginas más intensas y profundas de La Eucaristía —, ser María para Jesús, ocupar el puesto de su madre. En mis Comuniones, María la tengo siempre presente. De sus manos quiero recibir a Jesús, ella debe hacerme una sola cosa con Él. Yo no puedo separar a María de Jesús. Salve! Oh Cuerpo nacido de María!. Salve María, aurora de la Eucaristía!».


Para María Cándida, la Eucaristía es alimento, es encuentro con Dios, es fusión de corazón, es escuela de virtud, es sabiduría de vida. «El Cielo mismo no posee más. Aquel único tesoro está aquí, es Dios! Verdaderamente, sí verdaderamente: mi Dios y mi Todo». «Le pido a mi Jesús ser puesta como centinela de todos los sagrarios del mundo hasta el fin de los tiempos».


El Señor la llamó, después de algunos meses de agudos sufrimientos físicos, el 12 de junio de 1949, Solemnidad de la Santísima Trinidad en ese año.


Fue beatificada el 21 de marzo de 2004 por S.S. Juan Pablo II.






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